miércoles, 20 de abril de 2016

Carlos V - IDEAL

Carlos V - IDEAL



 

 
  Carlos
V- Quinto Centenario
 



 


El urbanismo del

El reinado de
los Reyes Católicos supone una etapa de tránsito en la conformación de la Granada
cristiana. Líneas clave de la actuación posterior se esbozan ya ahora, pero
a su lado se mantiene una política de mínima intervención en la estructura musulmana,
excepto en casos muy concretos, como es el de la Judería, demolida en el mismo
año de 1492

Cristina Viñes Millet

Profesora Titular de Historia Contemporánea (Universidad de Granada)

La ocupación de edificios
árabes y su adaptación a las nuevas necesidades es algo suficientemente significativo.
Posiblemente, ello es debido a que la vida en la ciudad no se encuentra todavía
consolidada. Y también es necesario hacer frente a cuestiones urgentes, tanto
dentro como fuera del Reino de Granada. Sin embargo, superado el tránsito
entre los dos siglos, las cosas van encajando en el lugar que se quiere que
estén.



En este aspecto, el emperador
Carlos hereda una situación perfectamente delimitada, al menos en aquello
que se refiere a la política interna de la ciudad. El talante de Carlos V
es diferente y ello se deja sentir. Su acusado carácter europeísta confiere
un tono de cosmopolitismo, truncado posteriormente por circunstancias que
ahora no hacen al caso. Y es más. Muchas de las coordenadas internacionales
del momento siguen pasando por el reino granadino, consolidando su posición
clave en el contexto de la monarquía hispana. De la simbiosis de todo ello
sale el diseño de una ciudad que Pérez de Hita definió con palabras concisas
y elocuentes: «En este tiempo Granada florecía tan altamente, que bien se
puede decir que en España no había ciudad, por populosa y grande que fuese,
que le hiciese ventaja en tratos y comercio y grandes bastimentos y soberbios
edificios».



En efecto, Granada se
lanza a diseñar su fisonomía futura. Y en ello la gestión municipal tiene
mucho que decir. Los aspectos que caen bajo su competencia son amplios. En
primer lugar, lo que podríamos calificar como «ideología urbana». Y aquí juega
papel primordial el deseo, latente siempre, de restar a la ciudad su marcado
tono oriental. No sólo por cuestiones meramente estéticas, sino también de
conveniencia y practicidad, en función de su nueva población. Ensanche de
calles y empedrado de las mismas, alineación allí donde es posible, desaparición
de aleros, saledizos y ajimeces –que entorpecen el tránsito y contribuyen
a aumentar la sensación de angostura– son cuestiones que se repiten con insistencia
en las reuniones del Cabildo en estos años. También temas como la limpieza
y alumbrado o el abastecimiento de agua potable acaparan la atención de las
autoridades locales. El tema del agua, fundamentalmente, es una constante
como, por otro lado, lo había sido y lo seguiría siendo en la vida de la ciudad.
Sin dejar a un lado las necesarias obras de consolidación, reparación y adecentamiento.







El
Albaicín en 1950. (Plataforma de Ambrosio de Vico. Grabado por F. Heylan).



Si todo ello pertenece
a la infraestructura en su sentido más amplio, también el municipio emprende
obras de mayor trascendencia. Entre otras, el ensanche y urbanización de espacios
abiertos llamados a convertirse en centros de la vida social, mercantil o
administrativa de los granadinos. Dos de ellos tienen particular importancia
por su fuerte implantación en el marco ciudadano. Plaza Nueva es uno, Bibarrambla
el otro. En ambos casos, a razones de tipo utilitario se unen las de prestigio
de una comunidad que quiere ver realzada y ennoblecida su imagen. Esto es
válido fundamentalmente en el caso de Plaza Nueva, que se concibe como teatro
de fiestas, conmemoraciones y actos solemnes tan frecuentes en la época. Es
éste un espacio que habrá que crear prácticamente de nuevo, partiendo del
Hatabín o puente de los Leñadores árabe. El primer paso fue la ampliación
del puente, todavía antes de acabar el siglo. Algo más tarde se pone sobre
el tapete la urbanización definitiva, con el cubrimiento del río y el derribo
de un determinado número de casas de los alrededores. Entre 1514 y 1519 se
realizan las obras. En 1526 se iniciaban los trabajos en el futuro edificio
de la Chancillería, con lo que este espacio –concebido en dos pequeños núcleos,
Plaza Nueva y Plaza de Santa Ana– adquiría lugar preeminente en la ordenación
de la ciudad. Diferente es la motivación que lleva a la reforma de Bibarrambla,
que se iba a convertir en auténtico corazón de la vida cotidiana en Granada,
ya que el propio Fernando el Católico la había dado a los granadinos «para
negociar y pasear». Hasta 1518 no comienza la gran transformación, que se
alarga durante casi todo el resto de la centuria. Al tiempo que la plaza va
adquiriendo su nuevo rostro, el entorno que la rodea se consolida como el
gran núcleo comercial. El ensanche se realiza básicamente en dos de sus frentes.
El de la Pescadería, donde se alzan a partir de entonces unos airosos soportales,
y el lateral contiguo a la calle de Mesones, donde se abre un paso de comunicación,
conocido más adelante como puerta de las Cucharas, una de las cuatro que le
dan entrada desde distintos puntos de la ciudad.



Aqui es donde el Cabildo
decide construir un bello edificio, desde el cual contemplar los actos públicos
de los que la plaza es escenario. La traza de la casa de los Miradores se
debe a Diego de Siloé y, al decir de Gómez Moreno, es «lo más clásico que
salió de las manos del gran maestro». El aire de Bibarrambla se castellaniza,
como lo hacen también algunos lugares próximos. En esos años –1515– se hace
necesario derribar por su estado de ruina la llamada puerta de Bibarrambla.
Reconstruida más tarde, en los comienzos del XVII, se le dotaba de una estructura
totalmente diferente. Entonces se comienza a llamarla Puerta Real, nombre
que se ha mantenido mucho después de su desaparición.



La actividad del cabildo
se diversifica. No sólo debe atender a la urbanización de la ciudad y a mantenerla
en buen estado. Se hace necesario planificar toda su estructura económica,
por lo que las ordenanzas gremiales van quedando elaboradas. Ellas son las
encargadas de reglamentar todos los aspectos relativos al funcionamiento de
cada gremio, incluida la zona de la ciudad donde debe desarrollar su trabajo.
Como consecuencia de ello, muy pronto se delimitan dos áreas, que serán básicas
en la vida comercial y productiva de Granada, aunque evidentemente no únicas.
El viejo barrio de Bibarrambla se convierte en lugar de residencia de determinados
oficios y artesanías, en un perímetro que desde el río llega hasta la actual
plaza de la Trinidad. Su arteria principal es la calle Mesones, en uno de
cuyos extremos se sitúa la alhóndiga Zayda. Es el embrión de una nueva zona
de expansión, que comienza a aglutinarse en torno a la vieja mezquita convertida
ahora en iglesia de Santa María Magdalena. Su proximidad a las carnicerías
y pescaderías y también a Zacatín y Alcaicería lo convierten en un lugar verdaderamente
estratégico.







Grabado
de la Plaza de Santa Ana. (Girault de Prangey. 1835)..


Porque, efectivamente,
Zacatín y Alcaicería siguen siendo centros comerciales, siguiendo la tradición
árabe. La intrincada red de callejuelas, que en su límite extremo llega hasta
el río, mantiene sus características en esa Granada que se va modificando.
Y comparte un poco el sentido de corazón de la ciudad. La casa de Cabildo
ocupa ya la antigua Madraza árabe. Ahora se está allanando la explanada frontera
para darle mayor amplitud y espacio. En su otro extremo, la Capilla Real mandada
levantar por los Reyes Católicos, acaba de finalizar sus obras, trasladándose
los cuerpos de los monarcas desde la Alhambra a su sepultura definitiva. A
su lado, casi formando parte de un mismo cuerpo, la Lonja de Mercaderes se
ha comenzado con traza de Enrique Egas. Luego –no sabemos exactamente por
qué– el edificio nunca fue utilizado en este sentido. Precisamente ese mismo
año en que han dado comienzo los trabajos de la Lonja se inician las obras
de la Catedral. La voluntad de la reina Isabel había sido que la gran iglesia
de Granada se alzara donde estuvo la mezquita mayor musulmana. Sin embargo,
finalmente se llegaba a la conclusión de hacer un edificio de nueva planta
en lugar inmediato. Para ello habrá que expropiar un no pequeño número de
casas, poniéndose la primera piedra de lo que sería magnífico templo en 1523.



acelerado PROCESO en
que van tomando vida las diferentes instituciones y que se completa en 1526
al fundar el emperador Carlos V la Universidad de Granada con su anejo al
colegio de Santa Cruz de la Fe. Al finalizar los años veinte del siglo se
ha comenzado a alzar lo que será su sede, en un sencillo pero bello estilo
plateresco. Este primer embrión universitario se sitúa frente a la Catedral,
completándose con los colegios de San Miguel, San Ildefonso y Santa Catalina.
Como vemos, los alrededores de Bibarrambla se convierten en centro institucional
de nuevo diseño. Y en centro comercial y artesano. Pero en este último caso,
no es el único. Granada se vertebra en pequeños núcleos con características
y vida propias. El Albaicín y su eje de Plaza larga. La Antequeruela y el
Realejo, importantes en la planificación de la ciudad tradicional. En la falda
del cerro de los Mártires, el Cabildo había dispuesto trazar un espacio que
sirviera de recuerdo de las bodas del príncipe heredero. El Campo del Príncipe,
como se le llamó, iba a servir de eje a nuevas edificaciones que le sirvieron
de marco. La construcción en 1528 de la iglesia de San Cecilio perfila definitivamente
la estructura de la Antequeruela. Lindando con ella se dibuja un espacio urbano
–el Realejo– que conserva en buena medida esa consideración de tránsito hacia
lo rural. Al tiempo que el viejo casco árabe se ve afectado por esta serie
de intervenciones que no hacen desaparecer su trama básica, nuevas zonas de
asentamiento van surgiendo en el exterior de las murallas. La formación del
barrio-cuartel de San Lázaro había marcado la pauta. El Hospital Real, la
iglesia de San Ildefonso y el convento de la Merced calzada son algunos de
los edificios construidos en sus inmediaciones.



Desde aquí se extiende
una amplia explanada –la del Triunfo– cuyos límites enlazan ya con la vega
y con casas y jardines que habían pertenecido a los reyes de Granada. En una
de ellas, la del Nublo, comienza a construirse la iglesia y convento de San
Jerónimo. Embrión de un nuevo barrio, el de la Duquesa, articulado en torno
a esta calle y a la placeta de los Lobos, traza el límite de la ciudad. El
traslado a sitio cercano del Hospital de San Juan de Dios y el convento de
la Trinidad, que comienza a construirse alrededor de 1517, terminan de perfilar
este entorno. Los futuros ejes de expansión de esta parte del casco urbano
habían quedado trazados. Pero no solamente por aquí crece Granada. También
allí donde el Darro marcha a juntase con el Genil iban a sentarse pequeños
núcleos de población. De nuevo en este caso la presencia de instituciones
religiosas pone en marcha el proceso urbano. Es el convento de San Antonio
Abad y una pequeña ermita dedicada a las Santas Ursula y Susana, donde se
venera una tabla de las Angustias de Nuestra Señora. Frente a ella se extienden
las huertas del convento de Santa Cruz y, algo más lejano, el castillo de
Bibataubín muestra todavía las huellas del asedio. Aquí comienzan a elevarse
unas primeras construcciones, antecedente inmediato de las que vendrían más
tarde.



Los años del reiando
de Carlos V suponen un compás de espera. Su hijo Felipe no es cosmopolita
como su padre, ni conciliador. A la población morisca no le queda otra salida
que el sometimiento total o el exilio. También la rebelión. La guerra estalla
en diciembre de 1568, alargándose hasta mayo de 1570. El día de Todos los
Santos de ese año comienza la saca de moriscos. Terminaba una etapa crucial
en la historia de Granada. También un primer momento en su evolución urbana
tenía ahora fin.












  Carlos
V- Quinto Centenario
 
 

 











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