lunes, 18 de abril de 2016

La vida y los tiempos de Jesus el Mesias

La vida y los tiempos de Jesus el Mesias










LA VIDA Y
LOS TIEMPOS
DE JEsUs
EL MEslAs
Tomo I



Alfred Edersheim
LA VIDA Y
LOS TIEMPOS
DE JESUS
EL MESIAS
Tomo I



LibrosCUE
Oalvani. 113
08224 TERRASSA (Barcelona)
LA VIDA Y LOS TIEMPOS DE JESUS EL MESIAS -Tomo 1
THE LIFE AND TIMES OF J...



CONTENIDO
DEL PRIMER TOMO
Prólogo de la edición española... ... .
Prólogo de la primera edición inglesa .
Prefacio a la se...



LmROII
DESDE EL PESEBRE DE BELÉN
AL BAUTISMO EN EL JORDÁN
l. En Jerusalén cuando reinaba Herodes. ... o., ••• ••• o" ••• 1...



825
543
751
801
815
773
785
793
711
731
741
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663
627
561
579
597
607
617 1
673
691
Segundo viaje por Galilea. La cu...



PREFACIO
A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
La publicación de esta magna obra sobre la vida de Cristo es la
realización de un deseo sur...



Los autores citados a lo largo de la presente obra
figuran en relación alfabética
al final del segundo tomo.



PRÓLOGO
DE LA PRIMERA EDICIÓN
Al presentar estos volúmenes al lector, debo ofrecer una explica-
ción, aunque en d fondo es...



8 PROLOGO DE LA PRIMERA EDICrON
de ser el objetivo de toda investigación, pero de modo especial en
el caso presente: el di...



PROLOGO DE LA PRIMERA EDICION o
un cuadro de fantasía, sino que tal como los conocemos y recono-
cemos ahora, podríamos es...



10 PROLOGO DE LA PRIMERA EDlCION
taban; incluso el coste de los artículos de comida y bebida, el precio
de sus casas y ens...



PROLOGO DE LA PRIMERA EDICION 11
se decida en lo que, después de todo, es una línea secundaria de ar-
gumentación. En las ...



12 PROLOGO DE LA PRIMERA EDICION
mítica. La teoría del fraude -como admite incluso Strauss- es psi-
cológicamente tan inco...



PROLOOO DE LA PRIMERA EDICION 13
origen no se halla dentro de nosotros (subjetivo), sino fuera (objeti-
vo), o, si puedo d...



PROLOGO DE LA PRIMERA EDIeION
Durante muchos años había deseado y pensado escribir un libro así.
Pero la tarea fue en real...



PREFACIO
A LA SEGUNDA Y TERCERA
EDICIONES INGLESAS
Al publicarse una tercera edición de este libro, deseo en primer
lugar ...



16 PREFACIO A LA SEGUNDA YTERCERA EDICIONES INGLESAS
Primero: Es un error considerar que todo lo que en los escritos
talmú...



PREFACIO A LA SEGUNDA Y TERCERA EDICIONES INGLESAS 17
nunció de modo más cáustico como Él el Tradicionalismo judío, en
tod...



"" PRBPACIO A LA SEGUNDA YTERCERA EDICIONES INGLESAS
.h.n.tras el alejandrismo y Filón, aunque en éstos desde el lado
detl...



LISTA DE LAS ABREVIACIONES
USADAS EN LAS REFERENCIAS
A LOS ESCRITOS RABÍNICOS UTILIZADOS EN ESTA OBRA
La Mishnah se usa si...



!JO LISTA DE LAS ABREVIACIONES
He usado la edición de Viena, pero esto, como ya he explicado, no tiene
,tmportancia. Para ...



LISTA DE LAS ABREVIACIONES 21
Bab.B.
Bechor.
Bemid R.
Ber.
Ber. R.
Bets. [o Bez.)
Biccur.
Chag.
Chal!.
Chull.
Debar R.
Dem...



22
Horay.
Jad. [o Yad.}
Jebam. [o Yebam.}
Jom. [generalmen-
te Yom]
Kel.
Kerith.
Kethub.
Kidd.
Kil.
Kinn.
M idr. Kohel.
Ma...



LISTA DE LAS ABREVIACIONES 23
Mikv.
Moed K.
Naz.
Ned.
Neg.
Nidd.
Ohol.
Orlo
Par.
Peah
Pes.
Pesiqta
Pirqé de R. Eliez.
Rosh...



SItttGl,
SINm R.,
".,WhR.
_N.
Siphrt
SOl.
Sukk.
raan.
Tam.
Teb. Yom.
Tem.
Ter.
Tohar.
Tanch.
Ukz.
Vayyik. R.
LISTA DE LAS ...



LIBRO 1
Introductorio
LA PREPARACIÓN PARA EL EVANGELIO:
EL MUNDO JUDÍO EN LOS DÍAS DE CRISTO
""'Z:~:'1 r''''~~' 16N 'N::l'...



1
El mundo judío
en los días de Cristo.
La dispersión judía en el Oriente
Entre los medios externos que permitieron la pre...



28 LA PREPARACION PARA EL EVANGEUO
querubines, y que era asimismo Rey en Sión. El Templo era el úni-
co lugar en que un sa...



LA OlSPERSION DE WS JUOlOS 29
vada. y no hacía mucho más de un siglo que un peligro más agudo
que los anteriores había ame...



30 LA PREPARACION PARA EL EVANGELIO
miento externo/ el uso persistente del término indica un sentimien-
to profundo de pes...



HELENISTAS Y HEBREOS 31
esta última con Palestina era tan estrecha que casi parece una con-
tinuidad. En el relato de la g...



32 LA PREPARACION PARA EL EVANGEUO
consideraba que formaba parte de la tierra de Israel. Todos los paí-
ses eran considera...



PREEMINENCIA DE LOS BABILONIOS 33
J.C., el legado romano se abstuvo de provocar su hostilidad (Filón
ad Caj.). Al mismo ti...



34 LA PREPARACION PARA EL EVANGELIO
la pureza del linaje. Nos damos cuenta de la importancia que se
daba a ello en la acci...



LA INFLUENCIA BABlLONICA EN LA TEOLOGIA 35
a partir de entonces pasó a ser el lenguaje de los eruditos y de la Si-
nagoga....



36 LA PREPARACION PARA EL EVANGEUO
comentarios sobre las Escrituras y la predicación. Desde el princi-
pio, la teología ju...



LOS DISPERSADOS EN EL ORIENTE 37
el punto que no sólo hicieron sombra a las de Palestina sino que fi-
nalmente heredaron s...



38 LA PREPARACION PARA EL EVANGEUO
mientras que en la rúbrica para el Día de la Expiación hemos no-
tado que el vestido qu...



LAS TRIBUS PERDIDAS 39
de sus localizaciones no pueden ser identificadas con certeza.32
Sólo
hay acuerdo en que se dirigie...



40 LA PREPARACION PARA EL EYANGEUO
das.37
Una mezcla así -y su desaparición ulterior- en las naciones
gentiles parece que ...



II
La dispersión judía en el Oeste.
Los helenistas.
Origen de la literatura helenista
en la traducción griega
de la Biblia...



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    • Gracias, todo de Jesucristo, mi alma lo anhela ardientemente
        







    La vida y los tiempos de Jesus el Mesias


    1. 1.
      LA VIDA Y
      LOS TIEMPOS
      DE JEsUs
      EL MEslAs
      Tomo I


    2. 2.

      Alfred Edersheim
      LA VIDA Y
      LOS TIEMPOS
      DE JESUS
      EL MESIAS
      Tomo I


    3. 3.

      LibrosCUE
      Oalvani. 113
      08224 TERRASSA (Barcelona)
      LA VIDA Y LOS TIEMPOS DE JESUS EL MESIAS -Tomo 1
      THE LIFE AND TIMES OF JESUS THE MESSIAH
      Versión española por Xavier Vila
      Depósito Legal: B. 24.722 - 1988
      IsBN 84-7645-242-X Obra completa
      ISBN 84-7645-243-8 Tomo I
      Irnreso en los Talleres Gráficos de la M.C.E. Horeb,
      E. . nD
      265 S.O. - Polígono Industrial Can Trias.
      calles 5 y 8 - VILADECAVALLS (Barcelona)
      PrifÚed in Spain


    4. 4.

      CONTENIDO
      DEL PRIMER TOMO
      Prólogo de la edición española... ... .
      Prólogo de la primera edición inglesa .
      Prefacio a la segunda y tercera ediciones inglesas
      Lista de Abreviaciones ... ... ... ... ... ... ...
      LmROI
      INTRODUCTORIO.
      LA PREPARACIÓN PARA EL EVANGELIO:
      EL MUNDO JUDÍO EN LOS DÍAS DE CRISTO
      5
      7
      15
      19
      l. El mundo judío en los días de Cristo. La dispersión judía en el oriente. ... 27
      n. La dispersión judía en el Oeste. Los helenistas. Origen de la literatura
      helenista en la traducción griega de la Biblia. Carácter de la Septuaginta. 41
      ID. La antigua fe preparando la nueva. Desarrollo de la teología helenista:
      los Apócrifos, Aristeas, Aristóbulos y los Escritos Pseudoepigráficos 57
      IV. Filón de Alejandría, los rabinos y los Evangelios. Desarrollo final del
      Helenismo en su relación con el Rabinismo y con el Evangelio según
      San Juan ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 67
      V. Alejandría y Roma. Las comunidades judías en las capitales de la
      civilización occidental. ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 85
      VI.. Vida política y religiosa de los judíos de la dispersión en el Occidente.
      Su unión en la gran esperanza del Libertador futuro. 101
      VIT. En Palestina. Judíos y gentiles en la "tierra". Sus relaciones y sentimientos
      mutuos. "El muro de separación". ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 113
      VID. Tradicionalismo: su origen, carácter y literatura. La Mishnah y el Talmud.
      El Evangelio de Cristo. La aurora de un nuevo día.... ... ... ... ...... 123


    5. 5.

      LmROII
      DESDE EL PESEBRE DE BELÉN
      AL BAUTISMO EN EL JORDÁN
      l. En Jerusalén cuando reinaba Herodes. ... o., ••• ••• o" ••• 143
      n. La historia personal de Herodes. Los dos mundos de Jerusalén '" 155
      m. La anunciación de San Juan Bautista. ... ... ... ... ... ... ... 167
      IV. La anunciación de Jesús el Mesías y el nacimiento de su Precursor. 179
      V. ¿Qué Mesías esperaban los judíos? '" .., ... ... ... ... 197
      VI. La Natividad de Jesús el Mesías. ... ... o.. ••• ••• oo' 219
      VII. La purificación de la Virgen y la presentación en el Templo. 231
      VID. La visita y homenaje de los Magos y la huída a Egipto. 243
      IX. La vida del niño en Nazaret. . . . . . . . . . . o o '" ••• ... ... 259
      X. En la casa de su Padre Celestial y en el hogar del padre terrenal.
      El Templo de Jerusalén. Elretiro en Nazaret. ... . . . . . . o o . . . . 77
      XI. En el año quince de Tiberio César y bajo el pontificado de Anás y Caifás.
      Una voz en el desierto. oo. '" oo' oo, ••• oo' ... 299
      XII. El bautismo de Jesús: su significado más elevado. oo' oo, oo' oo' oo. .oo 321
      LIBRO 111
      EL ASCENSO:
      DEL RÍO JORDÁN AL MONTE
      DE LA TRANSFIGURACIÓN
      1. La tentación de Jesús. ... '" oo' ••• oo, .. , '" ... .oo .oo '" oo. ••• 337
      n. La delegación de Jerusalén. Las tres sectas de los fariseos, saduceosy
      esenios. Examen de sus doctrinas distintivas. oo' ... oo' .oo 'oo ... ... 355
      m. El doble testimonio de Juan. El primer sábado del ministerio de Jesús.
      El primer domingo. Los primeros discípulos. ... ... ... oo' oo, 383
      IV. Las bodas de Caná de Galilea. El milagro que es "una señal". ..: ...oo. 399
      V. La purificación del Templo. La "señal" que no es una "señal". oo . . . . . oo 413
      VI. El Maestro venido de Dios y el maestro de Jerusalén. Jesús y Nicodemo. 427
      vn. En Ju~ea ya trav~s d; Samaría ~ bosquejo de la historia yteolog,ía
      samantanas. Los Judlos y samarItanos. oo. oo' ... ... • oo .oo ...;' .oo 441
      VID. Jesús en el pozo de Sicar. '" ... ... ... .oo oo' 'oo oo' ... '" oo' 455
      IX. La segunda visita a Caná. Cura del hijo "del noble" en Capemaum. 73
      - X. La Sinagoga de Nazaret. La Sinagoga: culto y disposiciones. '" ... 481
      XI. El primer ministerio de Galilea. .. .. . oo • '" • oo 503
      'XII. En la fiesta "desconocida" en Jerusalén y junto al estanque de Betesda ... 513
      xm. Junto al mar de Galilea. La llamada fmal a los primeros discípulos yla
      pesca milagrosa. .oo.oooo. 525
      XIV. Un sábado en Capemaum. ... ... .oo ... ... oo' '" ... ... 'oo '" ... 531


    6. 6.

      825
      543
      751
      801
      815
      773
      785
      793
      711
      731
      741
      635
      655
      663
      627
      561
      579
      597
      607
      617 1
      673
      691
      Segundo viaje por Galilea. La curación del leproso. ..
      El regreso a Capernaum. Sobre el perdón de los pecados. La curación del
      paralítico. ... ... oo. .oo ... .., ... oo' ... ... ... ... ... ... .., ... 553
      Vocación de Mateo. El Salvador recibe a los pecadores. La Teología·rabínica
      respecto a la doctrina del perd6n, en contraste con el Evangelio de Cristo.
      Vocación de los doce apóstoles. ...oo. '" ... ... ... ... ...
      El Sem6n del Monte. El Reino de Cristo y la enseñanza rabínica. ..,
      El regreso a Capemaum. La curaci6n del siervo del centuri6n. ... ..,
      El joven de Naín, resucitado. El encuentro de la vida con la muerte.
      La mujer que, era pecadora. oo............................
      El ministerio de amor, la blasfemia del odio y la equivocaci6n del afecto
      terrenal. El retorno a Capernaum. La cura del mundo demonizado.
      Acusaci6n farisaica contra Cristo. La visita de la madre y hermanos
      de Cristo '" oo Oo' oo' oo' oo..oo ,
      Nueva enseñanza en "parábolas". Las parábolas al pueblo junto al lago de
      Galilea y a los discípulos de Capemaum.
      Cristo calma la tempestad en ellago de Galilea. ...oo..oo...oo....
      En Gadara. La curación de los endemoniados. ... ... ... ... .oo .., ...
      La curaci6n de la mujer. La apariencia personal de Cristo. La resurrecci6n
      de la hija de Jairo. 'oo oo. ... Oo' . . . . . . Oo, .oo oo. ... .oo .oo ...
      Segunda visita a Nazaret. La misi6n de los Doce. oo. oo. ... ... ...
      La historia de Juan el Bautista, desde su último testimonio sobre Jesús
      hasta su decapitaci6n en la cárcel. ... ." oo. oo. '
      La milagrosa alimentaci6n de los cinco mil. oo.... •.. ... ... ... ...
      La noche de milagros en el lago de Genezaret. oo. oo. ... ... oo. oo.
      Los reparos de los fariseos referentes a la purificaci6n, y la enseñanza del
      Señor respecto a la pureza. Las Tradiciones sobre el "lavamiento de
      manos" y los "votos". oo.... 'oo ....oo oo. oo' ... '" ....oo .oo
      La gran crisis en el sentimiento popular. Los últimos discursos en la
      Sinagoga de Capernaum. Cristo, el pan de vida. "¿Queréis vosotros
      iros también?". oo............................
      Jesús y la mujer sirofenicia. oo. .•• oo' ... oo. ... Oo. ••• .oo .oo
      Un grupo de milagros entre una población semipagana. ... ... ...
      Las dos controversias sobre el sábado. Los discípulos arrancan espigas de
      trigo. Curaci6n del hombre con la mano seca. ... oo. oo, oo' ... .oo oo.
      La alimentaci6n de los cuatro mil. A Dalmanuta. La señal del cielo. Viaje
      a Cesarea de Filipo. ¿Qué es la levadura de los fariseos y saduceos?
      La gran confesi6n. La gran comisión. La gran instrucci6n. La gran
      tentaci6n. La gran decisi6n. ......oo..oo... ... ... ...
      XXIX.
      XXX.
      XXXI.
      XV.
      XVI.
      XXIV.
      XXV.
      XXVI.
      XVII.
      XXIII.
      XVIII.
      XIX.
      XX.
      XXI.
      XXII.
      XXXII.
      XXXIII.
      XXXIV.
      XXXV.
      XXXVI.
      XXVII.
      XXVIII.
      XXXVII.


    7. 7.

      PREFACIO
      A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
      La publicación de esta magna obra sobre la vida de Cristo es la
      realización de un deseo surgido en nuestros años de seminario en
      Inglaterra, donde conocimos por primera vez la obra de Edersheim.
      Nos admiró no solamente su extensa erudición, sino la profundidad de
      su conocimiento sobre cualquier tema expuesto.
      Edersheim no se limita solamente a hacer un comentario de la vida
      de Cristo, aunque su obra es uno de los mejores comentarios que
      conocemos, sino que examina todos los puntos de vista y los hechos
      pertenecientesa la viday enseñanzas de Cristo, bajo el riguroso método
      de la investigación histórica. Reconstruye cuidadosamente y en todos
      sus detalles, la vida y enseñanzas de Jesús en relación a los lugares,
      sociedad, vida del pueblo y a la luz de su desarrollo religioso e
      intelectual. De especial interés son sus detalladas exposiciones de los
      escritos y enseñanzas rabfnicas.
      El método seguido por Edersheim es de su interés especial. Par-
      tiendo de sus comienzos traza el desarrollo de las creencias y pensam-
      iento religioso de losjudfos, hasta los extremos del tradicionalismo que
      expulsaron al Cristo de los Evangelios de tal sistema. Los Evangelios
      se actualizan a la luz de una profusión y riqueza de detalles de la vida
      judfa que iluminan la vida de Cristo y sus enseñanzas.
      Los apéndices son de una riqueza tal, y las notas marginales tan
      apropiadas y esclarecedoras, que decidimos publicar la obra tal como
      Edershedim la escribió, apesarde queen muchos casossu valorestriba
      en los detalles que ofrece a investigaciones de los eruditos.
      No hay otra obra donde se nos presente la vida de Cristo en una
      imagen total y bien delineada, y donde su significado para los hombres
      de todos los tiempos tenga mayor fuerza y claridad. Es una vida de
      Cristo escrita en el tiempo, pero con una proyección clara hacia la
      eternidad. Su valor y su importancia es perenne.
      DAVlDVlLA
      Editorial eLlE


    8. 8.

      Los autores citados a lo largo de la presente obra
      figuran en relación alfabética
      al final del segundo tomo.


    9. 9.

      PRÓLOGO
      DE LA PRIMERA EDICIÓN
      Al presentar estos volúmenes al lector, debo ofrecer una explica-
      ción, aunque en d fondo espero que no haya una necesidad absolu-
      ta de ella. El título de este libro no debe entenderse que implica
      pretensión alguna por mi parte de escribir una «Vida de Cristo» en
      el sentido estricto. En todo caso, no existen los materiales para una
      obra así. Es evidente que los evangelistas no tuvieron la intención
      de dar un testimonio completo ni aun de los acontecimientos exter-
      nos de esta historia; mucho menos pensaban abarcar la esfera o
      sondear las profundidades de la Vida de Aquel a quien nos presen-
      tan como el Hombre-Dios y el eterno Hijo del Padre Eterno. En vez
      de ello, los cuatro Evangelios deben ser considerados como cuatro
      aspectos diferentes en que los evangelistas contemplan al Jesús de
      Nazaret histórico como el cumplimiento de la promesa divina an-
      tigua, el Mesías de Israel y el Salvador del hombre, y le presentan
      al mundo judío y al gentil para que le reqmozcan como el enviaslo
      de Dios, el que revela al Padre y que era El mismo el camino a El,
      la Verdad y la Vida. Y este modo de ver los relatos de los evange-
      listas subraya la representación figurativa del evangelista en el sim-
      bolismo cristiano.1
      Al hacer constar el significado que doy al título, ya he indicado
      mi propio punto de vista en este libro. Pero, en otro aspecto, deseo
      dar fe de que no he tomado ningún punto de vista dogmático pre-
      determinado al comienzo de mis investigaciones. Deseo escribir, no.
      con un propósito definido, ni aun el de la defensa de la fe, sino más
      bien dejar que este propósito vaya surgiendo del libro, según ha de
      resultar del curso de un estudio independiente, en el que los argu-
      mentos de las dos partes son sopesados y los hechos discernidos de
      modo imparcial. De esta manera espero alcanzar mejor lo que ha
      l. Compárese la presentación histórica de estos símbolos en Zahn. Forsch. z.
      Gesch. d. Neu-Test. Kanons. ii.


    10. 10.

      8 PROLOGO DE LA PRIMERA EDICrON
      de ser el objetivo de toda investigación, pero de modo especial en
      el caso presente: el discernir la verdad, prescindiendo de toda con-
      secuencia. Y, de este modo, espero ser útil a otros, al ir, como si di-
      jéramos, delante de ellos en el camino que deben seguir en su bús-
      queda, y apartar los obstáculos y estorbos que puedan aparecer. Y
      por ello espero, con sinceridad y confianza, y en esta forma, poder
      pedirles que me sigan, señalándoles la altura a la cual deben con-
      ducir estas pesquisas. Sé, ciertamente, que hay algo más allá y
      aparte de esto, a saber, el sentimiento de reposo en esta altura, y la
      perspectiva feliz desde la misma. Pero no se halla al alcance de nin-
      gún hombre el dar esto a otro, ni se consigue por el camino del es-
      tudio, por sincero y cuidadoso que sea; implica y depende de la
      existencia de un estado subjetivo que se obtiene sólo por la direc-
      ción que da a nuestra búsqueda el verdadero ó011YÓ; (Juan 16: 13).
      Esta afirmación con respecto al objeto general a la vista expli-
      cará el curso seguido en estas averiguaciones. Ante todo, este libro
      ha de ser un estudio de la Vida de Jesús el Mesías, reteniendo la de-
      signación general, que es la que más transmite a los otros el tema
      a tratar.
      Pero, en segundo lugar, y como Jesús de Nazaret era judío, ha-
      blaba a los judíos y se movía entre ellos, en Palestina, y en un pe-
      ríodo definido de su historia, era absolutamente necesario ver esta
      vida y enseñanza en el ambiente de lugar, sociedad, vida popular y
      desarrollo intelectual y religioso. Esto tenía que formar no sólo el
      marco en que colocar el retrato de Cristo, sino el mismo fondo del
      retrato. Es, sin duda, muy cierto que Cristo no sólo habló a los ju-
      díos, a Palestina y a aquellos tiempos, sino a todos los hombres y
      a todos los tiempos, y de ello nos da evidencia la historia. Con todo,
      habló primero y de modo directo a los judíos, y sus palabras tienen
      que haber sido inteligibles para ellos; su enseñanza ha de haberse
      apoyado y ascendido a partir de su clima intelectual y religioso,
      aunque haya extendido su horizonte de modo infinito para que, en
      su plena aplicación, sea tan ancha como los extremos de la tierra y
      del tiempo. Es más, para explicar el modo de proceder de los líde-
      res religiosos de Israel, desde el principio, hacia Jesús, me pareció
      también necesario seguir el desarrollo histórico del pensamiento y
      creencias religiosas, que abocó en aquel sistema de Tradicionalismo
      que, por una necesidad interna, era antagónico de modo irreconci-
      liable al Cristo de los Evangelios.
      Por otra parte, un retrato pleno de la vida, sociedad y modos de
      pensar judíos se hacía en extremo conveniente por otras razones.
      Nos proporciona a la vez una justificación y una ilustración de los
      relatos evangélicos. Una justificación porque, en la medida en que
      nos trasladamos a aquellos tiempos, nos damos cuenta de que los
      Evangelios nos presentan una escena real, histórica; que los hom-
      bres y las circunstancias a los cuales se nos introduce son reales: no


    11. 11.

      PROLOGO DE LA PRIMERA EDICION o
      un cuadro de fantasía, sino que tal como los conocemos y recono-
      cemos ahora, podríamos esperar que nos hablaran y obraran. Ade-
      más, así nos haremos cargo de modo vívido de otro aspecto de las
      palabras de Cristo, de suma importancia. Veremos que su forma es
      totalmente la de aquellos tiempos, su molde judaico, mientras que
      junto a esta semejanza de forma, no sólo hay diferencia esencial
      sino aun una contrariedad absoluta en la sustancia y en el espíritu.
      Jesús habló en la forma auténtíca en que un judío habría hablado
      a los judíos, pero no decía lo mismo que ellos; no, ni aun como ha-
      bían hablado sus maestros mejores y más elevados. Y esta contra-
      dicción de espíritu que manifiesta similaridad de forma es, a mi
      modo de ver, una de las evidencias más fuertes en favor de las pre-
      tensiones de Cristo, puesto que hace surgir una cuestión de la má-
      xima importancia, a saber: ¿de dónde este maestro de Nazaret -o
      si se quiere, este hijo de un humilde carpintero en un lugarejo re-
      moto de Galilea- había sacado su inspiración? Y el establecer esto
      de modo claro ha sido el primer objetivo de las citas rabínicas de-
      talladas de este libro. .
      Pero el objetivo ulterior, aparte de esta justificación, ha sido la
      ilustración de los relatos de los Evangelios. Aun el lector general se
      da cuenta de que para entender la historia del Evangelio es necesa-
      rio tener algún conocimiento de la vida y la sociedad judías de
      aquel tiempo. Los que han consultado las obras de Lightfoot,
      Schottgen, Meuschen, Wetstein y Wünsche, o incluso los extractos
      que de ellas se presentan en los Comentarios, saben que de sus re-
      ferencias a la vida y hechos judaicos en general se saca mucho pro-
      vecho. Y, con todo, a pesar de la ingente diligencia y conocimientos
      de estos escritores, hay serias desventajas en su uso. Algunas veces
      las referencias no son exactas críticamente, otras se derivan de
      obras que no deberían haberse presentado como evidencia; de vez
      en cuando, o bien la presentación, o la aplicación que se hace sepa-
      rada de su contexto, no es de confianza. Y todavía es una objeción
      más seria el que estas citas, con bastante frecuencia, son unilatera-
      les; pero, principalmente, el inconveniente es que, quizá por el mis-
      mo hecho de ser meras ilustraciones a versículos específicos de los
      Evangelios, no presentan un cuadro conexo y pleno. Y, con todo, es
      esto lo que a menudo da la iluminación más varia y bienvenida a
      los relatos de los Evangelios. En realidad, conocemos no sólo a los
      principales personajes en la Iglesia y el Estado en la Palestina de
      aquellos tiempos, sus ideas, enseñanzas, actividades y objetivos; el
      estado de los partidos; el carácter de la opinión popular; los prover-
      bios, las costumbres, la vida cotidiana del país, sino que, en la ima-
      ginación, podemos entrar en sus viviendas, asociarnos con ellos en
      el trato familiar, o seguirlos al Templo, a la Sinagoga, a la Acade-
      mia, al mercado y al obrador. Sabemos qué vestidos llevaban, qué
      platos comían, qué vinos bebían, lo que producían y lo que impor-


    12. 12.

      10 PROLOGO DE LA PRIMERA EDlCION
      taban; incluso el coste de los artículos de comida y bebida, el precio
      de sus casas y enseres; en resumen, todo detalle que pueda dar vi-
      veza a una descripción de la vida como era entonces.
      Todo esto es tan importante para la comprensión de la historia
      del Evangelio, que espero justifique la plenitud de detalle arqueo-
      lógico de este libro. Y, con todo, he usado sólo una porción de los
      materiales que he recolectado para este propósito. Y aquí debo (;on-
      fesar francamente, como otra razón para lo copioso de los detalles,
      que últimamente se han hecho multitud de afirmaciones erróneas
      sobre el tema, y esto incluso en puntos elementales. Apoyados por
      medio de referencias a las labores de escritores alemanes verdade-
      ramente eruditos, a veces se han presentado con tal confianza, que
      ha sido una necesidad imponerse el deber de examinarlos con cui-
      dado y someterlos a prueba. Pero esto se ha hecho del modo más
      breve posible y, principalmente, al principio de la obra.
      Hay otra explicación que parece necesaria en relación con este
      punto. Al describir el Tradicionalismo en los tiempos de Cristo, es
      posible que, sin la menor intención por mi parte, haya herido los
      sentimientos de algunos que se mantienen adheridos, si no a la fe,
      por lo menos a lo que ahora representa la antigua Sinagoga. Pero
      quisiera reclamar que se admita mi imparcialidad. Tengo la obliga-
      ción de presentar lo que creo son los hechos, y no puedo ni disimu-
      larlos ni esconderlos, puesto que la misma esencia de mi argumen-
      tación es presentar a Cristo como en contacto y en contraste con el
      Tradicionalismo judío. Ningún judío occidental educado, en estos
      días, puede considerar que ocupa la posición exacta del Tradiciona-
      lismo rabínico. Algunos seleccionan partes del sistema; otros lo ex-
      plican, alegorizan o modifican; pero muchos, en su corazón -y a
      veces abiertamente-, lo repudian globalmente. Y aquí, ciertamen-
      te, no tengo necesidad de rebatir o desmentir las falsedades viles so-
      bre los judíos que últimamente, y de modo extraño, han surgido y
      sido puestas en circulación por la ignorancia, la codicia y el odio fa-
      nático. Pero quisiera ir más adelante y afirmar que, con referencia
      a Jesús de Nazaret, no hay un israelita educado hoy que se identi-
      fique con los líderes religiosos de su pueblo de hace dieciocho si-
      glos. Y ¿no es este desentenderse de aquel Tradicionalismo, que no
      sólo explica el rechazo de Jesús, sino que es la raison d'etre lógica
      de la Sinagoga, también la condenación del mismo?
      Ya sé que desde este estado negativo hay un paso muy grande
      para llegar al positivo de la recepción del Evangelio, y que muchos
      continúan en la Sinagoga porque no están tan convencidos de lo
      otro como para profesarlo verdaderamente. Y quizá los medios que
      hemos adoptado para presentarlo no siempre han sido los más pru-
      dentes y sabios. La mera apelación al cumplimiento literal de cier-
      tos pasajes proféticos del Antiguo Testamento no sólo lleva princi-
      palmente a discusiones críticas, sino que deja todo el caso para que


    13. 13.

      PROLOGO DE LA PRIMERA EDICION 11
      se decida en lo que, después de todo, es una línea secundaria de ar-
      gumentación. En las profecías del Nuevo Testamento no se hace
      que las profecías señalen los hechos, sino que los hechos señalen las
      profecías. El Nuevo Testamento presenta el cumplimiento de toda
      profecía, más bien que de profecías, y las predicciones individuales
      sirven como señales de los hechos grandes y destacados que marcan
      las encrucijadas de los caminos. Y aquí, según me parece, estamos
      de acuerdo con la antigua Sinagoga. Como prueba, quisiera llamar
      la atención al Apéndice IX, que da una lista de todos los pasajes del
      Antiguo Testamento aplicados mesiánicamente en los escritos ju-
      díos. Tanto ellos como nosotros apelamos a todas las Escrituras, a
      toda la profecía, como fuente en que hallamos la realidad del Me-
      sías. Pero nosotros apelamos, además, a toda la tendencia y nueva
      dirección que el Evangelio presenta en oposición a la del Tradicio-
      nalismo, a la nueva revelación del Padre, a la nueva hermandad del
      hombre, y a la satisfacción de las necesidades más profundas del
      corazón, que Cristo ha traído -en resumen, a los elementos escri-
      turales y espirituales-, y preguntamos si todo esto podría haber
      sido el resultado y fruto del hijo de un carpintero de Nazaret que
      vivió en un tiempo y un ambiente que conocemos tan bien.
      Al procurar reproducir en detalle la vida, opiniones y enseñan-
      zas de los contemporáneos de Cristo, nos hemos dirigido también
      en gran medid,a a lo que era el tercer objetivo especial a la vista en
      esta historia. Este consistía en desbrozar el camino de dificultades;
      en otras palabras, responder a las objeciones que puedan presentar-
      se a los relatos de los Evangelios. Y esto, por lo que se refiere a prin-
      cipios, no detalles y menudencias, que no van a preocupar al lector
      sosegado y reflexivo; al margen, también, de cualquier tontería de
      inspiración que se quiera proponer, y por tanto de los intentos ar-
      monizantes o afines que se quieran hacer. Hablando en general, los
      ataques a los relatos del Evangelio se pueden agrupar bajo estos
      tres grupos: que pueden significar un fraude intencional por parte
      de los escritores, y una imposición en los lectores; o segundo, se
      puede buscar una explicación racionalista de los mismos, mostran-
      do que lo que originalmente había sido bien simple y natural fue
      entendido mal por ignorancia, o tergiversado por la superstición; y,
      en tercer lugar, pueden considerarse como el resultado de ideas y
      expectativas de entonces, que, puestas juntas alrededor del querido
      Maestro de Nazaret, por así decirlo, hallaron cuerpo en leyendas
      que se agruparon alrededor de la persona y vida de aquel que era
      considerado como el Mesías... Y esto sería suficiente para explicar
      la predicación de los apóstoles, el testimonio de su vida, su muerte
      como mártires, la Iglesia, el curso que ha seguido la historia, así
      como las esperanzas y experiencias más caras de la vida cristiana.
      De Jos tres tipos de criticismo indicados, sólo tiene importancia
      el tercero, que ha sido designado de modo general como la teoría


    14. 14.

      12 PROLOGO DE LA PRIMERA EDICION
      mítica. La teoría del fraude -como admite incluso Strauss- es psi-
      cológicamente tan incompatible con los hechos admitidos referen-
      tes a los primeros discípulos y la Iglesia, e impone tal violencia a
      los requerimientos básicos de la investigación histórica, que, por lo
      menos para mí, resulta difícil comprender cómo ningún estudio se-
      rio y reflexivo pueda ser ganado por objeciones que con frecuencia
      no son más que una apelación a lo vulgar que hay en nosotros, in-
      telectual y moralmente. Porque, para adoptar el modo de ver histó-
      rico de la cuestión, incluso si se hicieran todas las concesiones al
      criticismo negativo, quedaría todavía bastante en los documen-
      tos cristianos para establecer un CO/lsenso de creencia primitiva res-
      pecto a todos los grandes hechos de la historia del Evangelio, so-
      bre la que se basó históricamente la predicación de los apóstoles y
      la Iglesia primitiva. Y con este consenso, por lo menos, y su re-
      sultado práctico, la investigación histórica tiene que contar. Y aquí
      puedo dejarlo, indicando la importancia infinita, por lo que se
      refiere al mismo fundamento de nuestra fe, que se adhiere a la
      Iglesia histórica; verdaderamente, también en el hecho de que es
      EKKA.:'l{J'la efOV ¿:Wy-roS'. crl'tJAOS' Kal i61'alOíJ,aa (colul1lna el /lllcrlll1l)
      Ti:¡; aA.'18ElaS'l(1a Iglesia del Dios vivo, columna y sostén de la verdad).
      Por lo que se refiere a la segunda clase de interpretación -la ra-
      cionalista- es, en conjunto, tan superficial, fugaz e irreal que sólo
      puede ser considerada como una fase pasajera de intentos volubles
      de poner a un lado dificultades intelectuales.
      Pero el tercer modo de explicación, designado comúnmente
      como el mítico, aunque no siempre con justicia, merece y exige la
      consideración seria del estudioso de la historia, y, en todo caso, que
      sea presentado de modo sobrio. Por fortuna, también es el que,
      dada su naturaleza, es más capaz de ser sometido a la prueba del
      examen histórico. Porque, como se ha indicado previamente, posee-
      mos abundantes materiales para discernir el estado del pensamien-
      to, las ideas, creencias y expectativas al tiempo de Cristo y de los
      apóstoles. Y a este aspecto de las objeciones a los Evangelios se ha
      dirigido la línea principal de argumentación de este libro. Porque si
      el análisis histórico que se intenta aquí tiene alguna fuerza lógica,
      lleva a esta conclusión: que Jesucristo era, tanto en la dirección
      fundamental de su enseñanza y obras, como en sus detalles, antit~­
      tico a la Sinagoga en su doctrina, práctica y expectativas.
      Pero, incluso así, todos consideramos que queda aún una dificul-
      tad. Es la que se refiere a sus milagros, o mejor, lo milagroso, pues-
      to que la designación y la dificultad a que apunta no se debe limitar
      a los fenómenos externos y tangibles. Pero aquí, me atrevería a de-
      cir, se halla también su solución, por lo menos en cuanto ésta es po-
      sible, puesto que la dificultad en sí, lo milagroso, pertenece por la
      misma esencia a nuestras ideas sobre lo divino, y por tanto es una
      de las condiciones de ello; por lo menos en todas las religiones cuyo


    15. 15.

      PROLOOO DE LA PRIMERA EDICION 13
      origen no se halla dentro de nosotros (subjetivo), sino fuera (objeti-
      vo), o, si puedo decirlo, en todas las que dicen ser religiones univer-
      sales (pensamiento católico). Pero, para mí, el valor evidencial de
      los milagros (como se insiste a menudo en estos volúmenes) no se
      halla en lo que podríamos llamar su aspecto meramente sobrenatu-
      ral (permítaseme decirlo), sino en esto: que son manifestaciones de
      lo milagroso, en el más amplio sentido, como el elemento esencial
      en la religión revelada. El valor evidencial principal de los milagros
      no son ellos mismos, sino el hecho de ser ejemplos y pruebas de la
      comunicación directa entre el cielo y la tierra. Y esta comunicación
      directa es, por lo menos, el postulado y primera posición de todas
      las religiones. Todas ellas presentan, al que adora, algún «médium»
      de comunicación personal del cielo a la tierra -algún profeta u
      otro cauce de lo divino-- y algún «médium» para nuestra comuni-
      cación con el cielo. Y éste es el principio fundamental de lo mila-
      groso, como el postulado esencial de todas las religiones que se pro-
      ponen volver a «atar» de nuevo al hombre con Dios. Actúan en el
      doble principio de que la comunicación primero debe venir al hom-
      bre del cielo, y luego, que es esto lo que ocurre. Digamos, quizá, me-
      jor, que todas las religiones giran sobre estos dos grandes factores
      de nuestra experiencia interior: la necesidad sentida por el hombre
      y (si somos criaturas de Dios, como se implica en ello) la expecta-
      tiva sentida por él. Y en la Iglesia cristiana esto no es meramente
      cosa del pasado, ha alcanzado su realidad más plena, y está presen-
      te de modo constante en el revestimiento del Paracleto.
      No obstante, hay que mencionar aún otra parte de la tarea al es-
      cribir este libro. Dada la naturaleza del mismo, un libro así por ne-
      cesidad tiene que haber sido más o menos un Comentario a los
      Evangelios. Pero he procurado seguir el texto de los Evangelios en
      todas partes, y, por separado, considerar cada uno de los pasajes en
      ellos, de modo que, espero, puedo de veras designarlo también
      como un Comentario a los Cuatro Evangelios, aunque no sea de
      modo sistemático. Y aquí se me puede permitir declarar que por
      todas partes he tenido a la vista al lector general, reservando para
      las notas al pie y los Apéndices lo que pueda tener un especial in-
      terés para los estudiosos. Aunque me he valido, y agradezco, de
      toda clase de ayuda crítica a mi alcance -y aquí quizá puedo per-
      mitirme la libertad de señalar el Comentario sobre san Juan del
      profesor Westcott~, he creído justo hacer del texto sagrado objeto
      de un estudio nuevo e independiente. Las conclusiones a que he lle-
      gado las presento con mayor deferencia por el hecho de que, en mi
      posición aislada, no he tenido, al escribir estos volúmenes, la ven-
      taja inestimable del contacto personal, sobre estos temas, con otros
      estudiosos del texto sagrado.
      Sólo me queda añadir unas pocas frases con relación a otros
      asuntos, quizá de más interés para mí mismo que para el lector.


    16. 16.

      PROLOGO DE LA PRIMERA EDIeION
      Durante muchos años había deseado y pensado escribir un libro así.
      Pero la tarea fue en realidad emprendida a requerimiento de los
      editores, de cuya bondad y paciencia debo hacer reconocimiento
      público. Porque el término del original fijado para escribir el libro
      fue de dos o tres años. Me ha llevado siete años de labor continua
      y asidua, y, aun así, creo que, si pudiera, pasaría otros siete años
      para conseguir to<:ar el borde de este tema, y no más. Ni quiero in-
      tentar expresar lo que han sido estos siete años de labor para mí.
      En una casa parroquial remota en el campo, por completo aislado
      de todo intercambio social, y en medio de no pocas tribulaciones, la
      tarea parroquial se ha diversificado y aliviado por las muchas horas
      de labor y estudio diarios, deleitables en sí y por sí. Si había algún
      punto que no veía claro, o requería investigación más prolongada,
      podía dedicar días de labor ininterrumpida a lo que a otros habría
      podido parecer secundario, pero era de capital importancia para
      mí. Y, así, estos siete años transcurrieron sin otra compañía en el
      estudio que mi hija, a quien debo no sólo el Index Rerum, sino mu-
      cho más, especialmente una revisión renovada, en las galeradas, de
      las referencias hechas a lo largo de estos volúmenes. La labor y pa-
      ciencia requerida para esto la verá fácilmente el lector, por más que
      no puedo hacerme ilusiones de que ninguna errata de imprenta ni
      desliz se haya escapado de nuestra corrección.
      y ahora me despido del libro con agradecimiento al Dios todo-
      poderoso por haberme permitido completarlo, con la pena que
      acompaña el término de una tarea querida, pero también con cierta
      incertidumbre no fingida. He procurado hacer el trabajo del modo
      más concienzudo, poniendo en él todo mi esfuerzo, y escribir lo que
      creo es verdad, prescindiendo de las opiniones de otros. Esto en un
      libro así era un deber sagrado y nada más. Pero cuando el estudio,
      por necesidad, tiene que desparramarse por tantos departamentos,
      algunos nuevos, no puedo esperar que el lector me acompañe en
      todo momento, o -lo que es más serio-- no se me haya escapado
      algún error. Mi petición más sincera y profunda a Aquel a cuyo ser-
      vicio he escrito el libro, es que quiera .acep~ar misericordiosamente
      este servicio humilde, y perdonarme lo erróneo y bendecir lo acer-
      tado y verdadero. Y si puedo permitirme introducir algo personal
      en estas líneas finales, de buena gana designaría lo que he escrito
      como una «Apologia pro vita mea» (tanto en su dirección fundamen-
      tal como en la eclesiástica), si realmente se puede llamar una Apo-
      logía a lo que es la confesión de esta íntima convicción de la mente
      y el corazón: «Señor, ¿a quién iremos? ¡Tus palabras son vida eter-
      na! Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de
      Dios.»
      ALFRED EDER5HEIM
      8 Bradmure Ruad. Oxford
      Septiembre 1883


    17. 17.

      PREFACIO
      A LA SEGUNDA Y TERCERA
      EDICIONES INGLESAS
      Al publicarse una tercera edición de este libro, deseo en primer
      lugar hacer constar de nuevo, como la expresión de sentimientos y
      convicciones permanentes, algunos comentarios con que prologué
      la segunda edición, aunque, por fortuna, al presente no son necesa-
      rios con la misma urgencia.
      A los sentimientos de agradecimiento sincero por la bondad con
      que ha sido recibido este libro por todas las ramas de la Iglesia,
      sólo hay añadido un elemento penoso. Aunque estoy bien convenci-
      do de que un lector cuidadoso e imparcial no podría llegar a una
      conclusión así, no obstante se ha sugerido que un ingenio perverso
      podría hacer uso abusivo de ciertas citas o afirmaciones para lo que
      en nuestro modo moderno de hablar se llaman propósitos «antise-
      míticos». Que sea posible adscr~bir pensamientos de este tipo a un
      libro concerniente a Aquel que El mismo era judío; que en su amor
      y compasión derramó lágrimas de amargura sobre la Jerusalén que
      estaba a punto de crucificarle, y cuyas primeras palabras pronun-
      ciadas en la cruz fueron: «Padre, perdónales, porque no saben lo
      que hacen», ha de parecer terriblemente incongruente y doloroso.
      y tampoco es necesario indicar que el amor de Dios, o la compren-
      sión de su obra y misión, debe producir sentimientos muy distintos
      de los mencionados. A mí me es difícil asociar el llamado movi-
      miento antisemita con causa alguna que no sea vil y mezquina: en-
      vidia, celos y codicia, por un lado; y, por otro, ignorancia, prejui-
      cios, fanatismo y racismo. Pero como éstos son tiempos en que es
      necesario hablar de modo que no haya confusiones, aprovecharé la
      oportunidad presente para señalar las razones por que las citas tal-
      múdicas, aunque sean justas, no pueden tener aplicación para pro-
      pósitos antisemitas.


    18. 18.

      16 PREFACIO A LA SEGUNDA YTERCERA EDICIONES INGLESAS
      Primero: Es un error considerar que todo lo que en los escritos
      talmúdicos se refiere a los «gentiles» sea aplicable a los cristianos.
      De quienes se habla es de los «adoradores de ídolos, de estrellas y
      planetas», y de designaciones similares. Que los «paganos» de aque-
      llos días y países debían ser sospechosos de casi cualquier abomi-
      nación, y considerados capaces de cualquier traición o crueldad ha-
      cia Israel, no puede parecer extraño a cualquiera que entienda en
      historia, especialmente cuando la experiencia de tantas y tan terri-
      bles injusticias (que ojalá se hubieran confinado a los paganos y a
      los de aquellos tiempos), como es natural, llevaría a suspicacias y
      aprehensiones mórbidas.
      En segundo lugar: Hemos de recordar los tiempos, la educación
      y el punto de vista general de aquel período comparando con el
      nuestro. Nadie mediría las creencias de los cristianos por ciertas
      afirmaciones de los Padres, ni mediría los principios morales de los
      catolicorromanos por citas salaces de los casuistas; ni tampoco es-
      timaría a los luteranos por los hechos y palabras de los primeros
      sucesores de Lutero, ni a los calvinistas a la luz de la hoguera de
      Servet. En casos así el punto de vista general de los tiempos tiene
      que ser tenido en cuenta. Y ningún judío educado querría compar-
      tir las locuras y supersticiones, ni simpatizar con las sospechas o
      sentimientos hacia los paganos más hostiles y depravados que se
      pueden citar del Talmud.
      En tercer lugar: Los modernos escritores judíos se han pronun-
      ciado una y otra vez en contra de todo esto y de modo absoluto. In-
      cluso sus intentos de explicar, disimulándolas, las citas del Talmud
      -en algunos casos, sin éxito, por lo menos a mi modo de ver-'- pro-
      porciona evidencia de su repudiación presente de tales sentimien-
      tos. Especialmente quisiera referirme a una obra como la del doctor
      Grünebaum: Sittenlehre d. Judenthums, una obra de profundo inte-
      rés, ya que presenta el modo de ver judaico moderno sobre Cristo
      y su enseñanza, en conformidad (aunque sobre una base distinta)
      con algunas de las conclusiones expresadas en este libro, por lo que
      se refiere a ciertos incidentes de la historia de Cristo. Los principios
      expresados por el doctor Grünebaum, y otros escritores, son tales
      que desmienten definitivamente las acusaciones antisemitas. Y
      aunque él y otros, con lealtad apropiada, se esfuerzan en explicar
      ciertas citas talmúdicas, al fin y al cabo admiten que los dichos tal-
      múdicos no son el criterio y la regla de las cosas al presente, incluso
      por lo que se refiere a los paganos; mucho menos a los cristianos,
      a los cuales no se aplican.
      Lo que se ha dicho, al mismo tiempo que descarta totalmente
      todo antisemitismo, sirve también para presentar más claramente
      el argumento que forma la proposición principal de este libro. Aquí
      tenemos el ejemplo más alto. Nadie amaba a Israel de modo tan in-
      tenso, incluso hasta la muerte, como Jesús de Nazaret; nadie de-


    19. 19.

      PREFACIO A LA SEGUNDA Y TERCERA EDICIONES INGLESAS 17
      nunció de modo más cáustico como Él el Tradicionalismo judío, en
      todas sus ramas y representantes. Es con el Tradicionalismo y no
      con los judíos que estamos en controversia. Y aquí no podemos ex-
      cedernos cuando procuramos que sea claro y decidido lo que deci-
      mos. Es posible argumentar, naturalmente, aparte de cuáles sean
      las aplicaciones propuestas, que en cualquier punto considerado se
      pueden aducir opiniones de naturaleza distinta por parte de otros
      rabinos. No es que se intente mostrar que hay unanimidad de ex-
      presión en ningún tema. Porque, realmente, ésta apenas existía en
      un solo punto, ya no en cuestiones de hechos, ni aun, con frecuen-
      cia, en cuestiones halákhicas. Y esto también caracteriza al Rabi-
      nismo. Pero hay que recordar que estamos tratando aquí con el
      mismo libro de texto del Tradicionalismo sagrado y divino, la base
      y sustancia del Rabinismo, para la que se reclama una autoridad
      ilimitada y una sumisión absoluta: por lo que toda afirmación con-
      tenida en sus páginas, incluso si se puede aducir un punto de vista
      diferente, tiene carácter de autoridad y representativo. Y esto se
      hace más evidente por el hecho de que las mismas afirmaciones se
      repiten con frecuencia en otros documentos, además de los puntos
      en que se hicieron originalmente, y que se apoyan también en otras
      afirmaciones afines y paralelas en espíritu.
      En realidad, mi objetivo en todo punto ha sido presentar, no
      esta o aquella afirmación o aspecto aislado del Rabinismo, sino su
      enseñanza y tendencia general. Al hacerlo, sin embargo, a propósito
      dejé a un lado ciertos pasajes que, aunque podrían haber mostrado
      de modo pleno alguna de las tristes y extrañas exageraciones y ex-
      centricidades a las que podía ir a parar el Rabinismo, habrían im-
      plicado una cita innecesaria de lo que no sólo es penoso en sí mis-
      mo, sino que podría presentarse como utilizable por los enemigos
      de Israel. He procurado evitar, sinceramente, las dos cosas. y al
      lado de estas exageraciones hay mucho en los escritos y vida judai-
      cos --el resultado de la formación en el Antiguo Testamento- que
      es en alto grado noble y conmovedor, especialmente en lo que se re-
      fiere a las virtudes sociales, tales como la pureza, la bondad, la ca-
      ridad y el reconocimiento de Dios en los sufrimientos, así como su
      paciencia en soportar lo difícil y penoso. Por otra parte, es difícil
      creer que incluso las afirmaciones vehementes hechas por partida-
      rios de! otro lado, apoyadas por dichos aislados, con frecuencia sa-
      cados fuera de contexto, y por coincidencias que hay que esperar
      históricamente, puedan llegar a persuadir a los que tienen en cuen-
      ta, o bien las palabras de Cristo, o su historia y la de los apóstoles,
      que este libro no presenta imparcialmente la explicación y la evi-
      dencia de que e! Cristianismo y su origen son el cumplimiento del
      Antiguo Testamento, y que el Tradicionalismo es el desarrollo ex-
      ternalizado de la letra del mismo. De hecho, el estudioso atento de
      la historia observará que una protesta similar contra la letra simple


    20. 20.

      "" PRBPACIO A LA SEGUNDA YTERCERA EDICIONES INGLESAS
      .h.n.tras el alejandrismo y Filón, aunque en éstos desde el lado
      detl. razón y apologéticamente, mientras que en el Nuevo Testa-
      mento desde el aspecto de la vida espiritual y con miras a su plena
      pre.entación.
      Todo esto parecía necesario a modo de explicación, a pesar de
      que "le ha escrito a regañadientes porque se acerca a la controver-
      ••. Bl breve intervalo entre la primera y la segunda edición hizo
      ~Ible solamente una revisión superficial, como se indicó. Para la
      edictón presente se ha revisado toda la obra, con objeto de eliminar
      de l•• numerosas referencias marginales talmúdicas todos los erro-
      .... de impresión observados. En el texto y las notas también se han
      corregido algunas erratas y se han añadido algunas notas, en tanto
      que se han eliminado algunas referencias y añadido otras. Estas
      notas proporcionarán evidencia de que la literatura del tema, que
      ha aparecido desde la primera impresión, no se ha descuidado, si
      bien no se ha creído necesario engrosar la «Lista de Autoridades»
      con los nombres de los libros y autores recientes. La vida está de-
      masiado ocupada y es demasiado breve para estar constantemente
      regresando a los propios pasos. Ni tampoco sería provechoso hacer-
      lo. El producto de nuevas lecturas y estudio dará como resultado
      nuevas labores, Deo volente, que vendrán tras las ya completadas.
      Puede haber también oportunidad para la discusión de algunas
      cuestiones que ciertamente no se han pasado por alto, aunque no
      parecía éste el lugar apropiado para ellas, tales como las de la com-
      posición de los escritos apostólicos.
      y así, con gran agradecimiento por el servicio que este libro ya
      ha podido prestar, quisiera ahora ponerlo de nuevo en camino, con
      ésta mi esperanza y deseo más sinceros: que aunque sea en forma
      humilde, pueda ayudar a presentar más clara y plenamente la Vida
      de Aquel que es la Vida de nuestra vida.
      A.E.
      Oxford
      Marzo 1886


    21. 21.

      LISTA DE LAS ABREVIACIONES
      USADAS EN LAS REFERENCIAS
      A LOS ESCRITOS RABÍNICOS UTILIZADOS EN ESTA OBRA
      La Mishnah se usa siempre citándola según el tratado, capítulo (Pereq)
      y párrafo (Mishnah), el capítulo marcado en números romanos, y el párrafo
      .en números corrientes o arábigos. Así, Ber. ii. 4 significa el Tratado Mish-
      nico Berakhoth, capítulo segundo, párrafo cuarto.
      El Talmud de Jerusalén se distingue por la abreviación Jer. delante del
      nombre del Tratado. Así, Jer. Ber. es la Jer. Gemara, o Talmud, del Tratado
      Berakhoth. La edición de la cual se hacen las citas es la usada comúnmen-
      te, Krotoschin, 1866, 1 vol. fol. Las citas se hacen o bien por capítulos y pá-
      rrafos (Jer. Ber. ii. 4), o, en estos volúmenes, principalmente por la página
      y la columna. Hay que notar que en los escritos rabínicos cada página es
      realmente doble, distinguiéndose, respectivamente, como a y b; siendo a la
      de la izquierda del lector, y b su anverso, o sea, cuando se da vuelta a la
      página, la que queda a la mano derecha del lector. Pero en la Gemara de
      Jerusalén (yen el Yalkut [ver más abajo], como en todas las obras en que
      se mencionan la página y la columna [coL]), la cita, con frecuencia -en
      estos volúmenes casi siempre-, se hace por página y columna (habiendo
      dos columnas en cada lado de una página). Así, mientras Jer. Ber. ii. 4 sería
      el capítulo 11. par. 4, la cita correspondiente por página y columna en este
      caso sería Jer. Ber. 4 d; notando que es la cuarta columna en b (del otro
      lado) de la página 4.
      El Babyl. Talmud (Talmud de Babilonia) es en todas sus ediciones nu-
      merado de modo igual, así que la cita hecha se aplica a todas las ediciones.
      Tiene doble página, y se cita con el nombre del Tratado, el número de la
      página, ya o bien b según el referido sea uno u otro lado de la página. Las
      citas se dístinguen de las de la Mishnah por el hecho de que en la Mishnah
      se emplean números romanos y corrientes (para marcar capítulos y párra-
      fos), mientras que en el Talmud de Babilonia el nombre del Tratado va se-
      guido por un número ordinario, indicando la página, junto con una a o bien
      b, para marcar el lado de la página a que se refiere. Así, Ber. 4 a significa:
      Tratado Berachoth, p. 4, primer lado, o sea lado izquierdo de la página.


    22. 22.

      !JO LISTA DE LAS ABREVIACIONES
      He usado la edición de Viena, pero esto, como ya he explicado, no tiene
      ,tmportancia. Para facilitar la comprobación de los pasajes aludidos he ci-
      tado en muchos casos también las líneas, o bien desde alTiba o desde la
      bale,
      La abre'iación Tos. (Tosephta, additamentum) antes del nombre de un
      TrlltAdu se refiere a las adiciones hechas a la Mishnah después de su redac-
      clún, Ellta n ..dacción data del tercer siglo de nuestra era. El Tos. se extiende
      Múlo a 52 de los tratados de la Mishnah. Están insertados en el Talmud al
      fin de cada Tratado, y están impresos en páginas dobles en cuatro colum-
      nall (l'ol. a ." h en p. a; col. e v den p. h). Son citados generalmente por Pereq
      y Mishnah; así, Tos. Gitt. i. 1, o (más raramente) por página y columna,
      Tus. Gitt. p. J50 a. La ed. luckermandel, cuand.o es citada, se indica de
      modo' especial.
      Auemás, el Tratado Aboth del rabino Nathan (Ab. del R. Nath.) y los
      Tratados más pequeños Sopherim (Sopher.), Semachoth (Semach.), Kallah
      (Kal!. o Chal!.), Derekh Erets (DeL EL), Derekh Erets luta (comúnmente
      Der. Er. S.) ~' Pen:q Shalom (Per. Shal.) son insertados al fin del vol. ix. dd
      Talmud. Están impresos en cuatro columnas (en doble página) y citados
      por Pereq . Mishnah.
      Lus llamados Septem Libri Talmudici par'i Hierosolymitani son publi-
      G1UOS por separado (ed. Raphael Kirchheim, Frcf. 1851). Son los Masse-
      cheth Sepher Torah (Mass. Seph. TaL), Mass. Mezuzah (Mass. Mesus.),
      Mass. Tephillin (Mass. Tephil.), Mass. Tsitsith (Mass. liz.), Mass. Abhadim
      (Mass. Abad.), Mass. Kuthim (Mass. Cuth.), y Mass. Gerim (Mass. GeL). Es-
      tán impresos ~. citados según páginas dobles (a y h).
      A éstos han de ser añadidos los llamados Chesronoth haShas, una colec-
      ción de pasajes expurgados en las ediciones ordinarias de los diversos Tra-
      tados del Talmud. Aquí hemos de terminar, lo que de otro modo asumiría
      proporciones indebidas, con una lista alfabética de las abreviaciones, aun-
      que sólo de los libros principales a que nos hemos referido.
      Ah. Zar.
      Ah.
      Ah. de R. Nat/¡.
      Arakh.
      Bah. K.
      Bah. Mets. [o Mez.]
      El Tratado Talmúdico Ahhodah Zarah, sobre la
      idolatría.
      El Tratado Talmúdico Pirqey Abhoth, dichos
      de los padres.
      El Tratado Abhoth del rabino Nathan, al fin
      del vol. ix, en el Bab. Talm.
      El Tratado Talmúdico Arakhin, sobre la reden-
      ción de personas o cosas consagradas al San-
      tuario.
      El Tratado Talmúdico Babha Qamma «( La pri-
      mera puerta»), el primero de los grandes
      Tratados sobre la Ley Común.
      El Tratado Talmúdico Bahha Metsia «<Puerta
      media»), el segundo.


    23. 23.

      LISTA DE LAS ABREVIACIONES 21
      Bab.B.
      Bechor.
      Bemid R.
      Ber.
      Ber. R.
      Bets. [o Bez.)
      Biccur.
      Chag.
      Chal!.
      Chull.
      Debar R.
      Dem.
      Ech. R.
      Eduy.
      Erub.
      Midr. Esrh.
      Clitt.
      El Tratado Talmúdico Babha Bathra (<<Última
      puerta»), el tercero de los grandes Tratados
      sobre la Ley Común.
      El Tratado Talmúdico Bekhoroth, sobre la con-
      sagración al Santuario de los primogénitos.
      La Midrash o comentario Bemidbar Rabba, so-
      bre Números.
      El Tratado Talmúdico Berakhoth, sobre oracio-
      nes y bendiciones.
      La Midrash o comentario Bereshith Rabba, so-
      bre el Génesis.
      El Tratado Talmúdico Betsah, leyes sobre un
      huevo escondido en sábado y días de ayuno,
      y otros puntos relacionados con la santifica-
      ción en estos días.
      El Tratado Talmúdico Bikkurim, sobre primi-
      cias.
      El Tratado Talmúdico Chagigah, sobre ofren-
      das festivas en las tres grandes Fiestas.
      El Tratado Talmúdico Challah, sobre la prime-
      ra masa (Números 15:17).
      El Tratado Talmúdico Chullin, la rúbrica sobre
      el modo de matar carne y temas afines.
      La Midrash Debharim Rabba, sobre Deuterono-
      mio.
      El Tratado Talmúdico Demai, referente a fru-
      tos sobre cuyo diezmo no hay certeza.
      La Midrash Ekhah Rabbathi, sobre lamenta-
      ciones (citado también como Mid. sobre La-
      menL).
      El Tratado Talmúdico Eduyoth (Testimonios)
      sobre determinaciones legales promulgadas
      o confirmadas en ciertas ocasiones, decisivo
      en la historia de Israel.
      El Tratado Talmúdico Erubhin, sobre la con-
      junción de límites del sábado (v. Apéndi-
      ce XVII).
      La Midrash sobre Ester.
      El Tratado Talmúdico GittÍll, sobre el divorcio.


    24. 24.

      22
      Horay.
      Jad. [o Yad.}
      Jebam. [o Yebam.}
      Jom. [generalmen-
      te Yom]
      Kel.
      Kerith.
      Kethub.
      Kidd.
      Kil.
      Kinn.
      M idr. Kohel.
      Maas.
      MaasSh.
      Machsh.
      Makk. [o Macc.}
      Mechil.
      Megill.
      Meil.
      Menach.
      Midd.
      LISTA DE LAS ABREVIACIONES
      El Tratado Talmúdico Horayoth (Decisiones).
      sobre ciertas transgresiones no intencio-
      nales.
      El Tratado Talmúdico Yadayim, sobre el lava-
      miento de manos.
      El Tratado Talmúdico Yebhamoth, sobre el le-
      virato.
      El Tratado Talmúdico Yoma, sobre el Día de la
      Expiación.
      El Tratado Talmúdico Kelim, sobre la purifica-
      ción de muebles y vasos.
      El Tratado Talmúdico Kerithuth, sobre el cas-
      tigo por medio del «cortar».
      El Tratado Talmúdico Kethubhoth, sobre con-
      tratos matrimoniales.
      El Tratado Talmúdico Qiddushin, sobre despo-
      sorios.
      El Tratado Talmúdico Kilayim, sobre uniones
      ilegítimas (Levítico' 19:19; Deuteronomio
      22:9-11).
      El Tratado Talmúdico Qinnim, sobre la ofren-
      da de tórtolas (Levítico 5:1-10; 12:8).
      La Midrash sobre Qoheleth o Eclesiastés.
      El Tratado Talmúdico Maaseroth, sobre diez-
      mos levíticos.
      El Tratado Talmúdico Maaser Sheni, sobre se-
      gundos diezmos (Deuteronomio 14:22 y ss.).
      El Tratado Talmúdico Makhshirin, sobre lí-
      quidos que pueden contaminar o dejar in-
      mundo (Levítico 11 :34, 38).
      El Tratado Talmúdico Makkoth, o castigo por
      azotes.
      El Tratado Talmúdico Mekhilta, un comenta-
      rio sobre parte de Éxodo, que data de la pri-
      mera mitad del segundo siglo.
      El Tratado Talmúdico Megillah, referente a la
      lectura del (<<rollo»). Libro de Ester y sobre
      la fiesta de Ester.
      El Tratado Talmúdico Meilah, sobre la conta-
      minación de cosas consagradas.
      El Tratado Talmúdico Menachoth, sobre ali-
      mentos consagrados.
      El Tratado Talmúdico Middoth, sobre medidas
      y ordenación del Templo.


    25. 25.

      LISTA DE LAS ABREVIACIONES 23
      Mikv.
      Moed K.
      Naz.
      Ned.
      Neg.
      Nidd.
      Ohol.
      Orlo
      Par.
      Peah
      Pes.
      Pesiqta
      Pirqé de R. Eliez.
      Rosh haSh.
      Sab.
      Sanh.
      Sebach.
      Shabb.
      Shebh.
      El Tratado Talmúdico Miqvaoth, sobre ablu-
      ciones e inmersiones.
      El Tratado Talmúdico Moed Qatan, o medias
      fiestas.
      El Tratado Talmúdico Nazir, sobre el nazareato.
      El Tratado Talmúdico Nedarim. sobre los votos.
      El Tratado Talmúdico Negaim, sobre la lepra.
      El Tratado Talmúdico Niddah, sobre impure-
      zas levíticas femeninas (menstruo).
      El Tratado Talmúdico Oholoth, sobre contami-
      nación de tiendas y casas, especialmente por
      defunciones o muertos.
      El Tratado Talmúdico Orlah, sobre ordenanzas
      relacionadas con Levítico 19:23.
      El Tratado Talmúdico Parah, sobre el becerro
      rojo y purificación con sus cenizas.
      El Tratado Talmúdico Peah, sobre el resto que
      hay que dejar para los pobres al se¡¡;ar.
      El Tratado Talmúdico Pesachim, sobre la Fies-
      ta Pascual.
      El libro Pesiqta, una serie interesantísima de
      meditaciones o breves discusiones y pláticas
      sobre porciones del Leccionario para los sá-
      bados y días festivos principales.
      El Pirqé Haggadico del rabino Eliezer. en 54 ca-
      pítulos, un Tratado discursivo sobre la historia
      de Israel, desde la creación a Moisés, con in-
      serción de 3 cap. (xlix-li) sobre la historia de
      Amán y la liberación mesiánica futura.
      El Tratado Talmúdico Rosh haShanah, sobre
      la Fiesta de Año Nuevo.
      El Tratado Talmúdico Zabhim. sobre cierfas
      contaminaciones levíticas.
      El Tratado Talmúdico Sanhedrin, sobre el Sa-
      nedrín y jurisprudencia criminal.
      El Tratado Talmúdico Zebhachim. sobre sa-
      crificios.
      El Tratado Talmúdico Shabbath, sobre obser-
      vancias del sábado.
      El Tratado Talmúdico Sebhiith, sobre el año
      sabático.


    26. 26.

      SItttGl,
      SINm R.,
      ".,WhR.
      _N.
      Siphrt
      SOl.
      Sukk.
      raan.
      Tam.
      Teb. Yom.
      Tem.
      Ter.
      Tohar.
      Tanch.
      Ukz.
      Vayyik. R.
      LISTA DE LAS ABREVIACIONES
      El Tratado Talmúdico Shebhuoth, sobre jura-
      mentos, etc.
      El Tratado Talmúdico Sheqalim, sobre tributos
      del templo y otros.
      La Midrash Shemoth Rabba, sobre Éxodo.
      La Midrash Shir haShirim Rabba, sobre los
      Cantares de Salomón.
      El antiguo Comentario sobre Levítico, que da-
      ta del segundo siglo.
      El comentario aún más antiguo sobre Núme-
      ros y Deuteronomio.
      El Tratado Talmúdico Sotah, sobre la mujer
      acusada de adulterio.
      El Tratado Talmúdico Sukkah, sobre la Fiesta
      de los Tabernáculos.
      El Tratado Talmúdico Taanith, sobre ayuno y
      días de ayuno.
      El Tratado Talmúdico Tamid, sobre el servicio
      y sacrificios diarios e"n el Templo.
      El Tratado Talmúdico Tebhul Yom (<<bañado
      del día»), sobre impurezas cuando hay inmer-
      sión al atardecer del mismo día.
      El Tratado Talmúdico Temurah, sobre sustitu-
      ción de cosas consagradas (Levítico 27: 10).
      El Tratado Talmúdico Terumoth, sobre los tri-
      butos sacerdotales en frutos.
      El Tratado Talmúdico Toharoth, sobre conta-
      minaciones menores.
      El Comentario Midráshico Tal1chwlIa (o Yela11deIII1),
      sobre el Pentateuco
      El Tratado talmúdico Uqtsil1, sobre contaminacio-
      nes de frutos por envolturas, tallos, etcétera.
      La Midrash Vayyikra Rabba, sobre Levítico.
      Yalk. El gran «collectaneum»: Yalkut Shimeoni, que
      es una «catena» sobre todo el Antiguo Tes-
      tamento, que contiene también citas de li-
      bros perdidos para nosotros.
      Ya puede entenderse que sólo hemos dado indicaciones brevísimas, y
      por tanto imperfectas, sobre el contenído de los díversos Tratados Talmú-
      dicos. Además de dar las Leyes relacionadas con cada uno de los temas so-
      bre los que tratan, hay comentarios sobre toda clase de tópicos afines; es
      más, la discusión con frecuencia pasa a otros temas diferentes de los prin-
      cipales del tratado.


    27. 27.

      LIBRO 1
      Introductorio
      LA PREPARACIÓN PARA EL EVANGELIO:
      EL MUNDO JUDÍO EN LOS DÍAS DE CRISTO
      ""'Z:~:'1 r''''~~' 16N 'N::l':;-1': 16 i"~ =~N~::l':;"l "
      «Todos los profetas profetizan sólo acerca de los días del Mesías»
      (Sanh. 99 a).
      n~1!:'~' • • • • N'N l(~~ll ~"1JN 16
      «El mundo fue creado sólo para el Mesías» (Sanh. 98 b).


    28. 28.

      1
      El mundo judío
      en los días de Cristo.
      La dispersión judía en el Oriente
      Entre los medios externos que permitieron la preservación de la
      religión de Israel, uno de los más importantes fue la centralización
      y localización del culto en Jerusalén. Aunque algunas de las orde-
      nanzas del Antiguo Testamento en lo que toca a este punto pueden
      parecer estrechas y exclusivistas, es muy dudoso que, sin una pro-
      visión así, el mismo Monoteísmo pudiera haber persistido como
      credo o como culto. Considerando el estado del mundo antiguo y las
      tendencias de Israel durante los primeros estadios de su historia,
      era necesario el aislamiento más estricto para poder evitar que la
      religión del Antiguo Testamento se mezclara con elementos extra-
      ños que rápidamente habrían demostrado que eran fatales para su
      existencia. Y si bien una de las fuentes de aquel peligro había cesa-
      do después de los setenta años de exilio en Babilonia, la dispersión
      de la mayor parte de la nación entre otros pueblos, que por nece-
      sidad tenían que influir en ellos en cuanto a las costumbres y la ci-
      vilización, hacía tan necesaria como antes la continuidad de esta
      separación. En este sentido, incluso el Tradicionalismo tenía una
      misión que cumplir, como valla protectora alrededor de la Ley,
      para hacer imposible su infracción y modificación.
      Un romano, un griego o un asiático podía llevar consigo sus dio-
      ses adondequiera que fuese, o bien hallar ritos afines a los suyos.
      Pero para el judío era muy distinto. Tenía sólo un Templo, el de Je-
      rusalén: sólo un Dios, Aquel que se hallaba entronizado entre los


    29. 29.

      28 LA PREPARACION PARA EL EVANGEUO
      querubines, y que era asimismo Rey en Sión. El Templo era el úni-
      co lugar en que un sacerdocio puro, nombrado por Dios, podía ofre-
      cer sacrificios aceptables, fuera para el perdón de los pecados, o
      para la comunión con Dios. Aquí, en la oscuridad impenetrable del
      Lugar Santísimo, en que sólo podía entrar el Sumo Sacerdote una
      vez al año, para la expiación más solemne, se hallaba el Arca, que
      había llevado al pueblo a la Tierra de Promisión y el apoyo mate-
      rial sobre el que descansaba la Shekhinah. Del altar de oro se ele-
      vaba la suave nube de incienso, símbolo de las oraciones aceptadas
      de Israel; el candelabro de siete brazos derramaba su luz perpetua-
      mente, indicación del resplandor de la presencia de Dios mediante
      el Pacto; sobre aquella mesa, como ante el mismo rostro de Jehová,
      era colocado, semana tras semana, el «Pan del rostro»,' la ofrenda
      o sacrificio de harina que Israel ofrecía a Dios, y con el que Dios, a
      su vez, alimentaba a sus sacerdotes escogidos. Sobre el altar de los
      sacrificios, rociado por la sangre, humeaban los holocaustos diarios
      y de los días festivos, traídos por todo Israel, y para todo Israel, por
      más que estuvieran desparramados lejos; en tanto que por los ex-
      tensos patios del Templo se aglomeraban no sólo los nativos de Pa-
      lestina, sino literalmente «los judíos de toda nación bajo el cielo».
      Sobre este Templo se acumulaban los recuerdos sagrados del pasa-
      do; a él se adherían todavía las esperanzas más brillantes para el
      futuro. La historia de Israel y todas sus aspiraciones estaban entre-
      lazadas eon su religión; de modo que puede decirse que sin su re-
      ligión Israel no tenía historia, y sin su histqria no tenía religión. Así
      que, historia, patriotismo, religión y esper~za, todas ellas señala-
      ban a Jerusalén y al Templo como el centro de la unidad de Israel.
      y el estado abatido en que se hallaba la nación no podía alterar
      su modo de ver ni socavar su confianza. ¿Qué importaba que el idu-
      meo Herodes hubiera usurpado el trono de David, como no fuera en
      el sentido de que los tenía sometidos y de que él era culpable? Is-
      rael había cruzado aguas más profundas y había llegado triunfante
      a la otra orilla. Durante siglos habían sido esclavos en Egipto, al
      parecer sin esperanza; pero no sólo habían sido puestos en libertad,
      sino entonado el canto matutino, inspirado por Dios, del jubileo, al
      volver la mirada hacia el mar hendido en favor suyo, que había se-
      pultado a sus opresores, junto con su potencia y orgullo. Más tarde,
      durante largos y penosos años los cautivos habían colgado las·arpas
      de Sión junto a los ríos de aquella ciudad e imperio, cuya grandeza
      colosal tenía que haber llenado el corazón de los extranjeros espar-
      cidos de un sentimiento de desolación y desesperanza extremas. Y,
      con todo, aquel imperio se había desmoronado en el polvo, en tanto
      que Israel de nuevo había echado raíces y brotado a una vida reno-
      l. Éste es el significado literal de lo que traducimos como los «panes de la pro-
      posición».


    30. 30.

      LA OlSPERSION DE WS JUOlOS 29
      vada. y no hacía mucho más de un siglo que un peligro más agudo
      que los anteriores había amenazado la misma fe y existencia de Is-
      rael. En su locura, el rey de Siria, Antíoco IV (Epífanes), había
      prohibido su religión, había procurado destruir sus libros sagrados
      y, con crueldad inaudita, les había impuesto ritos paganos, profana-
      do el Templo y lo había consagrado al Júpiter Olímpico, e incluso
      elevado un altar pagano sobre el altar de los holocaustos (l." Mace.
      1:54, 59; Ant. 12:5,4). Y, peor aún, sus planes inicuos habían reci-
      bido la ayuda de dos Sumos Sacerdotes apóstatas, que habían riva-
      lizado para comprar y luego prostituir el oficio sagrado de los un-
      gidos de Dios.2
      Sin embargo, en los montes de Efraín,3 Dios había
      hecho surgir una ayuda por completo inesperada y al parecer poco
      digna de confianza. Sólo tres años más tarde, y después de una serie
      de brillantes victorias, conseguidas por hombres carentes de disci-
      plina, sobre la flor del ejército sirio, Judas Macabeo -el verdadero ,
      Martillo de Dios 4_ había purificado el Templo y restaurado su al-
      tar precisamente en el mismo día (l.o Mace. 4:52-54; Megill. Taan.
      23) en que había tenido lugar la «abominación de la desolación» (l.o
      Macc. 1:54). En toda su historia, la hora más oscura de la noche ha-
      bía precedido al apuntar de un alba más brillante que en los días
      del pasado. Era en este sentido que sus profetas, de modo unánime,
      les habían impulsado a esperar con confianza. Las palabras de ellos
      se habían cumplido, más que de sobra, en el pasado. ¿No iba a su-
      ceder igualmente con respecto a este futuro más glorioso para Sión
      y para Israel que había de ser introducido por la llegada del Me-
      sías?
      Y éstos no eran sólo los sentimientos de los judíos de Palestina.
      En realidad, estos judíos eran ahora sólo una minoría. La mayoría
      de la nación la constituía lo que se ha llamado la Dispersión o Diás-
      pora; término que en modo alguno ya no expresaba su significado
      original de deportación o exilio por el juicio de Dios,s puesto que el
      estar ausente o residir fuera de Palestina era ahora totalmente vo-
      luntario. Pero aún más por el hecho de que no se refería a sufri-
      2. Después de la deposición de Qnías lII. mediante el soborno de su propio her-
      mano Jasón, éste y Menelaus pugnaron entre sí cuanto pudieron, por medio de sobor-
      nos, para prostituir su cargo sagrado,
      3. Modín, el lugar de origen de los Macabeos, ha sido identificado como la mo-
      derna El-Medyeh, a unas dieciséis millas al nordeste de Jerusalén, en el antiguo te-
      rritorio de Efrain. Comp. el Manual de la Biblia de Conder, p. 291; Y para una refe-
      rencia extensa de toda la literatura sobre el tema, ver Schürer (Neutest. Zeitgesch.,
      p. 78, nota 1).
      4. Sobre el significado del nombre Macabeo, compárese Grimm: Kurzgef. Exe-
      gel. Handb. z. d. Apokr. Lief m., pp. ix, x. Adoptamos la derivación de Maqqabha,
      un martillo. como en Charles Marte!.
      5. Tanto el verbo :'l,:l 'en hebreo, como 8faUTrtípO'J en griego. con sus derivados,
      son usados en el Antiguo Testamento, y en la traducción Septuaginta, como referen-
      cia a un exilio punitivo. Ver por ejemplo Jueces 27:30; 1.0 SamueI4:21; yen la Sep-
      tuaginta, Deuteronomio 30:4; Salmo 147:2; Isaías 49:6, y otros pasajes.


    31. 31.

      30 LA PREPARACION PARA EL EVANGELIO
      miento externo/ el uso persistente del término indica un sentimien-
      to profundo de pesar religioso, aislamiento social y alienación civil
      y po){tica 7 en medio del mundo pagano. Porque aunque, como Jo-
      sefo recordó a sus compatriotas (Jew. W. ii. 16.4), «no hay nación
      en el mundo que no tenga en ella parte del pueblo judío», puesto
      que «estaba disperso entre los habitantes de todo el mundo» (vii. 3.
      3), con todo, en parte alguna habían hallado un verdadero hugar.
      Hasta nosotros llega este lamento de Israel -al parecer de fuente
      pagana, aunque en realidad en la Sibila judaica,8 y esto procedente
      ce Egipto,9 país en que los judíos gozaban de privilegios excepcio-
      nales-: «Llenando todo océano y país del mundo en grandes núme-
      ros; pero ¡ofendiendo a todos su mera presencia y costumbres!» 10
      Sesenta años más tarde el geógrafo e historiador griego Estrabón
      da un testimonio semejante de su presencia en todos los países,
      pero usando un lenguaje que muestra lo cierta que había sido la
      queja de la Sibila.11
      Las razones que justifican estos sentimientos
      las iremos viendo poco a poco. Baste decir de momento que, sin
      pensarlo, Filón nos da cuenta de lo que hay básico en ellos, así
      como de las causas de la soledad de Israel en el mundo pagano,
      cuando, como hacen otros, nos habla de sus compatriotas como pre-
      sentes «en todas las ciudades de Europa, en las provincias de Asia
      y en las islas», y dice de ellos que, doquiera se hallen, sólo tienen
      una metrópolis -no Alejandría, Antioquía o Roma-: «la Ciudad
      Santa con su Templo, dedicado al Dios Altísimo».12 Una nación de
      la cual la gran mayoría se hallaba dispersa por toda la tierra habi-
      tada, había dejado de ser una nación específica, y era una nación
      mundial.13
      Sin embargo, su corazón latía en Jerusalén, y desde allí
      la sangre vital circulaba hasta alcanzar a sus miembros más distan-
      tes. Y éste era, en realidad, si lo entendemos propiamente, el gran
      motivo de la «dispersión judía» por todo el mundo.
      Lo que hemos dicho se aplica quizá de una manera especial a la
      «diáspora» occidental más bien que a la oriental. La conexión de
      6. Hay algo de verdad, por más que muy exagerado, en los acerbos comentarios
      de Hausrath (Neutest. Zeitgesch. ii. p. 93), respecto a lo sensible de los judíos en la
      6rarnropá, y el clamor de todos sus miembros ante la menor interferencia que sufrie-
      ran, aunque fuera trivial. Pero, por desgracia. los sucesos con demasiada frecuencia
      han demostrado lo real y vivo de su peligro y lo necesaria de la precaución «Obsta
      principiis».
      7. San Pedro parece haberla usado en este sentido en 1.' Pedro 1; 1.
      8. Comp. Friedlieb, D. Sibyll. Weissag. xxii. 39.
      9, Comp. con los comentarios de Schneckenburger (Vorles. ü. Neutest. Zeitg.
      p.95).
      10. Orac. Sibyll. iii. 271, 272, en Friedlieb, p. 62.
      11. Estrabón, en Jos. Ant. xiv. 7.2: «No es fácil hallar un lugar en el mundo que
      no haya admitido a esta raza y que no sea dominado por ella.»
      12. Filón, en Flaccum (ed. Francf.), p. 971.
      13. Comp. Jos. Ant. xii. 3; xiii. 10.4; 13. 1; xiv. 6. 2; 8:1; 10:8; Sueton. Caes. 85.


    32. 32.

      HELENISTAS Y HEBREOS 31
      esta última con Palestina era tan estrecha que casi parece una con-
      tinuidad. En el relato de la gran reunión representativa de Jerusa-
      lén, en la Fiesta de las Semanas (Hechos 2:9-11), parece marcada
      claramente la división de la «dispersión» en dos grandes secciones:
      la oriental o transeufrática, y la occidental o helenista.14
      En este
      arreglo la primera incluiría <dos partos, medas, elamitas y habitan-
      tes de Mesopotamia», y Judea se hallaría, por así decirlo, en medio,
      mientras que los «cretenses y árabes» representarían los puntos
      más extremos de la diáspora occidental y oriental, respectivamente.
      La primera, tal como sabemos por el Nuevo Testamento, en Pales-
      tina recibía comúnmente el nombre de la «dispersión de los griegos
      o de los helenistas» (Juan 7:35; Hechos 6:1; 9:29; 11:20). Por otra
      parte, los judíos transeufráticos, los que «habitaban en Babilonia y
      muchas de las otras satrapías» (Filón, ad Cajum. p. 1023; Jos. Ant.
      xv. 3. 1), quedaban incluidos, con los palestinos y los sirios, bajo el
      término de «hebreos», debido a la lengua común que hablaban.
      Pero la diferencia entre los «griegos» y los «hebreos» era mucho
      más profunda que el hecho de la mera lengua, y se extendía en
      todas direcciones en su modo de pensar. Había influencias mentales
      operantes en el mundo griego de las cuales, dada la naturaleza de
      las cosas, incluso para los judíos, era imposible sustraerse, y que, en
      realidad, eran tan necesarias para el cumplimiento de su misión,
      como su aislamiento del paganismo y su conexión con Jerusalén. Al
      mismo tiempo, era también natural que los helenistas, colocados
      como estaban en medio de elementos tan hostiles, intensificaran su
      deseo de ser judíos, igual que sus hermanos orientales. Por otra par-
      te, el fariseísmo, en su orgullo por la pureza legal y la posesión de
      la tradición nacional, con todo lo que implicaba, no hacía ningún
      esfuerzo para disimular su desprecio hacia los helenistas, y decla-
      raba la dispersión griega muy inferior a la babilónica.15
      El que estos
      sentimientos, y las sospechas que engendraban, habían profundiza-
      do en la mente popular, se ve por el hecho de que incluso en la Igle-
      sia apostólica, y en aquellos primeros días, podían aparecer dispu-
      tas entre los helenistas y los hebreos, causadas por la sospecha de
      tratos injustos, basados en estos prejuicios partidistas (Hechos 6:1).
      Muy distinta era la estimación en que los líderes de Jerusalén te-
      nían a los babilonios. En realidad, según una opinión (Ber. R. 17),
      Babilonia, así como «Siria», hasta Antioquía en dirección norte, se
      14. Grimm (Clavis N. T. p. 113) cita dos pasajes de Filón, en uno de los cuales
      distingue entre «nosotros», los judíos «helenistas», de los «hebreos», y habla del grie-
      go como «nuestra lengua».
      15. De modo similar tenemos (en Men. 110 a) esta curiosa explicación de Isaías
      43:6, en que se dice: «trae de lejos mis hijos» -éstos son los exiliados en Babilonia,
      cuya mente estaba firme y establecida, como la de los hombres-, «y mis hijas desde
      los confines de la tierra» -éstos son los exiliados en otros paises, cuya mente no es-
      taba establecida, como la de las mujeres.


    33. 33.

      32 LA PREPARACION PARA EL EVANGEUO
      consideraba que formaba parte de la tierra de Israel. Todos los paí-
      ses eran considerados como fuera de «la tierra», como se llamaba
      a Palestina, con la excepción de Babilonia, que era considerada par-
      te de ella (Erub. 21 a; Gitt. 6 a). Porque Siria y Mesopotamia, hacia
      el este hasta las orillas del Tigris, se consideraba que habían sido
      parte del territorio que había conquistado el rey David, y esto las
      hacía, de modo ideal y para siempre, la tierra de Israel. Pero era
      precisamente entre el Eufrates y el Tigris que había las colonias ju-
      días mayores y más ricas de todas, hasta el punto que un escritor
      ulterior las designó en realidad como <da tierra de Israel». Aquí se
      hallaba Nehardaa, junto al canal real, o sea Nahar Malka, que unía
      el Éufrates con el Tigris, y que era la colonia judía más antigua. Po-
      día enorgullecerse de una sinagoga, que se decía había sido cons-
      truida por el rey Jeconías con piedras que habían sido traídas del
      Templo (comp. Fürst, Kult. u. Literaturgesch. d. Jud. in Asien, vol.
      i, p. 8). En esta ciudad fortificada eran depositadas las ofrendas
      cuantiosas que dedicaban al Templo los judíos orientales, y desde
      allí eran transportadas a su destino, escoltadas por mil hombres ar-
      mados. Otra de estas ciudades-tesoro judías era Nisibis, en el norte
      de Mesopotamia. Incluso el hecho de que esta riqueza, que debía
      tentar la codicia de los paganos inevitablemente, pudiera ser ateso-
      rada de modo seguro en estas ciudades y transportada a Palestina,
      demuestra lo numerosa que debía ser la población judía y su in-
      fluencia y riqueza.
      Es también de máxima importancia recordar, en general, con
      respecto a la dispersión oriental, que sólo regresaron de Babilonia
      una minoría de los judíos que había allí, unos 50.000, primero en
      tiempos de Zorobabel, y después bajo Esdras (537 a. de J. C. y 459-8
      a. de J. C.). Y lo pequeño en ellos no sólo era el número, puesto que
      los judíos más ricos e influyentes se quedaron allí. Según Josefo
      (Ant. xi. 5. 2; xv. 2.2; xviii. 9), con quien concuerda Filón en lo esen-
      cial, había un número inmenso de judíos que habitaban las provin-
      cias transeufráticas, que se contaba por millones. Si se considera el
      número de judíos muertos en motines populares (50.000 sólo en Se-
      leuda; v. Jos. Ant. xviii. 9.9), estas cifras no parecen muy exagera-
      das. Según una tradición posterior, había una población judía tan
      densa en el Imperio Persa, que Ciro prohibió que los exiliados re-
      gresaran a su tierra, para que no se despoblara el país (Midrash sobre
      Cant. v. S, ed. Warsh, p. 26 a). Un cuerpo de población tan grande
      y compacto llegó a constituir un poder político. La monarquía per-
      sa los trató muy bien, y después de la caída de este imperio (330
      a. de J. C.) fueron favorecidos por los sucesores de Alejandro. Cuan-
      do el gobierno macedonio-sirio, a su vez, cedió al Imperio Parto
      (63 a. de J. C.), los judíos formaban un elemento importante en el
      Oriente, a causa de su oposición nacional a Roma. Tal era su in-
      fluencia que, incluso en una fecha tan tardía como el año 40 d. de


    34. 34.

      PREEMINENCIA DE LOS BABILONIOS 33
      J.C., el legado romano se abstuvo de provocar su hostilidad (Filón
      ad Caj.). Al mismo tiempo, no hay que pensar que se vieran exentos
      totalmente de persecuciones, incluso en estas regiones que los favo-
      recían. Aquí también la historia registra más de un relato de derra-
      mamientos de sangre causados por aquellos entre quienes resi-
      dían.'6
      Para los palestinos, sus hermanos en el Oriente y en Siria -
      adonde habían ido bajo el régimen de los monarcas macedonio-si-
      rios (los seleúcidas), que los habían favorecido- eran de modo
      preeminente la Golah, o dispersión. Para ellos el Sanedrín de Jeru-
      salén anunciaba por medio de hogueras encendidas, en las cumbres
      de montañas sucesivas -dentro del campo visual-, el comienzo de
      cada mes, para la regulación del calendario de fiestas,17 a pesar de
      que después despacharan mensajeros a Siria con el mismo propó-
      sito (Rosh. haSh. i. 4). En algunos aspectos la dispersión oriental
      era colocada en el mismo nivel que la madre patria, y en otros, in-
      cluso en un nivel más elevado. Se recibían de ellos diezmos y Teru-
      moth o primicias, en una condición preparada (Sehv. vi. y otros;
      Gitt. 8 a), mientras que los Bikkurim, o primicias en estado fresco,
      eran llevados desde Siria a Jerusalén. A diferencia de los países pa-
      ganos, cuyo mismo polvo contaminaba, el suelo de Siria era consi-
      derado limpio, como el de la misma Palestina (Ohol. xxiii. 7). En
      cuanto a la pureza de linaje, los babilonios en realidad se conside-
      raban superiores a sus hermanos de Palestina. Decían que, cuando
      Esdras se llevó consigo a un buen número para ir a Palestina, había
      dejado el país, tras él. puro como harina fina (Kidd. 69 b). Para de-
      cirlo con sus propias palabras: en lo que se refería a la pureza ge-
      nealógica de sus habitantes judíos, todos los demás países, compa-
      rados con Palestina, eran como una masa de harina mezclada con
      levadura; pero que Palestina, a su vez, era ni más ni menos que esto
      cuando se la comparaba con Babilonia (Cheth. 111 a). Se sostenía
      incluso que se podían trazar los límites exactos de un distrito en
      que la población judía se había preservado sin mezcla alguna. A Es-
      dras se le concedía gran mérito también a este respecto. En el estilo
      exagerado corriente, se afirmaba que, si se pusieran juntos todos los
      estudios e investigaciones genealógicas realizados,lB habrían sido
      equivalentes a muchos centenares de cargas de camello. Había por
      lo menos este fundamento verídico: el gran cuidado y labor dedica-
      dos a preservar completos y exactos los registros, a fin de establecer
      16. Tenemos en Josefa los pasajes siguientes, que son los principales con referen-
      cia a esta parte de la historia judía: Ant. xi. 5. 2; xiv. 13.5; xv. 2. 7; 3. 1; xvii. 2.1-3;
      xviii. 9. 1, etc.; xx. 4. Jew. W. i. 13.3.
      17. Rosh. haSh. ii. 4; comp. la Gemara de Jer. sobre ello, y en el Talmud Bab.
      33 h.
      18. Para ver comentarios sobre las genealogías léase desde «Azeh, en 1.0 Cróni-
      ~as 8:37, a «Azel» en 9:44. Pes. 62 b.


    35. 35.

      34 LA PREPARACION PARA EL EVANGELIO
      la pureza del linaje. Nos damos cuenta de la importancia que se
      daba a ello en la acción de Esdras (Crónicas, caps. 9 y 10), Y en el
      énfasis que pone Josefa sobre este punto (Vida i; Ag. Apion i. 7). Los
      datos oficiales del linaje por lo que se refería al sacerdocio se con-
      servaban en el Templo. Además, las autoridades judías parece que
      poseían un registro oficial general, que Herodes ordenó quemar por
      razones que no son difíciles dc inferir. Pero ¡desde aquel día --se la··
      menta un rabino- la gloria de los judíos disminuyó! (Pes. 62 b;
      Sachs. Beitr. vol. ii. p. 157).
      Y no sólo era de la pureza de su linaje que se jactaban los judíos
      de la dispersión oriental. En realidad, Palestina se lo debía todo a
      Esdras, el babilonio,19 un hombre tan extraordinario al que, según
      la tradición, se le habría entregado la Ley de no haber recibido Moi-
      sés este honor con anterioridad. Dejando a un lado las ordenanzas
      diversas tradicionales que el Talmud le adscribe,z° sabemos por las
      Escrituras cuáles fueron sus actividades con miras al bien de Israel.
      Las circunstancias habían variado y habían traído muchos cambios
      al nuevo Estado judío. Incluso el lenguaje, hablado y escrito, era
      distinto del anterior. En vez de los caracteres empleados antes, los
      exiliados habían traído consigo, a su regreso, las letras que ahora
      nos son comunes, llamadas hebreas cuadradas, que gradualmente
      llegaron a ser de uso general (Sanh. 21 b).21 El lenguaje hablado por
      los judíos ya no era hebreo, sino arameo, tanto en Palestina como
      en Babilonia;22 el dialecto occidental en Palestina y el oriental en
      Babilonia. De hecho, la gente desconocía el hebreo puro, por lo que
      19. Según la tradición regresó a Babilonia, y murió allí. Josefa dice que murió
      en Jerusalén (Ant. xi. 5. 5).
      20. Herzfeld nos da una relación histórica muy clara del orden en que se habían
      dado las diferentes disposiciones legales, así como de las personas que las habían
      dado. (Ver Gesch. d. V. Isr., vol. iii., pp. 240 Y ss.)
      21. Aunque esto fue introducido bajo Esdras, los antiguos caracteres hebreos,
      que eran semejantes a los samaritanos, sólo fueron desapareciendo gradualmente. Se
      hallan en monumentos y en monedas.
      22. Herzfeld (u.s. vol. Hi, p.46) designa al palestino como el hebreo-aramaico,
      por su rasgo hebraístico. El hebreo, así como el arameo, pertenecen al grupo de len-
      guas semíticas, el cual ha sido ordenado del siguiente modo: l. Semítico del norte:
      púnico-fenicio; hebreo y arameo (dialectos oriental y occidental). 2. Semítico del Sur:
      árabe, himyaritico y etíope. 3. Semítico del este: el asirio-babilónico cuneiforme.
      Cuando hablamos del dialecto usado en Palestina, no podemos olvidar, naturalmen-
      te, la gran influencia de Siria, ejercida desde mucho antes del exilio. De estas tres
      ramas, el arameo es el que más se parece al hebreo. El hebreo ocupa una posición in-
      termedia entre el arameo y el árabe, y se puede decir que es el más antiguo; desde
      luego, lo es desde el punto de vista literario. Junto con la introducción del nuevo dia-
      lecto en Palestina, hacemos notar la del uso de los nuevos caracteres de escritura, o
      sea los cuadrados. El Mishnah y toda la literatura afín hasta el siglo cuarto están en
      hebreo, o más bien en un desarrollo y adaptación moderna de este lenguaje; el Tal-
      mud está en arameo. Compárese sobre este tema: De Wette-Schrader, Lehrb. d. hist.
      kr. Einl. (8: ed.), pp. 71-88; Herzog, Real-Encykl. vol. 1. 466, 468; v. 614 y ss. 710;
      Zunz, Gottesd. Vortr. d. J ud. pp. 7-9; Herzfeld, u.s. pp. 44 Y ss. Y 58 Y ss.


    36. 36.

      LA INFLUENCIA BABlLONICA EN LA TEOLOGIA 35
      a partir de entonces pasó a ser el lenguaje de los eruditos y de la Si-
      nagoga. Incluso en ella tenía que ser empleado un «methurgeman»,
      un intérprete, para traducir al vernáculo las porciones de las Escri-
      turas que se leían en los servicios púl;>licos,2 y los discursos o ser-
      mones pronunciados por los rabinos. Este es el origen de los llama-
      dos «Targumim» o paráfrasis de las Escrituras. En los tiempos pri-
      mitivos estaba prohibido quc el «methurgemal1» leyera su traduc-
      ción o que escribiera el targum que presentaba, para evitar que lle-
      gara a concederse a la paráfrasis la misma autoridad que al origi-
      nal. Se dice que, cuando Jonatán presentó su targum sobre los li-
      bros de los profetas, se oyó una voz del cielo que dijo: «¿Quién es
      éste que ha revelado mis secretos a los hombres?» (Megill. 3 a). Sin
      embargo, estos «targumim» parece que existieron desde un período
      muy primitivo y, debido a las versiones distintas y con frecuencia
      incorrectas, ha de haberse sentido la necesidad de los targumim de
      modo cada vez más creciente. En consecuencia, su uso fue sancio-
      nad<;> y autorizado antes del final del siglo segundo después de Cris-
      to. Este es el origen de los dos targumim más antiguos: el de On-
      kelos (según se le llama) sobre el Pentateuco; y el de los Profetas,
      atribuido a Jonatán, hijo de Uziel. Estos hombres, en realidad, no
      representan de modo preciso la paternidad de los targumim más
      antiguos, que deben ser considerados más correctamente como re-
      censiones ulteriores, con autoridad, de algo que ya había existido
      antes en alguna forma. Pero, aunque estas obras tuvieron su origen
      en Palestina, es digno de notar que, en la forma en que las posee-
      mos actualmente, proceden de las escuelas de Babilonia.
      Pero Palestina estaba en deuda con Babilonia en una manera
      más importante, si es posible. Las nuevas circunstancias en que se
      hallaban los judíos a su regreso parecían hacer necesaria una adap-
      tación de la Ley mosaica, si no una nueva legislación. Además, la
      piedad y el celo ahora se cen~raban en la observancia externa y el
      estudio de la letra de la Ley. Este fue el origen de la Mishnah, o Se-
      gunda Ley, cuya intención era explicar y suplementar la primera.
      Esta constituía la única dogmática judaica, en el sentido real, en el
      estudio de la cual se ocupaban los rabinos, eruditos, escribas y
      «darshanes».24 El resultado de este estudio fue la «Midrash», o in-
      vestigación, un término que después se aplicó popularmente a los
      23. Es posible que san Pablo pensara en esto cuando, al referirse al don milagro-
      so de hablar en otras lenguas, indica que es necesario un intérprete (l.a Corintios
      14:27). En todo caso, la palabra "targum» en Esdras 4:7 (en el original) es traducida
      en la Septuaginta como ipu l/veúQo). El párrafo siguiente(del Talmud. Ber. 8 a y b) pro-
      porciona una ilustración curiosa de La Corintios 14:27: "Que el que habla termine
      siempre su Parashah (la lección diaria de [a Ley) con la congregación (al mismo tiem-
      po): dos veces el texto, y una vez el targum.»
      24. De "darash", buscar, investigar, literalmente sortear. El predicador llegó a
      ser llamado «darshan» más tarde.


    37. 37.

      36 LA PREPARACION PARA EL EVANGEUO
      comentarios sobre las Escrituras y la predicación. Desde el princi-
      pio, la teología judaica se dividió en dos ramas: la Halakhah y la
      Haggadah. La primera (de halakh, ir) era, por así decirlo, la Regla
      de la Vía Espiritual, y cuando quedó establecida tuvo una autori-
      dad aún mayor que las Escrituras del Antiguo Testamento, puesto
      que las explicaba y las aplicaba. Por otra parte, la Haggadah 15 (de
      hagad, decir) era sólo la enseñanza personal del maestro, de mayor
      o menor valor según su erudición y popularidad, o las autoridades
      que podía citar en apoyo de sus enseñanzas. Al revés de la Halak-
      hah, la Haggadah no tenía autoridad absoluta, fuera como doctrina,
      práctica o exégesis. Pero, en cambio, su influencia popular 26
      era
      mucho mayor y la libertad doctrinal que permitía era muy peligro-
      sa. De hecho, aunque pueda parecer extraño, casi toda la enseñanza
      doctrinal de la Sinagoga se derivaba de la Haggadah -y esto es
      también característico del tradicionalismo judío-. Pero, tanto en
      la Halakhah como en la Haggadah, Palestina estaba en profunda
      deuda con Babilonia. Porque el padre de los estudios de la Halak-
      hah era Hillel el babilonio, y entre los haggadistas no hay un nom-
      bre mejor conocido que el de Eleazar el meda, que floreció en el pri-
      mer siglo de nuestra era.
      Después de esto, parece casi innecesario inquirir si durante el
      primer período después del retorno de los exiliados de Babilonia
      había academias teológicas regulares en Babilonia. Aunque es im-
      posible, naturalmente, ofrecer prueba histórica, podemos práctica-
      mente estar seguros de que una comunidad tan grande y tan inten-
      samente hebrea no podía ser indiferente a este estudio, que consti-
      tuía el pensamiento y ocupación principal de sus hermanos en Pa-
      lestina. Podemos asumir, pues, que como el gran Sanedrín de Pales-
      tina ejercía una autoridad espiritual suprema, y como tal decidía
      de modo definitivo todas las cuestiones religiosas -por lo menos
      durante un tiempo-, el estudio y la discusión de estos temas de-
      bían también ser realizados de modo principal en las escuelas de
      Palestina; y que incluso el mismo gran Hillel, cuando era todavía
      un estudiante pobre y desconocido, se hubiera dirigido allí para ad-
      quirir los conocimientos y autoridad que, en aquel período, no po-
      día haber hallado en su propio país. Pero incluso esta circunstancia
      implica que estos estudios eran por lo menos llevados a cabo y es-
      timulados en Babilonia. Es conocido el hecho de que las escuelas de
      Babilonia aumentaron en su autoridad rápidamente después, hasta
      25. La Halakhah puede describirse como el Pentateuco apócrifo; la Haggadah
      como los profetas apócrifos.
      26. Podemos recordar aquí 1:' Timoteo 5: 17. San Pablo, por costumbn:. es-
      cribe con las frases familiares judías, que siempre vuelven a su mente. La expresión
      61i5«6'KaAía parece ser equivalente a la enseñanza de la Halakhah. (Compárese
      Grimm, Clavis N. T., PIP. 98,99.)


    38. 38.

      LOS DISPERSADOS EN EL ORIENTE 37
      el punto que no sólo hicieron sombra a las de Palestina sino que fi-
      nalmente heredaron sus prerrogativas. Por tanto, aunque los de Pa-
      lestina, en su orgullo y celos, podían burlarse 27 de los babilonios y
      decir ~ue eran estúpidos, orgullosos y pobres «<comen pan sobre
      pan»)/ aun cuando tenían que reconocer que, «cuando la Ley ha-
      bía caído en olvido, Hillel el babilonio vino y la recuperó; y cuando
      esto sucedió por tercera vez, el rabino Chija vino de Babilonia y la
      devolvió otra vez».29
      Ésta era, pues, la dispersión hebrea, que desde el comienzo cons-
      tituyó realmente la parte y la fuerza principal de la nación judía, y
      con la cual había de ir unido su futuro religioso. Porque es uno de
      los hechos de la historia extrañamente significativos, casi simbóli-
      cos, el que después de la destrucción de Jerusalén la supremacía es-
      piritual de Palestina pasó a Babilonia, y el judaísmo rabínico, bajo
      la presión de la adversidad política, se transfirió de modo volunta-
      rio a las sedes de la antigua dispersión de Israel, como para ratifi-
      car de propio acuerdo lo que el juicio de Dios ya había ejecutado
      anteriormente. Pero mucho antes de esto ya la diáspora babilónica
      había extendido sus manos en todas direcciones. Hacia el norte, a
      través de Armenia, al Cáucaso ya las orillas del mar Negro, y a tra-
      vés de Media hacia las del Caspio..Hacia el sur, se había extendido
      al golfo Pérsico y por la vasta extensión de Arabia, aunque la Arabia
      Félix y la tierra de los «homeritas» pueden haber recibido sus pri-
      meras colonias judías procedentes de las orillas opuestas de Etio-
      pía. Hacia el este había llegado hasta la India.30
      Por todas partes te-
      nemos noticias claras de esta dispersión, y por todas partes apare-
      cen en estrecha relación con la jerarquía rabínica de Palestina. Así,
      la Mishnah, en una sección en extremo curiosa/I
      nos dice que los
      sábados las judías de Arabia llevaban largos velos, y las de la India
      un pañuelo alrededor de la cabeza, según costumbre en estos dos
      países, y sin incurrir en la profanación el día santo al llevar sin ne-
      cesidad lo que, a los ojos de la ley, sería una carga (Shabb. vi. 6);
      27. En Moed Q. 25 a dice que su permanencia en Babilonia durante un período
      es la razón por la que la Shekhinak no podía resplandecer sobre un rabino determi-
      nado.
      28. Pes. 34 b; Men. 52 a; Sanh. 24 a; Bets. 16 a; en Neubauer, Geog. du Talmud,
      p. 323. En Keth. 75 a son llamados «necios babilonios». Ver también Jer. Pes. 32 a.
      29. Sukk. 20 a. R. Chija, uno de los maestros del segundo siglo, es considerado
      una de las autoridades rabínicas más famosas, alrededor de cuya memoria se ha de-
      sarrollado un halo especial.
      30. En esto, como en muchos otros puntos, el doctor Neubauer tiene información
      muy interesante, a la cual nos referimos. Ver su Geogr. du Talm., pp. 369-399.
      31. Toda la sección da una visión muy curiosa del vestido y ornamentos que Jle-
      vabim los judíos en aquel tiempo. El lector interesado en el tema hallará información
      eSPtCcial en los tres pequeños volúmenes de Hartmann (Die Hebriierin am Putztisc~),
      en N. G. Schroder: De Vestitu Mulier. Hebr., y especialmente en el pequeoa -tratado
      Trachten d. Juden, por el Dr. A. Brüll, del cual sólo ha aparecido, por desgracia, una
      parte.


    39. 39.

      38 LA PREPARACION PARA EL EVANGEUO
      mientras que en la rúbrica para el Día de la Expiación hemos no-
      tado que el vestido que llevaba el Sumo Sacerdote «entre los atar-
      deceres» de la gran fiesta --esto es, cuando el atardecer se volvía la
      noche- era del material «indio» más costoso (Yoma iii. 7).
      No tenemos dificultad en creer, sin embargo, que entre una co-
      munidad tan vasta hubiera también pobreza, y que hubo algún pe-
      ríodo en que, según comentaban los de Palestina ~on ironía, la cru
      dición había cedido su lugar a lamentos por la necesidad. Porque,
      como uno de los rabinos había dicho en una explicación de Deute-
      ronomio 30: 13: «La sabiduría no se halla "más allá del mar", esto
      es, no se encuentra entre los mercaderes y los negociantes» (Er.
      55 a), cuya mente está embotada por la ganancia. Y era el comercio
      y el intercambio lo que proporcionaba a los babilonios su riqueza
      y su influencia, aunque la agricultura no era descuidada entre ellos.
      Sus caravanas -y por cierto no se d<l. un informe muy halagador de
      estos camellos- (Kidd. iv. 14) llevaban las ricas alfombras y telas
      orientales, así como sus preciosas especias, al Oeste: generalmente
      a través de los puertos de Palestina y de Fenicia, donde una flota de
      barcos mercantes pertenecientes a banqueros y armadores judíos
      estaba dispuesta para llevarlos a todos los rincones del mundo.
      Estos príncipes mercantiles estaban siempre al corriente de lo que
      pasaba, no sólo en el mundo de las finanzas sino de la política. Sa-
      bemos que se hallaban en posesión de secretos de Estado y estaban
      al corriente de los intríngulis de la diplomacia. No obstante, fuera
      cual fuera su condición, la comunidad judía oriental era intensa-
      mente hebrea. Sólo había ocho días de viaje desde Palestina a Ba-
      bilonia, aunque, según las ideas occidentales de Filón, la carretera
      era muy difícil (Filón, ad Cajum., ed. Frcf., p. 1023); Y el pulso de
      Palestina se dejaba sentir en Babilonia. Fue en la parte más distante
      de esta colonia, en las anchas llanuras de Arabia, que Saulo de Tar-
      so pasó los tres años de silencio, meditación y trabajos desconoci-
      dos que precedieron su regreso a Jerusalén, cuando por su anhelo
      ardiente de trabajar entre sus hermanos, encandilado por la larga
      residencia entre aquellos hebreos de los hebreos, fue dirigido a la
      extraña tarea que había de ser la misión de su vida (Gálatas 1: 17).
      y fue en esta misma comunidad que Pedro escribió y trabajó (l.a Pe-
      dro 5: 13) entre un ambiente en extremo desanimador, del cual po-
      demos formarnos idea por la jactancia de Nehardaa de que hasta fi-
      nes del siglo tercero no había habido entre sus miembros ningún
      convertido al Cristianismo (Pes. 56 a, en Neubauer, u.s., p. 351).
      En todo cuanto hemos dicho no hemos hecho referencia a los
      miembros de las diez tribus desaparecidos, cuyos pasos no habían
      dejado huellas y que parecen un misterio, como lo es el de su des-
      tino posterior. Los talmudistas nos dan los nombres de cuatro paí-
      ses como su sede de residencia. Pero incluso si estamos dispuestos
      a dar crédito histórico a sus vagas afirmaciones, por lo menos dos


    40. 40.

      LAS TRIBUS PERDIDAS 39
      de sus localizaciones no pueden ser identificadas con certeza.32
      Sólo
      hay acuerdo en que se dirigieron al Norte, a través de la India, Ar-
      menia y las montañas del Kurdistán y el Cáucaso. y con esto con-
      cuerda una referencia curiosa en el libro conocido como IV Esdras,
      que los localiza en una tierra llamada Arzaret, término que, con
      bastante probabilidad, ha sido identificado con la tierra de Ararat.33
      Jusefu (Anl. xi. 5. 2) los describe como una multitud innumerable,
      y los localiza de modo vago más allá del Éufrates. La Mishnah no
      dice nada de su localización, pero discute su restauración futura; el
      rabino Akiba lo niega y el rabino Eliezer lo da por un hecho (Sanh.
      x. 3).34 Otra tradición judía (Her. R. 73) los localiza en el río fabu-
      loso Sabbatyon, que se suponía dejaba de fluir los sábados. Esto,
      naturalmente, es una admisión implícita de ignorancia respecto a
      su localización. De modo similar, el Talmud (ler. Sanh. 29 e) habla
      de tres localizaciones a las cuales habían sido expulsados: el distri-
      to alrededor del río Sabbatyon; Dafne, cerca de Antioquía; mientras
      que la tercera estaba velada y cubierta por una nube.
      Las noticias más tardías judías relacionan el descubrimiento fi-
      nal y el retorno de las «tribus perdidas» con su conversión bajo el
      segundo Mesías, que, en oposición al «hijo de David», es llamado
      «el Hijo de José», al cual la tradición judaica adscribe aquello que
      no se puede reconciliar con la dignidad real del «hijo de David», y
      que, si se aplicara al Mesías, de modo casi inevitable llevaría a más
      amplias concesiones a los argumentos cristianos.35
      Por lo que se re-
      fiere a las diez tribus, hay esta verdad subyacente en la extraña hi-
      pótesis de qy.e, como por su persistente apostasía del Dios de Israel
      y su culto, El los había cortado de su pueblo, el cumplimiento de
      las promesas divinas a ellos en los últimos días implicaría, por así
      decirlo, un segundo nacimiento para hacerlos de nuevo parte de Is-
      rael. Más allá de esto nos hallamos en la región de las conjeturas.
      Las investigaciones modernas han indicado a los nestorianos/b
      y úl-
      timamente a los afganos, como descendientes de las tribus perdi-
      32. Comp. Neubauer, pp. 315, 372; Hamburger, Real-Encykl. p. 135.
      33. Comp. Volkmar, Handb. d. Einl. en d. Apokr. ii Abth., pp. 193, 194, notas. Por
      las razones presentadas aquí, prefiero esta explicación a la íngeniosa interpretación
      propuesta por el doctor Schiller-Szinessy (Journ. of Philol. de 1870, pp. 113, 114), que
      considera la palabra como una contracción de Erez Achereth, «otro país», a que se re-
      fiere Deuteronomio 29:27 (28).
      34. R. Eliezer parece relacionar su retorno con la aurora del nuevo día mesiá-
      nico.
      35. No es éste el lugar de discutir la invención o ficción tardía judaica de un se-
      gundo Mesías «sufriente», «el hijo de José», cuya misión especial sería el hacer regre-
      sar las diez tribus y someterlas al Mesías, «el hijo de David», pero que perecería en
      la guerra contra Gag y Magog.
      36. Compárese la obra del doctor Asahel Grant sobre los nestorianos. Sus argu-
      mentos han sido resumidos y expandidos en una interesante nota en la obra de Mr.
      Nutt: Sketch of Samaritan History, pp. 2-4.


    41. 41.

      40 LA PREPARACION PARA EL EYANGEUO
      das.37
      Una mezcla así -y su desaparición ulterior- en las naciones
      gentiles parece que ya había sido la idea considerada por los rabi-
      nos, que ordenaron que si (en aquel tiempo) un no judío se casaba
      con una judía, esta unión había de ser respetada, puesto que el ex-
      traño podía ser un descendiente de las diez tribus (Yebam 16 b).
      Además, hay razones para creer que parte de ellos, por lo menos, se
      habían unido a sus hermanos de exilio posterior (Kidd. 69 b); en
      tanto que sabemos que algunos de sus individuos que se habían es-
      tablecido en Palestina, y es de suponer en otros ~untos también, po-
      dían seguir su ascendencia hasta llegar a ellos: 8
      Con todo, la gran
      masa de las diez tribus debe considerarse como perdida para la na-
      ción hebrea, tanto en los días de Cristo como en nuestros días.
      37. Quisiera llamar la atención hacia un artículo muy interesante sobre el tema
      (<<A New Afghan Question») por Mr. H. W. Bellew, en el «Journal of the United Ser-
      vice Institution of India», de 1881, pp. 49-97.
      38. Así, Ana, de la tribu de Aser (Lucas 2:36). Lutterbeck (Neutest. Lehrbegr.
      pp. 102, 103) dice que las diez tribus se volvieron totalmente indistinguibles de las
      otras dos. Pero sus argumentos no son convincentes, y esta opinión no era, ciertamen-
      te, la de los que vivían en tiempos de Cristo o la de los que reflejaban las ideas de
      ellos.


    42. 42.

      II
      La dispersión judía en el Oeste.
      Los helenistas.
      Origen de la literatura helenista
      en la traducción griega
      de la Biblia.
      Carácter de la Septuaginta
      Cuando, dejando la «dispersión» judía del Oriente, nos dirigi-
      mos a la «dispersión» judía en el Occidente, nos parece registrar
      una atmósfera muy diferente. A pesar de su nacionalismo intenso,
      de modo inconsciente para ellos, sus características y tendencias
      mentales se hallaban en dirección opuesta a las de sus hermanos.
      En las manos de los del Oriente quedaba el futuro del judaísmo; en
      las de los judíos del Occidente, en cierto sentido, el del mundo. Los
      unos representaban al viejo Israel. andando a tientas en las tinie-
      blas del pasado; los otros el Israel joven, que estrechaba las manos
      hacia la aurora del nuevo día que estaba a punto de alborear. Estos
      judíos del Occidente eran conocidos con el término helenista de lA.A.T1-
      ,,{eu" por su conformidad con la lengua y las costumbres de los grie-
      gos.'
      l. En realidad, la palabra Alnisti (o Alunistin) -grieg<r- realmente aparece,
      wmo en Jer. Sot. 21 b, línea 14 desde el fina!. Bahl (Forsch. n. ein. Volksb. p. 7) cita
      a Filón (Leg. ad Caj. p. 1023) como prueba de que consideraba la dispersión oriental
      l'omo una rama separada de los palestinos. Pero el pasaje no me produce la inferen-
      da que él saca del mismo. El doctor Guillemard (<<Hebraísmos en el Test. griego»),
      l'n Hechos 6:1, de acuerdo con el doctor Roberts, insiste en que el término «helenis-
      tas» indicaba sólo principios, y no lugar de nacimiento, y que había hebreos y hele-
      nistas dentro y fuera de Palestina. Pero este modo de ver es insostenible.









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