miércoles, 10 de febrero de 2016

Tercio - Wikipedia, la enciclopedia libre

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Tercio Español
Velázquez - de Breda o Las Lanzas (Museo del Prado, 1634-35).jpg

La rendición de Breda, de Velázquez. Ambrosio Spínola (derecha), comandante de los tercios españoles, recibiendo las llaves de la ciudad.

Activa 1534-1704 (Disolución)
Fidelidad Bandera del Imperio español Monarquía Hispánica
Rama Ejército
Función Seguridad, control y defensa de la Monarquía hispánica.
Comandantes
Comandantes

notables
Bandera del Imperio español Gran Capitán

Bandera del Imperio español Juan de Austria

Bandera del Imperio español Manuel Filiberto

Bandera del Imperio español Duque de Alba

Bandera del Imperio español Alejandro Farnesio

Bandera del Imperio español Juan del Águila

Bandera del Imperio español Ambrosio Spínola

Bandera del Imperio español Cardenal-Infante

Bandera del Imperio español Antonio de Leyva

Bandera del Imperio español Álvaro de Sande

Bandera del Imperio español Julián Romero

Bandera del Imperio español Sancho Dávila
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Un tercio era una unidad militar del Ejército español durante la época de la Casa de Austria. Los tercios fueron famosos por su resistencia en el campo de batalla, formando la élite de las unidades militares disponibles para los reyes de España de la época. Los tercios fueron la pieza esencial de la hegemonía terrestre, y en ocasiones también marítima del Imperio español. El tercio es considerado el renacimiento de la infantería en el campo de batalla y es muy comparado con las legiones romanas o las falanges de hoplitas macedónicas.1


Los Tercios españoles fueron el primer ejército moderno europeo,
entendiendo como tal un ejército formado por voluntarios profesionales,
en lugar de las levas
para una campaña y la contratación de mercenarios usadas típicamente en
otros países europeos. El cuidado que se ponía en mantener en las
unidades un alto número de "viejos soldados" (veteranos) y su formación
profesional, junto a la particular personalidad que le imprimieron los
orgullosos hidalgos de la baja nobleza que los nutrieron, es la base de
que fueran la mejor infantería durante siglo y medio. Además, fueron los
primeros en mezclar de forma eficiente las picas y las armas de fuego.


A partir de 1920 también reciben ese nombre las formaciones de tamaño regimental de la Legión Española, unidad profesional creada para combatir en las guerras coloniales del norte de África,
y que se inspiraba en las gestas militares de los tercios históricos.
La Legión Española también guarda ciertos parecidos con la Legión Extranjera del ejército francés.



Índice

Origen de los Tercios


Desembarco de tercios españoles en la batalla de la Isla Terceira, en las Islas Azores, fresco de Niccolò Granello en la Sala de las batallas del Monasterio de El Escorial.
Aunque fueron oficialmente creados por Carlos I de España (los denominados Tercios Viejos)2 tras la reforma del ejército de octubre de 1534 y la ordenanza de Génova de 1536, donde se emplea por primera vez la palabra tercio, como guarnición de las posesiones españolas en Italia y para operaciones expedicionarias en el Mediterráneo, sus orígenes se remontan probablemente a las tropas de Gonzalo Fernández de Córdoba en Italia, organizadas en coronelías que agrupaban a las capitanías. Con estas tropas españolas asentadas en Italia, Carlos I en sus ordenanzas de 1534 y 1536 organizaba su ejército en tres tercios: uno en el reino de Sicilia, otro en el ducado de Milán (o reino de Lombardía) y otro en el reino de Nápoles. En realidad, se comenzaron a gestar en la península. Durante el reinado de los Reyes Católicos y a consecuencia de la guerra de Granada, se adoptó el modelo de los piqueros suizos, poco después se repartían las tropas en tres clases: piqueros, escudados (espadachines) y ballesteros
mezclados con las primeras armas de fuego portátiles (espingarderos y
escopeteros). No tardaron mucho en desaparecer los escudados y pasar los
hombres con armas de fuego de ser un complemento de las ballestas a
sustituirlas por completo. Las victorias españolas en Italia frente a
los poderosos ejércitos franceses tuvieron lugar cuando todavía no se
había completado el proceso.


Los tres primeros tercios, creados a partir de las tropas estacionadas en Italia, fueron el Tercio Viejo de Sicilia, el Tercio Viejo de Nápoles y el Tercio Viejo de Lombardía. Poco después se crearon el Tercio Viejo de Cerdeña y el Tercio de Galeras (que fue la primera unidad de infantería de marina de la Historia). Todos los tercios posteriores se conocerían como Tercios nuevos. A diferencia del sistema de levas o mercenarios, reclutados para una guerra en particular, típica de la Edad Media,
los tercios se formaron con soldados profesionales y voluntarios que
estaban en filas de forma permanente, aunque en un principio cada
localidad debía prestar uno de cada doce hombres para los servicios del
rey si este los necesitaba para la guerra. Sin embargo, nunca faltaron
voluntarios.



La Batalla de Pavía (1525), en la que los españoles vencieron a los franceses.
El tercio en un principio no era, pues, propiamente hablando, una
unidad de combate, sino de carácter administrativo, un Estado Mayor que
tenía bajo su mando una serie de compañías que se hallaban de guarnición
dispersas por diversas plazas de Italia. Este carácter peculiar se
mantuvo cuando se movilizaron para combatir en Flandes.
El mando del tercio y el de las compañías era directamente otorgado por
el rey, por lo que las compañías se podían agregar o desvincular del
mando del tercio según conviniera. De este modo, el tercio mantuvo su
carácter de unidad administrativa, más parecida a una brigada del siglo
XVIII que a un regimiento de la época, hasta mediados del siglo XVII,
cuando los tercios empezaron a ser levantados por nobles a su costa,
quienes nombraban a los capitanes y eran efectivos propietarios de las
unidades, como sucedía en el resto de los ejércitos europeos.


Estaban inspirados en la Legión romana, por lo que algunos historiadores creen que pudieron ser bautizados así debido a la tercia, la legión romana que operaba en Hispania.
Eran unidades regulares siempre en pie de guerra, aunque no existiera
amenaza inminente. Otros se crearían más tarde en campañas concretas y
se identificaban por el nombre de su maestre de campo
o por el escenario de su actuación. El origen del término «tercio»
resulta dudoso. Algunos piensan que fue porque, en su origen, cada
tercio representaba una tercera parte de los efectivos totales
destinados en Italia.
Otros sostienen a que se debían incluir a tres tipos de combatientes
(piqueros, arcabuceros y mosqueteros) de acuerdo con una ordenanza para
“gente de guerra” de 1497, donde se cambia la formación de la infantería
en tres partes

«Repartiéronse los peones (la infantería) en tres partes. El uno, tercio con lanzas, como los alemanes las traían, que llamaron picas; y el otro tenía nombre de escudados (gente de espadas); y el otro, de ballesteros y espingarderos (ballesteros y espingarderos serían sustituidos posteriormente por los arcabuceros)».
También hay quienes consideran que el nombre proviene de los tres mil
hombres, divididos en doce compañías, que constituían su primitiva
dotación. Esta última explicación parece la más acertada, ya que es la
que recoge el maestre de campo Sancho de Londoño en un informe dirigido al duque de Alba a principios del siglo XVI:

«Los tercios, aunque fueron instituidos a imitación de las legiones (romanas), en pocas cosas se pueden comparar a ellas, que el número es la mitad, y aunque antiguamente eran tres mil soldados, por lo cual se llamaban tercios y no legiones, ya se dice así aunque no tengan más de mil hombres». 3
Entonces, el nombre de tercio puede venir del hecho de que los
primeros tercios italianos estuvieran compuestos por 3000 hombres. Lo
más probable es que se refiriese simplemente a una parte de las tropas,
como en los abordajes, donde se dividían los hombres en tres «tercios» o
«trozos».


Historia y primeros combates


Sitio de Gravelinas, donde se produjo la Batalla de Gravelinas,
con una victoria española sobre las tropas francesas que obligó al rey
francés a firmar la paz y desistir de invadir Italia. Esta batalla se
libró después de la batalla de San Quintín, y en honor a esta victoria, el rey Felipe II mandó construir el Monasterio del Escorial.
La estructura militar española, innovada por los Reyes Católicos en la conquista de Granada
y en sus campañas por Italia, estuvo fuertemente influenciada por el
llamado «modelo suizo». Los triunfos de la firme infantería suiza frente
a la caballería pesada de Borgoña
en una serie de batallas campales revolucionaron los métodos de guerra
medievales. Por fin la infantería ganaba terreno a la caballería, reina
indiscutible de la guerra medieval. Era bastante lógico que en España se
aprendiese la lección de que unos cuadros de piqueros
bien formados podían derrotar a cualquier caballería que se les pusiese
delante. El número se imponía sobre el esfuerzo inútil de los
orgullosos caballeros, como ya precisó Maquiavelo en Del arte de la guerra.


La eficacia del combate de los tercios hispánicos estuvo basada en un
sistema de armamento que unía el arma blanca (la pica) con el potencial
de fuego del arcabuz,
tomando una síntesis completa de dualidad de infantería pertrechada con
armas de fuego compactas. La superioridad del tercio sobre el modelo
del cuadro compacto suizo estaba, por otra parte, en su mayor capacidad
de dividirse en unidades más móviles hasta llegar al cuerpo a cuerpo
individual, fluidez táctica que favorecía la predisposición combativa
del infante español.


Lo cierto es que desde la conquista de Granada (1492) hasta las campañas del Gran Capitán en el reino de Nápoles (1495), tres ordenanzas sentaban ya las bases de la administración militar de los ejércitos españoles. En 1503, la Gran Ordenanza
reflejó la adopción de la pica larga y la distribución de peones en
compañías especializadas. En 1534 se creaba el primer Tercio oficial, el
de Lombardía, y un año después ayudó en la conquista del Milanesado español. Los Tercios de Nápoles y Sicilia se crearon en 1536, gracias a la ordenanza de Génova, promulgada por Carlos I de España.


En la Batalla de Mühlberg, en 1547, las tropas imperiales de Carlos V vencieron en Alemania a una liga de príncipes protestantes gracias, sobre todo, a la actuación de los piqueros imperiales.


Diez años después, el ejército español derrotó por completo en 1557 al francés en la Batalla de San Quintín, hecho que se repitió con idéntico resultado en Gravelinas
en 1558, lo que condujo a la paz entre ambos Estados con grandes
ventajas para España. En todas estas batallas destacó la eficaz
actuación de los tercios.


Carácter y modo de vida


Un tercio en batalla.
Los soldados de los tercios eran hombres orgullosos y extremadamente
cuidadosos de su honor personal, tanto que preferían la muerte a la
deshonra y su reputación como soldados. Se trataba de tropas agresivas,
disciplinadas y con una enorme confianza en sí mismos, pero difíciles de
manejar en el trato si no se hacía con cuidado. Por ejemplo, los
españoles no consentían que se les castigase golpeándoles con las manos o
una vara, como en otros ejércitos, ya que lo consideraban indigno, y
preferían recibir el castigo con armas como la espada, pese a lo
peligroso de ello, por considerarlo más noble. En una ocasión un soldado
al que un oficial le tocó con un palo no dudó en llevarse la mano a la
espada, pese a saber que tal acto de rebeldía se castigaba con la muerte
(como así sucedió).[cita requerida] Se llegó a discutir si tocar con una vara como el asta de un arma resultaba ofensivo, incluso si era por accidente.[cita requerida]


Semejante obsesión por asuntos de honor y por la reputación hacía que
los soldados españoles tuviesen fama de pendencieros, y no eran raros
los duelos. Y que los oficiales debieran tratarlos con cuidado, aunque
resultaba muy provechoso utilizar su propio orgullo para sujetarlos.


Cuando luchaban junto a tercios de otras nacionalidades o aliados,
era frecuente que los españoles exigiesen, para defender su reputación,
los puestos más importantes, peligrosos o decisivos para en el combate,
como de hecho se les empleaba.


Una forma de estimular el cuidado de las armas era seleccionar para
las primeras líneas de combate, las más peligrosas y por tanto las más
distinguidas, a quienes tuviesen el equipo en mejor estado, y el
ejército español era el único de la época que tuvo que incluir castigos
para aquellos que rompieran la formación por el ansia de combatir o
distinguirse frente al enemigo.


Los soldados españoles eran las tropas que más tarde se amotinaban
por falta de pagas, llegando a aguantar años sin cobrar y viviendo en
condiciones de miseria antes de rebelarse.[cita requerida]
En lugar de hacerlo antes de una batalla importante, como era común
para presionar por sus pagas, solo lo hacían tras ella, para que no
dijeran que no habían cumplido con su deber, sino que eran sus jefes
quienes no lo hacían con el suyo al no darles la paga. En caso de
amotinamiento, elegían sus jefes y mantenían una disciplina equivalente a
la del ejército. Soldados así eran excelentes, pero la disciplina debía
ser férrea para controlarlos. Y de hecho podía ser muy dura.


Cuando se conquistó Portugal, Felipe II
puso mucho interés en que no se molestase a los civiles. Pero la
logística de la época sencillamente no podía sostener un gran ejército
sin que estos buscasen alimentos en la zona. A pesar de saberlo, el
general colgó a tantos soldados que llegó a escribir al rey para decirle
que le preocupaba quedarse sin sogas. En otra ocasión cuando un
príncipe de Inglaterra
(que combatía con los tercios) quiso atacar sin permiso, el conde
francés que lo acompañaba le dijo que no sabía hasta dónde llegaba la
disciplina de los tercios, pues si atacaba sin permiso no sabía si su
realeza sería bastante para salvarle el cuello.


Organización de los tercios

La organización de los tercios varió muchísimo durante su existencia (15341704). La estructura original, propia de los tercios de Italia, cuyas bases se encuentran en la ordenanza de Génova de 1536, dividía cada tercio en 10 capitanías o compañías, 8 de piqueros y 2 de arcabuceros,
de 300 hombres cada una, aunque también se podía dividir el ejército en
12 compañías de 250 hombres cada una. Cada compañía, aparte del
capitán, que siempre tenía que ser de nacionalidad española y escogido
por el rey, tenía otros oficiales: un alférez, quien era encargado de llevar en el combate la bandera de la compañía, un sargento,
cuya función era preservar el orden y la disciplina en los soldados de
la compañía, y 10 cabos (cada uno de los cuales mandaba a 30 hombres de
la compañía). Aparte de los oficiales, en cada compañía había un cierto
número de auxiliares (oficial de intendencia o furriel, capellán, músicos, paje del capitán, barberos y curanderos (estos dos últimos, solían cumplir el mismo papel, etc.).



Representación gráfica de la jerarquía y organización dentro de un tercio.
Posteriormente, los tercios de Flandes
adoptaron una estructura de 12 compañías, 10 de piqueros y 2 de
arcabuceros, cada una de ellas formada por 250 hombres. Cada grupo de 4
compañías se llamaba coronelía. El Estado Mayor de un tercio de Flandes tenía como oficiales principales a los coroneles (uno por cada coronelía), un Maestre de Campo (jefe supremo del tercio nombrado directamente por la autoridad real) y un Sargento Mayor, o segundo al mando del Maestre de Campo.


Los tercios solían presentarse en el campo de batalla agrupando a los
piqueros en el centro de la formación, escoltados por los arcabuceros y
dejando libres a algunos de estos últimos en lo que se denominaban
mangas, para hostigar y molestar al enemigo.


El personal de cada unidad era siempre voluntario y entrenado
especialmente en el propio tercio, lo que convierte a estas unidades en
el germen del ejército profesional moderno. Los ejércitos españoles de
aquel tiempo estaban formados por soldados reclutados en todos los
dominios de los Habsburgo
hispánicos y alemanes, amén de otros territorios donde abundaban los
soldados de fortuna y los mercenarios: alemanes, italianos, valones,
suizos, borgoñones, flamencos, ingleses, irlandeses, españoles, etc. En
el conjunto del ejército, la proporción de efectivos españoles
propiamente dichos solía ser inferior al 50%, e incluso menos aún: hasta
un 10–15% a lo largo de casi toda la guerra de Flandes. Sin embargo,
eran considerados el núcleo combatiente por excelencia, selecto,
encargado de las tareas más duras y arriesgadas (y consecuentemente, con
las mejores pagas). Inicialmente sólo los españoles originarios de la Península Ibérica
estaban agrupados en tercios y durante todo el período de
funcionamiento de estas unidades se mantuvo vigente la prohibición de
que en dichos tercios formaran soldados de otras nacionalidades. En los
años 80 del siglo XVI se formaron los primeros tercios de italianos,
cuya calidad rivalizaba con la de los españoles, y a principios del
siglo XVII se crearon los tercios de valones, considerados de peor
calidad. Los lansquenetes
alemanes en servicio del rey hispano no llegaron nunca a ser
encuadrados en tercios y combatían formando compañías, puesto que eran
mercenarios y no cuadraban con la organización militar de los tercios.



Bandera de compañía (mediados del siglo XVII).
El ejército del duque de Alba
en Flandes, en su totalidad, lo componían 5.000 españoles, 6.000
alemanes y 4.000 italianos. Cuando el tercio necesitaba alistar
soldados, el rey concedía un permiso especial firmado de propia mano
(«conducta») a los capitanes designados, que tenían señalado un distrito
de reclutamiento y debían tener el número de hombres suficiente para
componer una compañía. El capitán, entonces, desplegaba bandera en el
lugar convenido y alistaba a los voluntarios, que acudían en tropel
gracias a la gran fama de los tercios, donde pensaban labrarse carrera y
fortuna. Estos voluntarios iban desde humildes labriegos y campesinos
hasta hidalgos arruinados o segundones de familias nobles con ambición
de fama militar, pero normalmente no se admitían ni menores de 20 años
ni ancianos, y estaba prohibido reclutar tanto a frailes o clérigos como
a enfermos contagiosos. Los reclutas pasaban una revista de inspección,
en la que el veedor comprobaba sus cualidades y admitía o expulsaba a
los que servían o no para el combate. A diferencia de otros ejércitos,
en los tercios el soldado no estaba obligado a jurar fidelidad y lealtad
al rey.


El alistamiento era por tiempo indefinido, hasta que el rey concedía
la licencia y establecía una especie de contrato tácito entre la Corona y
el soldado, aunque aparte del rey también los capitanes generales
podían licenciar a la tropa. Se daba por hecho que el juramento era
tácito y efectivo desde este reclutamiento. Los agraciados con su
entrada en el tercio cobraban ya al empezar un sueldo por adelantado
para equiparse, y los que ya disponían de equipo propio recibían un
«socorro» a cuenta de su primer mes de sueldo.


No hay duda de que estas condiciones se pasaban a veces por alto a
causa de la picaresca personal o de las necesidades temporales del
ejército, pero en general siempre se exigió que el soldado estuviese
sano y fuerte, y que contara con una buena dentadura para poder
alimentarse del duro bizcocho que se repartía entre la tropa. En España,
las mayores zonas de reclutamiento fueron Castilla, Andalucía, el Reino de Valencia, Navarra y Aragón.
Honor y servicio eran conceptos muy valorados en la sociedad española
de la época, basada en el carácter hidalgo y cortés, sencillo pero
valiente y arrojado de todo buen soldado. Aunque hay que añadir que no
hubo escasez de voluntarios alistados mientras las arcas reales
rebosaron de dinero, es decir, hasta las primeras décadas del siglo
XVII.


No existían centros de instrucción, porque el adiestramiento era
responsabilidad de los sargentos y cabos de escuadra, aunque la verdad
es que los soldados novatos y los escuderos se formaban sobre la marcha.
Se procuraba repartir a los novatos entre todas las compañías para que
aprendieran mejor de las técnicas de los veteranos y no pusieran en
peligro la vida del conjunto. Era también común que en las compañías se
formaran grupos de camaradas, es decir, de cinco o seis soldados unidos
por lazos especiales de amistad que compartían los pormenores de la
campaña. Este tipo de fraternidad unía las fuerzas y la moral en combate
hasta el extremo de ser muy favorecida por el mando, que prohibió
incluso que los soldados vivieran solos.


El ascenso se debía a aptitud y méritos, pero primaban también mucho
la antigüedad y el rango social. Para ascender se solía tardar como
mínimo 5 años de soldado a cabo, 1 de cabo a sargento, 2 de sargento a
alférez y 3 de alférez a capitán. El capitán de una compañía de tercio
era el mando supremo que debía rendir cuentas ante el sargento mayor,
que a su vez era el brazo derecho del maestre de campo (designado
directamente por el rey y con total competencia militar, administrativa y
legislativa).


Cargos militares y administrativos en un tercio, con sus funciones

El maestre de campo

El maestre de campo
es un capitán designado por el rey que manda su compañía y a todo el
tercio, podríamos decir que era el general del tercio. Era el único
cargo en los tercios que tenía una guardia personal, tan solo 8
alabarderos.


Para llegar a ser maestre de campo se precisaban muchos años de
experiencia militar, fama y reconocimiento; con esto el rey los podía
designar jefes de un tercio. Normalmente, al principio se era maestre de
campo de tropas extranjeras (valones,
italianos, alemanes...), cuando se había desempeñado un buen trabajo,
el rey daba al maestre de campo un tercio de españoles. Muchos de los
nombres de los tercios tenían el nombre o del lugar de origen (tercio de
Málaga) o donde operan (Tercio Viejo de Lombardía)
o el nombre o apellidos del tercio. Así el famoso maestre de campo Lope
de Figueroa mandaba el tercio Lope de Figueroa. En general, se ocupaba
del mando, de impartir justicia dentro del tercio y de administrar y
asegurar que las tropas eran aprovisionadas.


Maestres de campo famosos fueron Juan del Águila, Sancho de Londoño, Sancho Dávila, Julián Romero, Lope de Figueroa, Rodrigo López de Quiroga y Álvaro de Sande.


El sargento mayor

El sargento mayor
era el ayudante principal del maestre de campo, por lo que era el
segundo al mando en el tercio. Se podría considerar como el jefe de
Estado Mayor. No tenía compañía propia, pero tenía la potestad sobre los
demás capitanes. Daba las órdenes de boca del maestre de tercio a los
capitanes, decía cómo debía formar en el campo de batalla
el tercio, dónde se alojarían las compañías, etc. Era, sin duda, el
trabajo de mayor responsabilidad. Tenía un ayudante que solía ser el alférez de su antigua compañía. La evolución de estos dos cargos han dado en la actualidad los cargos de comandante y teniente coronel.


Los tambores y pífanos

Los tambores o cajas y pífanos
eran los encargados de llevar las órdenes del capitán en el combate a
base de los toques de sus instrumentos. También tenían una doble
finalidad: subir la moral de los hombres en el combate y llevar las
órdenes, pues en el fragor de la batalla era imposible llevar las
órdenes a viva voz. Había muchos toques, entre los básicos marchar,
parar, recoger (dar la retirada), responder (al fuego enemigo), etc.


El furriel mayor

El furriel
mayor era el encargado de alojar a los soldados, de los almacenes del
tercio y de las pagas. Se encargaba de los aspectos logísticos. Cada
compañía tenía a su vez un furriel que se encargaba de llevar a cabo las
órdenes del furriel mayor. Cada furriel llevaba las cuentas de la
compañía, la lista de los soldados, las armas y la munición de la que
precisaban los soldados y el capitán. Para ser furriel se necesitaba
saber leer, escribir y conceptos básicos de matemáticas.


Cuerpo sanitario

Los tercios no tenían un cuerpo sanitario como los ejércitos
actuales. Este cargo lo desempeñaba un médico profesional, los cirujanos
de cada compañía y el barbero que solían hacer de enfermeros y debían
saber atar y sangrar heridas (por cada compañía sólo había un cirujano y
un barbero). Los camilleros solían ser los mozos que acompañaban a los
soldados al combate o los propios soldados llevando a sus propios
camaradas.


Cuerpo espiritual

En los tercios, como ejército cristiano, debía tener por cada
compañía un capellán para dar fe a los soldados, enseñar el evangelio,
celebrar la santa misa y dar la extremaunción a los heridos y a los que
iban a morir. En un principio el capellán era contratado por los
soldados. Era un trabajo arduo, pues los capellanes se debían mover por
el campo de batalla para dar la extremaunción a los caídos y solían ser
el objeto de odio en enemigos contrarios a la Iglesia Católica (los protestantes y musulmanes).


En 1587, la orden de los jesuitas es la encargada de proveer los capellanes de los tercios. Con la ordenanza de 1632
se crea el puesto de capellán mayor, que era el encargado de elegir a
los capellanes de las compañías y capellán de la compañía del maestre de
campo. Además, eran los únicos que podían juzgar a otros capellanes.


Cuerpo judicial

El cuerpo judicial del tercio se formaba por un oidor, un escribano,
dos alguaciles, el carcelero y el verdugo. Este grupo de personas se
encargaban de hacer efecto sobre los procesos judiciales internos del
tercio, como si fuera un tribunal militar. También se encargaban de los
testamentos de los soldados.


En el tercio podemos encontrar asimismo un cuerpo de policía militar, mandado por el barrachel (en Flandes pasó a denominarse preboste).
Se encargaba del orden entre la tropa, la limpieza de los campamentos,
la seguridad de los edificios donde se iban a alojar los soldados y
evitar que los soldados se dispersasen en las marchas.


El capitán

El capitán
es una persona designada por el rey para que mande una compañía, él es
quien decide de qué arma va a ser formada la compañía (cuando no había
mezcla de armas): picas, arcabuces o mosquetes.


El capitán debía informar de los percances ocurridos a sus
superiores, y no tiene la potestad de castigar a sus soldados, ni
herirlos, a no ser que éste estuviese presente, entonces podía usar la
espada, pero no podía matar a los soldados. Si hería a un soldado no
debía atacar un miembro del cuerpo útil para la guerra. El capitán no
debía aprovecharse de los soldados, ni maltratarlos cuando no han hecho
nada, con el único fin de salvaguardar la disciplina de los soldados de
la compañía. El capitán podía dar licencia a un soldado a irse de una
compañía a otra, pero no podía darle licencia de irse del tercio y mucho
menos del ejército, eso era tarea del maestre de campo y del rey. Los
capitanes normalmente tenían un paje de rodela, pues éste lo portaba,
que también se llamaba paje de jineta. Estos chicos estaban en la parte
peor parada del combate, delante del capitán para protegerlo con la
rodela.


El alférez

El alférez
era el encargado de llevar y defender la bandera de la compañía en el
combate. La bandera era la insignia de la compañía y debían protegerla
con la vida. Se sabe de casos de alféreces que perdieron ambos brazos en
el combate y para que la bandera no cayese al suelo (significaba que la
compañía perdía el combate), el alférez la sujetaba con la boca,
trabajo arduo, pues la pica en la que se llevaba la bandera pesaba 5 kg.
La bandera siempre debía llevarse de forma vertical, nunca al hombro,
pues si los soldados veían que la bandera caía o era arrastrada por el
suelo bajaría la moral. El alférez podía encargarse de la compañía si el
capitán lo autorizaba cuando éste estuviese ausente. En las marchas, el
alférez tenía otro ayudante, llamado sotaalférez, que era el encargado
de llevar la bandera cuando no hubiese combate. A este muchacho también
se le llamaba sota o abanderado.


El sargento

Cada compañía tenía un sargento,
encargado de transmitir las órdenes de los capitanes a los soldados, de
que la tropa esté siempre bien preparada para el combate (armamento,
munición, protecciones, etc.) y de que las tropas en el combate vayan en
buen orden.


En los servicios nocturnos el sargento es el encargado de poner las
centinelas, y debe revisarlas durante toda la noche. El sargento puede
castigar a aquéllos que no cumplan estos servicios, y si requiriese de
la fuerza podría usar la gineta, una alabarda especial que solo la llevaban los sargentos, tratando de solo herir y no mancar al soldado castigado.


El cabo

El cabo
es un soldado veterano que tiene a su mando 25 hombres. Eran los
encargados de alojar a los soldados en camaraderías (grupos de soldados
más reducidos). Tienen que adiestrar a los soldados, cuidar de que
cumplan las órdenes del capitán, de que luchen bien y de que no creen
problemas. Si los hubiere, el cabo no puede castigar a los soldados y
deberá hablar al capitán de los posibles desórdenes ocurridos.


Escuadrón y técnicas


Tercios marchando en formación durante la batalla de Nieuport, en 1600.

De izquierda a derecha: alabardero, alférez y arcabucero.
El armazón del Tercio contaba con tres clases de combatientes: piqueros, arcabuceros y mosqueteros. Asimismo disponía de artillería, y en ocasiones, de caballería (p. ej.: batalla de Ceriñola).


Los piqueros usaban la pica, de entre 3 y 6 m de longitud, y portaban también su espada atada al cinto. Según su armamento defensivo se dividían en «picas secas» y «picas armadas» (coseletes o piqueros pesados). Los primeros llevaban media armadura y a veces capacete o morrión. Los segundos se protegían con celada o morrión, peto, espaldar y escarcelas que cubrían los muslos colgando del peto. La espada
era su gran baza en cualquier combate cuerpo a cuerpo, y en su manejo
tenían los españoles una acreditadísima fama. Normalmente era de doble
filo y no solía medir más de un metro para hacerse más ligera y
transportable.


Los mosqueteros llevaban un equipo muy similar al de los arcabuceros, pero se diferenciaban en que, en vez de arcabuz, usaban un mosquete,
o sea de mayor alcance y calibre, lo que también requería dispararlo
con el apoyo de una horquilla montada en el suelo; y en vez de morrión,
sombrero de chambergo.
Su alcance les permitía salir de la formación cerrada y refugiarse en
el escuadrón después de abrir fuego. Fueron una innovación
extraordinaria en su época gracias a la inteligencia del duque de Alba, que decidió introducir los mosquetes en los tercios en 1567, cuando antes sólo servían en la defensa de plazas amuralladas, en especial en los presidios de Berbería, en el norte de África.


Los españoles conservaron la hegemonía militar durante el siglo XVI y
gran parte del XVII, aunque sus enemigos se inspiraron en sus mismas
técnicas para hacerles frente. Los ejércitos incrementaron sus efectivos
y pasaron a sufrir enormes bajas. Los generales de la época optaban
entonces por no plantar grandes batallas, sino dedicarse a concentrar
esfuerzos en las tomas de ciudades importantes para forzar un tratado
que condujese al final de la guerra, fuese éste temporal o a largo
plazo. Un aforismo de los lansquenetes de aquellos tiempos decía muy oportunamente: «Dios nos dé cien años de guerra y ni un solo día de batalla».


Las grandes formaciones de los tercios surgieron según la técnica
bautizada por los españoles como «arte de escuadronar», y los tratados
de la época están llenos de fórmulas y tablas para componer escuadrones
de hasta 8000 hombres. Por aquel entonces ya habían desaparecido
totalmente las hazañas individuales que en la Edad Media gozaron de
tanta fama y prestigio para el soldado, pues la infantería se basaba
enteramente en el anonimato. Los oficiales y los soldados distinguidos
disponían de algún caballo para las marchas largas, pero todos combatían
pie a tierra, integrados en grandes formaciones cuadradas o
rectangulares, con una disciplina estrictamente impuesta en movimientos
de alineación y maniobra. Durante los trayectos, las tropas
acostumbraban a viajar siempre en columna, pero luego combatían
agrupadas en bloques geométricos.


Estos bloques rechazaban fácilmente a la caballería y luchaban
hábilmente combinados con el resto de la infantería, pero debían evitar
ponerse al alcance de los cañones, ya que entonces podían sufrir graves
destrozos y bajas. La amenaza de la artillería enemiga en una batalla
quedó bien patente para todos los ejércitos de la época sobre todo a
partir de la batalla de Marignano,
en la que la artillería francesa machacó a los cuadros suizos. Todos
los generales tuvieron entonces presente este factor, aunque de hecho
las piezas artilleras eran de poco alcance y muy difíciles de mover en
terrenos abruptos o fangosos, como por ejemplo en los campos de Flandes.
Hay que destacar, sin embargo, que la infantería era la única que mejor
podía moverse en los estrechos espacios que dejaban canales, diques,
puentes o murallas en Flandes.


El tercio acostumbraba a formar como formación más típica el llamado
escuadrón de picas. El resto de los efectivos —caballería y arcabuceros—
debían apoyar su acción situándose en sus mangas o flancos para evitar
que el enemigo lo envolviese, aunque a veces también formaban pequeños
cuadros en sus esquinas. Esta táctica era la más empleada en campo
abierto, transmitiéndose las órdenes a través del sargento mayor a los sargentos de compañía y sus capitanes,
que desplazaban a la tropa. Todos los movimientos se realizaban en
absoluto silencio, de modo que sólo en el momento del choque estaba
permitido gritar «¡Santiago!» o «¡España!».


La doctrina de la época establecía oponer picas a caballos, enfrentar
la arcabucería a los piqueros y lanzar caballería sobre los arcabuceros
enemigos, ya que éstos, una vez efectuado el primer disparo, eran muy
vulnerables hasta que cargaban otra vez el arma. Los arcabuceros
adquirieron mucha importancia en los tercios: llevaban un capacete, gola de malla y chaleco de cuero (coleto), a veces peto y espaldar. Su gran arma era el arcabuz, un cañón de hierro montado sobre caja de madera con culata. El equipo incluía asimismo una bandolera para las cargas de pólvora y una mochila para la munición, la mecha y el mechero. El arcabucero recibía cierta cantidad de plomo y un molde en el que debía fundir sus propias balas. A finales de siglo XVI,
cada tercio tenía dos o tres compañías de arcabuceros (lo que da una
idea de su elitismo), formadas por soldados jóvenes y resistentes a los
duros trabajos. También por ese mismo motivo estaban agraciados por un
trato de favor especial que les dispensaba de hacer guardias de noche (a
diferencia del resto de las compañías) y les garantizaba un ducado más de paga al mes. Se disponía de artillería cuando las circunstancias así lo exigían: desde cañones de bronce o hierro colado, medioscañones, culebrinas y falconetes.


Durante los primeros disparos, para que las bajas no dejasen
demasiados huecos en el escuadrón de picas, los soldados adelantaban su
puesto cuando el anterior quedaba vacío, lo que permitía seguir dando
una imagen compacta donde toda la compañía se apoyaba en un solo bloque.
El escuadrón de picas tenía cuatro formaciones: el escuadrón cuadrado
(mismo frente que fondo); prolongado (tres cuadrados unidos), con la
variante de media luna o cornuto, en que las alas se curvaban para
proteger el centro; en cuña o triangular, que adquiría forma de tenaza o
sierra cuando se unía a otros por la base; y en rombo.


Si se trataba de un asedio, los tercios realizaban obras de atrincheramiento para rodear la plaza y aproximar los cañones y minas
a los muros. Uno de los escuadrones se mantenía en reserva para
rechazar cualquier tentativa de contraataque de los sitiados. Incluso si
era necesario retirarse, se procuraba llevar a cabo el repliegue con
sumo secreto, con un escuadrón de seguridad cubriendo siempre la
retaguardia.


Armamento y vestimenta


Arcabucero del siglo XVII
No existió nunca una verdadera uniformidad en vestimenta. El equipo
más habitual comprendía una ropilla (vestidura corta sobre el jubón), unos calzones, dos camisas, un jubón, dos medias calzas, un sombrero de ala ancha y un par de zapatos,
pero cada hombre podía vestir como quisiera si se lo pagaba de su
bolsillo. En cuanto a las armas, los soldados recibían las que les daba
el rey (Munición Real), que se descontaban de futuras pagas, pero además
podían adquirir y utilizar cualquier otra que les conviniera: espadas, ballestas, picas, mosquetones, arcabuces, etc. y así se ejercitaban a base de destreza y mucha práctica.


Todo soldado podía llevarse los mozos y criados que pudiera costear para su posición social y recursos. Eran una especie de escuderos que aprendían de sus superiores el arte de la guerra y el cuidado de las armas y los caballos.
Un gran número de protegidos y de no combatientes acompañaba al
ejército de tercios en su marcha, desde mochileros para transportar los
equipajes hasta comerciantes con carros de comestibles y bebida,
cantineros, sirvientes, etc. y hasta prostitutas.
Éstas últimas, aunque bastante numerosas, no podían pernoctar con la
tropa porque se debía respetar cierto límite de medidas de control del
orden, por lo que debían marcharse del campamento al caer la tarde.


A medida que trascurrieron los años, los tercios fueron tanto
disminuyendo en número de hombres como aumentando la proporción de
arcabuceros y mosqueteros
sobre la de piqueros, eliminando cualquier vestigio de algunas armas
aún comunes en el momento de creación del tercio (por ejemplo, la ballestas o el escudo redondo o rodela).


En la práctica, los tercios nunca tenían sus plazas cubiertas, y a
menudo las compañías tenían sólo la mitad o menos de sus efectivos
teóricos. Frecuentemente se disolvían compañías ("reformaban") para
cubrir un mínimo de plazas en las demás. Los capitanes de las
desaparecidas se veían reducidos al papel de soldados, si bien de élite.
Debido a esto, su estructura nunca fue rígida, sino más bien muy
adaptable a las circunstancias del momento.


Estaba relativamente consentida la deserción
si era para unirse a otra compañía más prestigiosa. La huida a España
no era muy mal vista, aunque no era común. Sin embargo, pasarse al
enemigo era otra cosa. Las pocas veces que sucedió, y si los desertores
tenían la desgracia de caer en manos de sus antiguos compañeros, no
podían esperar clemencia.


Muchas de las acciones de guerra no eran grandes batallas, sino una
sucesión de golpes de mano, escaramuzas, pequeñas batallas y asedios. En
todos estos casos, los tercios resultaron muy eficientes, especialmente
en los ataques por sorpresa («encamisadas»).


Alimentación y sanidad

La comida del soldado raso comprendía un kilo aproximado de pan o
bizcocho, una libra de carne y media de pescado y una pinta de vino, más
aceite y vinagre, lo que aportaba de 3300 a 3900 kilocalorías diarias.
Hay que saber que el soldado se tenía que preparar su propia comida,
aunque la preparación de algunos alimentos corría a cargo de cada uno de
los camaradas en los fogones del campamento.


Cada tercio disponía de un médico, un cirujano y un boticario. Todas
las compañías contaban con barbero para los primeros auxilios, y los
heridos graves se trasladaban al hospital general, donde había
enfermeros, médicos y cirujanos. Este hospital corría a cargo de los
propios soldados mediante el llamado «real de limosna» (una cantidad que
se les descontaba del sueldo), la venta de los efectos personales de
los enfermos que fallecían sin hacer testamento o las donaciones
que alguien hacía voluntariamente. Había aproximadamente un médico o
cirujano por cada 2200 soldados, aunque los heridos podían llegar a ser
tantos que desbordaran la capacidad de éstos. Lo cierto era que la
mayoría de los soldados veteranos estaban cubiertos de cicatrices, y
muchos acababan lisiados o mutilados sin ninguna compensación. Las
amputaciones iban seguidas de la cauterización, y las curas de las
heridas se hacían con maceraciones de vino o aguardiente y algunos
ungüentos, pero eso no frenaba a veces la infección o las supuraciones,
lo que acababa por degenerar en gangrena u otras enfermedades contagiosas.


La importancia de la religión

Los tercios mantenían su enorme moral de combate mediante un implícito apoyo de la religión en campaña. Su mejor general, Alejandro Farnesio,
no dudaba por ejemplo en hacer arrodillar día a día a sus soldados
antes de combatir para rezar el Avemaría o una prédica a Santiago,
patrón de España.


Asimismo cada mañana se saludaba a la Virgen María con tres toques de
corneta y cuando era preciso también se oficiaban varias misas de
difuntos y numerosos funerales. Cada tercio contaba con un capellán
mayor y un predicador, y cada compañía con un capellán.


Listado de los Tercios


Bandera del Tercio de la Liga (hacia 1571).

Bandera del Tercio de Spinola (1621).



Tercios de la Armada o tercios del mar (2 o 3 en 1701)


  • Viejo de la Armada Mar Océano
  • Viejo Armada
  • Fijo de la Mar de Nápoles
Tercios italianos (11 a 14 en 1701)


  • Toraldo
  • Cardenas
  • Avalos-Aquino
  • Torrecusa
  • Guasco
  • Lunato
  • Paniguerola
  • Torralto (napolitano)
  • San Severo (napolitano)
  • Torrecusa (napolitano)
  • Cardenas (napolitano)
  • Lunato (lombardo)
  • Paniguerola (lombardo)
  • Guasco (lombardo)
  • Tercio vecchio de Nápoles (napolitano)
Tercios irlandeses (¿1 en 1701?)


  • Tyron
  • Bostock
Tercios alemanes (6 a 9 en 1701)


Tercios de los Grisones (suizos, 2 en 1701)


Tercios valones (8 en 1701)


  • Beaumont

La Leyenda Negra

La mala fama de los Tercios españoles forma parte inseparable de la Leyenda Negra difundida por la historiografía anglosajona y francesa para perjudicar la imagen política de España a partir —sobre todo— de Felipe II.
Esos prejuicios se basan en hechos ciertamente lamentables que fueron
obra de los rudos y feroces soldados en algunos episodios de desorden y
saqueo indiscriminado acompañado de crueles matanzas, aunque era menos
de lo que se difundió. Durante el desempeño del cargo de jefe de los
Tercios que hizo el tercer Duque de Alba,
los odios se exacerbaron, ante todo a raíz de la política de mano dura y
represión que impulsó el noble, considerado todavía hoy una auténtica
bestia negra por los flamencos y holandeses protestantes.
Aunque todos los ejércitos anteriores y posteriores a la época
cometieron y cometerían los mismos excesos, la mala fama de los Tercios
españoles fue aumentada por el odio holandés y protestante a un invasor
que veían como una doble amenaza: política (acusando a España de
imperialismo) y religiosa (luchando contra el catolicismo que los Austrias querían imponer a toda costa en los territorios donde caló profundamente la Reforma Protestante).
Los peores desmanes de los Tercios los ocasionaban los continuos
atrasos en el envío de la paga. Los sueldos ya de por sí eran bajos,
pero con ese salario hay que tener en cuenta que el soldado pagaba la
ropa, su manutención, las armas y a veces hasta el alojamiento, aunque
excepcionalmente algunos nobles se ofrecieron a costear los gastos de
una guerra concreta para ganar méritos y prestigio ante el rey de
España.


Si la paga llegaba a tardar más de 30 meses (como ocurrió en algunos
momentos), los Tercios se amotinaban y eran capaces de lo peor, aunque
jamás pusieran en duda su plena fidelidad a España y al rey. Era
entonces cuando el saqueo descontrolado pasaba a ser el único sistema
para resarcirse de la falta de dinero, y ese saqueo podía proceder tanto
de la captura de bagajes enemigos como del pillaje en pueblos y
ciudades. El botín estaba prohibido cuando una ciudad pactaba
voluntariamente una rendición antes de que los sitiadores instalaran la
artillería, pero si esto no se producía, la plaza quedaba entonces a
merced del vencedor. Uno de los episodios más negros de los Tercios se
produjo en el saqueo de Amberes en 1576,
que duró más de tres días y llegó hasta extremos inhumanos de barbarie y
devastación. El 4 de noviembre de 1576, las calles quedaron sembradas
de cadáveres de toda clase y condición, con los dedos y las orejas
cortados para llevarse las joyas personales que los soldados tanto
ansiaban. Familias enteras fueron torturadas en busca de dinero.


Episodios similares se vivieron en Cataluña y en Portugal, que se rebelaron contra la Corona de los Austrias
a causa de la falta de acuerdo en materia de política económica interna
y, sobre todo, del mantenimiento costosísimo que representaban los
Tercios en campaña. El estacionamiento de los Tercios en la frontera
catalana con Francia y la polémica Unión de Armas que proyectaba hacer el valido de Felipe IV, el Conde Duque de Olivares,
reuniendo el dinero y los efectivos humanos de todos los reinos y
señoríos hispánicos, acabaron por encender la mecha del polvorín en el
que se habían convertido el Principado de Cataluña y el Reino de Portugal,
totalmente contrarios a tales medidas porque perjudicaban de forma
grave sus expectativas económicas, a la vez que violaban sus
privilegiados fueros de origen medieval. Los Tercios eran una olla de
presión allá donde se dirigían, y sumándole a esto la falta de tacto del
valido y el tozudo autoritarismo real de Felipe IV, más la también
terca reticencia y desconfianza de las cortes catalanas y portuguesas,
el resultado fue tan caótico que sumió simultáneamente a la Península Ibérica
en dos frentes rebeldes al rey. Los Tercios estacionados en Cataluña
pesaban como una losa sobre las posibilidades de las clases humildes y
populares a causa de sus gastos y excesos. El amotinamiento de los
soldados se sumó a la rebelión popular en respuesta de sus atrocidades.
Pueblos enteros fueron saqueados e incendiados en el Principado catalán
en 1640, dando inicio a la llamada Guerra de los Segadores y a la temporal escisión de Cataluña del Imperio gracias a las calculadas maniobras políticas del cardenal Richelieu, valido de Luis XIII. Tras varias negociaciones y la pérdida resignada de Portugal, independizado con los Braganza
como nueva dinastía nacional, el gobierno de Madrid logró encauzar la
situación a costa de aceptar todas las condiciones fijadas por la Generalidad catalana y dejar que Francia consolidase sus anexiones al norte de los Pirineos, donde ocupó varias comarcas catalanas.


El fin de un mito


La batalla de Rocroi,
el 19 de mayo de 1643, marcó un antes y un después en la legendaria
historia de los tercios españoles. Fue una auténtica derrota moral, en
mitad de la Guerra de los Treinta Años,
que sumió en el desconcierto y el desánimo a los soldados, hasta el
punto de impactar en todo el continente deshaciendo el mito de que los
tercios españoles eran invencibles.


Los tercios que sitiaban la ciudad francesa de Rocroi,
partieron con varias desventajas al enfrentarse con las tropas que
aparecieron para auxiliar la plaza sitiada. Lucharon, para empezar, en
inferioridad numérica, y otro de los errores que sufrieron fue su
imprevisión o su exceso de confianza ante un enemigo que subestimaron,
cuando un simple espía habría podido detectar la llegada de las fuerzas
galas. La hegemonía francesa en Europa estaba decidida a partir de aquel
episodio, aunque la derrota no fue tan abrumadora como la propaganda
francesa ha hecho creer siempre, dado que los tercios recuperaron otra
vez Rocroi y siguieron igualmente combatiendo en Flandes durante la
segunda mitad del siglo XVII.


Para enviar sus refuerzos a la zona, la Corona Española tuvo que poner en funcionamiento el llamado Camino Español,
un itinerario vital que discurría por ruta terrestre (la marítima
estaba cortada por ingleses, franceses y holandeses) desde el Milanesado a través del Franco Condado, Alsacia, Alemania, Suiza y Lorena hasta llegar a Flandes. El duque de Alba
(1507–1582) fue el primero que utilizó este recorrido en 1566, y fue
tan exitoso que logró mantenerse hasta 1622. Fue en ese año cuando
Francia logró estrangular el Camino llegando a un pacto de intereses con
el duque de Saboya,
que se alió con los galos para evitar el paso de tropas hispánicas por
su territorio. Este hecho obligó a los españoles a buscar una nueva
alternativa, y la encontraron en un itinerario que discurría algo más al
este, partiendo también de Milán y cruzando los valles suizos de Engadina en los Grisones y Valtelina hasta Landeck, en el Tirol, y de ahí, bordeando el sur de Alemania, cruzaba el Rin por Breisach y alcanzaba los Países Bajos por Lorena.
Este segundo Camino Español aguantó hasta que los franceses invadieron
la Valtelina y Alsacia y ocuparon también Lorena. Se intentó entonces
arribar a la costa de Flandes por vía marítima desde los puertos gallegos y cántabros, pero la derrota naval en la batalla de las Dunas (muchos historiadores dan por más grave esta derrota terrestre y naval que sufrieron los españoles, donde el mariscal francés Turenne tuvo el apoyo de la flota inglesa del dictador Cromwell)
que sentenció definitivamente el eje vital que permitía al Imperio
avituallar sus efectivos en Flandes. La última victoria de los tercios
sería en la batalla de Valenciennes (1656), frente a los franceses.


El declive militar del Imperio español
era ya visible a consecuencia de la falta de replanteamiento de
estructura y de instrucción de los tercios, que habían quedado
inevitablemente obsoletos ante unas rápidas renovaciones de armamento
que ya seguían muy por delante tanto Francia como Holanda o Inglaterra.
La Corona Española había sufrido una sangría imparable de dinero,
hombres y todo tipo de recursos con tal de aniquilar a los protestantes y
mantener sus dominios de Flandes e Italia frente al expansionismo
holandés y francés. Las bajas de los combates, las enfermedades, las
deserciones, causaron que el organigrama de los tercios se viniera
totalmente abajo. Era imposible sufragar una renovación de técnicas y
armamento porque el déficit, que tragaba todo el oro y casi toda la
plata que cada vez costaba más extraer de las colonias americanas
españolas (se iba agotando), resultaba simplemente demoledor. El tercio
era una tropa muy cara, y dado que la economía de los reinos hispánicos
estaba demasiado descentralizada y no tenía intereses fáciles de
conciliar, los Austrias menores (Felipe III, Felipe IV, Carlos II)
cada vez lo tuvieron peor para lograr un pacto económico con las Cortes
de cada Estado del que eran reyes. Los banqueros del rey solían
adelantar el dinero en forma de préstamo, pero cuando el dinero del
Estado se acababa, los banqueros cerraban su bolsa y las consecuencias
eran irremediables. La guerra en Flandes, por ejemplo, duró de 1568 a
1609 y de 1621 a 1648 (Paz de Westfalia), con tan sólo un frío interludio con la Tregua de los Doce Años
que logró Felipe III. Ese conflicto devoró durante más de 80 años el
Tesoro Real para nada: las Provincias Unidas se independizaron del
Imperio y fueron compensadas con dos provincias más (al norte del río Escalda, lo que arruinó la salida fluvial de Amberes), aparte de las colonias que ya había ocupado en las Indias Orientales.


Tras 1648 fue Francia la que invadió paulatinamente territorios al sur, acabando por forzar en 1659 la Paz de los Pirineos,
que supuso ya la pérdida de una parte considerable de territorios al
sur y al este de Bélgica. Y España tenía frentes abiertos con casi todas
las potencias: franceses, ingleses, holandeses, protestantes alemanes y
suecos.


Los banqueros genoveses y los mercenarios extranjeros que apoyaban a
los ejércitos hispánicos, cada vez exigían prestaciones más elevadas,
viéndose la Corona ahogada ya de por sí en el despilfarro de la Corte,
la falta de visión política de los monarcas y sus cada vez más
incompetentes validos, y en una serie de interminables guerras que
asolaron Europa hasta hundir del todo la política de un imperio
multinacional y católico como era el de los Austrias.


Bajo el reinado de Carlos II el Hechizado continuaron los ataques franceses para acabar con lo poco que quedaba del Flandes hispánico. Mediante la Paz de Aquisgrán (1668), España volvía a perder plazas en la región. Cinco años más tarde, Luis XIV propuso intercambiar Flandes por el Rosellón y la mitad de la Cerdaña,
comarcas perdidas al norte de los Pirineos en 1659, pero Carlos II se
negó en redondo, lo que significó nuevamente el estallido de la guerra.
La Paz de Nimega volvió a mermar los dominios hispánicos, que acabaron desapareciendo a principios de siglo XVIII con la Paz de Utrecht que ponía fin a la Guerra de Sucesión Española entre Felipe V y el archiduque Carlos de Austria por el trono español. El Sacro Imperio fue el nuevo dueño de Flandes en lo sucesivo.


Legado

Aunque Felipe V disolvió el tercio en su reforma de 1704, este nombre se conserva aún hoy día en unidades tipo regimiento de la legión y de la infantería de marina
españolas, heredera esta última de los viejos tercios de mar. Con la
llegada de los Borbones se impuso el modelo francés de ejército, que se
desarrolló durante el siglo XVIII. Oxidados y acabados, los tercios
fueron suprimidos. Felipe V los sustituyó por regimientos al mando de
coroneles, según los modernos modelos francés, prusiano y austriaco,
aunque la vieja cruz de San Andrés ondea aún como insignia de la mayoría de las unidades de infantería española.


En la actualidad diversas unidades de las Fuerzas Armadas Españolas conservan el nombre de Tercio. En la Legión encontramos el Tercio «Juan de Austria», el Tercio «Alejandro Farnesio», el Tercio «Gran Capitán» y el Tercio «Duque de Alba».6


Por otra parte, en la Armada Española la Infantería de Marina
se organiza en Tercios. Su unidad expedicionaria principal es el Tercio
de Armada, heredero directo de los Tercios Viejos de Armada o Tercios
del Mar de Nápoles. El resto de la Infantería de Marina se organiza en
otros tres Tercios de guarnición denominados Tercio del Sur (San Fernando), Tercio del Norte (Ferrol) y Tercio de Levante (Cartagena).
Estos tres tercios forman junto a las Agrupaciones de Canarias y Madrid
las Fuerzas de Protección. Las banderas e insignias de los Tercios
españoles continúan portando la antigua cruz borgoñona o de San Andrés
que portaban los Tercios del emperador Carlos.7


Anécdotas de los tercios

Milagro de Empel


El milagro de Empel, por Augusto Ferrer-Dalmau (2015).
En la actualidad, la patrona de la Infantería Española es la Inmaculada Concepción. Este patronazgo tiene su origen en el llamado Milagro de Empel durante las guerras en Flandes.


El 7 de diciembre de 1585, el Tercio del Maestre de Campo Francisco
de Bobadilla combatía en la isla de Bommel, situada entre los ríos Mosa y Waal, bloqueado por completo por la escuadra del Almirante Holak. El bloqueo se estrechaba cada día más y se agotaron los víveres y las ropas secas.


El jefe enemigo propuso entonces una rendición honrosa pero la respuesta española fue clara: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos».
Ante tal respuesta, Holak recurrió a un método harto utilizado en ese
conflicto: abrir los diques de los ríos para inundar el campamento
enemigo. Pronto no quedó más tierra firme que el montecillo de Empel,
donde se refugiaron los soldados del Tercio.


En ese momento crítico, un soldado del Tercio que estaba cavando una
trinchera tropezó con un objeto de madera allí enterrado. Era una tabla
flamenca con la imagen de la Inmaculada Concepción. Anunciado el
hallazgo, colocaron la imagen en un improvisado altar y el Maestre
Bobadilla, considerando el hecho como señal de la protección divina,
instó a sus soldados a luchar encomendándose a la Virgen Inmaculada:

«Este tesoro tan rico que descubrieron debajo de la tierra fue un divino nuncio del bien, que por intercesión de la Virgen Maria, esperaban en su bendito día».8
Un viento completamente inusual e intensamente frío se desató aquella noche helando las aguas del río Mosa.
Los españoles, marchando sobre el hielo, atacaron por sorpresa a la
escuadra enemiga al amanecer del día 8 de diciembre y obtuvieron una
victoria tan completa que el almirante Holak llegó a decir: «Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro».


Aquel mismo día, entre vítores y aclamaciones, la Inmaculada
Concepción es proclamada patrona de los Tercios de Flandes e Italia, la
flor y nata del ejército español.


Sin embargo, este patronazgo se consolidaría trescientos años después, luego de que la bula Ineffabilis Deus
del 8 de diciembre de 1854 proclamase como dogma de fe católica la
Concepción Inmaculada de la Virgen Santísima; el 12 de noviembre de 1892
a solicitud del Inspector del Arma de Infantería del Ejército de Tierra de España, por real orden de la Reina Regente doña María Cristina de Habsburgo, se:

«Declara Patrona del Arma de Infantería a Nuestra Señora la Purísima e Inmaculada Concepción».9

Irse a la porra

El sargento mayor de cada Tercio dirigía los compases de sus hombres
moviendo un gran garrote, una especie de antecedente de la batuta de
orquesta que recibía el explícito nombre de porra. Cuando una columna en marcha hacía un alto prolongado, el sargento mayor hincaba en el suelo el extremo inferior de su porra
distintiva para simbolizar la parada. En su inmediación se establecía
rápidamente la guardia, encargada de custodiar los símbolos más
preciados del Tercio: la bandera y el carro donde se llevaban (cuando
había) los caudales. También quedaban bajo su vigilancia los soldados
arrestados, que durante ese descanso debían permanecer sentados en torno
a la porra que el sargento había clavado al principio. Eso equivalía
por tanto a «enviar a alguien a la porra» como sinónimo de
arrestarle. Esta irónica pero curiosa locución tuvo bastante éxito, por
lo que pasó a engrosar la riqueza léxica del español originando el
actual y despectivo «¡vete a la porra!».


Me importa un pito

El pífano o el "pito" era el chico que tocaba tal instrumento en el
ejército. Su paga era muy baja. Por tanto cuando utilizamos la expresión
"me importa un pito" damos a entender que le damos muy poco valor al
asunto.


Expresiones de Flandes

Otras expresiones directamente relacionadas con las guerras de
Flandes y los Tercios han marcado profundamente la lengua española. Por
ejemplo, en el caso de frases tan comúnmente usadas por los
hispanohablantes como «Se armó (o se armará) la de San Quintín»
(que alude a la batalla que tuvo lugar el día de San Lorenzo —10 de
agosto— de 1557, ganada por las armas españolas de Felipe II contra los
franceses, y en la que los Tercios estuvieron dirigidos por Manuel
Filiberto, duque de Saboya) o «pasar por los bancos de Flandes»
(que significaría superar una dificultad, lo que vendría de su similitud
con una zona peligrosa en el mar de Flandes, las casas bancarias
flamencas y los muebles fabricados con pino de Flandes).


Recordemos, también, la que expresa «poner una pica en Flandes»
(como sinónimo de algo sumamente dificultoso o costoso, refiriéndose a
los gastos y esfuerzos que suponía el envío de los Tercios). Cervantes usó (y tal vez legó definitivamente al español) varias expresiones similares en El Quijote: la expresión que utiliza el personaje de Sancho Panza cuando afirma que «pues si yo veo otro diablo y oigo otro cuerno como el pasado, así esperaré yo aquí como en Flandes», lo que equivale a decir «en cualquier parte».


Finalmente, la expresión «en Flandes se ha puesto el sol» proviene del título de una obra teatral firmada por Eduardo Marquina
(1879–1946), y viene a simbolizar el ocaso del poderío hispánico en los
Países Bajos tras la crisis económica y social que desataron los
conflictos bélicos y religiosos durante más de dos siglos.


Véase también

Libros sobre los Tercios

  • Los tercios, René Quatrefages, 1983, ISBN 84-500-8427-X
  • La revolución militar moderna: el crisol español, René Quatrefages, 1996, ISBN 84-7823-473-X
  • El ejército de Flandes y el camino español, 1567–1659, Geoffrey Parker, Alianza (Madrid, 2003).
  • De Pavía a Rocroi. Los Tercios de infantería española en los siglos XVI y XVII, Julio Albi de la Cuesta, 1999, ISBN 84-930790-0-6
  • Tercios de Flandes, Juan Giménez Martín, 1999, ISBN 84-930446-0-1
  • Los Tercios en las Campañas del Mediterráneo, s. XVI (Italia), Eduardo de Mesa, Almena (Guerreros y Batallas, nº 4), 2001.
  • El mundo hispánico, Elliot, J.H., Crítica (Barcelona, 1995).
  • Los Tercios en las campañas del Mediterráneo, s. XVI (Norte de África), Eduardo de Mesa, Almena (Guerreros y Batallas, nº 6), 2002.
  • Nördlingen 1634. Victoria decisiva de los Tercios, Eduardo de Mesa, Almena (Guerreros y Batallas, nº 9), 2003.
  • La batalla de San Quintín, 1557, Eduardo de Mesa, Almena (Guerreros y Batallas, nº 15), 2004.
  • San Quintín, Juan Carlos Losada, Aguilar, (Madrid, 2005).
  • Flandes y la monarquía hispánica, 1500–1713, Miguel Ángel Echevarría, Sílex, (Madrid, 2000).
  • Guerra y Sociedad en la Monarquía Hispánica. Política, estrategia y cultura en la Europa Moderna (1500–1700), Enrique García Hernán–Davide Maffi, editores. Laberinto, Madrid, 2006. 2 vols.
  • La pacificación de Flandes. Spínola y las campañas de Frisia (1604-1609), Eduardo De Mesa Gallego, Ministerio de Defensa, Madrid, 2009, ISBN 978-84-9781-492-8
  • Tercios de España. La infantería legendaria, Fernando Martínez Laínez y José María de Toca, EDAF, 2006. ISBN 84-414-1847-0
  • Discurso sobre la forma de reducir la disciplina militar a mejor y antiguo estado, Sancho de Londoño
  • Pisando Fuerte, Fernando Martínez Láinez. EDAF, 2012.

Literatura

Cine

Notas


  • ...y, con el Gran Capitán, la aparición ni más ni menos que del tercio español, de algo que equivale en la historia universal al nacimiento de la falange macedonia o de la legión romana. Fernand Braudel, "El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II", tomo II, pág. 28, FCE, 1.976.

  • Enlaces externos


  • Las
    unidades militares de infantería organizadas por la Ordenanza de
    Génova, el 15 de noviembre de 1536: Tercio de Nápoles y Sicilia, Tercio
    de Lombardía y el Tercio de Málaga (también conocido como de Niza). Años
    después, el Tercio de Nápoles y Sicilia se dividiría en dos y el de
    Málaga obtendría el nombre de Cerdeña. Poco después obtuvieron el
    apelativo de "Tercios Viejos", para distinguir a los Tercios originales
    de los que posteriormente se iban creando. La fama de estas unidades
    llevó a que el término "Tercio Viejo" se extendiera a alguno de los
    recién creados, por lo que los cuatro originales adoptaron a su vez el
    de "Grandes Tercios Viejos". Hay que reseñar que estas denominaciones
    tenían un carácter puramente sentimental, sin ninguna ventaja en el
    equipamiento o material empleado por los Tercios. Revista Ejército, nº 827, marzo 2010; Tercios de España, Fernando Martínez Lainez, José María Sánchez de Toca, editorial Edaf.


  • Sancho de Londoño: Discurso sobre la forma de reducir la disciplina militar a mejor y antiguo estado, p. 14.


  • Armada
    de Sarría, José Ángel (Director y General de Brigada) y Zuleta y
    Alejandro, José Manuel (Teniente Coronel )"Revista Ejército de Tierra
    Español". Editorial Ministerio de Defensa de España. Madrid. Marzo de
    2009.


  • Debido principalmente a la Guerra de Arauco, por sugerencia del Gobernador don Alonso de Ribera,
    Capitán General de Infantería que había combatido en las guerras de
    Flandes, se hizo necesaria la creación por parte de la corona de
    Castilla, de un ejército permanente en el Reino de Chile, creándose de este modo los "Tercios de Arauco", mediante una Real Cédula en enero de 1603, siendo de este modo el primer ejército permanente en América Hispana.


  • . En la BRIL V: El Regimiento Tercio Viejo de Sicilia Unidades — Despliegue de la Legión en ejercito.mde.es


  • Historia Tercio de Armada en armada.mde.es


  • «Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnesio». Alonso Vázquez


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