viernes, 1 de abril de 2016

La Circuncisión y la Presentación en el templo (Jornada 12)

La Circuncisión y la Presentación en el templo (Jornada 12)













La Circuncisión y la Presentación en el templo (Jornada 12)

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 Oración preparatoria
Hagamos una oración pidiéndole al Señor que nos
conceda conocerle íntimamente y que todo nuestro ser y proceder sea
siempre orientado a su alabanza y servicio. 
 
La circuncisión

 
El primer deber religioso de un  padre judío,
pasados los ocho días del nacimiento de su hijo, era llevarlo a
circuncidar y colocarle un nombre. Este rito de la circuncisión fue el
signo de la Alianza establecido entre Dios y su pueblo: cuenta el
Génesis que cuando Abrám tenía  noventa y nueve años, se le apareció
Yahvé y le dijo: «Yo establezco mi alianza entre nosotros dos, y te
multiplicaré sobremanera (...) Te daré a ti y a tu posteridad la tierra
en que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión
perpetua, y yo seré el Dios de los tuyos.» Dijo Dios a Abrahám: «Guarda,
pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de generación en generación. Esta
es mi alianza que habéis de guardar entre yo y vosotros -también tu
posteridad-: todos vuestros varones serán circuncidados.  Os
circuncidaréis la carne del prepucio, y eso será la señal de la alianza
entre yo y vosotros. A los ocho días será circuncidado entre vosotros
todo varón, de generación en generación (…)  El incircunciso, el varón a
quien no se le circuncide la carne de su prepucio, ese tal será borrado
de entre los suyos por haber violado mi alianza (…)»  Gn.17, 1-14. 
Este fue el mandato de la ley, por el cual  José en ejercicio de su
derecho y deber, acudió a la sinagoga, dándole el mismo día al niño por
nombre  Jesús, nombre que había sido dado por el ángel antes de ser
concebido en el seno cf. Lc 2, 21, para proclamar su misión salvadora: «
(…) y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados» Mt 1, 21.


Ahora, contemplemos la circuncisión de Jesús. Leamos el texto
evangélico Lc 2, 21, y luego cerrando los ojos…, acompañemos a José en
ese trayecto de 9 Km que de Belén hay a Jerusalén, miremos con que
presteza y alegría, acatando la ley,  lleva a su hijo para sellar la 
alianza con su Dios y Señor, pero démonos cuenta también, de la posible
aprehensión que ese procedimiento le suscitaba, procedimiento que en el
pueblo hebreo de entonces, no era el que hoy que se realiza en un
quirófano bajo anestesia y con todos los cuidados, sino el de un acto
cruento y doloroso, que era llevado a cabo por el padre en su hogar en
los tiempos bíblicos, pero que finalmente había sido trasladado a la
sinagoga, donde ahora él se dirigía para dejar el pequeño en manos del
mohel, el funcionario que se encargaba de su ejecución. Fijemos la vista
en las personas… escuchemos lo que dicen… , las oraciones…  ; miremos
lo que hacen… , el ritual,… ; escuchemos el llanto del niño que llega al
fondo del alma de sus padres… ; contemplemos el derramamiento de
sangre, la primera efusión redentora, inicio del camino a la cruz… ; y
consideremos la evocación que seguramente tuvieron  los allí presentes,
de  la lucha y entrega que habría de tener la humanidad en el camino de
la Esperanza... ; observemos la curación y la imposición del nombre y
finalmente el regreso gozoso a Belén del nuevo Hijo del pueblo de
Israel. El rito que acabamos de contemplar ha sido el signo pre
figurativo de "la circuncisión en Cristo", el Bautismo cf. Col 2, 11-13.


 “El principio según el cual todos los ritos del Antiguo Testamento
son una sombra de la realidad (cf. Heb 9, 9 s.; 10, 1), explica el por
qué Jesús los acepta. Como para los otros ritos, también el de la
circuncisión halla en Jesús el «cumplimiento». La Alianza de Dios con
Abraham, de la cual la circuncisión era signo (cf. Jn 17, 13), alcanza
en Jesús su pleno efecto y su perfecta realización, siendo Jesús el «sí»
de todas las antiguas promesas (cf. 2 Cor 1, 20)”.  Exhortación 
Apostólica, Redemptoris Custos,  Juan Pablo II.



Hagamos un coloquio con el Niño, la Madre y el padre.

Recemos un Padre Nuestro.
 
La presentación en el templo

 
Todo primogénito hebreo debía ser consagrado a
Dios, según la ley: “Yahvé dijo a Moisés: «Conságrame todo primogénito,
todo primer parto entre los israelitas, tanto de hombres como de 
animales; es mío»”. Ex 13, 1,  y también mandó: “Di esto a los
israelitas: Cuando una mujer quede embarazada y tenga un hijo varón,
quedará impura durante siete días; será impura como durante sus reglas.
El octavo día será circuncidado el niño; pero ella permanecerá treinta y
tres días más purificándose de su sangre. No tocará ninguna cosa santa
ni irá al santuario hasta cumplirse los días de su purificación (…) Al
cumplirse los días de su purificación, sea por niño o niña, presentará
al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un
año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio por el
pecado. El sacerdote lo ofrecerá ante Yahvé, haciendo por ella el rito
de expiación, y quedará purificada del flujo de su sangre. Esta es la
ley referente a la mujer que da a luz a un niño o una niña. Si no le
alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones,
uno para el holocausto y otro para el sacrificio por el pecado; y el
sacerdote hará por ella el rito de expiación y quedará pura»”. Lv 12,
1-8.


Cumplidos pues los 40 días del nacimiento, María y José, debían
dirigirse ahora al Templo de Jerusalén, como lo mandaba la ley, debían
ir a la purificación y al rescate del primogénito, como había sido
ordenado: “Cuando Yahvé te haya introducido en la tierra de los
cananeos, como juró a ti y a tus padres, y te la haya dado, consagrarás a
Yahvé todo primogénito. Todo primer nacido de tu ganado, si es macho,
pertenece a Yahvé. Mas todo primer nacido del asno lo rescatarás con un
cordero; y si no lo rescatas lo desnucarás. Rescatarás también todo
primogénito de entre tus hijos. Y cuando el día de mañana te pregunte tu
hijo: ‘¿Qué significa esto?’, le dirás: ‘Con mano fuerte nos sacó Yahvé
de Egipto, de la esclavitud’. Como el Faraón se obstinó en no dejarnos
salir, Yahvé mató a todos los primogénitos en el país de Egipto, desde
el primogénito del hombre hasta el primogénito del ganado. Por eso yo
sacrifico a Yahvé todo primogénito macho del ganado, y rescato todo
primogénito de mis hijos. Esto será como señal en tu brazo y como
recordatorio en tu frente; porque con mano fuerte nos sacó Yahvé de
Egipto»”. Ex 13, 11-16.


Ahora, con estos elementos y la lectura de Lc 2, 22-38, hagamos  la
contemplación de la presentación en el templo. Cerremos los ojos… y
yendo a la escena, observemos los lugares…, las personas…, lo que hacen y
dicen…. Miremos la curia que tuvo María para engalanar a su hijo, y a
José que habiéndose procurado una borrica, se apresta quizá con sus
mejores vestidos al igual que María, a tomar el camino a Belén en
ascenso al monte Sión.  José  cabestrea el jumento sobre el cual va
María con el niño en  brazos,  hasta llegar al atrio del templo, donde
se escucha el vocerío de los mercaderes, ofreciendo las víctimas
propicias para el sacrificio, que para el caso de la pareja sería un par
de tórtolas, ya que era lo que su condición económica les permitía
adquirir. Prestemos atención al anciano Simeón cuando movido por el
Espíritu Santo, sale al encuentro del pequeño que introducen el templo y
tomándolo en brazos, bendice al Señor y exclama el “Nunc Dimittis”[1]:
«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en
paz;  porque han visto mis ojos tu salvación,  la que has preparado a la
vista de todos los pueblos,  luz para iluminar a los gentiles y gloria
de tu pueblo Israel» Lc 2, 29-32; y cuando dice a María: «Éste está
puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de
contradicción -  ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! – a fin
de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones» Lc 2,
34-35. Escuchemos también, a la profetiza Ana, que después de haber
vivido siete años con su marido, y habiendo quedado viuda hasta los
ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche
y día en ayunas y oraciones, y que presentándose  en aquella misma
hora, alaba a Dios y habla del niño a todos los que esperan la redención
de Jerusalén. cf. Lc 2, 36-38.


Finalmente contemplemos como cumplidos todos los ritos, la familia toma de nuevo el camino a su hogar.


El rescate del primogénito es otro deber del padre, que es cumplido
por José. En el primogénito estaba representado el pueblo de la Alianza,
rescatado de la esclavitud para pertenecer a Dios. También en esto,
Jesús, que es el verdadero «precio» del rescate (cf. 1 Cor 6, 20; 7, 23;
1 Ped 1, 19), no sólo «cumple» el rito del Antiguo Testamento, sino
que, al mismo tiempo, lo supera, al no ser él mismo un sujeto de
rescate, sino el autor mismo del rescate. Exhortación  Apostólica,
Redemptoris Custos, Juan Pablo II.



Hagamos un coloquio con María, José y el niño, y
pidámosles  que nos permitan compartir sus sentimientos. Luego
reflictiendo, saquemos algún provecho espiritual. Recemos un Padre Nuestro.



Temas para conversar con Dios (para la oración)


·  Una circuncisión no hecha por hombres

·  La circuncisión del corazón

·  Presentémonos ante el Señor

·  Tómame                


Preguntémonos


·  Después del nacimiento en una nueva vida con Cristo, ¿deseo confirmar mi alianza con mi Dios?

·  ¿Cuál es la circuncisión que he de practicar en mi corazón?, ¿qué apegos he de cercenar?

·  El acto de presentar a Jesús recién nacido en el
templo, es el ejemplo que nos da María, para que hagamos nuestra propia
presentación. ¿Me he de presentar yo, con la total disponibilidad de la
entrega, que una ofrenda generosa conlleva…?
 



 
 

Noticias


Nombramientos del Padre Provincial de la Compañía de Jesús


El
Padre Provincial de la Compañía de Jesús en Colombia, Carlos E. Correa,
S.J, realizó recientemente algunos nombramientos  que incluyen a
nuestra Institución.


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El 25 de marzo se celebra la historia de las Congregaciones Marianas
 
El
sacerdote jesuita belga, padre Jean Leunis S.J., reunió el 25 de marzo
de 1.563 a varios estudiantes en el Colegio Romano, organizándolos como
grupo con el propósito de avanzar espiritualmente y servir al prójimo
necesitado en la Ciudad de Roma.


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