La Circuncisión y la Presentación en el templo (Jornada 12) |
La circuncisión El primer deber religioso de un padre judío, pasados los ocho días del nacimiento de su hijo, era llevarlo a circuncidar y colocarle un nombre. Este rito de la circuncisión fue el signo de la Alianza establecido entre Dios y su pueblo: cuenta el Génesis que cuando Abrám tenía noventa y nueve años, se le apareció Yahvé y le dijo: «Yo establezco mi alianza entre nosotros dos, y te multiplicaré sobremanera (...) Te daré a ti y a tu posteridad la tierra en que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua, y yo seré el Dios de los tuyos.» Dijo Dios a Abrahám: «Guarda, pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de generación en generación. Esta es mi alianza que habéis de guardar entre yo y vosotros -también tu posteridad-: todos vuestros varones serán circuncidados. Os circuncidaréis la carne del prepucio, y eso será la señal de la alianza entre yo y vosotros. A los ocho días será circuncidado entre vosotros todo varón, de generación en generación (…) El incircunciso, el varón a quien no se le circuncide la carne de su prepucio, ese tal será borrado de entre los suyos por haber violado mi alianza (…)» Gn.17, 1-14. Este fue el mandato de la ley, por el cual José en ejercicio de su derecho y deber, acudió a la sinagoga, dándole el mismo día al niño por nombre Jesús, nombre que había sido dado por el ángel antes de ser concebido en el seno cf. Lc 2, 21, para proclamar su misión salvadora: « (…) y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» Mt 1, 21. Ahora, contemplemos la circuncisión de Jesús. Leamos el texto evangélico Lc 2, 21, y luego cerrando los ojos…, acompañemos a José en ese trayecto de 9 Km que de Belén hay a Jerusalén, miremos con que presteza y alegría, acatando la ley, lleva a su hijo para sellar la alianza con su Dios y Señor, pero démonos cuenta también, de la posible aprehensión que ese procedimiento le suscitaba, procedimiento que en el pueblo hebreo de entonces, no era el que hoy que se realiza en un quirófano bajo anestesia y con todos los cuidados, sino el de un acto cruento y doloroso, que era llevado a cabo por el padre en su hogar en los tiempos bíblicos, pero que finalmente había sido trasladado a la sinagoga, donde ahora él se dirigía para dejar el pequeño en manos del mohel, el funcionario que se encargaba de su ejecución. Fijemos la vista en las personas… escuchemos lo que dicen… , las oraciones… ; miremos lo que hacen… , el ritual,… ; escuchemos el llanto del niño que llega al fondo del alma de sus padres… ; contemplemos el derramamiento de sangre, la primera efusión redentora, inicio del camino a la cruz… ; y consideremos la evocación que seguramente tuvieron los allí presentes, de la lucha y entrega que habría de tener la humanidad en el camino de la Esperanza... ; observemos la curación y la imposición del nombre y finalmente el regreso gozoso a Belén del nuevo Hijo del pueblo de Israel. El rito que acabamos de contemplar ha sido el signo pre figurativo de "la circuncisión en Cristo", el Bautismo cf. Col 2, 11-13. “El principio según el cual todos los ritos del Antiguo Testamento son una sombra de la realidad (cf. Heb 9, 9 s.; 10, 1), explica el por qué Jesús los acepta. Como para los otros ritos, también el de la circuncisión halla en Jesús el «cumplimiento». La Alianza de Dios con Abraham, de la cual la circuncisión era signo (cf. Jn 17, 13), alcanza en Jesús su pleno efecto y su perfecta realización, siendo Jesús el «sí» de todas las antiguas promesas (cf. 2 Cor 1, 20)”. Exhortación Apostólica, Redemptoris Custos, Juan Pablo II.
La presentación en el templo Todo primogénito hebreo debía ser consagrado a Dios, según la ley: “Yahvé dijo a Moisés: «Conságrame todo primogénito, todo primer parto entre los israelitas, tanto de hombres como de animales; es mío»”. Ex 13, 1, y también mandó: “Di esto a los israelitas: Cuando una mujer quede embarazada y tenga un hijo varón, quedará impura durante siete días; será impura como durante sus reglas. El octavo día será circuncidado el niño; pero ella permanecerá treinta y tres días más purificándose de su sangre. No tocará ninguna cosa santa ni irá al santuario hasta cumplirse los días de su purificación (…) Al cumplirse los días de su purificación, sea por niño o niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio por el pecado. El sacerdote lo ofrecerá ante Yahvé, haciendo por ella el rito de expiación, y quedará purificada del flujo de su sangre. Esta es la ley referente a la mujer que da a luz a un niño o una niña. Si no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones, uno para el holocausto y otro para el sacrificio por el pecado; y el sacerdote hará por ella el rito de expiación y quedará pura»”. Lv 12, 1-8. Cumplidos pues los 40 días del nacimiento, María y José, debían dirigirse ahora al Templo de Jerusalén, como lo mandaba la ley, debían ir a la purificación y al rescate del primogénito, como había sido ordenado: “Cuando Yahvé te haya introducido en la tierra de los cananeos, como juró a ti y a tus padres, y te la haya dado, consagrarás a Yahvé todo primogénito. Todo primer nacido de tu ganado, si es macho, pertenece a Yahvé. Mas todo primer nacido del asno lo rescatarás con un cordero; y si no lo rescatas lo desnucarás. Rescatarás también todo primogénito de entre tus hijos. Y cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: ‘¿Qué significa esto?’, le dirás: ‘Con mano fuerte nos sacó Yahvé de Egipto, de la esclavitud’. Como el Faraón se obstinó en no dejarnos salir, Yahvé mató a todos los primogénitos en el país de Egipto, desde el primogénito del hombre hasta el primogénito del ganado. Por eso yo sacrifico a Yahvé todo primogénito macho del ganado, y rescato todo primogénito de mis hijos. Esto será como señal en tu brazo y como recordatorio en tu frente; porque con mano fuerte nos sacó Yahvé de Egipto»”. Ex 13, 11-16. Ahora, con estos elementos y la lectura de Lc 2, 22-38, hagamos la contemplación de la presentación en el templo. Cerremos los ojos… y yendo a la escena, observemos los lugares…, las personas…, lo que hacen y dicen…. Miremos la curia que tuvo María para engalanar a su hijo, y a José que habiéndose procurado una borrica, se apresta quizá con sus mejores vestidos al igual que María, a tomar el camino a Belén en ascenso al monte Sión. José cabestrea el jumento sobre el cual va María con el niño en brazos, hasta llegar al atrio del templo, donde se escucha el vocerío de los mercaderes, ofreciendo las víctimas propicias para el sacrificio, que para el caso de la pareja sería un par de tórtolas, ya que era lo que su condición económica les permitía adquirir. Prestemos atención al anciano Simeón cuando movido por el Espíritu Santo, sale al encuentro del pequeño que introducen el templo y tomándolo en brazos, bendice al Señor y exclama el “Nunc Dimittis”[1]: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» Lc 2, 29-32; y cuando dice a María: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! – a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones» Lc 2, 34-35. Escuchemos también, a la profetiza Ana, que después de haber vivido siete años con su marido, y habiendo quedado viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunas y oraciones, y que presentándose en aquella misma hora, alaba a Dios y habla del niño a todos los que esperan la redención de Jerusalén. cf. Lc 2, 36-38. Finalmente contemplemos como cumplidos todos los ritos, la familia toma de nuevo el camino a su hogar. El rescate del primogénito es otro deber del padre, que es cumplido por José. En el primogénito estaba representado el pueblo de la Alianza, rescatado de la esclavitud para pertenecer a Dios. También en esto, Jesús, que es el verdadero «precio» del rescate (cf. 1 Cor 6, 20; 7, 23; 1 Ped 1, 19), no sólo «cumple» el rito del Antiguo Testamento, sino que, al mismo tiempo, lo supera, al no ser él mismo un sujeto de rescate, sino el autor mismo del rescate. Exhortación Apostólica, Redemptoris Custos, Juan Pablo II.
Temas para conversar con Dios (para la oración) · Una circuncisión no hecha por hombres · La circuncisión del corazón · Presentémonos ante el Señor · Tómame Preguntémonos · Después del nacimiento en una nueva vida con Cristo, ¿deseo confirmar mi alianza con mi Dios? · ¿Cuál es la circuncisión que he de practicar en mi corazón?, ¿qué apegos he de cercenar? · El acto de presentar a Jesús recién nacido en el templo, es el ejemplo que nos da María, para que hagamos nuestra propia presentación. ¿Me he de presentar yo, con la total disponibilidad de la entrega, que una ofrenda generosa conlleva…? |
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