sábado, 2 de abril de 2016

Primer Mandamiento

Primer Mandamiento







El Camino del Amor: la Vida Moral-Los Diez
Mandamientos



Catecismo de
la Iglesia Católica #2083 - 2141



Capítulo Primero


«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
todas tus fuerzas»



2083 Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas
palabras: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma
y con toda tu mente’ (Mt 22, 37; cf Lc 10, 27: '...y con todas tus
fuerzas'). Estas palabras siguen inmediatamente a la llamada solemne:
‘Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor’ (Dt 6, 4).



Dios nos amó primero. El amor del Dios Unico es recordado en la primera
de las ‘diez palabras’. Los mandamientos explicitan a continuación la
respuesta de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios.






Artículo 1

El Primer Mandamiento




Yo, el Señor, soy tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la
casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te
harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos,
ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas
debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto (Ex
20, 2-5).



Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto (Mt 4,
10).




                                                                                                     
I "Adorarás al señor tu Dios, y le servirás"





2084

Dios se da a conocer recordando su acción todopoderosa,
bondadosa y liberadora en la historia de aquel a quien se dirige: ‘Yo te
saqué del país de Egipto, de la casa de servidumbre’. La primera palabra
contiene el primer mandamiento de la ley: ‘Adorarás al Señor tu Dios y
le servirás... no vayáis en pos de otros dioses’ (Dt 6, 13-14). La
primera llamada y la justa exigencia de Dios consiste en que el hombre
lo acoja y lo adore.




2085

El Dios único y verdadero revela ante todo su gloria a Israel
(cf Ex 19, 16-25; 24, 15-18). La revelación de la vocación y de la
verdad del hombre está ligada a la revelación de Dios. El hombre tiene
la vocación de hacer manifiesto a Dios mediante sus obras humanas, en
conformidad con su condición de criatura hecha ‘a imagen y semejanza de
Dios’:



No habrá jamás otro Dios, Trifón, y no ha habido otro desde los siglos
sino el que ha hecho y ordenado el universo. Nosotros no pensamos que
nuestro Dios es distinto del vuestro Es el mismo que sacó a vuestros
padres de Egipto ‘con su mano poderosa y su brazo extendido’. Nosotros
no ponemos nuestras esperanzas en otro, que no existe, sino en el mismo
que vosotros: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. (S. Justino,
dial. 11, 1).




2086

“El primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la
caridad. En efecto, quien dice Dios, dice un ser constante, inmutable,
siempre el mismo, fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que
nosotros debemos necesariamente aceptar sus Palabras y tener en El una
fe y una confianza completas. El es todopoderoso, clemente,
infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría no poner en él
todas sus esperanzas? ¿Y quién podrá no amarlo contemplando todos los
tesoros de bondad y de ternura que ha derramado en nosotros? De ahí esa
fórmula que Dios emplea en la Sagrada Escritura tanto al comienzo como
al final de sus preceptos: ‘Yo soy el Señor’” (Catec. R. 3, 2, 4).




La fe





2087

Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos
revela su amor. San Pablo habla de la ‘obediencia de la fe’ (Rm 1, 5;
16, 26) como de la primera obligación. Hace ver en el ‘desconocimiento
de Dios’ el principio y la explicación de todas las desviaciones morales
(cf Rm 1, 18-32). Nuestro deber para con Dios es creer en El y dar
testimonio de El.




2088

El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con
prudencia y vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone
a ella. Hay diversas maneras de pecar contra la fe:



La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por
verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer. La duda
involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad de superar
las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por
la oscuridad de ésta. Si la duda se fomenta deliberadamente, puede
conducir a la ceguera del espíritu.




2089

La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el
rechazo voluntario de prestarle asentimiento. ‘Se llama herejía la
negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha
de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma;
apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de
la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la
Iglesia a él sometidos’ (CIC can. 751).




La esperanza





2090

Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder
plenamente al amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios
le dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los
mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la
bendición divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor
de ofender el amor de Dios y de provocar su castigo.




2091

El primer mandamiento se refiere también a los pecados contra la
esperanza, que son la desesperación y la presunción:



Por la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación
personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados. Se
opone a la Bondad de Dios, a su Justicia -porque el Señor es fiel a sus
promesas - y a su Misericordia.




2092

Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus
capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien
presume de la omnipotencia o de la misericordia divinas (esperando
obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito).




La caridad





2093

La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de
responder a la caridad divina mediante un amor sincero. El primer
mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas las cosas y a las
criaturas por El y a causa de El (cf Dt 6, 4-5).




2094

Se puede pecar de diversas maneras contra el amor de Dios. La
indiferencia descuida o rechaza la consideración de la caridad divina;
desprecia su acción preveniente y niega su fuerza. La ingratitud omite o
se niega a reconocer la caridad divina y devolverle amor por amor. La
tibieza es una vacilación o negligencia en responder al amor divino;
puede implicar la negación a entregarse al movimiento de la caridad. La
acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y
a sentir horror por el bien divino. El odio a Dios tiene su origen en el
orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad niega y lo maldice porque
condena el pecado e inflige penas.
                                                                                                                   
II "A él sólo darás culto"




2095 “Las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la
caridad, informan y vivifican las virtudes morales. Así, la caridad nos
lleva a dar a Dios lo que en toda justicia le debemos en cuanto
criaturas. La virtud de la religión nos dispone a esta actitud.



La adoración



2096 La adoración es el primer acto de la virtud de la religión.
Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y
Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso.
‘Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto’ (Lc 4, 8), dice
Jesús citando el Deuteronomio (6, 13).



2097 Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión
absolutos, la ‘nada de la criatura’, que sólo existe por Dios. Adorar a
Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en
el Magnificat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y
que su nombre es santo (cf Lc 1, 46-49). La adoración del Dios único
libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del
pecado y de la idolatría del mundo.



La oración



2098 “Los actos de fe, esperanza y caridad que ordena el primer
mandamiento se realizan en la oración. La elevación del espíritu hacia
Dios es una expresión de nuestra adoración a Dios: oración de alabanza y
de acción de gracias, de intercesión y de súplica. La oración es una
condición indispensable para poder obedecer los mandamientos de Dios.
‘Es preciso orar siempre sin desfallecer’ (Lc 18, 1).



El sacrificio



2099 Es justo ofrecer a Dios sacrificios en señal de adoración y
de gratitud, de súplica y de comunión: ‘Toda acción realizada para
unirse a Dios en la santa comunión y poder ser bienaventurado es un
verdadero sacrificio’ (S. Agustín, civ. 10, 6).



2100 El sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser
expresión del sacrificio espiritual. ‘Mi sacrificio es un espíritu
contrito...’ (Sal 51, 19). Los profetas de la Antigua Alianza
denunciaron con frecuencia los sacrificios hechos sin participación
interior (cf Am 5, 21-25) o sin relación con el amor al prójimo (cf Is
1, 10-20). Jesús recuerda las palabras del profeta Oseas: ‘Misericordia
quiero, que no sacrificio’ (Mt 9, 13; 12, 7; cf Os 6, 6). El único
sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total
al amor del Padre y por nuestra salvación (cf Hb 9, 13-14). Uniéndonos a
su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios.



Promesas y votos



2101 En varias circunstancias, el cristiano es llamado a hacer
promesas a Dios. El bautismo y la confirmación, el matrimonio y la
ordenación las exigen siempre. Por devoción personal, el cristiano puede
también prometer a Dios un acto, una oración, una limosna, una
peregrinación, etc. La fidelidad a las promesas hechas a Dios es una
manifestación de respeto a la Majestad divina y de amor hacia el Dios
fiel.



2102 ‘El voto, es decir, la promesa deliberada y libre hecha a
Dios acerca de un bien posible y mejor, debe cumplirse por la virtud de
la religión’ (CIC can. 1191, 1). El voto es un acto de devoción en el
que el cristiano se consagra a Dios o le promete una obra buena. Por
tanto, mediante el cumplimiento de sus votos entrega a Dios lo que le ha
prometido y consagrado. Los Hechos de los Apóstoles nos muestran a san
Pablo cumpliendo los votos que había hecho (cf Hch 18, 18; 21, 23-24).



2103 La Iglesia reconoce un valor ejemplar a los votos de
practicar los consejos evangélicos (cf CIC can. 654).



La santa Iglesia se alegra de que haya en su seno muchos hombres y
mujeres que siguen más de cerca y muestran más claramente el
anonadamiento de Cristo, escogiendo la pobreza con la libertad de los
hijos de Dios y renunciando a su voluntad propia. Estos, pues, se
someten a los hombres por Dios en la búsqueda de la perfección más allá
de lo que está mandado, para parecerse más a Cristo obediente (LG 42).



En algunos casos, la Iglesia puede, por razones proporcionadas,
dispensar de los votos y las promesas (CIC can. 692; 1196- 1197).



El deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa



2104 ‘Todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre
todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a
abrazarla y practicarla’ (DH 1). Este deber se desprende de ‘su misma
naturaleza’ (DH 2). No contradice al ‘respeto sincero’ hacia las
diversas religiones, que ‘no pocas veces reflejan, sin embargo, un
destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres’ (NA 2), ni a
la exigencia de la caridad que empuja a los cristianos ‘a tratar con
amor, prudencia y paciencia a los hombres que viven en el error o en la
ignorancia de la fe’ (DH 14).



2105 El deber de rendir a Dios un culto auténtico corresponde al
hombre individual y socialmente considerado. Esa es ‘la doctrina
tradicional católica sobre el deber moral de los hombres y de las
sociedades respecto a la religión verdadera y a la única Iglesia de
Cristo’ (DH 1). Al evangelizar sin cesar a los hombres, la Iglesia
trabaja para que puedan ‘informar con el espíritu cristiano el
pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la
comunidad en la que cada uno vive’ (AA 13). Deber social de los
cristianos es respetar y suscitar en cada hombre el amor de la verdad y
del bien. Les exige dar a conocer el culto de la única verdadera
religión, que subsiste en la Iglesia católica y apostólica (cf DH 1).
Los cristianos son llamados a ser la luz del mundo (cf AA 13). La
Iglesia manifiesta así la realeza de Cristo sobre toda la creación y, en
particular, sobre las sociedades humanas (cf León XIII, enc. "Inmortale
Dei"; Pío XI, enc. "Quas primas").



2106 ‘En materia religiosa, ni se obligue a nadie a actuar contra
su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella, pública o
privadamente, solo o asociado con otros’ (DH 2). Este derecho se funda
en la naturaleza misma de la persona humana, cuya dignidad le hace
adherirse libremente a la verdad divina, que trasciende el orden
temporal. Por eso, ‘permanece aún en aquellos que no cumplen la
obligación de buscar la verdad y adherirse a ella’ (DH 2).



2107 ‘Si, teniendo en cuenta las circunstancias peculiares de los
pueblos, se concede a una comunidad religiosa un reconocimiento civil
especial en el ordenamiento jurídico de la sociedad, es necesario que al
mismo tiempo se reconozca y se respete el derecho a la libertad en
materia religiosa a todos los ciudadanos y comunidades religiosas’(DH
6).



2108 El derecho a la libertad religiosa no es ni la permisión
moral de adherirse al error (cf León XIII, enc. "Libertas
praestantissimum"), ni un supuesto derecho al error (cf Pío XII,
discurso 6 diciembre 1953), sino un derecho natural de la persona humana
a la libertad civil, es decir, a la inmunidad de coacción exterior, en
los justos límites, en materia religiosa por parte del poder político.
Este derecho natural debe ser reconocido en el ordenamiento jurídico de
la sociedad de manera que constituya un derecho civil (cf DH 2).



2109 El derecho a la libertad religiosa no puede ser de suyo ni
ilimitado (cf Pío VI, breve "Quod aliquantum"), ni limitado solamente
por un ‘orden público’ concebido de manera positivista o naturalista (cf
Pío IX, enc. "Quanta cura"). Los ‘justos límites’ que le son inherentes
deben ser determinados para cada situación social por la prudencia
política, según las exigencias del bien común, y ratificados por la
autoridad civil según ‘normas jurídicas, conforme con el orden objetivo
moral’ (DH 7).
                                                                                                    
III ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’




2110 El primer mandamiento prohíbe honrar a dioses distintos del
Unico Señor que se ha revelado a su pueblo. Proscribe la superstición y
la irreligión. La superstición representa en cierta manera una
perversión, por exceso, de la religión. La irreligión es un vicio
opuesto por defecto a la virtud de la religión.



La superstición



2111 La superstición es la desviación del sentimiento religioso y
de las prácticas que impone. Puede afectar también al culto que damos al
verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de
algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte, legítimas o
necesarias. Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las oraciones
o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones
interiores que exigen, es caer en la superstición (cf Mt 23, 16-22).



La idolatría



2112 El primer mandamiento condena el politeísmo. Exige al hombre
no creer en otros dioses que el Dios verdadero. Y no venerar otras
divinidades que al único Dios. La Escritura recuerda constantemente este
rechazo de los ‘ídolos, oro y plata, obra de las manos de los hombres’,
que ‘tienen boca y no hablan, ojos y no ven...’ Estos ídolos vanos hacen
vano al que les da culto: ‘Como ellos serán los que los hacen, cuantos
en ellos ponen su confianza’ (Sal 115, 4-5.8; cf. Is 44, 9-20; Jr 10,
1-16; Dn 14, 1-30; Ba 6; Sb 13, 1-15,19). Dios, por el contrario, es el
‘Dios vivo’ (Jos 3, 10; Sal 42, 3, etc.), que da vida e interviene en la
historia.



2113 La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del
paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo
que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y
reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de
demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza,
de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. ‘No podéis servir a
Dios y al dinero’, dice Jesús (Mt 6, 24). Numerosos mártires han muerto
por no adorar a ‘la Bestia’ (cf Ap 13-14), negándose incluso a simular
su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto,
incompatible con la comunión divina divina(cf Gál 5, 20; Ef 5, 5).



2114 La vida humana se unifica en la adoración del Dios Unico. El
mandamiento de adorar al único Señor da unidad al hombre y lo salva de
una dispersión infinita. La idolatría es una perversión del sentido
religioso innato en el hombre. El idólatra es el que ‘aplica a cualquier
cosa, en lugar de a Dios, la indestructible noción de Dios’ (Orígenes,
Cels. 2, 40).



Adivinación y
magia




2115 Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros
santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa consiste en entregarse
con confianza en las manos de la providencia en lo que se refiere al
futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto. Sin embargo,
la imprevisión puede constituir una falta de responsabilidad.



2116 Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso
a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas
que equivocadamente se supone ‘desvelan’ el porvenir (cf Dt 18, 10; Jr
29, 8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la
interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el
recurso a ‘mediums’ encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la
historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse
la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y
el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios.



2117 Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las
que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio
y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo -aunque sea para
procurar la salud -, son gravemente contrarias a la virtud de la
religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas
de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los
demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica
con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia
advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas
llamadas tradicionales no legítima ni la invocación de las potencias
malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo.



La irreligión



2118 El primer mandamiento de Dios reprueba los principales
pecados de irreligión: la acción de tentar a Dios con palabras o con
obras, el sacrilegio y la simonía.



2119 La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba, de
palabra o de obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como Satán quería
conseguir de Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios,
mediante este gesto, a actuar (cf Lc 4, 9). Jesús le opone las palabras
de Dios: ‘No tentarás al Señor tu Dios’ (Dt 6, 16). El reto que contiene
este tentar a Dios lesiona el respeto y la confianza que debemos a
nuestro Creador y Señor. Incluye siempre una duda respecto a su amor, su
providencia y su poder (cf 1 Co 10, 9; Ex 17, 2-7; Sal 95, 9).



2120 El sacrilegio consiste en profanar o tratar indignamente los
sacramentos y las otras acciones litúrgicas, así como las personas, las
cosas y los lugares consagrados a Dios. El sacrilegio es un pecado grave
sobre todo cuando es cometido contra la Eucaristía, pues en este
sacramento el Cuerpo de Cristo se nos hace presente substancialmente (cf
CIC can. 1367; 1376).



2121 La simonía (cf Hch 8, 9-24) se define como la compra o venta
de cosas espirituales. A Simón el mago, que quiso comprar el poder
espiritual del que vio dotado a los apóstoles, Pedro le responde: ‘Vaya
tu dinero a la perdición y tú con él, pues has pensado que el don de
Dios se compra con dinero’ (Hch 8, 20). Así se ajustaba a las palabras
de Jesús: ‘Gratis lo recibisteis, dadlo gratis’ (Mt 10, 8; cf Is 55,
1)]. Es imposible apropiarse de los bienes espirituales y de comportarse
respecto a ellos como un poseedor o un dueño, pues tienen su fuente en
Dios. Sólo es posible recibirlos gratuitamente de El.



2122 ‘Fuera de las ofrendas determinadas por la autoridad
competente, el ministro no debe pedir nada por la administración de los
sacramentos, y ha de procurar siempre que los necesitados no queden
privados de la ayuda de los sacramentos por razón de su pobreza’ (⇒ CIC
can. 848). La autoridad competente puede fijar estas ‘ofrendas’
atendiendo al principio de que el pueblo cristiano debe contribuir al
sostenimiento de los ministros de la Iglesia. ‘El obrero merece su
sustento’ (Mt 10, 10; cf Lc 10, 7; 1 Co 9, 5-18; 1 Tm 5, 17-18).



El ateísmo



2123 ‘Muchos de nuestros contemporáneos no perciben de ninguna
manera esta unión íntima y vital con Dios o la rechazan explícitamente,
hasta tal punto que el ateísmo debe ser considerado entre los problemas
más graves de esta época’ (GS 19, 1).



2124 El nombre de ateísmo abarca fenómenos muy diversos. Una
forma frecuente del mismo es el materialismo práctico, que limita sus
necesidades y sus ambiciones al espacio y al tiempo. El humanismo ateo
considera falsamente que el hombre es ‘el fin de sí mismo, el artífice y
demiurgo único de su propia historia’ (GS 20, 1). Otra forma del ateísmo
contemporáneo espera la liberación del hombre de una liberación
económica y social para la que ‘la religión, por su propia naturaleza,
constituiría un obstáculo, porque, al orientar la esperanza del hombre
hacia una vida futura ilusoria, lo apartaría de la construcción de la
ciudad terrena’ (GS 20, 2).



2125 En cuanto rechaza o niega la existencia de Dios, el ateísmo
es un pecado contra la virtud de la religión (cf Rm 1, 18). La
imputabilidad de esta falta puede quedar ampliamente disminuida en
virtud de las intenciones y de las circunstancias. En la génesis y
difusión del ateísmo ‘puede corresponder a los creyentes una parte no
pequeña; en cuanto que, por descuido en la educación para la fe, por una
exposición falsificada de la doctrina, o también por los defectos de su
vida religiosa, moral y social, puede decirse que han velado el
verdadero rostro de Dios y de la religión, más que revelarlo’ (GS 19,
3).



2126 Con frecuencia el ateísmo se funda en una concepción falsa
de la autonomía humana, llevada hasta el rechazo de toda dependencia
respecto a Dios (GS 20, 1). Sin embargo, ‘el reconocimiento de Dios no
se opone en ningún modo a la dignidad del hombre, ya que esta dignidad
se funda y se perfecciona en el mismo Dios’ (GS 21, 3). ‘La Iglesia sabe
muy bien que su mensaje conecta con los deseos más profundos del corazón
humano’ (GS 21, 7).



El agnosticismo



2127 El agnosticismo reviste varias formas. En ciertos casos, el
agnóstico se resiste a negar a Dios; al contrario, postula la existencia
de un ser trascendente que no podría revelarse y del que nadie podría
decir nada. En otros casos, el agnóstico no se pronuncia sobre la
existencia de Dios, manifestando que es imposible probarla e incluso
afirmarla o negarla.



2128 El agnosticismo puede contener a veces una cierta búsqueda
de Dios, pero puede igualmente representar un indiferentismo, una huida
ante la cuestión última de la existencia, y una pereza de la conciencia
moral. El agnosticismo equivale con mucha frecuencia a un ateísmo
práctico.
                                                                                                         
IV "No te harás escultura alguna..."




2129 El mandamiento divino implicaba la prohibición de toda
representación de Dios por mano del hombre. El Deuteronomio lo explica
así: ‘Puesto que no visteis figura alguna el día en que el Señor os
habló en el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a prevaricar y os
hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea...’ (Dt 4,
15-16). Quien se revela a Israel es el Dios absolutamente Trascendente.
‘El lo es todo’, pero al mismo tiempo ‘está por encima de todas sus
obras’ (Si 43, 27- 28). Es la fuente de toda belleza creada (cf. Sb 13,
3).



2130 Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó o
permitió la institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la
salvación por el Verbo encarnado: la serpiente de bronce (cf Nm 21, 4-9;
Sb 16, 5-14; Jn 3, 14-15), el arca de la Alianza y los querubines (cf Ex
25, 10-12; 1 R 6, 23-28; 7, 23-26).



2131 Fundándose en el misterio del Verbo encarnado, el séptimo
Concilio Ecuménico (celebrado en Nicea el año 787), justificó contra los
iconoclastas el culto de las sagradas imágenes: las de Cristo, pero
también las de la Madre de Dios, de los ángeles y de todos los santos.
El Hijo de Dios, al encarnarse, inauguró una nueva ‘economía’ de las
imágenes.



2132 El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer
mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, ‘el honor dado a una
imagen se remonta al modelo original’ (S. Basilio, spir. 18, 45), ‘el
que venera una imagen, venera en ella la persona que en ella está
representada’ (Cc de Nicea II: DS 601); cf Cc de Trento: DS 1821-1825;
Cc Vaticano II: SC 126; LG 67). El honor tributado a las imágenes
sagradas es una ‘veneración respetuosa’, no una adoración, que sólo
corresponde a Dios:



El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como
realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos
conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la
imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la
realidad de la que ella es imagen. (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 81,
3, ad 3).

RESUMEN




2133 ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma y con todas tus fuerzas’ (Dt 6, 59).



2134 El primer mandamiento llama al hombre para que crea en Dios,
espere en El y lo ame sobre todas las cosas.



2135 ‘Al Señor tu Dios adorarás’ (Mt 4, 10). Adorar a Dios, orar
a El, ofrecerle el culto que le corresponde, cumplir las promesas y los
votos que se le han hecho, son todos ellos actos de la virtud de la
religión que constituyen la obediencia al primer mandamiento.



2136 El deber de dar a Dios un culto auténtico corresponde al
hombre individual y socialmente considerado.



2137 El hombre debe ‘poder profesar libremente la religión en
público y en privado’ (DH 15).



2138 La superstición es una desviación del culto que debemos al
verdadero Dios, la cual conduce a la idolatría y a distintas formas de
adivinación y de magia.”



2139 La acción de tentar a Dios de palabra o de obra, el
sacrilegio y la simonía son pecados de irreligión, prohibidos por el
primer mandamiento.



2140 El ateísmo, en cuanto niega o rechaza la existencia de Dios,
es un pecado contra el primer mandamiento.



2141 El culto de las imágenes sagradas está fundado en el
misterio de la Encarnación del Verbo de Dios. No es contrario al primer
mandamiento.








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