Heartland ―el corazón de tierra firme (I de II)

https://wikispooks.com/iframeDocs/FullSpectrumDominance/heartland_rimland.jpg

Heartland ―el corazón de tierra firme (I de II)

EUROPA SOBERANA


http://europasoberana.blogspot.com.es/2013/06/heartland-el-corazon-de-tierra-firme.html





Los espacios interiores del Imperio Ruso y Mongolia son tan
inmensos, y su potencial en población, trigo, algodón, combustible y
metales tan incalculablemente grande, que es inevitable que un vasto
mundo económico, más o menos apartado, se desarrolle allí, inaccesible
al comercio oceánico.



(Halford J. Mackinder).





ÍNDICE





PRIMERA PARTE


– INTRODUCCIÓN


– LAS CUENCAS ENDORREICAS Y LA IMPORTANCIA DE LOS SISTEMAS FLUVIALES


– ¿QUÉ ES EL HEARTLAND?


– BREVE HISTORIA DEL HEARTLAND


· Prehistoria


· Antigüedad


· Edad Media: Pax Mongolica


· Antiguo Régimen: cosacos y zares


· Los socialismos telúricos


· La Guerra Fría


· La globalización








Si en Occidente hemos heredado leyendas sobre Atlántida —un rico
estado comercial marítimo que, por sus pecados, fue castigado por los
dioses a perecer bajo el mar—, en Oriente también abundan menciones
sobre tierras perdidas. En las enormes regiones budistas de Asia Central
existen infinidad de mitos sobre ciudades subterráneas y valles
ocultos, como Shambhala, a donde se habrían replegado los antiguos
poderes tradicionales y espirituales del mundo, esperando manifestarse
en la guerra final entre los espíritus del bien y los espíritus del mal.
Los mongoles identifican Shambhala con diversos valles del sur de
Siberia, mientras que en el folklore altaico, la puerta de la ciudad
secreta está escondida en el monte Beluja, de la cordillera del Altai,
donde según la leyenda fue enterrado Genghis Khan. El Kalachakra, un
escrito tántrico del budismo tibetano con fuertes influencias
hinduistas, afirma que cuando el mundo degenere en una vorágine de
guerra y codicia, de Shambhala emergerá Kalki (“caballo blanco”, o
“destructor de la inmundicia”), una especie de mesías que formará un
ejército y luchará contra las fuerzas demoniacas, matando por millones a
los “bárbaros” y a los “ladrones que han usurpado el poder real”.
Reuniendo a todos los brahmanes del mundo, fundaría una nueva raza para
poblar la edad dorada que vendrá. En su pasado chamánico, los pueblos
túrquico-mongoles hablaban de Ergekenon, un aislado valle supuestamente
situado en el Altai, donde sus antepasados estuvieron aprisionados
durante cuatro siglos hasta que un herrero consiguió derretir la barrera
que los encerraba. El mito de Ergenekon luego sería usado
estratégicamente por el nacionalismo turco en su promoción del
pan-turanianismo.





Desde China, la tradición contaba que Lao Tsé (“anciano sabio”, el
fundador del taoísmo) se marchó hastiado del país montado en un búfalo
blanco hacia el Oeste, es decir, hacia Asia Central, quizás hacia los
montes Kunlun Shan, donde se encuentran las fuentes del Río Amarillo, un
lugar considerado santo por los monjes y ermitaños, donde el aire era
puro y energizante, donde crecían hierbas curativas y avanzaban enormes
glaciares, y en cuyos ríos vivían peces de larga vida. El taoísmo
explicaba que allí, en la “montaña del centro del mundo”, unos hombres
“regios” encontraron la bebida de la inmortalidad
en tiempos muy remotos. Mitológicamente hablando, la cordillera
conectaba la Tierra con el Cielo y en algún lugar de su seno se erguía
un palacio de jade donde moraba Xiwangmu, la “reina madre de Occidente”.
Como una versión oriental del mito griego del jardín de las Hespérides,
crecía allí un enorme árbol que brindaba melocotones de la inmortalidad
cada tres mil años.








La cordillera de Kunlun Shan.





En Occidente también se contemplaba el interior de Eurasia a través de un prisma de leyendas. En “Historias”, Heródoto habla de un lugar “al noreste”, más allá de los escitas, donde existen vastas cantidades de oro guardado por grifos.
Buran (un fuerte viento invernal del Norte, equivalente al Boreas
griego), soplaba allí con fuerza desde una caverna montañosa en la
llamada Puerta de Zungaria, que separa Uiguristán (también llamado
Turkestán chino o Xingjiang) del resto de Asia Central. Más allá de este
dominio se encontraba el “país de los hiperbóreos”, cuyo territorio
llegaba al mar (probablemente el Océano Ártico). En los mitos
bizantinos, Alejandro Magno no halló otra solución para las hordas de
“Gog y Magog” (bárbaros del interior continental, asimilados a veces a
los escitas y destinados a caer sobre el resto del mundo en el futuro)
que contenerlas con un muro de hierro o adamantio. Seguramente se trate
de las Puertas Caspias,
situadas en el sur de Rusia, donde siglos después un ejército de
eslavos y vikingos aniquilará el reino jázaro (khazar) fundando el
primer Estado ruso. El contenido metafórico de la construcción de las
Puertas Caspias quedó servido —especialmente teniendo en cuenta que, en
el folklore centroasiático, una “puerta de hierro en un lago” o un
“agujero en una montaña” son considerados el origen de los vientos. Tras
las malhadadas campañas de los macedonios en el norte de India, una
historia helenística llegada a Occidente hizo circular la idea de que en
lo más profundo de Asia Central había un valle alfombrado con diamantes
y patrullado por aves de presa y serpientes “de mirada mortífera”. En
tiempos del comercio de la seda, Roma sabía de la existencia de los seres, un pueblo alto, longevo y sano (posiblemente los tocarios) situado en Serica,
la “tierra de la seda”, que se correspondería con Uiguristán. Estos
mitos y rumores encarnaban de alguna manera la voluntad de Europa de no
perder su conexión con Oriente.





En tiempos medievales, tanto en Roma como en Bizancio y los estados
cruzados se hablaba del reino de Preste Juan, un monarca que mantenía el
orden en las tierras de Gog y Magog gobernando sobre un país cristiano
aislado entre dominios musulmanes y “paganos” (léase budistas,
hinduistas y/o religiones ancestrales chamánicas y animistas). Las
tradiciones gnósticas consideraban que los reyes magos procedían de este
país, donde se encontraría, junto con otras reliquias santas de la
Cristiandad, el Santo Grial, obtenido por Parzival en Monsalvat y
llevado al Gran Oriente en unas naves con velas blancas y cruces rojas…
“Juan” era probablemente una corrupción de “jan” o khan: el
título de los reyes tártaros. El personaje en cuestión seguramente era
un khan-obispo nestoriano de origen mongol deseoso de estrechar lazos
con Occidente, pero la situación pronto se envolvió de símbolos y
arquetipos en el imaginario colectivo europeo. Marco Polo, que no podía
faltar en este escrito, ubicaría Gog y Magog al norte de Catay (China),
es decir, en Mongolia o Siberia. En la misma China, las autoridades
imperiales hicieron algo parecido a Alejandro Magno, dando al Heartland
por imposible y conformándose con levantar la Gran Muralla para proteger
el reino de las incursiones bárbaras del Norte.





Todavía en pleno Siglo XIX, los colonos rusos en Siberia, hombres y
mujeres de una calidad humana sobresaliente en todos los sentidos,
tenían la idea de Belovodye, mítico lugar de “aguas blancas” situado en
Siberia oriental, que jugaba el papel de Tierra Prometida en su
imaginario religioso y que probablemente influyó de forma importante en
el flujo de poblaciones étnicamente europeas hacia el Este,
estableciendo colonias cada vez más cercanas al Mar de Japón y a las
fronteras con China y Mongolia. Asia Central se iría haciendo popular en
Occidente gracias al “Miguel Strogoff” de Julio Verne, a la incipiente
ciencia geopolítica, al “Bestias, hombres y dioses” de Ferdinand
Ossendowsky y al auge de corrientes ocultistas que idealizaban Asia
Central como un santuario de tradición y sabiduría. En los años 20, el
pintor, arqueólogo y esoterista ruso Nikolai Roerich también puso su
grano de arena describiendo una extraordinaria expedición por toda Asia
Central, incluyendo sus visitas de más de 50 monasterios y sus
encuentros con lamas budistas.








Mongolia.





Como se ve, las zonas más recónditas de Asia Central eran vistas como
fuente de misterio, fantasía e incertidumbre por parte de las
sociedades que recogían su influencia. También eran consideradas como un
avispero de hombres y animales, al que se le podían poner diques pero
que no debía ser agitado. Todos los mitos que hemos visto coinciden en
presentar el corazón de Eurasia como un lugar, como mínimo, interesante y
digno de ser visitado por los valientes y los nobles. El presente
artículo tratará sobre este vasto espacio habitado por interrogantes y
posibilidades infinitas aun por desvelar, un nuevo mundo en potencia,
una enorme fortaleza cerrada, inaccesible, inexpugnable, celosamente
tradicional, replegada sobre sí misma en innumerables valles, montañas,
llanuras, bosques, estepas y desiertos, que no pudo ser conquistada por
Alejandro Magno, ni por Roma, ni por Bizancio, ni por los emperadores
chinos, ni por la Mancomunidad Polaco-Lituana, ni por los jesuitas
portugueses, ni por Napoleón, ni por el Imperio Británico, ni por
Hitler, ni por Japón, ni por los oligarcas mafiosos del espacio
ex-sovético, ni por las multinacionales y bancos de la globalización
capitalista-neoliberal ―a largo plazo ni siquiera por los khanes
asiáticos o el terrible bolchevismo soviético―, sino sólo por dos
extraordinarios pueblos: los vikingos y los cosacos, que, como Alejandro
Magno antes que ellos, llevaron la cultura griega (caracteres
cirílicos, herencia bizantina) al corazón de Asia.





Desde el amanecer de la Historia, quien posee el Heartland se mueve
en él como pez en el agua, ya que es un océano de tierra, pero quien no
lo posee se estrellará contra sus muros una y otra vez, y sólo podrá
contentarse con asediarlo…











LAS CUENCAS ENDORREICAS Y LA IMPORTANCIA DE LOS SISTEMAS FLUVIALES





La palabra “endorreico” procede del griego ἔνδον (éndon: “interno”) y ῥεῖν (rheîn: “fluir”).
El segundo vocablo comparte raíz con el Rhin y también con Rea, una
diosa primordial ctónica de la mitología griega. Una cuenca fluvial
endorreica es, por tanto, una cuenca de flujo interno o, si se
prefiere, de circuito cerrado, donde las aguas no se derraman hacia los
mares, sino que permanecen encerradas hasta que van a dar a “ombligos”
centrales terminales, especialmente lagos (a menudo salados, como el
Caspio, el Mar Muerto o Great Salt Lake), sistemas cavernarios,
corrientes subterráneas, acuíferos, oasis, pantanos y arenas movedizas. A
diferencia del resto de cuencas fluviales, que están abiertas hacia un
océano y por tanto son imperfectas, las endorreicas son cuencas
perfectas que retienen el agua, calderos cerrados donde las corrientes
acuáticas que corren por la superficie no pueden ni entrar ni salir.





Si el mundo dentro de las cuencas marítimas convencionales representa
el derroche, el cambio y la explosión de lo perecedero (“nuestras vidas
son los ríos que van a dar a la mar que es el morir”, escribía Jorge
Manrique en el Siglo XV), dentro de las cuencas continentales
endorreicas representa la conservación, la fermentación, el cultivo y la
implosión de lo perenne. De hecho, la misma civilización,
cuya esencia es el devenir y la dilapidación, nació en cuencas
marítimas: la del Mediterráneo y la del Golfo Pérsico —aunque
interesantemente, Jericó, la primera ciudad del registro arqueológico
con murallas, torres y fortificaciones, surgió en una pequeña cuenca
endorreica: la del Mar Muerto.





Las cuencas endorreicas suelen corresponderse con climatologías
secas, ya que en áreas de frecuentes precipitaciones, estas cuencas
rebosan por la salida más baja de las mismas, conectándose con una
cuenca convencional, o bien erosionando la barrera de menor resistencia
hasta encontrar una salida hidrológica (como pasó con el Mar Negro,
antiguamente un lago, tras la última edad de hielo). En climatologías
secas, el agua se evapora o es absorbida por el subsuelo antes de que
esto pueda pasar. Por este motivo, la húmeda Europa apenas posee cuencas
endorreicas (aunque la del Caspio representa el 19% del territorio
europeo), tratándose generalmente de excepciones diminutas como la del
lago salado de Akrotiri, en Chipre, donde Reino Unido mantiene un
enclave estratégico de tipo Gibraltar.








Click para agrandar. Cuencas endorreicas del planeta.





En geoestrategia, las cuencas de los ríos no son un criterio
aleatorio ni caprichoso, ya que muestran mejor que ningún otro la fuerza
de la gravedad, es decir, la influencia de la Tierra a la hora de
conducir poderes. El motivo por el que en este artículo prestaremos
tanta atención a las cuencas fluviales es porque la Naturaleza y la
voluntad de la Tierra siempre se acaban imponiendo —y las cuencas son
una expresión de dichas fuerzas, ya que sus aguas descienden obedeciendo
la atracción gravitatoria de la ruta más sencilla y lógica.





En la escritura china, “orden político” se expresa con los ideogramas
“río” y “dique”. El río representa las fuerzas “caóticas” de la
Naturaleza, que pretenden ser controladas y contenidas por la
civilización humana, por el “orden”. Como se repite en la geopolítica
moderna muchos milenios más tarde, los ríos son sistemas políticos: no
en vano las cuencas fluviales canalizan mercancías, influencias,
tecnología, ejércitos, religiones, ideologías, animales, economías y
estrategias, además de proporcionar tierras fértiles y húmedas en las
que sembrar cereales. Fue a orillas del río Jordán que nacieron las
primeras sociedades proto-civilizadas, el Tigris y especialmente el
Éufrates constituyeron el eje de las civilizaciones mesopotámicas y el
Nilo fue y es la columna vertebral de Egipto, como el Río Amarillo lo
fue en el nacimiento de China. Frente al río, la construcción de una
presa no es sino un intento de crear una cuenca endorreica artificial.





Las cuencas fluviales también son vías naturales de infiltración
desde el mar: el Neolítico penetró en Europa por el Danubio, como
milenios después lo harán los otomanos —la Primera Cruzada
tomará la misma ruta en sentido inverso. Los romanos entraron en
Hispania a través del Ebro y los moros del Guadalquivir, y a partir de
los afluentes de dichos ríos, ramificaron su estrategia de conquista y
dominio. El simple hecho de remontar ríos (Misisipi, Missouri, Ohio y
San Lorenzo) les dio a los franceses control sobre una superficie de
Norteamérica muy superior
a la controlada por los ingleses, mientras que los belgas pudieron
dominar lo que hoy es Congo-Kinshasa gracias al río Congo y sus
afluentes. Hasta los vikingos tuvieron que agradecer su dominio de las
Rusias o su llegada al Imperio Bizantino y al Califato de Bagdad a los
grandes ríos del Este, fácilmente navegables. Gracias a los ríos de
Europa Occidental, los vikingos pudieron llegar a ciudades tan
importantes como París, Sevilla y Pamplona. El Río Perla fue la vía de
entrada de la influencia británica en China, el Yangtze de la japonesa.
Más al sur, el Mekong fue crucial para la incorporación de Indochina al
Imperio Francés. Tampoco es necesario recordar hasta qué punto la fértil
cuenca del Duero vertebró Castilla en tiempos de la Reconquista, el
papel central del Ebro en la Guerra Civil española o la importancia que
tienen el Amazonas y el Río de la Plata para varios Estados de
Sudamérica. Shanghai, Hong Kong, Macao, Alejandría, Rotterdam, Londres,
Nueva Orleans, Nueva York, Buenos Aires, Dhaka, Calcuta y Ho Chi Minh
tienen en común que deben su importancia a dominar lugares donde una
gran cuenca se encuentra con el mar. Tampoco puede entenderse el
desarrollo y la historia de ciudades interiores como Moscú, Kiev,
Volgogrado, Frankfurt, París, Milán, Budapest, Belgrado, Montreal,
Asunción o Chongqing —o en España Valladolid, Zaragoza, Toledo, Madrid,
Sevilla y Córdoba— sino como parte de los ríos que presiden: otro motivo
más para no subestimar la importancia de los sistemas fluviales.





Por todo ello, en los Estados dignos de tal nombre, lo que pasa en
sus cuencas fluviales, especialmente cuando son compartidas con otros
países (caso de Egipto-Sudán-Sudán del Sur-Uganda-Etiopía, de
Bangladesh-India, de Birmania-China, de
Vietnam-Camboya-Laos-Tailandia-China o de
Brasil-Paraguay-Argentina-Uruguay), es un asunto de seguridad nacional.
Por poner dos ejemplos, a Serbia le quitaron sus salidas mediterráneas
tras sus conflictos con la OTAN, pero no le pudieron quitar el Danubio
(río navegable y por tanto una conexión fluvial que rompió el
aislamiento al que la OTAN quería someter a Belgrado), y si a Etiopía
y/o a Uganda les da por hacer algo “raro” en las fuentes del Nilo,
estrangularían de forma tremendamente efectiva a una nación de 80
millones de almas. Como ya vimos en el artículo sobre la guerra de Libia,
la lucha por los acuíferos y fuentes de agua también es una realidad
geopolítica irresistible y lo será en cada vez mayor medida, según una
humanidad enloquecida por el crecimiento económico y tecnoindustrial va
contaminando y dilapidando las reservas de agua fresca del planeta.





Entre cuencas siempre hay fronteras naturales como cadenas
montañosas, o al menos una clara divisoria de aguas, por lo que las
cuencas fluviales delimitan dominios geográficos naturales. Así, en la
época del Imperio Español, la Corona de Castilla se correspondía
esencialmente con la cuenca atlántica de la Península Ibérica, mientras
que la Corona de Aragón lo hacía con la mediterránea —ambas entidades
tenían por tanto una coherencia geográfica que tendía a dotarlas de
coherencia política. También el Imperio Austro-Húngaro coincidía
sospechosamente con la cuenca del Danubio y las Trece Colonias inglesas
en Norteamérica con la cuenca atlántica del continente. En aquellos
casos en los que los ríos no tienen este papel central, tienen un papel
periférico como frontera entre Estados (casos del Río Grande, el Congo,
el Orange o el Amur), por lo que su importancia sigue incuestionable.





Cuando uno se sitúa en una cuenca marítima convencional, siguiendo la
fuerza de la gravedad y de la “ruta más fácil”, la tierra le conduce
invariablemente al mar, por eso sucede tan a menudo en la Historia que
cuando un país incrementa su poder político y económico, produciendo un
excedente de poder material, se acaba echando a la mar. Pero hay otras
cuencas donde la tierra te conduce… a la tierra. La particularidad de
las cuencas endorreicas es que si estás fuera de la cuenca, la tierra
jamás te conducirá naturalmente a ella, y si estás dentro, la tierra
jamás te conducirá naturalmente fuera; en este simple hecho hay una
trascendencia casi metafísica: el Heartland es a todos efectos una
burbuja, una anomalía, una contradicción en el sistema geográfico
general, que se rige por leyes totalmente distintas y hasta opuestas a
las del resto de superficies terrestres del planeta.





Finalmente, en las cuencas endorreicas, los diques del agua
—recordemos, la clave del “orden político”— ya vienen puestos de serie
por la Naturaleza…











¿QUÉ ES EL HEARTLAND?





El Heartland es la mayor fortaleza natural de la Tierra.


(Mackinder).





Heartland procede del inglés heart (corazón) y land
(tierra), siendo quizás “tierra nuclear” o “región cardial” las
traducciones castellanas más aproximadas. El Heartland es la suma de una
serie de cuencas fluviales contiguas cuyas aguas van a dar a cuerpos
acuáticos inaccesibles para la navegación oceánica. Se trata de las
cuencas endorreicas de Eurasia Central más la parte de la cuenca del
Océano Ártico congelada en la Ruta del Norte con una capa de hielo de
entre 1,2 y 2 metros, y por tanto impracticable buena parte del año
―salvo para rompehielos de propulsión atómica (que sólo la Federación
Rusa posee) y similares embarcaciones. El concepto de Heartland fue
definido por primera vez por el geógrafo inglés Halford John Mackinder (1861-1947), uno de los padres fundadores de la Geopolítica moderna, en su obra “The Geographical Pivot of History” (1904), donde dibujó la primera representación gráfica de lo que, en un principio, denominó Pivot Area o “Área Pivote”:











Dice Mackinder en su más completa “Democratic ideals and reality” (1919):





El margen norte de Asia es una costa inaccesible, obstruida con hielo
excepto una estrecha vía marítima que se abre aquí y allá a lo largo de
la costa durante el breve verano, debido al derretimiento del hielo
local formado durante el invierno entre los témpanos y la tierra. Ocurre
que tres de los mayores ríos del mundo, el Lena, el Yenisei y el Obi,
fluyen septentrionalmente a través de Siberia hacia esta costa, y por
tanto están divorciados a efectos prácticos del sistema general de
navegaciones oceánicas y fluviales. Al sur de Siberia hay otras regiones
al menos igual de extensas, drenadas hacia lagos salados sin salida
oceánica; tales son las cuencas de los ríos Volga y Ural que fluyen
hacia el Caspio, y del Oxo [1] y Jaxartes [2] hacia el Mar
de Aral. Los geógrafos normalmente describen estas cuencas internas
como “continentales”. Tomadas a la vez, las regiones de flujo ártico y
continental ocupan casi la mitad de Asia y un cuarto de Europa, y forman
un gran parche continuo en el norte y centro del continente. Todo este
parche, que se extiende desde la gélida y llana orilla de Siberia hasta
las tórridas y escarpadas costas de Baluchistán y Persia, ha sido
inaccesible para la navegación oceánica. Su apertura mediante
ferrocarriles —pues de antemano carecía de carreteras— y rutas aéreas en
el futuro cercano, constituye una revolución en las relaciones de los
hombres con las mayores realidades geográficas del mundo. Llamemos a
esta gran región el Heartland del Continente.





Ciñéndonos a la definición mackinderiana del Heartland, su extensión exacta sería ésta:











Mackinder describe el interior de este Heartland en tales términos:





El norte, centro y oeste del Heartland es una llanura que se alza a
lo sumo sólo unos pocos cientos de pies sobre el nivel del mar. En esta
mayor tierra baja del mundo están incluidas Siberia occidental, el
Turkestán y la cuenca europea del Volga, pues los montes Urales, aunque
se trata de una cordillera larga, no son de altura importante, y
terminan unas trescientas millas al norte del Caspio, dejando un amplio
corredor desde Siberia hasta Europa. Hablemos de esta llanura como la
Gran Tierra Baja [3].





Al sur, la Gran Tierra Baja termina a lo largo de una meseta cuya
elevación promedio es de media milla, con crestas montañosas que
ascienden hasta milla y media. Esta meseta sostiene sobre su amplia
espalda los tres países de Persia, Afganistán y Baluchistán; por
conveniencia podemos describirla entera como Tierra Alta Iraní [4].
El Heartland, en su sentido de drenaje ártico y continental, incluye la
mayor parte de la Gran Tierra Baja y la mayor parte de la Tierra Alta
Iraní; se extiende por tanto hasta el largo y curvo borde de las
Montañas Persas, más allá de las cuales está la depresión ocupada por el
valle del Éufrates y el Golfo Pérsico.








La estepa eurasiática es la parte más transitable y abierta de lo que Mackinder llamaba Great Lowland
o “Gran Tierra Baja”. Puede ser consideada como la columna vertebral de
Eurasia y la cuna del pastoralismo, del espíritu de la caballería y del
poder terrestre. Ucrania, Kazajistán y Mongolia son los países clave
para su dominio, de hecho el control de la estepa es un imperativo
estratégico para la Federación Rusa ―del mismo modo, el atlantismo
procura que la estepa no esté jamás bajo el control de una sola
superpotencia. La puerta de Dzungaria, marcada en el mapa, es un paso
montañoso que separa Uiguristán del resto de Asia Central. Dominar un
estrecho montañoso como éste es tan importante para una telurocracia
como el control de un estrecho marítimo lo es para una talasocracia.
Entre la gran estepa occidental (desde Hungría hasta Kazajistán) y la
gran estepa oriental (Mongolia y Manchuria principalmente) existe una
única barrera importante: el macizo del Altai. Budapest, Bucarest,
Odessa, Kiev, Volgogrado (Stalingrado), Astana, Omsk o Ulan Bator son
ciudades clave en la vertebración de la estepa eurasiática.





La base de la Geopolítica es la contradicción entre el sea power o poder marítimo (“talasocracia” en griego), y el land power o poder terrestre (telurocracia). El sea power tiende a engendrar Estados comerciales y liberales, el land power
Estados productivos y autocráticos. Ambos tipos de poder tienen sus
ciudadelas naturales y sus esferas de influencia en la geografía
terrestre. La ciudadela de la talasocracia es la mitad norte del
Atlántico (Midland Ocean u “Océano Mediterráneo”) y su esfera de
influencia es la Oceanía descrita en “1984” por George Orwell, que
claramente sabía de geopolítica. La ciudadela de la telurocracia es el
Heartland y su esfera de influencia es la Eurasia orwelliana. La Estasia
de “1984” en realidad quedaría, junto con otras regiones del globo,
disputada entre ambos poderes arquetípicos, o tendría una mezcla de
ambos: el Sudeste Asiático, Corea, el sur de India y la costa china
tendrían fuerte influencia oceánica, mientras que Tíbet, Uiguristán,
Mongolia interior y exterior, Manchuria y el norte de India serían de
influencia continental. Según Orwell, en un mundo donde la Geopolítica
se ha impuesto, las zonas disputadas del planeta —en perpetua guerra,
cambiando de manos y siendo conquistados y reconquistados una y otra vez
por las tres superpotencias—, forman un cuadrángulo con esquinas en
Tánger-Hong Kong-Darwin-Brazaville, además de las fronteras entre
Estasia y Eurasia. Estos territorios disputados se corresponden
vagamente con el mundo musulmán.





Las ciudadelas naturales de la talasocracia y de la telurocracia. Se
notará que el camino más corto entre ambas es Escandinavia y el Océano
Ártico, cerca de la frontera ruso-noruega. Europa en general tiene la
desgracia de ser el campo de batalla natural entre la talasocracia y la
telurocracia. En la actualidad, se está constituyendo un nuevo espacio
talasocrático en el Asia-Pacífico, que junto con el atlántico desde el
Oeste, asedia el Heartland desde el Este.











En la novela “1984” de George Orwell, se menciona un ensayo ficticio
titulado “Teoría y práctica del colectivismo oligárquico”, que explica
cómo la URSS ha conquistado Europa Occidental convirtiéndose en Eurasia
(rojo), los Estados Unidos y el Imperio Británico se han unido para
formar Oceanía (azul) y Estasia (amarillo) ha emergido tras una década
de luchas confusas. Ninguno de los tres superestados puede ser
conquistado ni siquiera por los otros dos combinados, ya que su poderío
militar está al mismo nivel y sus defensas naturales son demasiado
formidables. Dentro del cuadrángulo Tánger-Hong Kong-Darwin-Brazaville,
se encuentran las zonas disputadas del planeta. Las fronteras entre
Eurasia y Estasia no quedan claras del todo, salvo por una referencia a
la inestable frontera en Mongolia.


La globalización tiene su trono en “los mercados” (principalmente
bancos y multinacionales) y en el comercio internacional, que se
desenvuelve en el mar en un 90%, a pesar de que el ferrocarril y los
ductos son medios más baratos, rápidos y eficaces —o lo serían si no
fuese por las oportunas inestabilidades en los eslabones más
estratégicos de las rutas terrestres. Por ende, un Estado que posea
salida marítima tiene un gran vector de proyección de influencia a su
disposición y comparte frontera de facto con todos los países con costa
en el cuerpo acuático en cuestión. A diferencia de las tierras
emergidas, los mares del planeta constituyen un solo cuerpo (teoría de Panthalasa u Océano Mundial),
de manera que quien salga al Océano Mundial y lo domine, tenderá a
envolver todas las tierras emergidas del mundo e infiltrará su poder en
ellas, especialmente a través de los valles y las llanuras de las
grandes cuencas fluviales. Pero a pesar de esta gran ventaja, el mar,
cambiante, caprichoso y movedizo, sólo sirve para transportar cosas que
proceden de la tierra y para asediar la tierra en sí. Si dominar el mar
es un simple medio para dominar la tierra, dominar la tierra es un fin
en sí mismo, por ende, que una superpotencia marítima necesite asediar
la tierra no hace más que confirmar la importancia de la tierra en sí.








Halford J. Mackinder (1861-1947).





El presente escrito, por tanto, se situará en el punto de vista del
antagonista natural del mar. La tierra representa lo firme, estable,
fértil, nutriente, productivo, organizado y disciplinado, si el mar se
asemeja mucho al “devenir” con sus vaivenes, la tierra se acerca al
“ser” con su obstinada permanencia. Si el mar se levanta sólo en
momentos tormentosos, la tierra se alza por siempre en las montañas, que
podrían definirse como “tierra concentrada”. En el ámbito económico, la
estrategia telúrica no está volcada en mover mercancías de un lado a
otro, sino en producirlas y hacer que se queden lo más cerca posible del
suelo de donde brotaron. La productividad y la fecundidad sustituyen
por tanto al comercio y a la especulación para formar un sistema
político, económico y social muy distinto al que hoy impera en el
planeta. Asimismo, la apertura de espacios de libre navegación, que es
la obsesión del atlantismo, se ve sustituida por la tendencia de las
grandes masas de tierra a estrangular el tráfico marítimo en delicados
cuellos de botella, para romper Panthalasa, convirtiendo los
diversos mares en meros lagos interiores bajo férreo control. Y es que,
como veremos en otro artículo, tanto el Báltico como el Mar Negro, el
Adriático, el Egeo, el Mediterráneo entero, el Mar Rojo, el Golfo
Pérsico, el Mar de Andamán, el Mar del Sur de China, de Japón, y hasta
el Caribe, el Golfo de México y la Bahía de Hudson, pueden ser
extirpados del seno del Oceáno Mundial y convertidos en lagos tan
inaccesibles como el Caspio, sólo con accionar cerrojos naturales:
estrechos marítimos como Gibraltar u Hormuz, o barreras insulares como
Japón o el Arco de Andamán.











BREVE HISTORIA DEL HEARTLAND





Prehistoria





Durante la última edad de hielo (la glaciación de Würm), se formaron
en el Heartland bolsas geográficas rodeadas de glaciares, y es en las
condiciones extremas de una de estas bolsas gélidas donde pudo
desarrollarse un extraordinario tipo humano, despiadadamente
seleccionado por el entorno. En el artículo sobre clasificación racial, vimos que la raza nórdica centroasiática, progenitora de los linajes genéticos R1a y R1b
y por tanto antepasada paterna de la mayoría de europeos étnicos
modernos del mundo, nació en el Paleolítico en el corazón de Eurasia,
proponiéndose las regiones de Zungaria y Altai como posibles Urheimaten
de este tipo evolutivo. El mismo Mackinder, que vivió en una época en
la que la eugenesia y el estudio de la biodiversidad humana no eran
herejías políticamente incorrectas, relacionaba el Heartland con los
cráneos braquicéfalos y consideraba que el tipo racial centroeuropeo
“alpino” es un apéndice del mundo antropológico de la antigua Asia
Central [5], separando cual cuña a las poblaciones dolicocéfalas
del sur de Europa (“mediterráneas”) de las dolicocéfalas del norte
(“nórdicas”).





Tras la desglaciación, el modo de vida cazador-recolector era todavía
el dominante en todo el mundo, pero habían surgido dos sistemas de vida
nuevos: en Próximo Oriente, el agricultor (evolución de la
recolección), y en el Heartland, el ganadero (evolución de la caza). A
partir del Neolítico, el Heartland no dejará de vomitar horda sobre
horda de pueblos pastoralistas y montañeses sobre los márgenes de
Eurasia, llegando estos pueblos a conformar las aristocracias de muchas
civilizaciones antiguas de Oriente Medio.





A través de la meseta persa y de los espacios montañosos de Oriente
Medio, el linaje R1b llegará a Europa, remontando el Danubio y
acumulándose en núcleos de reproducción en la región de los Alpes
(cultura de Unetice y afines), así como en la franja franco-cantábrica.
Los R1a cogieron el más sencillo camino de la estepa para acabar en
Europa del Este y la Llanura Germano-Polaca. Es aquí donde nacerá el
mundo propiamente “indoeuropeo”, relacionado con la movilidad de grandes
tropas conquistadoras, el uso del carro y del caballo, el patriarcado y
el sentido de los grandes espacios y horizontes que dará lugar a los
imperios, hasta tal punto que milenios después, “caballero” sigue
designando al hombre considerado digno de respeto. Es por tanto en las
culturas pastoralistas-ganaderas de Yamna (o Yamnaya), de Poltovka y del
hacha de combate del Volga, que tenemos que buscar el origen de las
tradiciones caballerescas e imperiales de la Historia.








Nacimiento y expansión del uso del carro de guerra con dos ruedas
radiales, el precursor de las modernas formaciones militares acorazadas.
Su aparición se da dentro del Heartland, en el sur de los Urales,
actual Kazajistán, lo que según Mackinder era “el mismísimo pivote del
Área Pivote”. Aquí floreció la cultura de Sintashta-Petrovka, donde la
ganadería, la minería del cobre y la metalurgia del bronce tenían un
papel central, junto con el carro de guerra y los asentamientos humanos
bien fortificados. Posteriormente aparecerá la cultura de Andronovo
(naranja) con sus complejos funerarios donde el guerrero era enterrado
en túmulos junto con sus armas, sus caballos y su carro. En Anatolia y
Siria, el carro vendrá de la mano de los hititas, en Egipto de los
hyksos, en Mesopotamia de los kasitas y en Europa de los celtas.





En la Edad del Bronce, toda la estepa está en ebullición. Sobre sus carros y caballos, los mitanios caen sobre Pentalasia,
los micénicos invaden Grecia y los hyksos conquistan el Bajo Egipto. El
Rigveda narra cómo hace tres milenios y medio los rubios “arya”,
liderados por el dios Indra, arrasan las ciudades de la civilización del
Indos, dispersando a “la piel negra” y estableciéndose como nueva
aristocracia de la región. Tanto en India como en Persia,
conquistadas por pueblos indoeuropeos procedentes del Heartland y de
estilo pseudo-escita, los dioses más importantes son representados como
conductores de carros. En Grecia, la “Ilíada” homérica es todo un canto
al estilo de vida de los guerreros indoeuropeos de la Edad de Bronce.
Hasta en la lejana e inhóspita Escandinavia, el pelirrojo Thor era
concebido conduciendo un carro tirado por machos cabríos. Incluso
después de la civilización de vastos espacios en Europa y Oriente Medio,
en las estepas del interior continental seguirán subsistiendo pueblos
de estirpe irania (“aria”) que, como los escitas, sármatas y alanos,
mantendrán un modus vivendi “bárbaro” hasta ser barridos o empujados por
nuevas migraciones del interior.








Culturas de la era de los metales donde estaba implantada la
ganadería del caballo. El uso del caballo estaba muy relacionado con un
paisaje de espacios abiertos y horizontes llanos como el de la estepa
eurasiática, así como en formas de hacer la guerra basadas en la
rapidez. Esta cultura acabará teniendo un éxito social y militar
tremendo en todo el planeta.





Estas sociedades indoeuropeas esteparias tenían un claro predominio
de linajes paternos R1a —asociados a los eslavos, los persas y las
castas altas del norte de India— y legaron a la arqueología (soviética
primero e internacional después) el fenómeno de los kurganes: túmulos de
tierra en cuyo interior se enterraban hombres importantes, y que
encontramos desde Europa Occidental hasta Asia Central. Filipo II de
Macedonia, el padre de Alejandro Magno, fue enterrado en un túmulo. Este
mundo ritual es el origen de las leyendas del rey perdido: soberanos
desaparecidos y a menudo pelirrojos (como el rey Arturo, Federico Barbarroja o Genghis Khan) que duermen en el interior de una montaña esperando “el momento de máxima necesidad” para su pueblo.








El origen de los mitos sobre reyes que duermen en el interior de
montañas se encuentra en los kurganes (túmulos) de la Era de los
Metales, donde se enterraba a los guerreros importantes junto con sus
armas, su caballo y otras pertenencias. Aquí debe buscarse la génesis
del mundo indoeuropeo. Kurgán en Dnipropetrovsk, Ucrania.





En el artículo sobre herencia genética “indoeuropea” en Asia Central
vimos, además de  algunos mapas que ilustran el tema que tratamos,
hasta qué punto muchos rasgos antropológico-físicos considerados
europoides sobreviven en algunas bolsas étnicas de Asia Central,
incluyendo Mongolia y Uiguristán. Precisamente de China proceden
referencias a pueblos occidentales denominados Dinlins y Boma, que
sorprendieron a la población autóctona con su aspecto rubicundo, ojos
azules y cabello rojizo. Algunos arqueólogos rusos relacionan estos
pueblos con descendientes de la cultura de Afanasiev.








Antigüedad





El primer gran imperio del Heartland, el persa, surgió tras la
irrupción, en la meseta iraní, de varias tribus arias procedentes de las
actuales Rusia y Ucrania: los medas, persas y partos. Desde entonces,
Persia ha sido un país que no ha hecho más que reciclarse como imperio
una y otra vez a lo largo de la historia, tendiendo a proyectar poder en
los cinco mares de Pentalasia (Mediterráneo, Mar Negro, Caspio, Golfo
Pérsico y Mar Rojo) y a ser un puente entre Europa-Estasia,
Estasia-África, Asia Central-Índico y el Heartland eurasiático y el
árabe.





El Siglo IV vio un acontecimiento que influiría de forma decisiva en
la consolidación de la Ruta de la Seda como columna vertebral del
comercio internacional: el empuje hacia el Este de Alejandro Magno.
Partiendo desde su base balcánica en el norte de Grecia, los macedonios
conquistaron Anatolia, el Levante,
Pentalasia, Egipto y el Imperio Aqueménida, llegando a India. Los
griegos fundaron varias Alejandrías en el Heartland: Alejandría de Aria
(la actual ciudad afgana de Herat, por donde pasa un estratégico
gasoducto y una carretera, y cerca de la cual hay una base militar
hispano-italiana), Alejandría Escate (actual ciudad tayica de Jodzend),
Alejandría del Oxo (actual ciudad afgana de Ai Khanum), Alejandría del
Cáucaso (probablemente actual ciudad afgana de Bagram, donde existe una
importante base aérea de la OTAN) y Alejandría de Aracosia (actual
Kandahar, Afganistán, donde existe otra base militar estadounidense).
Según Isidoro de Cárax, los partos llamaban a esta región “India
Blanca”. Al norte de estas colonias griegas militarizadas y
fortificadas, los escitas y masagetas —a los que Alejandro Magno nunca
se atrevió a atacar— fluían libres por la estepa. Los macedonios habían
llegado a las puertas de Gog y Magog.








Ciudadela de Herat (Afganistán), antigua capital de una provincia
persa que Heródoto describía como “el granero de Asia Central”. Viendo
el éxito de las conquistas macedonias en el Gran Oriente, se comprende
que Pompeyo, Trajano, los cruzados medievales, Napoleón, los actuales
ejércitos de la OTAN y cualquier poder del Oeste que busque penetrar en
lo más profundo de Asia, tengan como uno de sus referentes a Alejandro
Magno.





Algunas expediciones griegas, partiendo del valle tayico de Fergana,
llegaron a la ciudad de Kashgar (actual Uiguristán), donde moraba una
tribu indoeuropea: los tocarios. Se cree que los dayuan (“grandes
jonios”) de las crónicas chinas de la dinastía Han eran descendientes de
estos colonos griegos del Heartland. Alejandro Magno fue el primero
que, estabilizando un vasto espacio entre el Gran Occidente y el Gran
Oriente, abrió ambos dominios al comercio mutuo. Por ende, el efecto más
importante y duradero de las campañas macedonias fue la apertura
definitiva de la Ruta de la Seda.





Cuando murió Alejandro Magno en 323 AEC, los diádocos
(generales del ejército macedonio) se repartieron su imperio, luchando
durante veinte años por la hegemonía regional. A su muerte, los epígonos,
sus sucesores, reinarán sobre las unidades territoriales resultantes de
la fragmentación del imperio alejandrino. El que más nos interesa en
este artículo es el Reino Greco-Bactriano, centrado en Bactria (actual
Balkh, norte de Afganistán). El Siglo III AEC vio la entrada en este
dominio griego del budismo, procedente del imperio Maurya de India, con
el que el Reino Greco-Bactriano mantuvo numerosas relaciones políticas y
comerciales. Es el comienzo de una extraordinaria civilización
helenístico-budista, liderada por monjes griegos y una aristocracia
militar griega, descendientes de los antiguos ejércitos macedonios, en
plena Asia Central, un episodio rara vez recordado en la historiografía
moderna [6]. Las primeras representaciones artísticas de Buda,
que influyeron fuertemente el imaginario budista en toda Asia, se dieron
en este reino. Incluso se ha especulado razonablemente con la
influencia de Apolo en las primeras esculturas del santo hindú, con lo
cual el legado del dios más típicamente occidental habría llegado hasta
el Pacífico ―algo que seguramente los pastores-guerreros de los Balcanes
no habrían podido imaginar jamás. Toda la corriente artística Gandhara
es de génesis griega y por tanto europea. En plena Ruta de la Seda, las
colosales estatuas de Buda en Bamiyan (Afganistán, demolidas
por los talibán en Marzo del 2001), eran de clara herencia
greco-budista. Esta corriente cultural es un soberbio ejemplo de los
extraordinarios frutos que podría brindar una sana y positiva
interacción entre Occidente y Oriente.








Extensión aproximada del Reino Greco-Bactriano en el año 180 AEC.
Para entonces, el budismo con influenicas pagano-helénicas ya era la
religión dominante, hasta el punto de que se esculpieron relieves del
Buda hindú protegido por el Heracles griego. A pesar de las
problemáticas barreras montañosas, el reino estará orientado
principalmente hacia India. Dominaba claramente un importante segmento
de la Ruta de la Seda, controlando las salidas de China hacia Occidente.





Museo de Lahore, Pakistán. Esta estatua gandhara del Siglo II es
claramente la Atenea griega, esculpida al estilo griego y con rasgos
faciales propios de la aristocracia de la Grecia clásica. Es parte del
legado del primer Estado europeo en pleno Heartland.





Entorno a 130 AEC, el reino Greco-Bactriano fue invadido por los
tocarios, que acabarán fundando el Imperio Kushán. Sin embargo, durante
un tiempo subsistirá el Reino Indo-Griego, desprendido del
greco-bactriano cuando éste conquistó
la cuenca del Indos y parte de la cuenca del Ganges, en una expansión
que recuerda a las conquistas indo-arias de catorce siglos atrás.








Reinos indo-griegos en 100 AEC, en lo que hoy son Afganistán y
Pakistán. 14: Pushkalavati. 15: Taxila. 16: Sakala. Ocupan una posición a
caballo entre el Heartland y las fértiles, superpobladas y ricas
llanuras del Indos y el Ganges. Incluyen lo que hoy son la frontera
AFPAK y las problemáticas zonas tribales de Pakistán (FATA). Estos
reinos, siguiendo la estela de los antiguos indo-arios, acabarán conquistando
buena parte de las cuencas del Indos y del Ganges. Se observará que las
regiones de Nuristán (Afganistán) y los valles de Chitral y Hunza
(Pakistán), donde los rasgos físicos europeos se han conservado mejor hasta hoy, se encuentran dentro de esta área de influencia helenística.


El empuje de los macedonios hacia el corazón de Asia no era más que
el clímax lógico del proceso iniciado siglos atrás por las colonias
griegas en Asia Menor, actual oeste de Turquía. A estas alturas se habrá
apreciado que en la civilización hindú, centrada en el norte del
Indostán, predomina la influencia del Heartland, independientemente de
que más adelante India fuese conquistada por un imperio típicamente
marítimo como el británico [7]. Parece que desde entonces, los
territorios montañosos que separan el Indostán de Asia Central son un
claro frente de batalla entre la talasocracia y la telurocracia. Es
inevitable que esto nos recuerde el papel de Afganistán y Pakistán en el
panorama internacional hoy en día.





Tanto Roma como China eran mutuamente conscientes de la existencia del otro imperio y mantuvieron hasta cierto punto relaciones,
esencialmente indirectas. El Imperio Han consideraba a Roma una especie
de contrapartida occidental, y probablemente Roma tenía la misma imagen
de China. Sin embargo, entre ambas potencias se interponían dos estados
situados en las antiguas conquistas alejandrinas: el Imperio Parto y el
Imperio Kushán. Roma tendió a penetrar hacia el Este, llegando a
conquistar el Cáucaso y lo que hoy es Iraq, pero los problemas
en el Levante hicieron que las conquistas romanas en el resto de
Pentalasia fuesen más bien efímeras. El Mediterráneo fue el único mar
que Roma podía llamar Mare Nostrum; ni el Mar del Norte, ni el
Atlántico, ni el Mar Negro, ni el Mar Rojo ―ya no digamos el Caspio o el
Golfo Pérsico― podían llamarse plenamente romanos.





El Senado romano llegó a proclamar varios edictos prohibiendo, en
vano, el uso de la seda, ya que su comercio sangraba al Imperio de sus
reservas de oro, lo que indica que hace ya dos milenios, lo que pasaba
en un extremo de la Ruta de la Seda influía al extremo opuesto ―todo un
ejemplo de proto-globalización. Decía Plinio el Viejo en “Historia
Natural” que “según la estimación más baja, India, Seres y Arabia
hacen que nuestro Imperio pierda 100 millones de sextercios cada año:
esto es lo que nos cuestan nuestros lujos y nuestras mujeres”.
Parece que en Roma había fenómenos comparables a los del flujo de la plata hacia China antes de las guerras del opio, así como a Inditex y el relajamiento del patriarcado en el Occidente actual.





En el año 56 AEC, Roma lucha contra el Imperio Parto en la batalla de
Carras (actual Kurdistán). La temida caballería parta consigue vencer a
la legión y Craso, el general romano, es ejecutado. Diez mil militares
romanos son hechos prisioneros y deportados al extremo oriental del
imperio enemigo, hacia el Heartland eurasiático ―concretamente a
Bactriana (Afganistán). Plutarco y Plinio el Viejo nos cuentan que buena
parte de los supervivientes romanos fueron esclavizados o mandados a
hacer trabajos forzados, pero que algunos consiguieron hacerse un hueco
en el mundo parto como mercenarios. Supuestamente, los partos emplearían
estas tropas romanas para luchar contra los hunos en la provincia de Margiana,
lo que hoy es Turkmenistán. El Imperio Romano y el parto firmaron un
tratado de paz en el 20 AEC y se intentó traer de vuelta a los
prisioneros, pero para entonces se había perdido todo rastro de la
desafortunada legión. Unas crónicas Han del año 36 AEC, que describen
una campaña militar china al oeste del país, hablan del disciplinado
ejército enemigo que guardaba la plaza de Zhizhi, actual Uzbekistán.
Estas crónicas mencionan una fortaleza cuadrangular de madera y soldados
enemigos que entraban en combate perfectamente alineados y construyendo
con sus escudos una formación con aspecto de escamas de pescado: la
“tortuga” de las legiones romanas había llegado al Heartland. Tras ser
finalmente derrotados, estos soldados fueron llevados, de nuevo en
calidad de mercenarios, a la frontera sur del desierto de Gobi, para
proteger China de las incursiones bárbaras. Finalmente fueron asentados
en Li-Jien (actual Liqian), un nodo de la Ruta de la Seda cuyo mismo
nombre es una corrupción de “legión”. La presencia de la “legión perdida
de Craso” fue sacada a colación en 2001 y los análisis genéticos han
confirmado la huella de sangre europea en esta zona, presencia que puede
comprobarse a simple vista en la alta frecuencia de narices más
aguileñas, cabello ondulado y castaño, y ojos claros.








El periplo de la “legión perdida”.





La irrupción de las legiones romanas en el Levante catalizó un
proceso histórico de importancia descomunal. En los Siglos I y II, se
dieron en el Mediterráneo Oriental varias limpiezas étnicas de griegos.
Chipre, Libia, Egipto, Siria, Creta, Sicilia, Rodas y otros lugares
vieron cómo las comunidades judías, aprovechando la ausencia de legiones
romanas —ocupadas en una campaña militar contra el Imperio Parto— se
alzaron de forma totalmente sincronizada contra las odiadas comunidades
griegas de la región. Aunque estas revueltas judías serán sofocadas
duramente por Roma, la europeización del Levante nunca cuajará, la
colaboración de los judíos con el Imperio Parto proseguirá y, a la
larga, todo el Imperio Romano será semitizado y verá de una forma mucho
más rotunda la erradicación del legado grecolatino, esta vez bajo signo
cristiano. Estas limpiezas étnicas de poblaciones europeas fueron una
reacción de la voluntad del Oriente desértico, seco e infecundo, cuyo
efecto fue romper la continuidad de cultura griega desde el Imperio
Romano hasta India. Las bolsas griegas en India y Asia Central, privadas
de la fuente de su cultura y de su capital humano, irán perdiendo
influencia hasta ser tragadas por el Heartland. Pasarán catorce siglos
antes de que otra potencia, esta vez Rusia, vuelva a introducir la llama
de la cultura griega en el corazón del continente.





Los hunos, surgidos del Heartland en los últimos tiempos del Imperio
Romano, son de etnogénesis nebulosa. Sabemos que eran una sociedad de
guerreros pastorales cuyos principales alimentos eran la carne y la
leche, y cuya táctica militar se basaba en grandes formaciones de
caballería ligera empleando con maestría el arco y el lanzamiento de
jabalina. Los hunos eran, más que una etnia concreta, una confederación
de jinetes esteparios, en cuyas filas había pueblos uralo-altaicos,
túrquicos, mongoles, iranios, germanos, eslavos y otros, probablemente
dominados por una aristocracia túrquico-mongola, aunque en los
territorios hunos de Europa del Este, la lengua franca era el gótico. A
la muerte de Atila, su confederación se disolvió tan rápidamente como
había aparecido, pero los efectos de su breve existencia ―especialmente
poner en marcha la gran migración de los pueblos germanos, que
constituirán las noblezas medievales de Europa Occidental― perdurarán
durante mucho tiempo.





El caso de los hunos es comparable al del comercio de la seda en
cuanto a las repercusiones que tenía en un extremo de la Ruta de la Seda
lo que pasaba en el extremo opuesto, ya que si los hunos se
desparramaron por Europa es porque no pudieron hacerlo por China.
Europa, a diferencia de Estasia, carecía de un Estado con una clara
doctrina estratégica que tuviese en cuenta la importancia del Heartland.
Por el contrario, los chinos, que ya habían levantado diques para
controlar las desastrosas inundaciones del Río Amarillo (cuyas fuentes
se encuentran en el Heartland), habían decidido poner diques también a
las inundaciones humanas procedentes del corazón del continente,
construyendo la Gran Muralla China
una vez más, con el objetivo de preservar su “orden político”. La Gran
Muralla es un impresionante testimonio acerca de la importancia del
interior eurasiático; de hecho, en muchos tramos, coincide exactamente
con los límites del Heartland. Parece que los emperadores chinos veían
al Heartland como un dominio impenetrable, una fuente de bárbaros y un
avispero que era mejor dejar en paz. Pero la Gran Muralla no era
meramente una barrera militar, sino también un corredor de transporte y
un sistema de cerrojos para extraer impuestos, tasas y peajes del
comercio de la Ruta de la Seda, poner aranceles y controlar los flujos
migratorios.








El hecho de que la Gran Muralla sea más bien toda una infraestructura
de infinidad de murallas distintas, construidas a lo largo de dieciocho
siglos, muestra que defenderse de las tribus del Heartland fue una
obsesión constante para las sucesivas dinastías chinas. Los mongoles
tenían una alimentación basada en los productos animales y eran, como
pueblo, más belicosos que los chinos, aunque en China existían las
tradiciones marciales más efectivas del mundo.





En el año 431, el cristianismo nestoriano es condenado por el Primer
Concilio de Éfeso, llevando a un gran exilio de cristianos nestorianos
hacia la Persia sasánida. En adelante, Bagdad y Seleukia-Ctesifonte
serán centros del nestorianismo,
que mandará gran cantidad de misioneros (o quizás mejor dicho
“agentes”, sobre todo sirios y persas) hacia los confines del
continente, fundando comunidades cristianas
a lo largo y ancho de casi toda Asia. Ciudades como Herat, Farah,
Almalik (conocida por los cristianos del Siglo XIV como Armalec),
Samarcanda, Kashgar y hasta la mismísima Beijing de la época Tang,
albergarán prósperas comunidades nestorianas desde la Alta Edad Media.








Edad Media: Pax Mongolica





Pero los cristianos nestorianos serán una anécdota como poder en Asia
Central. Si en un principio los comerciantes hindúes y bactrianos
habían dominado el comercio de la Ruta de la Seda, entre los siglos V y
VIII lo harán los sogdianos
y, tras las conquistas musulmanas, los árabes y persas. En el extremo
occidental de la ruta, Bizancio fue la primera potencia europea en tener
claro que el Heartland era una realidad geopolítica muy a tener en
cuenta. Alternando la diplomacia y la guerra con los pueblos de la
estepa (ávaros, pechenegos, kipchacos o cumanos y otros), Constantinopla
pudo prolongar su existencia durante un milenio tras la caída de Roma.





Muy interrelacionada con la historia de Bizancio está la de los
varegos (así llamaban los eslavos a los vikingos de Suecia) que,
remontando los grandes ríos rusos, pasaron de la cuenca del Báltico a la
del Mar Negro y se aliaron con los eslavos en un intento de derrotar a
los jázaros ―una confederación esteparia del sur de Rusia que había
adoptado el judaísmo como religión oficial y que propablemente es la
antepasada de buena parte de los judíos asquenacíes. Los varegos tomaron
Kiev y acabarían conquistando la capital jázara, Sarkel, no lejos de la
actual Volgogrado. Al hacerlo, pasaron a dominar el corredor comercial
establecido donde los ríos Don y Volga se acercan más, saltando de la
cuenca del Mar Negro a la del Caspio ―por tanto al Heartland― y
estableciéndose como una especie de segundo Imperio Bizantino para
conectar Europa con Asia: comienza la historia de las Rusias,
aglutinadas entorno a ciudades como Kiev, Novgorod, Vladimir, Suzdal,
Pskov o Moscovia, en territorios por lo general fuertemente boscosos,
donde la fe ortodoxa se acabará imponiendo.








Rojo: áreas sujetas a la colonización vikinga. Verde: áreas sujetas a
la influencia vikinga. Rusia nació como intermediaria entre el mundo
escandinavo y el bizantino, del mismo modo que Germania lo hizo entre el
mundo escandinavo y el romano. Los vikingos, siendo los fundadores de
los primeros Estados rusos, sentaron las bases del único poder capaz de
dominar el Heartland a largo plazo y conectaro con Europa del Este.





Genghis Khan, un hombre alto, blanco, pelirrojo y de ojos azules, fue
en muchos sentidos la contrapartida asiática y medieval de Alejandro
Magno. Su extraordinaria personalidad tuvo éxito uniendo a las tribus y
clanes de Mongolia y lanzándose a conquistar el control de la Ruta de la
Seda, de tal modo que a su muerte en 1227 era soberano de un imperio
que iba desde el Mar de Japón hasta el Caspio, gobernado desde la
capital mongola de Karakorum (no confundir con la cordillera del mismo
nombre). El carácter fuertemente continental de estos dominios quedó
genialmente retratado cuando fracasó la invasión mongola de Japón: los
jinetes esteparios, que jamás habían visto el mar antes, padecieron
fuertes mareos y vómitos en su aventura naval y además lo que los
japoneses denominaron kamikaze o “viento divino” causó pérdidas
tan fuertes a la flota mongola que la invasión fracasó. Otros entornos
donde Mongolia nunca pudo hacer sentir su dominio de una forma rotunda
fue en las montañas y en los bosques ―los mongoles eran gente de llanura
y estepa, y tanto Siberia como los principados rusos tenían enormes
masas boscosas. De hecho, en la época del “yugo mongol”, durante la cual
las Rusias eran tributarias de los “tártaros”, el khanato de la Horda
Dorada terminaba donde la estepa dejaba paso a los bosques del Norte.
Desde estos espacios cerrados e impenetrables, Alexander Nevsky, Dimitri
Donskoi, Peresvet y otros héroes nacionales de la historia rusa
forjarán la grandeza del futuro Principado de Moscovia.








Las aventuras militares de los mongoles llegaron a Siria, Polonia,
Hungría y las puertas de Viena, pero fueron incapaces de cruzar el mar
de Japón u otros espacios marítimos. No hace falta ser un lince para
apreciar que el Imperio Mongol obtenía su poder del dominio del
Heartland.


Para bien o para mal, las conquistas mongolas proporcionaron la Pax Mongolica (o Pax Tatarica)
y una continuidad territorial relativamente estable desde Próximo
Oriente y Europa del Este hasta China. Gracias a ella, a partir de 1245,
con motivo del Primer Concilio de Lyon, podemos encontrar emisarios
europeos mandados a los dominios mongoles por orden del Papa y del rey
de Francia: Giovanni da Pian del Carpine, Ascelín de Lombardía y Andrés de Longjumeau.
El objetivo era, por parte del Papado, adquirir influencia en Asia,
especialmente ganándose a las antiguas comunidades de cristianos
nestorianos y, por parte de Francia, entablar lazos entre Luis IX de
Francia y Güyük Khan y solidificar una alianza franco-mongola, supuestamente para hacer causa común en el Levante (época de las cruzadas).





En 1253, el monje franciscano flamenco Guillermo de Rubruk
pudo cruzar toda Asia Central y llegar a Karakorum, donde encontró
franceses, rusos y húngaros capturados en Hungría. El fraile informó
también de la presencia de prisioneros alemanes que trabajaban en minas
de hierro en Asia Central ―parece que Stalin no fue el primero en
capturar germanos en Europa del Este y deportarlos como esclavos al
Heartland. En Mongolia ya florecían el Islam, el budismo, el maniqueísmo
y el cristianismo nestoriano, amparados bajo la tolerancia religiosa de
los khanes. Rubruk volvió a Europa con un detallado informe para el rey
Luis IX de Francia, titulado “Itinerarium fratris Willielmi de Rubruquis de ordine fratrum Minorum, Galli, Anno gratia 1253 ad partes Orientales”.








Viajes de fray Guillermo de Rubruk. En la época, Sarai jugaba el
mismo papel que había jugado la jázara Sarkel antes y que jugará la
Stalingrado soviética después: servir de puente entre los ríos Don y
Volga, entre las cuencas del Mar Negro y del Caspio… y por tanto entre
Europa y el Heartland.





Más adelante en el mismo siglo, los hermanos Niccolo y Maffeo Polo,
mercaderes venecianos, pudieron establecer prósperos emporios
comerciales en Constantinopla y en Sudak o Soldaia (ver mapa de
las conquistas Mongolas más arriba), donde era fuerte la presencia
estratégica de la poderosa talasocracia veneciana. Animados por la
riqueza del khanato de la Horda Dorada, los hermanos Polo acabaron
estableciéndose en su capital, Sarai, situada ya dentro de los confines
del Heartland eurasiático. Sarai se encontraba en el sur de Rusia, cerca
de la antigua Sarkel jázara y la Volgogrado de nuestros días, compartía
con estas ciudades su papel de bisagra entre la cuenca del Mar Negro y
la del Volga (siendo ésta parte del Heartland) y, con 600.000
habitantes, era de las ciudades más grandes y ricas del Siglo XIII.
Allí, los hermanos Polo se familiarizaron con las costumbres de los
tártaros, el mundo de la estepa y la información que traían comerciantes
extranjeros sobre lejanas rutas más al Este. Siguiendo estas
indicaciones, los venecianos procedieron hasta Bujara, actual
Uzbekistán, donde vivieron durante tres años. Remontando la Ruta de la
Seda, llegaron a Dadu (Beijing), donde se alzaba el trono de Kublai
Khan, nieto de Genghis. El monarca asiático les proporcionó un embajador
mongol para el Papa de Roma, un salvoconducto para viajar por todos los
dominios mongoles y una carta al Papa, en la que pedía una muestra de
aceite de la lámpara del Santo Sepulcro, así como cien “hombres sabios”
para enseñar cristianismo y costumbres occidentales en China: las
relaciones sino-romanas, que nunca habían podido concretarse en la
Antigüedad, estaban empezando a tomar forma en plena Edad Media gracias a
Venecia, el Papado y las conquistas mongolas.





El Papa Gregorio X recibió la misiva del Khan mongol en 1271,
mandando solamente dos frailes dominicos con los hermanos Polo, esta vez
acompañados también por Marco, el hijo de Niccolo, de diecisiete años.
Los frailes no completaron el viaje por miedo, mientras que los
mercaderes venecianos completaron la Ruta de la Seda de parte a parte,
llegando a la capital del khanato en 1274, tres años tras su partida.
Bien acogidos por el khan, vivieron diecisiete años bajo su hospitalidad
antes de volver a Europa. Los viajes de los Polo nunca hubieran sido
posibles sin la existencia de un único Estado desde Oriente Medio hasta
el Pacífico; gracias a esto, Europa pudo leer los relatos de Marco Polo,
accediendo a un testimonio de primera mano acerca de lo que había en el
corazón de Eurasia.





Marco Polo no fue el último europeo en pisar Estasia gracias a la
estabilidad de la Pax Mongolica. En 1318, cuatro años después de la
disolución de la Orden del Temple, el fraile franciscano Odorico da Pordenone
se embarcó en un impresionante periplo que lo llevó desde Venecia hasta
Armenia, Persia, India, China, Indonesia y otros lugares del lejano
Oriente, llegando a describir incluso Tíbet, “donde mora el Papa de los
idólatras”.





Varios acontecimientos terminaron por truncar la Pax Mongolica:





• La virulenta expansión de la peste negra en los años 1340.
Originándose en Asia Central, la plaga se propagó a través de las rutas
comerciales tanto terrestres como marítimas, afectando tanto a Europa
como a China, India y Arabia e introduciendo el terror, la desconfianza y
la cuarentena de ciudades enteras en las rutas comerciales.





• Los jinetes mongoles se estaban volviendo gordos, cómodos y
decadentes, y los chinos, avezados en las intrigas palaciegas, se
hicieron con el poder, expulsando a la dinastía mongola Yuan y otras
influencias extranjeras (incluyendo europeas y cristianas) y fundando la
dinastía Ming en 1368. El golpe de estado en China estuvo fuertemente
influido por una sociedad secreta: el Loto Blanco.





• El ascenso fugaz de Tamerlán, el último gran conquistador
estepario, que aniquiló a los cristianos nestorianos de Persia y atacó
el khanato de la Horda Dorada (sur de Rusia), haciendo que Moscovia,
entonces gobernada por Vasily I, dejase de pagar tributo a los tártaros.
Así y con todo, en 1382, Moscú todavía sería saqueada por ellos.





• En la misma Mongolia había penetrado el budismo, una nueva
corriente cultural e ideológica muy diferente al paganismo ancestral que
habían profesado los mongoles hasta entonces. El budismo aun tardaría
un par de siglos en afianzarse en el país, pero era cuestión de tiempo
que los nuevos monjes se acabasen imponiendo a los chamanes locales,
captando a la aristocracia mongola y erigiendo monasterios en
encrucijadas de rutas y en los parajes de los grandes pastos donde
solían reunirse gran número de pastores para realizar sacrificios y
otros rituales. Nunca ha dejado de rumorearse que fueron los chinos los
que favorecieron la introducción del budismo en Mongolia, esperando que
el nuevo credo desactivase la ancestral mentalidad guerrera de los
mongoles y ello a su vez descongestionase la presión sobre la franja de
la Gran Muralla; de hecho, el Loto Blanco era una sociedad budista. El
proceso culminaría siglos después, en 1568, cuando Altan Khan concedió
al cabeza del linaje tibetano, Gelug, el título de “Dalai Lama”.





Pero si la peste negra, las razzias de Tamerlán y el desmoronamiento
del Khanato habían truncado las comunicaciones entre Oriente y
Occidente, un nuevo acontecimiento, a primera vista desafortunado,
provocaría el reestablecimiento de las mismas: la caída de
Constantinopla en manos de los turcos en 1453 cerró la “ruta varega” y
bloqueó la salida marítima natural de las estepas. Europa quedó
convertida en una isla, rodeada al Oeste por el Atlántico, al sur por el
Mediterráneo, al Sureste por el Imperio Otomano y al Este por la Horda
Dorada y otros khanatos. En esta tesitura, los únicos Estados capaces de
romper la insularidad de Europa y reunirla por tierra con el Gran
Oriente eran los principados rusos. De modo que la catástrofe de 1453
obligó a los pueblos rusos a echarse al Este, hacia la conquista de los
dominios tártaros, del mismo modo que forzó a los pueblos de Occidente a
echarse al Atlántico a la conquista del nuevo mundo. Ambos movimientos
europeos, oriental y occidental, tenían en un principio un objetivo
parecido: volver a conectarse con Estasia. Sin embargo, mientras que el
empuje occidental de Europa acentuaría su insularidad y carácter
marítimo, el empuje oriental acabaría enfatizando su carácter terrestre.








Antiguo Régimen: cosacos y zares





Esta diferencia entre la Europa marítima y la Europa continental, que
contrasta las meteóricas conquistas marinas con los penosos avances
terrestres, quedó establecida en el año clave de 1571: mientras la
Europa mediterránea (España, Venecia) derrotaba a los turcos en Lepanto y
la Europa atlántica (Portugal) fundaba Nagasaki en Japón, en la
telúrica Europa del Este, la mismísima Moscú es saqueada por los
tártaros una vez más. Sin embargo, los vientos estaban a punto de
cambiar en el Este, y lo harían a través de la única punta de lanza que
podía romper la insularidad del mundo europeo: los cosacos.





Los cosacos eran una confederación de hombres y mujeres libres, ya
nobles pobres comparables a los hidalgos de España o campesinos
escapados de la servidumbre feudal en Rutenia, Galitsia y Europa del
Este en general a partir del Siglo XIII. Estas sociedades con una fuerte
pasión por la libertad cuajaron en el actual suroeste de Ucrania, allá
donde coincidían las turbulentas fronteras de la Mancomunidad
Polaco-Lituana, el Imperio Ruso, el Imperio Otomano y los khanatos
tártaros. Ninguno de estos poderes podía controlar a los cosacos, que
hacían de la independencia su bandera y que llevaron al cabo razzias en
todas las direcciones, causando cruces de misivas oficiales en las que
el zar ruso, el sultán otomano, el gran duque polaco o el khan tártaro
de turno, pedían a su homónimo que controlase a “sus” cosacos. La
respuesta solía ser que los cosacos no eran propiamente “suyos” y que no
respondían ante ninguna otra autoridad salvo la emanada de ellos
mismos. “Los cosacos no me juran lealtad y viven como les place a ellos
mismos”, le escribía el sultán a un impaciente gran duque Vasily III de
Rusia en 1539. “Los cosacos del Don no son de mi incumbencia y van a la
guerra o viven en paz sin mi conocimiento”, replicaba diez años después
Iván el Terrible al sultán.





El modo de vida cosaco representa la definitiva adaptación de los
eslavos, originalmente un pueblo de bosque cerrado, al mundo de la
estepa, por aquel entonces dominado por pueblos túrquico-mongoles de
religión musulmana, llamados “tártaros” en Occidente. Los cosacos, a
pesar de su naturaleza independiente, fiera, libre y guerrera, tenían
claro que eran europeos y cristianos, y por tanto enemigos, ante todo,
de poderes extranjeros como los representados por el sultán y los
khanes. Un cosaco debía casarse con una cosaca o raptar una eslava de un
pueblo vecino; le estaba prohibido el matrimonio con turcas, tártaras,
mongolas, judías o gitanas. Para el Siglo XVII, los príncipes rusos
probablemente ya se habían dado cuenta del potencial de los cosacos como
punta de lanza europea ante las profundidades de Asia. Por su papel
clave en la conquista de Siberia, prestar un mínimo de atención a los
cosacos es esencial si pretendemos entender la historia del Heartland.





El primer zar ruso, Iván el Terrible, derrotó el khanato de Kazán en
1552, llegando al Caspio (y por tanto cerrando un definitivo muro
protector en torno a Europa del Este) y librándose así del último
obstáculo entre las Rusias y Siberia. En 1582, una partida de 840
hombres, liderados por el atamán cosaco Yermak Timofeyevich y
financiados por la familia Stroganov, derrotaron a Kuchum Khan y
conquistaron el khanato de Sibir. La familia Stroganov descendía de
campesinos pomor —colonos de la región subártica de Rusia, a
orillas del Mar Blanco, que prolongaban el recorrido de la Ruta
Hanseática— y habían medrado como comerciantes de pieles, que en Rusia
tenían la misma importancia que el comercio de lana y de paños en Europa
Occidental o el comercio de la seda para el Imperio Romano. La
intención económica detrás de este suceso era abrir Siberia a los
cazadores rusos, controlar la “ruta de las pieles” y acceder al vasto
potencial de la región. Yermak se convirtió en héroe folklórico ruso,
una especie de versión eslava de Hernán Cortés o Pizarro, y se dio el
pistoletazo de salida de un masivo flujo europeo que, ya armado con las
armas de fuego de la Edad Moderna, barrería a los tártaros y acabaría
conquistando toda Siberia. Los cosacos consiguieron lo que jamás había
conseguido ninguna superpotencia europea: someter el Heartland.
Estableciendo redes de stanitsas (fortines) y colonias
protegidas, y empleando con maestría el arte de la equitación para
dominar las distancias, los cosacos aniquilaron los khanatos locales,
alzaron la cruz sobre la estrella y la media luna y, emulando a los
antiguos escitas, godos y vikingos, prepararon la interminable estepa
eurasiática para una nueva Drang nach Osten (“empuje hacia el
Este”) de pueblos indoeuropeos, en la misma época en la que las Américas
eran conquistadas por los indoeuropeos del Oeste.








Click para agrandar. Cuadro de Vasily Surikov. Año 1582: mientras los
europeos de Occidente, de herencia céltica, romana y germana,
conquistan las Américas, otros europeos, de herencia eslava, griega y
vikinga, conquistan Asia. Los cosacos, que comenzaron pareciéndose a los
conquistadores españoles de América, a los bóers sudafricanos o a los
vaqueros del Oeste norteamericano, acabaron siendo para el Imperio Ruso
lo que los casacas rojas fueron al Imperio Británico, y lo que fue
California para el empuje occidental de la humanidad europea, lo será
Siberia para el empuje oriental.





Los años 1620 verían una nueva penetración europea hacia el
Heartland, esta vez marítima y a través de India: la de los jesuitas. En
el primer artículo
de la serie “la Ruta de la Seda” ya vimos la aventura del jesuita
portugués Antonio de Andrade, que viajó desde la ciudad hindú de Agra
hasta la tibetana de Tsaparang con el objetivo de encontrar restos de
sectas nestorianas y recabar información sobre Asia Central o la “Gran
Tartaria”. Aunque las misiones que fundó en Tíbet no tuvieron éxito a
largo plazo, el hielo quedó roto para que, dos siglos después, los
ingleses tomasen el mismo camino.





En 1648, mientras la Guerra de los Treinta Años finalizaba en Europa
Occidental, el cosaco Dezhnev llegaba a los confines de Eurasia, allá
donde Siberia se enfrenta a Alaska. Hoy, el estrecho marítimo que separa
Asia de América se llama Estrecho de Bering —en honor de un hombre que
lo “descubrió” 80 años más tarde—, cuando realmente, debería llamarse
Estrecho de Dezhnev. El mismo año se desató en lo que hoy es Ucrania una
rebelión cosaca contra la Mancomunidad Polaco-Lituana, el levantamiento
de Khmelnytsky
(o de Chmielnicki). Rusia escogió luchar al lado de los cosacos,
emergiendo de esta guerra con importantes ganancias territoriales en
Europa del Este y con una colaboración aun más estrecha con los cosacos.
En adelante, ninguno de los principales rivales de Rusia en Europa del
Este (Suecia y la MPL) iban ya a poder invadir el Heartland. En 1649,
tras haber arremetido violentamente contra los judíos de la actual
Ucrania, los cosacos instauraron la República de Zaporozhia. En 1670 se
instauró la República de Astrakán, plaza conquistada a los tártaros. A
la vez, el Mar Negro se llenó de piratas cosacos que causaban gran
estorbo al Imperio Otomano, llegando a saquear plazas costeras muy
cercanas a Estambul. A pesar de las amenazas del Sultán, los cosacos de
Ucrania, futuros conquistadores del Heartland, siguieron mostrándose hostiles al poder turco.





Cuando el zar Pedro I el Grande ascendió al trono en Rusia en 1672,
el país era ya el más grande del mundo gracias a la reconquista de Kiev,
a la “pacificación” de las tribus siberianas y a la llegada de la
colonización rusa a las orillas del Pacífico. Pedro el Grande estaba
decidido a modernizar el país para afirmar su europeidad y se encontró
por primera vez con una fuerte influencia económica y comercial
procedente de Europa Occidental: la de los judíos. A su muerte en 1725,
su viuda, Catalina I, decidió expulsar del Imperio Ruso a “todos los
judíos de sexo masculino y femenino que se hallen en las ciudades rusas y
ucranianas… De hoy en adelante no serán admitidos en Rusia bajo ningún
pretexto y se les observará de cerca en todos los lugares”
. El
carácter telurocrático de Rusia, tan propicio al fortalecimiento del
Estado, parecía no llevarse bien con los poderes comerciales,
internacionales y supra-estatales del Mercado, ni tampoco con estados
dentro del Estado o redes paraestatales que velaban por sus propios
intereses aunque estuviesen en contra de los intereses del organismo
anfitrión. Los judíos llevaban muchos siglos disfrutando de un estatus
privilegiado en el Imperio Otomano y, cordialmente odiados por el
campesinado ruso y ucraniano, así como por los cosacos, iban a encontrar
en el Imperio Ruso un dominio impenetrable a sus intrigas económicas,
sociales y políticas.





Entre 1756 y 1763, la Guerra de los Siete Años —una guerra mundial en
toda regla— vería la lucha entre Inglaterra y Francia en Norteamérica, y
Prusia y Rusia en Europa del Este. Aunque Prusia emergerá como una gran
potencia, la mismísima Berlín sería brevemente ocupada por las tropas
del Zar en 1760. En 1762, Catalina I la Grande fue coronada zarina en
Moscú. Catalina dio más poder a los nobles, pero a cambio tuvo que
lidiar en 1773 con furiosas revueltas campesinas y cosacas,
especialmente en Ucrania, contra las políticas que los reducían a la
servidumbre. Catalina, ella misma de origen alemán, invitó a los
europeos (excepto judíos) a emigrar a Rusia para poblarla y
solidificarla como país. Tal es el origen de los alemanes del Volga.





Tras la primera guerra ruso-turca, Rusia se había anexionado las
estepas del sur de Ucrania, ese territorio tan maltratado por la
Historia y que, tras siglos de opresión turca, tráfico de esclavos y
trata de blancas (llamada “la cosecha de la estepa”, con importante
participación de judíos del Imperio Otomano en los mercados de esclavos
de Crimea), volvía definitivamente al mundo eslavo. Un español, el
almirante José de Ribas,
fundó la estratégica ciudad de Odessa en el emplazamiento de una
antigua colonia griega. En 1783, la no menos estratégica isla de Crimea,
el último vestigio del khanato tártaro, fue anexionado por Rusia.





Nuevos y extraños vientos soplaban desde el Oeste. En 1789, la
violencia extrema de la Revolución Francesa —incubada durante décadas
por logias masónicas e iluministas de origen inglés y judío, por ende de
carácter fuertemente comercial, internacional y marítimo— hizo que
Catalina se asquease ante las ideas ilustradas que antes había apoyado.
Mientras la Ilustración en Francia emancipó a los judíos, en 1791,
Catalina expulsó a los judíos rusos a un área llamada Zona de Residencia,
que constaba de territorios tradicionalmente muy judaizados, incluyendo
zonas posteriormente arrebatadas a la Mancomunidad Polaco-Lituana y el
Imperio Otomano. Se cree que la Zona de Residencia llegaría a albergar
un total de 5 millones de judíos, que se segregaban de los no-judíos,
especialmente en las ciudades, donde se formaron herméticos guetos y
extrañas sectas fundamentalistas como los hassidim o judíos
chasídicos, que durante muchas generaciones alimentaron un enorme
resentimiento contra los pueblos eslavos que tanta resistencia oponían
al avance de sus instituciones financieras y comerciales.








El origen de los judíos de Europa del Este se encontraba en buena
medida en los antiguos jázaros y en las incesantes expulsiones de la
mayoría de Estados europeos organizados. Poco a poco, los judíos
aumentaron su presencia en el amplio istmo que, entre el Báltico y el
Mar Negro, conecta Rusia con el resto de Europa. Esta franja fuertemente
judaizada tendía por tanto a separar Europa del Heartland eurasiático.








Densidad de judíos en la Zona de Asentamiento. El origen de las
persecuciones y matanzas en guetos judíos a manos de la SS, la SD, los
Einsatzgruppen y la policía militarizada alemanas durante la II Guerra
Mundial (siendo estas matanzas, no las supuestas ejecuciones en cámaras
de gas, el verdadero holocausto judío), debe ser buscado en la creación
de la Zona de Asentamiento, decretada por Catalina la Grande en 1791.
Los judíos tenían prohibida la entrada en el resto del territorio del
Imperio Ruso. Nótese de nuevo cómo esta zona tiende a formar un muro
que, como el Imperio Otomano al sur, aísla a Europa del resto de
Eurasia. En la actual Lituania, una estrecha franja libre de judíos,
correspondiente a dominios prusianos y de la Orden Teutónica, mantiene
la conexión con Eurasia.





A comienzos del Siglo XIX, a Rusia le tocó ser invadida por un nuevo
reflujo occidental: el de Napoleón y la República francesa. En la
Batalla de Borodino (1812), los rusos aniquilaron a un tercio del
ejército francés, pero los franceses se hicieron con el control del
terreno. Después de eso, los rusos decidieron abrir filas y dejar que
los franceses se internasen más y más en el vasto país. Siguiendo la
vieja estrategia de tierra quemada, la población abandonó sus hogares,
se llevó sus pertenencias, arrasó los campos de cultivo y se dirigió
hacia el Este, dejándole pista libre a Napoleón, que llegó a Moscú
encontrándosela vacía e incendiada. Los rusos sabían lo que hacían, ya
que el ejército de Napoleón carecía de un servicio logístico propiamente
dicho: como los ejércitos del pasado, sus hombres vivían de lo que
sustraían del terreno ocupado. Eso les había funcionado bien en las
zonas europeas densamente pobladas y cultivadas, pero en las inmensas
llanuras de Rusia, cultivadas y pobladas de forma dispersa, supuso su
perdición: los hombres y caballos franceses empezaron a morir de hambre y
de enfermedades contraídas por ingestión de alimentos podridos o agua
procedente de charcos o pozos envenenados.








Napoleón, cuyo objetivo era rodear a los ingleses y atacar sus
posesiones en India —sus anteriores campañas en Egipto y Siria habían
tenido la misma intención— penetró por tanto en el Heartland, pero el
repliegue estratégico de los rusos, más el “General Invierno”, obligaron
a los franceses a retirarse, siendo hostigados sin piedad en su
retirada por unidades rusas tanto regulares como irregulares, a las
órdenes del mariscal de campo Kutuzov. Fue con motivo de esta contienda
que Napoleón dijo de los cosacos que “tienen las mejores tropas
ligeras de todas las que existen. Si los hubiese tenido en mi Ejército,
hubiese podido atravesar el mundo entero con ellos”
. Napoleón había
entrado en Rusia con más de 600 mil hombres; gracias en buena parte a
los cosacos, se retiró catastróficamente con sólo 11 mil. Al término de
las guerras napoleónicas, los cosacos habían entrado en París, donde su
exótica imagen acabó asociada en la cultura popular con el pueblo ruso
entero.








Este mapa resume la historia de las huestes cosacas, que las llevó
desde ser una volátil confederación de hombres y mujeres libres en el
convulso y azotado oeste de Ucrania a ser las tropas de élite preferidas
del Zar en los confines del Imperio Ruso. Como fichas de algún juego de
estrategia, las huestes cosacas se desplegaron en torno al Cáucaso,
Asia Central, Mongolia y Manchuria. Los cosacos del Don y del Kubán
fueron los más conocidos en Europa Occidental.


En la Guerra de Crimea de 1853-1856, si una cosa estaba clara, era
que el derrumbamiento del Imperio Otomano era cuestión de tiempo y que
pronto se iniciaría la rapiña por diversos territorios del moribundo
Estado. Cuando los rusos amenazaban con reconquistar Constantinopla y
conectarla con Grecia, así como dominar la desembocadura del Danubio y
hacer “cosas raras” en regiones otomanas como Besarabia, Moldavia,
Valaquia y Armenia, los franceses y los ingleses fueron a la guerra
contra Rusia y, guiñándole un ojo al Imperio Otomano, ocultaban su ansia
por adquirir influencia en sus dominios.





Alejandro II fue un Zar atípico, que esperaba luchar contra las
corrientes subversivas en el seno de su Imperio a base de relajar la
represión estatal. En 1861 abolió la servidumbre, en buena parte quizás
esperando que la oleada de campesinos “emancipados” poblase los barrios
proletarios de las ciudades y sirviese de carne de cañón para la aun
balbuceante industria rusa. También relajó el tradicional antisemitismo
de Estado, haciendo que los judíos comenzasen a filtrarse desde la Zona
de Residencia hacia el Este, inmigrando en gran número especialmente a
San Petersburgo, Moscú y Odessa, acaparando rápidamente puestos en la
banca, en la industria, en el comercio y en el derecho. Este flujo
étnico coincidió con la aparición de extrañas corrientes ideológicas en
el seno del organismo nacional ruso, como el nihilismo y diversos
socialismos revolucionarios. La súbita intromisión judía en la vida
social y cultural eslava provocó una no menos súbita reacción antisemita
por parte del pueblo. Comenzaron a publicarse periódicos antisemitas
(como el “Novoye Vremya”) y una ola de nacionalismo paneslavista y
“teorías de la conspiración” colocó a los judíos bajo la lupa,
acusándoles de formar un estado dentro del Estado, de apoyar grupos
revolucionarios y de conspirar para derrocar al Zar y hacerse con el
poder. En 1866, los revolucionarios atentaron contra la vida del Zar sin
éxito, pero no se puso en marcha ningún programa de represión. Aun así,
en 1871, mientras el Imperio Alemán se unificaba bajo la batuta de
Prusia, Rusia era la única nación europea que no había “emancipado” a
sus judíos poniéndoles en pie de igualdad con el resto de súbditos
nacionales. En 1880, tras otro intento de magnicidio contra el Zar y
varios atentados con bomba y armas de fuego, se creó la Okhrana, un
servicio de inteligencia interno que no pudo evitar el asesinato del Zar
(octava tentativa) al año siguiente.





Los tiempos de su sucesor, Alejandro III, fueron diferentes. El
magnicidio causó pogromos (palabra de origen ruso) antisemitas en 166
ciudades rusas, especialmente en la Zona de Asentamiento,
recrudeciéndose hasta 1884. En 1882, el nuevo Zar, un hombre de gesto
determinado e inflexible que había tenido que ver cómo su padre se
desangraba después de que una bomba le amputase ambas piernas, promovió
las famosas Leyes de Mayo, que confinaban de nuevo a los judíos a la
Zona de Residencia en las provincias occidentales del Imperio y les
prohibía acceder a una serie de oficios de importancia. En 1886, se
decretó un edicto oficial de expulsión de los judíos de Kiev, y en 1892,
fueron expulsados formalmente de Moscú. Si en un pasado hubo un claro
conflicto “Roma vs. Judea”, aquí podemos hablar de un “Rusia vs. Judea”,
en realidad la forma moderna de la pugna metafísica entre la
espiritualidad griega y la espiritualidad semita. Alejandro III era un
paneslavista convencido que creía firmemente que, para salvarse, Rusia
debía cerrarse ante las influencias subversivas y decadentes procedentes
del Oeste, a la vez que estrechaba tentáculos hacia los Balcanes y
otros lugares. Influido por su tutor, rechazó nociones occidentales como
la democracia, la libertad de prensa y de expresión, las
constituciones, las elecciones y los parlamentos, y ejecutó un programa
de rusificación del Imperio a través de colonos rusos y afirmación de la
cultura rusa. Poco a poco, cientos de miles de judíos emigraron de
Rusia con destino a Europa y, especialmente, hacia Estados Unidos. Allí,
con el apoyo de influyentes correligionarios suyos en el mundo de las
finanzas, el comercio y la industria, fueron fermentando redes
subversivas antirrusas, tal y como habían hecho los sefardíes en Holanda
e Inglaterra después de 1492, contra España. Rusia se convirtió, con
diferencia, en la nación más odiada por la judería en el mundo: los
judíos tenían prácticamente vedado el acceso al Heartland.





El mapa de los pogromos en el Imperio Ruso. Amarillo: Zona de Asentamiento, reinstaurada en 1882.





El verdadero beneficiario de las guerras napoleónicas, de la Guerra
de Crimea y de las agitaciones en Rusia había sido el Imperio Británico,
que se había aprovechado siempre del enfrentamiento entre sus rivales
continentales y que pudo seguir profundizando en su dominio del
Indostán, compitiendo literalmente contra el Imperio Ruso por el dominio
de Asia Central, en una carrera contrarreloj llamada “el Gran Juego” en
Gran Bretaña y “el torneo de las sombras” en Rusia. Gran Bretaña
pretendía evitar así que los rusos lograsen por tierra lo que el resto
de europeos estaban logrando por mar: establecer una presencia en el
este de China. Mientras los ingleses pactaban y guerreaban en India, los
rusos arrollaban toda Asia Central y en 1891 inauguraron su primer eje
de transporte eurasiático: el ferrocarril Transiberiano.








El ferrocarril Transiberiano conectaba la capital rusa con el Mar de
Japón y se estaban construyendo importantes ramificaciones hacia
Afganistán, Mongolia, China y el Báltico. Lo que preocupaba a Londres
era que si Europa del Este se estabilizaba, el Zar prolongaría el
Transiberiano hacia Berlín, Viena, Ámsterdam, París, Roma y los
Balcanes, proporcionando línea directa desde el Atlántico, el Mar del
Norte y el Mediterráneo hasta el Mar de Japón y el Pacífico: una ruta
mucho más rápida, eficaz y estable que la marítima británica de
Gibraltar-Suez-Mandeb-Singapur. Hablando en plata, si el Transiberiano
se hubiese consolidado en el Oeste con participación alemana y
autro-húngara, la enorme flota militar y comercial de Gran Bretaña se
habría tenido que transformar en una flota de cruceros para marinos
jubilados y marineros licenciados.


Todas estas maniobras rusas, en una macroregión inasequible para el
poder marítimo, inquietaban seriamente a Londres, ya que el fin lógico
de este movimiento masivo era acabar inundando el Indostán, la “joya de
la corona”, como habían hecho los indo-arios 35 siglos atrás. Para 1895,
los dominios británicos y rusos habían llegado hasta los valles de
Chitral (actual Pakistán) y Pamir (actual Tayikistán) respectivamente:
ahora sólo un valle afgano, el corredor de Wakhan, separa a la
talasocracia de la telurocracia.





Afganistán Tíbet fueron lo más cerca que llegó el Imperio Británico
al Heartland, mientras a la vez intentaba evitar desesperadamente que la
influencia rusa llegase al Índico, especialmente en Baluchistán.
Mackinder consideraba que la frontera noroeste de los dominios
británicos en India (es decir, la actual frontera AFPAK, donde un lord
inglés sugirió
en 2012 arrojar una bomba de neutrones) era la más peligrosa de todo el
Imperio. Entre los valles de Pamir y Chitral, el corredor de Wakhan
evitó por un estrecho margen que el Imperio Ruso y el Imperio Británico
compartiesen fronteras. Si hubiesen llegado a coincidir las fronteras de
Persia, China, Rusia y la India británica, se habría desencadenado un
conflicto armado en Asia Central. Tanto los rusos como los ingleses
decidieron dejar en paz Afganistán como tierra de nadie para amortiguar
los conflictos de intereses entre ambas superpotencias. No se nos escapa
que muchas de las plazas situadas en el área de expansión rusa (Samarcanda,
Bujara, Merv) eran importantes nodos de la antigua Ruta de la Seda. Los
británicos estaban más bien volcados en el dominio de la Ruta de las
Especias.





Más al Noreste, el movimiento ruso tampoco se detenía en su imparable
marcha hacia las fronteras chinas. Las partes altas de los ríos Irtysh y
Bukhtarma pertenecían en un principio a la China de la dinastía Qing,
pero antes de que fueran cedidas a Rusia mediante tratados, los rusos ya
las habían rusificado de facto con los asentamientos y la colonización.
Estos colonos debían ser de un espíritu emprendedor, una determinación y
una calidad biológica particularmente destacados. El explorador y
arqueólogo Nikolai Yadrintsev escribió que los habitantes rusos del
Altai-Sayan (más o menos donde coinciden las fronteras modernas de
Rusia, Kazajistán, China y Mongolia) eran “grandes y robustos, con
constitución atlética. Un cazador que vive cerca del río Bukhtarma es
famoso por su parecido a un bogatyr”
. En otro lugar escribe “Las
personas en estas comunidades eran notables por sus físicos altos y
fuertes, su salud robusta y fuerza excepcional. En la región de Altai
vimos a una mujer joven con hombros de una arshin
[70 cm] de anchura, que podía levantar doce poods
[200 kg]”. Estas constituciones físicas señalan un pueblo vigoroso y
echado para adelante tanto en lo físico como en lo mental —en parte
debido a las exigencias de su terreno y clima, y en parte debido a una
alimentación privilegiada con gran proporción de carne de caza. Con
semejante vanguardia humana, es fácil que un imperio erija fronteras y
defienda sus intereses geopolíticos incluso en las regiones más aisladas
e inhóspitas de sus dominios.





Es en esta época de conquistas asiáticas que está ambientada la
novela de Julio Verne “Miguel Strogoff, el correo del Zar”, un libro de
gran interés por tratarse de un recorrido por buena parte del Imperio
Ruso, desde Moscú hasta la capital siberiana Irkutsk, así como por su
descripción de las gentes que lo pueblan. La novela, publicada en 1875,
es una verdadera apología de la Rusia zarista y de la familia Romanov
como representantes de la Civilización Occidental en plena barbarie
asiática, encarnada en los tártaros, en el emir de Bujara y en los rusos renegados que traicionaban al Zar pasándose a las filas de Asia.





El inglés Rudyard Kipling también se hizo eco del “Gran Juego”. En su relato “The man who was”,
describe la llegada del oficial cosaco Dirkovitch a la ciudad de
Peshawar (actual Pakistán), que junto con el mortal paso montañoso de
Khyber, separaba las posesiones de la India británica del inexpugnable
Afganistán. Los desconcertados ingleses especulan de dónde diablos había
salido aquel jinete: ¿Balkh? ¿Badakhsan? ¿Chitral? ¿Baluchistán?
¿Nepal? Un capitán de caballería ligera, mientras habla amistosamente
con el ruso, calcula cuántos cosacos como él serían capaces de despachar
sus hombres en una carga justa. Acogido por la guarnición británica,
Dirkovitch se cuida muy bien de elogiar la organización y el aspecto del
regimiento de húsares allí acantonado, hablando del futuro glorioso que
esperaría a las armas combinadas de Inglaterra y Rusia “cuando sus corazones y territorios vayan de la mano y comience la gran misión de civilizar Asia”.





En estos mapas falta la expansión rusa sobre Alaska. El territorio
había sido objeto de expediciones rusas desde el Siglo XVII, y para la
segunda mitad del Siglo XVIII, los rusos y los españoles ya habían
iniciado una carrera para afirmar su dominio sobre el arco de la
Norteamérica pacífica. En 1867, el Zar, reconociendo el carácter
telúrico de su Imperio, decidió desembarazarse de Alaska, vendiéndola al
Gobierno de los Estados Unidos.





Las conquistas rusas en el extremo oriente habían seguido avanzando.
En 1860, la Armada rusa había fundado Vladivostok, en el Mar de Japón, y
en 1871, la ciudad ya contaba con líneas telegráficas hasta Shanghai y
Nagasaki. En 1903 Vladivostok se conectó con el transiberiano… y al año
siguiente estallaba la guerra. Y es que cuando la influencia rusa
penetró en Manchuria y Corea, amenazando con aislar a Japón de Eurasia,
Tokio fue a la guerra, apoyado por el Imperio Británico
y por los mismos banqueros que una década después financiarán la
revolución bolchevique: Kuhn-Loeb y Jacob Schiff entre otros. La guerra
ruso-japonesa, junto con la rebelión rusa de 1905, puso en evidencia que
la plutocracia internacional estaba haciendo todo lo que podía para
desestabilizar el régimen autocrático del Zar antes de que firmase
tratados con el Imperio Alemán y Austria-Hungría para conectarlos con
Estasia. Mackinder consideraba que Japón era, junto con Alemania, Rusia y
China, un candidato razonable a “organizador del Heartland” y Manchuria
era, naturalmente, el puente de Japón hacia la estepa eurasiática.





Para 1903, el Estado ruso parecía ya tener claro que los judíos,
tanto en Rusia como en el extranjero, eran los principales promotores de
los movimientos sociales desestabilizadores en el seno de su organismo
nacional. Ese año vio la publicación de “Los protocolos de los Sabios de
Sión”, probablemente una creación de los servicios de Inteligencia del
Zar, que estaban al tanto de las intrigas y de las ideas que circulaban
en el seno de la judería y que pretendían presionar al Gobierno para
llevar la represión estatal al siguiente nivel. Nicolas II, sucesor de
Alejandro III, declaró directamente que “Los judíos son el alma del
movimiento revolucionario en Europa, el cual se halla subvencionado, con
gigantescos medios pecuniarios, por los grandes financieros hebreos”. Nietzsche había reflexionado que “Los judíos cambian, cuando
lo hacen, de la misma forma que el Imperio ruso lleva al cabo sus
conquistas —como un imperio que dispone de tiempo y que no surgió ayer—:
es decir, con la mayor lentitud que pueden. Un pensador interesado por
el futuro de Europa ha de contar, en todos los proyectos que elabore
interiormente respecto a ese futuro, con los judíos, al igual que con
los rusos, considerando que, hoy por hoy, son los factores que con mayor
seguridad y probabilidad tomarían parte en el gran juego y en la gran
lucha de fuerzas”. Esta relación entre los judíos y Rusia iba a
engendrar años después la Revolución Bolchevique y la Unión Soviética.














Conquistas rusas desde el Siglo XVI. Para finales del Siglo XIX, las
principales zonas de expansión de Rusia eran Asia Central (especialmente
Afganistán, donde entraba en conflicto con Gran Bretaña) y Manchuria
(donde entraba en conflicto con Japón). Mongolia, Uiguristán, Mongolia
Interior, Tíbet y el norte de Persia tenían fuerte influencia rusa.





La influencia oceánica y atlantista se deja notar mucho en Europa
Occidental, entre otras cosas, por la importancia que la historiografía
concede a las operaciones militares en el Oeste, cuando las más
importantes y determinantes fueron siempre las del Este. Tal es el caso
de la II Guerra Mundial, con incontables películas sobre la “resistencia
francesa” y los desembarcos de Normandía, pero pocas sobre el Frente
del Este. La I Guerra Mundial tampoco es una excepción: a pesar de la
importancia del frente oriental, nuestra historiografía resume la I
Guerra Mundial con la guerra de trincheras en Bélgica y Francia, cuando
los movimientos en Europa del Este fueron el verdadero plato fuerte de
la guerra. La I Guerra Mundial fue, ante todo, una lucha de la
internacional oceánica contra dos proyectos terrestres: el Transiberiano
y el ferrocarril Berlín-Bagdad.
La diplomacia inglesa triunfó de nuevo enfrentando a sus rivales
continentales y, mientras conspiraba contra Alemania en el Oeste, la
apoyaba en el Este, especialmente en sus tentativas de desestabilizar el
Imperio Ruso a base de apoyar a los bolcheviques: fue Alemania quien
mandó Lenin —un líder bolchevique con sangre tártara y judía— a Rusia
para provocar en 1917 la Revolución Bolchevique, gracias a la cual
Alemania y Austria-Hungría obtenían inmensos territorios en Europa del
Este. Alemania perdería todos estos territorios al año siguiente, cuando
de forma inaudita, estando la Reichswehr a punto de tomar París,
estalló un levantamiento que hizo que Alemania firmase el armisticio.





Tras la I Guerra Mundial, Europa del Este emergió arruinada y mucho
más balcanizada. Los grandes imperios tradicionales, centrales y
continentales (el Imperio Ruso, el Imperio Alemán, el austro-húngaro y
el otomano) habían sido desmantelados y la influencia del Imperio
Británico, Francia y Estados Unidos se había afianzado sobre Europa
Occidental. Era el fin definitivo del Antiguo Régimen. Como entre
Alemania y Rusia no hay barreras naturales importantes, varios Estados
artificiales se levantaron en Europa del Este como muro de contención
para evitar la aparición de una sola continuidad territorial. Mackinder
fue uno de los defensores de la creación de un “cordón sanitario” en
Europa del Este para evitar que una potencia europea organizase los
recursos del Heartland para constituir un vasto imperio continental.








Los socialismos telúricos





La Revolución Bolchevique fue una suerte de prolongación del cordón
sanitario de Europa del Este. En Moscú se instauró un régimen genocida
que perfeccionó el terrorismo de Estado a niveles nunca vistos y que,
con la ayuda de bancos neoyorkinos, londinenses, parisienses y suecos [8],
se puso a exterminar con esmero a la familia Romanov, a los lealistas
zaristas del Ejército Blanco, a los aristócratas, a los terratenientes, a
los anarquistas ucranianos, a los cosacos
y a los campesinos que se resistían a ser saqueados por un Politburó
formado en su mayor parte por judíos que parecían estar llevando al cabo
una venganza talmúdica contra el mundo eslavo, recreando las antiguas
limpiezas étnicas anti-griegas de la época de las revueltas judías y la
instauración del cristianismo en el Imperio Romano.





Con una Unión Soviética hostil a Occidente, la constitución de un eje
eurasiático no era posible. Sólo el capital estadounidense parecía
ofrecer refugio a la expansión del bolchevismo, que guarda muchas
similitudes con el actual patrocinio de Al-Qaeda y el yihadismo
internacional por parte de las mismas potencias que supuestamente la
combaten.











Click para agrandar. Esta caricatura, procedente del ámbito lealista
zarista y del Ejército Blanco, representa a León Trotsky, el organizador
del Ejército Rojo, como un diablo que ha traido chinos al país para
matar rusos.





La principal resistencia al bolchevismo en Asia Central vino de la mano de Ungern Khan, un general zarista que luchó para liberar Mongolia de chinos
y comunistas y que, trabando contacto con las autoridades religiosas
budistas y musulmanas, pretendió formar un frente tradicional para
luchar contra el mundo subversivo y antitético surgido tras la
revolución francesa y revitalizado con la revolución bolchevique de
1917. Con apoyo japonés, Ungern logró algunas victorias, como la toma de
Urga, la capital mongola, pero traicionado por algunos de sus
allegados, fue ejecutado por orden de Lenin en 1921.





Cuando los bolcheviques se hicieron con el control de Rusia, los
emporios petroleros de Estados Unidos se apresuraron a asegurar fuentes
de combustible que antes les estaban vedadas. Así, mientras los
criminales de la CHEKA, la GPU, la OGPU y la NKVD torturaban y
eslavizaban a los pueblos del Este y el Partido Comunista se enriquecía
vendiendo grano al extranjero a la vez que los campesinos del Volga y de
Ucrania morían de hambre por millones sin que la “Comunidad
Internacional” moviese un dedo, la compañía Standard Oil (alma mater de
las posteriores Exxon-Esso, Texaco-Chevvron, ConocoPhillips, Amoco,
Marathon, etc.) de John D. Rockefeller, Jr. mantuvo importantes
explotaciones petrolíferas en el Caspio. Vacuum Oil (posteriormente
Mobil) firmaría un contrato con el sindicato soviético Naphta y le
donaría 75 millones de dólares a la URSS. La Anglo-Persian Oil Company
(actual British Petroleum, BP) incluso se las ingenió para
suministrarle crudo pérsico a la URSS a través de Irán. Por primera vez
en la historia, las potencias oceánicas tenían un pie en el Heartland.
Gracias a estos movimientos, a la Unión Soviética —a diferencia de
Alemania, que tuvo que encontrar maneras de sintetizar petróleo
artificialmente— nunca le faltaría crudo durante la II Guerra Mundial,
durante la cual además recibiría ayudas masivas por parte de Estados
Unidos: 15.000 aviones de combate, 7.200 carros  blindados, 500.000
camiones jeep y tractores, 100 barcos de transporte, 12 millones de
pares de botas, el 56% del combustible para aviones, miles de toneladas
de explosivos, comida, material de transmisiones, miles de kilómetros de
cable telefónico, el 74% de los neumáticos, el 80% del cobre, raíles de
tren, locomotoras, vagones y toda clase de mercancías, víveres y
municiones. Estados Unidos llegó a transportar fábricas enteras a la
URSS, y en cuanto a los vehículos, el Ejército Rojo se limitaba a
recibirlos y pintar de rojo la blanca estrella yanqui. El Imperio
Británico no se quedó demasiado atrás en sus ayudas pro-soviéticas, con
sus 6.500 aviones, 5.000 carros blindados, 4.000 piezas de artillería y
materias primas por valor de 45 millones de libras esterlinas de la
época. Esta insólita alianza comercial y económica para quitarse del
medio a un protagonista regional que se había salido del guión, rara vez
es rescatada por la historiografía oficial [9].








El enfrentamiento III Reich vs. URSS tenía muchos ingredientes
propios de los antiguos enfrentamientos de la cruz contra la estrella y
la media luna.





El ascenso al poder del NSDAP en Alemania fue una reacción directa
del organismo nacional alemán contra la pinza capitalista-comunista que
la estaba aplastando, así como contra las inauditamente duras medidas
del Tratado de Versalles y la idea, generalizada en Alemania y Austria
desde el Siglo XIX, de que los judíos tenían mucho más poder e
influencia que les correspondía y de que además usaban ese poder para
degradar y corromper a los pueblos que les acogían, siempre con fines de
dominación. El cambio político en Alemania no hubiese sido posible sin
el apoyo de varios grupos económicos y conglomerados de intereses,
generalmente correspondientes al ámbito industrial-nacional y productivo
(acuden a la memoria nombres como Krupp, Flick, Bosch, Siemens,
Junkers, Rheinmetall-Borsig y otros). El NSDAP conquistó mentalmente a
las clases obreras y campesinas del país y  la Gestapo aniquiló las
estructuras de poder de la Masonería en Alemania y Austria —continuando
en cierto modo los asesinatos selectivos que los miembros de la Sociedad
de Thule habían llevado al cabo en los convulsos años que siguieron a
la I Guerra Mundial. Alemania abolió el patrón-oro, el interés del
dinero y la especulación, instauró el patrón-trabajo, entró en los
mercados de Europa del Este y Sudamérica con el comercio de trueque, se
negó a aceptar empréstitos de instituciones financieras internacionales,
alcanzó el pleno empleo y su economía y ciencia despegaron de un modo
pasmoso. Toda la sociedad alemana pasó a estar firmemente regimentada e
integrada en diversas organizaciones políticas que buscaban vertebrar al
pueblo alemán para convertirlo en una falange perfecta y étnicamente
coherente: lo opuesto a la balcanización social promovida en nuestros
días por la globalización. En el Este, los judíos habían conseguido
acceder a Rusia, pero de repente, en su retaguardia, Alemania se
revolvía contra ellos, colocándolos bajo la lupa, acabando con su
influencia y promoviendo su emigración. Además, varias medidas de
carácter racial y eugenésico buscaban mejorar poco a poco la raza del
pueblo alemán para incrementar su manpower o capital humano,
oponiéndose directamente tanto a las antiguas ideas cristianas como a
las nuevas ideas demócratas igualitarias.





Pero a pesar de cosechar muchos éxitos, la Alemania nazi tenía también problemas. El más importante era el del espacio vital o Lebensraum. Matando
mucho y bien, el Reino Unido había conquistado un vasto imperio, del
que obtenía mano de obra y toda clase de materias primas, especialmente
del Indostán. Otro tanto podría decirse de Francia en buena parte de
África subsahariana, o de Estados Unidos (que había confinado a los
indígenas a reservas) y de Rusia. Incluso países ridículamente pequeños
en comparación con Alemania, como Holanda (que poseía grandes
territorios en Indonesia y Sudamérica), Bélgica (que dominaba la mayor
parte de la cuenca del Congo) y hasta Dinamarca (en Groenlandia) tenían
enormes patios traseros. Pero Alemania, con sus 80 millones de
habitantes, carecía de tal espacio vital desde que en 1919 le
arrebataron sus posesiones africanas y todo el territorio que había
conquistado en el frente oriental. Estos intentos de los aliados por
cortar el acceso de Alemania a fuentes de materias primas estaban
claramente diseñados para provocar el estallido de Alemania y por tanto
otro sanguinario conflicto en la Europa continental.





El otro problema de Alemania era la masificación de tropas soviéticas
en sus fronteras, cuyo objetivo era lanzar una megaofensiva para
conquistar toda Europa. Para anticiparse a este ataque, Alemania
necesitaba un corredor para transportar efectivos militares hacia la
frontera con la URSS. Prusia Oriental (“principalmente de habla alemana y
sentimiento Junker”) cumplía esta función, pero al estar
separada del resto del territorio alemán por Danzig, se precisaba algún
tipo de eje para conectarla. Polonia, presionada ferozmente desde
Londres y París, se opuso vehementemente a cualquier proyecto que
tendiese a romper el cordón sanitario del que formaba parte. El
conflicto fronterizo germano-polaco se convirtió en la II Guerra Mundial
en el momento en el que Reino Unido y Francia le declararon la guerra a
Alemania —la URSS también invadió Polonia por el Este, pero los aliados
nunca le declararon la guerra. El pacto Ribbentrop-Molotov, junto con
el anterior tratado de Rapallo, fue lo más parecido que hubo a una
colaboración germano-soviética a espaldas del mundo oceánico, y estaba
sentenciado desde el principio que su duración sería más bien corta.





Todos los movimientos alemanes en Europa del Este eran recibidos con
grandes protestas por parte de la “Comunidad Internacional” (es decir,
por la Liga de Naciones, a su vez una organización globalista
fuertemente controlada por logias masónicas y bancos atlantistas) porque
el dominio alemán no se extendía sobre pueblos tercermundistas ni mano
de obra pasiva, sino sobre pueblos europeos de gran potencial cuyo valor
estaba fuera de toda duda, como los polacos, los checos o los
eslovacos, y además se trataba de un territorio con gran cantidad de
judíos, que tenían una enorme influencia en la política internacional y
en el mundo económico. Dispersas entre estas nacionalidades, las
poblaciones alemanas de Europa del Este eran una vanguardia precursora
de una nueva marcha europea hacia el Heartland eurasiático. Para poner
un dique a esta lenta colonización germánica del Este —que en el pasado
ya había organizado Rusia y proporcionado la fuente de su aristocracia—,
los aliados crearon una barrera de estados-tapones. Este muro
norte-sur, del Báltico al Mediterráneo, debía cortar de tajo el
movimiento oeste-este de la llamada Drang nach Osten
(empuje hacia el Este de poblaciones germánicas). La idea de las
potencias oceánicas era balcanizar Europa del Este y enfrentar a los
germanos y los eslavos para debilitar cualquier concentración de poder
en la estratégica región, cuyo dominio, siempre según Mackinder, ofrecía
en bandeja el control del Heartland.














Click para agrandar. La presencia de poblaciones étnicamente alemanas
muestra hasta qué punto Alemania y Austria se estaban empezando a
convertir, a principios del Siglo XX, en candidatas a organizar los
recursos humanos de Europa del Este y prolongar su penetración hacia el
Heartland eurasiático. Entre Alemania y la URSS, el elemento germano y
el elemento judío competían por dominar a los pueblos eslavos. Para
aislar a estas poblaciones alemanas, los aliados crearon tras la I
Guerra Mundial todo un cinturón de países artificiales que debían actuar
como dique ante la germanización del Este, frustrando toda comunicación
entre Europa Occidental y el Heartland. La intención de Hitler era
romper este cerco y llevar la colonización germánica del Este al
siguiente escalón. En la segunda imagen se muestran las fronteras del
Heartland. Recordemos que entre la llanura germano-polaca y el Heartland
no existen barreras naturales importantes, es una inmensa llanura desde
Berlín hasta los Urales.





En sus “Conversaciones”, Hitler creía que un Estado Comercial Cerrado desde el Rhin hasta Vladivostok era perfectamente viable: “Europa es autosuficiente siempre que impidamos que exista otro Estado-mamut que pueda movilizar a Asia contra nosotros”. Tales “Estados-mamut” eran, por supuesto, el Imperio Británico y la Unión Soviética.





El plan de Hitler era seguir en cierto modo la estela de Napoleón y
colonizar Europa del Este, especialmente Ucrania y el Volga, con
granjeros alemanes de estirpe “nórdica” —considerada por los nazis la
más fiable y creativa del mundo— gobernados a su vez por la SS como
aristocracia militar y política. Era el modelo geopolítico de Blut und Boden, o “sangre y suelo”, preconizado por Karl Haushofer, el padre de la Geopolitik
alemana. Hitler, que había vivido buena parte de su juventud en Viena,
rechazaba el antiguo modelo “multicultural” de Austria-Hungría, que
pretendía asimilar y germanizar culturalmente a las poblaciones
sometidas. En el Reich agrario y productivo que tenía en mente el líder
alemán para los territorios conquistados a la URSS, la población local
eslava se vería reducida a la misma condición que tenían los hindúes en
el Indostán británico. Dejándose llevar por su sueño de germanizar el
Heartland étnicamente, Hitler decía a sus allegados que





Seremos el Estado más autárquico del mundo, incluso en lo que
respecta al algodón. La única cosa que nos faltará será el café, pero ya
sabremos agenciarnos alguna colonia que nos lo suministre. Tendremos
madera en abundancia y hierro sin restricciones. En cuanto al manganeso,
seremos el pueblo más rico del mundo. El petróleo correrá a chorros. Y
el potencial de trabajo de los alemanes, utilizado aquí… ¡Dios mío!,
¿qué no nos dará?





Operación Barbarroja tenía claramente por objetivo arrebatarle a la
Unión Soviética el control del Heartland, preferiblemente uniendo
fuerzas con el Imperio Nipón, que debía invadir Siberia. También
pretendía romper el muro de poblaciones judías que se extendían entre el
Báltico y el Mar Negro desde la época de Catalina la Grande. Para ello,
el régimen nazi empleó unidades que, como la SS, la SD, los
Einsatzgruppen o la policía militarizada, llevaron al cabo masivas
ejecuciones de judíos en el Frente del Este, acciones que constituyeron
el verdadero holocausto judío de los años 40. A pesar de contar con el
ejército más eficaz de la II Guerra Mundial, debido a la fuerte
infiltración de la Inteligencia extranjera en Alemania, a las ofensivas
del General Invierno, al anillo de espionaje “Lucy” (que pasaba
información en un triángulo Berlín-Ginebra-Moscú), al hecho de tener que
luchar en muchos frentes, a la chapuza estratégica resultante de la
pugna entre las dos posibles operaciones Barbarroja (la conservadora del
Estado Mayor de la Wehrmacht, que consistía en marchar directamente
hacia Moscú como lo había hecho Napoleón, y la innovadora planteada por
Hitler, de lanzar una tenaza a Leningrado y otra a Stalingrado para
estrangular Moscú), a la escasez de petróleo y a que los militares
alemanes desplegaron menos brutalidad que los soviéticos en el Frente
del Este, la ofensiva alemana fracasó exactamente a las puertas del
Heartland: en Stalingrado y a un tiro de piedra de Moscú.





La marcha de Alemania en realidad era la repetición moderna de la migración de los alemanes del Volga y otros movimientos
alemanes hacia el Este. Las publicaciones SS solían inspirarse en el
pasado de la Orden Teutónica y de los godos en Ucrania y Europa del Este
para dotar de cobertura histórica e ideológica a sus campañas
militares, la misma SS pretendía llegar a ser algún día una vanguardia
de colonización y civilización al estilo de las legiones romanas o las
falanges de Alejandro Magno. En el seno de las Waffen-SS estaba muy
extendida la idea de que, tras la victoria de Alemania, estas unidades,
cubiertas de prestigio, volverían a Alemania para ejecutar a los tibios,
a los altos oficiales saboteadores y a los restos del poder burgués
anterior a 1933. Pero el mundo plutocrático no podía permitir que la
historia volviese a repetirse y que surgiese en Eurasia un imperio
hostil. En las estremecedoras palabras de Mackinder (“The round world and the winning of the peace”, 1943), “una corriente de contra-filosofía limpiadora debe barrer la magia negra de la mente alemana”. Escribía el inglés:





Desde Casablanca [10] vino hace poco la llamada para destruir
la filosofía alemana dirigente. Eso sólo puede hacerse irrigando la
mente alemana con el agua limpia de una filosofía rival. Asumo que,
digamos, dos años después de dada la orden de alto el fuego, los aliados
ocuparán Berlín, juzgarán a los criminales, fijarán fronteras
inmediatamente y completarán otros tratamientos quirúrgicos para que la
vieja generación alemana, que morirá impenitente y amarga, no pueda
volver a malrepresentar la Historia a la generación joven. (…) Sin
embargo, el canal contaminado puede limpiarse de forma muy efectiva si
estuviese controlado por fuertes establecimientos de poder a ambos lados
—poder terrestre al Este, en el Heartland, y poder marítimo al Oeste,
en la cuenca del Atlántico Norte.





Mackinder, quizás sabiéndolo plenamente, estaba describiendo la
instauración de la Escuela de Frankfurt (alma mater del pensamiento
políticamente correcto y “progre”), del Pacto de Varsovia y de la OTAN,
con el objetivo de destruir al pueblo alemán como comunidad guerrera y
al Estado alemán como nación soberana capaz de albergar su propia
voluntad y de vertebrar la Europa cntinental en contra de los poderes
extranjeros. Estas medidas debían completarse con la aniquilación de
Prusia, donde se encontraba la fuente de la tradición militar alemana, y
la brutal limpieza étnica de prusianos en lo que hoy son territorios
polacos. Puesto que el mismo Mackinder decía que el alemán del norte se
encontraba “entre las tres o cuatro razas más viriles de la Humanidad”,
no se podía permitir de ninguna manera que esta raza volviese a
organizar el potencial de Europa del Este constituyéndose en un poder
alternativo al bolchevique de Moscú y el plutocrático de Nueva York y la
City de Londres —ambos fuertemente serviles a la internacional judía y a
los intereses de la usura globalista.En
aras de este siniestro plan de ingeniería geopolítica, millones de
mujeres, niñas y hasta ancianas alemanas y eslavas fueron violadas, la
atrocidad, la hambruna, las enfermedades y el terror se enseñorearon de
Europa del Este, se alzaron campos de concentración para prisioneros
alemanes, se arrasaron ciudades enteras en Centroeuropa (la doctrina
genocida del strategic bombing fue ideada por dos judíos, Solly
Zuckerman y Frederick Alexander Lindeman, alias Lord Cherwill, además de
Arthur Harris, un inglés enfermizamente germanófobo), millones de
ciudadanos fueron privados de sus derechos más básicos, la industria
alemana fue aniquilada en un intento de hacer retroceder el país a la
Edad Media, el arte nacionalsocialista fue destruido de forma parecida
al arte clásico en el Siglo V y los británicos entregaron en masa a los
refugiados cosacos a Stalin, a sabiendas de que serían exterminados. Ni
el Plan Morgenthau (ideado por el secretario de la Tesorería de EEUU, el
judío Henry Morthenthau, Jr.), ni el panfleto “Germany Must Perish”
(escrito por el igualmente judío Theodore N. Kaufman), que pedía
directamente el desmantelamiento de Alemania y la práctica castración
del pueblo alemán, llegaron a ejecutarse al 100% debido a la reticencia
de muchos generales aliados, entre ellos el estadounidense Patton, cuya
idea sobre el trato que debía recibir un enemigo valeroso vencido no
coincidía con el revanchismo de generales genocidas como
Eisenhower —también judío—, para el cual “desnazificación” era una
palabra en clave para “genocidio”. Aun así, las políticas de los aliados
costaron entre 9 y 12 millones de vidas alemanas.








La Guerra Fría





En la Unión Soviética, se había operado un cambio notable. Stalin,
que era un estadista más bien despiadadamente pragmático, se dio cuenta
durante la II Guerra Mundial que la “lucha de clases”, el ateísmo y la
filosofía de “arriba parias de la Tierra” podía resultar atractiva para
intelectuales decadentes, judíos de Brooklyn y lumpen callejero
descastado, pero no para los millones de campesinos eslavos y ortodoxos
que iban a morir por la Patria en la guerra más feroz de la historia de
la humanidad. Reconociendo este hecho, Stalin cambió el himno “La
Internacional” por un himno nacional, intentó captar para la lucha
contra el invasor a la Iglesia Ortodoxa rusa y hasta dio discursos
recordando a “nuestros antepasados” Alexander Nevsky y Dimitri Donskoi.
Stalin, naturalmente, era un georgiano con algunos ancestros judíos y su
linaje paterno G2a1a no tenía nada que ver con el predominante R1a de
la mayor parte de rusos, pero se vio obligado a echar mano de estos
mitos para inspirar a los eslavos en su lucha contra los germanos.





Este viraje de Stalin sellaba definitivamente su ruptura para con la
causa internacionalista, representada por el fantasma de León Trotsky, y
convertía a la URSS en un Estado nacional. Cuando en 1948 se estableció
en el Levante el Estado de Israel, no tardó en quedar claro que el
joven país caería bajo la órbita atlantista. En Octubre de ese año, la
embajadora de Israel, Golda Meir, visitó una sinagoga en el centro de
Moscú. Reuniéndose por miles para honrar a la dignataria, los judíos
alarmaron a las autoridades, que vieron en el sionismo una amenaza hacia
el nacionalismo soviético. En la purga antisemita de 1948-1953,
“cosmopolitas sin raíces” pasó a ser una frase en clave para “judíos
sionistas” y se produjeron varios golpes de mano contra la influencia
judía en la Unión Soviética, incluyendo el arresto y ejecución de los
miembros del Comité Judío Antifascista (acusados de “nacionalismo
burgués”, refiriéndose al israelí, y de querer instaurar en Crimea una
república judía satélite de Estados Unidos) y la no muy objetivamente
llamada Noche de los Poetas Muertos, en la que varios escritores judíos son ejecutados en secreto en la temida prisión moscovita de Lubianka.





En estos extraños hechos del stalinismo tardío existieron razones
geopolíticas fuertemente relacionadas con Israel y la formación de la
OTAN (1949), pero también hubo otros factores, como la rivalidad entre
la GRU (servicio de Inteligencia militar con lazos zaristas) y la NKVD
(servicio de Inteligencia política y de seguridad del Estado) y el hecho
de que Stalin tuviese siempre esa paranoia emanada de saber que los
mismos que lo colocaron en el poder podrían deponerlo cuando quisieran.
Las campañas antisemitas de Stalin culminaron con la conspiración de los médicos judíos:
según Stalin, un círculo de médicos de Moscú, todos ellos judíos,
conspiraban para envenenar a altos mandatarios soviéticos, incluyendo al
mismo Stalin, habiendo conseguido ya asesinar a Andrei Zhdanov (quien
iba a ser su sucesor). El caso terminó por afectar a los judíos en
general, ya que muchos fueron despedidos de sus trabajos, arrestados,
mandados al archipiélago Gulag o ejecutados. Durante los juicios,
aparecieron publicaciones antisemitas en los medios de comunicación
soviéticos y el viejo antisemitismo ruso parecía estar reviviendo: se
cerraron escuelas, teatros y museos judíos, se disolvieron coros y la
literatura judía, antaño protegida por el régimen, se suprimió de las
bibliotecas. ¿Volvían tiempos de pogromos a Rusia? Los judíos empezaron a
ser sistemáticamente apartados de puestos dirigentes en el Ejército, la
administración, la prensa, las universidades y el mundo judicial. El
proceso se expandió a muchos países del futuro Pacto de Varsovia: en la
lejana Checoslovaquia, el presidente Klement Gottwald anunciaba que
“durante la investigación y juicio del centro conspirativo anti-estatal
descubrimos un nuevo canal por el que la traición y el espionaje
penetran en el Partido Comunista: el sionismo” [11]. Stalin también firmó sentencias de muerte para Rumanía, Hungría, Austria, Alemania Oriental y otros países de Europa del Este.








Esta caricatura, que parece más propia de panfletos antisemitas nazis como “Der Stürmer” que de una publicación soviética, apareció en la revista “Krokodil”
en Enero de 1953. Un médico judío, pagado por Estados Unidos, es
desenmascarado por los servicios del Estado. En el mismo número, la
revista ataca a los banqueros occidentales, a los “reyes del armamento”,
a los generales nazis, al Vaticano y a la “conspiración sionista”.





La comunidad judía empezó a temer que el proceso a los médicos era un
pretexto para deportar a todos los judíos de la URSS a campos de
concentración en Siberia. Sin embargo, estos planes, ya discutidos en el
Politburó, se detuvieron con la misteriosa muerte de Stalin en 1953. El
principal beneficiario y probable artífice de su muerte, el judío
Lavrenti Beria, sería depuesto meses después por un golpe de Estado
dirigido por Nikita Khrushchev, antiguo encargado de las operaciones en
Stalingrado, y el mariscal Zhukov. Beria fue interrogado en la Lubianka y
luego el general Batitsky le dio un tiro en la frente. Es casi seguro
que el turbio asunto de los médicos judíos no llegará a desvelarse nunca
del todo. Sin embargo, una cosa está clara: para que la Unión Soviética
pasase, de ser un Estado claramente creado y controlado por judíos y de
ser el primer país en reconocer al Estado de Israel, a perseguir a los
susodichos al más puro estilo zarista y alinearse con potencias
anti-israelíes como Egipto y Siria —donde era fuerte la influencia de la
antigua Inteligencia alemana—, algo muy raro tuvo que pasar.





Lo que sí sabemos con certeza es que la URSS se convirtió en un poder
nacional y anti-globalización. Es así cómo en el “Diccionario Soviético
de Filosofía” de 1965 podemos leer que el Cosmopolitismo es una





Teoría burguesa que exhorta a renunciar a los sentimientos
patrióticos, a la cultura y a las tradiciones nacionales en nombre de la
“unidad del género humano”. El cosmopolitismo, tal como lo propugnan
ideólogos burgueses contemporáneos, expresa la tendencia del
imperialismo al dominio mundial. La propaganda del cosmopolitismo (de la
idea de crear un gobierno para todo el mundo, &c.) debilita la
lucha de los pueblos por su independencia nacional, por su soberanía
como Estado.





En la época de la Guerra Fría, dos son los movimientos notables en el
seno del Heartland: uno es la Ruptura Sino-Soviética, en la que China
se alejaba de la URSS para acercarse a EEUU. Tras este suceso, India
quedaría alineada con la URSS y Pakistán con EEUU. Varios hitos marcan
el acercamiento de China a EEUU y por tanto la consolidación de Chimerica, a su vez imprescindible para la futura globalización. Si el lector gusta, podemos repasar estos hitos en imágenes:
































Mackinder había escrito en “The round world and the winning of the peace” que





A su debido tiempo, China recibirá capital a una escala generosa como
deuda de honor, para ayudarla en su romántica aventura de construir
para un cuarto de la humanidad una nueva civilización, ni muy oriental
ni muy occidental. Entonces el ordenamiento del Mundo Exterior será
relativamente fácil, con China, los Estados Unidos y el Reino Unido
liderando el camino.


Lo que estos lazos transpacíficos implican es que la Revolución
Comunista en China fue en realidad otro episodio más de las Guerras del
Opio del Siglo XIX. EEUU pretendía fortalecer el Partido Comunista Chino
para luchar contra los japoneses primero, y después contra los
nacionalistas de Chiang Kai Chek, retratado por los miembros de la Dixie Mission como “fascista” y “señor feudal”. Masivamente financiados por el tráfico de opio [12],
los maoístas prepararon China para su futuro tecnoindustrial al
servicio de la globalización: las tradiciones chinas fueron aniquiladas,
la intelligentsia exterminada y las políticas agrarias e industriales
del “Gran Salto Adelante” (1958-1961) produjeron decenas de millones de
muertos. La Revolución Cultural de 1966-1971 purgó la mayor parte de los
vestigios de la tradición china arremetiendo especialmente contra los
maestros, profesores y ancianos: ahora el Antiguo Régimen tocaba a su
fin también en China, ahora el gigante asiático estaba al fin listo para
converger con la plutocracia occidental, que procederá a “hongkongizar”
todo el país gradualmente. El término de la Revolución Cultural verá
una serie de encuentros entre altos mandatarios de China y Estados
Unidos.


David Rockefeller, tras haber visitado el país, declaró en el “New York Times” (10 de Agosto de 1973) que “Cualquiera
que haya sido el precio de la Revolución China, obviamente ha tenido
éxito no sólo en producir una administración más eficiente y dedicada,
sino también en exaltar la moral y el propósito de comunidad. El
experimento en China bajo el liderazgo de Mao es uno de los más
importantes y exitosos en la historia humana”.
Gracias a la apertura
de China, el banco rockefelleriano —el Chase Manhattan Bank—, se
convirtió en el primer socio estadounidense del Banco Nacional de China,
y Washington reconoció al régimen chino (en detrimento de Taiwán),
permitiéndole entrar en el Consejo de Seguridad de la ONU. Todas estas
operaciones de ingeniería social y económica explican el actual estatus
de China como puntal esencial de la globalización capitalista y
neoliberal.





El otro gran movimiento en el Heartland, junto con la Revolución
Islámica de 1979 en Irán, fue la relación entre la URSS y Afganistán,
que producirá el movimiento del “yihadismo internacional” cuando los
servicios de Inteligencia de EEUU, Reino Unido, Arabia Saudí y Pakistán
se involucren en el conflicto. Los planes estratégicos del general
Shtemenko (que estaba en la lista negra de los “médicos judíos”), uno de
los más destacados geoestrategas de la URSS junto con el almirante
Gorshkov y el mariscal Ogarkov, incluían una penetración pacífica y
cultural en Afganistán, además de la entrada de tropas soviéticas en
varias capitales árabes (Damasco, Beirut, El Cairo, Argel). La invasión
afgana de 1979 fue un gran error del alto mando soviético, ya que
desestabilizó Asia Central, precipitó a Afganistán al fundamentalismo
islámico y contribuiría a la sangría económica y al malestar social que a
su vez tendrían peso en el derrumbamiento de la URSS o, en palabras de
Vladimir Putin, “la mayor catástrofe geopolítica del Siglo XX”.








La globalización





Después de la caída del Telón de Acero, la URSS perdió la mitad de su
población y un cuarto de su superficie, convirtiéndose en la Federación
Rusa. Durante el reinado caótico de Boris Yeltsin de 1991-1999, Rusia
fue saqueada por oligarcas mafiosos —la mayoría judíos— y por
multinacionales extranjeras. La OTAN aprovechó para ganar influencia en
las repúblicas ex-soviéticas y los servicios de Inteligencia atlantistas
establecieron hubs en la misma Federación. Parecía que una cultura y un
poder iban a conquistar el mundo: una corriente absoluta y mundial,
neomarxista en lo cultural y capitalista-neoliberal en lo económico.





En esa época quedó claro que los globalistas son los
internacionalistas de nuestro tiempo, los nuevos “cosmopolitas sin
raíces” que pretenden disolver todos los pueblos, Estados, religiones y
señas de identidad en aras de un Gobierno Mundial o mundo unipolar, que,
controlado por una minúscula élite financiera —la cual por supuesto no
se disolverá en el maremágnum étnico que promueve para los demás—,
dominará a un rebaño mundial descastado y sin puntales de identidad
colectiva en torno a los cuales organizarse. La deslocalización
empresarial, la desertización industrial de Occidente, la deuda, el
interés, el narcotráfico, el feminismo, la trata de blancas, la
inmigración masiva, los atentados terroristas de falsa bandera y la
ingeniería social para modificar el comportamiento de pueblos enteros,
son las armas de los nuevos cosmopolitas sin raíces. Es la forma moderna
del monoteísmo (pensamiento único, uniformización) contra el politeísmo
(diversidad de centros de poder y pensamientos).





Pero estos cosmopolitas son los meros siervos de una entidad que,
como los Estados y las multinacionales, se comporta también como un
organismo vivo: el Capital. El dinero —cuando no equivale a trabajo
realizado o productos producidos, siendo dinero sin más y por tanto una
abstracción extremadamente peligrosa— es el Diablo, y las grandes
concentraciones de capital tienden demasiado fácilmente a adquirir
voluntad propia y luchar por sus propios intereses: concentrarse e
incrementarse para apropiarse del trabajo humano, de las mercancías que
elabora y de las personas que viven para producirlas y consumirlas. Para
ello, naturalmente, el Gran Capital debe expropiar las modestas
concentraciones de dinero que no se encuentran en sus manos,
especialmente los fondos soberanos de los Estados y los ahorros del
ciudadano corriente: para que unos pocos puedan ser muy ricos, unos
muchos deben ser muy pobres.





La situación en Rusia se ha ido revirtiendo después de 1999, en un
lento proceso de reconstrucción del antiguo poderío ruso gracias al cual
hoy la Federación vuelve a ser una superpotencia capaz de tratar de tú a
tú con el resto de pesos pesados del tablero mundial. Cuando en 2006 el
oligarca Mijail Jodorkovsky fue internado en una prisión siberiana,
después rajado en la cara por un recluso y después puesto en confinamiento solitario, cuando en 2009 Putin sentó a la mesa a varios oligarcas y forzó a Oleg Deripaska, el hombre más rico de Rusia, a firmar un documento clave, cuando en 2013 Boris Berezovsky fue encontrado
muerto en Inglaterra, el mensaje quedó lanzado: Rusia no es un apéndice
de la globalización decretada desde la City londinense y Nueva York, es
otro poder independiente con sus propios intereses. Los movimientos
estratégicos que han tenido lugar tras la caída del Telón se verán en la
segunda parte de esta serie de artículos.











NOTAS





[1] Oxo u Oxus era el nombre griego del río Amur Daria (Pamir).





[2] El nombre griego del Syr Daria.





[3] Great Lowland en la versión original.





[4] Iranian Upland en la versión original.[5] “The Geographical Pivot of History”, 428.





[6] Más información:


http://es.wikipedia.org/wiki/Grecobudismo





[7] Como conquistadores de India procedentes del Heartland
podemos citar los indo-arios, los macedonios y los mongoles (dinastía
Moghul, todavía vigente en el Siglo XVIII). No puede subestimarse
tampoco la influencia persa: el persa era en muchos lugares de India el
idioma culto de las élites sociales hasta la llegada de los ingleses.





[8] Familia Schiff (Jacob H. y Mortimer L.), hermanos Warburg
(Max, Felix y Paul), Armand Hammer, Kuhn Loeb & Co., Otto H. Kahn,
JPMorgan Chase, Max Breitung, Jerome H. Hanauer, Isaac Seligman, Solomon
y Daniel Gugenheim, Samuel MacRoberts (National City Bank), Lazard
Frères (París), Gunzbourg (París, San Petersburgo, Tokio), Speyer &
Co. (Frankfurt, Londres, Nueva York), etc. Olaf Aschberg, del banco
Svensk Ekonomiebolaget (Estocolmo) tuvo un importante papel de
intermediario, estando al frente del Ruskombank (el Banco Internacional
soviético, posteriormente Vneshtorgbank) y actuando como agente del
neoyorkino Guaranty Trust Company de la familia Morgan. El
Gosbank (Banco Central soviético, supuestamente estatal) tenía socios
privados: el más importante era Armand Hammer, de Occidental Petroleum
(Actual Oxy, representada por Al Gore).





[9] Y ver aquí:


http://www.o5m6.de/Routes.html





[10] Se refiere a la Conferencia de Casablanca
de 1943. Allí los aliados acordaron buscar de las potencias del Eje la
rendición incondicional. Que Alemania no aceptase una rendición
incondicional significaba que lucharía hasta la aniquilación y que la
guerra se prolongaría hasta el corazón del país.





[11] Y ver aquí:


http://jcdurbant.wordpress.com/2007/11/14/guerisseurs-empoisonnneurs-l%E2%80%99etrange-double-statut-des-medecins-juifs-dans-le-discours-antisemite-among-my-doctors-there-are-many-zionists/[12] La
financiación de los maoístas con dinero negro procedente del
narcotráfico del opio es un hecho poco mencionado en la historia
oficial. En la garganta de Nanniwan, provincia de Shaanxi, los
comunistas chinos montaron en 1941 un comité de producción de opio al
mando de Ren Bishi, en respuesta al bloqueo económico por parte del
ejército japonés y el Kuomintang. El opio financió las primeras
repúblicas soviéticas en China: Jiangxi y Yan’an. Más información sobre
el tráfico de opio y el movimiento comunista-maoísta en:





– “New Perspectives on the Chinese Communist Revolution”, The Blooming Poppy Under the Red Sun (Tony Saich, Hans J. Van de Ven).





– “The Blooming Poppy under the Red Sun: The Yan’an Way and the Opium Trade”, (Chen Yongfa, 1995).





– “Diario de Yan’an”, Peter Vladimirov (ver aquí).





http://www.chinauncensored.com/index.php?option=com_content&view=article&id=102:opium-saved-the-communist-party&catid=35:history-a-culture&Itemid=30  


Esta entrada fue publicada en Eurasia, Europa, Geopolítica, Historia. Guarda el enlace permanente.


Una respuesta a Heartland ―el corazón de tierra firme (I de II)


  1. maria choez dijo:
    aww¡¡ esto es muy importante para nosotros xk nos enseñan muchas cosas k no sabemos


Deja un comentario