martes, 17 de mayo de 2016

Judíos y Cristianos, la nueva y antigua alianza

Judíos y Cristianos, la nueva y antigua alianza










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LA ANTIGUA ALIANZA




Por: Jaime Velazquez Bon & Joel Adán Domínguez


Nuestra historia común inicia en una pequeña casa de Nazaret, donde una doncella judía dice “sí” al Señor Dios de Israel[1] que en su misterioso designio de salvación, envía a su Hijo a redimir al mundo[2].
El Dios de los judíos, el Dios de Abraham y de Jacob ha decidido
redimir al mundo y llevar su alianza a toda la humanidad. Ahora, la
promesa dada al pueblo elegido es participada a todo el hombre y no solo
un pueblo, que en su historia anterior al nacimiento de Cristo, había
sido el encargado del anuncio y conservación de las promesas de Dios
dadas a Moisés en el monte Sinaí.


 ¿Cómo
debe la Iglesia ver a este pueblo creado y elegido por Dios para ser
portador de su promesa y de su Ley, en donde el linaje de su propio hijo
ha sido enclavado en la historia?


La
respuesta a esta pregunta ha ido madurando a lo largo de 2000 años de
relaciones mutuas, que en no pocas ocasiones ha sido tortuosa y difícil.
Nuestra historia común nos ha dado alegrías pero también amargas y
dolorosas experiencias que deben hoy ser comprendidas, meditadas y por
sobre todo, superadas. La Iglesia afrontó esta problemática durante el
Concilio Vaticano II, celebrado entre 1962 y 1965, con total seriedad y
respeto al pueblo que durante cientos de años fue portadora de la
Revelación de Dios Padre. La declaración “Nostra Aetate” dice: “…la
Iglesia no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo
Testamento por medio de aquel pueblo, con quien Dios, por su inefable
misericordia se dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar
que se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado las ramas
del olivo silvestre que son los gentiles.”[3]
Los
esfuerzos de acercamiento con el pueblo judío han dado un giro
inesperado a partir de este documento, y dicho acercamiento debe darse
mediante el diálogo fraterno y el estudio teológico, sentando las bases
para el conocimiento mutuo y la fraternidad que como hijos de un mismo
Padre deben darse en el nombre del amor y la concordia.


Los judíos mataron a Cristo, ¿no merecen nuestro rechazo?


Esta
pregunta conlleva un profundo análisis teológico del judaísmo, no pocos
autores católicos han dado diversas conclusiones duras en contra del
judaísmo, y estas conclusiones han sido puestas en práctica en el pueblo
judío, principalmente en occidente. Sin embargo, no podemos
responsabilizar a todo el pueblo judío de haber cometido el “teocidio
del Hijo de Dios. Y es aquí donde debemos hacer una distinción
fundamental para comprender la dificultad que ha encerrado el diálogo y
la convivencia con el pueblo judío a los largo de nuestra historia.
Primero que nada debemos distinguir que una cosa es el pueblo judío,
como raza, como identidad cultural, como seres humanos; y otra es la
religión judía. Hasta antes de la llegada de Jesucristo, Nuestro Señor,
esta diferenciación no era necesaria, pues como pueblo y como religión
eran idénticos, eran una unidad. Pero con el advenimiento del Hijo de
Dios, su anuncio, y su sacrificio pascual, muchos judíos abrazaron la
conversión y, sin dejar de ser del pueblo judío, sí dejaron de ser
judíos en su fe para abrazar el cristianismo. Bastará ver que los
apóstoles son judíos de raza, pero no de religión, dejaron la Antigua
Alianza para abrazar la Nueva Alianza. Por lo tanto, debemos ser muy
claros al distinguir que tipo de relación debemos tener con este pueblo
que aún mantienen su fe el antiguo pacto y están a la espera del mesías
prometido.


¿A
quién debemos entonces culpar de la muerte de Jesucristo? Según
palabras del propio Joseph Ratzinger (S.S. Benedicto XVI), en su libro “Jesús de Nazaret II”, el evangelio de san Juan solo menciona “los judíos”,
pero no se debe considerar en esta expresión a los judíos como raza o
al pueblo de Israel, sino que debemos distinguir que san Juan “con ella designa la aristocracia del templo.”
En el evangelio de san Marcos, el relato define que los que aclamaban
la muerte de Jesús y la liberación de Barrabás era el grupo sacerdotal
judío y los “ochlos” que
significa una chusma o masa de personas, lo que supondría que eran
seguidores de Barrabás y adeptos a su revuelta contra la ocupación
romana[4]. 

Esto
es importante considerar al momento de intentar emitir un juicio en
contra del pueblo judío. No han faltado personas que les han maldecido
como raza ante este evento y los han satanizado a lo largo de la
historia, muchos católicos incluidos en tal injusticia. Los eventos del
holocausto son ejemplo aún vigente en la memoria de este pueblo que
sufrió la persecución y casi el exterminio por ideas racistas y
nacionalistas que culparon a este pueblo de los desgracias históricas en
sus propias naciones, donde no importaba su religión sino su raza, a la
cual consideraban inferior y debía ser sometida y exterminada. Ejemplo
de esta persecución contra la raza judía es la persona de Edith Stein,
judía convertida al catolicismo y que es conocida como  Santa Teresa Benedicta de la Cruz O.C.D[5], la cual muere en el campo de concentración de Auschwitz en 1942. Muere como judía de raza y como mártir de la fe católica.


Pero
el pueblo judío conlleva en su existencia un signo de predilección
divina, y no debemos olvidar que son los portadores de la promesa
divina, el pueblo de los patriarcas, el pueblo del Hijo de Dios, y como
tal goza de la predilección y primacía en el orden salvífico de Dios.
San Pablo nos dice en su carta a los romanos: “habrá
tribulación y angustia para todos los que hacen el mal: para los judíos
en primer lugar, y también para los que no lo son. Y habrá gloria,
honor y paz para todos los que obran el bien: para los judíos, en primer
lugar, y también para los que no lo son
[6].
Esta predilección de Dios por su pueblo elegido no queda anulada por la
perfidia de algunos judíos, pues como bien sabemos, muchos judíos
abrazaron la fe junto a los gentiles, y los que se han mantenido fuera
de la fe cristiana han sido la ramas cortadas del buen olivo y los
gentiles hemos sido incrustados en su lugar en el tronco[7].


Por
eso es que debemos despojarnos de todo sentimiento antisemita, de todo
sentimiento en contra de esta raza, pues no es la culpable de la muerte
del Señor. El respeto que debemos dar al pueblo judío nace y encuentra
su sentido en que son los hijos de la promesa, pueblo elegido por Dios
desde el principio. Además, en ellos recae la profecía escatológica de
la conversión al final de los tiempos, signo inequívoco de la parusía y
del juicio final, como podemos leer en la misma carta a los romanos: “Hermanos,
no quiero que ignoren este misterio, a fin de que no presuman de
ustedes mismos: el endurecimiento de una parte de Israel durará hasta
que haya entrado la totalidad de los paganos. Y entonces todo Israel
será salvado, según lo que dice la Escritura: <<De Sión vendrá el
Libertador. El apartará la impiedad de Jacob. Y esta será mi alianza con
ellos, cuando los purifique de sus pecados>>"[8].
  Siguen
siendo un pueblo predilecto por Dios y nosotros como gentiles hemos
sido incrustados en la historia y el destino de Israel por medio del
bautismo.


¿Eso significa que la religión judía es válida y salvífica como lo es la fe católica?


La
respuesta es un rotundo “no”. La teología de san Pablo fue enfática en
el anuncio de como el judaísmo ha perdido su hegemonía en el plan
salvífico de Dios y se han convertido en enemigos del hombre: “En
efecto, ustedes, hermanos, siguieron el ejemplo de las Iglesias de
Dios, unidas a Cristo Jesús, que están en Judea, porque han sufrido de
parte de sus compatriotas el mismo trato que ellas sufrieron de parte de
los judíos. Ellos mataron al Señor Jesús y a los profetas, y también
nos persiguieron a nosotros; no agradan a Dios y son enemigos de todos
los hombres
[9].
Son los enemigos teológicos de Dios y Nuestro Señor Jesucristo fue
contundente en sus condenas a este pueblo que se mantenía en su perfidia
aún ante los testimonios que daba de su poder: “Ustedes tienen por padre al demonio y quieren cumplir los deseos de su padre[10].
La enemistad que se dio entre el pueblo judío y el anuncio mesiánico de
Nuestro Señor Jesucristo tiene sus raíces en la humanidad misma, así
como Adán, el predilecto del Señor le desobedeció, el pueblo elegido
habría de desobedecerle, y con las mismas consecuencias que implicaba
para el género humano el pecado de Adán, las consecuencias de la dureza
del corazón de los judíos tendría consecuencias universales, por eso “son enemigos de todos los hombres.”
Y es en esta condición que el cristianismo y el judaísmo se han de
encontrar juntos en el desarrollo histórico hasta el final de los
tiempos. Enfrentados y sin reconciliación, pues no hay convivencia entre
la verdad y la mentira, entre lo espiritual y lo carnal. El judaísmo “carnalizó” el concepto de mesías al gritar “Barrabás, liberen a Barrabás[11],
confundiendo la libertad contra las cadenas del pecado que es la Gracia
Divina y el advenimiento del Reino de Dios con la libertad política
contra el dominio romano que anunciaba la figura del rebelde Barrabás y
los “ochlos” que le seguían. La traición del judaísmo al Mesías es una
traición a Dios mismo, que se ve reflejada en como colocaron sus
esperanzas de supervivencia en los poderes terrenales y no en la Divina
Providencia de Dios, gritando al procurador romano: “No tenemos otro rey que el César[12].


Es
en este contexto donde la historia de las relaciones entre cristianos y
judíos pueden ser analizadas y entendidas, pues como seres humanos que
son, resultaba incomprensible para el hombre común las fuertes disputas y
condenas que la iglesia hizo en contra del judaísmo. Pero comprendiendo
como el judaísmo es un enemigo teológico del cristianismo, es que
podemos analizar las medidas antijudías que caracterizaron la edad
media. Por ejemplo, el IV Concilio de Letrán (1215) promulgó cuatro
cánones contra los judíos: se les prohibía la usura, debían portar ropa
especial, se les excluía de cargos públicos y si se convertían al
cristianismo, no podrían celebrar sus ritos. Incluso, en el Concilio de
Basilea (1434) se les obligaba a escuchar sermones y debían vivir
separados de los cristianos. Posteriormente, con el predominio del
cristianismo en las regiones europeas, las expulsiones de judíos fue una
práctica común: Friburgo (1401), Tréveris (1418) y España  (1492)[13].


Relaciones hoy en día


El
cambio de actitud mostrado por la Declaración Nostra Aetate significa
un acercamiento amigable entre nuestras religiones a fin de profundizar
en los conocimientos mutuos y en las definiciones de conceptos
teológicos y antropológicos que nacen de la común raíz de ambos pueblos.
No podemos ignorar que son el pueblo elegido por Dios y con una
historia común. Me atrevo a pensar, que lejos de las recientes calumnias
levantadas contra la Iglesia y contra el Papa Pío XII a causa del
holocausto durante la Alemania Nazi, el dolor de la injusticia nos ha
hecho recordar que la medida de Dios en los hombres es el amor, y que el
pueblo judío no ha dejado de ser un prójimo al que debemos extender la
mano de fraternidad como hijos del mismo Padre y como un pueblo al que
hay que llevar la Palabra de Dios y la evangelización. Si en algún
tiempo prefirieron el turbante turco a la tiara papal, los eventos
recientes nos han permitido limar asperezas y el diálogo se ha retomado.
En 1974 se creó en la Iglesia Católica la Comisión para las Relaciones
Religiosas con los Judíos, con el fin de estimular y orientar las
relaciones con los judíos, y como dije al inicio, superar las múltiples
cicatrices que la historia nos ha dejado a ambos.

 Desde algún poco tiempo, nuestra relación se ha fortalecido a cierto grado de hermandad.


Con este espíritu de diálogo, S.S. San Juan Pablo II les visitó en la Gran Sinagoga de Roma en abril de 1986 y les dijo: “Sois nuestros hermanos y, en cierto modo, podría decir que sois nuestros hermanos mayores”. El Papa Benedicto XVI, siguiendo esta línea de fraternidad, y en un intento de no hacer referencia a Esaú, que es el “hermano mayor rechazado”, cambia el tono y les denomina “padres en la fe”.


No
cabe duda que las relaciones entre nuestras religiones debe prosperar,
pero sobre todo, debe comprenderse el sentido fraterno que debe reinar
entre los seres humanos,  pues a
pesar de las diferencias en la fe, la dignidad como hijos de Dios no
queda socavada de ninguna forma. Debe prevalecer la fraternidad en aras
de dar paso al diálogo interreligioso que nos permita cumplir cabalmente
con el mandato de ir a anunciar el evangelio a todas las naciones.[14]


Por
parte del pueblo judío, las muestras de amistad han sido notables, y
están dispuestos a este diálogo fraterno con la Santa Sede. Tal vez por
este diálogo renovado es que el rabino norteamericano e historiador
David G. Dalin en 2001 ha propuesto como “justo entre las naciones
al Papa Pío XII por sus esfuerzos y acciones que llevaron a librar de
la aprehensión y muerte a casi 800,000 judíos durante la Segunda Guerra
Mundial. Algo impensable hace algunas décadas.
 
Si bien, el judaísmo es la religión de la que surge nuestra fe cristiana, ésta no  está
en posición contraria a nuestras creencias. Más sin embargo, existe
cierta falta de plenitud en dicha religión, por las cuales, hace muy
improbable que in cristiano, consiente y bautizado se haga prosélito del
judaísmo.


El
judaísmo es la Antigua Alianza de Dios, en donde escoge a un Pueblo
para hacerlo suyo, para ir dando la revelación de su plan de salvación
al mundo con el fin de restaurar todas las cosas.


El
pueblo escogido de Dios no ha quedado en el olvido, de hecho, tenemos
como Palabra de Dios inspirada 46 libros que surgen de esta religión,
pero no como una ley observable para el cristiano.  El
pentateuco, representa la ley mosaica, a la cual, los judíos se sujetan
hoy día, no es una ley para el cristiano, el mismo Cristo nos dio
prueba de que la ley como es interpretada por los judíos es incompleta e
inobservable para la obtención de la gracia (Mt 5,21-22) (Mt 5,27-28)
(Mt 5,31-32) (Mt 5,33-34) (Mt 5,38-39) (Mt 5,43-44).


San
Pablo mismo declara, que la ley antigua sirvió como guía para que el
pueblo de Israel no sucumbiera en abusos y estuviera presentable para la
llegada del Mesías esperado (Gal 324-26), por ello, a veces somos
tentados a decir que el Dios del Antiguo Testamento no es el mismo del
Nuevo, debido a que nos parece impositivo, pero la realidad es que la
ley judía entre lo principal que tenía como objetivo, era que su Pueblo
se diferenciara de los pueblos paganos, por ello, hay más de 200
preceptos, que para un cristiano ya no le otorgan justificación, debido a
que a la llegada de la fe, el cumplir todos los preceptos del Antiguo
Testamento queda de lado.

 La observancia de la ley mosaica, no es imprescindible para el cristiano.



La Alianza incompleta


La
Antigua Alianza no está derogada, es decir, Dios no ha dejado a los
judíos sin Padre, los judíos alaban a Dios con todo su corazón, con toda
su alma, como único Dios que existe, lo rezan todos los días al decir
el Shemá.  Sin embargo, la
Alianza contiene elementos imperfectos que la hacen una religión
incompleta, que solo encuentra su perfección en el cristianismo.


La
Nueva Alianza, es decir, el cristianismo Católico, no es como si Dios
cambiara de parecer y dejara a su antiguo pueblo en desolación, la
realidad es que a los judíos fueron a los primeros que la Iglesia les
predicó, y los cuales, no están lejos de poder entender al cristianismo
como la perfección de la Alianza de Dios hecha en el Sinaí.


La
Antigua Alianza es la prefigura de la Nueva y perfecta Alianza, todas
las tipologías del Antiguo Testamento culminan alrededor de Cristo,
quien sella la Nueva Alianza en su Sangre (Lucas 22,19-20),  por
ende, la sangre de los corderos pascuales, con los cuales la Antigua
Alianza se renovaba año con año, ha quedado obsoleta, ahora tenemos un
cordero pascual perfecto y eterno, que no necesita sacrificarse año con
año, sino que con un solo sacrificio dio perfección a la Alianza de
Dios.


Imperfección desde el Sacrificio


Observemos
muy bien este detalle, en la Antigua Alianza, había un sumo sacerdote,
que año con año hacía un holocausto de corderos con los cuales, se
sellaba la Alianza, la sangre era por así decirlo, la tinta del sello,
la cual era usada para firmar año con año en días de pascua la Alianza
con Dios, dicha sangre, era derramada sobre el propiciatorio del Arca de
la Alianza, la cual era el objeto más sagrado y venerado de Israel por
representar el pacto. A su vez, el Arca estaba oculta en el Santo de los
Santos del Templo, el cual, era el lugar más sagrado de Israel, donde
estaba la presencia de Dios, el Santo de los Santos estaba cubierto por
una cortina color púrpura.

 Sacerdote a punto de entrar en el Santo de los Santos



Ahora bien, cuando Jesús muere en la Cruz, nos narra la Biblia, que la  cortina
del Santo de los Santos se rasga en 2 de arriba hacia abajo, dejando
ver el interior (Mateo 27,51), al suceder este acontecimiento, significa
solo una cosa: Sacrificios Obsoletos.


Cuando
Cristo dice: No quedará piedra sobre piedra, nombrando al Templo, es
motivo de escándalo para los judíos, no solo por el hecho de representar
una supuesta ofensa, sino por el hecho de que sin Templo los judíos no
tendrían manera de volver a los holocaustos de inmediato, pues 46 años
tardaron en levantar de nuevo el templo (Juan 2,20), y bien, se cumple
la profecía de Jesús 40 años después (Mateo 24,2), cuando el general
Tito destruye el templo, en concreto, era el 2do templo que destruyen en
Jerusalén.


Ahora
bien, como no existe Templo hoy, no hay Santo de los Santos, como no
hay Santo de los Santos, no hay sacrificio, como no hay sacrificio de
corderos, no hay sangre, como no hay sangre, no hay renovación del pacto
de esa manera, por ello, ser judío es aceptar que hay algo fundamental
faltante en la fe: El cordero. Pues un cordero comprado en una granja,
matado por la familia, sin templo, sin derramamiento de sangre en el
“lugar sagrado” (Levítico 14,13) sin un sacerdote que lo haga, no hay un
sacrificio válido, por ende, la Alianza sigue sin renovarse. Lo único
que ahora puede renovar la Alianza de un judío es consumir al nuevo
Cordero Pascual, puro y sin mancha, perfecto y eterno, el cual, pueden
encontrar solo en el Catolicismo.


Por
ello, en la mesa de las pascuas judías, desde el año 70 d.C. hace falta
un legítimo cordero, cuando destruyeron el primer templo de Jerusalén,
continuó el sacerdocio ejerciendo labores ministeriales en las tiendas, y
pasaron solo 400 años hasta que se edificó el segundo Templo, sobre el
cual Jesús predijo su destrucción, sin embargo, han pasado ya casi 20
siglos desde aquella destrucción del templo y hoy no hay oficio
sacerdotal, a pesar de que los descendientes de Aarón todavía existen, y
aunque edificasen de nuevo el templo, ya no hay Arca de la Alianza, y
aunque se pusieren a ejercer oficio, no habría una verdadera
descendencia sacerdotal, puesto que los descendientes de Aarón, y los
levitas de hoy, aun cuando ejecutaran la liturgia judía al pie de la
letra, en un nuevo templo, la realidad es que no hay un levita que
legítimamente pueda ocupar el cargo de sumo sacerdote, ya que este cargo
es de sucesión, si un levita de hoy, no puede legítimamente ocupar un
cargo de sumo sacerdote, por ende no hay sacerdotes subordinados.


Los levitas podrían elegir entre ellos a un sumo sacerdote, pero caeríamos en el mismo círculo: no hay sucesión.


Para
que verdaderamente un judío pueda renovar la Alianza, necesita un nuevo
templo, sacerdocio legítimo, y el propiciatorio, los judíos de hoy
tienen la esperanza de edificar de nuevo el templo en Jerusalén, sin
embargo ¿no sería más bien un capricho sin legitimidad?


Si
nuestros amados judíos tuvieran de nuevo todo listo para comenzar con
el sacrificio de corderos legítimamente, de cualquier modo estaríamos
hablando de obsolescencia desde nuestra perspectiva cristiana, puesto
que no creemos que un animal pueda ya quitarnos nuestros pecados, no
creemos que un corderito pueda limpiar nuestras culpas, ni la muerte de
un cordero pueda regresarnos la gracia de Dios.


La Antigua Alianza sigue en pie, sin embargo, obsoleta e incapaz de llevar a la perfección al hombre.


Llegarán
los días –oráculo del Señor– en que estableceré una Nueva Alianza con
la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que
establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos
salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era
su dueño –oráculo del Señor–.  Esta
es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de
aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la
escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y
ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro:
«Conozcan al Señor». Porque todos me conocerán, del más pequeño al más
grande –oráculo del Señor–. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no
me acordaré más de su pecado.    Jeremías 31,31-33


[1] Lucas 1,38
[2] Gálatas 4,4-5
[3]
Declaración Nostra Aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las
religiones no cristianas, p.4 (Roma, 28 de octubre de 1965)
[4]Jesús de Nazaret II, Joseph Ratzinger (Vom Einzug in Jerusalem bis zur Auferstehung, 2011)
[5] Canonizada por san Juan Pablo II el 11 de octubre de 1998 en la Basílica de San Pedro en Roma.
[6] Romanos 2,9-10
[7] Romanos 11,17-18
[8] Romanos 11, 25-27
[9] 1 Tesalonicenses 2,14-15
[10] Juan 8,44
[11] Mateo 27,21
[12] Juan 19,15
[13] Judíos e Iglesia, DicEc, www.mercaba.org
[14] Mateo 28,19

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