martes, 17 de mayo de 2016

Tierra Santa, de un viaje a un peregrinaje | Viaje con Escalas

Tierra Santa, de un viaje a un peregrinaje | Viaje con Escalas































“La meta de la búsqueda religiosa ha sido siempre una experiencia, no un mensaje”.

Karen Armstrong
Las reacciones inmediatas cuando hice
saber a algunos conocidos que visitaría Israel, pasaron de la sorpresa a
la incredulidad: “Es muy peligroso. Búscate un tour para que sea
más seguro. ¿Y el idioma? Espera a que la situación mejore ¿Qué no ves
las noticias?.
..”
Leí en algún lugar que en Israel, hay de tres a cuatro atentados por año. Me preocupó sobremanera, el último fue en Jerusalén
en octubre de 2015. Eso hizo incrementar mi temor. No en vano, lo que
se dice en los medios lleva una carga de verdad, pero también otra de
mentira. Después comprendí que uno muere atropellado al salir del
trabajo por un conductor ebrio o de una caída fortuita de las escaleras
de casa o tras un resbalón en el baño. La muerte no espera porque sabe
elegir el momento preciso. Así que me tranquilicé un poco. La siguiente
pregunta, antes de sugerirme otros destinos de viaje fue: ¿Y por qué
vas?
Fueron dos los propósitos, el primero
sucedió en julio de 2003 cuando mi madre me hizo prometer que a su
muerte, sus cenizas fueran esparcidas en el Río Jordán. “Te lo pido a ti, porque sé que tú, decía, eres el único que puede hacerlo“.
Así comenzó la idea de este viaje poco ortodoxo, principalmente por no
haber sido elegido por mí. Desafortunadamente en mayo de 2013 la hora
crucial había llegado.
El segundo propósito fue efecto de la
desgracia del primero, y como resultado, el regocijo por conocer otro
país, cultura, sociedad, o simplemente la implicación de salir de un
centro habitual de vida para internarse en otro, desconocido e incierto,
aunque dicen algunos, peligroso.
Fue un viaje poco imaginado y con la zozobra de que llegaría antes de lo esperado.
Llegado el día de partida, casi tres
años después de aquel 2013, como suele suceder ante lo aparentemente
arreglado, siempre hace falta algo, un sello, un papel, un trámite. Tras
correr de oficina en oficina burocrática dentro del aeropuerto de la Ciudad de México,
buscando una autorización de Sanidad Internacional que avalara la
veracidad de las cenizas humanas, crucé migración sin el citado sello,
pues ya no era necesario tenerlo, según versión telefónica del oficial
de salud del país.
Sólo unas preguntas más de las
autoridades migratorias, mostré los certificados respectivos, más una
urna funeraria hecha de sal. Las revisaron y la instrucción de lo que
entendí era el jefe fue contundente hacia su subordinado: ¿Ya te mostró la documentación? ¡Esto son cenizas, ya que se vaya!
Suelo leer poco del lugar a donde voy
antes de iniciar un viaje, aunque siempre es mi intención, no sirve de
mucho porque sólo imagino realidades aparentes. Utilizo, como muchos, el
Google Earth
que ayuda a tratar de imaginarme a distancia el lugar de destino. Se
puede hacer un recorrido virtual, pero nada más extraordinario que tomar
el avión y acomodarse en el asiento lo mejor que se pueda para soportar
las casi quince horas de vuelo efectivo y 28 el trayecto total.
El aterrizaje es en Tel Aviv,
una ciudad cosmopolita y cultural en las costas del Mar Mediterráneo.
Su nombre significa Colina de la primavera. Así es todo Israel, un país
de colinas. La moneda nacional es el shéquel. El tipo de cambio de uno
por 4.6 pesos mexicanos. A media cuadra del hotel, un comercio de comida
rápida ofrece un faláfel, una croqueta de garbanzo o haba con pan de
pita, el famoso pan árabe. La idea de estar en Israel termina por cuajar
tras los letreros en hebreo, la necesidad de pedir algo en un
restaurante o tienda, más la imposibilidad de darse a entender. El
hebreo se lee de derecha a izquierda, o al menos eso creo, pero para
abrirse las puertas basta decir shalom, palabra que significa paz,
bevakashá que es por favor y todá, gracias. Fueron las únicas tres
palabras que aprendí del hebreo.
Basílica de la Anunciación en la ciudad de Nazaret, al norte de Israel. |Fotografía: Jaime González
Basílica de la Anunciación en la ciudad de Nazaret, al norte de Israel. |Fotografía: Jaime González
Con las cenizas de mi madre a cuestas, dio comienzo el viaje y es Haifa la primera ciudad a descubrir, ciudad costera en donde el profeta Jonás se embarcó para ir a Tarsis (hoy España
o Gran Bretaña) desobedeciendo a Dios, y por ello, fue tragado por una
ballena que después lo expulsaría en tierra firme. Debió tener mucha
suerte Jonás para volver a tierra y debió ser muy excitante vivir dentro
de una ballena aunque parezca insostenible la historia, como podría ser
la siguiente:
Cuentan, que una mamá judía
ortodoxa le pregunta a su hijo lo que aprendió en la escuela ese día. El
niño, sorprendido, apenas logra ocultar su nerviosismo, le cuenta:
Hoy me contaron la historia de un
sindicalista llamado Moisés, que vivía en Egipto. Un día reunió un
sinnúmero de simpatizantes para protestar contra el régimen autoritario
por la explotación laboral de los trabajadores. 
Los ponían a trabajar de sol a sol
construyendo grandes pirámides. Moisés, por mucho tiempo, trató de
negociar la reivindicación de los derechos de los trabajadores sin
éxito, hasta que después de varios eventos meteorológicos de gran
magnitud, el Patrón, que era tan supersticioso, pensó que tratar así de
mal a Moisés le había provocado todas aquellas desgracias
climatológicas. Así que un día lo deja ir con todos sus agremiados.
Moisés, como gran dirigente que
era, los guía para buscar otro lugar en dónde vivir. Sin embargo, el
Patrón se arrepiente de haberlos dejado ir pues cayó en la cuenta que
había perdido gran parte de su fuerza laboral, que le resultaba de bajo
costo y muy productiva. Así que decide perseguirlos casi alcanzándolos
en el Mar Rojo. 
Al darse cuenta Moisés que el
Patrón ya los perseguían, decide con la ayuda de todas las secciones
sindicales, construir un puente largo por encima del mar que llegaba
hasta el otro lado del continente y que los ayudaría a cruzar. 
Cuando el Patrón le había dado
alcance Moisés y sus agremiados ya estaban cruzando el puente. Una vez
que cruzaron los seguidores de Moisés deciden dinamitarlo. Para esto,
sus represores habrían recorrido hasta la mitad del puente, así que, al
hacerlo sus perseguidores se ahogaron. 
La madre se quedó impávida ante
tal historia y con un tono de enojo, le cuestiona: ¿eso te enseñaron en
la escuela hijo? Mañana iré a hablar con la profesora. – ¡Pero mamá!, el
niño increpa. Es que si te digo lo que la maestra nos enseñó de verdad
sobre ésta historia, no me lo vas a creer. 
Hoy en día existen investigaciones
serias de lo que la Biblia cuenta de esta y otras historias más,
tratando de darle sentido a ese devenir, pero esto no deja de ir
escoltado por un sentimiento de fe que convence a unos y hace dudar a
otros. De ahí que el trabajo espiritual y religioso debe ser un
ejercicio personal.
Pero volviendo a lo sucedido en Haifa,
también se dice que Pedro el apóstol realizó su primera resucitación. La
ciudad fue una fortaleza y sus calles son un intrincado laberinto de
callejones. Dicen que Haifa es un lugar de trabajo, Jerusalén de oración
y Tel Aviv de diversión.
De la ciudad portuaria de Haifa al Mar
Muerto hay una distancia de 70 kilómetros, que si se recorre, se habrá
atravesado el estado de Israel. Dice un dicho que “si se viene de este a oeste, distraído, termina uno cayendo en el Mediterráneo”. Israel es un país de 22 mil kilómetros cuadrados, casi la misma superficie que el Estado de México.
Muy cerca de Haifa, se ubica otra ciudad
costera, Cesarea Marítima, dos ciudades que mandó construir Herodes el
Grande para contribuir a la grandeza de Roma. Fueron de los primeros
puertos en donde se realizaban actividades de comercio exterior. Cerca,
se ubica el Monte Carmelo, lugar en donde el profeta Elías afirma que
Jehová es el Dios verdadero. Hoy en día se pude contemplar la gruta en
donde según la tradición judeocristiana vivió el profeta Elías. Siglos
después, un grupo de personas fundó la Orden de los Carmelitas dada su
devoción a la Virgen del Carmen. Se dice que todavía existen monjas de
clausura, aquellas quienes dedican su vida a la oración sin salir del
convento carmelita.
Justo en las cercanías del Monte
Carmelo, la Biblia sentencia que tendrá lugar la batalla del Armagedón. Y
es increíble como una historia religiosa sugiere que podrá terminar en
otra sangrienta lucha de proporciones apocalípticas.
En tanto eso sucede, al recorrer Haifa,
me llama la atención algo que me resultó muy peculiar. Todas las puertas
de las casas tienen adherido un pequeño receptáculo de forma
rectangular de unos diez centímetros de largo de nombre mezuzá, que
contiene un texto bíblico de la Torá o Antiguo Testamento. Me percaté
después, que efectivamente todas las puertas de los hoteles en que me
hospedé tenían esta característica. Cada judío, al llegar a casa, lo
besa y eso significa estar en constante conexión con Dios. Es un signo
claro del judaísmo como lo es la celebración del Shabat del que relataré
más adelante.
Después de la Segunda Guerra Mundial, se
dice que las personas vestidas de negro, llamados Cuervos, con
sombreros peculiares y grandes patillas, tras padecer las atrocidades
del Holocausto, conservaron sus tradiciones, al grado de que el estado
de Israel los subvenciona hasta hoy con recursos económicos. En aquel
entonces eran unos cientos, después miles, incluso hoy día, se estima
sobrepasan ya el millón de personas.
Parece que no en muchos años esto se
convertirá en un serio problema social, pues las subvenciones crecerán,
ya que cada judío ortodoxo, fiel a su doctrina, tiene hijos sin control
de natalidad, mismos que acceden a la pensión del Estado. La parte
liberal de la población judía empieza a ver con malos ojos esta
realidad, pues incluso ya hay judíos ortodoxos ocupando puestos
importantes del gobierno israelí. Para algunos, no está nada bien que la
religión esté metida en la política, al grado de que en Israel no hay
matrimonios civiles, todos son religiosos. Si alguien se casa en el
extranjero no tiene validez en Israel, así que tendrá que volver a
casarse y solamente por la tradición conservadora u ortodoxa.
Vi desfilar por las calles, sobre todo
en Jerusalén, familias enteras hasta con diez hijos con no menos de uno o
dos años de diferencia entre ellos. Los más grandes, de 12 a 15 años,
ya se encargan de los más pequeños de uno o dos años. El promedio de
hijos por familia judía ortodoxa es de 5 a 7.

La tradición judía ortodoxa es estrictamente patriarcal.

El padre de familia sólo se dedica a
estudiar la Torá, en tanto que las madres necesitan trabajar, pues el
subsidio estatal no es suficiente. Y mientras que la mayoría de los
esposos se dedica casi todo el día a leer la Biblia hebrea y el Talmud,
que es la explicación del Antiguo Testamento, la madre se concentra al
cien por ciento, con la ayuda de sus hijos más grandes, al cuidado de la
familia.
¿A dónde vamos? Fotografía: Jaime González
¿A dónde vamos? Fotografía: Jaime González
Lejos de la tradición judía y sus
costumbres, Israel ha sido, como se afirma, un país beligerante desde
hace más de dos mil años en busca de la Tierra Prometida. No en balde
Jesucristo sentenció antes de morir, que en Jerusalén no quedará piedra
sobre piedra. Y se crea o no ésta profecía, Jerusalén ha sido
reconstruida como veinte veces. Y no sé si por designio o consecuencia,
pero para protegerse de las invasiones en los tiempos bíblicos,
construyeron Masada, una gran fortaleza a las orillas del Mar Muerto que
le sirve de segundo plano. Masada fue erigida sobre una gran peña de
piedra caliza a 450 metros de altura con una cima de 10 hectáreas por
Herodes el Grande. Fue el último reducto de la defensa judía contra el
imperio romano.
La fortaleza contaba con un sistema de
baños, sinagogas, torres de vigilancia, almacenes con paredes de un
metro y medio de grueso para conservar en buen estado los alimentos, y
hasta el monumental palacio de Herodes, en el que tenía una sola puerta
para un mejor control del acceso al Rey.
Desde las faldas de Masada, la fortaleza
parece inexpugnable, pues las laderas son tan empinadas que simplemente
era muy difícil de escalar, y aún con eso, quien se atreviera, tendría
que soportar el ataque enemigo desde lo alto. Sin embargo, Masada,
aunque no cayó por rendición, si lo hizo por suicidio. El ejército
romano construyó un gran puente de tierra y piedra por el lado menos
intrincado que a la postre le permitió llegar a la cima, pero los
Zelotas (hebreos extremistas) prefirieron suicidarse para no pasar a la
historia como un ejército derrotado. Actualmente se asciende a la cima
por un teleférico y si se desea hacerlo a pie, hay un sendero destinado
para eso sin el temor a ser atacado.
Hoy en día cada media hora circundan el
cielo, entre las desérticas montañas de Jordania y el Mar Muerto, los
aviones F-115 con la misión de custodiar la frontera de Israel. Los
graduados del ejército israelita acuden todos los años a jurar fidelidad
a su país y bandera a este lugar bajo el lema: “No más Masada”.
Después de la escalada a dicha
fortaleza, el Mar Muerto se dibuja en el paisaje desolado y amarillento
de las colinas interminables.
No sólo su agua hiper salada tiene la
fama de ser sanadora, sino que la tierra llena de minerales sirve de
mascarilla corporal para embadurnarse y posteriormente darse un buen
chapuzón en el salado mar. Y con una mínima gota de agua que salpique el
ojo, basta para no soportar el ardor. Si llegáramos a tomar un trago
accidentalmente, el grado de deshidratación sería tal que se corre serio
peligro de muerte, pues es ocho veces más salado de lo normal. Es
prácticamente imposible hundirse ahí, pues la salinidad es tan espesa
que uno flota aunque se niegue. Así que es una idea perfecta nadar de
muertito como si fuera una gran cama de agua.
Después del chapuzón, la piel toma otra
textura. Y no sé si se limpiaron las impurezas, pero sí experimenté un
grato momento de relajación. Esa noche fue la primera que dormí
excelentemente bien, ya que la diferencia de horario me traía
desorbitado.
En pleno siglo XXI, hay quienes no
entienden eso de que el Mar Muerto está a 400 metros bajo el nivel medio
del mar. Una pareja de hondureños se negaban ir porque pensaban que
habría que sumergirse a nado 400 metros para llegar al lugar. Su
argumento era: “no, nosotros no vamos a la visita. No sabemos nadar…”

“De regreso al hotel en Tel Aviv,
decidí dar un recorrido por la ciudad para cenar. Hay muchos bares y
lugares de comida internacional. Los precios son exorbitantes”
.

Una cerveza cuesta de cuatro a 26
sequeles y las cenas típicas se elevan hasta 52. Después de volver al
hotel para descansar, por la mañana, inició el traslado hacia la región
de Galilea, al norte de Israel. Cuentan que de Haifa a Galilea principió
Jesús su misión evangelizadora. Y a partir de aquel momento el viaje se
asoció inevitablemente, al devenir del pueblo de Israel, la vida del
Mesías y los textos bíblicos.
En Galilea, el recorrido dio un giro con
destino insospechado. Resultó ser un parteaguas entre lo espiritual y
el hecho mismo de viajar. Se convirtió sin quererlo, en un peregrinaje.
Desde niño, la idea que tenía de Israel, o mejor dicho de Tierra Santa,
no era más que, entre otras cosas, lo que mostraba en una película
titulada El Mártir del Calvario más las sesiones del catecismo debajo de
un pirul en el cerro cercano desde donde se vislumbraba, a veces
transparente, la Ciudad de México. En ese lugar aprendí para olvidar
pronto, los Diez Mandamientos y la esencia del cristianismo, pues nunca
fui un católico ferviente. Más bien fui cumpliendo con los preceptos
típicos que exigía mi herencia religioso-cristiana: bautismo, primera
comunión y confirmación, hasta hoy.
Al arribar al Mar de Galilea, que en
realidad es un lago a 200 metros por debajo del nivel del mar (aquí
tampoco hay que sumergirse los mismos metros para llegar) no evité, por
primera vez, hacer una especie de vínculo entre lo aprendido en la
doctrina y la realidad.

El Mar de Galilea o de Tiberíades, nombrado también así para honrar al
emperador romano Tiberio, es de agua dulce y surte de este líquido a
Israel. En este sitio, Jesús conoció a Pedro, a quien le entregó como es
sabido, las llaves de su iglesia.
En el Mar de Galilea sucedieron otros
tres hechos significativos para el cristianismo: la pesca milagrosa, la
calma de la tempestad y la caminata de Jesús sobre el mar. Al verme ahí,
me embarqué para dar un recorrido en el que con solemnidad izan las
banderas de los países de donde son originarios los turistas que visitan
el lugar. Después por el sonido del barco se escuchó éste cántico:
Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre, en la arena he dejado mi barca, junto a ti buscaré otro mar.”
Y el grado de susceptibilidad para ese
momento del viaje, me hizo recordar con nostalgia la iglesia local, en
la que treinta cinco años atrás, lo entonaba con mucho mayor fervor
religioso antes de recibir la primera comunión. Pero hubo otros que me
recordaron la devoción de mi madre por la vida de Jesús, y en general,
lo que significó para su fe este lugar del mundo. Su recuerdo,
cristalizó mis ojos que la paz del lugar calmó gracias a un viento
tímido. Pensaba en lo relatado en los Evangelios y no podía imaginar una
tempestad en aguas tan apacibles como son las del Mar de Galilea.
Los tripulantes de la embarcación lanzan
una red emulando la pesca milagrosa, que no pasa de ser más un acto de
entretenimiento que devoto. En la primera lanzada piden al turista sacar
la red del mar. Al no pescar nada, uno piensa que viene la pesca
milagrosa en la segunda lanzada, pero sólo simulan sacar un pez de
madera. La risa es general y el recorrido termina con un baile grupal en
la embarcación con cánticos en hebreo.
De regreso al hotel, Galilea se me
reveló como un árbol adornado con muchas luces brillantes sobre un
sinfín de lomas escarpadas que se reflejaban en el lago.

El hotel me ofreció una cena en un restaurante cercano. La recepcionista
me dio 50 shéqueles, llamó un taxi y me entregó una nota escrita en
hebreo para que se la diera al taxista. Lo único que entendí fue el
número 21 con el que empezaba la nota.
La recepcionista me asegura que lo que dice ahí es: “Llévelo al restaurante El Rancho, pase por él a las 21 horas y traerlo de regreso al hotel”.
Confiado, se lo mostré al taxista que sin leer el papel, me dio su
tarjeta de presentación insinuando que cuando terminara de cenar, le
marcara por teléfono para que regresara por mí. Le insistí con cara de
impaciencia, agitando en sus narices el papelito en cuestión que lo
leyera. No sé cómo el tipo, que ni hablaba inglés y con lo limitado del
mío, supuso que le llamaría para solicitar el taxi en hebreo. Tal vez
pensaba que al estar en esta tierra, por revelación, aprendería el
idioma para solicitarlo. Ante mi insistencia, leyó el papel y regresó
por mí un taxista diferente a las nueve de la noche. Por un momento
imploré que el papel no dijera:
Ejecútelo a las 21 horas en punto…
Al día siguiente tocaba visitar el
Jordán, río que nace en el Monte Hermón, desemboca en el Mar de Galilea y
sigue su rumbo hasta el Mar Muerto. Es el río que divide a Israel de
Jordania. La imagen que tenía en mente antes de conocerlo era
hollywoodesca, un río de agua corriente, laderas cristalinas y pureza
ilimitada, pero por el contrario, es un río muy apacible de agua
ligeramente verdosa y hasta cierto grado estancada que empieza a
circular hasta en tanto no activan la presa que contiene el Mar de
Galilea. Con mi madre en mano y su cautiverio de casi mil días en la
urna funeraria, por fin llega la hora de su liberación.
La susceptibilidad de la que fui víctima
vibró la piel. En un instante, desaparecieron las personas y frente a
mí, el Río Jordán se dibujaba como un mini paraíso en el que se
escuchaba el trino de un solo pájaro. El cielo era de un azul intenso,
un viento pacífico y la temperatura era agradablemente templada. Las
pocas nubes pinceladas, adornaban el cielo como un remanso paradisiaco
detrás de varios pinos-limón en hilera. Recordé los ojos de mamá cuando
me hacía saber que su mayor deseo era conocer, los lugares en dónde
caminó Jesús, al que agradece infinitamente haberle obsequiado la
primera de las virtudes teologales: la fe. Eso le ponía la piel chinita
tanto como a mí en aquel momento.
Tierra Santa, del viaje a la peregrinación. |Fotografía: Jaime González
Tierra Santa, del viaje a la peregrinación. |Fotografía: Jaime González
Una parte de su deseo, se había vuelto realidad el 18 de febrero de 2016.

La nostalgia se convirtió en un momento mágico. Tras un silencio comencé
la lectura del mensaje de despedida que escribí la noche anterior, pues
temía no encuerdar una sola palabra cuando llegara el momento. El
Jordán, como ella le decía, comenzó a circular de norte a sur en una
leve corriente. Las palabras llegaban con dificultad, asaltadas por un
terco nudo gargantil, a pesar de que presumía gran fortaleza para
cumplir su última voluntad. Con mucho esfuerzo leí la despedida final.
He aquí las palabras:

Madre:

Después de 2 años, 7 meses y 18 días, aquí me tienes, en las
orillas del Río Jordán con un vendaval de recuerdos de ti, de tu vida,
de todo lo que fuiste, de lo que has sido estos casi mil días hecha
cenizas para toda tu familia.
Ahora, entre mis manos, te entrego
a las de Dios, justo en el lugar en dónde lo pediste. Los cuatro días
antes de hoy, te he llevado conmigo recordando a cada rato, tus risas,
tu compañía, tu enfermedad, tus últimos días, y en especial, aquel en el
que nos despedimos para siempre.
En ésta urna de sal, además de mis
manos, hay 22 más que me están ayudando a cargarla. Yo solo no podría.
Son las manos de toda la familia, que seguramente quisieran estar aquí. Y
aunque físicamente no es así, lo están en espíritu.
Dije una vez, que en tanto no
estuvieras aquí, tu muerte era un punto y seguido, pues faltaba cumplir
esa última voluntad. Hoy, ese punto y seguido, es ya un punto final.
Gracias por tu larga vida…

Así, con la dificultad que da establecer
contacto con el espíritu de mamá en el Jordán, sus cenizas, o mejor
dicho, lo que quedaba de ella, comenzó su recorrido eterno. El agua
verdosa se tiñó de un gris oscuro en esa pequeña orilla reservada para
el acto.
Espiritualmente, terminó una etapa de mi
vida y comenzó un sosiego, al menos temporal, antes de sumergirme en el
Yardenit, en donde recibí un nuevo bautismo emulando el de Jesús en el
Río Jordán. El sitio exacto, dicen, está en el mismo río pero más
cercano a Jericó, en la región de Judea.
Ajeno a tal desavenencia, lo que me
sucedió en aquel lugar, fue una extraña sensación, pues al sumergir mi
cuerpo con la ayuda de un sacerdote en las aguas del Río Jordán, pareció
que transcurrió largo tiempo, porque la sensación de ahogo fue tal que
al emerger, aspiré con desesperación una bocanada de aire que
sorprendió, en tanto, el sacerdote sentencia: “Hoy, volviste a nacer. Por cierto, ¿Sabes que tu nombre en hebreo significa “vida”?…”
Y más que una promesa cumplida o la
cristalización de un sueño, la visita al Río Jordán significó un
reencuentro conmigo mismo. Tal vez, como dijo el sacerdote, volví a
nacer. Y aunque no estuviera convencido de tal renacimiento, motivado
por la suspicacia emocional del instante, debo aceptar que algo de mí
cambió. Ignoro a ciencia cierta qué, pero después de esa experiencia,
algo se agita en mi interior.
El Sermón de la Montaña, una de las más famosas prédicas de Jesucristo citadas en la Biblia.
El Sermón de la Montaña, una de las más famosas prédicas de Jesucristo citadas en la Biblia.
En la región de Galilea se ubica también
el Monte de las Bienaventuranzas. Como todos los lugares santos,
siempre existe la polémica de si tal lugar es en realidad donde sucedió
tal acontecimiento. En éste sitio es en donde se dice, ocurrió el
llamado Sermón de la Montaña. Y del tema seguro hay libros completos que
lo explican, pero en general, se asegura que las bienaventuranzas son
ocho, y van desde la pobreza del espíritu, hasta actos extremos de amor
como es poner la otra mejilla ante un golpe, cosa que en estos tiempos y
aquellos, muy poca gente creo lo haría.
Si caemos en la cuenta que Tierra Santa
es un lugar de muchas colinas y montes, los discursos de Jesús eran casi
siempre en lo alto de alguna, porque además de un tema de acústica se
creía estar más cerca de Dios. Así el Tabor fue el lugar de la
transfiguración, Los Olivos o Getsemaní, de la oración y aprehensión,
Tabgha, lugar del milagro de los panes y los peces, e incluso el
Gólgota, el de su crucifixión o el Monte de las Tentaciones.
No es la excepción el Monte de las
Bienaventuranzas. Jesús, les hablaba a los pobres en un idioma diferente
con el que se dirigía a sus discípulos. Les hablaba en parábolas que
cobran mayor sentido cuando se conoce este lugar. La parábola que cuenta
ser más fácil que un camello entre en el ojo de una aguja, que un rico
al reino de los cielos, hace suponer una aguja para zurcir ropa. La
aguja referida era un mirilla de más de un metro de largo por unos diez
centímetros de ancho que figuraba en las murallas de Jerusalén. Sin
embargo, lo que más pasaba por ahí era una lanza en la que el tirador se
preciara de gran tino. Y la parábola no sugiere que, contrario al rico,
un camello sí podría pasar por tal aguja, sino que la idea de asociar a
un rico con la banalidad, vanidad y superficialidad de la vida,
significaba una carencia de fe y por tanto la imposibilidad de entrar al
Reino de los Cielos, derecho casi reservado a los pobres.
La Iglesia de las Bienaventuranzas es
octogonal. Cada lado tiene los principios de las ocho que se conocen
comúnmente. La cúpula vista desde afuera es tosca, sin decoración, pero
por dentro es dorada y se experimenta un gran silencio. “Lo importante es lo que existe dentro, lo que brilla contra la simpleza” aseguraba quien me lo contaba.
Al salir, la vista del Mar de Galilea es
espectacular. Lo silencioso del lugar es buen pretexto para apaciguarse
un breve momento. Algunos peregrinos se sientan en piedras o en el piso
para orar. Aseguran que hacerlo, es mirar hacia uno mismo para
comprobar la existencia de Dios. Dicen que estar ahí es como darle
sentido al sufrimiento, para dar paso a la paz interior en ese largo
peregrinaje que es la vida.
El sol se refleja en el Mar de Galilea,
deslumbra un poco y los peregrinos confiados en su fe, afirman que Dios
dirige su vida porque sacia de esperanza el corazón.

Del Monte de las Bienaventuranzas me trasladé a Tabgha, en donde se
afirma tuvo lugar el milagro de la multiplicación de cinco panes y dos
peces que sirvieron para alimentar a una muchedumbre de cinco mil
personas. Dentro de la iglesia está una piedra de color negruzco y una
vela que consume el fuego eterno sobresale bajo el altar que la cubre.
Se dice que es el punto en dónde sucedió el milagro gracias a estudios
arqueológicos. Entonces la fe y ciencia son colocadas en un mismo plano
para un propósito de relatividad común.
La iglesia tiene dos nombres, uno en
griego y otro en hebreo: Heptapegón y Tabgha respectivamente. Ambos
quieren decir Siete Fuentes, que eran las fuentes de agua salada que
entraban en el Mar de Galilea, paradójicamente en un lago de agua dulce.
Como muchos altares y construcciones,
esta iglesia también fue destruida y reconstruida varias veces. Así, del
año 28 al 350 fue una iglesia judeo-cristiana. Del 350 al 500
bizantina. En el 614 la destruyeron los persas, finalmente, en 1982 la
iglesia fue restaurada basada en la arquitectura bizantina.
En Tierra Santa como toda iglesia
cristiana tiene un significado. Tabgha cuenta con el Deaconicón, lugar
de preparación de la eucaristía. La sacristía, lugar de cambio de ropas
de los sacerdotes. El ábside, el centro. El Púlpito, donde se predica la
palabra de Dios. El Atrio principal y el Nártex, éste último, atrio
destinado a los penitentes y los no bautizados.
En la época bizantina le encargaron a un
artista egipcio hacer unos mosaicos con flora y fauna del Nilo, así
como simbolismos cristianos. El artista hace una descripción de la
multiplicación con cuatro panes y dos peces. Decía que el quinto pan era
Jesús. De un lado se logra ver un pavor real que para el cristianismo
significa vida eterna. En otra parte se simboliza con una garza y una
serpiente la lucha entre el bien y el mal. La garza en sus garras
siempre vence a la serpiente.
La siguiente estación es el Monte Tabor
que significa Ombligo, lugar donde ocurre la transfiguración de Jesús en
la que muestra su divinidad a tres discípulos: Pedro, Juan y Santiago.
Los evangelistas y protestantes dicen que dicha transfiguración sucedió
en el Monte Hermón que se ubica en la frontera de Líbano, Israel y
Siria.
En la transfiguración, junto a Jesús, se
aparece el profeta Elías y Moisés, el rostro de Jesús era más brillante
y sus ropas más blancas. Las oraciones dentro de la iglesia son de una
altura divina que simulan la voz de Dios: “Este es mi hijo amado, a
él oírlo. No tengan miedo. No cuenten a nadie hasta que el hijo del
hombre resucite de entre los muertos
“.
Como en todo Israel, aquí también hubo
reconstrucción y destrucción de iglesias y templos. En este caso, la
actual se construyó sobre otras dos. Saliendo de la iglesia, desde la
cima, se logra vislumbrar dos de los tres valles más hermosos de Israel.
El verdor del paisaje sirve de alfombra
hasta toparse con las colinas grises. Estas a su vez, revientan en el
horizonte, en donde el cielo y las nubes que simulan un gran aliento
divino, dejan libre en medio del valle un gran círculo azul por donde
los rayos del sol se filtran y se descomponen para formar un gran arco
iris que se entierra, de un lado, en las faldas de las colinas y en
otro, en el centro del valle. Y es como la naturaleza regala al
visitante este milagro multicolor.
El Monte Tabor fue un paso más que
representó una oportunidad para cambiar las expectativas de lo que
entendía como religiosidad, o al menos para intentar definirla de manera
más clara, porque antes de descender, y a modo de despedida, dieron las
doce del día y comenzaron a repicar las campanas de todas las
catedrales e iglesias de los alrededores. Las colinas hacían un eco
celestial de un sonar armónico que me dejó una sensación de tranquilidad
transitoria el resto del día.
De camino a Jerusalén, sobre la
carretera, se vislumbra Jericó en Territorio Palestino, de la que se
dice es la ciudad más antigua del mundo con más de nueve mil años de
existencia, custodiada por el Monte de las Tentaciones. Previo al arribo
a Jerusalén, hice dos paradas: Cafarnaúm y Nazaret.
Cafarnaúm fue un floreciente puerto
pesquero en la ruta hacia Damasco, Siria. Hoy son ruinas que se
conservan como eran en tiempos de Jesucristo. Entre otras cosas, hay
restos de una sinagoga del Siglo III D.C. y un grafiti de la época en
arameo y griego que dice: “Jesucristo nuestro señor, auxílianos”
En Cafarnaúm también se encuentra la casa de Pedro. En aquel tiempo, era una ciudad de tan solo 250 habitantes y se le nombró “La ciudad de Jesús”,
pues pasaba gran parte del tiempo ahí. Fue la ciudad en donde se
realizaron gran parte de los 37 o 39 milagros de Jesús, entre ellos la
curación de la madre de Pedro, el paralítico, el muchacho endemoniado y
la hija de un centurión.
La Casa de Pedro en Cafarnaúm. |Fotografía: Misterios con Xana
La Cinagoga en Cafarnaúm. |Fotografía: Misterios con Xana
Investigaciones arqueológicas han
demostrado que Jesús se hospedaba de manera constante en casa de Pedro,
pues la distancia entre Nazaret y Cafarnaúm no permitía ir y venir todos
los días. Sus detractores apelarían al don de la ubicuidad, pero todo
tiene una razón de ser y que a la luz de muchos resultan estas y otras
cosas, más que inexplicables. Muy cerca de aquí, Jesús le dijo a Pedro y
Andrés que serían pescadores de hombres. Y es en casa de Pedro en donde
junto con sus discípulos comenzaron a orar, de esta forma había
iniciado el ministerio de Jesús que hasta nuestros días permanece.
La casa de Pedro es de piedra volcánica y
hoy en día se la conoce como la Domus Ecclesia, quizás, la primera
iglesia cristiana. Con la fe que asiste a los fieles, y algo de
esfuerzo, tratar de imaginar a los discípulos orando, o a Jesús sentado
en alguna de las habitaciones interiores, son cosas que de verdad hacen
vibrar las fibras humanas más profundas. Parecería que las piedras
liberan, en un eco milenario, las plegarias que continúan su voz divina
como queriendo decir algo, hablándole claramente al alma del visitante
que se atreve a mostrarla.
De Cafarnaúm, hacia el sur, la siguiente
ciudad de este peregrinaje es Nazaret, lugar en el que se afirma un
ángel le anunció a María la Virgen, que sería madre a sus 16 años y en
donde transcurrió la infancia de Jesús. Desde la colina más alta se
puede contemplar la ciudad en su particular esplendor. Se proyecta como
una postal provinciana de largos cielos azules y sol brillante.
Aquí, comenzó todo”, decía un
sacerdote con asegurada convicción, pues María decide aceptar ser la
madre de Jesús y por lo que ahora existen en el mundo más de mil 200
millones de fieles católicos, casi el 18% de la población mundial.
Debajo de la Basílica de la Anunciación, con una cúpula que simula un
cáliz inverso, hubo otras bizantinas y más. Sin embargo, el sitio en
donde se dice que María recibe la visita del ángel, está protegido con
una reja que muestra la Cruz de Jerusalén: una cruz griega rodeada por
otras cuatro de la misma forma, pero de menor tamaño, situadas en cada
uno de los cuadrantes delimitados por sus brazos. Fue usada en la época
de las cruzadas y desde entonces permanece.
Un altar en primer plano se erige dentro de la gruta con la frase: “Verbum caro hic factum est”, “Y el verbo se hizo carne”.
Una frase, que sin ser creyente, es poderosa, pues es cuando la
palabra, simplemente, se somatiza en cuerpo y alma. La celebración de la
eucaristía en el idioma local entona cánticos que llegan gustosamente
hasta los sentidos en una armonía que invita a exaltar el alma y
corazón. Y si se es muy devoto, resultan ser una invitación a la
contemplación. Los cánticos llegan a todos sus rincones y rebotan
también en mis oídos y hasta parece que el mundo se paraliza por un
instante para dar paso al sosiego y paz.

Las ruinas de la casa de María
significan para el viajante, una conexión directa no sólo con el lugar,
sino con su fe, es, un tropiezo individual en donde su andar espiritual
significa, inevitablemente, un celestial cobijo.

Por la tarde ocurrió el traslado a la
última ciudad a visitar. Para esta etapa del viaje, ya había tenido una
descarga monumental de emociones, desde el depósito de las cenizas de mi
madre en el Jordán, mi bautizo, las bienaventuranzas, la
transfiguración, Cafarnaúm hasta el Mar de Galilea, Nazaret y Tabgha.
Todavía no era consciente lo que habría que experimentar los siguientes
dos días en el corazón de las tres religiones monoteístas, en la Ciudad
de Paz, significado de Jerusalén.
Ein Karen, donde nació Juan el Bautista|Fotografía: www.jerusalemshots.com
Ein Karen, donde nació Juan el Bautista|Fotografía: www.jerusalemshots.com
Pero antes, quedaría por conocer Ein
Karen, donde nació Juan el Bautista, el Museo de Israel en donde se
resguardan los Rollos del Mar Muerto, el Museo y Memorial del Holocausto
y Belén. En Jerusalén conocería la ciudad antigua, el Muro de las
Lamentaciones, la Vía Dolorosa para llegar al Gólgota, el Monte Sión en
donde está la tumba del Rey David, el lugar de la Última Cena, la Abadía
de la Dormición, desde donde la Virgen María ascendió al cielo. El
Monte de los Olivos, el Getsemaní, la Basílica de la Agonía y finalmente
el lugar más sagrado para los más de mil 200 millones de personas: el
Santo Sepulcro.
Así que solté las amarras de mi cuerpo
para dar una vuelta de reconocimiento lo que restaba de la tarde-noche
de ese día, hora de llegada a Jerusalén. No pude recorrer más que la
calle de Jafa, que desde el hotel termina justo en las murallas de la
ciudad vieja.
Jafa, es un gran calle ancha por donde
transita la poca vida nocturna de la ciudad. En medio circula un tren
eléctrico. Aquí se encuentran las tiendas, bares al aire libre y lugares
de esparcimiento. Los Cuervos, como se les dice aquí a los judíos
ortodoxos, vuelan por todos lados. Hubo uno de barba pintada levemente
de blanco y patillas al vuelo, con guitarra y bocina portátil, entonaba,
lo que supuse era una alabanza que armonizaba una esquina, y así, se
granjeaba unos cuantos shéqueles más a su pensión estatal.
Cayó la noche y las luces ámbar del
alumbrado público realzan el color de las construcciones de piedra
caliza. La caminata nocturna, me llevó hasta el hotel Rey David, uno de
los más famosos y emblemáticos de la ciudad. En el piso, se pueden ver
las firmas de muchos líderes mundiales, artistas y demás celebridades
que se han hospedado ahí.
La vida nocturna es relativamente
tranquila. Otro grupo de judíos liberales desentonaban la canción “Hotel
California” en un ambiente cordial. En realidad, creo que se divertían
más de lo que lograban ganar por tal espectáculo aunque el público era
numeroso.
El siguiente día comenzó con la visita al Museo de Israel ubicado
en la Colina de la Tranquilidad. Está construido en donde estaba el
Palacio de Herodes. En él están resguardados los Rollos del Mar Muerto
encontrados en 1947 por un grupo de beduinos esenios. Los Rollos fueron
escritos sobre piel de cabra. En ellos están escritos los textos
bíblicos más antiguos que se han encontrado hasta hoy con una existencia
de dos mil años.
Se dice que los esenios se fueron al
desierto para hacer una vida religiosa abandonando hijos y familia,
motivados por la hipocresía y corrupción que imperaba entre los rabinos
judíos. Incluso hay versiones que Jesús era esenio, porque criticaba lo
mismo que ellos. Los esenios cosechaban dátiles y antes de orar se
sumergían dos veces por día en un baño ritual con agua de lluvia que
almacenaban para purificarse.
Los Rollos fueron descubiertos en unas
vasijas de barro. Están exhibidos bajo una cúpula blanca, a prueba de
bombas, que simula a las vasijas en las que fueron encontrados. En el
museo se pueden contemplar algunas partes de ellos y parece increíble
que hayan sobrevivido tantos años en unas simples vasijas, incluso, se
conserva el libro completo del profeta Isaías.
También se exhibe una gran maqueta de la
Jerusalén en tiempos de Jesús. Yo calcularía que es de unos 25 metros
de largo por 10 de ancho aproximadamente. Es un trabajo muy detallado ya
que está hecha de piedra caliza como actualmente deben ser todas las
construcciones que se hagan en Jerusalén. Se puede ver desde un balcón
en todo su esplendor simulando la vista que se tendría desde el Monte de
los Olivos.
El muro de los lamentos |Fotografía: www.prensacristiana.com
El muro de los lamentos |Fotografía: www.prensacristiana.com
Se muestran las murallas, que en su
tamaño original serían de casi medio kilómetro. Lo único que quedó de
esa gran muralla fue lo que es hoy el Muro de los Lamentos. La piedra
más pesada que se colocó encima es de 570 toneladas. El emperador romano
Tito destruyó la ciudad en el año 70 D.C. pocos años después de que
Jesús ya había predicho que de Jerusalén no quedaría piedra sobre
piedra.
El lugar más importante en aquel
entonces era El Sancta Santorum. Ahí, el Sumo Sacerdote era la única
persona que podía entrar sólo una vez en el año. Llevaba un pectoral con
12 piedras preciosas que representaban las doce tribus de Israel. Al
entrar al templo se ataba una cadena en el pie y llevaba una campana,
porque si veía a Dios, la hacía sonar para que lo sacaran. Si alguien
ajeno al Sumo Sacerdote entraba al Sancta Santorum el castigo era la
pena de muerte.
Sólo entraba el Día del Perdón, que es
el día después del fin año judío cuyo motivo principal es limpiar los
pecados durante la siguiente semana.
Las murallas de Jerusalén tenían 7
puertas más una. La más importante es La puerta Dorada o de la
Misericordia. De acuerdo a la creencia judía, por ahí llegará el Mesías.
Alrededor de la puerta hay un cementerio judío, porque dicen que cuando
llegue el Mesías ellos serán los primeros en resucitar. Los musulmanes,
aunque no creen en la tradición judía, y por si las dudas, también
tienen uno cerca de la puerta para ser ellos los primeros. Los
cristianos no son la excepción debido a que también para ellos tiene
otro significado, pues no sólo por la Puerta de la Misericordia fue por
donde Jesús entró a Jerusalén el Domingo de Ramos, sino que también por
ahí se espera la segunda venida de Jesucristo.
Otro lugar marcado por su trascendencia y
divinidad fue la Piscina Probática o de Bethesda. Se dice que en este
lugar bajaban los ángeles todos los días para agitar el agua y los
enfermos se sumergían para curarse. Estando Jesús ahí, había un
paralítico que no podía llegar hasta la piscina y lo curó, haciéndole
cargar su camilla en día sábado, ofendiendo así la tradición judía del
Shabat. De ese acto, fue fuertemente criticado al ser uno de los
argumentos de sus detractores en el juicio que lo llevó a la
crucifixión.
Hoy en día todavía se sigue practicando
este baño ritual por todo judío ortodoxo, pero lo hace en una piscina en
la que se sumergen desnudos. En el caso de las mujeres lo hacen antes
de casarse o después de la menstruación. Si no se sumergen, no pueden
tener relaciones sexuales con sus esposos. En el caso de los
ultraortodoxos, ni siquiera le puede servir de comer.

Los hoteles en Israel son de dos
camas individuales y es porque, si la mujer está en su periodo de
menstruación, se considera impura y por tanto no puede dormir junto con
su marido. Incluso, los esposos no pueden ir a ver al hospital, cuando
acaban de dar a luz hijas o esposas porque aseguran que están impuras.

Después de salir del Museo de Israel, la
siguiente parada fue Ein Karen, lugar de nacimiento de Juan Bautista.
La gruta en donde nació se conserva hasta nuestros días y es un lugar
muy reverenciado por los fieles, porque a él se le concedió la gracia de
anunciar la llegada del Mesías.
De Ein Karen volví a otro museo, al del
Holocausto. Y lo que se puede ver ahí deja el alma hecha trizas. Todo
cobra un sentido menos espiritual pero más intenso emocionalmente
hablando. En el museo no se pueden tomar fotografías pero hay desde
banderas nazis, vídeos, fotos, periódicos, crónicas, objetos, entre
otras cosas que se refieren a esta infame historia que fue el Holocausto
judío. Lo que más me sorprendió fueron dos cosas.
La primera, que después de escuchar
algunos testimonios de sobrevivientes y recorrer casi todas las salas,
llegué a una en donde se exhiben algunos objetos como cucharas, platos,
sillas, pero al toparme con los uniformes de prisionero que usaron los
judíos en los Campos de Concentración, la sensación de escalofrío fue
tremenda. Ya imaginar que esos uniformes los usó alguien que está muerto
era demasiado. Sentí como si quisieran decirme algo y uno piensa mucho
en la miseria humana; en hasta dónde podemos llegar los seres humanos
con tal de lograr nuestros oscuros propósitos.
La segunda, fue que al salir del museo
han plantado varios árboles que sirven de homenaje a todas las personas
que de algún modo lograron salvarles la vida a los judíos, incluso a
costa de la suya, como fue la polaca Irena Sendler a quien se conoce
como “El Ángel del Gueto de Varsovia”. Fue una enfermera que
ayudó y salvó la vida de más de dos mil 500 niños sacándolos del gueto
en sacos, cajas de herramientas, bolsas de papas, cestos de basura o
cualquier otra cosa que sirviera para esconderlos. Cuando la descubren,
los nazis la torturaron brutalmente para que delatara a todos sus
colaboradores. Le dieron la pena de muerte, pero antes de la ejecución
se la llevó un oficial alemán para hacerle un interrogatorio más. Al
llegar al lugar, le dice: “corra”. Al día siguiente, su nombre
estaba entre la lista de los ejecutados. Habían sobornado al oficial
nazi para que la dejara escapar. Ella siguió trabajando con identidad
falsa hasta que terminó la guerra.
El Ángel del Gueto de Varsovia, murió en 2008 a los 98 años de edad, ella decía: “La
razón por la cual rescaté a esos niños tiene su origen en mi hogar, en
mi infancia. Fui educada en la creencia de que una persona necesitada
debe ser ayudada de corazón, sin mirar su religión o su nacionalidad
”.
Irena Sendler |Fotografía: www.sprawiedliwi.org
Irena Sendler |Fotografía: www.sprawiedliwi.org
De estas historias del Holocausto hay
millones. Pero, después de escuchar esta, el árbol da una leve sombra y
cobra otro sentido al conocer la razón de haberlo plantado, porque más
que en él, pienso en Irena Sendler como un auténtico mensaje de esperanza que convence a los afligidos.
El museo tiene un gran archivo de tres o
cuatro pisos tal vez, en los que van recopilando los testimonios que
del Holocausto siguen surgiendo. Los testimonios son sometidos a pruebas
de autenticidad, si el caso se considera real, se archiva. Y es
lamentable que todavía haya tanto espacio por llenar en ese gran
edificio que es un archivo mismo. Ojalá que no sean muchas historias
más, y no por que no se quieran contar, prefiero pensar que no existen
ya.
Del horror de la muerte al milagro de la vida fue el camino del Museo del Holocausto a Belén, lugar de nacimiento de Jesús.
Para ir a Belén hay que salir de Israel e
internarse en Palestina. La gruta del Pesebre es el santuario cristiano
más antiguo del mundo. Y es curioso que sólo el 2% de los palestinos
sea cristiano. La ciudad esta un tanto descuidada. Hay una población
total de 45 mil habitantes de habla árabe. Su economía se basa en el
turismo en un 70%. Belén, del hebreo al español, significa Casa del Pan y
del árabe al español Casa de la Carne. Nunca se podrá leer un letrero
con la palabra Belén, porque al estar en territorio palestino, se
traduce como Bethlehem. Tanto para musulmanes y cristianos la veneran
por haber sido la Ciudad del Rey David, quien nació ahí también. Llegué
casi a las 2.30 de la tarde y estaban por cerrar la Basílica de la
Natividad en la que conviven tres iglesias: ortodoxos griegos, ortodoxos
armenios y católicos, tres monasterios, tres campanarios.
Para poder entrar a la gruta me dicen
que normalmente hay que esperar de tres a cuatro horas para estar dentro
tal vez un minuto o incluso segundos, por el gran número de visitantes.
Para entrar al santuario construido sobre la gruta del Pesebre se hace
por una puerta que se le denomina La puerta de la Humildad que mide 125
centímetros de alto.
Esta altura era para evitar la entrada
de los caballos. Así que para entrar hay que inclinarse, lo que
representa una forma de respeto al santuario. Sin embargo, el lugar es
una combinación de construcciones armenias y cruzadas. Hay un colorido
número de lámparas y candelabros que la adornan.
Al entrar al santuario ya habría una
gran fila de turistas que estaban dejando el lugar, porque estaba por
comenzar una celebración en la gruta, sin embargo, sin esperarlo, sólo
nos quedamos cuatro personas en la gruta por más de 5 minutos. Pudimos
admirar su interior. No es nada ostentosa, hasta podría decir que está
descuidada. Esta suerte, de quedarnos solos en la gruta tan pocas
personas, refiere el guía de turistas, ha sido de muy pocos al grado de
sorprenderse él mismo.
El lugar físico en donde nació Jesús
está marcado por una estrella de plata con catorce puntas que
representan las catorce estaciones del Vía Crucis y las catorce
generaciones desde Abraham a David, de David al exilio en Babilonia y de
Babilonia a Jesús. Normalmente no dejan tocar nada, pero esa vez hasta
el guardia de seguridad estaba ausente. Así que al llegar a la gruta a
uno se le revela el sitio: un pequeño altar con un gran número de
lámparas colgantes que lo custodian.
A un lado, el Pesebre en donde llegaron a
adorarlo los tres Reyes Magos, implicó un retorno nostálgico de los
primeros años de mi infancia, en los que la llegada de los Reyes Magos,
tenía un significado mágico, felicidad desbordada y nerviosismo
excitante por ver a un lado del zapato el juguete deseado sin siquiera
saber que tal acción simulaba el oro, incienso y la mirra. Solo me
pregunto, ¿para qué querría un niño tener en su poder estos tres
elementos? Al menos, yo sigo sin conocer la mirra. Pero ese retro-viaje
al pasado, se conjuntó con el instante de estar en la gruta como una
iconografía permanente de una parte de la historia de mi vida en un
recorrido cargado de emociones reveladas.
Contiguo a la Basílica de la Natividad
está la de San Jerónimo, quien tradujo la biblia del arameo. En esta
iglesia se transmite la Misa de Gallo en la navidad a todo el mundo.
Para la festividad del nacimiento de Jesús, los ortodoxos lo celebran el
6 de enero, los armenios el 18 de enero y católicos el 24 de diciembre.
Estas fechas cambian debido a que unos usan el calendario juliano y
otros el gregoriano.
De regreso a Israel casi para cruzar la
frontera para salir de Palestina, un grupo de palestinos se agredían a
pedradas para terminar a balazos con la policía fronteriza israelí
emulando la misma imagen que se ve en televisión: encapuchados contra
soldados. La policía ordena desviar el tráfico y la exaltación es tal
que el susto me hizo recordar aquellas advertencias de la peligrosidad
de viajar a esta parte del mundo. Así que de inmediato cambiamos de
calle para llegar por otro lado hacia la frontera. Al salir, a mis
acompañantes de tour, respetables catalanes, los soldados israelitas les
regalaron una imagen santa y a mi me pidieron el pasaporte. Nunca
entendí el acto. Tal vez los mexicanos tenemos más fama de malhechores
que lo que nosotros mismos imaginamos.

Regresé a Jerusalén por la tarde. Era viernes y estaba a punto de
comenzar lo que los judíos llaman el Shabat, fiesta que recuerda su
relación con Dios para honrarlo desde el viernes por la tarde hasta el
sábado antes la aparición de la primera estrella.

En el Shabat se alaba a Dios con magnas
oraciones. La bendición del pan y el vino es fundamental para que haya
alegría. La importancia del Shabat es tal que, si muere un familiar en
primer grado, el sufrido debe orar siete días seguidos en señal de
duelo. En ese lapso de tiempo, no se cambia las ropas, no se baña, no se
rasura y una semana está sentado en el piso orando.

Si por ejemplo su familiar muere el
miércoles, el jueves y parte del viernes se dedica a orar hasta a antes
del Shabat. Llegando éste, tendrá que ponerse alegre, reunirse con la
familia, orar, para volver en la tarde-noche del sábado a su duelo. El
Shabat es un acto del que todo judío no puede dejar de practicarlo pase
lo que pase.
Pero también hay otras cosas que durante
el Shabat no se pueden hacer: no se prenden luces, no se usan
elevadores, no se trabaja, no se hace absolutamente nada. Al grado que,
en Israel, los refrigeradores tienen una traba para desactivar la luz
mientras dura el Shabat. Solo se puede caminar pero no se puede andar en
vehículo, no hay transporte público, no hay tiendas, mercados, ni
restaurantes abiertos.
Y de las cosas más increíbles que no se
deben hacer durante el Shabat son: no unir dos hilos, no borrar o
escribir dos o más letras, transportar un objeto de áreas públicas a
áreas privadas y viceversa, o cargarlo, hilar lana, despellejar un
animal, etc. Esto se deriva de los trabajos que había que hacer para
construir los tabernáculos o tiendas en donde vivían los judíos hace dos
mil años.
La calle se vuelve fantasma. Hay muy
pocos vehículos. Todo judío se dedica a visitar a sus familiares o se
reúnen en las sinagogas, o incluso, rentan salones en hoteles, ya que
tampoco pueden viajar. La central de autobuses permanece sin alma alguna
que llegue o salga de la ciudad. Cuando me advirtieron que vería cosas
raras en el Shabat no lo creí, así que pensé que algunos
establecimientos estarían abiertos para comprar mi cena, pero la gran
decepción fue tal que me quedé sin cenar ese día. Sin advertirlo,
ascendí ese día por otro elevador que no estaba marcado como Shabat
elevator, por el cual debemos utilizar los no judíos. La mirada del niño
que me vio subir fue de gran sorpresa, tenía frente a él a un blasfemo.
Pese a ello, los únicos sobrevivientes
en las calles somos los turistas, quienes afanosamente buscamos sin
fortuna algún establecimiento abierto que no sea de dueños judíos.
Dentro de todo, el Shabat permite la unión y sana convivencia familiar,
pues pasan un día completo festejando y orando al Creador.
Lo poco que se puede permitir es leer,
bailar, cantar y lo mejor de todo, ese día es el mejor para rememorar la
creación del mundo haciendo el amor. El Shabat termina a las 6 o 7 de
la tarde-noche del sábado, pero ya desde temprano tocaba hacer el
recorrido por Jerusalén a través de la Vía Dolorosa o Via Crucis. Y este
recorrido fue un corolario de todo lo vivido en los días anteriores,
fue como un resumen geográfico-existencial con una intensidad que solo
es soportable gracias a la fe, al alma y al espíritu que uno debe cargar
para aquel momento del viaje.
Se habla de guerra cuando se habla de
Jerusalén, en realidad, es una ciudad pacífica que hace honor a su
significado: Lugar de Paz.
Jerusalén se considera un lugar santo y
no solo porque materialmente es por dónde Jesús caminó, sino que es un
lugar en donde la iglesia venera el misterio de la vida de Cristo, por
ello, se considera un sitio santificado principalmente por la oración y
fe de los creyentes.
Como se sabe, el Via Crusis es el camino
que Jesucristo recorrió de la condena a la sepultura. Son catorce
estaciones en total. Aunque actualmente la ruta trazada no es la
original, debido a las construcciones que se erigieron a los largo de
dos mil años. Para hacer el Via Crucis original, habría que atravesar
construcciones, muros y casas. Así que no todas las estaciones son el
lugar real en donde se dice que Jesús estuvo.
El interior de la Basílica del Santo Sepulcro. |Fotografía: www.forosdelavirgen.org
El interior de la Basílica del Santo Sepulcro. |Fotografía: www.forosdelavirgen.org
El trazado actual de la Vía Dolorosa o
Camino del dolor serpentea por los sinuosos callejones de la Ciudad
Vieja. Principia en el convento del Ecce Homo, que significa éste es el
hombre y son las palabras que Poncio Pilato pronunció para presentar a
Jesús ante los judíos, para terminar en la Basílica del Santo Sepulcro
donde, según la Biblia, resucitó.
Agruparía en tres las catorce
estaciones, aunque no hace mucho, el Papa Juan Pablo II las cambió a
quince con orden distinto, agregando unas y quitando otras. Estas nuevas
quince estaciones se basan absolutamente en el Nuevo Testamento. Por
ejemplo, la primera que es la condenación, la cambió por la aprehensión
en el Huerto de Getsemaní en el Monte de los Olivos y la quinceava que
adiciona es la ascensión al cielo. Sin embargo, en Jerusalén se sigue la
tradición de las catorce estaciones originales.
El primer grupo de estaciones, abarca de
la primera a la quinta: la flagelación, condenación, primera caída, el
encuentro con su madre y cuando Simón de Cirene le ayuda a cargar la
cruz.
Es de resaltar que en la capilla de la
flagelación se logran ver en el piso de hace dos mil años surcos
tallados que simulan juegos de la época. Por la Vía Dolorosa hay muy
pocos lugares en que se conservan los pisos originales. Se distinguen
muy rápido porque en algunos de ellos se trazaron canales sobre el piso
para que los caballos no patinaran.

El segundo grupo va de la sexta estación a la novena y son el encuentro
con Verónica, la segunda caída, el encuentro con las mujeres piadosas
hasta la tercera caída.
De este grupo de estaciones, el
encuentro con Verónica me pareció el más glorioso, porque al limpiarle
la sangre con un pañuelo, la imagen del rostro de Jesús se queda
impregnada. Verónica se regocija y tal vez por eso cobre sentido su
nombre, pues en griego significa: “Imagen Verdadera”. En el
lugar, hay una frase en latín inscrita sobre una piedra que dice: Pia
Veronica Faciem Christi Linteo Deterci que significa algo parecido a: “Piadosa Verónica, aquí en el lienzo, el rostro de Cristo…”
El tercer grupo que va de la décima a la
catorceava estación sucedieron en la Basílica de la Resurrección, desde
que es despojado de sus ropas, clavado y muerto en la cruz, hasta que
es bajado y sepultado.
Del Via Crucis, podría decir que dos
estaciones son las que, en una combinación de nerviosismo y miedo a lo
desconocido, me causaron un peso enorme en mi cuerpo del que no podría
describir con palabras, más que cerrando los ojos, imaginarlo para
quizás volverlo a sentir. Esos dos lugares fueron el de la crucifixión y
el Santo Sepulcro.
Respecto al primero, la fila es inmensa
para darse unos segundos debajo del altar, hacer una oración o
simplemente tocar o admirar. Los turistas se arremolinan y cuando tocó
mi turno, tenía frente a mí el pequeño altar en el que se dice fue el
Gólgota, el lugar en donde colocaron la cruz. El Gólgota era el sitio en
dónde los romanos crucificaban a los condenados y cuyo significado es “Lugar de la calavera”.
Se dice que en búsquedas arqueológicas, detrás del altar, se encontró
una cueva con lo que se pudo comprobar que ahí fue el sitio de la
crucifixión. Dicen que uno cree lo que quiere creer, pero en la roca
encontrada, con muy poca imaginación es casi evidente la forma de una
calavera la que se deja ver.
En el agujero en donde se colocó la
cruz, pude meter la mano sin sentir el fondo del mismo creyendo que era
normal. Al preguntar por pura curiosidad a algunos compañeros de viaje
si habían tocado el fondo, me dijeron que si. Al ver sus brazos y
compararlos con los míos, calculé estaría a unos 40 centímetros. Yo metí
la mano unos cinco centímetros más arriba de mi codo. Simplemente fue
inexplicable. Algunos refieren que poner la mano en donde fue la
crucifixión es haber hecho una conexión con el cielo tocando la tierra.
Yo no supe que hacer, pues mis treinta segundos que correspondían a mi
turno se habían consumado. Después de la crucifixión la cruz se partió
en tantos pedazos que mucha gente y museos del mundo aseguran tener uno o
al menos una astilla. Y se dice que son tantos que se podría construir
con todos ellos muchas cruces más.
El segundo momento y quizás el que más
me provocó una sensación mezcla de impaciencia, nervios, ansiedad y
sopor indescriptibles, fue el acceso al Santo Sepulcro. Como si de
repente se juntaran todas las emociones que somos capaces de sentir, se
agruparan en un gran recipiente y se le agitara con intensidad.
La iglesia actual del Santo Sepulcro
data del año 335 y fue construida por Constantino, el emperador romano.
Me cuentan los altares que se construyeron antes quisieron ser borrados
por el emperador romano Adriano para construir un templo para el Dios
Júpiter sin conseguirlo. La iglesia actual pasó todos los avatares que
pretendieron destruirla bizantinos, cruzados y hasta un loco persa que
la quemó, y sin embargo, sigue en pie.

Tuve la suerte de no tener que
esperar mucho. Este sitio es el más sagrado del cristianismo en todo el
mundo. Geográficamente estar aquí me hizo sentir afortunado.

Los griegos y armenios ortodoxos
comparten la custodia del lugar junto con los católicos. Incluso existe
una Orden del Santo Sepulcro que data del año 1098, cuyo fin es proteger
este lugar sagrado de los infieles. Antes fue custodiado por los
franciscanos y desde que los expulsaron los otomanos, han luchado por
recuperarlo, pero parece que ya se ve muy complicado porque optaron por
levantar un convento muy cerca.
En Semana Santa
los armenios, sirios, coptos (egipcios cristianos), griegos y
católicos, se dan con todo con tal de ser los encargados de encender la
primera vela que da inicio a las celebraciones correspondientes.
Esperé poco menos de media hora para
entrar. El Santo Sepulcro tiene una antecámara en la que se exhibe una
piedra que data de hace dos mil años y es el preámbulo a la cámara
principal, el lugar mismo en donde posaron el cuerpo mancillado de
Jesús, después de su baño ritual para purificarlo y haberle colocado las
mortajas blancas, con las cuales, según la tradición judía, dejaban al
cuerpo listo para su resurrección que ocurriría para cuando viniera el
mesías, pues para los israelítas de hoy, Jesús, solo fue un judío más.
Con cierto nerviosismo traté de asomarme
por encima de algunas cabezas al interior, que está sólo alumbrado un
pequeños candelabros de una tenue luz ámbar. Se escuchan las oraciones
individuales en un murmullo generalizado. Me tocó ver a personas que
desde la antecámara se entristecían sus miradas, como tratando de
resumir en unos segundos sus propias vidas y tal vez la distancia
recorrida para llegar al lugar.
Gente de todas las nacionalidades acude
aquí con el alma desnuda o hecha pedazos para acaso, según su fe,
reordenar las piezas del rompecabezas que solía ser su vida hasta antes
del momento. Poco antes de entrar, la fila tras de mí daba vuelta al
Santo Sepulcro y se perdía desde el acceso.
Dentro de la cámara mortuoria no se
puede tomar fotos ni vídeo, a pesar de eso lo intenté. Puse en grabación
mi celular para intentar captar algo del interior clandestinamente.
Así, llegó mi turno, la puerta es pequeña y uno se tiene que agachar
para poder entrar. Dentro, se me reveló una plancha de piedra y un clima
agradablemente tibio. Fue como un alejamiento breve del mundo exterior.
Con la mano que tenía libre, dudé en tocarla, cuando lo hice, sentí una
conexión energética que recorrió mi antebrazo. Comenzó a hormiguear
como cuando uno se da un golpe leve en un nervio del codo que hace
dormir el brazo.
Me hinqué al igual que las otras tres
personas que entraron conmigo, posé mi frente en la plancha de piedra.
Quise decir una oración, pero no se me ocurrió absolutamente nada, mi
voz se entrecortó, tenía un nudo en la garganta, mi mente se puso en
blanco, enmudecí y no pude hacer otra cosa que guardar silencio, cerrar
los ojos y permanecer así durante cuarenta segundos.
Al salir, con una sensación de
desconcierto y mansedumbre, compré un manojo de 33 velas, que significan
los años que vivió Jesús. Eran muy delgadas y las encendí todas juntas
con el fuego eterno que está fuera del Santo Sepulcro. Al encender todas
las apagué de inmediato. Dicen que ese ritual significa llevarse
consigo al lugar de origen, la luz del Creador. Las pequeñas velas se
pueden volver a encender cuando alguien pase una gran pena, cuando se
pide orar por la salud de alguien, y entre otras cosas, simplemente para
recordar la experiencia más extraordinaria que mil 200 millones de
personas quisieran tener, y de la cual, me considero una persona
afortunada por haber estado ahí.
Cuando vi mi celular para revisar lo que
había alcanzado a grabar, tenía un mensaje que decía que la batería
estaba casi agotada y que la memoria estaba llena. Lo apagué y encendí
de nueva cuenta, pues media hora antes lo había recargado en su
totalidad y había trasladado mis fotos a mi ordenador, cuando enciende,
contaba con 90% de batería disponible y un par de gigabytes libres de
memoria. Sólo se lograron grabar tres segundos de oscuridad justo al
entrar al Santo Sepulcro.
Al salir de las murallas de Jerusalén,
me dirigí al Monte de los Olivos, particularmente al Huerto de
Getsemaní. En todo el Huerto sólo subsisten ocho olivos del tiempo de
Jesús. También se levanta la Basílica de la Agonía o de las Naciones en
la que se conserva un fragmento de roca en la que, según la tradición,
Jesús oró la noche de su aprehensión inmediatamente después de haber
sido entregado por Judas Iscariote y de celebrar la Última Cena.
El huerto está cercado debido a que se
volvió incontrolable la depredación de los olivos por parte de los
turistas. No los culpo, pues la necesidad de hacerse de algún objeto de
culto que signifique mantener una conexión con lo que se considera
sagrado, se vuelve una acción inevitable para su fe.
Me dicen que no es muy común, pero cada
cuatro o cinco años podan los olivos del Huerto, y es cuando las ramas
cortadas las amontonan fuera de la cerca, precisamente para que los
fieles puedan tomarlas de olivo a gusto y placer. Justo un día anterior a
mi vista los habían podado y fue como me hice, sin costo, de mi propio
recuerdo del Huerto de Getsemaní. Al subir en el Monte de los Olivos se
puede contemplar la vista más espléndida de Jerusalén, custodiada por
sus murallas y el cielo algodonado que le hace de lienzo. Resalta sobre
la ciudad vieja la mezquita Al-Aqsa que quiere decir mezquita más
lejana. Dice la tradición musulmana que el profeta Mahoma subió al cielo
desde éste lugar en el año 621. La cúpula conocida como la Cúpula de la
Roca domina Jerusalén como un gran botón dorado de piedra. Se dice que
fue construida sobre el Templo de Salomón y es la mezquita más grande de
Jerusalén porque puede albergar a cinco mil personas dentro y alrededor
de ella.
En su interior, se conserva la piedra en
donde según los musulmanes, Abraham se dispuso a sacrificar a Ismael y
los cristianos y judíos a Isaac. Esa es una de las razones por las
cuales conviven en este lugar las tres religiones; aunque a veces los
musulmanes les lancen piedras desde la mezquita a los judíos mientras
oran en el Muro de las Lamentaciones; aunque un loco palestino se inmole
en nombre de Alá y mate a inocentes; aunque los judíos consideren a
medio mundo blasfemo por no cumplir con las reglas del Shabat, con todo
eso y más, Jerusalén se da tiempo para convivir en paz la mayoría del
tiempo en tanto no llegue el Mesías por primera o segunda vez o Alá no
elimine a todos los infieles de un plumazo.
Casi por llegar al final del viaje, me
trasladé al lugar en el que se realizó la Última Cena o Cenáculo. Cuando
llego ahí, pienso en la única imagen que la mayoría de los católicos le
viene a la mente, el cuadro de Da Vinci en el que se ve una mesa larga
en un gran salón con los Apóstoles sentados y hasta con ventanales al
fondo. En realidad, la tradición judía era estar hincados en el piso y
haciendo una especie de herradura en torno a Jesús, de quien se dice
estaba en un extremo. Aquí sucede el tradicional Lavatorio de Pies;
nació la institución de la eucaristía y es en donde se constituyó la
organización denominada Custodia de Tierra Santa, encargada del cuidado
de 49 lugares considerados bíblicos. Jesús les deja a sus Apóstoles en
herencia su famoso último nuevo mandamiento ámense los unos a los otros,
como yo los he amado como un intento desesperado por apostar que el
amor es lo único que puede salvar a las personas de sí mismos.
La Cena Pascual une dos religiones. Los
judíos celebran su liberación de Egipto y los cristianos el día de la
resurrección de Jesús. Ambas suceden después de la primera luna llena,
aunque para los cristianos es el primer domingo después de ésta. De ahí
que a veces es en marzo y otras en abril.
Todos los viernes se recorre el Via
Dolorosa hasta el Calvario en una de las tradiciones que se ha
conservado por siglos, en la que gente de muchos países renta una cruz y
acude a este lugar para compartir con sus allegados o grupo de
visitantes, la gloria de hacerse de su propio Via Crusis en una de las
experiencias más espirituales de lo que su fe les representa.
En el Monte Sión está la Abadía de la Dormición de la Virgen María. |Fotografía: www.forodelavirgen.org
En el Monte Sión está la Abadía de la Dormición de la Virgen María. |Fotografía: www.forodelavirgen.org
Muy cerca del Calvario, se ubica el
Monte Sión en donde está la Abadía de la Dormición de la Virgen María. Y
más que la resurrección, este pasaje me pareció el acto más sublime de
todo el viaje. Para el cristianismo aquí ocurrió la muerte de la Virgen
María. Sin embargo, unos evangelios apócrifos cuentan que en realidad la
Virgen María no murió, sino que, al quedarse dormida, subió al cielo,
por ello la diferencia entre Asunción y Ascensión. La Asunción de María
significa que fue llevada en cuerpo y alma al cielo por el poder de
Dios, a diferencia de la Ascensión de Jesús que lo hizo por su propio
poder.
El tipo de muerte de la Virgen María es
lo más extraordinario que le podría pasar a cualquiera, porque una como
la de Jesús, implicaría salir al encuentro con todas esas humillaciones,
insultos y vejaciones que se cuentan en nombre del perdón y del amor.
Hasta ahora no conozco a nadie que esté dispuesto a ello, quizás por eso
el fervor religioso de millones de personas siga vigente. Todos
queremos paz, anhelamos que no haya guerras, hambre, violencia,
desgracias humanas, y nuestras plegarias se alzan con esa voz
recurrente, pero nadie estamos dispuesto a cargar la corona de espinas.
Es así, que la historia de Jesús, se crea o no, es una historia que sólo
se puede comprender, si alejados de nuestros prejuicios, estamos
puestos a dejarnos llevar por la grata experiencia que significó
peregrinar por aquella parte del mundo y dejarse llevar sin freno por
todos esos lugares.
El último sitio por conocer antes de
terminar el recorrido fue el Muro de las Lamentaciones. Me tocó justo en
la mañana del sábado, en el que todavía estaba vigente el Shabat y no
se permite tomar fotografías en ningún lugar que los judíos consideran
sagrado. Por tanto, mi idea icónica de hacerme la foto con el kipá
(especie de gorro que usan los judíos hombres) y oración escrita en
papel en el momento de insertarla en alguna ranura del muro, sólo fue un
acto que quedó grabado en mi memoria del que no habrá evidencia gráfica
por ahora, porque dicen que el que visita Jerusalén hace hasta lo
imposible por volver.
En el lugar, hombres y mujeres deben ir
separados. Los hombres, sin excepción, debemos entrar con el kipá sobre
la cabeza; es el recordatorio judío que del kipá para abajo existe el
ser humano y del kipá para arriba está Dios como una idea de sumisión.

Así, con la oración escrita en un pequeño papel albanene e inserta en
una ranura del Muro, terminó mi peregrinación. Al salir por la puerta de
Jafa, dejé atrás las murallas de Jerusalén, y con ello, este gran viaje
que ha sido hasta hoy, el más intenso emocionalmente considerado,
porque me permitió no solo mirar mi soledad, sino que detonó una
necesidad de un redescubrimiento personal.
Tratando de hacer una recapitulación del
viaje, lo resumiría así: lo que me tocó el corazón fue el lugar de la
crucifixión en primera instancia, pero la visita al Santo Sepulcro fue
vibrante y conmovedora. Quizás la parte más romántica fue la nostalgia
que me provocó el Huerto de Getsemaní y la paz al navegar en el Mar de
Galilea. Lo más sublime sin duda fue la Dormición de la Virgen María y
por supuesto, lo más intenso, el depositar las cenizas de mamá en el Río
Jordán, motivo principal del viaje.

Hubo tres vistas panorámicas
increíbles que no dejan de revolotear en la mente, la del Mar Muerto
desde Masada, la del Valle del Jordán desde el Monte Tabor e
indiscutiblemente la de Jerusalén desde el Monte de los Olivos.

La gran zozobra fue mi visita al Muro de
las Lamentaciones, pues además de no traer un recuerdo gráfico del
lugar, que si vale recalcar, me lo venía imaginando desde que iba en
pleno vuelo con destino a Tel Aviv, me pareció lamentable el grado de
machismo que a nombre de la religión todavía se respira en este país.
Acaso las historias que aprendí o que
leí en algunos libros sobre Israel, no sean del todo ciertas; o tal vez
sean una ficción esperanzadora que trata de darle sentido a la vida de
millones de personas.
Es posible que a fuerza de tratar de
justificar por todos los medios, alcanzables o inverosímiles la
existencia de Dios, uno se sienta atraído por interés propio o
circunstancial por el lugar, y que ello signifique un alivio, al menos
temporal, a la infelicidad de muchas personas que pretenden darle un
significado a su vida.

No podría negar que lo vivido aquí, representó una especie de búsqueda
interna sin proponérmelo, mayormente cargada al lado espiritual, que
trata de hacer mis días más apacibles, pues el fervor religioso que
concurre en este lugar, es caldo de cultivo que contagia al visitante
para instalarse en el alma.
Esta conexión íntima dejó al descubierto
una energía desbordante e inexplicable que a lo largo del relato no sé
si con éxito he querido transmitir. Lo cierto es que la promesa de
depositar las cenizas de mamá en el Río Jordán, se convirtió en un viaje
más, tan vital para los que estamos convencidos que viajar es una
pasión irrenunciable de nuestras vidas.
De la transformación de la promesa a la
realización de un viaje, éste último tuvo dos trayectos: geográfico e
interno. El geográfico me llevó a explorar otras tierras, formas de
vivir, costumbres, comida, etc. El interno, fue de pronto, una búsqueda
que se bifurcó en dos caminos adicionales: el espiritual y el de la fe.
El sendero espiritual terminó por
agendar un encuentro personal que exige ser explicado, y la fe, la
virtud teologal más difícil de exponer, logró establecer una conexión
metafísica con toda la precaución que ello merece; pues este es un
descubrimiento exclusivamente individual. Tal vez mi madre esperó casi
mil días para intentar devolverme la fe en este lado del mundo, pero eso
no deja de ser un supuesto que algún día cobre su justa medida.
Y desde las circunstancias que
originaron el viaje, hasta hoy, todo lo escrito anteriormente ha
significado un proceso de transformación. No puedo decir que, colgado de
los hechos, busque darle validez a una espiritualidad descubierta o luz
a una fe que permanecía oscura. Por ahora es más parecido a gran signo
de interrogación del que apenas tengo algunas aproximaciones de su
significado que no me arriesgaría contarlas todas por temor a
equivocarme.
Quizás mi peregrinaje por la vida era
por colinas desérticas que no llevaban más que a un mismo sendero
circular e interminable, por tanto, sin sentido, y que aquí logré ver lo
más interno que tengo: una energía que no se puede expresar fácilmente y
que pretende ser un recordatorio, tal vez, de la misión que tengo en la
vida aun sin descubrir tras las dos semanas que duró el viaje.
O sea, posiblemente, una oportunidad
para renacer: salir del agua para ver el mundo con tonalidad diferente.
Algo que da sosiego y paz al interior traducido en religiosidad que me
lleve a tener un encuentro con la felicidad, siempre y cuando me haga
pasar la vida más tranquilo y alegre. Ya lo decía Bertrand Russell:
Una vida feliz tiene que ser, en gran
medida, una vida tranquila, pues solo en un ambiente tranquilo puede
vivir la auténtica alegría. No olvidemos que el ser humano vive en una
dualidad en la que se olvida con frecuencia de su lado genuino, para
darle rienda suelta a los placeres y superficialidades, que solo
alimentan el ego para que la vida se transforme en una continua lucha,
de lo que a la luz del vulgo, significa el éxito, a veces, aplastando al
de al lado con métodos poco ortodoxos o tretas perversas que lleven a
conseguirlo.
Lo cierto es que, si trato de dar una
conclusión de este viaje, sería afirmar que lo sagrado en algún momento
de la vida es necesario cultivarlo. Lo divino no estorba, solo y si, no
se trata de convencer a nadie de nada y si nos hace ser mejores
personas. Si no se daña o se invada la privacidad de nadie, ni se trate
de modificar la forma de pensar de alguien creyendo tener la verdad, ya
sea al amparo de un libro, religión o una opinión ajena asumida como
propia.
Y no sé si fueron los sitios visitados,
pero al cabo de un par de días estaba gustosamente secuestrado por esa
necesidad de conocer el siguiente, pues sin saberlo en aquel momento,
estaba también recorriendo mi interior. Ese camino espiritual que muchas
veces resulta inaccesible, sobre todo cuando nos negamos a nosotros
mismos, y que al hacerlo, le damos permiso al otro para hacerlo también.

Karen Armstrong, quien escribió un libro que fue mucho de mi agrado
sobre la historia de Jerusalén, lo define mejor en dos citas:
“La arquitectura de templos,
iglesias y mezquitas ha sido simbólicamente importante y con frecuencia
ha trazado el mapa del viaje interior que un peregrino debe recorrer
para llegar a Dios
”.
Somos criaturas buscadoras de
sentido y, una vez que hemos perdido nuestra orientación, no sabemos
cómo vivir o cómo situarnos en el mundo
No es lugar físico, dicen los fieles lo
que transforma, es el conjunto de experiencias que se viven una vez
concluido el recorrido por todos estos lugares. Uno cambia porque se
tiene la gran oportunidad de conversar con Dios en forma íntima. De
aquí, no se regresa igual, pues somos seres que nos atamos al pasado
porque queremos encontrar sentido a nuestras vidas.
Es posible que yo caminara por el mundo
sin ser visto por Dios, y sin más, en Tierra Santa me lo topé de frente
sin pretenderlo, sin imaginar el poder que puede ejercer en mi corazón y
mente.
En tanto, Jerusalén como sede mundial de
peregrinaciones, y como muchos lo afirman: el lugar más santo de la
Tierra, nadie se va de aquí sin algo diferente, pues en voz de otros,
uno se encuentra con la salvación misma sin importar si se es cristiano,
musulmán o judío.
Si visitarla es renovarse para poder ser
mejores, entonces Jerusalén es un lugar en donde se encuentra el
sentido y el rumbo para seguir, un sitio en donde el alma, el espíritu y
el cuerpo se unen. Y parece mentira pero aquí es el único lugar del
mundo en donde hay menos enfrentamientos que pongan como bandera la
religión, a no ser por uno que otro desquiciado que se ponga a matar
gente, como sucedería en cualquier parte del mundo, pretendiendo así
crear una industria religiosa que rivalice a sus fieles.
En algún lugar leí que la ciudad de Acapulco en México,
es una de las diez ciudades más peligrosas del mundo, y asumiendo que
sea cierto, no conozco a nadie que al contar que irá de vacaciones a
este lugar, alguien le diga que es peligroso, como me lo advirtieron a
mí cuando comenté que viajaría a Israel.
En síntesis, soy un convencido que al
fin y al cabo, la fe es creer lo que no vemos, pues la experiencia dice
mucho más que mil libros, Internet, Google Earth y Wikipedia. Y
siguiendo mis prerrogativas de no convencimiento a nadie con nuestras
ideas, pensamientos, creencias y demás; aunado a que mientras no hagamos
daño a nadie con lo que pensemos de nuestra existencia como seres
humanos, la fe nunca estará de más; en todo caso, es como un repositorio
de emociones divinas que puede llegar a aliviar nuestro estar y
mantener el equilibrio personal, y por tanto, aprender a disfrutar la
vida con mayor regocijo, felicidad y alegría posible en medio de este
apocalipsis vivencial de los tiempos que nos tocó padecer.
Por: Jaime González Montes, viajero y ciclista. Escritor mexicano que ejerce como consultor en proyectos y desarrollos portuarios.
Compártelo:







Sobre el autor





Buscamos y encontramos a grandes viajeros, a
escritores, periodistas y fotógrafos que invitamos a compartir sus
historias: esta es su sección.












Deja un comentario








  • Sobre Nosotros



    viaje-con-escalas Periodismo de viajes. Historias del movimiento, del ir y venir de un ojo curioso e inquieto que observa, cuestiona y relata.




  • Recibe el boletín viajero










































No hay comentarios:

Publicar un comentario