Armagedón: ubicación y significado
¡Compartir es de sabios!
A causa de que la sexta plaga de Apocalipsis 16:12-16 contiene
referencias específicas a determinados sitios geográficos, el Éufrates y
Armagedón, se le concedió mayor atención que a las plagas precedentes
que se refieren de un modo más general a las úlceras, la sangre, el
calor y la oscuridad. Ante el gran interés en estas referencias
geográficas, se debiera examinar con mayor detalle la ubicación y la
imaginería veterotestamentaria de la que surgen.
La Babilonia histórica y el Éufrates
El río Éufrates, mencionado en el versículo 12, es bien conocido y no
hay problemas en identificar lo que representa. El curso del río nos
conduce a la ciudad de Babilonia, y la referencia al secamiento de sus
aguas nos remonta a un evento histórico en los tiempos del Antiguo
Testamento, cuando la súbita reducción de su caudal contribuyó a la
caída militar de Babilonia. Los ejércitos de Media y de Persia, en el
este, marcharon para conquistar Babilonia en el mes de Tisri (Octubre)
del año 539 AC, e ingresaron a la ciudad caminando por el lecho del
Éufrates.
Según Herodoto[1],
los persas desviaron el Éufrates en canales que habían cavado y, de
este modo, consiguieron entrar a la ciudad por el lecho del río. Si bien
los persas posiblemente pudieron controlar la ciudad de Babilonia por
este medio, es improbable que hubieran desarrollado el gran proyecto de
ingeniería hidráulica que describe Herodoto. Las fechas de la Crónica de
Nabonido arguyen en contra de un proyecto de esta magnitud. Ciro atacó
al ejército babilonio en Opis, en el Tigris, a principios de Tisri.[2] Luego cayó Sippar, el 14 de Tisri, y dos días después una división de las tropas de Ciro conquistó Babilonia.
No sólo las fechas vinculadas con esta campaña indican que los persas
no se preocuparon por desarrollar un esquema tan elaborado como el que
pinta Herodoto, sino que el mes en que ocurrió demuestra que tal
estratagema era innecesaria. La corriente del Éufrates está en su mayor
reflujo en Tisri, por lo que la misma naturaleza preparó la ruta del río
para que los persas ingresaran en la ciudad. De este modo, un rey del
este – Ciro – penetró victorioso en Babilonia gracias a la bajante de
las aguas del Éufrates. Este episodio condujo a la liberación del pueblo
de Dios, porque Ciro fue, el que permitió que los judíos en el exilio
regresaran a su tierra (Esd. 1-2).
Todos estos eventos fueron descriptos proféticamente en Isaías 44:
24-45: 6. En estos textos, Yahveh habló a las aguas y benefició a Ciro:
“¡Sécate! Yo desecaré tus ríos” (Isa. 44: 27, BJ). Por lo tanto, la
caída no se produjo gracias a la ingeniería persa, sino por el decreto
del Dios que ejerce la soberanía sobre la naturaleza. En estos eventos
Ciro actuó como agente de Yahveh, y por esta razón se designó como el
pastor ungido por Yahveh. Dios también prometió “abrir delante de él las
puertas, y las puertas no se cerrarán… quebrantaré puertas de bronce, y
cerrojos de hierro haré pedazos” (Isa. 45: 1, 2). Nunca se determinó
cómo se abrieron las puertas que daban al río. A causa de que Nabonido
era un rey impopular en Babilonia, se conjeturó que hubo conspiradores
dentro de la ciudad que abrieron las puertas a los conquistadores. Otra
posibilidad puede ser la perspectiva que se ofrece en Isaías 45: 1, 2,
por lo que el interrogante podría ser si la misma mano que escribió en
la pared del palacio, en la misma noche que cayó Babilonia (Dan. 5: 5,
25), abrió las puertas de la ciudad a los persas.
Cuando se considera la analogía de Apocalipsis 16: 12 con el
histórico secamiento del río Éufrates, aparece un hecho medular: la
fraseología de Apocalipsis se refiere a la venida de una figura
mesiánica que, en virtud de su victoria, liberará al pueblo de Dios.
Las “aguas de Meguido” y el “monte de Meguido”
El pasaje que se refiere a la sexta plaga no describe una batalla,
sólo los preparativos para ella. En los aprestos para la próxima batalla
del “gran día del Dios Todopoderoso” (Apoc. 16:14), se reúnen las
fuerzas de una triple coalición maligna en el lugar que en hebreo se
llama Armagedón” (Apoc. 16: 16). En el pasaje que se refiere al comienzo
de la plaga, debe observarse la diferencia entre la figura revelada
aquí y la que se emplea en el caso del secamiento del Éufrates. El río
que desciende por el valle de Jezreel y pasa junto a Meguido hacia el
mar, no es el Éufrates, sino el Cisón. A su vez, es Babilonia, y no
Meguido, la ciudad que está ubicada junto al Éufrates en Mesopotamia.
Esta mezcla de metáforas históricas pareciera ser intencional, y debería
comunicarnos algo acerca de la naturaleza de la batalla del gran día
del Dios Todopoderoso que sigue a esta plaga. Esto mismo debería
advertir al comentador contra el excesivo literalismo de interpretar
estas referencias en un marco de entidades políticas actuales en el
Medio Oriente o en otra parte.
La analogía profética o la lección que se extrae de este marco
histórico del Armagedón sólo puede determinarse luego de que se precise
cuál es el lugar al que se refiere. Lamentablemente, esto no ha sido
fácil, y hubo grandes discrepancias entre los comentadores bíblicos,
como lo dice G. E. Ladd[3]:
“El vocablo ‘Armagedón’ es difícil de interpretar; el equivalente
hebreo sería har-megidon (el monte de Meguido). El problema es que
Meguido no es un monte, sino una llanura ubicada entre el Mar de Galilea
y el Mediterráneo, es parte del Valle de Jezreel (Esdraelón). Fue un
famoso campo de batalla en la historia de Israel. En Meguido, Débora y
Barac derrotaron al cananeo Jabin (Jue. 5: 19); Jehú mató a Ocozías (2
Rey. 8: 27; véase además 2 Rey. 23: 29; 2 Crón. 35: 22). No es claro por
qué Juan se refiere al Monte Meguido. R. H. Charles dice que en la
literatura hebrea no hay una interpretación convincente que aclare esta
frase… Pero cualquiera sea la procedencia del nombre, lo evidente es que
Juan menciona con el nombre de Armagedón el lugar de la batalla final
entre los poderes del mal y del reino de Dios”.
Una atención más estrecha a la geografía de Palestina hubiera ayudado
a evitar la trampa en la que cayeron Ladd y otros comentadores. Si bien
Meguido no era un monte ni tampoco una planicie, era una ciudad. Como
tal, estaba ubicada en la llanura o en el valle denorrrinado Jezreel o
Esdraelón. La ciudad no es la que da el nombre al valle, y tampoco
recibe su nombre por el valle en que está ubicada. Sin embargo, es
posible identificar diferentes aspectos de la topografía de los
alrededores de las ciudades antiguas denominándolas según el nombre de
la ciudad (práctica muy común en hebreo), y cuando se lo hace se emplea
una construcción lingüística concatenada expresada por un genitivo
posesivo. Este es el caso de Jueces 5: 19, que ubica el campo de batalla
donde las fuerzas de Jabin y Sísara encontraron a las de Débora y Barac
en la vecindad de las “aguas de Meguido”.
¿Cuáles son las “aguas de Meguido”? Un vistazo fugaz a la topografía
del Valle de Jezreel y una lectura al canto de Débora, es suficiente
para identificarlos. Meguido estaba ubicada en el sector sur de la
llanura de Esdraelón, y el curso de agua que recorría el valle, y
también Meguido, era el Wadi Cisón. En verdad, la identificación del
“torrente de Cisón” con “las aguas de Meguido” se establece claramente
en Cantico de Débora (compare Jue. 5: 21 con 5: 19).
El punto aquí es que Yahveh, el Dios que lo controla todo y emplea
los elementos de la naturaleza para que sirvan a sus propósitos, trajo
la tormenta de lluvia que anegó el Cisón y lo desbordó. La lluvia y el
río desbordado transformaron el valle de Jezreel en un lodazal donde los
carros cananeos se empantanaron y no pudieron maniobrar. De este modo,
Dios le dio a su pueblo una gran victoria junto a las “aguas de
Meguido”.
Por analogía con este marco histórico y con la cadena constructiva
del genitivo posesivo, “las aguas de Meguido” y el “monte de Meguido”
debieran estar cerca de la ciudad. Meguido estaba ubicada al pie de la
falda norte de la zona a la que los geógrafos modernos de Palestina
denominan comúnmente como la cadena montañosa del Carmelo. Sin embargo,
la Biblia no utiliza jamás esta terminología específica. La referencia
al Carmelo aparece veinte veces en el Antiguo Testamento, y en dieciséis
de ellas aparece como un nombre de lugar sin estar conectado con un
determinativo como “monte” o “montañas”. En tres de las dieciséis veces
se lo compara poéticamente con Basán y Transjordania (Isa. 33: 9; Jer.
50:1 9 y Neh. 1: 4), y en una ocasión se lo compara con Sarón, la
planicie que se extiende hacia el sur (Isa. 35: 2).
En cuatro ocasiones se identifica al Carmelo con determinativos, que
siempre están en singular: “el monte de Carmeio” o “Monte Carmelo”
(nunca “los montes de Carmelo”). Dos de estas referencias relatan la
experiencia de Elías (1 Rey. 18: 19, 20), y otras dos surgen de la
narración referente a Ellas (2 Rey. 2: 25; 4: 25). Así como la expresión
“las aguas de Meguido” se refiere al río que corre junto a Meguido,
pero al que se lo conoce con otro nombre (Wadi Cisón), también el “monte
de Meguido”, bien podría identificarse con la montaña vecina a Meguido,
aunque se la conoce con otro nombre: el Monte Carmelo. Sobre la base de
esta proximidad geográfica, así como la analogía histórica y textual,
“el monte de Meguidó(n)” en Apocalipsis 16: 16 puede identificarse con
el Monte Carmelo.
La antigua batalla en el monte de Meguido y la analogía con Apocalipsis 16:16
El monte de Meguido, en Apocalipsis 16: 16, no sólo podría
identificarse con el Monte Carmelo desde una perspectiva geográfica,
sino que también se podría establecer una conexión histórica. Así como
la imagen del secamiento del Éufrates se extrae de una batalla histórica
en tiempos de Ciro, por la que se conquistó Babilonia, y así como la
batalla junto a las aguas de Meguido se refiere a una batalla específica
y famosa en el valle de Jezreel, así también el Monte Carmelo fue el
sitio de otra batalla histórica famosa en la Escritura: la batalla entre
Elías y los profetas de Baal (1 Rey. 18). Esta batalla no se libró
empleando la fuerza de las armas, sino que, por el contrario, fue un
conflicto intensamente espiritual. Esta es la batalla de la que puede
extraerse la imagen de la cual depende “la batalla de Armagedón” en
Apocalipsis. Todos los principales elementos posteriores tienen un
paralelismo con 1 Reyes 18 en una forma histórica concreta.
Si el dragón de Apocalipsis 16: 13 representa el poder del estado
civil de un modo u otro, entonces ese poder lo representó Acab en el
conflicto del Monte Carmelo. Si la bestia de Apocalipsis 16: 13 está
vinculada con la de Apocalipsis 13 y con la mujer impura de Apocalipsis
17, 18 como una manifestación de religión apóstata, entonces ese
elemento lo representó Jezabel en el encuentro en el monte Carmelo
(véase además la referencia a Jezabel en Apoc. 2: 20). Por supuesto, se
admite que Jezabel, de acuerdo con 1 Reyes 1 9: 1, no estuvo presente en
la lucha, aunque fue ella la que, como princesa fenicia y reina de
Israel, inculcó el culto a Baal en la urdimbre y la trama de la vida del
reino del norte. El tercer elemento que une sus fuerzas al monte
Meguido, según Apocalipsis 16: 13, sería el falso profeta. Esta es la
primera vez que la expresión “falso profeta” aparece en el libro de
Apocalipsis. Los falsos profetas fueron claramente representados en el
monte Carmelo, allí había 850 de ellos (1 Rey. 18: 19). Elías, como
puede notarse, salió del este, desde Tisbe en Galaad.
Finalmente, el fuego que descendió de Dios y consumió el sacrificio
de Elías y todo lo que lo rodeaba, terminó con la contienda sobre el
Monte Carmelo. Los profetas de Baal fueron pasados por la espada en el
Wadi Cisón. Una vez más, debe enfatizarse que la sexta plaga no describe
la lucha real de una batalla, sólo los preparativos para la contienda.
El dragón, la bestia y el falso profeta llaman a todos sus seguidores a
reunirse en el Monte de Meguido, así como Elías citó a Acab y a todo
Israel en el monte Carmelo para librar la contienda. Sin embargo, la
batalla que se prepara en el transcurso de la sexta plaga se libra en
Apocalipsis 19: 11-21. Esta es la batalla de Armagedón, o más
apropiadamente, la “batalla del gran día del ¡Dios Todopoderoso” (Apoc.
16: 14). Esta batalla se peleará cuando Cristo venga del cielo como Rey
de Reyes y Señor de Señores junto con su ejército de huestes
celestiales. Y la victoria se alcanzará de un modo similar, por el fuego
que caerá y consumirá a la bestia y al falso profeta (Apoc. 19: 21), y
por la espada que terminará con sus seguidores (vers. 21). Esta espada
utilizada como en los tiempos de Elías, es la espada que sale de la boca
del Rey de Reyes (vers. 15, 21).
Sobre la base de la analogía con el marco histórico del Antiguo
Testamento que proporcionan las imágenes de Apocalipsis 16: 16, este
conflicto final debiera ser fundamental y esencialmente un conflicto
espiritual, en el que los principales contendientes son seres
sobrenaturales: Cristo y su archienemigo, “el gran dragón, la serpiente
antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero”
(Apoc. 12: 9). El desafío para el pueblo de Dios en ese tiempo será el
que confrontó Elías cuando oró ante la asamblea: “Jehová Dios de
Abrahán, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en
Israel,… para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y
que tú vuelves a ti el corazón de ellos” (1 Rey. 36, 37). Y la
respuesta de fidelidad en ese tiempo encontrará una expresión adecuada
en la aclamación de la asamblea reunida en el Carmelo: “¡Jehová es el
Dios, Jehová es el Dios!” (vers. 39).
– William H. Shea
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