DICCIONARIO GEOGRÁFICO DE LA BIBLIA Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |
DICCIONARIO GEOGRÁFICO DE LA BIBLIA Preparado desde los artículos selectos del “Manual de la Biblia” por H. Martens, Parte II, y otros datos Geográficos — Para Usos Internos y Didácticos Solamente — |
Los países de la Biblia se enmarcan en su casi totalidad dentro de los límites del “Creciente Fértil,” exceptuando Egipto y los países de misión a los que se desplazaron los apóstoles. Y entre los países del Creciente Fértil tienen un papel destacado los territorios, pueblos y Estados de Mesopotamia. Pero el “país de la Biblia” por antonomasia es la pequeña Palestina que, con sus 220 km de norte a sur y sus 115 km de este a oeste, sólo representa una minúscula franja en un mapa-mundi a gran escala. Esa Peleset o “tierra de los filisteos” se llama hoy cada vez más ‘Eres Yisra’el (País de Israel), según el uso de los israelíes del moderno Estado de Israel. Pero convendría no olvidar que Palestina no coincide exactamente, desde el punto de vista geográfico, con el actual Estado de Israel. Palestina es la parte meridional del antiguo país de Siria; más concretamente, el país costero del sudeste del Mediterráneo y una parte del desierto siro-arábigo, con el que limita por el este. Al norte limita con las estribaciones meridionales del Líbano-Antilíbano, y en el sur con los valles secos que desde el mar Muerto corren en dirección sur y suroeste. La costa tiene algunas ensenadas practicables, que se acomodaron como puertos: Cesárea Marítima, la ciudad construida por Herodes, y Yaffá/Joppe. Sin embargo las mejores ensenadas portuarias, con las ciudades de Yabné/Yamnia, Asdod/Azot(o), Asquelón y Gaza, estuvieron en manos de los filisteos, por lo que sólo en virtud de acuerdos pudieron utilizarlas Israel y los judíos. La llanura de aproximadamente unos 20 km de ancha, al este de la costa, es una depresión, ocasionalmente surcada por dunas y terrenos silicocalcáreos. Entre Cesárea y Yaffá/Joppe esa franja recibe el nombre de Llanura de Sarón, con agua abundante y ricos pastos, aunque la fertilidad es común a otros sectores de dicha costa. Hoy esa llanura constituye la huerta más importante de Israel. Detrás de esa franja costera va elevándose en varios escalones la meseta palestinense (con una profundidad de 75 a 85 km), aunque cortada de norte a sur por una gran falla o depresión del Jordán. Pero la altiplanicie originaria presenta en buena parte un carácter diferente por los basaltos, que se formaron con las erupciones volcánicas sobre la piedra arenisca y calcárea, probablemente al abrirse la citada falla de norte a sur. ABILENE. Territorio sirio sobre el Antilíbano; hasta el año 34 a.C. formó parte de Iturea, que tras la ejecución de su rey Lisanias dividieron los romanos en cuatro partes. Una de ellas fue el territorio o región de Abilene, de unos 150 km de larga por 30-40 km de ancha. El tetrarca Lisanias, mencionado en el Evangelio de Lucas (3:1), está documentado además por una inscripción encontrada en las proximidades de Abila; pero nada sabemos ni de él ni de su tetrarquía de Abilene. Sólo a partir del 37 d.C. vuelve Abilene a aparecer en la historia. Abilene tomó el nombre de su capital Abila, en la pendiente oriental del Antilíbano, a 30 km al noroeste de Damasco. Estaba junto al río Amana (hoy Barada), que corre en dirección de Damasco formando un oasis muy fértil. Que allí esté enterrado Abel (y de ahí el nombre de Abi-la), pero algunos opinan que es un disparate que debió de ocurrírsele a algún guía turístico árabe. Asdod (hebreo) o Azoto (griego), a 5 km de la costa mediterránea, fue en sus orígenes una ciudad anaquita, proscrita hacia el 2000 por los egipcios (“textos egipcios de execración”). Desde el período de los hicsos en Siria debió de existir la ciudad Estado de Asdod. En el reparto ideal de Canaán entre las doce tribus de Israel se la asigna a Judá, que no pudo conquistarla. Poco antes del año 1100 a.C. cayó en manos de los filisteos convirtiéndose en una de sus ciudades importantes. La relevancia de Asdod en el marco de las cinco ciudades filisteas se echa de ver por su templo, en el que se veneraba a Dagón, el dios principal de los filisteos, templo que la arqueología no ha encontrado hasta ahora. Tampoco David sometió directamente a Asdod; pero el libro de Crónicas dice que el rey Ozías de Judá la sometió (2Cró 26:6). Después que los asirios dominaron el reino israelita del norte, también cayó en sus manos el territorio de los filisteos; en el 711 a.C. Asdod pasó a ser la capital de la provincia asiría (As-dudu), hasta que el recuperado Egipto volvió a someter hacia el 650 la región costera. Pero Ne-bukadnezzar de Babilonia volvió a arrebatársela a Egipto, pasando a ser provincia babilónica y más tarde persa (Azotos). A la muerte de Alejandro Magno Asdod pudo recuperar su independencia. Tras el exilio babilónico de los judíos Asdod pasó a ser miembro de una coalición con la que los árabes y los ammonitas intentaron impedir la reconstrucción de las murallas de Jerusalén, lo que según parece impresionó poco al pueblo, ya que muchos judíos se desposaron con muchachas de Asdod. En las campañas expansionistas del rey Juan Hircano fue conquistada y sometida por los judíos, hasta que en el 63 a.C. los romanos la declararon Estado libre. El diácono Felipe anunció en Asdod y en toda la región costera “hasta llegar a Cesárea” la buena nueva del evangelio (Act 8:40). El nombre antiguo se ha conservado a través de los tiempos en la aldea árabe de Esdud. Hoy Israel ha levantado en “Asdod Yam” (Asdod sobre el Mar) una nueva ciudad industrial (con el proyecto de un gran puerto), que tiene por cometido hacer de nuevo realidad al nombre antiguo y famoso. Babilonia, sobre el río Eufrates, es la capital incontrovertible de Mesopotamia, por cuya posesión combatieron siempre hasta los imperios no babilónicos de Mesopotamia. Su ascensión empezó con el rey Hammurabi (siglo XVIII a.C.); pero el primer soberano del imperio persa Ciron ya no la eligió como su capital (536 a.C.), de modo que a partir de entonces no desempeñó ya un papel político. Cuando después de su gran campaña asiática Alejandro Magno regresó a Babilonia decidió reconstruir el templo y la gran torre sagrada, que el rey persa Jerjes había destruido después de una sublevación, y pensó asimismo en convertirla en capital de su imperio griego. Pero Alejandro moría en la ciudad el año 323 a.C., por lo que la historia de Babilonia como capital terminó definitivamente. Las excavaciones apenas han sacado nada a la luz de la Babilonia más antigua; los asirios arrasaron la ciudad hasta sus cimientos (703 a.C.); pero la Babilonia de Nebukadnezzar (605-562 a.C.) nos es hoy bastante bien conocida gracias a los esfuerzos arqueológicos. Su muralla de 18 km de larga fue la obra de fortificación más importante de la antigüedad. En la orilla oriental del Eufrates, el río rodeaba tres cuartas partes del bloque de la ciudad antigua, y en un gigantesco recodo un segundo muro cerraba la ciudad nueva del este; el cuarto o tercer “muro” era el Eufrates. En la orilla occidental del río la protegía así mismo por tres de sus lados una gruesa muralla con taludes exteriores que rodeaba el bloque de la ciudad nueva de poniente. Las puertas estaban fortificadas. Entre el muro norte en la ribera oriental y el río se alzó pujante un barrio fortificado con tres grandes complejos de fortificaciones con obras de avanzadilla y la ciudadela. En la entrada a la fortaleza residencial de los soberanos y de la ciudad se hallaba la puerta de Istar con sus famosos relieves esmaltados sobre el fondo azul del muro. Así mismo en la orilla oriental, adonde conducía el ancho puente central desde la ciudad nueva, se encontraba el segundo recinto sagrado de gran extensión (800 x 500 m) con la ziggurat (“torre babilónica”) y el templo de Marduk (“Esagila”). Desde el recinto sagrado una calle procesional (de 25 m de ancha) conducía hasta la puerta de Istar; era la calle más suntuosa de la ciudad, de 1 km de larga, por la que era trasladada la imagen del dios hasta el palacio real en la fiesta de Año Nuevo. Con esa visita oficial del dios se invocaban sus bendiciones sobre el gobierno del soberano. De Babilonia partía de continuo el falseamiento religioso del culto en el templo de Jerusalén bajo el dominio de asirios y babilonios. Por Babilonia fueron oprimidos Israel y Judá; y en Babilonia vivieron los miembros de la familia real de Judá que habían sido deportados y que allí estuvieron como “huéspedes bajo vigilancia.” En la cautividad babilónica corrió peligro de perderse la fe de los deportados bajo la suntuosidad y el poder de la gran metrópoli. De ahí que Babilonia se trocara en el símbolo de los poderes hostiles a Dios, y cuándo Roma asumió esas funciones también fue designada como la nueva “Babel” (cf. 1Pe 5:13; Ap 14:8). Puede completarse el tema con los artículos sobre la torre de Babel, los asirios y los babilonios. El nombre hebreo suena Beerseba, que muy bien puede traducirse por “pozo de los siete.” El topónimo es naturalmente más antiguo que el relato de los siete corderos que Abraham entregó a Abimélek, cuando hicieron el trato del pozo en favor del patriarca (Gen 21:22ss). La interpretación bíblica es precisamente una historia sugerida por el mismo nombre. Recientemente se han hecho excavaciones en Beer-Seba (como se llama también hoy en el Estado de Israel), que demuestran la ocupación del territorio desde el milenio IV o III a.C. Probablemente el asentamiento fue un importante cruce de comunicaciones de las grandes rutas mercantiles que iban del territorio fenicio a Egipto y desde el mar Mediterráneo al Rojo. Del calcolítico (que en Palestina corresponde aproximadamente al 4500-3000 a.C.) podrían ser varios poblados de cuevas (aldeas) en wadi Seba, al sur de la ciudad antigua de Beer-Seba, que confirmarían la hipótesis sostenida desde hace largo tiempo. Pero esas excavaciones sólo tienen un valor histórico para los datos de la Biblia en tanto en cuanto nos ayudan a fijar la imagen de la región: la Beer-Seba de Abraham no era un lugar aislado en el desierto, sino un territorio habitado (desde muchísimo tiempo antes ya por entonces). Abraham llegó a la región unos mil quinientos años después (hacia 1750 a.C.) de la época que se asigna a las mentadas cuevas. El tesoro de la región eran los pozos de wadi Seba, importantes para las rutas comerciales a que nos hemos referido, y también para los nómadas y seminómadas que se asentaban en sus proximidades. El tributo por la utilización de los pozos lo recibía el reyezuelo de la ciudad, de la que tal vez persista algo bajo tell Seba, a unos 3 km al este de wadi Seba. Cuál fuese el aspecto de Beer-Seba y sus alrededores en tiempo de Abraham es difícil de decir. Estaba en el desierto, pero era sin duda un lugar fértil. La Biblia cuenta que Abraham se retiró a Beer-Seba tras la destrucción de Sodoma. Allí excavó un pozo, plantó un tamarisco “e invocó el nombre del Señor.” Lo que en tales tradiciones haya de historia en sentido estricto no lo sabemos. Pero la narración apunta ciertamente al hecho de que ya antes del establecimiento de la liga de las doce tribus en Beer-Seba hubo un santuario cananeo, en el que también Abraham era venerado como patriarca, por ejemplo, de la tribu de Judá. Cuando, con la entrada de Judá en la alianza de las doce tribus, Abraham se convirtió en un patriarca de Israel, también el santuario de Beer-Seba pasó a ser un venerable santuario israe-lita. Con toda seguridad hay que vincular también a Abraham con el lugar, de modo que lo visitase y allí rindiese adoración a ‘el ‘olam, el “Dios eterno.” Comoquiera que sea, a través de los relatos abrahámicos el lugar estuvo vinculado o entró en la tradición de Israel: de allí partió el patriarca con su hijo Isaac para ofrecerlo en sacrificio, y allí regresó después (Gen 22:19); y allí regresaría más tarde Isaac volviendo a excavar el viejo pozo, después de haber abandonado el emplazamiento por las malas cosechas desplazándose ha-cia el sur (Gen 26). ¡Beer-Seba no desaparece de las tradiciones de Israel! Y tampoco como san-tuario, pues que allí construyó Isaac un altar. De Beer-Seba emigró a su vez Jacob hacia Mesopotamia, y cuando más tarde marcha a Egipto para volver a ver a su hijo José, “llegó a Beer-Seba, donde ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac” (Gen 46:1). En el reparto ideal de los lugares de Canaán, Josué asigna Beer-Seba a la tribu de Simeón (Jos 19:2), y a partir de entonces, cuando se hablaba del emplazamiento de todos los hijos de Israel se decía “desde Dan a Beer-Seba” (2Sam 17:11), indicando esta última ciudad la frontera meridional. Pese a ello no se puede suponer el santuario de Beer-Seba como un santuario puramente israelita. Allí, por ejemplo, acudían también los edomitas para ofrecer sacrificios junto con sus “hermanos” israelitas. Tal vez incluso Beer-Seba es el lugar de origen de narraciones como la de Esaú y Jacob, su parentesco, su enemistad y reconciliación. Beer-Seba continuó siendo o llegó a ser un santuario importante. Allí estableció Samuel como jueces a sus dos hijos mayores, Yoel y Abiyyá; “pero sus hijos no siguieron los caminos de su padre, sino que se inclinaron a la avaricia, recibieron regalos y torcieron la justicia” (1Sam 8:3). Por todo ello el pueblo pidió un rey, porque de lo que había sido capaz Samuel no lo fueron sus hijos. Y ello ocurría en Beer-Seba, en el punto de cruce de las caravanas y donde probable-mente no eran pocas las ocasiones para torcer la justicia. Al tiempo de la separación de los dos reinos Beer-Seba era un lugar importante de culto, del que el profeta Amos habla con duras palabras porque en él se mezclaban el culto de Yahveh y el culto de Baal. De ahí que el rey Yosías destruyera el santuario de Beer-Seba, cuando llevó a cabo su reforma. Es probable que después del destierro de Babilonia las gentes de Judá volviesen a ocupar la abandonada Beer-Seba. El visitante que llega hoy a Beer-Seba no encuentra ya mucho de la atmósfera abrahámica; el lugar se ha convertido en una gran ciudad moderna en medio del desierto. Desde ella, el Estado moderno de Israel ha iniciado la colonización del Néguev. A 7 km largos de Jerusalén, sobre la carretera que conduce a Hebrón, se asienta “Belén, en el país de Judá” (hoy una pequeña ciudad). El topónimo Betlejem es antiquísimo y recibe distintas interpretaciones. Probablemente hay que derivarlo de un lugar de culto cananeo, como sugiere la designación de Bit Ilu Lajama (“casa de la diosa Lajama”) que aparece en las cartas de Amarna (290:16). La forma acuñada betlejem (“casa del pan”) podría haberse formado después, cuando el culto de la diosa pertenecía ya al pasado, cuando ya ni siquiera era un cambio consciente del antiguo topónimo cultual en una designación general que podía referirse a la fertilidad cerealista de los valles de Belén. La Belén del siglo XI a.C. se considera generalmente una aldea pequeña de criadores de ovejas y campesinos. Pero, aun siendo pequeña, no hay duda de que se la subestima un tanto insistiendo exclusivamente en esa característica. En Judá siempre fue la avanzadilla más adelantada frente a la ciudad yebusea de Jerusalén, que por su importancia militar para la seguridad del país debió de estar siempre ocupada por hombres de singular valor. Además, también en el período israelita Belén siguió siendo un lugar ilustre por su centro de culto que entonces era ya un lugar de culto yahvista. Así puede deducirse de 1Sam 16:2:“Lleva contigo una becerra y di: He venido a ofrecer un sacrificio a Yahveh.” Así hace hablar el narrador a Dios, que da instrucciones a Samuel, cuando éste temía acudir a Belén para ungir a uno de los hijos de Isaí (Jesé). El lugar de sacrificios (a la diosa y más tarde a Yahveh) hay que suponerlo en las cuevas del lugar, que hoy se muestran como las cuevas del nacimiento (de Jesús); el lugar quedaba al este de la ciudad antigua. Queda, pues, demostrada la condición de Belén como lugar de sacrificios al tiempo en que se redactaron los libros de Samuel. Pero en 1Sam 16:2 se podría ver simultáneamente una indicación precisa del tiempo de redacción de dichos libros, pues que el lugar se menciona con toda ingenuidad como un centro legítimo de sacrificios a Yahveh, por lo que cabría suponer que tales historias fueron consignadas por escrito antes del rey Yosías (641-609 a.C.), que desplegó su celo contra los lugares altos. Con la ascensión del betlemita David a la dignidad de rey no parece que Belén lograse nada especial; David eligió para lugar de su unción el santuario tribal de Mamré, y la ciudad cercana de Hebrón para su residencia. El sucesor de Salomón en Judá, su hijo Roboam, sí que hizo fortificar la aldea de Belén, incrementando así una vez más su importancia militar. En los siglos de la penetración del espíritu helenista en Palestina (desde aproximadamente el 330 a.C.), el antiguo lugar de culto experimentó un nuevo esplendor, favorecido tal vez por la presencia de las cuevas, y Belén se convirtió en lugar de culto a Adonis. Lo cual demuestra, por una parte, que el recuerdo de la “casa de la diosa Lajama,” una diosa de la fertilidad, nunca había desaparecido por completo, de modo que Lajama pudo ser sustituida por Adonis, el dios del ciclo de la floración y marchitamiento de las plantas. Por otra parte, las cuevas de la región ofrecían un emplazamiento ideal para las lamentaciones del culto funerario en pleno verano. En los tiempos de mayor rigidez religiosa judía (la época de Jesús y la siguiente) es posible que tales cultos se interrumpieran; pero volvieron a florecer más tarde, cuando la comunidad judía desapareció en tiempos del emperador Adriano (137 d.C.). Varios evangelistas se refieren a Belén como lugar de nacimiento de Jesús. El sentido kerigmático de esa distinción se apoya en Miq 5:1:“Pero tú, Belén, Éfrata, aunque eres pequeña entre los clanes de Judá, de ti ha de salir el que dominará en Israel.” Como David y, por ende, la dinastía legítima de Judá, ¡también el rey Mesías tenía que proceder de Belén! Sobre el lugar preciso del nacimiento de Jesús en Belén nada seguro se nos ha transmitido. Las cuevas tradicionales se brindaban casi espontáneamente como lugar de veneración del misterioso nacimiento. Ciertamente que con ello no se excluye el que José pudiera elegir las cuevas de culto abandonadas como lugar de refugio; menos aún se descarta el que buscase alguna otra cueva, o que el nacimiento de Jesús tuviera lugar en una casa tal vez parcialmente excavada en la roca: el pesebre puede también referirse a una casa. Comoquiera que fuese, el emperador Constantino hizo levantar una basílica cristiana sobre las cuevas, que desde aproximadamente el 160 d.C. eran veneradas como el lugar de nacimiento de Jesús. El campo de los pastores, al que se refiere el Evangelio de Lucas, debe de entenderse como la elevación al este de la ciudad. Con esa representación tradujo Jerónimo en el texto de Le 2:15 el propósito de los pastores: “Transeamus, pasemos a Belén...” Esos campos de los pastores constituyen el terreno de transición de la hondonada fértil, al oeste de la cual se alzaba Belén, hacia el desierto estéril. Esos campos de los pastores son también los pastizales en que el joven David apacentaba el ganado menor, según refiere el libro de 1Sam 16:11. En cualquier caso, con la “iglesia de los pastores” la tradición ha desplazado el lugar de la vela nocturna de los pastores al valle al este de Belén. Lo cual obedecería al hecho de que los pastores no vigilaban a las ovejas pastantes, sino a las ovejas cuando dormían, sin que necesariamente los establos tuvieran que hallarse en el lugar de los pastos. Pero esa “iglesia de los pastores” (keniset er-rawat) podría también transmitir el nombre de “Rut,” que espigaba en el campo de cebada de Booz, en el valle de Belén. La tumba de Raquel, la esposa favorita del patriarca Jacob, en el valle junto a Belén, no es histórica. Raquel — que según las narraciones bíblicas murió al dar a luz a Benjamín (Gen 35:16-19) — fue sepultada junto al camino de Bet-El a Efratá. Pero esa “Efratá” no puede ser Belén, aunque también se llame así, por su ocupación por el clan efratí. La tumba o la supuesta tumba de la tradición del Génesis de la madre de la tribu de Benjamín sólo podía encontrarse en el territorio tribal benjaminita; cualquier otra localización de la misma privaría de sentido al relato de que fue enterrada en el camino de Bet-El a Efratá. La mención del nombre de “Belén” en Gen 35:19 es una glosa del tiempo en que ya se veneraba la tumba de Raquel en la ciudad davídica. Mucho antes del tiempo de Jesús se veneraba en el valle cerca de Belén la tumba de Raquel, tal vez ya desde la época de la división de los reinos (que se inició el 932 a.C.), cuando la tumba que todos veneraban como de la madre tribal quedó en territorio del Israel separado o fue destruida. No puede ponerse en duda que en tiempos de Jesús se veneraba en Belén la verdadera tumba de Raquel, de modo que Mateo pudo citar espontáneamente el versículo de Jer 31:15 al referirse a la matanza de los inocentes, aunque allí se hablase de Rama: “Raquel está llorando a sus hijos” (Mt 2:18). La actual “tumba de Raquel” es una pequeña construcción musulmana con cúpula, en que tanto las madres mahometanas como las judías y las cristianas invocan la ayuda de la “madre Raquel” para sus necesidades, adornando su cenotafio respetuosamente con paños multicolores. De ahí que los habitantes del lugar designen también la tumba como “la casa de las telas abigarradas.” De acuerdo con la tradición evangélica, Betania quedaba al este del monte de los Olivos. En cierto modo cabe localizarla un poco mejor mediante su asentamiento en el camino de ida de Jerusalén a Jericó y mediante la “tumba de Lázaro.” Desde aproximadamente el 300 d.C. esa tumba se señala en el mismo sitio; antes del 380 fue ligada a una iglesia. La tumba actual muestra una cámara rupestre con tumbas de banco; es decir, el tipo de sepulcro corriente en tiempo de Jesús. Su autenticidad no puede afirmarse de modo rotundo, pero la localización descansa seguramente en el conocimiento de la ubicación de la antigua Betania, que ha de buscarse en las proximidades de dicha tumba. La tumba se encuentra en una suave pendiente del ras Essiyah, un monte que precede al monte de los Olivos. Probablemente a todo el macizo se le conocía como “monte de los Olivos.” En cualquier caso, aquí estaba el acceso al monte de los Olivos llegando desde el semidesierto. La aldea actual se llama el-Azariye (Lugar de Lázaro). Pero su posición — en las inmediaciones de la tumba de Lázaro — difícilmente puede identificarse con la ubicación de la Betania antigua. Si se toma al pie de la letra el dato de Jn 11:18 (según el cual Betania estaba a 15 estadios, es decir, unos 3 km, de Jerusalén), el lugar antiguo habría quedado a un km más al este de la tumba, ya que la tumba en el-Azariye dista aproximadamente 2 km de Jerusalén. Restos del asentamiento — entre los que se cuentan algunas cisternas — confirman dicha ubicación. El uso coetáneo de enterrar a los difuntos fuera de los lugares de vivienda confirmaría así mismo la distancia entre la tumba y la ubicación del lugar antiguo. En esa zona, 1 km al este de la tumba de Lázaro, habría que ubicar por lo mismo las casas de Marta y María y de Simón el Leproso (cf. Mt 26:6; Mc 14:3). Los diferentes lugares, antiguos y nuevos, donde se venera el recuerdo de la “casa de Marta,” de la “casa de María,” de la “casa de Simón el Leproso,” etc., resultan localizaciones imposibles y caprichosas, aunque las apoye la mejor tradición con gran abundancia de testimonios escritos. El nombre de “Betania” significa “casa (o lugar) de Ananyá,” en el territorio de la tribu de Benjamín (Neh 11:32), como ha demostrado W.F. Albright, cuya opinión se ha impuesto. Con ello quedan eliminadas todas las explicaciones anteriores (”casa de la miseria,” “casa de Anas,” etc.). Pero sigue sin explicar tanto el motivo como el momento en que el antiguo topónimo de Ananyá fue ampliado con el prefijo bet (casa). En cierto modo Betania puede considerarse como un lugar rico, o al menos como un lugar con habitantes ricos, cuyos campos se extendían penetrando en el semidesierto. En el período preisraelita Bet-El fue un santuario cananeo (bet-‘el = “casa del dios”), que tal vez incluso dio nombre a la divinidad allí venerada; en este último caso la fórmula “Yo soy el Dios Bet-El” (Gen 31:13) sería preferible traducirla “Yo soy el Dios de Bet-El.” El lugar del asentamiento junto al recinto del santuario se llamaba Luz, sin duda por los almendros (luz), que ponían su nota característica en la campiña de Bet-El. En la Biblia se yuxtaponen Luz y Bet-El, como lo demuestra el trazado de la frontera tribal entre Efraím y Benjamín, que “salía de Betel-Luz” (Jos 16:2). Cierto que a veces a Luz también se la llama “Bet-El”; pero por lo general ese nombre indica el lugar de los sacrificios, que quedaba aproximadamente a un km al este del asentamiento. Sólo desde la supresión del santuario por el rey Yosías hay que entender por “Bet-El” la ciudad. La ciudad — y con ella también el santuario — tuvo un papel importante en el período de los hicsos. En 1957 se excavaron los restos de una imponente muralla de circunvalación (de 3,38 m de espesor) perteneciente a los comienzos del período hicso en Canaán, y de finales de ese período los restos de una fortificación bien amurallada. Cabe suponer que Bet-El constituyó un importante punto de apoyo de los hicsos en Canaán. Los israelitas conquistaron y destruyeron Bel-El al apoderarse del país; pero más tarde se apropiaron de su venerable santuario transformándolo en lugar de culto a Yahveh; es decir, que el dios de Bet-El se identificó con Yahveh. Los documentos bíblicos de la apropiación se remontan narrativamente a la época de los patriarcas, con la construcción de un altar en Bet-El por par-te de Abraham (Gen 12:8) y la erección de una piedra por parte de Jacob (Gen 28:17-22). Verosímilmente puede deducirse de la última narración que el centro del santuario era una massebá de piedra y que entre las ofrendas habituales del lugar estaba la ofrenda de aceite. En ese empleo del aceite se recogía la tradición del país. Probablemente en el período israelita fue Bet-El el centro de culto de la tribu de Benjamín. Pero en su conjunto debió de ser bien modesto, a juzgar por el escaso nivel de vida de Israel al tiempo de la conquista y de los jueces. Tras la división de los reinos (932 a.C.), el primer rey del reino del norte, Israel, de nombre Yeroboam, hizo de Bet-El el santuario nacional erigiendo allí la imagen de un becerro; esta última forma de culto no enlazaba con una tradición de Bet-El. La medida supuso un vigoroso impulso para Bet-El (y para Luz), como lo certifican los hallazgos de las excavaciones. Como después del 932 a.C. Jerusalén era la ciudad más septentrional del reino meridional de Judá, los reyes sureños intentaron ganar algo de la franja de territorio fronterizo con el norte. Bet-El quedaba a sólo 17 km de Jerusalén, por lo que entraba en la zona de lucha e incluso bajo el rey Abiyyá fue judaica por algún tiempo (914 a.C.); pero el rey Basa de Israel (910-897 a.C.) la devolvía a la soberanía del reino norteño, en el que se mantuvo hasta el 725 a.C. Los profetas Amos y Oseas, que actuaron bajo Yeroboam II (782-747 a.C.) en el reino del norte, alzaron sus voces contra las aberraciones de Bet-El, cuyo culto al parecer había adoptado unas formas marcadamente cananeas, además del escándalo que suponía la imagen del becerro. Tras la destrucción de Bet-El por los asirios (725 a.C.) y la dispersión del reino del norte, el santuario quedó abandonado por algún tiempo; pero pronto el rey asirio envió a un sacerdote yahvista, que había sido deportado, para que restableciese el culto de Yahveh en Bet-El, que por entonces formaba parte de la provincia asiría de Samaría; se creía, en efecto, que las malas cosechas y otras catástrofes eran consecuencia del abandono del Dios del país. Pero, naturalmente, en Bet-El no se mantuvo en exclusiva el culto yahvista, sino que como el soberano del país era el gran rey asirio también las divinidades asirías tuvieron allí acogida y veneración. Con ello Bet-El se convirtió en una abominación para los profetas absolutamente fieles a Yahveh. Un siglo más tarde (621 a.C.) el rey Yosías de Judá (641-609 a.C.) incluyó también en su reforma del culto el santuario de Bet-El: ocupó el recinto sagrado, destruyó el santuario e hizo profanar la región sembrando huesos, a fin de que el lugar de los sacrificios no volviera a utilizarse. Desde entonces Bet-El fue una ciudad y no ya un santuario. Probablemente quedó incorporada a Judá, pues entre los regresados de Babilonia se contaban también gentes de Bet-El (cf. Esd 2:58), lo que supone que también de allí había habido deportados. En el topónimo árabe actual de Betus se ha conservado, aunque en forma truncada, el nombre de Bet-El. Esta importante ciudad en la depresión del Jordán, al este de la montaña de Gelboé, perteneció durante mucho tiempo a Egipto. El nombre hebreo de Bet-San es tal vez una contracción de bet-sahan (casa de la diosa serpiente, de la diosa de la vida; cf. el texto sobre Gen 3:1-6). En los textos egipcios se designa Btsir y en las cartas de Amarna Bitsani. El territorio excavado de la antigua Bet-San queda a unos 500 m al norte de la actual aldea israelita Bet-sáan (árabe: Besán). El recinto del asentamiento antiguo comprende dos colinas y el valle circundante. Ya en la época del calcolítico el lugar estuvo habitado (3500 a.C.). Hacia el 2500 pertenecía a los enclaves de culturas elevadas. Después del 2500 Egipto se enseñoreó del territorio, que por entonces se denominaba Siria; en Bet-San puede comprobarse la influencia cultural egipcia. Cuando los hicsos llegaron a Siria, Bet-San se convirtió en una ciudad Estado; pero en 1480 a.C., Tutmosis III de Egipto reconquistó también este lugar importante en su lucha contra la federación de pequeños príncipes sirios (batalla de Meguiddó); lugar importante, decimos, por-que se encontraba en el camino de Egipto a Damasco, que por allí cruzaba la falla norte-sur que discurre desde el Hermón hasta el golfo de Akaba. Y durante trescientos años Bet-San fue una ciudad con guarnición egipcia. Templos, estelas con inscripciones, estatuas de faraones, imáge-nes de dioses, instrumentos de culto y ofrendas sagradas, que las excavaciones han sacado a luz, son otros tantos testimonios de ese período. Durante esos trescientos años ocurrió también la conquista de Canaán por parte de los hebreos israelitas. El libro de Josué asigna la zona de Bet-San a la tribu de Isacar, mientras que la ciudad de Bet-San en Isacar a la tribu de Manases, cosa que no pasó de ser un ideal, porque en la realidad esa depresión continuó siendo territorio de las ciudades Estado cananeas, como lo admi-te Jue 1:27:“Tampoco Manases logró conquistar Bet-San y sus aldeas...” Cierto que Jue 1:28 continúa diciendo que Israel hizo tributarias a esas ciudades, “cuando Israel se hizo fuerte”; pero dada la situación, eso no debió de pasar del pago de un tributo de las ciudades, que preferían pa-gar algo antes de que los merodeadores israelitas devastasen sus campos. Bajo el egipcio Ramsés III tal vez pasó la ciudad a manos de los invasores filisteos; eso pudo ocurrir hacia el 1180 a.C. Comoquiera que sea, el relato de la muerte de Saúl indica que hacia el 1012 a.C. Bet-San les pertenecía, o que al menos era su aliada (véase el texto sobre 1Sam 31:7). Es probable que Bet-San pasase a ser israelita bajo David; pero no lo fue por mucho tiempo. Ya al poco de la división de los reinos (932 a.C.) el faraón Sosaq acometió contra ellos y conquistó Bet-San (927 a.C.), como certifica la lista de sus victorias. Nada preciso sabemos so-bre la historia de la ciudad entre el 927 y el 218 a.C. En la guerra de conquista de Antíoco III Bet-San cayó en manos de los Seléucidas (218 a.C.). En la guerra judeo-siria en tiempo de Judas Macabeo la ciudad mantuvo relaciones amisto-sas con los vecinos judíos. El macabeo Juan Hircano I compró la ciudad y en el curso de su polí-tica judaizante intentó imponer el judaísmo a los bet-sanitas en el 107 a.C. Pero la cultura de Bet-San continuó siendo helenística; tal vez después de la conquista por Antíoco III se llamó Escitópolis. Cuando Pompeyo reordenó en Judea la situación política según los intereses de Roma (después del 63 a.C.), Bet-San entró a formar parte del territorio de las diez ciudades (Decápolis), siendo la única ciudad de ese grupo que quedaba al oeste del Jordán. El lugar se localiza hoy por casi todos en la zona de minas y escombros de tell Hum, en que se han excavado los restos de una sinagoga. A esa región, situada apenas a 5 km al oeste de la desembocadura del Jordán en el lago de Genesaret, apuntan también los datos de los Evangelios. Jesús, “dejando Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaúm, la ciudad marítima, en los confines de Zabulón y Neftalí” (Mt 4:13); el territorio de la tribu de Zabulón estaba en la ribera occidental del lago de Galilea. Como Jesús puso allí su residencia, Cafarnaúm es “su ciudad” (Mt 9:1), con una expresión que no ha de interpretarse en un sentido afectivo sino meramente administrativo. También la orilla noroccidental del lago era territorio de Cafarnaúm, si se trataba de tell Hum. Hacia esa orilla noroccidental apunta la vocación del publicano Leví/Mateo (Mt 9:9), porque el río Jordán, que allí desemboca en el lago, formaba la frontera entre el territorio de Herodes Antipas y el de Filipo. También la presencia de una pequeña guarnición, a la que alude el “centurión de Cafarnaúm” (Mt 8:15), pone de relieve el carácter de región fronteriza. Este centurión, tal vez un griego al servicio de Herodes Antipas, había construido una sinagoga a los judíos de Cafarnaúm (Lc 7:5). Los restos ahora visibles de la sinagoga proceden sin duda de una construcción de hacia el año 200 d.C.; pero algunos arqueólogos israelíes piensan que los fundamentos serían de la sinagoga mencionada en Lc 7:5; serían los cimientos de la sinagoga en que Jesús enseñó con frecuencia. Cafarnaúm fue el lugar de residencia de Simón Pedro y de su hermano Andrés, oriundos ambos de Betsaida. Aunque Cafarnaúm fue la ciudad residencial de Jesús y el centro geográfico de una buena parte de su ministerio, lo cierto es que en la ciudad hizo pocos seguidores (Mt 11:23). El lugar debió de ser por entonces muy pequeño, y quizá tuviera de mil a dos mil habitantes. Pero en tiempos posteriores (hacia el 200 d.C.) debió de crecer. Difícil resulta decir si su población participó o no en las dos guerras judías contra Roma (el 66-73 y el 135 d.C.); su asentamiento hacia el 200, que comportaba una sinagoga costosa para aquel tiempo, hace suponer que no empuñaron las armas. Y es posible que allí, en un lugar fronterizo orientado a las ganancias económicas, tanto en tiempo de Jesús como en la época de las guerras judías contra Roma fuera el mismo motivo el que mantuvo alejados a los pobladores de las proclamas mesiánicas de Jesús, por una parte, como de las guerras nacionales, por la otra. Así que el edicto de expulsión del 135 d.C. no habría afectado a los habitantes de Cafarnaúm y habría hecho de la ciudad un enclave marginal del judaísmo palestino, que — a cuanto sabemos — se forjó algunos de ese estilo sobre todo en Galilea. Cafarnaúm quedaba en el borde septentrional de la llanura de Genesaret. No se la menciona en el AT. Su nombre significa: “aldea de Nahúm,” sin que el tal Nahúm nos sea conocido. Hubo también una aldea llamada Caná en la tribu de Aser, algunos kilómetros al sur de Tiro. Diferenciándola de la misma menciona Jn 2:1 y 4:46 a la Caná del primer signo mesiánico de Jesús: Caná de Galilea, donde Jesús convirtió el agua en vino (Jn 2:1-11) y donde dio seguridades a un funcionario real de Cafarnaúm de que su hijo enfermo vivía (Jn 4:46-53). Una pequeña aldea en la carretera de Nazaret a Tiberíades pretende ser aquella Cana. En ella hay también dos iglesias — una ortodoxa y otra católica — levantadas para honrar esa manifestación de la gloria de Jesús. La aldea se llama kafr Kenna; ese Kenna, pronunciado como dshenna, frecuentemente ha hecho nacer la duda en los investigadores al intentar justificar la autenticidad de Caná. Con mayores probabilidades de ser la Caná de Jesús cuenta el montón de ruinas conocido como hirbet Kana. Está a 13 km al norte de Nazaret (kafr Kenna, a 6 km al nordeste de Nazaret), y parece que en tiempos de Jesús fue un lugar mayor, hasta el punto de que Natanael, que era de Caná, pudo preguntar con el orgullo del ciudadano consciente de su categoría: “¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1:46). Por lo demás, hasta el siglo XVI los peregrinos visitaban esa Caná como la ciudad de Jesús y de Natanael; pero después, y sin que hoy nos expliquemos muy bien los motivos, kafr Kenna relevó a hirbet Kana; quizá porque su emplazamiento era de más fácil acceso. La cordillera del Carmelo, no muy alta ciertamente (la cima más elevada es de 552 m) pero que destaca por su posición entre el mar Mediterráneo y la llanura de Yizreel (con una longitud aproximada de 20 km), es un lugar antiquísimo de asentamiento y culto. Ya en la edad de la piedra (antes del 4500 a.C.) estaban habitados los valles de la cordillera. En los anales de piedra del faraón egipcio Tutmosis III se designa al Carmelo (es decir, “el vergel”) como “el cabo sagrado.” Eso quiere decir que ya hacia el 1450 a.C. se consideraba la montaña como un lugar de culto, aspecto que probablemente se remonta a la edad de la piedra. Los pobladores cananeos o los señores fenicios del Carmelo veneraron allí a un Baal, cuyo centro de culto fue recuperado para Yahveh por el profeta Elías durante el reinado de Ajab, soberano del reino del norte (875-854 a.C.). Véase 1Re 18. También los gobernantes posteriores mantuvieron allí el centro de culto: en el período helenístico (desde el siglo IV a.C.) se veneró en el lugar al Zeus griego. La fertilidad del Carmelo en vino y aceite fue proverbial en el período bíblico. Las lluvias frecuentes, la abundancia de rocío y grandes cisternas compensaban la escasez de fuentes. El Carmelo como “montaña del señor Elías” (árabe dyebel mar Elyás) se remonta al relato del juicio de Dios, que exalta al profeta Elías en su lucha contra los profetas baálicos. Es posible, sin embargo, que Elías hubiese vivido en el Carmelo aun fuera de aquella ocasión; al menos así se cuenta de su discípulo Eliseo (2Re 4:25). El altar baálico en el que se celebró el juicio de Dios (1Re 18) se alzaba tal vez en la región de el-Muhragá (“lugar de la cremación”). La posición en el extremo sudeste de la cima (514 m) brinda todo lo que el proceso requería: un altar destacado, espacio para los peregrinos, una fuente, la proximidad del torrente Quisón, donde Elías mandó degollar a los profetas de Baal, y una distancia no muy grande de Yizreel, adonde Elías se adelantó al carro de Ajab (unos 20 km). CESAREA. Como puerto — del todo necesario — y como homenaje a su protector imperial Augusto, en sólo doce años convirtió Herodes el Grande una aldea de pescadores en una ciudad portuaria moderna: la de Kaisaria (griego), es decir, la “Imperial,” que para diferenciarla de la ciudad del mismo nombre en el que luego sería territorio del tetrarca Filipo se llamó Caesarea Maritima (Cesarea Marítima) y también con el nombre completo de Caesarea Palestinae (Cesarea de Palestina), por encontrarse en el territorio filisteo. Herodes el Grande (hasta el año 4 a.C.) y su hijo Arquelao (hasta el 6 d.C.) la utilizaron como residencia estival, a la vez que como especial residencia de representación; lo mismo hizo más tarde Agripa I. Los procuradores romanos de Judea y Samaría tuvieron allí su sede oficial, concretamente en el antiguo palacio real. Sólo con motivo de las fiestas y en algunas ocasiones especiales residieron provisionalmente en Jerusalén. La ciudad ha sido excavada en parte; las ruinas que han salido a luz (hipódromo, teatro, una parte del foro con grandes estatuas, donde sin duda se alzaba el palacio real) certifican las grandiosas dimensiones de la ciudad herodiana, aunque la imagen antigua de la ciudad experimentó fuertes cambios con las posteriores construcciones de los bizantinos y de los cruzados medievales. Los pobladores de la Cesarea herodiana y procuratorial fueron sirios helenistas y griegos, entre los cuales abundaron los soldados. Pero hubo también una gran colonia judía. El libro de los Hechos de los apóstoles, que documenta la expansión del cristianismo entre los gentiles, conduce una y otra vez al lector hasta Cesarea, en la que encuentra al oficial Cornelio (Act 10:1-2), a los procuradores ante los que habló Pablo, al rey Agripa I, que se hizo glorificar como un dios en el teatro, cuyos bastidores azules eran el mismo mar. En una ciudad de esa índole también los misioneros cristianos adoptaron un lenguaje nuevo; y allí estuvo uno de los campos de acción del diácono Felipe (cf. el texto sobre Act 8:5-8). La ciudad debe su existencia a las abundantes aguas del Baradá. Realmente no es más que un oasis grande en la llanura, y eso es probablemente lo que significa su nombre, un oasis, un “lugar abundantemente regado.” Divididas en siete brazos, las aguas del Baradá extienden su murmullo por las calles y casas de la ciudad. Eso ocurre hoy y algo parecido debió de ocurrir también en tiempos antiguos. Gustosos califican los damascenos su ciudad como la más antigua del mundo. Seguramente que se trata de una exageración; pero que Damasco es una ciudad antiquísima lo demuestra su nombre que es anterior al período semítico. Hacia el 2500 a.C. ya era una ciudad de los amorreos semitas; pero Damasco es más antigua. En hebreo se llama Dammesek. El agua hizo fértil a la ciudad y creó la posibilidad de que Damasco creciese. Pero el que lo hiciese justamente en aquel lugar se debió a su emplazamiento en las rutas comerciales que desde Babilonia y el norte pasaban por Damasco, dividiéndose en tres ramales importantes que conducían al sur y al suroeste. Ello condicionó de antemano la importancia estratégica y comercial de la ciudad. Durante la monarquía israelita (desde aproximadamente el año 1000 a.C.) Damasco fue la ciudad Estado de los arameos. David pudo someterla a tributo por algún tiempo (2Sam 8:5); pero ya en tiempos de Salomón empezaron los preludios de las guerras de liberación de los Estados arameos bajo la capitanía de Damasco, que desembocaron en continuas luchas contra el reino israelita septentrional. En los períodos de paz Damasco fue como vecino el interlocutor comercial nato del reino de Israel. Los asirios acabaron con la independencia de Damasco. Después de imponerse a Babilonia, los asirios sometieron a Damasco luego que la ciudad Estado hubiera intentado inútilmente, y en alianza con Israel, forzar al reino de Judá a luchar contra los asirios; el 734 a.C. Damasco era conquistada por Asiría. Pero la fuerza cultural del Estado arameo era tan grande que no fue el asirio, sino el arameo, el idioma que se convirtió en la lengua comercial y diplomática del imperio de Asiría. Desde entonces Damasco formó parte de la historia de Babilonia. Entre el 87 y el 62 a.C. Aretas II, rey de los nabateos, conquistó Damasco; pero después del 64 a.C. los romanos incorporaron la ciudad a la Decápolis, aunque sin que desapareciera con ello el dominio de los nabateos. También en el período apostólico seguía perteneciendo Damasco al territorio soberano del rey árabe Aretas IV. Destruido el reino israelita del norte por los asirios y deportada su población (722 a.C.), es probable que muchos israelitas escapasen a la ciudad de Damasco, que desde hacía doce años formaba parte del imperio asirio, y ello debido entre otras cosas a la presencia allí de una colonia israelita nacida de las relaciones comerciales entre Israel y Damasco. También tras la desaparición del reino de Judá y la dispersión de gran parte de sus habitantes (años 605, 597 y 586 a.C.) fueron muchos los judíos que llegaron a Damasco, y, naturalmente, no todos regresaron a Judá cuando lo permitieron los persas, que entre tanto se habían adueñado de Babilonia. Bajo el dominio persa Damasco vivió incluso un período de esplendor. Nada tiene, pues, de sorprendente que en tiempo del apóstol Pablo hubiera en Damasco una gran colonia judía que poseía varias sinagogas. Y como la judería de la ciudad estaba evidentemente sujeta al gran consejo de Jerusalén, Saulo llegó a Damasco persiguiendo a los seguidores de Jesús entre las comunidades judías. Sólo que ante la puerta oriental de la ciudad le llegó a él su “hora de Damasco.” Pablo entró en la ciudad por la puerta oriental de los romanos. La experiencia religiosa había dejado ciegos sus ojos. En aquella suntuosa puerta de tres arcos, de la que hasta hace poco sólo se conocía un arco secundario, empezaba la espléndida avenida de 30 m de ancha por 1500 m de larga que atravesaba la ciudad. Era la llamada calle Recta, que, según el estilo helenístico, estaba flanqueada por pórticos de columnas. La actual calle Recta (suk et-Tawil) ya no da la imagen de aquel esplendor; las columnatas romanas sacadas a luz sólo pueden verse de cuando en cuando, entre casas y espacios sin construir. Pablo se dirigió a una posada judía de la citada calle; pertenecía a un tal Judas (Act 9:11); hoy se levanta allí una mezquita. Y una casa bajo el nivel del suelo, en un callejón secundario, se señala como la casa de Ananías, que bautizó a Pablo en algún ramal del Baradá. Digamos más bien que en la capilla de esa casa se venera la conversión del perseguidor Pablo a discípulo de Cristo, aunque la casa, que queda varios metros bajo el nivel de la calle actual, habla en favor de la autenticidad de dicha tradición, ya que el nivel normal de las calles se ha elevado unos metros con los derribos y sedimentos de siglos (incendios, destrucciones bélicas). En su segunda visita a Damasco Pablo tuvo que salir huyendo (Act 9:25; 2Cor 11:32). Al suroeste de la ciudad se señala la puerta que ocuparía el lugar por el que Pablo fue descolgado por una ventana camuflado en una cesta. DAN. La tribu de Dan conquistó la ciudad sidonia de Laís sobre la fuente central del Jordán. En su correría de conquista contra Laís los danitas robaron una estatua divina de Miká, que era un hombre de la montaña de Efraím, pegaron fuego a la ciudad, la reconstruyeron después y la lla-maron “Dan,” erigiendo en la nueva ciudad la estatua divina de Miká (Jue 17 y 18). El recinto sagrado de Dan fue el santuario del norte: un santuario con estatuas, del que sólo con muchas reservas cabría afirmar que era un santuario de Yahveh. Cuando Yeroboam I forjó los becerros de oro, eligió para su emplazamiento a Bet-El en el sur y a Dan en el norte; tal elección certifica bien a las claras la popularidad del santuario de Dan. “De Beer-Seba a Dan,” o “De Dan a Beer-Seba,” era un dicho popular que significaba “de frontera a frontera.” Dan era la ciudad fronteriza del norte. El territorio de las diez ciudades, la “decápolis” (del griego deka — diez, y polis = ciudad), se remonta a Pompeyo como una federación de ciudades. Las primitivas fundaciones helenísticas o antiguas ciudades helenizadas (por ejemplo, Bet-San) fueron ocupadas en su mayoría bajo el rey Hasmoneo Alejandro Yanneo, que además intentó judaizarías. Cuando Pompeyo sometió Palestina y Transjordania (el año 63 a.C.), asoció aquellas ciudades helenísticas para que fuesen un fermento de la política romana en Siria-Palestina. Más tarde Herodes el Grande consiguió incorporar a su reino algunas de aquellas ciudades. Pero en tiempo de Jesús el territorio de la decápolis volvió a formar una gran unidad. Las ciudades miembros de aquella federación fueron cambiando, y en ocasiones fueron más de diez. Bet-San (Escitópolis) fue siempre la única ciudad de la federación que quedaba al oeste del Jordán. En todas las ciudades de la decápolis la población era predominantemente helenista, aunque en casi todas hubo una minoría judía, que por lo general pertenecía a la clase inferior. Cuando la fama de Jesús se extendió también por la decápolis (Mt 4:25), debió de ser precisamente ese estrato judío inferior de la población urbana el que se interesó por él. La ciudad tuvo un gran papel en la acción misionera del apóstol Pablo. Con su viaje a Éfeso, el Apóstol conectaba con una ciudad de la mayor tradición cultural. Aquella ciudad jónica del Asia Menor era la ciudad de Hornero, de Heraclito y de Pitágoras, la ciudad de Heródoto y de Tales de Mileto. También en tiempos de Pablo era Éfeso una avanzadilla de la filosofía, el arte y el comercio, además de centro de los cultos paganos. Casi frente al puerto se alzaban los edificios del ágora (el mercado), las termas, el gimnasio (o sala de deportes) y el teatro (con 24 000 asientos). Las laderas de los montes que se alzan detrás estaban salpicadas de las villas de los ricos. Es seguro que, desde su primera época romana (133 a.C.) Éfeso albergó una fuerte colonia judía con muchos privilegios (autoadministración, libertad religiosa garantizada); pero entre la población griega ese alto porcentaje de población judía fue causa de animosidad contra los judíos, en la que ocasionalmente participó también el procónsul romano, porque contaba con el apoyo de la población griega. La ciudad de Éfeso del tiempo de Pablo se debía en parte al rey Lisímaco (s. IV a.C.), el sucesor de Alejandro Magno en el Asia Menor, que la edificó como una ciudad internacional a la que afluían las riquezas de todo el mundo (cf. Ap 18). Otro dato importante es que Éfeso constituía un centro de peregrinación, como lugar de culto a Artemisa. El templo de la diosa, el Artemisium, era un lugar de culto a una diosa de la fecundidad, al igual que en Canaán se la veneraba como Astarté; el nombre de Artemisa (los romanos la llamaban Diana) no era sino la designación griega de la diosa naturista de la fertilidad y la vegetación, cuya esencia se reflejaba en sus innumerables pechos. El templo de la diosa, cuya imagen negra de ébano estaba cubierta de exvotos, tenía unas dimensiones extraordinarias para su tiempo, cubriendo más de 5000 m2. Por su templo de Artemisa, Éfeso era conocida con el nombre glorioso de neokoros o guardiana del templo (Act 19:35), y demuestra que en la ciudad las representaciones sagradas se habían trocado en homenajes al emperador. En el período paulino la comunidad cristiana de aquella metrópoli estuvo dirigida por Timoteo (2Tim 1:18). Según tradiciones posteriores, desde aproximadamente el 60 d.C. fue también la sede del apóstol Juan. En esa época, junto al culto de Artemisa, se fue intensificando el culto del emperador. En el Apocalipsis las representaciones efesinas en honor del emperador de Roma constituyen el modelo del teatro del anuncio apocalíptico. EMMAÚS. La ubicación de la aldea de Emmaús, a la que — según refiere Lucas — se dirigieron dos discípulos de Jesús el día de su resurrección, resulta problemática por el dato de que estaba “a 60 estadios de Jerusalén” (Lc 24:13). En un círculo de 60 estadios (unos 11 km) alrededor de Jerusalén no existe lugar alguno que se llame o haya llamado Emmaús. La palabra (jammah) indica unas fuentes termales (jamam: ser caliente); así pues, en el lugar que se pretenda considerar como la Emmaús bíblica deberían de encontrarse restos o indicios de tales fuentes termales. El lugar de ese nombre (árabe Amwas) queda, por el contrario, a una distancia de 160 estadios de Jerusalén; o sea, a casi 30 km. A ese lugar, no obstante la diferencia en la distancia, se vinculó, a más tardar en tiempos del escritor eclesiástico Eusebio (265-340), la tradición de que se trataba de la Emmaús del relato lucano. Las excavaciones en el lugar han revelado la presencia de dos fuentes de agua tibia (Dalman 1914); M.J. Schiffers contó en 1890-1894 hasta cinco de tales fuentes: “Tres en el lugar y otras dos en las proximidades, cuya agua se conducía a través de canales” (Cl. Kopp, Die heiligen Státten des Evangeliums, 1959, p. 445, nota 116). Esas fuentes o pozos confirman el dato de la tradición. Cómo sucedió para que esa Emmaús, distante 160 estadios de Jerusalén, apareciese como un lugar a sólo 60 estadios de distancia de la capital, es algo que se presta a hipótesis (por lo demás, algunos manuscritos, aunque no sean los más fiables, hablan efectivamente de 160 estadios). El error pudo estar ya en la indicación del evangelista que desconocía el lugar; ese dato lo corrigieren más tarde algunos copistas que conocían la tradición, convirtiéndolo en 160 estadios. O bien: que en el texto original figuraba “160 estadios” y por error de los copistas se convirtieron en “60 estadios,” aunque no deja de ser sorprendente que falten precisamente 100 estadios. Y otra hipótesis: un copista consideró que dos veces 160 estadios (casi 60 km) eran prácticamente imposibles para un día de marcha, y por tal motivo “corrigió” los 160 estadios en sólo 60; con ello sin embargo habría excluido la posibilidad de que los discípulos tomasen a la vuelta una caballería; de hecho, todavía hoy los árabes realizan marchas de casi 60 km al día. El lugar de Emmaús, del que aquí se habla, era la ciudad en la que Judas Macabeo derrotó a los sirios el año 161 a.C. (1Mac 3:40; 3:57ss). Pero, después de que Báquides venciese al propio Judas y más tarde a su hermano Yonatán, fortificó una serie de ciudades en el país, entre las que figura también la de Emmaús (cf. 1Mac 9:50). Cuando Varo era procurador de Siria había en Emmaús una cohorte romana, que fue atacada por bandas de combatientes nacionalistas judíos. La ciudad, que ocupaba el centro de los enfrentamientos, fue abandonada por sus habitantes. Después de lo cual Varo la redujo a cenizas. El campo de ruinas de la ciudad anterior seguramente que volvió a ser habitado poco a poco, por lo que con todo derecho habla Lucas de una “aldea” al tiempo de la muerte de Jesús. En aquella aldea vivía Cleofás, que era uno de los peregrinos. En Emmaús se da el extraño caso de que no se afirma con seguridad: “Aquí estuvo la casa de Cleofás.” Existe sí, desde aproximadamente el siglo VI, una iglesia en memoria del suceso referido en el Evangelio. Desde el año 221 d.C. la Emmaús romana se llamó Nicópolis. Y desde el 1280 aparece de repente en los escritos de los peregrinos la afirmación de que el lugar árabe el-Kubeibe, a unos 13 km de Jerusalén, era la Emmaús lucana. Ignoramos el nombre antiguo del lugar; la distancia funciona en cierto modo; pero el lugar no se caracteriza ni por las fuentes termales ni por una larga tradición. Los franciscanos, que son los custodios de los santos lugares de Palestina, veneran aquí a pesar de todo el suceso evangélico de Emmaús. ENGUEDI. El territorio y el lugar reciben su nombre de la caudalosa “fuente del cabrito” (en-gedi), que a su vez puede haber recibido el nombre por las cabras montesas del Sinaí, que allí vivían en medio del desierto. Hoy en los territorios al sur de Enguedi existen rebaños de gacelas. La fuente brota a unos 200 m por encima de la ribera occidental del mar Muerto, se precipita en pequeñas cascadas hasta la hondonada y se convierte así en la madre de un paisaje oásico del que eran pro-verbiales las generosas palmas datileras y las viñas abundantes (Cant 1:14). El valle del oasis penetra en forma de embudo en la montaña para descender después hacia el mar Muerto en amplios escalones. El emplazamiento actual de Enguedi (Israel) está en camino de convertirse en un magnífico sanatorio para enfermos con dificultades respiratorias. A menos de 5 km al norte pasaba (hasta 1967) la frontera jordana. En este paisaje se ocultó David en una cueva huyendo de la persecución de Saúl (1Sam 24:1ss), y es que el bastión de la montaña de Judá presenta profundas hendiduras. Es el mismo murallón montañoso que se prolonga por Sodoma sobre la orilla occidental del mar de la Sal. El año 1957 un grupo de investigadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén descubrió en la región de Enguedi una cueva fortificada. La cueva queda en una cima al norte del oasis. Su entrada natural parece haber sido estrechada por la mano del hombre para sí ocultar mejor a los prófugos. A la entrada de la cueva se han encontrado restos de un depósito de agua. Los hallazgos de cerámica confirman la utilización de la cueva desde aproximadamente el 1200 a.C. hasta el período romano, hacia el 130 d.C., cuando allí se organizó la resistencia de Bar-Kochba. Enguedi perteneció más tarde a la región en que se asentaron los esenios. Probablemente el oasis fue el centro agrícola del grupo de monjes esenios, mientras que en Qumrán, 25 km más al norte, estuvo su centro espiritual. Las construcciones de terrazas en los oasis entre la montaña y el mar de la Sal se deben sin duda al trabajo de cultivo de los esenios. El lugar queda en la punta nordeste del mar de los Juncos, en el golfo de Akaba. En tiem-pos bíblicos perteneció al país de los edomitas y se menciona en las narraciones del desierto como una estación de Israel (Núm 33:35). Después de que David sometiera a los edomitas, el rey Salomón hizo construir en Esyón-Guéber (Vulgata: Asion-Gaber) el puerto para su flota mercan-te (1Re 9:26). Es posible que el deseo de tener un acceso al mar fuese el motivo principal de la lucha de David contra las gentes de Edom. Después de que se hubieran independizado a la muerte del rey Salomón (932 a.C.), el rey Azarías de Judá, doscientos años más tarde, volvió a adue-ñarse una vez más de Esyón-Guéber. Y en la época de los Macabeos pasó de nuevo a manos israelitas por obra de Juan Hircano, que sometió a los idumeos (122 a.C.). Algo más de 3 km al norte del puerto excavó Nelson Glück varios estratos de escombros de una gran instalación industrial que perteneció a Esyón-Guéber. Se trata de instalaciones para la extracción del cobre, que se remonta al siglo XI a.C. y que fueron montadas por Salomón. Posiblemente las funderías del cobre estaban inmediatas al mar, ya que entre la zona excavada y la playa actual pueden comprobarse indicios de enarenamiento. En tal caso los restos del tell excavado no se identificarían con Esyón-Guéber. No nos consta con claridad si la designación de Elat se refiere a Esyón-Guéber, si esta ciudad se llamó así durante algún tiempo o si Elat fue un lugar distinto. Muchos suponen que Es-yón-Guéber fue el centro industrial y Elat el puerto. En el Israel actual se denomina Eilat al lugar inmediato. ÉUFRATES. Es el mayor río del Asia anterior (hebreo: Perat; árabe: furat), con 2300 km de largo desde su nacimiento (con dos fuentes: Éufrates occidental y Éufrates oriental) en las tierras altas de Armenia hasta su desembocadura en el golfo Pérsico. La dirección general de la corriente es el sudeste. Hoy se junta con el Tigris unos 100 km antes de su desembocadura. En el período bíblico los dos ríos desembocaban por separado en el mar. El cambio de la corriente repercutió en muchas ciudades, que antes florecían junto a sus aguas y hoy se marchitan en medio del desierto. Como río de caudal permanente, el Éufrates fue para Mesopotamia una corriente que decidió su vida y su destino; de ahí que en la Biblia, siguiendo el modelo mesopotámico, a menudo se le llame la “corriente” sin más (Gen 31:21) o “el gran río” (Gen 15:18). Los pueblos de Mesopotamia desviaban el agua del Éufrates para el riego de sus campos. Las inundaciones del Éufrates fueron probablemente el elemento histórico que sirvió de base a las narraciones sobre el diluvio. “Del Nilo al Éufrates” fue en los tiempos bíblicos una fórmula que designaba la unidad política o, mejor, el territorio políticamente relacionado del Próximo Oriente (Gen 15:18). En el lenguaje eufemista de la política expansionista de Israel se alude a veces al Éufrates como la frontera ideal de Israel por el nordeste (cf., por ejemplo, Dt 1:7; Jos 1:4). El territorio de Galaad (que es la designación de la Vulgata) o Gilead (hebreo), al este del Jordán, y cuyos límites no se pueden señalar con exactitud, se toma a veces como una designación general de todo el territorio al este del Jordán. Originariamente Galaad fue el país al sur del Yabboq; pero después que en la época de los jueces la tribu de Manases conquistó las tierras al norte de dicho río, la designación se extendió a todo el territorio de las dos orillas del Yabboq. Los terrenos boscosos de Galaad dieron pie con sus numerosas plantas a una especie de industria médica. El país abundaba también en pastos. Al norte de Galaad, en Yabes, salvó Saúl a los habitantes de los actos vandálicos de los ammonitas, que querían sacar un ojo a cada uno de los pobladores de Yabes. Los hombres, en agradecimiento, recogieron el cadáver de Saúl después de su derrota en la montaña de Gelboé, se lo llevaron a Yabes y allí lo enterraron honrosamente. Al norte de Galaad, en el bosque de Efra-ím, fue vencido Absalón por las tropas de David. Y del norte de Galaad, de Tisbé, era oriundo el profeta Elías. El territorio entre el Jordán y el lago de Genesaret en el este, la llanura de Yizreel por el sur, y la frontera fenicia por el oeste, fue el país de “Galilea.” Por el norte es difícil trazar la frontera, si al nombre se le da un sentido político. “Galilea” (Galil) fue originariamente una designación geográfica, sin que sepamos en qué se apoya. En Isaías aparece una vez la designación de haggalil haggoyim (Is 8:23), es decir, círculo o territorio de los pueblos (gentiles); pero ello podría ser ya una explicación (Mt 4:15). Desde la época de los Macabeos, “Galilea” equivalía a la provincia septentrional del reino de Judá. Tras la división del reino a la muerte de Herodes correspondió a la tetrarquía de Herodes Antipas. Galilea es un territorio fértil, con agua abundante, sobre todo en el norte, en la Galilea superior; su clima es favorable a los árboles y campos en la llanura de Genesaret, de una belleza esplendorosa; “a lo largo de diez meses se pueden obtener cosechas” y cada palmo de tierra se puede cultivar, según un viejo proverbio rabínico. De ahí que estuviera muy poblada, contando con grandes aldeas y ciudades: Tiberíades, Cana, Cafarnaúm, y muchos varones, como destaca expresamente Flavio Josefo. Galilea estuvo ocupada por las tribus de Isacar, Neftalí, Zabulón y Aser; pero el territorio nunca fue sede de un asentamiento puramente israelita, ni siquiera antes de la destrucción del reino del norte. Incluso en tiempos de David y Salomón estuvo habitado por cananeos. Tras la reducción de la población israelita por la deportación en los años 725/722 a.C., el cambio demo-gráfico fue aún mayor con los llegados de Mesopotamia y después que el territorio entró en la historia como provincia asiría, neobabilónica y persa, y como parte del imperio de Alejandro Magno y del reino de los Seléucidas. Con los inmigrados, la población llegó a formar un extraño conglomerado de israelitas, medos, arameos, árabes, fenicios y griegos, que en la marmita del helenismo constituyeron un pueblo mestizo de cultura griega. Cuando estalló la rebelión maca-bea, había en Galilea tan pocos israelitas puros que Simón Macabeo consideró conveniente desde un punto de vista político y religioso trasladar el resto a Judea (1Mac 5:23), al no poder arrancar el país del reino de los Seléucidas. De todos modos, Aristóbulo I conquistó más tarde aquella franja de terreno (104 a.C.) e impuso por la fuerza una judaización (la circuncisión y el cumplimiento de las leyes del culto). Y aunque con el tiempo aquel judaísmo galilaico acabó convirtiéndose en un judaísmo genuino, por lo que respecta a la escrupulosidad cultual no dejó de ser el ala liberal. Por ello hubo pocos fariseos en Galilea y pocos maestros de la Ley. La población en su mayor parte no tenía vinculación alguna con las tribus antiguas, como lo refleja entre otras cosas el hecho de que de ninguno de los discípulos de Jesús, que con la excepción de Judas Iscariote eran todos galileos se trace la ascendencia tribal. En líneas generales el carácter del pueblo era bronco, combativo y revolucionario. Cuan-do se iniciaron los movimientos mesianistas del período romano, los más exaltados y radicales fueron aquellos galileos de judaísmo reciente. Lo que tampoco deja de tener importancia para enjuiciar a los discípulos de Jesús, que vivió y actuó en Galilea. Hasta las mujeres de la región parecen haber estado animadas de un sentimiento y celo nacionalistas. En la guerra romano-judía los señores del mundo tuvieron en cuenta el carácter de aquella gente y, antes de marchar contra Jerusalén, empezaron aplastando la resistencia en Galilea. En tiempo de Jesús los galileos estaban culturalmente más cerca del helenismo que del judaísmo puro de Judea. Y como la ocupación del país desde los comienzos del período romano en Palestina (63 a.C.) volvió a hacerse con inmigrantes griegos o que hablaban griego, los “judíos” galilaicos del tiempo de Jesús volvieron a vivir en medio de gentes griegas. Por ello es probable que la mayor parte de los galileos, además del arameo, hablasen también griego. En cierto modo ocupaban la posición media entre los “hebreos” y los “helenistas” del judaísmo. Esa posición media pudo precisamente capacitar para el cometido misionero a los apóstoles, que fuera de Judas Iscariote eran todos galileos. GARIZIM. Este monte, en la región montañosa de Efraím, de 868 m sobre el nivel del mar, se convirtió en el monte del santuario sólo a causa de la historia política de Samaría. En el libro de Josué (8:30) y en el Deuteronomio (27:4) se habla del compromiso de guardar la Ley que contrajeron las tribus que inmigraron a las órdenes de Josué, a fin de que el compromiso siguiese siendo también válido en el nuevo país. Ese compromiso se proclamó en el valle entre los montes de Garizim y Ebal (938 m); las tribus estaban acampadas en las laderas, seis sobre el Garizim y seis sobre el Ebal, pero el altar estaba en una prominencia (?) del Ebal. Aquel altar, por extraño que resulte, no dio origen a ningún santuario específicamente israelita. ¿Tal vez por la proximidad de Sikem, que queda al norte del Garizim? Pero quizá también porque el santuario de Bet-El y más tarde el santuario real del reino del norte en Samaría no permitió que el sitio del altar, a los pies del Ebal y frente al Garizim, alcanzase la categoría de un santuario. Desde la destrucción del reino del norte (722 a.C.) se formó en torno a Samaría el pueblo de los samaritanos, que adoraba a Yahveh y consideraba también como suyas las tradiciones de Israel y del Pentateuco. Es probable que ya entonces alcanzase esa ubicación del altar su acentuada importancia, dado que los samaritanos lo relacionaron ya con la tradición de la entrada en la tierra prometida. Lo único extraño es que no llamasen monte del altar al Ebal sino al Garizim y que así lo designen hasta hoy en el Deuteronomio (27:4). Muchos biblistas opinan que la tradi-ción samaritana sólo pudo formarse sobre la genuina tradición histórica, mientras que suponen que los judíos habrían cambiado más tarde el sitio del altar del Garizim al Ebal para romper así cualquier lazo común con los samaritanos, todo los cuales “tienen un espíritu malo.” Como, tras el regreso de los judíos de Babilonia, los persas sometieron en principio Judá y Jerusalén a Samaría, los samaritanos se dirigieron espontáneamente al nuevo santuario en Jerusalén. Más tarde, y ya bajo Nehemías, Jerusalén y su entorno se convirtió en una provincia persa autónoma; a partir de entonces al gobierno persa le pareció mejor promover en Samaría un santuario propio, y surgió espontáneamente el Garizim (hacia el 350 a.C.). Pero el impulso de los samaritanos hacia el templo de Jerusalén sólo se frenó cuando, en el 198 a.C., se alzó un templo en toda regla sobre el Garizim. t Juan Hircano destruyó el año 128 a.C., junto con Sikem, también el templo del Garizim. Así pues, al tiempo del ministerio público de Jesús hacía ya casi ciento sesenta años que estaba en ruinas; pero a pesar de ello continuaba siendo el monte de oración y sacrificios de los samaritanos (Jn 4:20). Los árabes designan al Garizim dyebel et-Tor. El lago de Genesaret lleva en la Biblia distintos nombres. En el AT se le llama varias veces mar de Kinneret, nombre del que evidentemente se formó el griego de Genesaret; el puente lo formó la designación tardojudía de “aguas de Gennesar” (1Mac 11:67) y la denominación “lago de Gennesar,” corriente en tiempos de Jesús. En el NT se le llama simplemente “mar de Galilea” y también “mar (el lago) de Tiberíades” (Jn 6:1). El nombre de Kinneret podría derivar del hecho de que tiene forma de arpa (kinnor), si es que el nombre antiguo de Tiberíades o de algún otro lugar no le dio nombre al lago. Datos topográficos: longitud máxima: 21 km; anchura máxima: 12 km; con una anchura media de 8 km; superficie: 170 km2; profundidad media: 42 m; máxima: 48 m; nivel: a 212 m bajo el nivel del Mediterráneo. El lago es probablemente el resto de un gran lago interior que llenaba la gigantesca falla que cruza el territorio de Siria y Palestina de norte a sur. Por ambas orillas, en sentido longitudinal, se alzan las montañas cerca del lago, dejando en el oeste únicamente espacio para una carretera y algunos pueblos pequeños, con la única excepción que constituye Tiberíades, en el centro de la ribera occidental; al este se abren sí algunas ensenadas, pero por lo general la montaña, que alcanza hasta 500 m de altitud, se precipita abrupta hasta la misma orilla del lago. Al norte hay una llanura con algunas ciudades: Cafarnaúm, Betsaida, y más allá se alza en la lejanía el Hermón. El lago es rico en pesca, por lo que tuvo cierta importancia para la alimentación, y no sólo en tiempo de Jesús. Por su posición bajo el nivel del mar, la temperatura media anual en la caldera del lago es de 25° C, alcanzando en verano los 40° a la sombra. La llanura del noroeste (llanura de Kinneret), es una tierra pantanosa fértil y hoy, con los trabajos de colonización de los israelíes (higueras, palmeras, y otros árboles frutales), poco a poco va recuperando el aspecto lujuriante con que nos la imaginamos en tiempo de Jesús. La temperatura apenas varía el día a la noche, de modo que se puede pernoctar al aire libre, como lo hicieron por ejemplo las multitudes que siguieron a Jesús durante tres días (Mc 8:2). Las tempestades en el lago las recuerda dos veces el NT al referirse a unos signos de Jesús. Son tempestades, que sobre todo en los meses de marzo a julio, pueden desencadenarse con tanta rapidez que sorprenden a barqueros y pescadores. Los dos milagros de Jesús en el lago se cuentan como milagros de noche; la tempestad calmada es un signo por la tarde. Esos períodos de borrasca eran tanto más angustiosos cuando que por las noches apenas si suelen soplar los vientos. El momento más peligroso para las tormentas es el mediodía. Son sobre todo los vientos de poniente y del noroeste que llegan del Hermón los que provocan las tempestades repentinas sobre el lago. Esas ráfagas de viento, que “descienden” sobre el agua (así lo dice también Lc 8:23), a veces pueden percibirse ya con antelación en la altura como un rugido resonante. Toda-vía hoy se puede observar cómo los marineros de barcos de vela escuchan una y otra vez a fin de advertir el peligro de tempestad. Como los remolinos tormentosos llegan del oeste, la parte más amenazada por el peligro de las tormentas es la oriental. Así, el lugar de la calma corresponde a la zona de tempestad más peligrosa, pues se viajaba desde la orilla noroeste (a resguardo de las tempestades) hacia el este. Y también el paseo de Jesús sobre el mar encrespado hay que suponerlo en la parte nordeste del lago, puesto que el lugar de la multiplicación de los panes estaba en la ribera oriental y los discípulos en su viaje nocturno tomaron la derrota de Betsaida o Cafarnaúm, en la orilla septentrional, con lo que en cualquier caso tenían de cara el viento del noroeste, perdieron el rumbo y desembarcaron más hacia el oeste, sobre la playa de la llanura. GUILBOA. La montaña de Guilboa es una de las dos grandes estribaciones de la montaña de Efraím. Discurre al nordeste de la región montañosa en dirección sur-norte, con una inflexión hacia el noroeste. Al este de la montaña está la depresión de Bet-San, y en su alargamiento hacia el noroeste se abre la altiplanicie de Yizreel. La cima más alta, el Guilboa, tiene 518 m de altitud; los árabes le llaman dyebel Fukua. El nombre Guilboa es probablemente preisraelita, al igual que Bet-San, a los pies de dicho monte, es una ciudad antiquísima también preisraelita. Ignoramos el significado del topónimo. En esta montaña se desarrolló la última batalla de Saúl contra los filisteos, en la que el primer rey de Israel perdió la vida (véase el texto sobre 1Sam 31). En el centro de la montaña de Judá, en una hondonada feraz que produce vino, melocotones, almendras e higos, se encuentra Hebrón, a 927 m sobre el nivel del mar; en la antigüedad se llamó Kiryat-Arbá (“Ciudad cuádruple”) y fue una ciudad Estado de los anaquitas. Pero la tradi-ción oscila, ya que también se menciona a los hittitas y a los amorreos como los primeros pobladores de la ciudad. En el reparto del país por Josué se le asignó a Judá, o a los calebitas, que habitaban “entre los hijos de Judá” (Jos 15:13). Los calebitas conquistaron la ciudad (Jos 15:14); pero probable-mente eran una tribu que en su origen nada tenía que ver con la de Judá, aunque en las historias tardías sobre la marcha por el desierto aparezca también en la tribu de Judá (Núm 13:6). Sin duda, los calebitas no se consideraron de la tribu de Judá, a no ser después que David hubo reunido la liga meridional de seis tribus, a la que pertenecían Judá y Caleb, bajo su gobierno como “casa de Judá.” Tras la caída de Jerusalén (año 586 a.C.), Hebrón pasó a ser de Edom hasta que los Ma-cabeos la recuperaron. Para israelitas y judíos la posesión de Hebrón era importante, porque en la tradición la ciudad iba ligada al nombre de Abraham. En el santuario de Mamré, junto a Hebrón, había montado el patriarca su primer campamento durante varios años, y, según refieren las historias tradicionales, en la cueva (¿doble?) de Makpelá fueron enterrados Sara y Abraham, Isaac y Rebeca, Lía y Jacob. La cueva se muestra hoy bajo la mezquita de el-Haram, que se alzó sobre una iglesia de los cruzados, la cual a su vez se había construido sobre un monumento que Heredes el Grande hizo erigir; en los sillares de los cimientos se puede reconocer la misma disposición típica de las piedras que aparece en el muro herodiano de Jerusalén. Al morir Sara, Abraham compró la cueva y el campo circundante a un hittita llamado Efrón, para lugar de enterramiento (Gen 23:1ss). Incluso los arqueólogos, que ven en el relato de Gen 23 un hecho histórico real, dudan de la fiabilidad de la tradición local, y consideran más verosímil que la cueva de Makpelá estuviera en las proximidades de Mamré. A pesar de todo, los musulmanes enseñan en la mezquita, a través de una celosía, la “verdadera” cueva de Makpelá, y en el atrio, la nave y un edificio del patio aparecen varios cenotafios como ataúdes de piedra de los patriarcas y sus esposas. Cuando en los libros de Samuel y de Reyes se habla de Hebrón como el lugar en que fue-ron ungidos David y Absalón, ha de entenderse que se refieren al santuario de Mamré, en Hebrón. Por el contrario, Hebrón como lugar de residencia de David ha de entenderse seguramente la ciudad, que debería de encontrarse o en la ciudad actual de el-Halil o en la colina de er-Rumedi al oeste, en la cual el nombre de una aldea llamada der el-Arba’in recuerda el nombre preisraelita de Kiryat-Arbá. El nombre árabe de Hebrón el-Halil (er-Rajman) = “el amigo (del Misericordioso)” alude a Abraham. HERMÓN. Las dos montañas principales de Siria central son el Líbano, al oeste (3066 m de altitud), y el Antilíbano, al este. Ambas están separadas por una llanura de depresión (el-Beka). El Antilí-bano se decía “Siryón” en fenicio, lo que en la literatura ha dado a veces pie a una confusión con “Sión”; los hebreos lo llamaban Hermón. Y aunque este término era realmente el nombre de las cimas más altas del Antilíbano meridional, ya que designaba las crestas más elevadas, y visibles desde Canaán, del Antilíbano, de hecho indicaba toda la montaña. Cuando se hablaba del Hermón como la frontera septentrional de Canaán, sólo se pensaba de hecho en las crestas meridionales (de hasta 2759 m de altitud). En el árabe actual esas cimas cubiertas de nieves eternas se denominan dyebel et-Telds (monte nevado) y dyebel es-Seh (monte gris). Las cimas del Hermón eran antiguos lugares altos sirios, es decir, alturas dedicadas al culto, en las que tal vez se veneraba a un Baal-Hermón (1Cró 5:23). El nombre significa algo así como “anatematizado” (jeram = anatema), en el sentido de “santificado”; es decir, que sería un “monte sagrado.” El Baal-Hermón sería simplemente el Baal de ese monte santo. Los itureos árabes (es decir, semitas meridionales) se mencionan en Gen 25:15 como tribu de Yetur en la confederación de doce tribus de Ismael. Avanzaron hacia el norte, expulsaron a los edomitas e israelitas al este del Jordán (en el período posterior a Salomón) y se afianzaron en la región que después llevó su nombre. Y allí se arameizaron. Su capital fue Calquis en la falda del Líbano. La historia de Iturea en el tiempo anterior a la era cristiana: el año 105 a.C. la conquistan en parte los judíos; el 65 a.C. es liberada por Roma (Pompeyo); siguen luego los gobernadores dependientes de Roma; en el 34 a.C. Antonio hizo ejecutar al rey itureo Lisanias y dividió el territorio en cuatro partes: La parte meridional se la otorgó Augusto a Herodes el Grande hacia el año 20 a.C., por-que el tetrarca itureo había irritado al dueño de Roma. El territorio de la Traconítide, una parte de esta parte del reino herodiano, pasó a Herodes Filipo a la muerte de Herodes el Grande; en esa región estaba Cesárea de Filipo. La segunda parte era el territorio de Abilene. Una tercera (territorio de Soemo) y una cuarta (territorio de Calquis) partes estuvieron en tiempos de Jesús bajo un tetrarca itureo, pero dependiente de Roma. Al describir el tiempo de la aparición de Juan Bautista se menciona también Iturea: “Herodes era tetrarca de Galilea; su hermano Filipo, tetrarca de Iturea y de la Traconítide (en Iturea)” (Lc 3:1). Una de las excavaciones más interesantes del período bíblico es Jasor y pocas veces en los últimos tiempos ha cambiado tanto a nuestros ojos la imagen histórica de un asentamiento por obra de los resultados científicos como en el caso de Jasor. Las excavaciones originarias de ese cambio de imagen las ha llevado a cabo el profesor Yigael Yadin (Israel) desde 1955 durante varias campañas. El año 1928 J. Garstang identificó la Jasor de la Biblia con tell el-Qedaj, una elevación sobre el seis veces mayor tell Waqqas, a unos 8 km al suroeste del lago Hule. De sus excavaciones Garstang sacó la conclusión de que Jasor se había reducido a una ciudad-fortaleza (sobre el actual tell el-Qedaj), que dominaba un campamento rectangular bien protegido (el actual tell Waggas). Esas conclusiones se mantuvieron en líneas generales como ciertas hasta 1955. Pero con las excavaciones de Yadin se llegó al conocimiento de que también el “campamento” había sido construido, en parte incluso ya durante el período posterior del bronce medio (2100-1600 a.C.). Pero es posible que el muro de tierra apisonada, que rodea el “campamento,” sea más antiguo que la construcción del amplio rectángulo, de modo que la hipótesis anterior de que la instalación defensiva se remontaba al período palestino de los hicsos no tenga que ser necesariamente falsa. Las amplias instalaciones se consideraron como un campamento permanente o reserva de caballos (jaser susim) de los hicsos y como el depósito de sus carros de guerra. De tales funciones podría haber tomado el nombre toda la ciudad (“Jasor,” de jsr). Mientras que hasta 1955 muchos defendían la opinión de Garstang de que en los siglos XIV-XIII a.C. la población de la fortaleza había sido escasa, ahora se echa de ver que la ciudad floreció también en el bronce tardío (1600-1200 a.C.) y que sólo hacia el 1200 fue destruida, aunque poco después de esa fecha volvió a reconstruirse siendo habitada de nuevo. No obstante lo inesperado de los resultados, no puede decirse que las excavaciones representasen una sorpresa absoluta, pues por testimonios escritos conocidos con anterioridad cabía esperar que se tratase de una ciudad singularmente importante, y que la visión de Jasor que se apoyaba en las excavaciones de Garstang de alguna manera estaba en contradicción con tales tes-timonios escritos, según se desprendía de los textos egipcios de imprecación (siglos XIX-XVIII a.C.), los fragmentos de los archivos de Mari (siglo XVIII a.C.) y Amarna (siglo XIV a.C.). Era casi increíble que una ciudad de la fortaleza y vigor expansivo de su dominio, según certifican las piezas escritas, sólo se hubiera asentado sobre una colina de 600 x 200 m (el tell el-Qedaj). La historia de Jasor se presenta poco más o menos así: los hicsos conquistaron la pequeña colina (tell el-Qedaj) y la fortificaron o reforzaron sus fortificaciones (hacia el 1800 a.C.). Luego aseguraron con un muro los terrenos de la gran colina (tell Waqqas). En la lengua de Canaán el asentamiento recibió el nombre tal vez de ese parque de caballos y carros (jaser): Jasor reflejaba la característica más destacada del lugar. Los hicsos, que por doquier aparecen como una pequeña clase dominante que ejerce el gobierno, se mezclaron en los siglos sucesivos con el pueblo al que habían sometido. Con ello Jasor fue perdiendo poco a poco, incluso en lo arquitectónico el carácter específico de los hicsos; en cualquier caso, antes del año 1600 a.C. fue también fortificada la colina espaciosa (el “campamento”). Así, Jasor se convirtió en una gran ciudad: treinta veces mayor que la Jerusalén de David, y más de diez veces superior a la de Salomón. Jasor fue seguramente una ciudad de 40 000 habitantes, que podía sostener bien a un ejército de 10 000 hombres. En esa “ciudad baja” de Jasor se encontraron testimonios de viviendas y talleres de artesanos, cisternas y canales, templos y santuarios al aire libre, pasillos subterráneos y cámaras de enterramiento. En el extremo norte (punto de excavación H) los restos de un templo (25 x 17 m), con pórtico de entrada, salón y santísimo, certificaban que hacia el 1350 a.C. se construyó en Jasor el mismo tipo de templo (¿hittita?) que el que se levantaría hacia el año 1000 a.C. en Jerusalén. En el santísimo o santo de los santos, entre numerosas figurillas de divinidades, se encontró también la imagen de un becerro. Un altar para el incienso, hecho de basalto, está adornado con el símbolo divino de un disco solar. Una pila de basalto, probablemente destinada al culto y con un diámetro de 50 cm, está rodeada de una espiral. Entre los hallazgos más importantes de la excavación se cuenta aquí el cilindro de un sello que muestra a un dios sentado bajo un disco solar alado, ante el que aparece el rey con algunos vasallos que van a ofrecer un sacrificio. Tal vez era el sello con que se estampillaban y certificaban las ofrendas hechas por el rey y presentadas por los súbditos. En el punto de excavación F, en un atrio, se encontró un altar monolítico, con un peso de 5 t. Junto a ese altar al aire libre se encontraron además estatuas de basalto, una piedra de alabastro para el incienso y una mesa de degollación (?) para la preparación de las víctimas. En el punto C salió a luz un santuario cananeo con objetos de culto del siglo XIV. Desde el punto de vista de la historia de las religiones lo más importante aquí es la imagen en bronce, con adornos de plata, de una diosa con serpientes y una serie de massebás, entre las que se encuentra la estela con dos manos bajo un símbolo divino — ¿el disco solar? . El motivo de las manos levantadas es de por sí frecuente en el mundo sirio, pero no hay ningún otro testimonio tan temprano. (Más tarde las manos alzadas significan el grito que pide venganza por la muerte injusta. ¿Tendrán aquí el mismo sentido?). Esa ciudad baja de Jasor fue destruida en torno al 1200 a.C., como certifican los hallazgos de la excavación; los restos de cerámica se remontan al siglo XIII. Con ello los datos de la excavación confirman el dato de la destrucción de Jasor en Jos 11:13 como una posibilidad de que también hubiera sido destruida la ciudad baja. También la ciudad alta fue destruida en ese período, pero más tarde fue reconstruida. En Jos 11:1-15 se cuenta que Josué venció a una gran coalición de cananeos del norte de Palestina, a las órdenes del rey Yabín de Jasor, junto a las aguas de Merom (15 km al suroeste de dicha ciudad de Jasor). De ese modo el norte de Canaán habría caído de golpe en manos de Israel. También Jasor fue entonces conquistada y destruida por Israel. Es difícil decir si bajo Josué o en qué otro momento preciso tuvo lugar realmente esa batalla decisiva en el norte de Canaán. Preferentemente se ha situado tal batalla en el período de los jueces, hacia el 1150 a.C. y bajo Débora, ya que Jue 4 permite sacar la conclusión de que entonces no sólo fue vencido el general de Yabín, el “rey de Canaán,” sino que también Jasor fue tomada. Muchos han visto en Jos 11:10ss una anticipación, al período de las primeras luchas por la conquista del país, de sucesos ocurridos en la época de los jueces. Y aunque todavía hoy la mayor parte de los historiadores de la Biblia creen que los relatos de Jos 11 y de Jue 4 se refieren al mismo suceso histórico, hoy — sobre la base de las excavaciones de Jasor, que hacen probable la destrucción de la ciudad en la época en torno al 1200 — se considera posible que el acontecimiento transmitido ocurriera en la conquista de Canaán hacia el 1200. Así pues, la ciudad baja no fue reconstruida más tarde por Israel. Pero la ciudad fortifica-da fue una comunidad israelita a más tardar desde el tiempo de Salomón. Fue él el que renovó la tradición ecuestre de Jasor y el que hizo de ella uno de sus parques de carros de guerra. Por en-cima del estrato salomónico hay otros seis estratos, por los que puede demostrarse que la ciudad siguió floreciente hasta poco más o menos el año 650 a.C. El rey Ajab reforzó la fortaleza contra Damasco. Con posterioridad el lugar siguió vegetando como un asentamiento sin importancia. Durante los últimos años de Asiría, con los caldeos, los persas y en el período helenístico se mantuvo una pequeña fortaleza en uno de los ángulos de la colina fortificada. El empobrecimiento general del reino del norte bajo los últimos asirios y los neobabilonios, como lo prueban también las ruinas de otras ciudades (por ejemplo, Meguiddó y Samaría), se confirma también aquí con la excavación de los estratos superiores. JERICÓ. Tal vez es Jericó la ciudad más antigua de Palestina; en cualquier caso es la más antigua de las ciudades conocidas de Palestina. Su nombre podría significar “Ciudad de la Luna,” y habría estado consagrada a un viejo culto lunar. La ciudad está situada a 28 km al nordeste de Jerusalén y a 250 m bajo el nivel del mar, teniendo un clima tropical (”ciudad de las palmeras,” Jue 3:13); ello explicaría también su temprano asentamiento. Los siete estratos sucesivos de asentamiento certifican: 1. Una ciudad de la fase más antigua del último neolítico (fase protoneolítica), cuya construcción puede datarse entre el 8000 y el 7000 a.C. Las excavaciones han sacado a luz casas redondas; indicio tal vez de que los constructores de la ciudad copiaban instintivamente las formas de la naturaleza. La conexión entre unas culturas prehistóricas y cercanas a la naturaleza y el primer estrato de población en Jericó se confirma, además, por testimonios aún más antiguos, que han de datarse en el mesolítico; es decir, en una época anterior al 8000 a.C.: armas e instrumentos de caza, y sobre todo los instrumentos de pedernal, que en su elaboración evidencian un tipo que pasa del mesolítico (20000-8000 años a.C.) al neolítico (8000-4500 a.C.) y ciertos restos de instrumentos que sin duda hay que interpretar como destinados al culto. Toda esa serie de pruebas permite la conclusión de que los cazadores de finales del mesolítico tenían un lugar de culto en la fuente de Jericó, que después, en el VIII milenio precristiano, condujo al primer asentamiento. 2. Una ciudad de la fase tardía del neolítico (hacia el 6800 a.C.), con casas cuadradas y sellos digitales sobre los ladrillos de construcción. Las dos ciudades de la época de la piedra fueron, según parece, mayores que los asentamientos de la edad del bronce, certificados por los estratos superiores de la excavación. Los testimonios abundan en todo el recinto de norte a sur. Un muro de piedra natural parece haber rodeado ya a la ciudad más antigua, en todo o en parte. El asentamiento neolítico más antiguo se extendía ciertamente hasta la llanura. La colina no es una elevación natural del suelo, sino que parece deberse exclusivamente al material de derribo de asentamientos posteriores. 3. Una ciudad construida hacia el 2000 a.C. con muros de adobe (edad del bronce medio). 4. Una ciudad edificada hacia el 1700 a.C. (bronce medio) con muros de ladrillo levanta-dos sobre un zócalo de piedra natural, dentro de los cuales quedaba la fuente; ese asentamiento podría remontarse a los hicsos; los muros estaban rodeados también con un foso de agua. Se calcula que el tiempo de su destrucción fue hacia el año 1550 a.C. 5. Hacia el 1500 a.C. se levantó una ciudad con doble muralla, teniendo el muro principal una anchura de 3,5 m. Ésa debería de ser la muralla que rodeaba a Jericó cuando los israelitas penetraron en Canaán. Sin embargo, parece que la tal muralla fue destruida ya hacia el 1400 a.C. 6. Una ciudad de la época del hierro i (1200-900 a.C.). 7. Un estrato superior del hierro n (a partir del 900 a.C.). Sin duda, el nombre de “Jericó” no se ceñía sólo a la ciudad fortificada. Las fortificaciones de la ciudad servían también de refugio a la población de los alrededores, que vivía en el llano y que así mismo pertenecía a Jericó. Al tiempo de la conquista del país la toma de Jericó, con sus imponentes fortificaciones, fue para los israelitas que llegaban (Jos 5; 6) como una señal de que Yahveh estaba con ellos. La entrada, que la Biblia identifica con la entrada al mando de Josué, se sitúa adecuadamente hacia el 1200 a.C. Por otra parte, el cuarto muro probablemente ya había sido destruido hacia el 1400. Lo cual plantea una verdadera aporía histórica, que hasta ahora no se ha logrado resolver. Martin Noth ve en el relato de la destrucción simplemente una narración etiológica, nacida más tarde: los muros de Jericó estaban destruidos y en las narraciones (posteriores al 1200 a.C.) la destrucción se atribuyó a Josué y a sus gentes. Pero también podría ser, naturalmente, que la destrucción de Jericó perteneciera a la tradición de otra tribu, a la tradición de algunas tribus de Lía, que ya habían penetrado en Canaán desde aproximadamente el 1400 a.C. Y, finalmente, aún podría ocurrir que excavaciones ulteriores proporcionasen nuevos materiales en favor de la interpretación bíblica. El reino del norte pretendió para sí la ciudad de Jericó. Y el rey Ajab la hizo fortificar. Pero más tarde Jericó pasó a Judá, como se podría concluir del hecho de que algunos deportados a Babilonia regresaron después a Jericó (después del 536 a.C.). Es decir, que debieron de ser anteriormente habitantes de la ciudad deportados al tiempo de la destrucción de Jerusalén, o poco antes, y no en 725-722 a.C., en la destrucción del reino de Israel. En la época posterior al exilio babilónico, y también en tiempos de Jesús, Jericó tuvo una fuerte colonia sacerdotal. La Jericó del NT quedaba a unos 2 km al suroeste de la ciudad antigua. Allí construyó Heredes el Grande un palacio de invierno, con un parque y grandes estanques. Un hipódromo y un teatro formaban parte de la nueva ciudad. Fue sin duda una ciudad helenístico-romana más que una ciudad judía. Aquella Jericó fue, en los tiempos de las tetrarquías que siguieron al reino de Herodes el Grande, la ciudad fronteriza ente Judea y Perea, con una importante oficina aduanera; el jefe o uno de los jefes de la misma fue Zaqueo (Lc 19:1). JERUSALÉN. La ciudad de Jerusalén se desarrolló a partir de la ciudad yebusea de Urusalim (o algo similar, con el significado de “ciudad del dios Salim”) que David conquistó y convirtió en su ciudad (la “ciudad de David”). Salomón amplió el recinto urbano hacia el norte, añadiendo a la colina de la ciudad davídica, que descendía en dirección este hacia el valle del Cedrón, otra parte de dicha colina, con un total de unas 9 hectáreas. Sobre dicha colina construyó la ciudad del palacio y del templo y la rodeó de un muro. Así pues, aquella Jerusalén de los reyes limitaba por el este con el valle del Cedrón, y por el oeste con un valle que, según un informe tardío de Josefo, se llamó Tiropeón (“Valle de los queseros”). Este valle cortaría la actual ciudad antigua de Jerusalén de norte a sur, de no haberse colmatado en parte. Del tiempo del rey Ezequías (721-693 a.C.), o anterior es la “ciudad nueva” (misneh, es decir, la “ciudad segunda”), sita al oeste de la ciudad del palacio y del templo, y por tanto al oeste del Tiropeón, y así mismo amurallada; quizás el muro se construyó antes que la ciudad. Por el mismo tiempo debe de haberse amurallado también la parte sur de la colina occidental, como resulta de la instalación de Siloé. Jerusalén quedaba así circunscrita entre el valle del Cedrón al este y el Ge-Hinnom, que rodea la colina suroccidental; un tercer valle, el Tiropeón, la atravesaba de norte a sur. Los tres valles confluían por debajo de la punta meridional de la ciudad alargada de los yebuseos (la ciudad de David) en el actual wadi en-Nar. El territorio de la ciudad a derecha e izquierda del Tiropeón no hay que representárselo sin más como una meseta. Tanto la alargada colina oriental (la ciudad de David y la ciudad del palacio con el templo) como la colina así mismo longitudinal del oeste con los nuevos barrios estaban cruzadas por numerosos y pequeños pliegues y fallas transversales, de modo que Jerusalén no era sólo una ciudad sobre el monte sino también una ciudad montañosa. El año 586 a.C. la ciudad fue destruida por el babilonio Nebukadnezzar II; la ciudad de David y la ciudad nueva pronto debieron de quedar escasamente habitadas; el templo y el palacio, así como las murallas, debieron de ser reducidos a escombros con toda seguridad por orden de Babilonia; el servicio de los sacrificios en el altar se mantuvo al principio, como ofrendas también por el rey babilonio y seguramente que en honor también (¿o exclusivamente?) de los dioses babilónicos. La restauración empezó lo más pronto en el 536 a.C., después de que Ciro n permitiese el retorno de los judíos de Babilonia y la construcción de un nuevo templo. Las guerras subsiguientes dañaron sin duda la ciudad en gran medida, pero no la destruyeron. Heredes el Grande levantó construcciones suntuosas en su ciudad regia; pero ese esplendor de Jerusalén duró muy poco. Al terminar la guerra judeo-romana, el año 70 d.C., fue arrasada hasta los cimientos, y por orden de Tito sólo quedaron en pie algunos lienzos de muralla y las torres junto al palacio herodiano. No se identifica con la colina suroriental de Jerusalén (la ciudad de David). Por Sión hay que entender más bien la altura que, con la ampliación salomónica, quedó incorporada a la ciudad por la parte norte. En aquella altura se encontraba ya antes probablemente el santuario o lugar sagrado de los sacrificios de la ciudad yebusea, de tal modo que la incorporación del monte a la ciudad se debió también a la tradición religiosa. Todavía Isaías distingue Jerusalén de Sión (Is 10:12). Pero el nombre de “Sión” se reveló con tanta fuerza que pronto designó también con frecuencia a la ciudad de David (por ejemplo, 1Re 8:1). Aunque con el paso del tiempo esa designación fue suplantada cada vez más por el nombre de “Monte del santuario.” El topónimo “Sión” probablemente en sus orígenes no era un nombre cargado de significación, sino un simple topónimo menor. Así como siyya y sayon significa “terreno seco” o árido, así también siyyon no indica otra cosa que una “colina rocosa,” o algo similar. El monte que en la actualidad se llama “Sión,” y en el que se encuentran los venerables lugares del Cenáculo (véase después) y la iglesia de la Dormitio Mariae que regentan los benedictinos, no se identifica con la colina denominada originariamente “Sión.” Esa nueva colina de Sión se encuentra más bien en la zona que pertenecía a la ciudad alta, al oeste del Valle de los queseros o Tiropeón (véase supra). Para evitar la confusión se habla cada vez más en este caso de “Sión cristiana.” LA CIUDAD DE DAVID. Es la ciudad antigua de los yebuseos. Se asentaba sobre la escarpada loma meridional entre el valle del Cedrón (al este) y el posterior valle urbano Tiropeón (al oeste). Era una ciudad montañosa de unos 90 x 380 m de extensión. En el norte y en el sector inmediato occidental había una puerta; por el este se abría otra hacia el torrente Cedrón en la fuente de Guijón, y por el sur, una cuarta daba al monte que hoy se llama Sión — es decir, “Sión cristiana” —, desde donde podía llegarse al Ge-Hinnom. Esta colina suroriental se alza hasta 720 m; y concretamente unos 100 m sobre el lecho del torrente Cedrón. A pesar de su escasa superficie había también en este sector urbano diferencias de altitud de hasta 40 m. El abastecimiento de agua para tiempos de guerra se lo habían asegurado ya los yebuseos mediante un pozo de mina que desde dentro de las murallas conducía a la veta misma subterránea de la fuente Guijón. En esta colina urbana se encontraba también la tumba de David. Aunque los enterramientos estaban habitualmente fuera de la ciudad, no faltaron las excepciones, sobre todo en la época preexílica. Entre éstas se encuentran las tumbas de los reyes de Judá. A la muerte de David el autor del libro de los Reyes (1Re 2:10) certifica que el rey “fue sepultado en la ciudad de David.” El rey Heredes, según cuenta Flavio Josefo (Antigüedades 16,7,1), hizo erigir una columna funeraria sobre la tumba de David y Salomón; en cualquier caso todavía entonces (mil años después) se conservaba una tradición sobre el lugar de la tumba davídica. También hoy existe una “tumba de David,” que el ministerio israelí de religiones ha convertido en lugar de peregrinación judía, en contra de sus propias convicciones. Cierto que esa cámara sepulcral, debajo del cenáculo (supuestamente la tumba vacía de Esteban), se denomina desde el siglo XII d.C. “tumba de David”; pero no sabemos cómo los cruzados pudieron llegar a llamarla así. El emplaza-miento lo hace inverosímil, porque esa colina occidental de Jerusalén no era la Ciudad de David. Pero una vez surgida la denominación de “tumba de David,” se afianzó. Cuando los francisca-nos, que desde el siglo XIV eran los guardianes de los santos lugares de Tierra Santa, fueron ex-pulsados por los turcos en el siglo XVI, con un traspaso de propiedad el lugar se llamó Nebi Daud (que en árabe significa “Profeta David”). En el interior de esa cámara mortuoria, que es un resto románico (ábside) de la catedral de Sión de los cruzados, hay un sarcófago del siglo XIV que probablemente fue trasladado allí por los franciscanos. Hoy está recubierto de láminas brillantes y adornado con coronas de la Torah. Los israelís la veneran como la tumba de David. EL CENÁCULO. La sala donde Jesús celebró su última cena ha desaparecido por completo. Desde el siglo IV la tradición se concentra en el oeste de la ciudad nueva, sobre una casa que habría sido el lugar de reunión de los discípulos entre la ascensión de Jesús y Pentecostés, pero la memoria de la última cena de Jesús sólo la trasladaron allí algunas Iglesias en el siglo V (por ejemplo, los armenios). El lugar que actualmente se denomina “Cenáculo,” junto a la abadía de los benedictinos, es una construcción gótica y despejada de dos naves, que probablemente enmarca el espacio del cenáculo de Pentecostés. Dónde celebró Jesús su última cena no lo ha fijado ninguna tradición. La única referencia a su modalidad la proporciona Lc 22:12, donde se habla de una “estancia superior”; es decir, de una habitación en el piso de arriba o de una construcción sobre el tejado. Lo cual significa, a su vez, una casa ilustre; dato que confirma la presencia del criado que acarreaba el agua (Mc 14:12-15). Y como en Act 1:13 también del salón de Pentecostés se dice que era una “habitación superior,” se creyó que estaba justificada la identificación del Cenáculo de la última cena de Jesús y la sala de espera de Pentecostés. Una tradición antigua la localiza en la ciudad alta, al oeste del Tiropeón. Muchas son las probabilidades, ya que esa parte de la ciudad era un barrio elegante. Sólo que en tal caso la residencia de Caifás habría estado muy cerca del denominado Cenáculo. Pero eso no debe inducir a error, ya que apenas cabe admitir que el lugar señalado para el Cenáculo cuente con alguna probabilidad (cf. supra). Así pues, la dificultad que supone el que Judas sólo habría tenido que dar unos pasos desde el Cenáculo a la casa del sumo sacerdote Caifás, más bien iría contra la localización del Cenáculo que contra la localización en la zona de la casa del pontífice. Por el contrario, ninguna dificultad se derivaría de esa proximidad inmediata contra la localización de la sala de Pentecostés. Más aún, los constantes choques entre los apóstoles y las gentes del sumo sacerdote hacen muy probable que el desarrollo de la Iglesia primitiva no sólo se diese en el templo sino también en la propia casa de sus reuniones (la sala de Pentecostés), bajo los ojos mismos del sumo sacerdote. Sita al noroeste de la explanada del templo e inmediatamente vinculada al mismo, se re-monta en sus comienzos al tiempo de Nehemías. Entonces se llamó simplemente birah (fortaleza, torre, ciudadela), término con el que a veces se denominaba también al templo, de modo que al principio bien pudo indicar simplemente una fortificación del recinto del templo. Los Macabeos renovaron y ampliaron la construcción. Herodes el Grande, después de haber conquistado Jerusalén como rey, la utilizó para su uso como vivienda y cuartel y allí habitó durante los años 37-23 a.C., hasta que terminó su nuevo palacio real en la ciudad alta. El ampliado castillo de los Macabeos lo denominó “fortaleza Antonia,” en homenaje al triunviro romano Antonio, al que debía su realeza. Como Antonio fue vencido por Octavio el año 31 a.C. en la batalla de Actium, después de la cual Antonio se suicidó, la designación de la fortaleza en su honor debió ser antes del año 31. Durante el período romano, en la fortaleza Antonia estuvo la guarnición romana permanente. Desde la fortaleza se controlaba en el aspecto militar y policíaco especialmente el recinto del templo. Desde la fortaleza se podía llegar a través de unas escaleras a la plaza del templo. Allí residía también el comandante militar romano, mientras que el procurador tenía su “pretorio” en el antiguo palacio real de Heredes; pero el procurador sólo permanecía en Jerusalén du-rante las fiestas. No sabemos si cuando el procurador no residía en Jerusalén estaban también ocupados los cuarteles del pretorio. Nada más estallar la guerra judeo-romana (66 d.C.), los judíos conquistaron la fortaleza, que conservaron hasta el año 70 d.C. Después de que Tito la ocupase, mandó arrasarla. EL PALACIO REAL. Herodes empezó a construir un nuevo palacio real el año 23 a.C. Hasta entonces el rey había vivido en la fortaleza Antonia. Este nuevo palacio real se alzaba en la cima noroeste de la ciudad alta. No era un palacio residencial modesto, sino una fortaleza regia con muros y torres, patios y cuarteles. El camino de la ciudad conducía, a través de una puerta oriental, a un gran patio, cubierto de losas (lithostrotos = “empedrado”). En dicho patio celebraba el rey los juicios. En la lengua vernácula la altura se llamaba Gabbatah (de gabah = “alto”); tal vez el lugar se llamaba así antes de que Heredes hiciera construir su palacio. En este palacio vivió Herodes el Grande, cuando estaba en Jerusalén, hasta su muerte. También residió en él su hijo y sucesor en Judea, Arquelao. Y en dicho palacio residieron también los procuradores, que fueron los sucesores de los regentes judíos en nombre de Roma. Al ocupar los palacios anteriores de los regentes, hacía patente su derecho a gobernar. Como sede de gobierno de los procuradores, el palacio real se llamó “pretorio.” El pretorio de Pilato lo localizó la historia de las peregrinaciones en la fortaleza Antonia. El vía crucis tradicional de los viernes en Jerusalén continúa refrendando esa opinión. El pretorio de Pilato y de los demás procuradores difícilmente podría ser otro que la fortaleza real de Herodes. Cierto que un lithostrotos podría haberse dado también en la fortaleza Antonia; pero difícil-mente aquel lugar podría haberse llamado Gabbatah (altura) , toda vez que se encontraba al mismo nivel que la ciudad baja. En teoría también es posible que Pilato pronunciase sentencia en la fortaleza Antonia; pero el lugar adecuado para juzgar era la residencia, en cuyo patio se colocaba para cada caso la silla (griego: bema) del juez. El episodio de Mt 27:19 (intervención de la mujer de Pilato en favor de Jesús) apunta así mismo al palacio residencial. La idea de que en el pretorio no había lugar suficiente para toda una cohorte arranca de una representación falsa del tipo y dimensiones de este antiguo palacio real. Todos los episodios de la pasión de Jesús confirman el palacio real herodiano como pretorio. (De manera parecida, también en Cesárea el pretorio de los procuradores romanos lo fue la antigua residencia real de Herodes). Discurre entre la colina oriental de Jerusalén y el monte de los Olivos. Desde la pendiente del monte de los Olivos se ve, por encima del tajo profundo del valle, a la izquierda, en el extremo meridional de la colina escarpada, la loma de la ciudad de David, continuando por la derecha (el norte) los abruptos cimientos que refuerzan la roca — o monte del templo —, sobre la que hoy se alzan las mezquitas árabes. El Cedrón, un arroyo de invierno, por lo general con escasa agua, fluye a través del wadi en-Nar hasta el mar Muerto. Al pie de la antigua ciudad yebusea (más tarde ciudad de David) vierte sus aguas al valle del Cedrón, un tanto sobreelevado, la fuente de Guijón (que probablemente significa “El surtidor”). Era la única fuente viva que surtía a la ciudad de Jerusalén. Ya los yebuseos habían construido desde su ciudad un túnel hasta la vía de agua de esta fuente, a fin de asegurarse el suministro de agua en tiempo de guerra. El rey Ezequías de Judá (721-693 a.C.) hizo excavar más tarde un canal bajo la colina de la ciudad de David, el llamado “túnel de Siloé” (véase después), que conducía las aguas de la fuente de Guijón hasta el estanque construido dentro de las murallas que rodeaban la ciudad nueva y que enlazaban con el muro de la ciudad davídica. De este modo, la piscina de Siloé vino a constituir algo así como la nueva fuente de Guijón. La fuente antigua se cegó, aunque hoy vuelve a estar abierta. En la confluencia del valle del Cedrón con el valle de Gehinnom por el oeste (véase después) estaba la “fuente de Roguel” (probablemente el actual pozo de Job), un manantial subte-rráneo que en Jos 18:16 se menciona como uno de los puntos fronterizos entre las tribus de Judá y Benjamín. El punto de intersección de los valles en la fuente Roguel era un lugar preferido de reunión, como se desprende de 2Sam 17:17 y de 1Re 1:9. EL VALLE DE GEHINNOM. Al sudoeste de la antigua ciudad yebusea, lleva probablemente el nombre de la antigua familia cananea a la que perteneció. La tradición del topónimo presenta diferencias: “valle de Hinnom,” “valle del hijo de Hinnom,” “valle de los hijos de Hinnom.” En el siglo VIII a.C., siendo Ajaz rey de Judá y cuarenta años más tarde durante el reina-do de Manases, se celebraban en el valle de Gehinnom sacrificios al dios asirio Molok, y en aquellos sacrificios entraban también los sacrificios humanos; de ahí que el rey Yosías en su reforma del culto (632-621 a.C.) hiciese profanar el valle quemando huesos. Con ello se convirtió en un estercolero en el que un fuego que no se apagaba nunca quemaba las inmundicias de Jerusalén. Ello hizo, a su vez, que Gehinnom, bajo el nombre de “Gehenna,” pasase a ser el símbolo del lugar de castigo de los condenados, convirtiéndose en la palabra para designar el infierno. El cementerio de extranjeros (campo del alfarero, hacéldama, “campo de sangre”), que se compró con el dinero de la traición de Judas, estaba en el Gehinnom, según una tradición cristiana. Si esa tradición es correcta, podría indicar el desprecio que el gran consejo sentía hacia los extranjeros. Se menciona en Jn 9:7. Se trata de un pozo y de un estanque (o varios estanques), pero no propiamente de una fuente. La fuente correspondiente era la de Guijón (cf. supra: valle del Cedrón), que era la fuente de Jerusalén, aunque quedaba fuera de las murallas. En los enfrentamientos bélicos existía el peligro de que el enemigo infestase el agua o la desviase castigando a la ciudad con la sed. Por ello, con ocasión del ataque asirio del año 701 a.C., el rey Ezequías de Judá hizo abrir un túnel desde la fuente de Guijón a través de la roca, que trasladaba la salida del agua dentro del espacio protegido por las murallas. Ese canal subterráneo, o túnel, el nuevo pozo y el estanque se llamaron siloaj (Siloé), es decir “el agua enviada.” El año 1881 se descubrió una inscripción en el túnel que expresaba la alegría de los excavadores por no haber errado, ya que el túnel se excavó por ambos lados. Después de construir el nuevo pozo, se selló el acceso a la fuente de Guijón propiamente dicha; el recuerdo sin embargo de que Siloé no era la verdadera fuente tal vez ya había desaparecido en tiempo de Jesús. De ahí que el nombre de “Siloé” pudiera perfectamente interpretarse como el lugar de la fuente. Hoy vuelve a estar abierta también la fuente de Guijón. Las aguas de Siloé eran limpias y buenas para beber. Por buenas y por ser “agua viva” — es decir, corriente —, la fuente se convirtió en símbolo del tiempo mesiánico; de ahí que se escanciase el agua de la fuente en la fiesta de Tabernáculos. Y ahí puede estar así mismo el motivo de por qué en Jn 9:7 al topónimo de Siloé se le dé el sentido de “enviado,” queriendo el texto referirse a Jesús como al Mesías enviado. Cerca de Siloé había en tiempo de Jesús una torre, que quizá se había construido para protección del manantial. Esa torre se hundió durante la última fiesta de Tabernáculos que Jesús pasó en Jerusalén. LA PISCINA DE BETESDA. Frente a la fortaleza Antonia, sobre una colina fuera de los muros, se encontraba, según las descripciones de Josefo, el suburbio norte de Betzatá (el nombre arameo significa “casa de los olivos”). Al pie de dicha colina había un estanque para las ovejas, que se llenaba con agua de lluvia, y un segundo estanque cuyas aguas se removían de tiempo en tiempo. Pero no se hablaba de dos piscinas, sino de una sola, una “piscina doble,” como subraya Eusebio (hacia el 300 d.C.). La piscina se consideraba curativa; no el estanque del agua de lluvia, que era un viejo abrevadero para las ovejas, sino la otra parte. Hemos de suponer que este depósito de agua se alimentaba a través de un acueducto artificial (con tuberías o algo parecido), y “el movimiento del agua que ocurría de cuando en cuando” lo describe así Dalman (Jerusalem undsein Gelande, 1930, p. 177): “puede estar relacionado con los episodios de la construcción del canal, que pro-cedía ciertamente de un colector más elevado del mismo valle...” El fenómeno no ha podido explicarse hasta hoy con mayor precisión. El agua bullente era roja, lo que sugiere que los caudales de agua probablemente llegaban a la piscina a través de canales ferruginosos. La explicación de Jn 5:4 (un texto complementario que sólo se encuentra en algunos manuscritos) dice: “Un ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua.” Es una manera de decir que la virtud curativa del agua era un mensaje del Dios misericordioso. El rey Heredes el Grande había hecho rodear la zona curativa por cuatro pórticos, obra de arquitectos romanos; un quinto pórtico se alzaba entre las dos piscinas. En aquellos pórticos llevaba treinta y ochos años el enfermo que Jesús curó (Jn 5:1-15). El nombre de la piscina aparece en la mayoría de los manuscritos de los Evangelios como Betesda, que significa “lugar de misericordia” (bet jesda). Tal denominación era sin duda una alteración popular del nombre del suburbio “Betzatá,” en cuya zona se encontraba la instalación: la “piscina de Betzatá” se convirtió en la “piscina de Betesda.” Ese cambio no oficial de nombre pudo darse ya antes de Heredes el Grande. Ha sido ya tratado en este libro en los siguientes apartados: el templo de Salomón, el segundo templo, el templo herodiano. Quedaba al norte, fuera de los muros de la ciudad (véase sobre Mt 27:33). Recorre un tramo de la gigantesca falla nortesur que se abrió en tiempos prehistóricos por la acción del corrimiento de la corteza terrestre y que probablemente antes había estado completamente cubierta de agua. La fosa puede seguirse desde el corte profundo entre el Líbano y el Antilíbano, a través del valle del Jordán hasta el mar Muerto, y al sur de dicho mar hasta el mar Rojo, bajo el cual se prolonga en el fondo marino. Desde el lago de Genesaret hasta el mar Rojo la falla se denominó “Araba”; hoy este nombre se reserva sólo para la falla al sur del mar Muerto. En la Araba hubo yacimientos de mineral de cobre y de hierro. En las estribaciones meridionales y occidentales del Hermón brota el Jordán a través de tres fuentes: en las cuevas de Banias (Cesárea de Filipo) brota el venero oriental, a 329 m sobre el nivel del mar. El venero central fluye más al oeste, y es el más corto y caudaloso (árabe: nahr el-Leddan; brota a 154 m sobre el nivel del mar); en su fuente estaba Dan, el santuario del reino del norte con el becerro de oro como representación de Yahveh. El afluente occidental y más lar-go no es al principio más que un riachuelo, el nahr el-Hasbani árabe, que brota en la montaña a 520 m sobre el nivel del mar. Fluye hasta el lago Hule34, el menor de los tres lagos antiguos formados en la fosa norte-sur, y discurre además en todas direcciones, con lo cual la llanura al norte del lago Hule y el terreno que lo rodea eran muy pantanosos. Tras la fusión de los manantiales, el Jordán se divide en dos brazos, que sólo se juntan en el lago Hule, del cual vuelve a salir el río ya con una anchura de 25 m. Después de la llanura al sur del pequeño lago del Jordán atraviesa una barrera basáltica deslizándose después sobre un desnivel medio de 17 m por km. Estos datos descansan sobre las mediciones más recientes del Estado de Israel. A los 16 km tiene ya un ancho de 45 m y una caída de 280 m, penetrando entonces en el lago de Genesaret. Mientras que la superficie de las aguas del lago Hule está todavía a 68 m sobre el nivel del mar, la superficie del lago de Genesaret se encuentra ya a 212 m bajo el nivel del Mediterráneo. El Jordán cruza el lago de Genesaret y penetra en una llanura, que se extiende unos 10 km hasta conectar por el oeste con la llanura de Yizreel. Aproximadamente a la altura de Bet-San se encuentra el punto septentrional, el segundo, en que bautizó Juan Bautista (Jn 3:23). El punto meridional (Jn 1:28) quedaba casi en la desembocadura del Jordán en el mar Muerto, a unos 70 km al sur del que llamamos punto segundo. Este curso inferior del Jordán, después de haber recogido las aguas del Yabboq, forma una fosa salvaje y cubierta de matorral, pantanosa por las inundaciones, siempre cálida y productora de fiebres, y en la cual antes de la cautividad babilónica de los judíos aún vivían leones. La falla profunda de margales del curso inferior medio se desploma a veces por la acción del agua, interrumpe durante varias horas el curso del río y deja vacío todo el lecho inferior; tal ocurrió el 8 de diciembre de 1266 y en octubre de 1914. Así se explica el motivo narrativo de Jos 3:16, se-gún el cual los israelitas, al entrar en Canaán, pudieron cruzar a pie enjuto el lecho del río Jordán. Desde su salida del lago de Genesaret hasta su penetración en el mar Muerto el valle del Jordán mide 104 km, aunque el río propiamente dicho es mucho más largo (unos 300 km) por sus meandros. En ese tramo el terreno aún desciende unos 180 m, de modo que en su desembocadura en el mar Muerto el Jordán es el río de desembocadura más profunda, ya que lo hace a 392 m bajo el nivel del Mediterráneo. Y como el mar Muerto es un lago interior, el Jordán es también el único gran río que desemboca en un verdadero mar interior sin conexión con el océano. El nombre del Jordán no está aclarado etimológicamente. En la etimología popular, incluso en el Israel de hoy, el topónimo se interpreta como “el descendente” (hayyarden), mientras que una serie de científicos entienden el nombre como “el río” sin más. Las aguas del Jordán fluyen a menudo sucias y amarillas, excepción hecha de la Galilea septentrional. Precisamente por ello ordenó el profeta Eliseo al sirio Naamán que se lavase en el Jordán para quedar limpio de la lepra (cf. 2Re 5:1-16), para que creyese así que, a pesar de lo sucio de las aguas, la curación se debía a Yahveh. También Juan bautizaba en el Jordán, no porque las aguas del río pudieran purificar por sí mismas ni fueran un símbolo bien palpable de la purificación de los pecados, sino justamente porque dada su cuestionable limpieza podían ser un símbolo de la purificación que se debía exclusivamente a la penitencia. JUDÁ, MONTAÑA DE. La “montaña de Judá” (yehudah) es el territorio montañoso al oeste del mar Muerto, que se extiende desde la línea de Jerusalén por el norte hasta aproximadamente unos 25 km al sur de Hebrón. Su nombre es con toda probabilidad un topónimo de origen cananeo, y la montaña se llamaba así ya en época preisraelita. Así que la tribu de Judá tomó nombre de la montaña en que se asentó. La parte oriental de la montaña, que en su borde este se precipita abrupta en el mar Muerto, es el “desierto de Judá”; y fue a ese desierto al que Jesús se retiró para su ayuno de cuarenta días. “Desierto” no significa aquí extensión de arena, sino montaña calcárea sin apenas precipitaciones y cuya escasa vegetación sólo se alimenta del rocío. La parte norte de la montaña es la región montañosa en torno a Jerusalén (750 m de altura), en la que se encuentra Belén y también Karem, que para algunos pasa por ser la patria de Juan Bautista. La elevación más alta de la montaña de Judá está al sur de Hebrón (árabe: dyebel el-Batrak, 1025 m). Al norte de Jerusalén la montaña de Judá desemboca en la de Efraím. El nombre del topónimo tal vez se deba al propietario de la colina: Mamré, el amorreo; así al menos lo transmite Gen 14:13.24. Una o varias encinas35 fueron allí el signo externo de un lugar sagrado. El sitio pudo haber sido ya un santuario cananeo. La Biblia presenta a Abraham alzando un altar junto al terebinto de Mamré, estableciéndose allí y adueñándose del lugar como un santuario para los israelitas. Lo que no quiere decir que Abraham no plantase allí su tienda. Que Jacob (según la narración bíblica) se estableciese así mismo en Mamré podría deber-se a los relatos intencionadamente fusionados de los profetas-sacerdotes (¿sikemitas?), interesados en crear una tradición unitaria para todas las tribus de la liga. Con ello el santuario de las tribus abrahámicas se convirtió también en santuario de las tribus jacobitas, aunque para ello también Jacob tuviera que tomar posesión del lugar. El santuario de Mamré se afianzó en la historia; en ese santuario natural se piensa cuando se habla de Hebrón en las historias de David: cuando David se hizo nombrar rey y cuando su hijo Absalón pretendió la realeza alzándose contra su padre. Fue precisamente el antiguo santuario de Abraham y del patriarca Judá, cuya tradición era tan fuerte, el que en ocasiones se impuso a la nueva capital de Jerusalén, elegida por David. A unos 5 km al norte de Hebrón, en ramet el-Halil, se excavó el año 1928 un recinto sagrado, que en general se ha identificado con el antiguo santuario de Mamré. Las ruinas muestran obra de fábrica herodiana y constantiniana, por lo que cabe suponer que Herodes el Grande convirtió el lugar tradicional del patriarca israelita Abraham en un monumento rememorativo, como lo había hecho también en Hebrón. Ese monumento lo habría renovado el emperador Constantino. El recinto excavado tiene una fuente, que constituye un argumento de singular valor para la localización del santuario. Y allí debieron de surgir después la encina o el pequeño bosque de encinas. Pero difícilmente cabe suponer que el espacio marcado con losas señale el punto en que se alzaba el terebinto de Abraham; más bien debió de ser Herodes el que plantase de nuevo el árbol conmemorativo. La cerámica encontrada sólo confirma los asentamientos en torno al 2500 y al 1200 a.C., y no específicamente para la época de Abraham (hacia el 1750 a.C.); pero esa ausencia no dice nada en contra de los datos bíblicos; a lo más no los confirma. Ramet el-Halil queda al este del wadi el-Halil, mientras que los cruzados señalaron como encina de Abraham la que se encuentra a más de 2 km al noroeste de Hebrón y al oeste del wadi. Allí se levanta un monasterio ruso, en que tal versión viene repitiéndose hasta hoy. MAQUERONTE. Esta fortaleza la construyó el rey Alejandro Janneo (103-76 a.C.), cuando ensanchó y fortificó el territorio judío al este del Jordán y del mar Muerto. En el ángulo de la región oriental del mar Muerto y en la orilla septentrional del Amo levantó una fortaleza sobre la altiplanicie de Moab para proteger el país contra los ataques de los nabateos expansionistas. Los romanos la arrasaron el 57 a.C., pero Heredes el Grande volvió a reconstruirla como fortaleza y palacio. A su muerte la heredó Herodes Antipas, el soberano territorial de Jesús. Flavio Josefo (Antigüedades 18,5,2) presenta Maqueronte como el lugar de la prisión y ejecución de Juan Bautista. La fortificación cananea de Meguiddó, al borde nororiental del macizo del Carmelo, fue una fortaleza para defensa de la gran ruta comercial que desde Egipto, pasando por Siria, iba hasta Mesopotamia, y que cruzaba la llanura de Yizreel. Egipto se apoderó de ella (1479 a.C.). Hasta después de la época de los jueces no consiguieron los israelitas conquistar Meguiddó. Fue David el que sometió la ciudad, que por entonces era filistea. Mediante la prestación personal Salomón hizo reconstruir los muros de la fortaleza (1Re 9:15), que además quedó convertida en campamento para carros de guerra. Las columnas y cimientos de las caballerizas y tal vez también los almacenes, así como las gigantescas puertas en tenaza, certifican todavía hoy la actividad constructora de Salomón. Los arqueólogos han comprobado en Meguiddó no menos de veinte asentamientos. Los estratos inferiores (XX-XIX) pertenecen al calcolítico (que empezó aproximadamente el 3400 a.C.); el estrato v corresponde al período filisteo, que coincide con la primera época israelita (hacia el 1200 a.C.); el estrato IV certifica de inmediato el período de David-Salomón (desde el 1000 a.C.): en él se encuentran huellas de las grandiosas instalaciones militares de la guarnición salomónica de caballos y carros de guerra. El gran túnel para el agua formaba ya parte de la fortificación cananea, y Salomón no hizo sino renovarlo. Al tiempo de la división de los dos reinos, Meguiddó quedó incorporada al reino del norte. En las excavaciones de la Sociedad Alemana para Palestina antes de la primera guerra mundial se encontró también en tell el-Mutesellim (e.d., Meguiddó) el famoso sello en piedra de Se-ma, el “siervo” (ministro) del rey Yeroboam II con escritura hebrea antigua. El rey Yosías intentó una vez más apoderarse de Meguiddó; pero cayó en la batalla contra el faraón Nekó cuando buscaba defender su independencia. Murió a las puertas de Meguid-dó. La designación de “tierra entre los ríos” (griego: potamos = “río”) indica hasta qué punto era decisiva a los ojos del hombre antiguo la presencia e influencia de los ríos Éufrates y Tigris para el país. Aunque el nombre designa propiamente los territorios entre los dos ríos, más tarde — aunque todavía en la antigüedad — el topónimo se aplicó frecuentemente para designar todo el territorio entre el desierto arábigo y la montaña iraniana. En el vocabulario bíblico el nombre aparece por vez primera en la versión griega de los Setenta, y como traducción de “Aram de los dos ríos,” indicando sólo la parte noroccidental de la actual Mesopotamia, el territorio entre el Éufrates y el Habor. Mesopotamia es el espacio geográfico en el que se sucedieron varios grandes imperios, y con cuyos sucesivos enfrentamientos contra los vecinos y contra Egipto estuvo conectada la historia de los israelitas. De Mesopotamia descendían también ellos, pues de allí habían emigrado sus patriarcas; sus leyes estuvieron fuertemente influidas por las mesopotámicas; los asirios, que destruyeron el reino israelita del norte, fueron uno de los grandes imperios mesopotámicos, al que sucedió el imperio de los caldeos o “imperio neobabilónico,” que a su vez cedió ante el gigantesco imperio de los persas. Fue el imperio neobabilónico el que destruyó el reino de Judá, siendo los persas los que permitieron la reconstrucción de la comunidad judía de Jerusalén. En todos los mapas del Próximo Oriente suele destacarse perfectamente la franja mesopotámica, de unos 200 km de ancha. MUERTO, MAR. La Biblia lo llama por lo general “mar de la Sal” (y también mar Oriental, en oposición al Occidental, que es el Mediterráneo; o mar del desierto); para los romanos fue el (lacus) Asphalti-tes (lago de Asfalto). Desde el siglo n cristiano se impuso la designación de “mar Muerto.” Su superficie está a 392 m bajo el nivel del Mediterráneo, siendo el lugar más hondo de la superficie terrestre. La cuenca septentrional alcanza una profundidad de hasta 401 m, mientras que al sur de la “Lengua” (o península de Lisán) la profundidad es escasa, de sólo unos metros. Esa cuenca meridional es probablemente el lugar de las ciudades sumergidas por un terremoto, y especialmente de la ciudad de Sodoma. El mar Muerto es un mar interior, sin conexión alguna con el océano. Sin la evaporación habría inundado hace mucho tiempo su entorno; pero la evaporación es tan fuerte en la cuenca marítima, que las masas de agua que aportan el Jordán, el Arnón y los numerosos wadis de la ribera oriental se evaporan en el mismo día. Como todos los caudales aportan sal, el mar Muerto es cada vez más salado; en él no pueden vivir los peces. El contenido de sal alcanza alrededor del 25 por ciento (la media del océano es del 4 % aproximadamente). También en la época bíblica se utilizaba el “mar de la Sal” como salinera. Además, y sobre todo en la parte meridional, el suelo expulsa diversos derivados del petróleo, que se endurecen en la superficie y se depositan en la orilla; ese asfalto (betún) se emplea sobre todo en la construcción de barcos, y también de casas, cuando se quieren calafateos sin fugas. Algunos datos: longitud, 85 km; anchura máxima 15,7 km; profundidad máxima, 401 m; superficie, 945 km2. El nombre de este asentamiento aparece en las versiones siria y griega de la Biblia como Nain (Lc 7:11). Por el contrario en el midrás Genesis-Rabba se le deriva de Na’im (es decir, “amable”); el nombre corriente en tiempos de Jesús podría haber sido, pues, Na’im. Sus pobladores mahometanos actuales, que apenas llevan allí doscientos años, designan el lugar Nein (vul-gar: Nen). Hoy ya no se puede encontrar en Naím ninguna nota amable. Es un pequeño montón de ruinas miserables, con una capilla en la que se venera el lugar del milagro de Naím, y que se levantó en 1880 en el punto en que se alzaba una iglesia de los cruzados ya destruida. Supuesta-mente la iglesia cruzada habría estado sobre la casa de la viuda, cuyo hijo resucitó Jesús. Los franciscanos del Tabor celebran allí de vez en cuando algún servicio litúrgico. Las dimensiones de la antigua Naím no han podido establecerse hasta ahora. Los restos de ruinas que se han encontrado más allá de la aldea no son probablemente restos de edificios del tiempo de Jesús. No ha podido descubrirse hasta ahora ninguna puerta, aunque en 1865 aún pu-dieron verse huellas de una muralla de la ciudad (Tristam, The Land of Israel, Londres). Naím está en la preterraza septentrional del monte Dahi (dyebel el-Dahi), de 515 m sobre el nivel del mar y hermano gemelo del Tabor; queda pues entre ambos montes, aunque al pie del Dahi. Los primitivos peregrinos cristianos dieron a ese monte el nombre de Hermón (Hermonim, “pequeño Hermón”), porque el Sal 89/88:13 canta: “El Tabor y el Hermón ensalzan tu nombre.” Se creyó, en consecuencia, que se trataba de dos montañas vecinas. Pero el Salmo piensa en el verdadero Hermón. La fuente de caudal abundante fertilizaba ya entonces las tierras al noroeste del asentamiento. Olivos e higueras le confieren su marca, destacando su follaje oscuro sobre los campos de trigo de la llanura de Yizreel. Eso tal vez podría haber motivado el topónimo de lugar “amable.” La ciudad antigua de Naím pudo haber tenido dos puertas: una al oeste, llamada tal vez Puerta del Agua, porque conducía a la fuente, en dirección a la llanura y a la ruta noroccidental, camino de Nazaret. Y otra puerta al este, hacia Endor y mirando hacia el camino que conducía en dirección nordeste. A través de esa puerta oriental pasó ciertamente el cortejo fúnebre del joven de Naím, pues que las antiguas tumbas rupestres, en una de las cuales deberían de haberlo sepultado, quedan al nordeste: en la falda del Dahi. Todavía hoy pueden verse algunas de tales tumbas. NAZARET. En las listas de reparto del libro de Josué no se nombra ninguna ciudad o aldea de Nazaret en Galilea. Fue un asentamiento absolutamente insignificante, que tal vez se fundó en la época helenística, hacia el 300 a.C., por las gentes de algún lugar cercano — quizá de Yafa, distante 3 km — como un asentamiento agrícola o tal vez como avanzadilla de vigilancia, pues nazar significa “guardar,” “custodiar.” Los tipos de tumbas excavados confirman a Nazaret como asentamiento de los dos o tres siglos anteriores al cristianismo, al menos por lo que se refiere a los habitantes judíos. La insignificancia de Nazaret y la carencia de tradición puso en labios de Natanael la pregunta: “¿Puede salir algo bueno de Nazaret?” (Jn 1:46). El único lugar de Nazaret que cabe señalar como punto auténtico en el que estuvieron Jesús y María es la fuente; y desde luego no la que se encuentra en la carretera actual hacia Tiberíades, sino el manantial cubierto de edificaciones en las proximidades de la iglesia ortodoxa de San Gabriel. El pilón que se encuentra bajo dicha iglesia no es tampoco el pilón del tiempo de Jesús, pero está unido al genuino y no desplazable por medio de un pequeño canal subterráneo. Todos los otros lugares de Nazaret son simples lugares venerables que no se apoyan en tradiciones fundadas. Hemos de suponer que la aldea antigua estaba en las primeras pendientes sobre el zócalo del valle, donde se encontraron, al construir la iglesia de la Anunciación en el siglo XVIII, unas pequeñas cisternas y unos silos de tierra junto a las viviendas. Así pues, el lugar de la casa de María y la vivienda de la sagrada familia de Jesús sólo pueden determinarse de manera muy genérica: en algún lugar de las primeras pendientes sobre el zócalo del valle, o vaguada. Por el contrario, la señalización de un lugar como “taller de José” es una piadosa fantasía, porque apenas cabe suponer que José tuviera un taller. La sinagoga actual puede muy bien levantarse sobre el sitio en que estuvo la sinagoga de tiempos de Jesús; al menos parece haber estado en el recinto de las viviendas primitivas. Los datos de la tradición confirman además la ubicación de la sinagoga en los lugares de asentamiento antiguos. Por otra parte, no son posibles las localizaciones de la abortada lapidación de Jesús y los denominados “montes del salto.” El “monte del despeñamiento” queda demasiado lejos de Nazaret y parte del falso supuesto de que se quiso matar a Jesús despeñándolo por un precipicio. Pero en Lc 4:29 se trata de la conducción de Jesús a un lugar para apedrearlo; la lapida-ción se inició simplemente con un despeñamiento desde una pequeña altura (de 4 ó 5 m). Como “monte del despeñamiento” sólo puede pensarse en nebi Sa’in, sin que pueda señalarse un punto determinado; ese nebi Sa’in es el monte a cuyos pies se construyó ya entonces Nazaret, que hoy se ha extendido hasta la cima. El nombre de este monte en el territorio al este del Jordán se ha conservado en el topónimo árabe dyebel en-Neba (806 m); pero es dudoso que la Biblia se refiera a ese monte, que que-da a unos 20 km al este de la desembocadura del Jordán. Dt 32:49 y 34:1 menciona el Nebó como el monte en que murió Moisés, y desde cuya cima Dios le habría mostrado la tierra prometida. El Nebó forma parte de la cordillera septentrional de Abarim, cuyo nombre significa “lo que está al otro lado,” siendo una designación que supone la ubicación del que habla al oeste del Jordán. Según cuenta la Biblia, en la montaña de Abarim tuvieron los israelitas su penúltimo acampamiento en su marcha de aproximación desde Egipto a Canaán. El nombre de Nebó probablemente hay que derivarlo de Nabú (“hablador”), nombre del dios babilónico de la sabiduría y de la elocuencia. Los moabitas, en cuyo posterior territorio es-taba el Nebó, habían emigrado allí desde Babilonia. La tradición judía cuenta que el profeta Jeremías escondió la tienda y el arca de la alianza en una cueva del monte Nebó después de la destrucción de Jerusalén. NÍNIVE. El cazador y constructor de ciudades Nimrod aparece en Gen 10:11 como el padre de Nínive. El texto podría apuntar a un rey fundador de ciudades, cuya imagen se convirtió en una deidad dominadora de los dragones; y el dragón es el Tigris. Nínive se alzaba en la ribera oriental del Tigris medio. En el ciclo de las historias bíblicas, Nínive apareció hacia el año 1350 a.C., al ser con-quistada por los asirios; bajo los mismos la ciudad se llamó Ninua o Nina (tal vez con la significación de “vivienda”); Nin(i)ve es la transcripción hebrea. El rey asirio Sanherib o Senaquerib (705-681 a.C.), sucesor del destructor de Samaría, hizo de Nínive su residencia preferida y la adornó con construcciones suntuosas. En su período de esplendor, desde aproximadamente el 700 a.C., la capital debió de ocupar una extensión de 6,25 km2. Las excavaciones han sacado a la luz en la biblioteca del rey asirio Assurbanipal (668-625 a.C.) un material de incalculable valor para el estudio comparativo de la Biblia. En 25 000 tablillas de arcilla nos han llegado cartas y contratos del rey, léxicos, gramáticas, textos, de oraciones, sentencias oraculares, descripciones astronómicas y astrológicas, exposiciones geográficas, códigos y textos literarios. En dicha biblioteca se encontró también la Epopeya de Gilgamés y un texto babilónico sobre la creación. El año 612 a.C. Nínive fue conquistada por los medos y los babilonios. En el libro profético de Jonás, Nínive es la ciudad en que Jonás ha de predicar. En el caso de ser ese personaje el mismo que el profeta Jonás del rey israelita del norte, Yeroboam II (783-743 a.C.), Jonás habría sido enviado (¿por Yeroboam II?) a una Nínive que todavía no era la capital preferida de los asirios, cosa que sólo lo fue después de la destrucción de Samaría. De ahí que la relación Jonás-Nínive habría que verla así: El Jonás histórico fue enviado a Asiría, tal vez a Kalah, al sur de Nínive, con un cometido político. Como el rey no residía en Nínive, Jonás no se encaminó allí. Cuando se escribió el libro de Jonás, al tiempo de la cautividad de Babilonia, como un libro con intenciones misioneras, como libro del anuncio de la vocación de los gentiles, se le relacionó con el Jonás histórico (es decir, “paloma,” el que mora en la casa) y, en la narración, se le envió a Nínive. Pero el narrador no se preocupó ni de la relación histórica correcta de Nínive y el profeta, ni de la Nínive histórica en sí. Para el narrador Nínive había pasado a ser el símbolo de la ciudad deslumbrante e impía y el exponente del gentilismo alejado de Dios, que pese a todo ha de confiar en la misericordia divina. Según Tob 1:10, en Nínive vivió también el anciano Tobit. Se llama monte de los Olivos al macizo montañoso al este de Jerusalén, frente al monte del templo; entre el pie de los montes de Jerusalén y el monte de los Olivos se abre el valle del Cedrón. El macizo montañoso tiene tres cimas, aunque de altitud modesta. En tiempos del AT y en tiempos de Jesús y de los apóstoles grandes zonas del macizo montañoso estaban cubiertas de olivares; de ahí la denominación de “monte de los Olivos.” Su posición abierta frente al templo sugirió la imagen del profeta Zacarías: “Sus pies (de Yahveh) se posarán aquel día (el del juicio) en el monte de los Olivos” (Zac 14:4). Quizá por ello destacan tanto los evangelistas las relaciones de Jesús con el monte de los Olivos, pues con él se anunciaba el día del Señor. Al sudeste del monte estaba Betania, donde Jesús gustaba de hospedarse. En el monte de los Olivos inició su entrada triunfal en Jerusalén, aunque el lugar en que montó sobre la burra no puede fijarse con seguridad. En el monte de los Olivos estaba también la “finca llamada Getsemaní” (Mt 26:36; Mc 14:32). Estaba cerca de la bifurcación, en que se dividían los tres caminos desde el valle del Cedrón, al pie del monte, para reencontrarse después en la cima. El nombre griego de la finca se relaciona con el hebreo gat semanim (almazara, prensa de aceite). Dónde estaba en concreto esa finca no lo sabemos, pero el hecho de denominarse por referencia a una molturadora de aceitunas, de las que sin duda había varias en el monte de los Olivos, bien podría obedecer a que se trataba de una almazara especialmente conocida o grande. Hasta hoy puede verse allí una cueva (de 17 x 9 m) en la que pudo haber estado instalada una prensa o lagar, ya que el buen aceite sólo puede obtenerse en un sitio fresco, por lo que se prefería una cueva para la molturación de las aceitunas. Después de la última cena Jesús marchó, “como tenía por costumbre” al monte de los Olivos. Esto sólo puede significar que el huerto de Getsemaní era un lugar en que Jesús se recogía a menudo. Y no sin razón puede pensarse que una cuevalagar era el lugar habitual de Jesús en que podía entretenerse con sus discípulos y adoctrinarlos y en el que también podía pasar tranquilamente la noche. Todos los discípulos, a excepción de Judas, fueron con él. Ocho quedaron en la cueva, y con tres de ellos se adentró en el terreno abrupto, en el que Jesús personalmente avanzó aún un poco más. Pero la traición de Judas debió ocurrir delante de la cueva, después de que Jesús, con Pedro, Santiago y Juan, hubiera regresado hasta donde habían quedado los otros discípulos. Ese lugar lo conocía Judas. Sobre ese conocimiento de que Jesús tenía predilección por el monte de los Olivos como lugar de reposo se han establecido una serie de localizaciones en dicho emplazamiento: por ejemplo, el lugar donde habría enseñado el Padrenuestro y habría pronunciado sus enseñanzas sobre el escándalo. Pero todas ellas no pasan de ser meras suposiciones con escaso fundamento, y los correspondientes lugares de peregrinación sólo pueden considerarse como lugares que han merecido una veneración especial, pero no escenario de tal o cual acontecimiento o enseñanza. Fuera de lo dicho, lo único cierto es que Jesús pronunció en el monte de los Olivos su lamento sobre Jerusalén y su enseñanza sobre el tiempo final: “sobre el monte de los Olivos que se alza frente al templo” (Mc 13:3). Como tradición segura sobre el monte de los Olivos, confirmada por el Evangelio de Lucas y los Hechos de los apóstoles, puede también considerarse la que hace del monte de los Olivos el escenario de la ascensión de Jesús al cielo: “Después los llevó hasta cerca de Betania; y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se apartó de ellos y era llevado al cielo” (Lc 24:50-51). “Volviéronse entonces a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que sólo dista de Jerusalén lo que se puede andar en sábado” (Act 1:12). Sin embargo, los puntos que se señalan como “lugares de la ascensión” no pasan de ser localizaciones piadosas. Más importante es también aquí el aprovechamiento kerigmático del tema del monte de los Olivos como motivo mesiánico: el día del Señor se posarán sus pies sobre el monte de los Olivos. ROJO, MAR (MAR DE LOS JUNCOS). El concepto de “mar Rojo” es muy difuso para la mayoría de los lectores y oyentes de las historias bíblicas. Geográficamente el mar Rojo, cuyos dos brazos septentrionales (el golfo de Suez al oeste y el golfo de Aqabá al este) rodean la península del Sinaí, constituye un mar tributario del océano índico. En la antigüedad y en la edad media ese mar se designaba corrientemente como Sinus Arabicus. Fue a partir del siglo XVI cuando se le llamó Mare Rubrum (mar Rojo), recogiendo una antigua designación griega: erythra thalassa, que efectivamente puede significar “mar Rojo,” pero que originariamente se refería a los eritreos que vivían en sus orillas. Ese nombre lo utilizan en parte los textos griegos del AT y del NT, por ejemplo, Act 7:36:“Éste (Moisés) fue quien los sacó, obrando prodigios y señales en la tierra de Egipto y en el mar Rojo.” Y en la carta a los Hebreos: “Por la fe pasaron por el mar Rojo, como por tierra seca” (11:29). La Biblia hebrea habla del yam-suf (Éx 13: 18), es decir, el “mar de los juncos,” “mar de los carrizos.” A través de ese yam-suf pasaron los hebreos cuando huían de sus perseguidores egipcios; pero no puede haber sido el mar Rojo en el sentido actual. Y en tal caso, ¿qué aguas pueden designarse atinadamente como “mar de los juncos”? Cuando Moisés condujo a su pueblo hacia el desierto, tomó el camino — según cuenta la Biblia — en dirección a Etam. Toda la línea entre el lago de Menzale al norte y el golfo de Suez al sur era una larga depresión pantanosa, interrumpida aquí y allá por lagos, y con vados sólo en algunos puntos. Por algún motivo el vado de Etam no estaba practicable. Por la ribera occidental de los lagos Amargos, y rodeando el vado casi siempre practicable de la ruta comercial egipcio-arábiga, el camino alcanzaba la punta del golfo de Suez. A la altura del lago Amargo meridional se montó el primer campamento. La Biblia menciona como lugar de la gran acampada: delante de Pi-Hajirot, entre Migdol y el mar, frente a Baal-Sefón (Ex 14:2). Como ese lago Amargo del sur, que ciertamente era un “mar de juncos,” también es el agua del paso, teniendo en cuenta el uso lingüístico actual no habría que decir que los israelitas llegaron al mar Rojo, ni que cruzaron el mar Rojo. Y cuando tanto en pasajes del AT como del NT se habla del “mar Rojo” siguiendo el uso lingüístico griego, no habría que pasar por alto la diferencia entre mar de los Juncos y mar Rojo. El porqué se empezó a designar las aguas del paso como “mar Rojo,” podría tal vez explicarse por cuanto que las aguas en la línea de continuación de la punta del golfo de Suez se de-signaban simplemente con el nombre del mar al que pertenece también el golfo de Suez. El año 880 a.C. el rey Omrí de Israel (reino del norte) dio a su nueva capital el nombre de Somron (”torre de guardia,” “atalaya”), que había planeado sobre un cono desierto, en el territorio occidental de la montaña de Efraím. (1Re 16:24 deriva el topónimo del nombre del dueño cananeo, Semer, al que Omrí compró el terreno). La forma griega de esa Somron es “Samaría.” El cabezo se eleva 100 m sobre la llanura circundante. La Samaría de Omrí y de sus sucesores constaba probablemente de la ciudad palatina (2,2 ha), que se alzaba sobre la altiplanicie y tenía una muralla propia. Tal vez fue ésa en los comienzos la ciudad de Samaría: una ciudadela fortificada como residencia del rey y sede del gobierno. El palacio probablemente se construyó según modelo asirio. Una casa (¿parte del palacio?) fue decorada por el rey Ajab con láminas talladas de marfil (1Re 22:39); por lo demás, en las excavaciones de 1930-1935 se encontraron algunas de esas tablillas de marfil. En el curso de las primeras décadas de su construcción la ciudad creció monte abajo. Para esa ciudad israelita ya des-arrollada cabe suponer una extensión de 5,5 ha. La elección del lugar estuvo condicionada por su posición, que permitía una cómoda conexión con el sur (a través de Sikem) como con el mar y con las ciudades fenicias, con las que Omrí mantenía relaciones comerciales y conexiones políticas. También como sede del gobierno ocupaba Samaría una posición central. El rey Omrí construyó en la ciudadela un templo a Yahveh, con toda seguridad al estilo de Bet-El y Dan, y con estatuas de becerros; y Ajab, su hijo (875-854 a.C.) añadió un templo a Baal: un santuario para la reina Jezabel, que Yehú destruyó después de extirpar a la dinastía de Omrí. Después que los asirios saquearon el reino del norte hasta el punto de que sólo quedó un Estado trunco de Efraím (733 a.C.), la capital del mismo fue Samaría. Al finalizar la guerra asiria la fortaleza de Samaría resistió casi tres años el asedio, hasta que en la primavera del 721 cayó también aquel último bastión de Israel. La ciudad, lo mismo que el resto del país, fue poblada con colonos extranjeros; pero mientras que en el resto del territorio aquellos colonos eran por lo general campesinos, en la ciudad fue sobre todo la clase dirigente la que estaba formada por extranjeros (“el ejército de Samaría”); Samaría pasó a ser la capital de la provincia asiria “Ciudades de Samaría.” La ciudad helenística de la época de Alejandro Magno era al menos dos veces mayor que la antigua Samaría; Alejandro había establecido en ella a gentes macedonias. Pero tras las repetidas destrucciones y reconstrucciones de los Ptolomeos, la ciudad sufrió una demolición singularmente grave con las guerras de conquista de los Macabeos (107 a.C.), sin que los Macabeos tuvieran ningún interés en su reconstrucción. Y la ciudad habría continuado en ruinas de no haberla reedificado los romanos (desde el 63 a.C.). Formando parte del reino de Herodes el Grande (37-4 a.C.), experimentó Samaría el período culminante de su existencia y civilización. La ciudad siguió creciendo y pronto ocupó un territorio de 80 ha. Fue construida con amplitud y dotada de avenidas y construcciones suntuosas. En el sitio del antiguo altar de Baal — en la acrópolis — Herodes levantó un templo a Augusto y dedicó la ciudad entera en honor del dueño de Roma, de Augusto (griego: sebastos) por lo que le dio el nombre de Sebaste. Al este del antiguo territorio de asentamiento se encuentra todavía hoy un sitio llamado Sebastiye. En los años 1930-1935 se sacaron a luz restos del foro y de una sala romana de audiencias, un teatro y un gimnasio, que dan testimonio de la Samaría concebida por los romanos. Esa política romano-pagana de Herodes en Samaría respondía de lleno a la del emperador, que con la transferencia de la ciudad a He-redes pretendía tener en cuenta la importancia de la población no judía (y hasta macedónica). Luego que Herodes Antipas hizo decapitar a Juan Bautista, el cadáver lo enterraron en Sebaste (Samaría) los discípulos de éste. En las excavaciones, extramuros de la ciudad romano-herodiana, apareció una iglesia en honor de San Juan, cerca del actual lugar de Sebastiye, y que es un testimonio de la época bizantina. (En la gran mezquita de Damasco se veneran unas su-puestas reliquias del Bautista; pero probablemente son despojos de época cristiana.). SAREFTÁ. Ciudad fenicia de trabajadores del cristal y puerto de mar en el territorio de Sidón (véase a continuación). El topónimo hebreo Sarefat designa a toda la ciudad como “centro de fundición,” pues saraf significa “quemar.” En inscripciones extrabíblicas se la designa con nombres parecidos: Sariptan (asirio), Zarputa (egipcio). El AT recuerda el lugar como refugio del profeta Elías (1Re 17:9s). Sareftá quedaba a 17 km al sur de Sidón y también en la época cristiana fue un lugar de peregrinación muy frecuentado por los devotos del profeta Elías. En la genealogía de los hijos de Noé se dice: “Canaán engendró a Sidón, su primogénito” (Gen 10:15), frase que expresa el poder de los sidonios, que, aunque en época antigua tuvieron que reconocer la soberanía de Egipto, pudieron ejercer a la vez su propia autonomía. Hasta el año 1000 a.C. Sidón fue la ciudad fenicia más importante (“la pequeña Sidón”) con un extenso territorio de soberanía (“la gran Sidón”); de aquí que a menudo Sidón fuera sinónimo de Fenicia. Hacia el año 1000 a.C. perdió su posición de primacía a manos de una ciudad fundada por los pro-pios sidonios hacia el 1300 a.C.: la ciudad de Tiro. Pero Asiría apoyó momentáneamente la causa de Sidón para contrapesar la prepotencia de Tiro. Durante el imperio persa Sidón recuperó por algún tiempo su poderío, llegando su influencia hasta Joppe/Yaffá; pero hacia el 350 a.C., y tras varias tentativas de deserción del imperio persa, fue destruida por Artajerjes II. El nombre de “Sidón” se deriva de sid (pescar), lo que responde perfectamente a su posición en una lengua de tierra que penetra en el mar. Fue una ciudad marinera y pescadora. En el período romano (tiempo de Jesús) Sidón es un centro de la producción de vidrio (véase lo dicho sobre Sareftá). Las excavaciones sobre el territorio tierra adentro de Sidón han sacado a luz ricos sarcófagos, que certifican de la suntuosidad de la vida sidonia, además del testimonio que representan sobre la historia de dependencias de la ciudad. Hacia el año 60 hubo en Sidón una comunidad cristiana. Muy a menudo se ha identificado el lugar de Sikar, en que vivía la mujer samaritana que se encontró con Jesús en el pozo de Jacob (Jn 4:5), con Sikem (véase a continuación). Pero esa identificación difícilmente puede sostenerse. Sikem fue destruida el año 128 a.C., y la nueva Sikem sólo fue construida por Tito el año 70 d.C. como Flavia Neapolis (actual Nablús). Así pues, en tiempo de Jesús no hubo ninguna Sikem. El lugar árabe de Askar, que dista aproximadamente un km del montón de ruinas de la Sikem antigua (tell Balata), apunta por lo demás muy clara-mente a un asentamiento específico en Sikar. SIKEM. Las excavaciones alemanas (iniciadas en 1913-1914) han demostrado que el territorio de la ciudad de Sikem estuvo habitado desde aproximadamente el 2000 a.C. La ciudad fortificada la utilizaron los hicsos durante su dominio de Palestina como punto de apoyo, a la vez que ampliaban sus instalaciones de defensa. Más tarde los cananeos, al recuperar la ciudad después del período hicso, construyeron una muralla imponente a la vez que una ciudadela y un templo. Es posible que tales “cananeos” fuesen arameos, que más tarde formaron parte de las tribus israelitas y que ya se habían establecido en el país antes de que llegase el grupo procedente de Egipto. De una conquista bélica de la ciudad por parte de los inmigrantes nada cuenta la Biblia, aunque sí habla de un enfrentamiento de las tribus de Simeón y Leví con los sikemitas. Sikem estaba en el “cuello” (sekem) o desfiladero entre los montes Ebal y Garizim, en la montaña de Efraím. Las historias de los patriarcas hablan de sus estancias en las proximidades de Sikem, con lo que tal vez se quería legitimar el lugar de culto de la encina sagrada (encina del oráculo) como centro de culto de todas las tribus en honor de Yahveh (en Gen 12:7 con Abraham, y en Gen 33:20 con Jacob). Sikem, un lugar del territorio tribal de Efraím, fue el escenario de la asamblea de Jos 24: en la que probablemente se selló la fundación de la alianza de las tribus israelitas mediante la común obligación de dar culto a Yahveh. Por eso se habla allí habitualmente de la “renovación de la alianza.” Por entonces estaba también en Sikem la tienda de la alianza con la ley común de las tribus; con lo cual fue Sikem el primer santuario común y un primer centro de las tribus reunidas y aliadas. El prestigio de Sikem se deduce del episodio de Abimélek (Jue 9). Cuando Abimélek (que en Jue 9 es presentado como hijo de Gedeón) quiso proclamarse primer rey de Israel, se estableció en Sikem intentando establecer el reino con la reunión de las aldeas que le reconocieron. Pero la organización tribal hizo fracasar tal propósito. Cuando Roboam, hijo de Salomón, quiso que también las tribus norteñas lo proclamasen rey, se dirigió así mismo a Sikem y también Ye-roboam se hizo ungir y coronar en Sikem. La ciudad era, pues, una especie de avanzadilla de las tribus del norte. De ahí que el primer rey de las mismas la convirtiera en la capital del reino. Pero la designación posterior de otras ciudades como residencia y la reconstrucción de Samaría como residencia real y capital del reino del norte (el año 880 a.C.), recortaron la importancia de Sikem. Y cuando, tras la destrucción de Samaría, no fue Sikem sino Bet-El la que se convirtió en el santuario yahvístico de la población mestiza, lo fue con toda tranquilidad y sin la oposición de Si-kem. Sólo cuando los samaritanos obtuvieron su propio santuario en el Garizim, volvió Sikem a ocupar un primer plano, hasta que Juan Hircano la demolió el año 128 a.C. Los romanos construyeron una nueva ciudad a unos 2 km más al oeste: Flavia Neapolis, que los árabes llaman hoy Nablús. La tumba de José, hoy santuario musulmán, se presentó como la tumba de José el egipcio, cuyo sarcófago habrían llevado consigo los israelitas llegados del país del Nilo (Gen 50:25; Jos 24:32). Este motivo narrativo tal vez sólo surgió por la tumba de José en la que fue enterrado algún héroe o sacerdote de “las tribus de José”; a juzgar por el breve pasaje de Jos 24:32, el lugar de la tumba se convirtió por así decirlo en el santuario fúnebre de todo Israel, que a través de Gen 50:25 se relacionó con las historias de José. Ambos pasajes sorprenden por el hecho de que cierran, por una parte, el libro del Génesis y, por la otra, el libro de Josué. Ambos dan la sensación de ser añadidos posteriores, lo que daría mayor fuerza a la hipótesis expresada. El pozo de Jacob, en las tierras bajas de Sikem, tiene importancia en el NT por la conversación de Jesús con la samaritana (Jn 4:1-42). El texto afirma que Jacob excavó el pozo. Poco importa que fuera un relato de Sikem; en todo caso ese pozo se encuentra en el camino de Galilea a Judea, cerca de Sikem. El pozo no era una reserva de agua ni para Sikem ni para Sikar (cf. supra), que ya la tenían en su territorio de asentamiento. Pero Dalman informaba en su obra Orte und Wege Jesu, que muchos habitantes de la región sacaban agua de aquel pozo por considerarla curativa; y eso podría también haber inducido entonces a la samaritana de Sikar a ir al pozo. Por otra parte, el pozo está en la ruta de las caravanas o de los viajeros. Probablemente estaba pensado como pozo para un abrevadero, pues que en la fuente local no se podía dejar beber al ganado de los pastores que cruzaban o a los camellos de los mercaderes de paso; las fuentes locales eran ya de por sí muy visitadas. Pero seguramente que durante las labores del campo también la gente de los alrededores utilizaba el pozo que estaba en el campo. También la samaritana pudo acudir al pozo en busca de agua para los trabajadores del campo. Si puede, por tanto, ponerse en duda que “el pozo de Jacob” fuera realmente un pozo del patriarca, como pozo del diálogo de Jesús con la samaritana hay que suponerlo con toda seguridad. Cuando uno se sentaba junto a él, podía ver el Garizim, al que la samaritana se refirió, y la aldea de Sikar, en que la mujer habitaba y que distaba como un km. Hoy el pozo está en la cripta de una iglesia que empezaron a levantar los bizantinos. SILÓ. Lo interesante para el lector de la Biblia no es el lugar de Siló — hebreo: Silo; hoy Selun —, sino el recinto sagrado de ese asentamiento antiguo. Selun queda a 18 km al sur de Nablús y a 30 km al norte de Jerusalén. Se menciona el santuario de Siló con el arca de la alianza en tiempos de Elí, cuando Samuel servía allí como un joven nazireo (1Sam 1-3). Los israelitas sacaron de allí el arca para que les acompañase en la guerra contra los filisteos; pero en dicha guerra el santuario fue destruido y el arca ya no regresó más allí (1Sam 4:1-11). Los daneses han excavado en Siló y han podido establecer su destrucción hacia el 1050 a.C., lo que corresponde a la época de la mentada guerra filistea. La ciudad de Siló se asentaba sobre una colina, mientras que el santuario estaba a 500 m al sur de la ciudad, junto a una fuente, y según parece en una viña. Pero el santuario no era una tienda de la alianza, sino un templo. Por lo demás, las tradiciones no concuerdan al respecto. Narraciones posteriores también gustan de trasladar el arca de la alianza a Siló. Según el libro de Josué (18ss), en Siló se hizo el último reparto de la tierra y se fijaron las ciudades de asilo y las levíticas; todo ello junto a la tienda de la alianza. Esa localización prueba poco acerca de la tienda de la alianza, pero sí certifica que Siló se contaba entre las primeras conquistas o logros de Israel en Canaán. El recinto sagrado de Siló pudo perfectamente haber sido ya anteriormente un lugar sagrado de los cananeos. Los israelitas (¿de los alrededores?) peregrinaban una vez al año hasta Siló, según cuenta 1Sam 1:3 al narrar las peregrinaciones de los padres de Samuel. Probablemente esa fiesta de peregrinación coincidía con la festividad de Pascua, que tal vez en Siló acogió la tradición de peregrinaje de la fiesta cananea de la cosecha. Hay dudas sobre si ha de considerarse a Siló como el santuario central. En ningún caso fue una especie de antecedente de Jerusalén, sino a lo más un santuario destacado por tener, o mientras tuvo, el arca con la Ley. No está todavía claro si el topónimo “Sinaí” designó originariamente toda la montaña de la península entre el golfo de Suez y el golfo de Aqabá o si sólo indicaba una cima de esa cordillera. El actual nombre de “Sinaí” y “Península del Sinaí” no puede aportar luz alguna al respecto, porque deriva de un uso lingüístico popular, con un apoyo muy genérico en los nombres bíblicos. La Biblia se refiere al monte del decálogo como a un “monte de Dios.” Si la elección de ese monte estuvo tal vez motivada por la designación tal vez más antigua de ‘el sadday, no podemos afirmarlo de una manera segura; el “dios del monte” o “el dios venerado en el monte” po-dría, por lo demás, ser una designación divina que los hebreos emigrantes ya habían llevado a Egipto, por la que después — no ya por obra de Moisés, sino en el curso de su estancia en Egipto — podrían haberse referido al Sinaí como monte de Dios y monte de peregrinación. El monte unas veces es llamado Sinaí y otras Horeb. Doble designación que ha inducido a muchos errores, pero que también ha provocado numerosas hipótesis. Aquí sólo podemos referirnos a algunos puntos fundamentales de la controversia. “Monte de Dios” indica que la imponente cordillera de la península la veían los pobladores nómadas y seminómadas de la región como el lugar de estancia de un dios. Tal vez veneraban allí al dios lunar Sin, del que espontáneamente se habría derivado el topónimo Sinaí. Horeb, por el contrario, parece ser una designación característica del monte; horeb en lengua cananea es “el seco,” “el duro,” “el solitario”; tal vez también “monte de farallones.” Tales topónimos, de los que uno es nombre divino y el otro un indicador de características, pueden muy bien haber coexistido en el uso lingüístico. El año 1899 Lagrange expuso la hipótesis de que Horeb habría sido el nombre común de la cordillera, mientras que Sinaí habría designado un monte particular. Como en el nombre de Sinaí se contiene el nombre del dios lunar Sin, y la veneración de un dios tiene sentido ligada a un monte determinado y preciso y no a toda una cordillera, la hipótesis cuenta con muchas probabilidades de ser cierta. Por otra parte, tampoco podemos pasar por alto la indicación de la escuela de Wellhau-sen, según la cual el Horeb es el monte de la legislación, sobre todo en el Elohísta y en el Deute-ronomista (así, por ejemplo, en las narraciones sobre Elías el monte se llama Horeb; cf. 1Re 19:9-18). De lo cual podría concluirse que el nombre de Sinaí (monte de Sin) resultaba escanda-loso, y por ello se le sustituyó por el topónimo característico de Horeb. En cambio el Escrito sa-cerdotal, a mediados del I milenio, volvió a utilizar el nombre de Sinaí, quizá para imponer la ficción literaria de que toda la Ley, hasta la última cláusula, procedía de los tiempos mosaicos. Sin que con ello sancionase naturalmente el culto de Sin. Para aclararlo, los redactores del Escrito sacerdotal podrían haber introducido como conjetura la designación de la zarza ardiente con sene (zarzamora). Pero, ¿cuál fue el monte de la cordillera sinaítica en que se dio la Ley? ¿Dónde acampó el pueblo de la marcha por el desierto? El monte de la legislación podría haber sido ras es-Safsafe (1994 m), ante el cual se extiende hacia el noroeste la llanura en forma de V de er-Raha y fluye hacia el nordeste el wadi ed-Deir, que llevaba agua (todos estos topónimos son árabes). También la tradición ha localizado ahí los acontecimientos, aun quedando pendiente si Moisés se retiró al que hoy se designa por su nombre dyebel Musa (2244 m). Tampoco otras cimas de la cordillera del Sinaí a lo ancho de la península del mismo nombre contradicen al texto bíblico. Finalmente, no debemos silenciar que el Sinaí de la Biblia no es necesariamente el Sinaí de nuestra geografía actual. Puesto que las peregrinaciones de los israelitas, tal como se encuentran en la Biblia, son una construcción posterior; tales caminos en definitiva nada dicen sobre la posición del Sinaí, que muy bien pudo haber estado en otra cordillera, y sólo en la compilación de los relatos tradicionales se señaló, al indicar la dirección de las peregrinaciones, que el Sinaí como monte del decálogo, el famoso monte de Dios, debía de situarse al sur de la península entre el golfo de Suez y el golfo de Aqabá. Para la historia de la salvación no tiene importancia alguna la ubicación del monte del decálogo. Lo verdaderamente importante es que con el Sinaí se señala el monte de la legislación fundamental que el pueblo de Israel recibió como Ley de Dios. SODOMA. La ciudad de Sodoma (Vulgata; en hebreo: Sdom) fue la primera de una federación de cinco ciudades en el valle de Siddim, como se designa en Gen 14:3 la región de la Pentápolis. Frente a la hipótesis de algunos especialistas, hoy la mayoría de los estudiosos ubica el citado valle en la cuenca meridional del mar Muerto. No es claro el significado de siddim. Podría significar “llanura,” y en tal caso el topónimo podría referirse a la época anterior a la destrucción de las ciudades. Mas también podría entenderse como “demonios” o “destrucción,” y entonces la Biblia designaría al valle de la destrucción con un topónimo que sólo pudo dársele después de la hecatombe. Las comparaciones y combinaciones de los resultados debidos a la investigación literaria, geológica y arqueológica han hecho verosímil la hipótesis de que las cinco ciudades de Sodoma, Gomorra, Admá (Adama), Seboyim y Bela (Zoar) hubieran estado en el sitio que hoy ocupa el mar Muerto y en las proximidades de su actual cuenca meridional. Es verosímil así mismo que cuatro de esas ciudades fueran destruidas en el “juicio punitivo contra Sodoma.” Bela (Zoar), a la que Lot huyó según la narración bíblica (Gen 19:22-23), no fue destruida, aunque no sabemos cuál de los lugares actuales es el sucesor de la antigua Zoar. La investigación geológica ha demostrado como creíble un nuevo hundimiento del suelo hacia el 1900 a.C. (es decir unos 150 años antes de la época de Abraham) y a lo largo de la gran falla del Jordán, cuyas víctimas habrían sido sobre todo las ciudades del valle de Siddim: “Tal aniquilación se debió especialmente a un gran terremoto, que probablemente fue acompañado de erupciones, rayos, liberación de gases naturales y un incendio general” (Jack Finegan, Light from the Ancient Past, 1954). Hasta aquella época el mar Muerto sólo llegaría hasta la “lengua” o estrechamiento (hebreo: ha-lason; árabe: el-lisan), y la cuenca meridional sólo se habría formado entonces; lo que coincide perfectamente con Gen 14:3: el valle de Siddim, “que ahora se llama mar de la Sal.” Una referencia, si no a la certeza histórica sí a la tradición del Israel antiguo, la proporciona la palabra del profeta Sofonías, que hacia el 635 a.C. aludía a la ciudad sumergida en el mar de la Sal con estas palabras: “Moab será como Sodoma..., campo de ortigas, mina de sal” (Sof 9:2). La investigación arqueológica (Nelson Glück, W.F. Albright), con su estudio de los datos de superficie en las orillas del mar Muerto y en los terrenos próximos del este, ha probado que toda la región estuvo densamente poblada hasta el 2000 a.C., y que a partir de esa fecha se va haciendo cada vez más ligero el poblamiento, hasta que hacia el 1900 desaparece casi por completo y repentinamente durante seiscientos años. De esa escasa población supo el narrador de las historias de Abraham, de modo que antes de que Lot eligiera terreno pudo decir que toda la re-gión del Jordán se extendía ante sus ojos “como un jardín de Yahveh” (Gen 13:10). Así pues, el narrador traslada la inmigración de Abraham a la época en que el país florecía, pero cuando ya la población iba disminuyendo poco a poco. Mientras que la interrupción repentina del poblamiento fácilmente puede relacionarse con la catástrofe, sigue siendo un enigma por qué las aldeas y ciudades menores al este del mar de la Sal y en el cercano Négueb desaparecieron ya en época temprana y los pobladores volvieron a la vida nómada. Se ha buscado la solución al problema diciendo que desde mucho tiempo atrás los movimientos sísmicos habían amenazado y hasta destruido los asentamientos menores. Pero todo ello no pasa del terreno de las hipótesis. Un argumento fuerte en favor de la localización de las ciudades sumergidas en la actual cuenca meridional del mar Muerto y sus cercanías es la afirmación de que, con una posición favorable del sol o de la luna sobre el suelo de la cuenca meridional (a unos 25 m de profundidad), pueden verse árboles petrificados y muros cubiertos de costras de sal. Cabe convencerse de ello y ver realmente tales fenómenos; pero el embrujo de ese paisaje lunar hace a su vez sospechosa la fría observación. Con demasiada facilidad se ve aquello que se quiere ver. El nombre de la sumergida Sodoma se conserva todavía en un monte gigantesco de sal, de 3 km de longitud, en la ribera occidental de la cuenca sur del mar Muerto. Los árabes lo de-signan hasta el día de hoy como dyebel Usdum. Posiblemente el topónimo de “Sodoma” tenga también algo que ver con la sal. Los lingüistas israelíes lo hacen derivar de sde ‘adom, es decir, “campos rojos”; tales campos rojos se explicarían por un microbio que todavía hoy enrojece las calderas secas. De lo cual cabría deducir que también las gentes de la sumergida Sodoma eran mineros de la sal y salineros, cosa perfectamente posible habida cuenta del imponente macizo salitroso y de la proximidad del mar de la sal. No sabemos si las viejas galerías de dyebel Usdum, que penetran hasta 300 m en el monte, y las salas imponentes son formaciones salitrosas anteriores o si surgieron por vez primera con los seísmos de hacia 1900 a.C. Tampoco sabemos si la depravación de la ciudad de Sodoma al tiempo del primer relato de las historias abrahámicas era ya una tradición firme o si fue una mera invención narrativa para explicar la destrucción de la ciudad; comoquiera que fuese, los nombres de Sodoma y Gomorra eran ya en los tiempos de Israel lugares proverbiales de corrupción moral. Cuando fueron aniquiladas, no se planteó ninguna duda de que “Yahveh hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de Yahveh, desde los cielos” (Gen 19:24), pues ¿quién sino Yahveh puede disponer de las fuerzas de la naturaleza? Algunos especialistas creen que las ruinas de Teleilat-Ghassul, al norte del mar Muerto, serían las dos ciudades destruidas de Sodoma y Gomorra. Para ello se apoyan sobre todo en Gen 19:27s: “Abraham se levantó de madrugada y se fue al lugar donde había estado delante de Yahveh, y mirando hacia Sodoma y Gomorra y hacia toda la tierra del contorno, vio que el humo subía de la tierra como la humareda de un horno.” Se ha comprobado que desde el punto que se considera como lugar del encuentro se puede ver sí Teleilat-Ghassul, pero no la superficie de la cuenca meridional del mar Muerto. Pero, aunque queramos entender Gen 19:27s en un sentido absolutamente literal, ¿puede deducirse de dicho texto que Abraham vio personalmente las ciudades y su destrucción? Otro argumento: el poblamiento de aquellas ciudades cesa repentinamente en la época en cuestión; pero habría que decir que por entonces casi todas las ciudades a la izquierda del Jordán se despoblaron. El Israel actual ha conectado con la tradición favorable al sur y un nuevo asentamiento en la sinuosidad suroccidental se llama Sdom. Sdom es hoy la gran salinera de Israel. SUSA. Esta capital del imperio de los elamitas estaba a unos 250 km de la ensenada norte del golfo Pérsico, al borde meridional de la montaña iraniana, en el territorio de influencia del Ka-rún, que desemboca en el golfo Pérsico. Las ruinas de Shush recuerdan todavía hoy el nombre antiguo, que en la Biblia suena Susan (hebreo). Después que el rey asirio Assurbanipal (668-626 a.C.) hubo sometido al Elam, deportó a los ciudadanos de Susa como colonos con destino a Samaría, con lo que los susitas pasaron a ser parte integrante de los samaritanos (cf. Esd 4:9). En Susa, a los asirios les sucedieron los babilonios, y a éstos los persas. El complejo palatino, que los franceses excavaron en Shush antes de la primera guerra mundial, es una construcción del rey persa Darío I (522-486 a.C.) y presenta restos del palacio construido por Artajerjes II (405-359 a.C.). En ese palacio de invierno de los monarcas persas desarrolla el autor del libro de Ester su famosa historia. La explanada del palacio tenía como centro la gigantesca sala abierta de columnas: la sala de audiencias reales, con la que comunicaban por el sur las viviendas alrededor del patio (el palacio real, el harén) y por el norte grandes jardines en terrazas (“paraíso”). Este monte, antiguo lugar de culto, fue venerado como monte santo, como “lugar alto,” también por las contiguas tribus israelitas de Isacar, Zabulón y Neftalí. Por ello dice el profeta Oseas que sobre el Tabor “había tendida una red” (Os 5:1). El Tabor se eleva a 588 m de altitud, y es un monte de estructura uniforme, como una cúpula, al nordeste de la llanura de Yizreel. Durante todo el período bíblico estuvo cubierto de bos-ques, quedando despejada únicamente la altiplanicie (1200 x 400 m); sobre ella se asentaba una ciudad, que hay que considerar como marcadamente cultual (“lugar de peregrinación”). En el período helenístico-romano su nombre fue Atabyrion o Itabyrion, en el que se contiene el topónimo “Tabor” (¿nombre de un dios acádico llamado Tabira?). En el apócrifo Evangelio de los hebreos (hacia el 150 d.C.) habla Jesús: “En seguida me tomó mi madre, el Espíritu Santo, por un cabello y me trasladó de inmediato al gran monte Tabor.” Aunque esta extraña fórmula se re-fiere a la tentación de Jesús, influyó en la tradición del Tabor como monte de la transfiguración, sobre cuya posición y nombre nada dicen los Evangelios canónicos. Desde el siglo VI también se identifica a menudo el monte galilaico de la aparición del Resucitado (Mt 28:26) con el monte Tabor. Pese a lo tardío de esa tradición, y aunque el Tabor estaba habitado, no se excluye como posible monte de la transfiguración. Las escenas subsiguientes al episodio y al descenso, ya al pie del monte, suponen un lugar dentro del territorio judío: Jesús halló a sus discípulos enzarzados en una disputa con los doctores de la Ley. Ello excluye casi con seguridad un monte en la región de Cesárea de Filipo o el Hermón, al que también se menciona a menudo como monte de la transfiguración. De todos modos, no puede demostrarse de modo seguro que el Tabor sea el monte de la transfiguración. No obstante, también el Tabor, pese a estar habitado, ofrecía calveros solitarios suficientes para tales conversaciones. Y solitaria era incluso la altiplanicie en el terreno que quedaba fuera de la muralla del asentamiento. TIBERÍADES. Herodes Antipas fundó esta ciudad entre los años 17-26 d.C. en el centro de la ribera occidental del lago de Genesaret, como nueva capital de su territorio soberano. Le dio el nombre del emperador romano entonces reinante: Tiberio. El motivo de fundar la ciudad precisamente en ese punto fueron las fuentes termales de Jammat. La ciudad quedaba un poco más al sur que la ciudad actual, aproximadamente entre ésta y las fuentes termales. Herodes Antipas quiso también hacer de su capital un balneario. Como la ciudad fue edificada sobre un antiguo cementerio, a Herodes Antipas no le fue fácil encontrar pobladores, ya que la ciudad era impura por los sepulcros. Así que el tetrarca hizo un llamamiento prometiendo tierras y casas puestas a quienes se comprometieran a tomar residencia permanente en Tiberíades. Con ello consiguió reunir en su ciudad no precisamente a los mejores elementos de la población. Por lo cual Herodes dio un paso más imponiendo un asentamiento forzoso a judíos galileos y también a gentes de la población griega en Galilea. Entre las fuentes de ingresos de Tiberíades se mencionan las salazones de pescado, el gran comercio pesquero y la industria del vidrio (“copas de Tiberíades”). Probablemente Jesús no entró nunca en Tiberíades. Pero hasta qué punto la capital, con su cultura greco-romana, estaba en boca de todos lo reflejan algunas expresiones de los Evangelios, por ejemplo, Jn 6:1, que al lago de Genesaret lo designa “lago de Tiberíades” por el nombre de la nueva capital. La población de Tiberíades, no judía en su mayor parte, no participó en las guerras judeo-romanas. Cuando el año 70 d.C. Jerusalén fue destruida, una parte de los dirigentes nacionalistas y de los intelectuales del judaísmo se retiró a la ciudad intacta de Tiberíades, que para entonces ya había sido declarada pura. Lo mismo ocurrió, aunque en mayor medida, tras la gran subleva-ción del año 135 d.C. A partir de entonces aumentó el elemento judío en Tiberíades, arrinconando cada vez más al elemento griego. El año 225 d.C. también se trasladó a Tiberíades el sanedrín, con lo que la ciudad se convirtió en la avanzadilla del judaísmo en Palestina. Sus escuelas se hicieron famosas y sus sabios cuidaron de fijar la tradición de la sagrada Escritura hebrea; pe-ro en su ciudad fueron como una secta, porque la población o era absolutamente liberal o en par-te se había convertido al cristianismo. Hacia el año 400, el emperador cristiano Teodosio atacó con tanta dureza los derechos de los judíos en Palestina que la dirección espiritual del judaísmo pasó a los judíos de Babilonia. TIGRIS. Junto con el Eufrates es el segundo gran río de Mesopotamia. En hebreo se dice Hiddekel y en árabe DidslalDidsle. Nace en las tierras altas de Armenia, en el Tauro; sus fuentes, que a menudo los mapas no señalan, se reúnen para formar el Tigris. De la violencia de esta corriente fluvial, de casi dos mil km de longitud en los tiempos prehistóricos, no es fácil hacerse una idea adecuada. Pero el relato mítico de Nimrod que ató al dragón (es decir, al Tigris), es todavía un eco. En la ribera oriental del Tigris se asienta Nínive, una de las ciudades que Nimrod fundó o dominó. El río, abundante en meandros, tiene una anchura de 300 a 350 m. A más de 100 km de su desembocadura se junta con el Eufrates, formando el Sat el-Arab. En la antigüedad, sin embargo, ambos ríos desembocaban por separado en el golfo Pérsico. En el AT se menciona el Tigris como uno de los ríos del paraíso (Gen 2:14); la mención alude por tanto a un tiempo en que este río ya estaba domeñado. En el libro de Daniel las riberas del Tigris son el lugar de las grandes visiones del protagonista (Dan 10:4). El joven Tobías pesca en el Tigris el pez con cuya hiel curará los ojos de su padre Tobit (Tob 6:1ss). De todos esos pasajes destaca la vigorosa creencia en la conexión del Tigris con las potencias supranaturales, incluso en el período bíblico. Por lo demás, todos esos pasajes probablemente tienen una relación interna: por su fertilidad se convirtió el Tigris en un río del paraíso y, como tal, fue el lugar de las visiones de Daniel. La gran roca (sur; en griego tyros) frente a la costa fenicia sostuvo, desde aproximadamente el año 2000 a.C., una ciudad comercial y marinera, cuyo territorio de soberanía se adentraba profundamente en el continente. En las épocas de postración de la hegemonía egipcia (poco después del 1200 a.C.) Tiro alcanzó su plena independencia y desarrolló cada vez más su poderío como Estado industrial y mercantil (trabajos metalúrgicos, labores textiles, tintes e industria del vidrio). David extendió sus dominios más allá de los territorios de Tiro en tierra firme, pero dejó a la ciudad tiria su autonomía. Pero ya bajo Salomón los territorios continentales arrebatados a Tiro por su padre volvieron de nuevo a Tiro. Con su rey Jiram concluyó Salomón un tratado comercial: Tiro le proporcionaba madera para la construcción del templo de Jerusalén, a la vez que constructores y metalúrgicos, y Salomón le proporcionaba al tirio alimentos. Con la ayuda de Tiro construyó también Salomón su flota comercial. Y en todo ello hay que ver un fortalecimiento de la posición de Tiro. Todavía en más estrecha conexión con Tiro estuvo el rey Omrí de Israel (reino septen-trional). Con el fin de obtener la ayuda de los fenicios en su lucha contra los arameos, concertó un matrimonio entre la hija del rey de Tiro, Jezabel, y su hijo Ajab (1Re 16:31). Frente a las guerras de conquista de asirios y neobabilonios, a las que acabaron sucumbiendo el reino septentrional de Israel el año 722 a.C. y el meridional de Judá el año 586, Tiro supo preservar de alguna manera su libertad mediante el pago de tributos. Pero muchos de sus ciudadanos emigraron al norte de África, donde fundaron una “ciudad nueva” (Cartago). Desde el 332 a.C. (Alejandro Magno) hasta el 126 a.C. (disputas sirias por el trono) Tiro estuvo bajo soberanía extranjera. Finalmente, los Seléucidas dieron a Tiro su status de ciudad libre, que los romanos confirmaron; pero la zona de influencia del interior del país dejó de pertenecerle. En tiempos de Jesús, la expresión “el territorio de Tiro y Sidón” se empleaba formalmente para indicar la Siro-Fenicia (Mc 7:24). Tiro y Sidón distaban entre sí 40 km, y desde Pompeyo pertenecían a la provincia romana de Siria (62 a.C.), en la que formaban el distrito de Siro-Fenicia, con la excepción de la ciudad libre de Tiro. Pablo visitó en Tiro a los hermanos cristianos y permaneció con ellos siete días (Act 11:3). UR. Según una tradición israelita, la familia de Abraham era oriunda de Ur; y seguramente que no de la ciudad misma de Ur, sino de sus alrededores. En el centro de la ciudad se alzaba la torre santuario de tres pisos (construida hacia el 2000 a.C.), que más tarde, durante el imperio neobabilónico, fue convertida en una torre de siete pisos. La torre-templo se convirtió en el período neobabilónico en santuario del dios lunar Sin (o Nannar). De la época en torno al 2600 a.C. se han sacado a la luz en Ur unas suntuosas tumbas regias, en las que, junto a testimonios espléndidos de una elevada artesanía ornamental (yelmos, armas, copas, estandartes, arpas, adornos para la cabeza), han aparecido los cadáveres de guerreros, músicos y servidores, ofrecidos en sacrificio como personal de compañía del soberano muerto; se les debió de emparedar con el muerto, bebiendo después la copa del veneno. En una de las tumbas se han encontrado hasta ochenta de tales víctimas en honor del monarca. Ur fue sin duda una de las ciudades cultas más antiguas del Próximo Oriente. Ya los es-tratos que han de datarse antes del 3100 a.C. contienen documentos escritos. Desde aproximadamente del 3100 al 2200 a.C. se prolongó el período de los súmenos. Del 2200 al 529 a.C. tuvo Ur muchos señores. Desde el 529 a.C., cuando los caldeos se convirtieron en los nuevos soberanos de Mesopotamia, la ciudad pasó a ser la segunda ciudad de Babilonia: la “Ur de los caldeos,” como aparece en las historias bíblicas de Abraham (Gen 11: 28), después que los judíos del exi-lio completaron los relatos bíblicos. Es un afluente de la orilla izquierda del Jordán. Nace en Rabba (hoy Ammán), la capital de los ammonitas, cuyo territorio tribal correspondía principalmente al curso superior del Yab-boq. En su curso de 85 km de largo el río tiene un desnivel de más de 1100 m. Su curso inferior se caracteriza por un lecho fluvial cortado a tajo por el que discurren las aguas de azul oscuro (árabe: nahr ez-Zerka, es decir, “río Azul”). A ambos lados del Yabboq inferior se extiende la región de Galaad. En la historia de la lucha de Jacob con el ángel de Yahveh (Gen 32:23ss) el narrador bíblico menciona la campiña del Yabboq, poco antes de su desembocadura en la depresión del Jordán, y la ciudad de Penuel, que, bajo la forma de peni-‘el (algo así como “rostro de Dios”), relaciona con la lucha de Jacob y con su conversión. Yaffá, o Yafo, en hebreo (tal vez con el significado de “la bella”) y Joppe en la Vulgata. Es una de las ciudades más antiguas de la costa Mediterránea de Palestina. Las excavaciones han certificado que el lugar estuvo habitado ya en el neolítico. Por su posición en la gran ensenada dispuso Yaffá de una zona marina que podía utilizarse como puerto, cuando por los escollos no era posible acercarse hasta la playa. Ése fue un factor importante en el esplendor de Yaffá. En el reparto ideal de la tierra de Canaán que hace el libro de Josué Yaffá se le asignó a la tribu de Dan. Pero, de hecho, hasta el año 144 a.C. nunca perteneció ni a Israel ni a Judá. Ni siquiera en tiempos de David y Salomón, aunque allí se desembarcaba la madera de construcción para el templo salomónico, que llegaba por barco desde el Líbano. Probablemente la ciudad perteneció siempre a los fenicios, aunque también pudieron ocuparla los filisteos. De Yaffá intentó escapar en una nave que hacía la derrota de Tarsis el profeta Jonás del libro homónimo, a fin de librarse del cometido de tener que predicar en Nínive (Jon 1:3). Simón Macabeo conquistó la plaza, sobre todo por la importancia de su puerto, para Judá obligando a sus habitantes a convertirse al judaísmo. Desde entonces perteneció la ciudad a Judá hasta el final de la guerra judeo-romana, con la excepción de los años 34-30 a.C. En Yaffá vivía Pedro como huésped de un curtidor llamado Simón, “cuya casa estaba al borde del mar” (Act 10:6), cuando los emisarios del centurión gentil Cornelio le invitaron a que acudiese a Cesarea. El lugar de la casa se señala hoy en un callejón escarpado, pero la tradición es muy insegura. 1. Nombre de la llanura situada entre el Carmelo, los montes Guilboa y la premontaña de Galilea; en la época helenística se llamó la “llanura de Esdrelón (o Esdralón).” La llanura de Yizreel está regada por el arroyo Quisón y sus numerosos afluentes. En tiempos bíblicos debió de ser una región extraordinariamente fértil, como vuelve a serlo hoy con el vigoroso esfuerzo de cultivo de los israelíes. El topónimo “Yizreel” apunta también a esa fertilidad, pues significa “Dios siembra.” La llanura pertenece a la brecha del terreno que forman los sistemas montañosos de la Palestina occidental, y viene a ser por lo mismo una especie de cruce de caminos. A la seguridad de tales caminos contribuían las fortificaciones, por ejemplo, la de Meguiddó, que controlaba el paso en dirección norte-sur del Carmelo, y la de Bet-San, en la de-presión del Jordán. Por su fertilidad y la facilidad de comunicaciones la llanura era ya al tiempo de la con-quista de Canaán un centro abundantemente poblado, con muchas ciudades (Jos 17:16). Los israelitas debieron de procurar adueñarse de las mismas. Hasta qué punto es importante esta fértil llanura para el conjunto del país, se desprende del hecho de que en el Israel actual Emek Yezre’el (“Valle de Yizreel”) se designa simplemente como el Emek, “el Valle” por antonomasia. Con ello se recoge un uso antiguo, pues que también la Biblia usa generalmente ese lenguaje (la traducción de “llanura” responde mejor a nuestro léxico geográfico; pero en una traducción literal tendríamos que hablar del “Valle de Yizreel”). Por razón de los caminos y a causa de la llanura, cuya devastación representaba un daño considerable del enemigo, razón por la cual resultaba el escenario ideal para campo de batalla, la llanura de Yizreel fue repetidas veces el escenario de las guerras de Israel. Allí combatió Baraq, cuando Débora llamó a la lucha. Allí sorprendió Gedeón con sus trescientos hombres al campamento de los madianitas (cf. la explicación en el comentario a Jue 7); allí combatió Saúl contra los filisteos (1Sam 29) y lo hizo también el rey Yosías de Judá contra el faraón egipcio. 2. Al borde oriental de la llanura, en la montaña de Guilboa, se alza la ciudad de Yizreel, que lógicamente debió de tomar su nombre de la llanura, y no al revés. Pese a lo cual, parece que fue la ciudad la que dio nombre a la llanura, porque la ciudad de Yizreel es una de las primeras ciudades del valle que pasó a manos de Israel, y eso ya al tiempo de los jueces. Y así la llanura se llamó con el nombre de la ciudad israelita. El topónimo que proclama la fertilidad debió de referirse en primer término a los campos y viñedos de la ciudad. La ciudad está en la línea divisoria de las aguas, a sólo 123 m de altitud, pero despejada y con una buena panorámica. De ahí su importancia estratégica y hasta su valor curativo por su aire. Por ese valor estratégico levantó aquí el rey Ajab de Israel un palacio, chocando con la resistencia de Nabot para la ampliación de sus jardines (1Re 21). Quizá pueda considerarse Yizreel como residencia veraniega de los reyes de Israel, en razón de su importancia estratégica. Allí fue exterminada la casa de Ajab. |
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |
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lunes, 16 de mayo de 2016
DICCIONARIO GEOGRAFICO DE LA BIBLIA
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