viernes, 25 de marzo de 2016

Altares domésticos de Semana Santa - Cordobapedia - La Enciclopedia Libre de Córdoba

Altares domésticos de Semana Santa - Cordobapedia - La Enciclopedia Libre de Córdoba








Altares domésticos de Semana Santa












Altaritos Domésticos
Altares domésticos de Semana Santa.


Eran conocidos desde tiempos remotos. Existieron de una forma
viva desde el siglo XIX hasta finales de los años veinte del siglo XX.
La instalación en el Jueves Santo de altares domésticos en las casas
vecinales de los barrios populares cordobeses y en algunas huertas
aledañas a la ciudad, fueron exponentes de la piedad popular en cuyo
exorno y esplendor ponían el máximo entusiasmo. Los altaritos evocaban un homenaje a Jesús Sacramentado.


Hay que buscar la raíz de esta piadosa costumbre en los numerosos humilladeros
que había hace siglos en las calles cordobesas, cuyos faroles de
aceite servían de iluminación pública. Se daba el caso que al llegar
las fiestas conmemorativas de la Pasión y Muerte del Jesús los
vecinos solían adornar los retablos en que aparecían las imágenes
representativas del drama del Gólgota y se congregaban ante ellos para
demostrar su devoción y fervor. Desaparecidos los humilladeros
especialmente en el siglo XIX adoptaron los vecinos la costumbre de
instalar altares en sus domicilios con el fin de vivir con más
intensidad las jornadas de la Semana Grande.


Los altaritos se exponían en la mejor habitación de la
casa, normalmente en la plata baja, de forma que en los casos donde no
se podía acceder a ella tuviera una ventana que diera a la calle para
así poder ser vistos. El montaje era laborioso en muchos casos, pues,
se revestía un entramado o andamiaje en forma de escalerilla con
sábanas adornadas de finos encajes, se incorporaban todas las imágenes
que podían los vecinos aportar, más cuantos utensilios estimaban
necesarios para darle el mejor realce posible. Los adornos se
conseguían con plantas y flores propias de los patios vecinales
estando iluminados con velas, de esta forma conseguían dar al conjunto
una gran vistosidad. A veces, lo presentado no estaba exento de
mediocridad, debido a cierta ingenuidad, pero eran disculpados por su
buena disposición e intensión.



Altarito de la calle Mayor de San Lorenzo nº 135, año 1927
Se establecia una simpática rivalidad entre los vecinos para ofrecer
cada cual su altar como el mejor instalado y con mayor profusión de
luces y flores. No faltaba una velita, manojo de claveles o rosas
llevadas por las más humildes vecinas.


El Jueves Santo, terminado el desfile de Jesús Caído "Cofradía de los Toreros" y la Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad,
(única procesión que por aquellos años hacia estación de penitencia en
el mencionado día), el público se dedicaba a visitar los altares del barrio de Santa Marina, barrio de San Lorenzo
y otros barrios populares, entre los que sobresalían algunos que
constituían verdaderas obras de arte y gusto, no sin antes proveerse de
las ricas tortas de aceite que se afanaban en presentar los hornos de
Córdoba acompañadas de un trago del líquido ruteño.



La Voz 15 de abril de 1930
Existían altares que se conservaban durante todo el año que
despertaban verdadera devoción entre el vecindario. Uno de los más
populares era un Cristo coronado de espinas que se exponía en una casa
de la Puerta de Gallegos llamado el Cristo de los Hortelanos ya que éstos sentían una tradicional devoción por él.


No faltaban tampoco dulces caseros en las viviendas en las que se instalaban los altaritos,
con el fin de que quienes habían de pasar allí la noche hasta la
madrugada velando al Señor en su Pasión, pudieran reponer fuerzas para
así ahuyentar la soñolencia. Era costumbre el obsequiar a los
visitantes distinguidos y al Jurado calificador en los años que
existió Concurso. Para este menester se habilitaba una habitación
contigua al altar y sobre una mesa revestida de blanquísimo mantel se
depositaban en fuentes de cerámica pintada, los sabrosos pestiños, las
deliciosas torrijas rebosantes de miel, en cuya confección siempre fue
maestra la mujer cordobesa.
Al terminar la "velá" se invitaba a los asistentes a un chocolate, buñuelos y copa de anis.


Los saeteros/as, iban de altar en altar cantando, le seguían de
un cortejo de amigos y aficionados. Cuando llegaban a uno de los altares
levantaban la expectación general del pueblo creándose un silencio
profundo al escuchar las saetas propias de Córdoba.


Fue en el año 1924 cuando el Ayuntamiento, por iniciativa de su alcalde José Cruz Conde y con el fin de fomentar tan piadosa costumbre, abrió un Concurso de Altares, en cuyo Jurado formó parte el pintor Julio Romero de Torres y su hermano Enrique Romero de Torres.
Se consignaron para premios en este primer concurso, la cantidad de
quinientas pesetas, que fueron distribuidas en tres premios de cien y
cuatro de cincuenta que en aquellos tiempos significaban un magnífico
estímulo. Esta costumbre se mantuvo hasta finales de los años veinte,
volviendo a reiniciarse en el 1940
y 1941 terminado definitivamente en este último año. Todavía en las
décadas de los cincuenta y principios de los sesenta del siglo XX se
exponían de una forma más íntima algunos altaritos, que en su mayoría se realizaban ya no en casas de vecinos, sino en domicilios de familias más acomodadas.




Los altaritos envolvían a los cordobeses de un calido ambiente
casi místico y poético, la gente los visitaba con verdadera unción
religiosa y se detenían en ellos para elevar una oración a Jesús en su
Pasión; de paso también admiraban el arte improvisado, que en
muchos casos exaltaba aún más el recogimiento.



Relación de "altaritos" premiados en el año 1941
El año 1924 los altares premiados fueron los siguiente: Badanas nº 1, Fernán Pérez de Oliva nº1, Plaza de San Rafael nº 9, Candelaria nº 10.


Se interrumpieron los concursos en el año 1930 volviendo en el año 1940 y 1941, los altares premiados en ese último año fueron: Palomares
nº 1; Huerto de San Agustín nº 3 , Badanas nº 15; Jesús Nazareno nº 2
Cárcamo nº 25, Zamoranos nº 12, Crucifijo nº 6, Buenos Vinos nº 53,
Plaza de Abades nº 1, Huerta de Paparratas, éste siempre tuvo fama por su buen montaje y exposición de imágenes.


Todo se volatizó con el tiempo que no respeta nada. Sólo en la memoria, recuerdo y añoranza de los octogenarios quedan los altares populares que tan fuerte arraigo tuvieron en el alma secular de Córdoba.







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