¿ La
mayor
impostura
jamas
realizada?
¿La mayor impostura jamás realizada?
Se ha escrito tanto sobre la realidad humana del Cristo, sobre el
Cristo hombre, que parece difícil a estas alturas descubrir nuevos
aspectos, nuevas perspectivas,
nuevos enfoques o nuevas sugerencias sobre su figura. Creemos, sin
embargo, que es siempre positivo hablar de ello (bien o mal),
profundizar en ello, contemplarlo desde
todas las perspectivas posibles (teológicas, psicológicas, históricas,
racionalistas, reverentes, irreverentes...), pero -a ser posible- sin
quedarnos nunca con ninguna
en concreto, sino con una visión polivalente que sea capaz de mostrarnos
toda la riqueza de una figura que supo dar con su muerte la verdadera dimensión divina
del ser humano y que fue capaz de transformar el Mundo y de indicar el camino de esa transformación.
También a nosotros se nos ha ocurrido una pequeña fantasía sobre este
personaje tan trascendental en la historia humana y en la historia de
la civilización.
Y hemos querido hacerlo desde un espíritu convencionalmente
"racionalista" y deliberadamente "irreligioso", con objeto de
anticiparnos a otros intentos todavía más torpes
-que sin duda se harán- para desprestigiar a una figura ética, mítica,
simbólica, divina, histórica y humana, de por sí prácticamente
indesprestigiable. Para ello hemos
elegido el aspecto más vulnerable y contradictorio de esta figura, ésto
es, su dimensión humana, y nos proponemos elaborar aquí una pequeña
"intrahistoria" de lo que pudo
ser (y tal vez no quiso ser) la verdadera historia de la pasión, muerte y
resurrección de Jesús de Nazaret, llamado el "Cristo" de Dios.
Nos proponemos, pues, realizar a continuación algo así como una
"encuesta" o "investigación judicial" sobre unos sucesos un tanto
misteriosos y que han dado no poco que
hablar y muchísimo que pensar a numerosas generaciones: la misteriosa
muerte y la no menos misteriosa "resurrección" de un misterioso
individuo llamado Jesús de Nazaret.
No quedan ya testigos vivos de estos sucesos (ocurridos hace casi dos
mil años) y no podemos, por tanto, interrogarlos directamente; pero
tenemos algunas "pistas" y algunos
testimonios y pruebas que tal vez nos dejen llegar -a pesar de los
siglos transcurridos- a conclusiones más o menos definitivas que nos
permitan cerrar definitivamente el "caso".
....
Nuestro punto de partida es bien sencillo. Vamos a partir de dos premisas lógicas, completamente racionales e incuestionables, puesto que queremos hacer ante todo
una investigación racional y objetiva del asunto. Y las premisas y sus consecuencias razonables e inmediatas son las siguientes:
1 - Si Jesús de Nazaret era un ser humano (y partimos de la base de
que, en efecto, lo era), tuvo que morir y no pudo "resucitar" o revivir
físicamente.
2 - Si en verdad fue visto con vida después de haber sido crucificado,
muerto y sepultado, es que verdaderamente no murió en la cruz.
¿Existe alguna duda razonable para suponer que Jesús no murió en la cruz? ¿es ésto posible, a la vista de los testimonios?
Antes de contestar a estas preguntas, analicemos primero estos
testimonios sobre su presunta muerte. Se reducen a cuatro relatos
circunstanciales sobre la crucifixión,
de los cuales el más detallado y el único que parece estar narrado directamente
por un testigo presencial de los hechos es el evangelio de Juan. En
efecto,
los relatos de Mateo y Marcos coinciden punto por punto en todos sus
detalles sobre la crucifixión e incluso en el orden narrativo de los
hechos, tanto que resulta obvio
que uno se inspira probablemente en el otro, o bien que ambos siguen un
relato anterior o prototipo común, muy estereotipado, procedente de uno o
varios testigos presenciales.
Que uno de esos testigos presenciales no pudo ser el propio evangelista
"Mateo" parece demostrarlo un pequeño detalle, a saber, que ese
evangelio menciona que durante la
crucifixión hubo lo que a juzgar por su descripción parece que fue un
eclipse de sol (acontecimiento de por sí bastante importante y que sin
embargo no es mencionado en el de Juan,
que -como se ha dicho y luego se verá- parece ser el único que procede
del testimonio directo de alguien que verdaderamente estuvo presente en
dicha crucifixión).
Por otro lado, astronómicamente no es posible que un eclipse solar dure
tanto tiempo como se dice en ese pasaje del evangelio de Mateo ("desde la hora sexta hasta
la hora nona", es decir, casi tres horas); además, la crucifixión
tuvo lugar en la víspera de la Pascua judía, que se celebraba hacia la
mitad del mes hebreo lunar de Nisán,
que coincidía siempre con la luna llena o casi llena (o sea, con la
Tierra entre ella y el Sol), por lo que es imposible el eclipse.
También menciona Mateo que hubo un terremoto al poco de producirse la
muerte de Jesús (hecho que no es mencionado por ninguno de los demás
evangelistas) y que asimismo se abrieron
algunos sepulcros y algunos muertos "resucitaron" y posteriormente se
aparecieron a muchos en Jerusalén (tampoco esas "resurrecciones" son
mencionadas en los otros evangelios).
Sin negar radicalmente ambos sucesos, pero sin salirnos de
consideraciones exclusivamente racionales y lógicas, cabe pensar -y el
propio contexto no se opone a ello- que ese
terremoto pudo producirse algún tiempo después (semanas, meses) de la
propia crucifixión (y lo mismo el eclipse), y que el evangelista -según
un procedimiento narrativo muy
frecuente en los textos bíblicos y semíticos antiguos- lo asocia
directamente a esta crucifixión y a la propia muerte de Jesús; en cuanto
a la supuesta (e increíble) "resurrección"
de algunos "muertos", podemos suponer -con cierto esfuerzo
racionalizador- que tal vez se trata de una "resurrección" espiritual y
simbólica de aquellos que no creían en
el Cristo (y estaban, por tanto, espiritualmente "muertos") y que
después creyeron en él (="resurrección"), o que quizá se refiere
-simplemente- a la aparición en sueños de muchas
personas ya fallecidas a sus respectivos familiares (hecho bastante
frecuente y normal, pero que en aquella ocasión, debido a la sugestión y
conmoción de estos sucesos, parece que
esas visiones oníricas se incrementaron -o se comentaron- mucho más). En
cualquier caso se trataría de indudables elementos mítico-simbólicos
muy del gusto de este
evangelista, pero que apoyan la idea de que él no sólo no estuvo
presente en la crucifixión sino que transmite una versión (mitificada o
no) anterior a la propia mitificación
que él mismo hace -o continúa- sobre estos sucesos.
Tampoco del estereotipado relato del evangelista Marcos puede
deducirse que éste fuera testigo ocular de la crucifixión; sin embargo
aporta un dato importante:
Jesús estuvo en la cruz durante seis horas, antes de morir. El relato de
Lucas, a su vez, sigue muy de cerca en los detalles el de los dos
evangelistas anteriores,
pero recoge o recrea también bastantes elementos apócrifos de otras
versiones orales que circulaban sobre estos hechos (así, por ejemplo, el
diálogo con el "buen ladrón");
su narración de los hechos, con ligeras omisiones y con los referidos
elementos apócrifos añadidos, es sustancialmente la misma de los otros
dos evangelistas mencionados.
Así pues, los tres evangelistas llamados sinópticos (Mateo,
Marcos, Lucas) ofrecen un relato básicamente homogéneo que, en su
conjunto (y salvando los elementos míticos,
simbólicos y apócrifos), parece bastante verídico y coherente, un relato
que provendría de una desconocida versión común anterior, procedente de
uno o varios testigos presenciales,
los cuales -en principio- no parecen ser ninguno de esos tres
evangelistas mencionados. Esta versión común presenta además algunos
elementos que están ausentes de la versión de Juan,
el cuarto evangelista, y dichos elementos son: la presencia de un tal
Simón de Cirene a quien los soldados romanos "requisan" para que ayude a
Jesús -seguramente muy debilitado por
la flagelación previa recibida- a que lleve la cruz hasta el lugar de la
ejecución (Lucas es el único que especifica que este Simón sostenía el
madero por detrás); la alusión
a cierto brebaje (vino con hiel o con mirra, posiblemente -según opinan
algunos comentaristas modernos- un "anestésico" que embotaba los
sentidos y que hacía más llevadera la
crucifixión, brebaje que Jesús no quiso tomar); las injurias y burlas
inferidas a Jesús en la cruz por algunos judíos (los transeuntes, los
jefes de los sacerdotes y los otros
dos crucificados, según Mateo y Marcos) o por los propios soldados
(según Lucas, que entiende también que el agua con vinagre ofrecida al
reo era una burla más, cuando en
realidad parece que fue más bien un acto compasivo de algunos soldados);
el grito de Jesús en la cruz (una conocida frase del salmo 22: "Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?"); las aproximadamente seis horas que -según Marcos- duró el suplicio, desde la hora tertia (hacia las diez de la mañana)
hasta la hora nona (hacia las cuatro de la tarde), aunque ello se contradice con la versión de Juan, que indica que a la hora sexta
Jesús estaba todavía
en el pretorio en presencia del gobernador Pilato. Así pues, ninguno de
estos elementos mencionados (Simón de Cirene, brebaje de vino con hiel o
mirra, injurias y burlas,
grito de Jesús en la cruz, etc) se encuentran en el evangelio de Juan,
aunque se puede pensar que para éste no eran tal vez demasiado
relevantes y que pudieron muy bien ser
pasados por alto por dicho evangelista o por su fuente directa.
Todos los elementos básicos mencionados en los relatos sobre la
crucifixión (tomando como base el relato de Mateo), así como el orden
narrativo de estos elementos en
los cuatro evangelios, pueden esquematizarse en el siguiente cuadro:
Los detalles comunes de Juan con los tres restantes están narrados en
otro orden, distinto del orden estereotipado de los tres evangelistas
sinópticos, de lo cual se
puede inferir que ninguno de los tres se inspira directamente en el
relato de Juan, sino en otras versiones. Hay que notar también que los
tres sinópticos discrepan de
Juan en el detalle de que las mujeres seguidoras de Jesús contemplan la
crucifixión "desde lejos", mientras que Juan menciona a varias mujeres:
María (la madre de Jesús),
otra María (la de Cleofás, tía de Jesús), y María Magdalena, junto a
la cruz. Ambas versiones no son estrictamente contradictorias, pues
cabe suponer que la mayoría
de las mujeres contemplaban la escena a cierta distancia, pero las más
ligadas afectivamente a Jesús (su madre, su tía y su "discípula"
preferida) estaban efectivamente junto a la cruz.
El detallado relato del evangelio de Juan es, en efecto, el de alguien
que estaba junto a la cruz, que oyó las palabras que Jesús dijo desde la
cruz y que pudo leer detenidamente
el letrero colocado sobre ésta. El evangelista Lucas atribuye a Jesús
otras palabras que no están mencionadas en ninguno de los otros tres
relatos, aunque no por ello debe pensarse
que son necesariamente apócrifas (pues todo lo que Jesús dijo desde la
cruz pudo ser recogido y seleccionado en diferentes versiones: la de
Juan, la común de Mateo, Marcos y Lucas,
y otra(s) version(es) o fuentes diversas recogidas además por Lucas).
Los cuatro evangelistas coinciden en que Jesús murió en la cruz. Pero
Juan introduce además un hecho muy relevante: a Jesús no le quebraron
las piernas (según era costumbre para
acelerar la muerte del reo), pues los soldados -cuando iban a hacerlo-
vieron que ya estaba muerto; uno de ellos se limitó a darle una lanzada
en el costado, y de la herida brotó sangre
y agua, hecho que al evangelista que lo vió le pareció prodigioso (se
trataría de una especie de "hidropesia" que algunos comentaristas
modernos han explicado científicamente como un
fenómeno fisiológico perfectamente verosímil; para otros, ese "agua" era
probablemente fluido pericárdico y pleural).
Éstos son los hechos. Los cuatro evangelistas dicen que murió: una
numerosa multitud fue testigo de ello (al menos lo fue de que Jesús fue
efectivamente crucificado),
y entre esa muchedumbre había bastantes amigos del reo y también
numerosos enemigos; los propios soldados romanos y el jefe de éstos (un
centurión) certificaron su muerte,
y el evangelio de Juan refiere ese detalle que parece que no puede dejar
dudas sobre la muerte efectiva de Jesús: la lanzada en el costado.
Todos, amigos y enemigos, quedaron
-al parecer- convencidos de su muerte. Jesús, que había estado toda la
noche anterior sin dormir, que había recibido numerosos golpes y una
dura flagelación previa al suplicio
(hasta el punto de que, según parece, no tenía fuerzas para llevar por
sí solo la cruz en el trayecto hasta el lugar de ejecución), que estuvo
además crucificado durante más de
seis horas (el cuerpo fue bajado del madero a última hora de la tarde o
ya de anochecida en todo caso), y que además recibió una lanzada en el
costado: ¿pudo sobrevivir a todo ésto?
Sin duda que no; y sí creemos que no, parece que tenemos que creer
también que Jesús indudablemente murió.
Pero volvemos a la pregunta inicial: ¿cabe siquiera una duda
razonable sobre esta presunta muerte, a la vista de los datos
analizados?, ¿es posible que -con todo éso- Jesús no muriese
realmente en la cruz y que todo hubiera podido ser un "truco" o un
"montaje" cuidadosamente preparado, es decir, una ejecución "simulada"? Y
la respuesta es: sí, es posible; pero para
ello es preciso que los propios soldados romanos estuvieran complicados
activamente en ese supuesto montaje, y sobre todo que la fuente directa
del evangelio de Juan, testigo ocular,
exagerara el detalle de la lanzada en el costado o, sencillamente, se lo
inventara. Puede parecer una posibilidad tal vez algo extravagante
(aunque quizá, como veremos, no lo sea tanto),
pero en cualquier caso -en cuanto posibilidad- merece analizarse, dado
que si Jesús hubiera sido -por ejemplo- decapitado públicamente, las
dudas razonables serían mucho menores
(aunque, a decir verdad, siempre existiría la remota posibilidad de que
se pudiera tratar de un "doble" o de alguien muy parecido físicamente a
él). Con todo, es necesario demostrar
completamente si Jesús murió o no, antes de adentrarnos en el objeto
principal de nuestra "investigación judicial" o "encuesta
intrahistórica": la supuesta Resurrección. Vamos, pues,
a considerar razonadamente las posibilidades de la hipótesis de
que todo hubiera sido una farsa muy bien montada, y vamos a examinar
-con todos los elementos lógicos
presentes en las fuentes informativas básicas de que disponemos (los
cuatro evangelios)-, y admitiendo esta hipótesis como posible, cómo pudo
realizarse la cosa y quién o quiénes
tuvieron que participar y estar implicados en ello.
....
¿Es posible simular una ejecución en la cruz? Sin duda que
sí, al menos con mucha más facilidad que otros tipos de ejecuciones.
Este bárbaro suplicio de la crucifixión
había sido adoptado por los romanos en el siglo III a.C. (seguramente de
los cartagineses), y los romanos lo reservaban en principio para los
esclavos (y también, naturalmente,
para los prisioneros de guerra, criminales, bandidos, etc, todos los
cuales -según las propias concepciones jurídicas romanas- se convertían
automáticamente en esclavos a
todos los efectos). Era una forma de ejecución de la pena de muerte que
resultaba especialmente lenta y cruel, y consistía básicamente en colgar
por los brazos al condenado
(atado o clavado, o ambas cosas) en un madero transversal y horizontal,
fijado sobre otro palo vertical más largo y clavado en tierra, sobre el
cual "descansaba" el cuerpo y los pies
(éstos últimos también sujetos o clavados al madero). Una forma más
simplificada era clavar al reo en un único madero vertical hincado en
tierra (utilizada al parecer en ejecuciones
masivas, en las que a veces las víctimas eran simplemente "empaladas").
La tortura de la cruz consistía precisamente en que el reo debía
hacer considerables esfuerzos musculares y respiratorios para soportar
el propio peso de su cuerpo en una postura
rígida y en una "suspensión" basada en apoyos muy ligeros y precarios
(con las piernas ligeramente flexionadas, el cuerpo contorsionado y los
pies superficialmente apoyados);
la agonía podía prolongarse durante muchas horas (a veces durante más de
un día, según los soportes de madera y otros apoyos complementarios
adicionales que se fijaran en la cruz y
según la propia resistencia física del reo); la víctima moría finalmente
por parada cardiaca e insuficiencia y colapso respiratorios, en medio
de grandes espasmos y calambres;
para acelerar la muerte bastaba con quebrar las piernas al condenado con
un mazo o una barra de hierro, con lo que el cuerpo perdía todo apoyo
de sujección y la muerte sobrevenía
casi inmediatamente. Los persas "inventaron" una variante aun más cruel
de este suplicio: el reo era previamente desollado vivo (se le arrancaba
la piel en tiras finas con cuchillos
muy afilados) y luego se le crucificaba (así murió, por ejemplo, el
griego Polícrates, el famoso tirano de Samos, después de caer en manos
de los persas; el historiador Heródoto
-no sin cierta repugnancia- describe cómo el cuerpo aún vivo de
Polícrates exudaba sus humores corporales expuesto bajo un ardiente
sol). En la crucifixión romana, que tenía diversas
variantes en las posturas del reo, éste era generalmente clavado en la
cruz por las muñecas y los tobillos, pero con frecuencia no se clavaban
directamente los clavos de hierro sobre
los miembros, sino a través de unas pequeñas planchas o tablillas de
madera colocadas sobre éstos, con objeto de evitar desgarros y
desprendimientos inoportunos.
A veces simplemente se les ataba con cuerdas.
Pues bien, para aceptar que la crucifixión de Jesús fue simulada hay que admitir que -por supuesto- no fue clavado
en la cruz (en ningún evangelio, por cierto, se dice
que lo fuera, salvo en una posterior alusión del evangelio de Juan que
luego analizaremos), sino sólamente atado, pues de lo contrario podría
haber muerto desangrado.
Tal vez, después de atado, incluso pudo simularse que también era
clavado con clavos: clavando sobre la cruz las mencionadas placas o
tablillas de madera colocadas sobre las muñecas
y tobillos, pero sin atravesar realmente éstos (cosa que no podía
distinguirse a simple vista al quedar las muñecas y tobillos ocultados
por dichas placas). En todo caso, el travesaño
para apoyar los pies tuvo que ser fijado de modo lo suficientemente
cómodo para que el peso del cuerpo se apoyase plenamente en él, sin
estar realmente en esa incómoda y mortal
"suspensión" en la que la flexión de las piernas y su ligera
sustentación eran la clave del suplicio. De este otro modo, en cambio,
la "crucifixión" resultaba completamente inocua,
pues la única incomodidad del reo era estar con los brazos en una
postura rígida durante muchas horas (lo cual, salvo algún calambre o
algunas pequeñas molestias musculares,
no entrañaba en realidad un grave peligro para su vida).
Todo ésto pudo ser hecho muy fácilmente por los soldados encargados
de la ejecución (que es de suponer que estaban muy experimentados en
tales tareas), y tampoco tenía por qué
levantar ninguna sospecha entre los asistentes (judíos que sin duda
habían presenciado muchas ejecuciones de este tipo, pero que en general
desconocían el fundamento básico
de este suplicio). Para más verosimilitud, las otras dos personas
crucificadas con Jesús ("bandidos", según los evangelistas) lo fueron
realmente. A la credibilidad de la cosa
pudo contribuir el hecho de que Jesús estaba un tanto mareado y
fatigado, además de visiblemente sangrante, debido a la flagelación
recibida (de la cual nada sabemos con certeza,
ni podían saberlo tampoco los propios evangelistas, puesto que se llevó a
cabo en el interior del pretorio, sin presencia de ningún judío, que no
querrían "contaminarse" entrando
en el palacio de un pagano y no poder comer la Pascua, de manera que no
sabemos si fue rigurosa en exceso, habida cuenta de que el procurador
Pilato pretendía tan sólo impresionar
y conmover los ánimos de los judíos -según cuentan los evangelistas-, o
si fue más bien una flagelación para mantener las apariencias; en
cualquier caso, paradójicamente,
la dureza de una flagelación previa servía para abreviar y atenuar los
tormentos de la crucifixión). Jesús, una vez en la cruz, pudo ser además
deliberadamente anestesiado:
recordemos el mencionado brebaje de vino mezclado con hiel y mirra, y
sobre todo ese misterioso botijo con "agua y vinagre" que los soldados
tenían presuntamente para su uso personal
(un "refresco" típicamente romano) y del que por medio de una esponja
fijada a una rama dieron de beber a Jesús. ¿Era realmente vinagre, o más
bien alguna droga o substancia narcótica,
bien conocidas por la farmacopea de la época? El caso es que, tras
haberla bebido, Jesús perdió el conocimiento ("expiró", según los
evangelistas).
Si aceptamos por un momento que los hechos pudieron suceder así,
podemos pensar también varias cosas: primero, que tal vez el propio
Jesús no era consciente de que le estaban
salvando la vida (o que tal vez sí que lo era y representó perfectamente
su papel); segundo, que el evangelio de Juan quizá exageraba (o mentía)
en el detalle de la lanzada en el costado,
que bien pudo ser un simple rasguño o amago que algún soldado le hizo
para disimular, ya que no le quebraron las piernas según era costumbre y
según habían pedido expresamente los jefes
judíos para acelerar su muerte; y tercero, en esta supuesta crucifixión
simulada tuvieron que estar complicados necesariamente todo el grupo de
soldados que en ella participaron,
incluido sobre todo el centurión que los mandaba. Y si ésto fue así, hay
que pensar que, o bien obedecían a su vez órdenes expresas de sus
superiores, o bien actuaban por su propia cuenta
y fueron sobornados por alguien mediante dinero, mediante muchísimo
dinero (pues sólo así puede creerse que los soldados se expusieran de
ese modo sin tener órdenes expresas).
Pero, si ellos actuaban por su cuenta y riesgo tras haber sido
generosamente sobornados, ¿quién o quiénes habían podido gastar tanto
oro en comprar la experta y necesaria colaboración y
el silencio de ese pequeño grupo de soldados y de su jefe? Evidentemente
alguien muy influyente y al mismo tiempo muy rico.
....
Los cuatro evangelios mencionan a un personaje llamado José, natural
de la ciudad de Arimatea; era (según Mateo) un hombre muy rico y además
miembro del Sanedrín o Consejo supremo judío
(según testimonio de Mateo y Marcos), pero en secreto (por temor a los
demás judíos) era también seguidor de Jesús. Este hombre se presentó en
la tarde del viernes (víspera de la festividad
de la Pascua) ante el gobernador Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús
para darle sepultura. Recordemos que, por la mañana temprano, los
miembros del Sanedrín que habían acudido ante Pilato
con Jesús preso no habían querido entrar dentro del Pretorio para no
"contaminarse" por el contacto con la casa de un pagano y poder comer la
Pascua debidamente purificados, y el propio
Pilato tuvo que salir fuera a recibirles (Jn, 18, 28); José de Arimatea,
por el contrario, no mostraba este escrúpulo religioso y acudía ahora
al Pretorio para pedir el cuerpo de Jesús.
Pilato accedió (el evangelio de Marcos es el más explícito sobre esta
entrevista: Pilato se sorprendió de que Jesús hubiera muerto tan pronto y
mandó llamar al centurión que estaba a cargo
de las ejecuciones para preguntarle si en verdad había muerto ya;
informado por el centurión de que -en efecto- había muerto, ordenó que
se le entregara el cadáver a José).
Así pues, seguramente en presencia del referido centurión y de los
soldados, descolgaron el cuerpo de Jesús mediante una sábana y lo
envolvieron en ella. Era ya la hora de la caída de
la tarde, y (a excepción de algunas de las mujeres mencionadas que
contemplaban la escena a cierta distancia) no debía de haber ya
demasiados curiosos en las inmediaciones, pues al
anochecer comenzaba el sábado, día de precepto, que ese año coincidía
además con la Pascua, y ningún judío practicante querría "contaminarse"
estando junto a un cadáver.
Estaba presente asimismo (mencionado sólo por el evangelio de Juan) un
tal Nicodemo, judío de nombre helenizado, un fariseo que era también
seguidor en secreto de Jesús y que había
traído unos perfumes para ungir el cuerpo (cien libras de una mezcla de
mirra y áloe, dice el evangelio de Juan).
De José de Arimatea nada se nos dice hasta ese momento, pero a
Nicodemo se le menciona (Jn,3, 1-15) en una entrevista secreta con Jesús
(en la que -por cierto- en medio de
disquisiciones teológicas formuladas por Jesús en el oscuro y simbólico
lenguaje de los esenios, se habló también, más o menos veladamente, de
la necesaria crucifixión,
aludiendo alegóricamente a la "serpiente de bronce" levantada por Moisés en el Sinaí -Números
21, 8-9-, que según algunos era en realidad una cruz de bronce, y más
concretamente
una cruz ansada egipcia). Nicodemo tuvo después otra intervención
personal intercediendo con aparente imparcialidad por Jesús ante los
otros fariseos, lo que le valió algunas críticas y
reproches por parte de éstos (Jn, 7, 45-53). Pero no es difícil conocer
algunas de sus actuaciones precedentes: pocos días antes de la Pascua,
en efecto, los jefes de los sacerdotes
y las autoridades religiosas judías habían decidido en consejo apresar a
Jesús en Jerusalén en cuanto hubiera ocasión, y darle muerte
públicamente, pues veían la creciente e imparable
popularidad de Jesús entre las masas y temían sobre todo -tal vez no sin
razón- la reacción violenta de los romanos contra todo el pueblo judío
si las cosas llegaban a mayores extremos.
Su discípulo Judas le estaba traicionando, pero Jesús sabía todo ésto, y
lo sabía evidentemente por el propio José de Arimatea, que formaba
parte del Sanedrín, y por Nicodemo.
Por ellos, Jesús y sus discípulos se habrían enterado asimismo de que
los jefes judíos planeaban matar a Lázaro (Jn, 12, 10), el amigo de
Jesús, y seguramente le avisaron a tiempo para
que se pusiera a salvo con sus dos hermanas, Marta y María. Tanto José
de Arimatea como Nicodemo estuvieron también presentes, la noche
anterior a la crucifixión, en la casa de Caifás, el Sumo
Sacerdote, cuando llevaron a Jesús preso a la presencia del Sanedrín
allí reunido, y fue posiblemente uno de ellos el que introdujo a Simón
Pedro en el patio de la casa (Jn, 18,15).
Pues bien, José de Arimatea y Nicodemo llevaron el cuerpo de Jesús a
una tumba nueva que había en un huerto cercano al lugar de la
crucifixión, cuyo dueño era el propio José
(los sepulcros de Palestina en esa época -"pudrideros" en realidad-
consistían en una cámara amplia excavada en roca viva y cerrada con una
losa vertical redonda de piedra rodante que
se corría hacia un lado para abrir la tumba; en su interior había unos
poyos o bancos de piedra adosados a la pared, sobre los cuales se
depositaban los cadáveres -generalmente pertenecientes
a una misma familia-, vendados de pies a cabeza con fajas de lino y
cubiertos de aromas; allí permanecían hasta su total putrefacción, y los
huesos eran luego llevados a osarios).
Algunas de las mujeres galileas que presenciaron la crucifixión fueron
tras ellos y estuvieron mirando cómo era depositado el cuerpo (Mateo y
Marcos mencionan expresamente a María Magdalena,
a Salomé -quizá la madre de Santiago el Mayor y Juan-, y a otra María,
la madre de Santiago el Menor, primo o quizá hermanastro de Jesús);
estas mujeres, a la vuelta, prepararon aromas y mirra
con la intención de volver otro día (el día siguiente al sábado) a ungir
el cadáver. José y Nicodemo cerraron la tumba con una gran piedra y se
marcharon. El evangelio de Juan
(y también el de Marcos) parecen sugerir que se depositó allí a Jesús provisionalmente, dada la proximidad al lugar de la ejecución y teniendo en cuenta que el sábado
(día de precepto) no se podía hacer actividad alguna.
Al día siguiente, sábado (y además día de Pascua), nadie se movió a
causa de ser día festivo para los judíos. El evangelio de Mateo es el
único que menciona que los jefes de los sacerdotes
acudieron ante Pilato para pedirle que les dejara montar una guardia
ante el sepulcro hasta el día tercero, para evitar que los discípulos de
Jesús robaran el cuerpo y dijeran luego al
pueblo que había resucitado de entre los muertos al tercer día, según
había prometido el propio Jesús. Pilato les concedió autorización, y
ellos montaron la guardia y precintaron la entrada
de la tumba. Este episodio -posiblemente distorsionado por el
evangelista- puede tener otra lectura (sugerida en el evangelio de
Marcos y en el de Juan cuando insisten en la circunstancia de
que los hechos se produjeron la víspera de la festividad de la Pascua,
que además ese año caía en sábado), y esta "lectura" es la siguiente:
José de Arimatea, del que nadie sospechaba que era
simpatizante de Jesús, convenció fácilmente a los demás miembros del
Sanedrín de la conveniencia de que no quedaran los cadáveres de Jesús y
de los otros dos ajusticiados con él expuestos en
la cruz en un día tan señalado (Jn, 19, 31) y se ofreció para pedir al
procurador romano que le entregara el cuerpo y para depositarlo y
guardarlo personalmente de forma provisional en
el propio monumento sepulcral que él mismo había construido para sí
(ésta sería en realidad la verdadera "guardia" del sepulcro mencionada
por Mateo), y evitar de paso que los "galileos"
se hicieran con el cuerpo y lo utilizaran fraudulentamente; los miembros
del Sanedrín, que nada sospechaban, aprobaron esta resolución y este
consejo de José. Así pues, la entrevista de los
jefes judíos con Pilato narrada en Mt, 27, 62 parece que hay que
entenderla en realidad como un reflejo distorsionado de la conversación
entre el procurador romano y José de Arimatea.
Pilato, convencido de la necesidad de que el pueblo no se alborotase con
falsas noticias eventualmente difundidas por los seguidores de Jesús,
accedió a las razonables peticiones del magnate
judío y acaso incluso le autorizó también a que llevase a vigilar la
tumba durante ese día y el siguiente a algunos de los soldados
(¡precisamente los soldados sobornados que habían intervenido en la
"ejecución"!).
Los relatos evangélicos relativos a la sepultura de Jesús coinciden
sustancialmente, aunque cada evangelista aporta detalles propios: así,
el de Mateo es el único que menciona la guardia
puesta por los judíos -en realidad, por José de Arimatea- ante el
sepulcro; y el de Marcos es el que comenta más pormenorizadamente la
entrevista entre José de Arimatea y Pilato; el de Juan
menciona además a Nicodemo, y el de Lucas -que utiliza a veces palabras
textuales del de Mateo- no añade ningún nuevo detalle, salvo la
observación de que las mujeres seguidoras de Jesús no
se movieron de su casa el sábado, por ser día de precepto.
....
Con todos estos datos, podemos aventurar -conjetural y
provisionalmente- una primera explicación de lo que había ocurrido en
realidad. Y la explicación podría ser la siguiente:
Unos días antes de la Pascua, José de Arimatea sabía que la prisión
de Jesús era inminente, y el propio Jesús parecía obsesionado por
ponerse en manos de sus enemigos y dejarse conducir
como un cordero al matadero. Puesto que los judíos no tenían autoridad
para condenar a muerte, ni -seguramente- se hubieran atrevido a hacer
con Jesús lo que había hecho con Juan el Bautista
el tetrarca Herodes en su jurisdicción, era evidente que Jesús acabaría
en manos de los romanos y que indudablemente sería crucificado. Había
que actuar con rapidez. José, personaje
prestigioso y muy rico, entró en contacto con el jefe que estaba al
mando de los soldados que solían llevar a cabo estas ejecuciones, y que
no era otro que el mencionado centurión.
En general, los centuriones romanos, si tenían algún defecto (aparte de
la brutalidad con sus propios soldados) éste era sobre todo la venalidad
y la corrupción (pues a menudo aceptaban
todo tipo de sobornos incluso de sus propios soldados cuando éstos
querían verse exonerados de algún servicio). Consiguió, pues,
sobornarle, prometiéndole grandes sumas de dinero;
el riesgo no era demasiado grande: si la cosa salía mal, Jesús moriría
sin remedio, pero los soldados encargados de la ejecución y de la
vigilancia de la misma sabían bien cómo tenían que
hacer la "puesta en escena" sin levantar sospechas, y no estaban tampoco
dispuestos a correr demasiados riesgos personales. Nadie se enteraría,
salvo el propio centurión y sus hombres.
Podemos creer que Pilato posiblemente no sabía nada (el propio relato
del evangelio de Marcos y el detallado relato del de Juan durante el
proceso de Jesús parecen -en principio-
exculparle completamente de cualquier connivencia con estos hechos, que
además para él mismo y para su prestigio ante el César podrían resultar
extremadamente peligrosos y comprometidos
si eran descubiertos y tenían consecuencias en algún eventual motín de
los judíos, aunque de hecho tampoco puede descartarse del todo su
participación, pues -por algunas noticias
transmitidas por el historiador Flavio Josefo- sabemos que gustaba de la
provocación y de la irreverencia hacia la religión judaica). Lo mismo
ocurre con el propio Jesús:
si acaso lo ignoraba todo, si estaba convencido de que iba a morir y a
resucitar, es seguro que nada le contaron, pues en tal caso quizá
hubiera estropeado los planes
(su negativa a tomar la bebida anestésica y sus propias palabras en la
cruz parecen confirmar aparentemente su desconocimiento de estos planes). A menos que estuviera
fingiendo y que hiciera a la perfección su papel en un plan ideado por él mismo personalmente.
Pues bien, el centurión y sus hombres hicieron perfectamente su
trabajo (incluso en el camino del suplicio, para evitar el peligro de
que Jesús llegase al lugar de ejecución
completamente extenuado, echaron mano de un transeunte -Simón de Cirene-
para que le ayudase a llevar el madero, dato que fue referido después
por los hijos o parientes de éste,
conocidos personalmente por el evangelista Marcos o por su fuente). Los
soldados sobornados se repartieron los vestidos del condenado, como era
usual (la túnica de Jesús, bordada y tejida
en una sola pieza, era una vestidura propia de un personaje distinguido,
tal y como era de esperar en un aristócrata judío, descendiente de la
casa real de David). Nadie sospechó nada
(tal vez ni siquiera el testigo directo del evangelio de Juan, pues
seguramente los soldados romanos hablaban en todo momento en latín,
aunque sin necesidad de comprender su lengua el
evangelista o su fuente directa así como los demás presentes entendieron
perfectamente cómo los soldados se echaban a suertes esta rica
vestidura). Para mayor verosimilitud,
y cuando Jesús estaba ya narcotizado y sin conocimiento, uno de los
soldados le haría un ligero rasguño en un costado, una herida leve que
servía sobre todo para salvar las apariencias.
El centurión certificó la muerte de Jesús ante Pilato, y éste -como
juez- concedió a José de Arimatea el cuerpo del ajusticiado. Así pues,
José de Arimatea y Nicodemo -en presencia de
los soldados- descolgaron el cuerpo de Jesús, aún inconsciente, lo
envolvieron rápidamente en una sábana (para que nadie notara que todavía
estaba vivo)
y lo llevaron -quizá en algún carromato- hasta la tumba cercana.
¿Fue inevitable que algunas de las mujeres presentes notasen algo
extraño en lo que estaba pasando? ¿o tal vez se consiguió engañarlas
también a ellas? Parece ser que a
las mujeres las tuvieron en todo momento a prudente distancia y que -con
cualquier excusa- no les permitirían por ahora acercarse al cuerpo; a
uno de los discípulos presentes le sugerirían
que llevase a casa a la madre de Jesús, y ninguno de ellos debieron de
estar presentes en el momento de la conducción del cuerpo hasta la
sepultura. José y Nicodemo entraron, pues, con el cuerpo
de Jesús en la tumba, llevando ungüentos, aromas y vendas, con el
pretexto de fajarle y ungirle, según era costumbre, pero en realidad
para hacerle una primera cura de urgencia de sus heridas.
Las otras dos Marías (la Magdalena y la de Santiago) permanecían
sentadas afuera, delante de la sepultura.
....
¿Qué ocurrió después? El acontecimiento tuvo lugar "al
tercer día" (es decir, dos días después de la crucifixión). Por el
relato de Mateo (que seguramente se limita a transmitir
una versión muy mitificada de los hechos) es fácil inferir lo
que realmente pudo suceder: María Magdalena (sola o en compañía de
Salomé y de María la de Santiago), con un apasionamiento
y curiosidad típicamente femeninas, ese mismo día o tal vez al día
siguiente al sábado, al amanecer, volvieron al lugar con ungüentos y
perfumes para ungir el cuerpo de Jesús; encontraron corrida
la piedra de la entrada, se asomaron al interior de la tumba y...vieron
lo que menos esperaban ver, quedando sobrecogidas de espanto: Jesús
estaba vivo, sentado en el interior del sepulcro
y cubierto con una sábana limpia que le había servido de sudario (el
"ángel de vestidura blanca" que menciona Mateo). La conmoción de las
mujeres fue grande (casi un "terremoto" anímico, como sugiere Mateo).
José de Arimatea y Nicodemo (los "guardias" de la tumba) posiblemente
también estaban allí y seguramente quedaron muy contrariados por haber
sido sorprendidos y descubiertos por estas inoportunas mujeres,
pero ya la cosa no tenía remedio. El propio Jesús saludó y tranquilizó a
las aterrorizadas mujeres, que no daban crédito a sus ojos, y
seguidamente las despachó con el encargo de que contasen a sus
discípulos su "resurrección" y de que le esperasen en tierras de Galilea
(donde podría reunirse con ellos con más tranquilidad) y que no dijesen
nada a nadie más. La versión de Juan, seguramente más exacta
en los detalles (aunque tal vez el orden narrativo de los textos esté
algo alterado), dice que la Magdalena iba sola (o al menos no menciona a
otras mujeres) y que se encontró abierta la entrada y se quedó
fuera llorando; luego se asomó y vió a los mencionados "ángeles" (que
tal vez no fueran ya Nicodemo y José, bien conocidos por María, sino
simplemente dos médicos esenios enviados por ellos a
cuidar de Jesús: el hecho de que sean confundidos con "ángeles"
significa en todo caso que eran dos desconocidos y que vestían túnicas
blancas de lino, según la costumbre esenia); entonces alguien a
su espalda la llamó: ¡María!, y ella se volvió y reconoció a Jesús (a
quien al principio no había podido reconocer, acaso porque Jesús se
había afeitado la barba). Éste la envió a que diera recado a los
discípulos, y ella -de camino- se encontró con Simón Pedro y con otro
más (el propio Juan, según la interpretación tradicional). Ambos, o por
lo menos Pedro, no creyeron a la Magdalena (como era de esperar),
pero fueron corriendo hacia la tumba para comprobar si el cuerpo de
Jesús seguía allí; el otro discípulo (y quizá la propia Magdalena), más
ligero por ser más joven, llegó antes, pero no se atrevió a entrar;
llegó a continuación Pedro, y entró el primero, y tras él el otro
discípulo; allí vieron las vendas y el sudario recogidos en un rincón,
pero la tumba estaba ya vacía.
Tras la partida de las espantadas mujeres (o de la Magdalena sola),
Jesús y los que estaban con él habían dejado la tumba abierta y se
habían marchado (o tal vez el monumento tenía incluso alguna
otra entrada secreta o cámara anexa). El propio José de Arimatea se
dirigió a Jerusalén, pagó al centurión la suma convenida y aleccionó a
los soldados sobre lo que tenían que decir; y comunicó luego a
los otros consejeros del Sanedrín que se había encontrado abierta la
tumba y que sin duda los discípulos de Jesús habían robado el cadáver al
amparo de la noche, durante el sábado, cosa que los propios
soldados romanos corroboraron; los judíos fueron engañados por segunda
vez, e incluso es posible que pagaran a los soldados con dinero del
tesoro del Templo para que divulgasen esa versión llegado el caso.
Y ésa fue también la versión "oficial" que desde entonces circuló entre
los judíos. Poco tiempo después, Jesús se reunió (se "apareció") tres
veces sucesivas a sus once discípulos (dos veces en casa de éstos
y una a orillas del Mar de Galilea). En el primer encuentro, algunos
apóstoles no daban crédito a sus ojos; Jesús les enseñó sus manos, en
las que -por supuesto- no había huellas de clavos (el evangelio de
Juan no dice que las hubiera, sino que todos esperaban que las hubiera).
Comió con ellos unos peces y estuvo en su compañía (por cierto, que la
expresión de dicho evangelio en la que se dice que Jesús apareció
entre ellos "estando cerradas las puertas de la casa" no significa
necesariamente -como suele interpretarse- que Jesús "atravesara" las
paredes, sino que es una forma de decir que se reunieron en secreto).
Varias semanas después se despidió de ellos definitivamente, con el
encargo de que fueran a predicar el Evangelio en todo el mundo
civilizado. A continuación, acompañado de dos hombres vestidos de blanco
(seguramente los mismos esenios que estuvieron con él en el sepulcro),
se alejó subiendo por los montes, y los discípulos permanecieron con la vista en él hasta que "desapareció"
de sus ojos en el horizonte (Hechos de los Apóstoles,1, 9-11).
No sabemos si todos los soldados romanos que habían participado en
los hechos mantuvieron silencio sobre el asunto (es de suponer que sí,
pues se jugaban la vida en ello); en esos momentos, además,
los propios jefes judíos eran también los más interesados en que la cosa
no se divulgase demasiado, y, transcurrido algún tiempo, aunque los
soldados hubiesen contado la verdad, no hubieran cambiado para nada los
acontecimientos posteriores. Los soldados (que no eran seguramente más
de cuatro, pues el evangelio de Juan refiere que se repartieron los
vestidos de Jesús en cuatro partes) pudieron ser trasladados después a
otras
unidades en otros distantes puntos del Imperio. Seguramente no eran
soldados legionarios, sino soldados de las tropas auxiliares, que eran
generalmente los que se encargaban de las ejecuciones y otros trabajos
"poco honrosos" (no serían, pues, de origen itálico, como lo eran los
soldados legionarios, y probablemente no tenían tampoco ciudadanía
romana). Pero ¿y el centurión? Este centurión (al que varios evangelios
atribuyen
esa "solemne" declaración sobre la divinidad del Cristo al pie mismo de
la cruz) es sin duda un personaje-clave en todo este asunto. Los
evangelios de Mateo (8, 5-14) y Lucas (7, 1-10) mencionan a cierto
centurión
de Cafarnaúm, uno de cuyos familiares había sido curado milagrosamente
por Jesús; pero por el relato del evangelio de Juan (Jn, 4,46) parece
ser que en realidad no era un suboficial romano sino un cortesano de
Herodes.
En los "Hechos de los Apóstoles" (Act., 27, 1) se menciona a un
centurión llamado Julio, de la cohorte "Augusta", que es el que llevó
prisionero hasta Roma, después de un accidentado viaje por mar, al
apóstol Pablo.
Pero, a juzgar por el tiempo transcurrido, tampoco éste puede ser el que
buscamos (téngase en cuenta, además, que en Judea debía de haber por
esa época no menos de 160 centuriones, correspondientes a cuatro
legiones
completas, más otros tantos centuriones opcionales o subalternos).
Sin embargo, es muy posible que nuestro centurión no se marchase de
Judea. En efecto, en los Hechos de los Apóstoles (Act.,10) se habla
también de cierto centurión llamado Cornelio, de la cohorte denominada
"Itálica", que podría ser el que algunos evangelios apócrifos llaman
Longinos (su nombre romano completo sería Quinto Cornelio Longino).
Debía de estar ya, por la edad, licenciado del ejército, y se había
quedado
a vivir en Palestina, donde -según la costumbre de los militares
veteranos- adquirió tierras y propiedades. Vivía en la ciudad costera de
Cesarea, y aquí viene el dato significativo que permite suponer que se
trata
del hombre que buscamos: hizo llamar y venir hasta Cesarea al apóstol
Pedro, al que deseaba conocer personalmente. Habían pasado ya más de
veinte años desde aquella memorable crucifixión; el movimiento cristiano
crecía
y se extendía de forma imparable, y este centurión quería sin duda ver
de cerca al principal de los Apóstoles. Dice el evangelista Lucas que el
centurión y su familia fueron bautizados por Pedro. Es posible que así
fuera.
Y también es muy posible que el propio centurión no le contara al
apóstol la verdad sobre unos hechos en los que él mismo había sido una
pieza fundamental (aunque también es posible que este centurión no
conociera
toda la verdad, pues pudo comprobar que Jesús había estado clínicamente muerto y desconocería la naturaleza de la droga que lo mantuvo en estado cataléptico); tal vez no quiso contarle nada porque quedó
impresionado por la santidad del viejo discípulo de Jesús, o tal vez porque él mismo dudaba ya de la verdad de esos hechos y empezaba a creer en la divinidad del Cristo. No lo sabemos.
Pero la anécdota es bastante significativa en todo este contexto.
....
Y ahora se imponen otras preguntas: ¿creyeron los discípulos en esa
resurrección o fueron puestos al corriente de lo sucedido?, ¿qué fue de
Jesús a partir de su desaparición?, ¿estuvo el propio Jesús implicado en
todo
este montaje?, ¿con qué fin se hizo todo ésto?
En lo relativo a la primera pregunta, de si los discípulos más
allegados llegaron a saber algo, parece casi seguro que ninguno de los
apóstoles (o al menos la mayor parte de ellos) tuvieron conocimiento de
este engaño,
según se desprende de los propios relatos evangélicos oficiales. Todos
(o la mayoría de ellos), en efecto, parece que creyeron que Jesús había
muerto y resucitado (prueba de que ni José de Arimatea, ni Nicodemo, ni
el centurión Cornelio y sus cuatro soldados, que eran los principales
implicados, contaron nunca a nadie lo sucedido realmente, o por lo menos
la cosa no se divulgó). Existen diversos relatos apócrifos
supuestamente
escritos por Nicodemo, y otros atribuidos al propio José de Arimatea;
pero todos ellos, de elaboración muy tardía, no pueden ser admitidos
como verídicos ni siquiera en parte. Las llamadas "Actas de Pilato",
por ejemplo, contienen demasiados elementos inverosímiles que invalidan
globalmente su supuesto valor histórico, aunque en algunos aspectos
completan con acierto (literariamente, no históricamente) determinados
detalles
fragmentarios de los evangelios acerca del proceso de Jesús. No
obstante, parece admisible que tuvieron que existir en latín documentos
oficiales auténticos sobre este importante proceso judicial, e incluso
informes
(oficiales u oficiosos) dirigidos por el procurador Pilato al César
Tiberio. Que parte de esos documentos o cartas (hoy perdidos en todo
caso) llegasen a conocimiento de algunos cristianos y pasaran luego a
formar
parte de la literatura cristiana apócrifa es una posibilidad que no
resulta del todo inverosímil, pero en general la historicidad de esos
relatos es casi siempre muy escasa.
Los demás evangelios apócrifos tampoco aportan ninguna luz sobre el
asunto que nos ocupa, aunque tal vez contienen en algún caso elementos
auténticos conservados en tradiciones marginales (pero siempre muy
reelaborados
y distorsionados). Los apócrifos asuncionistas y gnósticos, por ejemplo,
resaltan significativamente la figura del apóstol Tomás, al que
presentan como el confidente más íntimo de Jesús y el único que estaba
al tanto de
cosas que los demás discípulos desconocían. Tal vez, sin pretenderlo,
estos apócrifos nos dan alguna pista sobre ciertos conocimientos que
Tomás tenía de la verdadera actividad de Jesús y del paradero de éste
tras su
"resurrección" (el apóstol Tomás, según esta tradición, estuvo
predicando en Persia y en la India, donde murió). También es
significativa la supuesta relación o posible estancia de Jesús en la
ciudad mesopotámica de Edesa,
según cierta tradición apócrifa. Pero es evidente que los autores de
esos apócrifos transmitían en todos estos casos vagas y lejanas noticias
tradicionales cuyo verdadero significado y alcance ellos mismos
desconocían.
Sobre los demás apóstoles, tampoco parece demostrable que supieran algo
de todo ésto, aunque está claro que ninguno de ellos lo contó (bien
porque no lo sabían, o bien porque no quisieron ni convenía contarlo),
como tampoco desmintieron ciertas versiones o leyendas "milagrosas" en
torno a la vida y "milagros" de Jesús que ellos sabían que no respondían
en absoluto a la realidad, pero que dejaron que se mitificasen por sí
mismos
en la transmisión oral evangélica de la primera comunidad cristiana.
Todos ellos creían en Jesús, aunque no entendieron del todo su
doctrina; sabían también bastantes cosas sobre sus presuntos "milagros",
y seguramente esperaron durante el resto de su vida su regreso, que
ellos creyeron inminente. Pero Jesús no regresó nunca más, seguramente
porque había muerto ya (esta vez de verdad) en tierras muy lejanas.
Jesús, tras su "resurrección", partió sin duda hacia otros países dispuesto a emprender su nueva vida (su segunda
vida). ¿A dónde pudo ir? Seguramente no a los países de romanización
reciente
(Hispania, Galia, Numidia, Iliria) ni a los países bárbaros (Mauretania,
Germania, Escitia), pero quizá tampoco a ninguno de los países
mediterráneos civilizados (helenizados) que estaban también bajo dominio
romano
(Egipto, Grecia, Asia Menor o la propia Italia). ¿A dónde entonces?
Quedaba ciertamente un país lejano, perteneciente a un gran imperio
independiente, e incluso enemigo de Roma: el imperio de los persas o
partos.
Las tierras de Babilonia y Media, la desembocadura de los ríos Eufrates y
Tigris (donde según las leyendas hebreas habría estado el Paraíso
Terrenal o Jardín del Edén y donde en tiempos históricos estuvo exiliado
el
pueblo judío), bien pudieron ser el primer punto de destino del
"resucitado". Persia, el Irán, el "país de los magos", estaba
además muy vinculado a la biografía apócrifa de Jesús y a la doctrina y
secta de
los esenios. No olvidemos que Jesús era, en cierto modo, el "rey" de los
magos: la leyenda apócrifa relatada en el evangelio de Mateo, que habla
de unos magos astrólogos (no especifica su número) que le ofrecieron
-de recién nacido- oro, mirra e incienso, tres elementos que parecen
simbolizar respectivamente el poder terrenal, el poder sobre la muerte y
el poder divino, parece que alude de forma mítica y simbólica a las más
que
probables relaciones ulteriores de Jesús con los esenios durante su
desconocida adolescencia y juventud. ¿Eran también dos esenios aquellos
dos misteriosos personajes "vestidos de blanco" (es decir, al modo
esenio)
que acompañaron a Jesús en su viaje? Es posible, y es posible también
que fueran ellos los que le proporcionaron las desconocidas drogas que
le permitieron permanecer durante varias horas en un estado cataléptico
de
muerte aparente. Sea como fuere, el caso es que resulta altamente
probable que Jesús, tras su "resurrección", marchase seguramente a
Persia, donde tomaría una nueva identidad (tal vez partió en alguna de
las caravanas
que hacían esa ruta, y en las que José de Arimatea, rico mercader de
Jerusalén, debía de tener buenas amistades y contactos). En Babilonia, o
en la propia Persia, también había colonias de mercaderes judíos,
que nada sabían de Jesús y de sus andanzas, y que le proporcionarían los
medios necesarios para emprender esa nueva vida y desaparecer para
siempre del "mapa romano". Tal vez allí le esperaban ya desde hacía
algún
tiempo su amigo Lázaro y las dos hermanas de éste; tal vez allí se
reuniría con él, tiempo después, su propia madre (recordemos esa leyenda
cristiana que habla de la asunción de María "en cuerpo y alma",
o dicho de otro modo, de su desaparición), y quizá también se
reunió allí con él (¿cómo no?) la inevitable María Magdalena, que no se
había despegado de él ni en su vida ni en su "muerte" y quizá tampoco en
su
"resurrección". Allí, el "rey de los magos", aprendería de ellos nuevos
"trucos", e incluso es posible que también visitara el inmediato país de
la India, donde no dejaría de asombrarse con algunas habilidades de sus
faquires,
y tal vez el Tíbet, o acaso la remota isla de Ceilán...(algunos han
llegado a relacionar conjeturalmente los nombres de los dos
protagonistas de una conocida leyenda budista -Visuantara y Madri-
con el de una pareja de extranjeros -¿Iesua y Mariam?- que, afincados en el norte de la India a finales del siglo I de nuestra Era, llegaron a ser consejeros de cierto rajá
y fueron luego
desterrados por su enfrentamiento con la poderosa casta sacerdotal de
los brahmanes, en plena controversia entre el budismo y el brahmanismo,
marchando probablemente desde allí hasta la isla de Ceilán, donde
hicieron
grandes bienes a sus habitantes; esta leyenda budista es tardía, y
considera al mencionado Visuantara como la "última reencarnación del Buda", pero no es improbable que se trate de una literaturización posterior sobre
sucesos históricos acaecidos en alguna ciudad del norte de la India hacia el siglo I de nuestra Era).
En cuanto a la Magdalena (personaje femenino evangélico al que no
pocos comentaristas identifican con María la de Betania, hermana de
Marta y de Lázaro), su culto en Occidente es bastante curioso: empezó en
Asia Menor,
con los gnósticos, centrándose luego en la ciudad de Éfeso (acaso como re-cristianización
del antiguo culto local a la diosa Artemis). También aparece la figura
de la Magdalena en la tradición judía talmúdica y
en diversas leyendas judaicas (según las cuales residió en la población
de Magdala, junto al lago de Genesareth, y estuvo casada con un rabino
muy celoso, fugándose luego con un oficial romano, hasta que conoció a
Jesús
y se enamoró de él). En la Edad Media reaparece su culto en tierras
francesas meridionales, en la Provenza, y algunos vincularon su figura
(de forma un tanto "herética" y velada) a la Nôtre Dame de numerosas iglesias
y catedrales góticas (que sería la advocación secreta de la
Magdalena, no de la Virgen María), del mismo modo que se la identifica
también con numerosas representaciones pictóricas de la Virgen con
cabellos rubios,
no morenos (y que serían imágenes de la Magdalena, no de la madre de
Jesús). El culto a la Magdalena terminó por ser adoptado por la Iglesia,
con no pocas reticencias y bastante tarde (siglo XIII). La tradición
popular la
ha identificado desde siempre con la "adúltera arrepentida" descrita en
los evangelios, donde -por cierto- no se habla demasiado de la Magdalena
(e incluso se la confunde con la hermana de Lázaro, llamada también
María,
y con la mencionada adúltera). No ha faltado tampoco la sospecha de que
la importante figura de María Magdalena haya sido intencionadamente
minimizada y desdibujada desde las primeras "redacciones
(falsificaciones y supresiones) canónicas" de los relatos
evangélicos originarios, para diferenciarlos de los relatos que
circulaban entre los herejes gnósticos y que hacían de esta mujer la
amante y principal
discípulo y confidente de Jesús (con un papel mucho más importante que
el de cualquier otro de sus discípulos). Es ese cristianismo gnóstico el
primero en sugerir -implícitamente- que Jesús pudo no morir en la cruz,
sino que engañó a todos (a todos los que verdaderamente se merecían ser
engañados por su falta de auténtica fé) y huyó en compañía de la única persona que había creído verdaderamente en él,
la única que no le negó ni le traicionó: Mariham, la de Magdala.
Fuera como fuese, el caso es que Jesús no regresó nunca más a su
tierra. No tenía objeto alguno su regreso. ¿Tuvo noticias de lo que
ocurría en su país natal? Es posible, y es posible que viviese lo
suficiente para
enterarse de cómo se propagaban sus doctrinas de forma imparable y para
conocer de oídas el espantoso asedio y destrucción que sufrió Jerusalén
en el año 70 a manos de los romanos. Pero para esas fechas, muchos de
los protagonistas de esta historia habían fallecido ya: empezando por el
anciano José de Arimatea.
....
Pero volvamos atrás y revisemos algunos detalles de esta historia
verosímil. Pocos son los datos, aunque a veces son muy elocuentes por sí
mismos. Este José de Arimatea, por ejemplo, que dada su condición de
miembro
del consejo de ancianos no debía de tener menos de sesenta años, ¿por
qué se implicó y se complicó en toda esta historia?, ¿por qué un hombre
de gran prestigio y fortuna personal, intachable a los ojos de los demás
magnates
judíos, había mantenido en todo momento una inclinación hacia Jesús? ¿Es
que este anciano, una verdadera excepción entre todos los dogmáticos e
intransigentes ancianos del Sanedrín, había sido firmemente convencido
por las
doctrinas de Jesús?; en ese caso ¿por qué no renunció a su riqueza y a
sus dignidades?, ¿por qué arriesgó su crédito y su prestigio en esta
operación para salvar a un hombre? Pues la cuestión es que, si hubiera
creído en
lo que el propio Jesús decía, hubiera creído también en su inevitable resurrección,
y se hubiera limitado a esperar, como los demás discípulos (el
evangelio de Juan -Jn 12,42.43- parece que alude críticamente al
propio José de Arimatea y al fariseo Nicodemo cuando dice que "ciertos jefes judíos creían en Él, pero no lo confesaban, porque amaban más la gloria de los hombres que la de Dios").
Nótese, además, la incongruencia,
tal como la exponen los evangelistas, de que un importante personaje que
había mantenido en secreto en todo momento esta afinidad con Jesús la
manifestase precisamente cuando menos necesario era hacerlo: sepultando
el cadáver
del Nazareno, cosa que le pondría en evidencia ante los propios judíos.
Ésta es otra razón más para suponer que José de Arimatea hizo ésto en la
forma que hemos sugerido: engañando a sus compañeros del Sanedrín.
Tal vez pudiera haber una razón más profunda y más simple para actuar
como lo hizo, aunque (como es obvio) es algo completamente
indemostrable, a saber: que José de Arimatea fuera en realidad el verdadero padre
de Jesús de Nazaret. Ésto explicaría sin duda muchas cosas: explicaría,
por ejemplo, por qué había ido siguiendo paso a paso las andanzas de
Jesús en cuanto tuvo noticia de que andaba predicando a las multitudes;
explicaría
por qué había enviado hacia él a su mejor hombre de confianza (el
fariseo Nicodemo) para enterarse directamente de las intenciones de su
hijo; explicaría por qué las secretas decisiones del Sanedrín eran
sistemáticamente
conocidas y neutralizadas por el propio Jesús a través de Nicodemo; y
explicaría -por último- por qué José de Arimatea se había arriesgado
tanto en esta delicadísima y audaz operación:
para salvar la vida de su hijo de sus propias extravagancias.
Cuándo y cómo había conocido este José de Arimatea a María, la madre
de Jesús, es algo que -por supuesto- ignoramos. Pero hay en el evangelio
de Lucas algunos pequeños indicios que tal vez podrían servir para
determinar
las circunstancias de su encuentro: por ejemplo la supuesta concepción
"virginal" de María (teñida de evidentes elementos arquetípicos y
mítico-simbólicos que son comunes a otras muchas culturas y religiones).
La verdad sólo la conocía la propia María y acaso también el marido
legítimo de ésta, Yoséf bar Yacob, el carpintero (que murió seguramente
durante la adolescencia de Jesús), y asimismo la conocería también el
verdadero padre
(que pudo ser el referido José de Arimatea). En el propio evangelio de
Lucas se menciona un extraño viaje que hizo María desde Nazaret hasta
una ciudad de Judea cercana a Jerusalén, donde visitó a su pariente
Elisabeth
(esposa del sacerdote Zacarías y madre de Juan el Bautista,
nacido de ésta en condiciones no menos sospechosas). ¿Conoció allí María
a José de Arimatea? Imposible saberlo. Lo que sí que podemos conjeturar
es que
no pocos de los "monjes" esenios del cenobio de Qumrán, en el desierto
de Judea, es posible que fueran hijos naturales e ilegítimos de
importantes personajes judíos, y que luego eran criados y educados desde
su adolescencia en ese centro monástico principal de la secta esenia.
En todo este cúmulo de conjeturas indemostrables, una cosa parece
cada vez más clara: Jesús de Nazaret tuvo que participar directamente en
este presunto montaje de su "muerte" y su "resurrección"; y hasta
parece lo
más probable que todo fuese planeado, supervisado y dirigido por él
mismo, en colaboración con José de Arimatea, Nicodemo y el mencionado
centurión Cornelio, al que sobornaron (e incluso cabe pensar que todo
ello se hiciera
también con la complicidad y autorización del propio procurador Poncio
Pilato, conociendo como conocemos por el historiador Flavio Josefo su
carácter provocador hacia los judíos durante todo su mandato). Las
razones son varias:
en primer lugar, Jesús alude veladamente en varias anteriores ocasiones a
la forma en que habría de "morir" e incluso al momento en que tendría
lugar su voluntario apresamiento y ejecución: Jesús lo sabía y lo
esperaba;
en segundo lugar, por lo poco verosímil que resulta una improvisada y
precipitada operación de salvamento de estas características; y en
tercer lugar porque es difícilmente sostenible que José de Arimatea y
Nicodemo,
en tan escaso margen de tiempo transcurrido desde la "crucifixión" hasta
la "resurrección" (apenas dos días, que el "ajusticiado" tuvo que
aprovechar sobre todo para descansar y reponerse físicamente),
pudieran convencer psíquicamente a un Jesús supuestamente
ignorante de lo sucedido y firmemente convencido de su resurrección
para que aceptase la situación tal cual era. No, no parece verosímil
imaginar
siquiera que él ignorase todo este montaje en el que iba a ser el
principal protagonista. Seguramente el propio Jesús fue consciente en
todo momento de este engaño y supo llevarlo hasta el final con todas sus
consecuencias.
Sabía que la ejecución (aunque tenía cierto riesgo calculado) iba a ser
simulada, y que tenía bastantes posibilidades de éxito, precisamente
porque él lo había preparado todo cuidadosamente
desde el principio con la suficiente antelación.
Tampoco sabemos con certeza el momento exacto en que Jesús pudo
ingerir la droga, brebaje o sustancia de efectos catalépticos (o incluso
si se trató de una o de dos sustancias combinadas: una de ellas
mezclada con
la bebida que le dieron los soldados). Parece ser que durante la última
cena con sus discípulos se sintió algo congestionado o indispuesto,
aunque no había probado el vino que él mismo ofreció a éstos, y luego
-a solas en el huerto de Getsemaní y con sus discípulos bastante
adormilados- pudo tomar discretamente la mencionada sustancia.
....
Pero ¿por qué hizo todo ésto? ¿con qué objeto? La respuesta es
difícil, porque las motivaciones ocultas de los hombres son a veces
insondables, incluso para ellos mismos. Tratar de responder a ello
implica, por un lado,
conocer sus motivaciones ideológicas, y por otro lado conocer también
sus motivaciones psicológicas. Jesús -decidido firmemente a llevar la
cosa hasta el final- representó su papel a la perfección (cosa, por otra
parte,
nada difícil para quien había dado muestras en tantas ocasiones de un
extraordinario control emocional y dominio de sí mismo). Tal vez hizo
todo ésto porque se convenció de que era el único medio de que las
gentes
creyeran en lo que él creía, por la misma razón que ha hecho
que todas las religiones utilicen los medios más fraudulentos para
alcanzar sus fines, apoyándose en la propia ignorancia, fanatismo y papanatismo
de las masas. Se trataba, ciertamente, de engañar; pero a sus ojos era tal vez un engaño necesario, para desengañar
a todo un pueblo de un engaño moral mucho mayor, más milenario y
prácticamente
indesarraigable (esas masas de gente que el día de su entrada en
Jerusalén le vitoreaban y le aclamaban como "rey" con el grito con que
se aclamaba a los antiguos reyes de Israel -"hosanna!"- eran al
fin y al cabo los
mismos que pocos días después, decepcionados por quien consideraban otro
nuevo impostor, vociferaban ante el procurador romano: "¡Crucifícalo!"; así de voluble, de crédula y de estúpida
puede llegar a ser
la condición humana).Tal vez lo hizo también llevado de su antipatía
personal contra los fariseos, en un intento de desacreditar su autoridad
ante el pueblo (recordemos que una de las bases religiosoideológicas
del fariseísmo
-y también de la secta de los esenios, a los que no cabe duda de que
Jesús estuvo vinculado- era precisamente la creencia en la "resurrección
final de todos los muertos en el fin de los tiempos").
Jesús quería "morir" a la vista de todos, para después "resucitar".
Sabía (por sus informadores en el Sanedrín) que iba a ser traicionado,
detenido, conducido ante la autoridad romana, acusado, juzgado y
ejecutado.
Incluso se permitió anunciar a sus discípulos de qué forma moriría, de
la única forma en que los romanos ejecutaban a los sediciosos: en la
cruz. Y no olvidemos tampoco otro importante detalle: Jesús sabía mucho
más de cruces
que los propios soldados que lo ejecutaron; no en vano era carpintero e
hijo de carpintero, y no es inverosímil que él mismo "preparase" su
propia cruz en la que iba a ser ajusticiado, una cruz trucada y amañada
en la que todo
parecería muy real, pero sin peligro alguno para su vida.
Y es que Jesús, además de ser un extraordinario curandero y un excepcional taumaturgo, era sobre todo un mago, y un mago bastante hábil además: el "milagro" de las bodas de Caná, por ejemplo, o la multiplicación
de los panes, tienen todo el sabor de los más sorprendentes y
sofisticados trucos de prestidigitación (el arte de la prestidigitación o
"magia de juegos de manos" maneja -como es sabido- diversas técnicas
psicológicas
de atención/ distracción de los espectadores, elaborados trucos
visuales, preparación y ocultación previa de los elementos en juego,
etc). En el caso del "milagro" (o truco) de la multiplicación de los
panes se nos
ocurre una sugestiva frase de los propios evangelios ("hacer que las piedras se conviertan en panes",
Mt. 4,3) que tal vez pudiera ser indirectamente una de las claves del
prodigio: panes previamente semienterrados
entre la arena o camuflados como si fueran piedras. La "resurrección" de
Lázaro, mencionada únicamente en el evangelio de Juan, es asimismo un
episodio tan dudoso e increíble que todo hace pensar que fue preparado
por Jesús
en colaboración con el propio Lázaro, en lo que quizá fue un primer
ensayo de ciertas substancias narcóticas capaces de provocar un sueño
cataléptico semejante a la muerte, el mismo "sueño" utilizado después
por el propio
Jesús en su simulada crucifixión (Lázaro, en efecto, pudo ser
voluntariamente el "conejillo de Indias" sobre el que Jesús ensayó esa
desconocida droga narcótica; posiblemente estuvo los dos primeros días
en estado cataléptico
en el interior de la cueva habilitada como tumba, y al tercer día
recobró el conocimiento, de modo que cuando abrieron la entrada y oyó la
voz de Jesús, estando ya despierto, salió fuera; todo el episodio de
esta "resurrección"
resulta bastante sospechoso, y el propio evangelista no parece darse
cuenta de otro pequeño pero significativo detalle, a saber: que aquél
que tenía poder para resucitar a un muerto, no lo tuviera para hacer
algo mucho menos difícil:
que la piedra que cerraba la entrada de la tumba se corriera por sí sola,
pues Jesús tuvo que pedir que algunos de los allí presentes corrieran
dicha piedra). El episodio de la "transfiguración" (Lc, 9, 28-36),
así como ciertas curaciones de posesos, hacen pensar si acaso Jesús no
poseía también capacidades de ventrílocuo y de hipnotizador, además de
un buen conocimiento de diversos tipos de drogas y sustancias
estupefacientes
(en el momento de la "transfiguración", el propio Simón Pedro parece
estar embriagado o narcotizado). En otras ocasiones tuvo que contar con
algún cómplice (su madre en las bodas de Caná, o el pícaro ciego curado
en
la piscina de Siloé). En cualquier caso, engañó completamente a sus
discípulos, pues aunque alguno de ellos estuviera al corriente de
algunos de estos trucos, evidentemente no los consideraría como tales
"trucos",
sino más bien como una muestra más de las habilidades y poderes de su
Maestro. El propio evangelio de Juan, casi sin querer, nos da la clave
sobre el "milagro" de Jesús caminando de noche sobre las aguas
del mar de Galilea,
cuando dice que al día siguiente encontraron una pequeña barquilla en la
orilla (construida sin duda por Jesús, que se había servido de ella
para crear su "ilusión óptica"). Jesús había reclutado cuidadosamente a
sus discípulos:
los primeros fueron Juan y Andrés (Jn,1, 35-40), recomendados sin duda
por el propio Bautista, de quien eran discípulos; los siguientes fueron
Simón Pedro (hermano de Andrés), Felipe y Natanael; éste último era muy
probablemente
el llamado Bar-Tolomé, que quizá fue también el novio de la
boda celebrada poco después en la ciudad galilea de Caná, y a éste le
reveló además un detalle íntimo que le dejó completamente asombrado
(acaso un
encuentro secreto con alguna mujer previo a la boda, del que Jesús
estuvo al corriente). Les anunció también el episodio posterior de la
"transfiguración" (que casi parece un "sueño de adormideras"), y para
convencerles realizó
su primer "milagro": la transformación del agua en vino durante esas
bodas celebradas en Caná. No hay duda de que Jesús preparaba las cosas
cuidadosamente y con calculada premeditación.
La sospecha de que Jesús fue un gran mago estuvo bastante extendida
entre los escritores paganos que polemizaron contra el Cristianismo, y
los autores cristianos se defendieron contra esta sospecha con
argumentos muy poco convincentes.
Lo cierto es que Jesús, además de facultades taumatúrgicas excepcionales
y grandes habilidades para la prestidigitación, seguramente poseía
también conocimientos "secretos" poco asequibles para la gente
corriente.
El episodio de la mujer samaritana (Jn, 4, 4-26), en el que, a partir de
los adornos corporales visibles que llevaba la mujer, Jesús pudo
decirle sin error -y con gran sorpresa de ella- con cuántos hombres
había estado
casada anteriormente, denota por lo menos unos conocimientos empíricos
(muy sistematizados y muy elaborados a lo largo de varias generaciones)
sobre los significados inconscientes que el adorno corporal
femenino tiene
para las propias mujeres (anillos, ajorcas, brazaletes, pendientes,
etc), y cuyo uso -más allá del gusto personal o del capricho individual-
responde en realidad a motivaciones y significaciones no-conscientes para el propio
sujeto (y lo mismo los tatuajes, el vestido, el corte y adorno del cabello, etc). En la secta esenia había también conocimientos caracteriológicos y fisiognómicos
muy elaborados, como se deduce de algunos textos de Qumrán
(aunque la mayoría de esos textos proceden de épocas anteriores a la de
Jesús, e incluso posteriores a éste, y es muy probable que las doctrinas
y saberes esenios o neo-esenios que aprendió Jesús en Qumrán se
transmitieran básicamente
de forma oral y tan sólo a algunos iniciados más aventajados).
Todos estos detalles o posibilidades nos dan una cierta faceta de un
Jesús mucho más "maquiavélico" de lo que a primera vista puede
imaginarse. Con todo, no hemos de pensar que era un ser perverso,
demoniaco y sin escrúpulos,
sino simplemente una persona bastante egocéntrica y exhibicionista (como
suelen serlo los grandes magos y prestidigitadores), con un constante y
casi patológico afán de perfeccionamiento y de superación de sí mismo.
Pero además de éso,
Jesús posiblemente se creía gran parte de lo que predicaba y de lo que
decía sobre sí. Tal vez le afectó bastante la muerte de su primo, Juan
el Bautista (quien, según manifestó, aunque conocía bien a Jesús desde
la infancia,
no conoció hasta muy tarde los "poderes" y habilidades de
éste). El Bautista, como es sabido, fue decapitado por orden de Herodes
Antipas para complacer la insana venganza de su mujer, Herodías (una
venganza también bastante oscura,
por cierto, y no es improbable que respondiesse -como ha recreado cierta
literatura moderna- a una pasión amorosa de esa mujer por el propio
Bautista, y que éste no correspondió).
....
Como puede verse, nos movemos necesariamente en el terreno de las
conjeturas, donde todo es probable y casi nada es demostrable. Sin
embargo, este análisis conjetural puede servirnos para contemplar la
figura de Jesús con
otros ojos más desapasionados y más críticos, y sobre todo para entender
determinados pasajes evangélicos que llevan casi dos mil años sin ser
entendidos o siendo permanentemente malentendidos. A la luz de todo
ésto, podemos "releer"
de nuevo los Evangelios y comprenderemos muchas cosas hasta ahora
incomprensibles (en el "milagro" de la resurrección de Lázaro, por
ejemplo, si creemos por un momento que todo fue un truco previamente
preparado, vemos por primera vez
a Jesús sin su máscara, a un individuo con una gran capacidad
de simulación, casi perversa). También es lícito pensar, como pensaron
algunas sectas cristianas heréticas posteriores (por ejemplo los
mendeanos o "cristianos de San Juan"),
que el verdadero Mesías habría sido Juan el Bautista; y según
ello es verosímil la sospecha de que gran parte (todas o casi todas) las
enseñanzas evangélicas, excluidas las del evangelio de Juan, no eran de
Jesús, sino del Bautista
y de los esenios. Juan el Bautista, que no hizo ningún "milagro" y al
que seguían los individuos más despreciados por la sociedad hebrea de la
época (las meretrices y los publicanos o cobradores de impuestos)
podría ser también el autor de
algunas de las parábolas, atribuidas luego a Jesús por la
"falsificación-mixtificación" posterior de estos textos evangélicos. Con
lo cual, y exceptuando los oscuros discursos del evangelio mencionado y
algunos hechos anecdóticos relatados
en ese mismo evangelio (el episodio de la mujer adúltera, entre los más
curiosos), resulta que lo que Jesús hizo fueron sobre todo "trucos de
magia" y curaciones extraordinarias (propias, éso sí, de un gran
curandero y taumaturgo),
pero siempre con un ropaje místico-religioso tomado quizá del propio
Bautista y de los esenios.
Si Juan el Bautista era la oveja, ¿Jesús, quién era?, ¿el lobo
con piel de oveja? Más bien habría que decir, con sus propias palabras,
que era un hombre "inteligente como una serpiente" y que se comportaba
de un modo
tan "sencillo como una paloma" (Mt, 10, 16). Pero seguramente era
también un hombre muy pragmático y muy consciente de que estaba
continuando de forma mucho más positiva la labor del Bautista,
pues a las masas no les impresionan
demasiado las enseñanzas éticas o místicas, sino sobre todo los
"milagros". La prueba de ello es que pronto se olvidaron del Bautista y
de su doctrina. Las enseñanzas de éste, en efecto, seguramente no
hubieran prosperado de no ser por Jesús,
y tal vez ni siquiera esas enseñanzas reelaboradas y santificadas por el
engaño de Jesús (no exactamente tergiversadas, puesto
que la doctrina originaria se ha conservado más o menos íntegra)
hubieran prosperado tampoco de
no ser quizá porque cierto judío muy culto, fariseo "reconvertido" en
cristiano, llamado Pablo de Tarso, reelaboró a su vez y conceptualizó
ideológicamente esas semillas originarias regadas con las aguas del
fraude y del engaño, creando con
todo ello la base de lo que ha llegado a ser lo que se ha denominado
"Cristianismo". Y es que hasta la propia luz necesita de la existencia
de las tinieblas para ser luz.
Jesús continuó la obra del Bautista y de los esenios con otros medios
más efectivos e hizo triunfar esa nueva ética descubierta por aquellos
(entre Juan el Bautista y Jesús pudo pasar algo muy parecido a lo que
ocurrió entre el diácono
Felipe y Simón el Mago, según el relato de los Hechos de los Apóstoles,
8, 4-13). Por lo demás, es bien manifiesto el contraste entre la
humildad de Juan el Bautista (que en ningún momento se atribuye mérito
alguno para sí ni se
considera a sí mismo "mesías" ni "profeta") y la ¿vanidad
exhibicionista? de Jesús de Nazaret, que continuamente se considera el centro del Mundo
y el "Hijo de Dios". El caso es que Jesús se llevó la fama de aquél y
la unió a la
suya propia, tomó su lugar, repitiendo algunas de las sentencias de su
primo, y sobre todo se dedicó a ensayar sus propios trucos y sus
"poderes" en aquellas multitudes embobadas. Luego se cansó de ello y
decidió "desaparecer".
El evangelio atribuido al otro Juan, el evangelista, que fue
discípulo de ambos personajes, nos presenta, sin embargo, a un Jesús
"sencillo como paloma", a un Jesús místico, incoherente a veces (por
incomprensible) en sus discursos
y en sus expresiones, hasta el punto de que en ocasiones podemos pensar
que estamos ante un hombre con cierto trastorno de la personalidad (por
otro lado, es bastante probable que el evangelista o el redactor
proyectasen inconscientemente
en su recreación de un Jesús literario y místico gran parte de su
respectiva personalidad, pues en realidad ese evangelista -quienquiera
que fuese- está rememorando unas enseñanzas directas que en su momento
seguramente no entendió del todo,
pero que luego las comprendió y las reinterpretó). Pero, a
pesar de todo, según los ojos con que se mire y se lea este evangelio
místico, a veces da la impresión de que estamos ante un ser
verdaderamente divino.
Nunca sabremos en realidad cómo era verdaderamente este Jesús de
Nazaret: ¿un místico?, ¿un individuo psicótico y esquizoide?, ¿un
farsante y un impostor?, ¿un dios?, ¿el Hijo de Dios?...
Fuera lo que fuese, la realidad es que él fue (escenificando y
representando el "rito" mistérico de su propia muerte y resurrección) el
que propició el triunfo del sentido cristiano de la vida (luego transformado en
idea cristiana de la vida). Incluso sus "apariciones" a sus
discípulos después de "resucitado" sirvieron a éstos para reforzarles en
su fé, para transformarlos radicalmente y darles unas fuerzas
espirituales hasta entonces
desconocidas en ellos, gracias a las cuales pudieron emprender la dura
labor de evangelización. El episodio de la Pascua de Pentecostés narrado
en los "Hechos de los Apóstoles" (2, 1-13) es fácilmente
racionalizable: por ejemplo,
un incendio fortuito en la casa de los apóstoles (ocasionado quizá por
la caída de un rayo; las "lenguas de fuego" serían las llamas del
incendio) y la consiguiente dispersión de éstos, que se alojaron
provisionalmente en las casas de
otros judíos amigos de procedencia extranjera que les enseñaron las
lenguas de sus respectivos países; pero el fondo del relato (la
conciencialización y la "apertura" y transformación mental de los
apóstoles, incrementada por
la receptividad psicológica para asumir el "espíritu" del Maestro
ausente) es un hecho indudablemente cierto, y sin duda Jesús contaba con
ello.
Y mientras el propio Jesús se daba ¿la gran vida? en Persia o en la
India, en compañía de la Magdalena o de las naturales del país, en Roma
caían víctimas de la primera persecución anticristiana los apóstoles
Pedro y Pablo
(éste último, que no había conocido personalmente a Jesús, había sido
sin embargo el verdadero creador e ideólogo del Cristianismo), al mismo
tiempo que numerosos cristianos anónimos, con los cuerpos untados de pez
y aceite, servían como
antorchas vivientes en los jardines del emperador romano Nerón o eran
arrojados a las fieras hambrientas en el anfiteatro.
Pero no puede decirse que Jesús los "abandonara". Él no era el "Mesías", sino un actor representando a la perfección ese papel como nadie hasta entonces se había atrevido a representarlo.
Jesús de Nazaret escenificó un rito-drama, en el papel de "el Cristo". Cuando terminó la representación (la más real nunca representada), el actor simplemente volvió a su "vida normal"
(que ya no podía volver a ser "normal", excepto lejos de allí y en tierras donde nadie le conociese).
....
El Cristianismo en cierto modo se inventó "sobre la marcha",
aprovechando la propia dinámica de unos acontecimientos a los que ya no
era posible dar marcha atrás. Ya no era posible revelar al Mundo la
impostura del Nazareno
sin desprestigiar y devaluar el contenido ético cristiano. En todo caso,
era mucho más importante el redescubrimiento y revelación de esa nueva
Ética universal. Así lo entendieron los "padres" ideológicos del
Cristianismo
(empezando por los redactores del evangelio joanista, cuando se dice
-Jn, 7, 17 y 18- aquello de "quien quisiere hacer la voluntad del que me ha enviado, conocerá si mi doctrina es de Dios o es mía; el que busca la gloria
del que me ha enviado, ése es veraz y no comete injusticia").
Algunas de las principales autoridades de la naciente Iglesia, incluidos
algunos de los apóstoles, contribuyeron con su silencio y su
asentimiento a la simplificación,
a la reducción, a la mixtificación e incluso a la falsificación de los
hechos. Pero tal vez fue necesario hacerlo así. Otros apóstoles (Simón
Pedro, por ejemplo) parece que ni siquiera llegaron a sospechar la
verdad de lo ocurrido,
pero tampoco dudaron a la hora de contribuir a reelaborar una historia
que conocían muy bien (aunque dejaron más o menos intactas las
enseñanzas del Bautista y de los esenios, si bien incidiendo más en el
aspecto "moral" que en el puramente
ético). Los "jefes" de la primitiva Iglesia cristiana nunca
dudaron tampoco de la licitud de la "mentira piadosa" (véase, por
ejemplo, una pequeña muestra en un conocido pasaje de los Hechos de los
Apóstoles, 21, 20-26).
El cristianismo (ésa es la realidad) está adulterado y falseado moralmente
desde sus propios orígenes, pues se trata -en efecto- de una
falsificación ideológicomoral, una falsificación que empieza ya en el
propio comentario o
interpretación moralizante de sus propias metáforas, de sus parábolas.
Ahora bien, ¿la sustancia ética del Evangelio pudo ser obra de
un hombre que tenía mucho más de embaucador de masas que de "santo" o
"profeta"?
Seguramente tenemos que pensar que no sólo la historia sino también la
propia doctrina fueron reelaboradas posteriormente: por Pablo de Tarso,
por los redactores evangelistas, por la propia cúpula de la Iglesia.
¿Pero de quién es obra
ese contenido ético originario que ha logrado sobrevivir a todas esas
"rectificaciones" morales e ideológicas? ¡Cualquiera sabe! Quizá de los
propios esenios, quizá de otro personaje contemporáneo de Jesús (tal vez
el Bautista).
Pero en realidad lo de menos es que esas valiosísimas enseñanzas sean
de Jesús o de Juan el Bautista (sabemos que éste último tenía una gran
capacidad de fascinación con la palabra, y que incluso el propio Herodes
le escuchaba con gusto,
mientras que Jesús le produjo a Herodes una pésima impresión). Sin
embargo, son escasísimas las frases que el evangelio de Juan, que había
sido discípulo del Bautista antes que de Jesús, nos ha transmitido como
dichas por aquél
(todo ello suponiendo que el núcleo del llamado "evangelio de Juan"
fuera obra de ese discípulo, y que ese discípulo sea identificable con
el llamado "discípulo amado", y que ese "discípulo amado" no sea en
realidad alguien
íntimamente muy ligado al propio Jesús, ¿Lázaro?, ¿la Magdalena, como se
ha sugerido recientemente?).
Por otro lado, a partir de los cuatro evangelios canónicos, es posible reconstruir lo que pudo ser quizá el "verdadero" discurso evangélico originario, el Evangelio ético
(no el "moral" e "ideológico" formado
por adiciones, ni el "místico" transmitido en el evangelio de Juan). Y
el resultado de esa selección crítica es altamente interesante, pues nos
encontramos con un discurso sugestivo y vivo, con un estilo en
el que las
"imperfecciones" literarias de conjunto propias de estos evangelios
canónicos (obras de síntesis ético-ideológico-moral posteriores a las
epístolas de San Pablo) se transforman -tras la poda de lo
superfluo- en un pequeño
evangelio ético-estético en el que no faltan los mejores recursos
estilísticos y literarios (bellas antítesis, sugestivos símiles y
plásticas metáforas, progresividad narrativa, lenguaje exquisitamente
cuidado) y en el que las parábolas
"hablan" por sí mismas y transparentan el mensaje ético de la forma más
apropiada. ¿De quién es ese evangelio ético-literario conservado intacto
dentro de los evangelios oficiales? Es posible que no todo sea
de Jesús
(nada de ello figura en el evangelio de Juan, que es propiamente el
evangelio místico o "secreto" de Jesús de Nazaret), ni tampoco
estrictamente del propio Bautista, ni de los evangelistas conocidos,
sino más bien una obra colectiva
y anónima de la primitiva comunidad cristiana en su conjunto, de los
sermones resumidos, de las homilías compendiadas, de las diversas
anécdotas literariamente ficticias que corrían de boca en boca entre los
propios cristianos.
Es, en efecto, en su origen, literatura oral, colectiva, arquetípica,
relatos que se creaban y se recreaban, se enriquecían y se refinaban en
la propia transmisión oral (el hecho es que la mayoría de esas parábolas
recrean un mundo
agrícola y rural bastante ajeno al del propio Jesús o al de sus
discípulos -artesanos, funcionarios o pescadores- e incluso al mismo
Juan el Bautista). Con todo, no puede descartarse que las principales
parábolas (recogidas
primeramente en el proto-evangelio de Mateo) pudieran proceder
efectivamente del propio Jesús de Nazaret.
Ese núcleo ético es el más interesante literariamente (los
evangelistas se limitaron a recogerlo y a ponerlo por escrito,
desmenuzándolo e insertándolo en su respectivo evangelio, ésto
es,
en su evangelio ideológico y moralizante, en su relato pseudobiográfico
de sucesos inverosímiles, mistéricos, ritualizados, míticos). También
los evangelios llamados apócrifos pertenecen en parte a ese evangelio colectivo
y anónimo, pero en su conjunto son evangelios todavía imperfectos y en
muchos aspectos "sin refinar" (aunque no pocos elementos apócrifos se
filtraron también en los evangelios "oficiales", especialmente en el de
Lucas).
El protagonista de ese evangelio genuino es el Cristo (no Jesús de
Nazaret), y ese Cristo -en principio- es y puede ser nada menos
que todo ser humano. Pues, en efecto, el verdadero protagonista de ese
Evangelio no es
el Jesús crucificado, sino el Cristo eternamente vivo (como ya intuyeron algunos; recordemos tan sólo los versos del poeta: "No eres tú mi cantar; no puedo cantar -ni quiero- a ese Jesús del madero, sino al que
anduvo en la mar"). Pero, como en todas las religiones mistéricas e
iniciáticas, se necesitaba la escenificación de un mito central de
"muerte-resurrección" (Osiris, Mitra, Dioniso), y esa escenificación la
hizo un hombre de carne y hueso,
un hombre llamado Jesús de Nazaret. El problema fue que la
escenificación fue tan buena, tan real, que ha costado casi dos milenios en diferenciarla de la historia y en diferenciar al "actor" de su "personaje".
....
¿Qué diremos, pues? ¿hemos de escandalizarnos ante unos hechos tan
obvios, ante la posibilidad (humana posibilidad) de unos hechos lógicos y
verosímiles, aunque ya indemostrables? Si todo ésto, que aquí hemos
planteado como pura hipótesis,
fuera más o menos como hemos imaginado, si fuera cierto, si pudiera
demostrarse que todo ocurrió más o menos así...¿qué diríamos los
cristianos? Tal vez diríamos: "¡Vana es nuestra religión, si Jesucristo
no resucitó!, "¡Jesús, Jesús!
¿Por qué nos has abandonado?, ¿Por qué ahora, finalmente, te
nos muestras tan humano, tan imperfecto y tan cobardemente humano?".
Pero la respuesta viene casi por sí misma: ese Jesús, en cuyo nombre la
Iglesia y los "cristianos"
han cometido y siguen cometiendo no pocos crímenes, desmanes y fechorías
moralmente justificatorias, necesitaba abandonarnos, aunque sólo fuera
momentáneamente y el tiempo necesario para volver a encender la propia luz de nuestra
conciencia ética; necesitaba abandonarnos porque en nuestro tiempo -dos mil años después de Cristo-
no se ha avanzado nada o casi nada en lo fundamental, en la ética
(aunque ahora se llamen "Derechos Humanos", que es el resumen
actualizado de esa ética evangélica, la ética "resucitada"); porque
hemos vivido demasiado cómodamente en una supuesta "divinidad" de
Cristo-Jesús y en un "Reino de Dios en el Más Allá" que es algo
demasiado conceptualizado y demasiado
lejano de la realidad humana, demasiado "ficticio" y en definitiva
demasiado inasequible; y nos hemos alejado del Cristo auténtico en la
medida en que nos hemos alejado del hombre (del sufrimiento del hombre,
del "prójimo", del ser humano).
Todavía falta mucho para que se complete la comprensión integral del
Evangelio ("hasta la última letra y hasta la última coma"). Pero todo se
cumplirá. Y en verdad que no hemos hecho todavía más que empezar.
Si todo ésto pudo ser así, es algo -como decimos- difícilmente demostrable históricamente (aunque no lo sea lógicamente),
pues tras el asedio y destrucción de Jerusalén por los romanos y la
consiguiente dispersión del
pueblo judío hubo una especie de "ruptura" de toda la memoria colectiva
judía referente a los acontecimientos de ese agitado siglo I de nuestra
Era, lo cual hizo posible la manipulación ideológica y moral de unos
hechos relativamente
recientes para los que los falsificaron o los protagonizaron. Es posible
que el tal Jesús de Nazaret haya sido en realidad el mayor impostor del
género humano (ya hemos apuntado que no debemos verlo como tal, sino en
todo caso como el
"actor" de un mito ritualizado y dramatizado), y es posible que el
Cristianismo (como todas las religiones, por lo demás) haya sido también
una gran falsificación, una impostura de origen. ¿Y qué? ¿Invalida ésto
acaso el contenido
ético del Evangelio? En absoluto; es más: casi diríamos que le da nueva vitalidad y nueva fuerza, puesto que nos obliga ante todo a creer no tanto en lo increíble, en lo "sobrenatural", sino más bien en lo posible:
en el ser humano mismo, en la posibilidad de su renovación y transformación, nos obliga a buscar la salvación no de modo individual, sino de modo colectivo, participativo, solidario. Y esta creencia y esta conciencia
-se llame como quiera llamársela- parece ser el único camino para llegar a Dios, y también a esa vida eterna. Por tanto, lo único que invalida esa supuesta impostura es sólo la "moral"
justificatoria del cristianismo, pero no la Ética cristiana.
Con todo, incluso la propia figura divina de Jesús de
Nazaret puede ser rescatada. Y puede serlo precisamente a través de una
lectura más detenida del evangelio de Juan, que en algunos pequeños
detalles,
en algunas pequeñas alegorías de fuerte contenido mistérico e iniciático
("el pan de vida", "la alegoría de la vid", "el Buen Pastor", etc) pueden devolvernos sin duda esa dimensión divina del Cristo histórico.
El evangelio de Juan propone un camino iniciático y místico, aunque lo místico sólo tiene valor individual (a lo sumo, una validez para aquellos que viven una problemática personal más o menos semejante a la del propio
evangelista, para aquellos que comparten una misma forma de ver, de sentir y de pensar psicológicamente determinada); para los demás, el mensaje queda necesariamente oscuro, críptico, confuso, aunque tal vez con algunos resquicios
de claridad y luminosidad. Cada cristiano necesita su propio Cristo
en el que creer, para llegar a ese Cristo común y universal (Jesús de
Nazaret era el Cristo de Juan y de los demás discípulos que le
conocieron y trataron,
pero ni siquiera era ya propiamente el Cristo de Pablo de Tarso). Y sin embargo, el evangelio de Juan nos presenta ante todo a un Jesús místico
en el que en ningún momento parece asomar el "actor", ese supuesto
Jesús
maquiavélico y calculador, ese presunto mago y embaucador de masas; con
lo cual resulta que toda esta artificiosa conjetura que hemos construido
sobre ligeros indicios y sospechas lógicas se vuelve tan inestable y
frágil como un castillo de naipes.
En el evangelio de Juan, en efecto, podemos recuperar de nuevo al Jesús
originario, al Jesús visto y amado por sus discípulos, tal vez al Jesús
¿verdadero?. Todo lo que el propio Jesús dice de sí mismo puede tener
varias lecturas
(incluida la lectura psicológica, que -pese a las apariencias- nos
presenta a un hombre completamente equilibrado en sí mismo, casi
omnisciente, casi un hombre perfecto). No hay "actores" así,
tan identificados con su propio papel.
Y nadie puede decir que el "hombre perfecto" no pueda realizar obras
superiores a toda humana lógica (pues la lógica puede ser también una de
las imperfecciones aparentemente más perfectas de la mente
humana).
Nadie puede negar que Jesús de Nazaret no fuera, en virtud de su propia
perfección humana, quien él mismo manifestaba ser, y sobre todo nadie
puede rechazar tampoco la posibilidad de que esa perfección manifestada
en un hombre
que autodescubrió en sí mismo la humanidad-divinidad de su propio ser pueda manifestarse también en otros seres humanos en la plenitud de su conciencia.
....
El Evangelio, analizado racionalmente, deja lugar para la duda razonable,
para la duda humana. Y así debe ser. El Evangelio siembra la Verdad (la
Ética universal) con las semillas de la duda razonable; pero el agua
para regar
esas semillas es en todo caso la propia fé. Tampoco podíamos,
sin más, "divinizar" a un hombre sin comprender primero qué es lo que en
realidad estamos elevando a categoría divina, que no es otra cosa que
la humanidad
misma del ser humano. Por ello estas dudas razonables no significan un
paso atrás; al contrario: significan que hemos quitado por fin la última
máscara de la Verdad y que ya podemos ver a lo lejos su
resplandor; significa que
estamos definitivamente en el "buen camino" y que hemos llegado con la
razón hasta donde humanamente podíamos y debíamos llegar. La Cruz ya no
nos sirve como símbolo moral; debemos clavarla en tierra y proseguir sin
ella; ella habrá
servido para marcar los límites del conocimiento humano en estas
cuestiones: el "hasta aquí hemos llegado". El resto es el camino de la
convicción por la fé, no por el miedo.
El triunfo y rápido desarrollo del Cristianismo no fue seguramente
ajeno a la utilización de unos símbolos y rituales mucho más perfectos y
más efectivos psicológicamente que los de las religiones anteriores
(algunos provendrían de
los propios esenios, pero otros fueron creándose casi "sobre la
marcha"). El símbolo de la Cruz, intuído pero nunca explicitado en otras
simbologías religiosas anteriores, es sin duda el más poderoso de todos
(como lo es la imagen del
"dios crucificado"), pero su fuerza psicológica y arquetípica es en
buena parte todavía un misterio, como lo es el de la "pasión" o
el de la propia "eucaristía" (presentes también en otras religiones
mistéricas coetáneas
del cristianismo: p.e. en la religión dionisíaca o en el mitraísmo). En
ellos está la fuerza y la virtualidad del ritual cristiano.
Pero lo más importante de todo es que el Evangelio y la propia figura
de Jesús (o su perfecta actuación en ese papel de "el Cristo") nos han
descubierto una ética sublime: tal vez la de los propios esenios de la
última época,
los cuales, reflexionando profundamente sobre la letra de la Ley,
encontraron finalmente el verdadero sentido de ésta, oscurecido
y ocultado por varios siglos de interpretaciones jurídicomorales,
descubriendo esa Ética debajo de la moral utilitarista y de los ritos
religiosos; tal vez era también la ética del Bautista, la del hombre que
gritaba en el desierto: "Conciencializáos, que el Reino de
la Divinidad está inmediato a vosotros; está al otro lado de vosotros mismos"
(que es como si dijera: "Renováos profundamente, entreveros a vosotros
mismos, entreved la realidad auténtica al otro lado de la apariencia",
"Ved que estais precisamente entre la realidad y la apariencia",
"Revolvéos, rectificad, cambiad de opinión, cambiad vuestra forma de ver
y de pensar, reconsideráos a vosotros mismos", "Trascended y traspasad
la apariencia -que es lo superficial de los sentidos- y bucead en lo
profundo de vuestros sentidos", "Llegad y volved hasta el fondo de
vosotros mismos y de vuestros sentimientos y pensamientos",
"Mirad detrás de vuestra propia máscara y de todas las máscaras,... y os
encontraréis a vosotros mismos").
Con Juan el Bautista se anunciaba la inmediatez psicológica
del Reino de Dios: la Ética está junto al hombre mismo, separada de éste
por una sutil e invisible barrera que a nadie hasta
entonces se le había ocurrido traspasar. Pero el mensaje iba más allá:
es posible -decía- llegar a ese Reino de Dios, tanto individual como
colectivamente; y el primer paso es creer en el ser humano.
En lo relativo a la salvación individual, el mensaje era claramente
escatológico: había un "más allá" de la propia "realidad" de la
existencia humana y habría también una "resurrección final"
para los que creen y sobre todo luchan por el advenimiento de
ese Reino de la Justicia. Su mensaje colectivo venía a decir que era
posible traspasar todos juntos, la Humanidad entera, esa barrera,
y encontrarnos -de la noche a la mañana- con ese Reino de la Justicia
instalado definitivamente sobre la Tierra; pero ésto sólo podría hacerse
si toda la Humanidad daba ese gran salto al mismo tiempo,
si todos los seres humanos, simultáneamente, decidían desprenderse de
todas sus máscaras del egoísmo individual, de la vanidad, de la envidia;
sólo entonces la especie humana daría el gran cambio cualitativo,
superando incluso su propia dimensión humana y mortal. Naturalmente, se
trata de una utopía, pero al menos de una utopía posible, de un sentido
realizable.
El lenguaje era claramente metafórico, pues tales nociones no pueden
expresarse de otro modo. Pero la gente (entonces como ahora) sólo creía
en lo que puede ver y tocar: necesitaban "milagros"
que cuestionasen esa realidad que ellos creen la única posible y real, como si la propia existencia y consciencia humana no fuera ya el mayor de los milagros.
Y lo fundamental de esta Ética es precisamente su universalidad y su
validez general, a diferencia de las diversas "morales", de las
ideologías y de las religiones.
Es cierto que esta Ética no puede ser expresada (sin desvirtuarse en
"moral") mediante conceptos, sino sólo por medio de metáforas (que en el
Evangelio son sobre todo las
"parábolas" o comparaciones), pero en el texto evangélico aparecen
también algunos conceptos, si bien se trata de conceptos "de
aproximación", tan exquisitamente refinados como
los de la propia filosofía griega (o aun más, puesto que éstos últimos
no traspasan los límites del propio lenguaje). Así, por ejemplo, el
concepto griego de "autoconocimiento"
(=conocimiento de uno mismo) resulta claramente superado por el propio
concepto cristiano evangélico de la meta-gnósis, empleado por
el Bautista (que podríamos traducir,
sin conceptualizarlo del todo, por "conciencialización",
"autorreconocimiento", "autorreflexión", "recapacitación",
"reconsideración", "comprensión de lo que no se quiere comprender",
"recuperación de una línea ética de conciencia"), concepto éste que la
interpretación moralizante posterior se ha empeñado en traducir
sistemáticamente por "arrepentimiento" o "penitencia",
de la misma manera que traduce el término griego correspondiente a
"error" por "pecado", sin darse cuenta de que es precisamente la
interpretación unilateral y unívoca lo que a
la larga vacía a los conceptos de su contenido y de su sentido,
convirtiéndolos en meras palabras tan solemnes como huecas ("pecado",
"penitencia", "Dios"...).
El problema básico del Nuevo Testamento continúa siendo el propio
lenguaje (la dificultad, la imposibilidad casi, de transmitir vivencias
místicas mediante conceptos),
y ese lenguaje necesita renovación, reactivación, reactualización sobre
unos conceptos demasiado moralizados, demasiado "petrificados".
De ahí la necesidad de reactualizarlos cada cierto tiempo (y de acuerdo
con los tiempos), de modernizarlos, de revitalizarlos con contenido ético,
para que sean capaces de expresar y de seguir expresando lo que en su
origen trataron de expresar casi metafóricamente, casi estéticamente, a
saber: la Ética,
esa Ética universal que constituye sin duda lo más valioso de la
experiencia y del descubrimiento cristiano, la revelación de ese fondo común de
humanidad de todos los seres llamados humanos, cuyo
conocimiento o experiencia profunda tal vez justifican un poco todos
esos injustificables engaños
y todas las imposturas más o menos necesarias. Esta perspectiva da otro nuevo enfoque al fenómeno religioso cristiano, en la medida en que obliga a
repensar el Cristianismo de otra forma (quizá más auténtica también). Porque ya ese conocimiento de la Ética no necesita de
ninguna máscara más; ahora (como entonces) es necesario no sólo comprender perfectamente ese mensaje ético, sino sobre todo
emprenderlo, ponerlo en práctica, individual y colectivamente.
....
VIDEOGRAFÍA
- Hay una curiosa película, del año 2006 (la redacción original de
nuestro artículo, hasta ahora inédito, tiene ya más de veinte años), que
plantea una hipótesis lógica muy similar a la que aquí planteamos y
que, como en nuestro caso,
llega sólo hasta donde racionalmente se puede llegar en este
tema. Se trata del filme titulado "The Inquiry" (en España se estrenó
con el título de "En busca de la tumba de Cristo", y en Argentina como
"La Investigación"),
coproducción italobúlgaroestadounidense y española, dirigida por Giulio
Base, e interpretada entre otros por Daniele Liotti, Dolph Lundgren,
Mónica Cruz, Max von Sydow, Hristo Shopov y Ornella Muti. - Uno de los mejores y más completos videos documentales
divulgativos sobre el tema de los "Manuscritos del Mar Muerto" ha sido
el editado en DVD por National Geographic en 2006.
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