Antiguas costumbres populares de la Semana Santa de Córdoba (Años 1940-1950)
Antiguas costumbres populares de la Semana Santa
En poco menos de 60 años han evolucionado de una forma radical las
costumbres populares que estaban muy arraigadas en el espíritu del
pueblo cordobés en lo que se refiere a la Semana Santa. Por aquellos
años se tenía otro concepto de lo que era la devoción y celebración
estos días sacros.
Se enumeran algunas de esas costumbres que se han ido perdiendo
por muy diversos motivos, casi todos, relacionados por los cambios que
la misma sociedad ha experimentado y por la incorporación a los
desfiles procesionales de numerosas cofradías, muchas de ellas, con
aires de renovación.
Así por ejemplo, el Jueves Santo, en los barrios populares los vecinos alzaban Altares domésticos de Semana Santa
ante los cuales se velaba al Señor en la noche de su Pasión. En
todos los barrios de Córdoba había altares, expuestos en casas o rejas
que daban a la calle donde se podían contemplar. Era costumbre el
salir el Jueves Santo y noche del Viernes Santo, para recorrer esos
altaritos. En ellos, no faltaban los cantaores de saetas, que se
detenían para cantar con profunda emoción a las pequeñas imágenes de
los Crucificados o Dolorosas.
Otra peculiaridad de aquellas jornadas cumbres de la Semana Mayor de Córdoba, era la prohibición de vender bebidas alcohólicas.
A tal efecto se ordenaba el cierre de las tabernas y demás
establecimientos. Este cierre apenas si surtía efecto. Porque en
tanto se cerraba la puerta del establecimiento, se dejaba entornado un
postiguillo o entrada secundaria por donde la clientela salía y
entraba con discreción. Siempre existió la picaresca frente a las
prohibiciones cosa que las autoridades hacía la vista gorda. Con esta
medida se quería restringir, por lo menos, el abuso de las bebidas, y
así evitar el espectáculo que los beodos (que era moneda corriente
también en aquellos tiempos) pudieran dar en esos días tan señalados
de recogimiento y dolor por la muerte del Redentor.
En este orden estaba incluido el que se empañaran las cristaleras de los ventanales de los cafés y casinos
que daban a la calle, para impedir que la clientela distrajera a las
gentes que paseaba para visitar los sagrarios de las iglesias. El
motivo también era para no dar un signo de divertimento ajeno aquellos
días de ayuno y penitencia. Con el transcurso del tiempo esta costumbre
secular se perdió y hoy las tabernas, bares y cafés son lugar de
encuentro donde se espera la llegada de las procesiones.
Lo verdaderamente tradicional en esa jornada cumbre de la Semana Santa, era la visita a los sagrarios.
El ver a las mujeres con su mantilla negra y los hombres con el traje
igualmente negro acompañándolas, era todo un espectáculo. Una visión
sugestiva y bella que se ha ido perdiendo, ya que actualmente
únicamente se suelen ver mujeres portando la mantilla detrás de los
pasos procesionales.
Existía una costumbre en el Sábado Santo que movilizaba a
toda la chiquillada de la ciudad, como era el anunciar la
Resurrección del Señor mediante un ruido estruendoso y descomunal
producido por el arrastre de todo tipo de utensilios metálicos. Era
curioso, existían unas pandillas de chavales que ejercían de
depredadores, ya que iban añadiendo más y más cacharos y latas a su ya
voluminosa carga. Se dada el caso, que al encontrase dos o más grupos
de arrastradotes se ejercía una pugna para disputarse el cargamento,
de forma, que se entremezclaban los instrumentos metálicos. Ello no
permitía el poder separarlos, llevándose dicho tanque de chatarra
aquellos que tenían o más fuerza o mejor estrategia.
El Domingo de Resurrección en algunos barrios populares, los
vecinos hacían un muñeco de trapo que solían vestirlo de una forma
estrafalaria pintarle la cara de demonio, cuyo nombre era de “Juas”,
en referencia a Judas el discípulo traidor de Jesús. Lo manteaban a la
vez que lo abucheaban y le cantaban coplillas picantes hasta que no
quedaba rastro del mismo. En este acto participaban desde los niños
hasta los más ancianos del lugar.
Una costumbre muy introducida entre los hombres cordobeses era
el marcharse sin la familia desde Miércoles Santo hasta el Domingo de
Resurrección a una finca. Allí, en esos días, se recluían como si
estuvieran en un permanente perol. Algunos decían socarronamente que se
iban de penitencia. La verdad era que tenían como disciplina penitente
el medio vino de Montilla y solían terminar las tardes cantando saetas
a Baco.
Muchas de estas de costumbres eran como consecuencia de que en
Córdoba había poco espíritu santero, debido principalmente a las Normas del obispo Trevilla sobre la Semana Santa de Córdoba
que dictaminó en 1820 y por las cuales sólo se procesionaba un día, el
Viernes Santo. Ésta fue la puntilla por la cual se perdió la tradición
cofradiera de los siglos XVII y XVIII.
Esto no quiere significar, ni mucho menos, que haya caído en
nuestros días la devoción popular por la Semana Santa. Han desaparecido
aquellas costumbres de antaño, pero también es verdad que se le ha dado
más realce a los desfiles procesionales, de forma, que gozan del
prestigio de cualquier otra capital andaluza.
En poco menos de 60 años han evolucionado de una forma radical las
costumbres populares que estaban muy arraigadas en el espíritu del
pueblo cordobés en lo que se refiere a la Semana Santa. Por aquellos
años se tenía otro concepto de lo que era la devoción y celebración
estos días sacros.
Se enumeran algunas de esas costumbres que se han ido perdiendo
por muy diversos motivos, casi todos, relacionados por los cambios que
la misma sociedad ha experimentado y por la incorporación a los
desfiles procesionales de numerosas cofradías, muchas de ellas, con
aires de renovación.
Así por ejemplo, el Jueves Santo, en los barrios populares los vecinos alzaban Altares domésticos de Semana Santa
ante los cuales se velaba al Señor en la noche de su Pasión. En
todos los barrios de Córdoba había altares, expuestos en casas o rejas
que daban a la calle donde se podían contemplar. Era costumbre el
salir el Jueves Santo y noche del Viernes Santo, para recorrer esos
altaritos. En ellos, no faltaban los cantaores de saetas, que se
detenían para cantar con profunda emoción a las pequeñas imágenes de
los Crucificados o Dolorosas.
Otra peculiaridad de aquellas jornadas cumbres de la Semana Mayor de Córdoba, era la prohibición de vender bebidas alcohólicas.
A tal efecto se ordenaba el cierre de las tabernas y demás
establecimientos. Este cierre apenas si surtía efecto. Porque en
tanto se cerraba la puerta del establecimiento, se dejaba entornado un
postiguillo o entrada secundaria por donde la clientela salía y
entraba con discreción. Siempre existió la picaresca frente a las
prohibiciones cosa que las autoridades hacía la vista gorda. Con esta
medida se quería restringir, por lo menos, el abuso de las bebidas, y
así evitar el espectáculo que los beodos (que era moneda corriente
también en aquellos tiempos) pudieran dar en esos días tan señalados
de recogimiento y dolor por la muerte del Redentor.
En este orden estaba incluido el que se empañaran las cristaleras de los ventanales de los cafés y casinos
que daban a la calle, para impedir que la clientela distrajera a las
gentes que paseaba para visitar los sagrarios de las iglesias. El
motivo también era para no dar un signo de divertimento ajeno aquellos
días de ayuno y penitencia. Con el transcurso del tiempo esta costumbre
secular se perdió y hoy las tabernas, bares y cafés son lugar de
encuentro donde se espera la llegada de las procesiones.
Lo verdaderamente tradicional en esa jornada cumbre de la Semana Santa, era la visita a los sagrarios.
El ver a las mujeres con su mantilla negra y los hombres con el traje
igualmente negro acompañándolas, era todo un espectáculo. Una visión
sugestiva y bella que se ha ido perdiendo, ya que actualmente
únicamente se suelen ver mujeres portando la mantilla detrás de los
pasos procesionales.
Existía una costumbre en el Sábado Santo que movilizaba a
toda la chiquillada de la ciudad, como era el anunciar la
Resurrección del Señor mediante un ruido estruendoso y descomunal
producido por el arrastre de todo tipo de utensilios metálicos. Era
curioso, existían unas pandillas de chavales que ejercían de
depredadores, ya que iban añadiendo más y más cacharos y latas a su ya
voluminosa carga. Se dada el caso, que al encontrase dos o más grupos
de arrastradotes se ejercía una pugna para disputarse el cargamento,
de forma, que se entremezclaban los instrumentos metálicos. Ello no
permitía el poder separarlos, llevándose dicho tanque de chatarra
aquellos que tenían o más fuerza o mejor estrategia.
El Domingo de Resurrección en algunos barrios populares, los
vecinos hacían un muñeco de trapo que solían vestirlo de una forma
estrafalaria pintarle la cara de demonio, cuyo nombre era de “Juas”,
en referencia a Judas el discípulo traidor de Jesús. Lo manteaban a la
vez que lo abucheaban y le cantaban coplillas picantes hasta que no
quedaba rastro del mismo. En este acto participaban desde los niños
hasta los más ancianos del lugar.
Una costumbre muy introducida entre los hombres cordobeses era
el marcharse sin la familia desde Miércoles Santo hasta el Domingo de
Resurrección a una finca. Allí, en esos días, se recluían como si
estuvieran en un permanente perol. Algunos decían socarronamente que se
iban de penitencia. La verdad era que tenían como disciplina penitente
el medio vino de Montilla y solían terminar las tardes cantando saetas
a Baco.
Muchas de estas de costumbres eran como consecuencia de que en
Córdoba había poco espíritu santero, debido principalmente a las Normas del obispo Trevilla sobre la Semana Santa de Córdoba
que dictaminó en 1820 y por las cuales sólo se procesionaba un día, el
Viernes Santo. Ésta fue la puntilla por la cual se perdió la tradición
cofradiera de los siglos XVII y XVIII.
Esto no quiere significar, ni mucho menos, que haya caído en
nuestros días la devoción popular por la Semana Santa. Han desaparecido
aquellas costumbres de antaño, pero también es verdad que se le ha dado
más realce a los desfiles procesionales, de forma, que gozan del
prestigio de cualquier otra capital andaluza.
Principales editores del artículo
- Ildelop (Discusión |contribuciones) [3]
- Aromeo (Discusión |contribuciones) [3]
- Rafa mar (Discusión |contribuciones) [1]
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