miércoles, 30 de marzo de 2016

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miércoles, 30 de marzo de 2016






Casetas de la Feria de Sevilla.


Las casetas de la Feria de Abril

Un gallego recriado en
Sevilla que demostró en sus obras literarias haberse percatado finamente
del alma de Andalucía describió de esta manera la caseta de la Feria
abrileña: "Y así que todo estuvo en su sitio, acercóse a la puerta de la
caseta, que aún conservaba caída las cortinas de anchas listas azules y
blancas y lo examinó todo, como artista satisfecho de su obra. El
piano, al fondo, bajo el espejo de marco dorado con penacho de
cornucopia; la nota grana de los claveles triunfadores en los floreros;
las cintas rojas y amarillas de las castañuelas colgadas, cayendo pared
abajo como un chorreón de colorines; carteles anunciadores de otras
ferias sevillanas, donde había una mocita de gracia llevando en alto un
canastillo de frutas y flores, trofeo de la fecundidad de la tierra; una
mujer que se apoyaba pensativa en la guitarra; Joselito muleteando un
toro y, entre cartel y cartel, enormes abanicos de Calañas con las
clásicas escenas taurinas, admiración de los ingleses. En el suelo una
estera de junco y colgando del techo coloreaba un farolón japonés con
farolillos verbeneros." (Cfr. Pérez Lugín, "La Virgen del Rocío ya entró en Triana".)
Preparándose para el baile en el interior de la caseta
Un rincón de una caseta
Si bien esta pintura
novelesca coincide con la realidad de muchas casetas de la Feria
abrileña, puestos a definir nosotros diríamos que la caseta es lisa y
simplemente el hogar sevillano en miniatura, o un trasunto, visto con
los gemelos del revés, de la casa hispalense con todas sus gracias,
alegría y atractivos acogedores. Porque la caseta tiene sabor de sala de
estar, de patio,  y a veces, con su saledizos entre macetas floridas,
de azotea trashumante. No parece sino que las casa de Sevilla se han
trasladado en síntesis estricta a un lugar escogido para vivir la vida
corta y fugaz de la Feria.
Sevilla queda en
Sevilla, circunscrita a un escenario concreto y dominable, concentrada
en un lugar físico, para ver y sentir de una vez el panorama de sus
gozos. La ciudad, como entidad humana, no la urbe, se ha buscado así la
grata ficción de un mundillo nuevo de alegrías para exhibírselas a sí
misma y saborearlas con plenitud.
Hasta las botellas se visten de gitanas
Exorno de una caseta
Aquí en la Feria, como
si el espíritu se traspusiera en éxtasis delirante, Sevilla,
quintaesenciada en casas de telas y calles artificiales, se resume y
abrevia,  para que todo el mundo la comprenda y la ame y alcance
justamente a penetrar el sentido íntimo de su verdad y de su tipismo.
Se ha cifrado la razón
de la Feria en el afán de la ciudad de acercarse al campo, aunque sin
perderse por él, y se ha dicho que por eso la Feria aparenta una
realista aligación campera y urbana.
Una "cañita" de vino
Pero volvamos a la
caseta. Sería superfluo detenerse  en el análisis de su estructura
arquitectónica. Porque en realidad, maravilla la sencillez con que se
forja. Un rudimentario armazón de madera recubierta de lona, comúnmente
listada de tonos fuertes -rojo, azul o verde-, rematado en ángulo,
constituye todo el material constructivo. Y allí el mueble sevillano,
con su pintura floreada; los espejos y los carteles, las flores
naturales y de papel, y los retratos de las personas queridas. No falta,
a veces, la cabeza de toro y los cacharros de cerámica trianera. Y al
fondo, las viandas y los vinos, dispuestos, como por arte de magia, para
obsequiar a los contertulios.
En aquel hogar
improvisado monta su permanente vigilia la familia sevillana. Toda la
vida doméstica se traslada allí por unos días para solaz y
esparcimiento. Los padres para que disfruten los hijos. Padre e hijos
para obsequiar a las amistades. Y como la familia, los grupos sociales
que definen y caracterizan la comunidad urbana. La hermandad, el casino,
el gremio, la asociación, el barrio, las autoridades, las corporaciones
oficiales y públicas, todo el mundo tiene su caseta en aquella ciudad
en síntesis que surge milagrosamente, en proporción inversa a su alegría
y a su optimismo. Porque si la casa se reduce y se simplifica por la
metamorfosis de la pared en tela, se acrece, sin embargo, hasta la
seducción el corazón de los sevillanos, que están allí en sus casetas,
como en escaparates de efusiones cálidas, de gozos permanentes, de
fraternidad luminosa y comunicativa.
El ferial desde el interior de una caseta
El baile de las sevillanas
La caseta constituye así el símbolo y la
sede de la cordialidad sevillana. El forastero que haya pasado una Feria
en el embrujo de este minúsculo hogar de la gracia y de la alegría, se
lleva en el alma, para siempre, la nostalgia de un festejo que lo
embriagará como un vino inagotable.

1 comentario:




  1. Hola
    Manuel, me ha gustado mucho este post, que como siempre es fabuloso.
    Espero que tengáis una maravillosas fiestas y que el tiempo os acompañe.
    Un fuerte abrazo.
    Responder

















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