viernes, 11 de marzo de 2016

Biografia de Carlos III

Biografia de Carlos III




Carlos III

Rey de Nápoles (1734-59) y de España (1759-88),
perteneciente a la Casa de Borbón (Madrid, 1716-88). Era el tercer hijo
de Felipe V, primero que tuvo con su segunda mujer, Isabel de Farnesio,
por lo que fue su hermanastro Fernando VI, quien sucedió a su padre en
el Trono español.


Carlos III de España
Carlos sirvió a la política familiar como una
pieza en la lucha por recuperar la influencia española en Italia: heredó
inicialmente de su madre los ducados de Parma, Piacenza y Toscana
(1731); pero más tarde, al conquistar Nápoles Felipe V en el curso de la
Guerra de Sucesión de Polonia (1733-35), pasó a ser rey de aquel
territorio con el nombre de Carlos VII. La muerte sin descendencia de
Fernando VI, sin embargo, hizo recaer en Carlos la Corona de España, que
pasó a ocupar en 1759, dejando el Trono de Nápoles a su tercer hijo,
Fernando IV.
Superado el «motín de Esquilache» (1766), que
fue un estallido tradicionalista instigado por la nobleza y el clero
contra los aires renovadores que traía Carlos III, se extendería un
reinado largo y fructífero. En cuanto a la política exterior, el tercer
Pacto de Familia firmado con Francia en 1761 alineó a España con Francia
en su conflicto permanente con Gran Bretaña. Ello llevó a España a
intervenir en la Guerra de los Siete Años (1756-63) y en la Guerra de
Independencia de los Estados Unidos de América (1775-83); como resultado
final de ambas, España recuperó Menorca, pero no Gibraltar (al fracasar
el asedio realizado entre 1779 y 1782).
A partir de
entonces, las dificultades financieras obligaron a volver a la política
«pacifista» del reinado de Fernando VI, mientras se ensayaban diversas
mejoras en la Hacienda Real, como la emisión de vales reales (primer
papel moneda) o la creación del Banco de San Carlos (primer banco del
Estado).
En la línea del despotismo ilustrado propio
de su época, Carlos III realizó importantes reformas -sin quebrar el
orden social, político y económico básico- con ayuda de un equipo de
ministros y colaboradores ilustrados como Esquilache, Aranda,
Campomanes, Floridablanca, Wall y Grimaldi. Reorganizó el poder local y
las Haciendas municipales, poniéndolos al servicio de la Monarquía.
Puso
coto a los poderes de la Iglesia, recortando la jurisdicción de la
Inquisición y limitando -como aconsejaban las doctrinas económicas más
modernas- la adquisición de bienes raíces por las «manos muertas»; en
esa pugna por afirmar la soberanía estatal expulsó de España a los
jesuitas en 1767. Fomentó la colonización de territorios despoblados,
especialmente en la zona de Sierra Morena, donde las «Nuevas
Poblaciones» contribuyeron a erradicar el bandolerismo, facilitando las
comunicaciones entre Andalucía y la Meseta. Reorganizó el ejército, al
que dotó de unas ordenanzas (1768) destinadas a perdurar hasta el siglo
XX.


Creó la Orden de Carlos III para premiar el mérito
personal, con independencia de los títulos heredados. Protegió las artes
y las ciencias; apoyó a las Sociedades Económicas de Amigos del País,
en donde se agrupaban los intelectuales más destacados de la Ilustración
española; sometió las universidades al patronazgo real y creó en Madrid
los Estudios de San Isidro (1770) como centro moderno de enseñanza
media destinado a servir de modelo. Creó manufacturas reales para
subvenir a las necesidades de la Monarquía (cañones, pólvora, armas
blancas, cristal, porcelana.), pero también para estimular en el país
una producción industrial de calidad.
En esa misma
línea, impulsó la agricultura (decretando el libre comercio de granos y
organizando cultivos experimentales en las huertas reales de Aranjuez) y
el comercio colonial (formando compañías como la de Filipinas y
liberalizando el comercio con América en 1778).
Cuando
el rey murió en 1788 terminó la historia del reformismo ilustrado en
España, pues el estallido de la Revolución francesa al año siguiente
provocó una reacción de terror que convirtió el reinado de su hijo y
sucesor, Carlos IV, en un periodo mucho más conservador. Y, enseguida,
la invasión francesa arrastraría al país a un ciclo de revolución y
reacción que marcaría el siglo siguiente, sin dejar espacio para
continuar un reformismo sereno como el que había desarrollado Carlos
III.
Entre los aspectos más duraderos de su herencia
quizá haya que destacar el avance hacia la configuración de España como
nación, a la que dotó de algunos símbolos de identidad (como el himno y
la bandera) e incluso de una capital digna de tal nombre, pues se
esforzó por modernizar Madrid (con la construcción de paseos y trabajos
de saneamiento e iluminación pública) y engrandecerla con monumentos (de
su época datan la Puerta de Alcalá, el Museo del Prado -concebido como
Museo de Ciencias- o la inauguración del Jardín Botánico) y con
edificios representativos destinados a albergar los servicios de la
creciente Administración pública.
El impulso a los
transportes y comunicaciones interiores (con la organización del Correo
como servicio público y la construcción de una red radial de carreteras
que cubrían todo el territorio español convergiendo sobre la capital) ha
sido, sin duda, otro factor político que ha actuado en el mismo
sentido, acrecentando la cohesión de las diversas regiones españolas.
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