CAPÍTULO
1 Todos los
días por la mañana en el Oficio de Matutinos, la Iglesia Ortodoxa
proclama: "Dios es el Señor y Él se ha manifestado a nosotros; bendito sea
el que viene en nombre del Señor". (Salmo 118, 26-27) El primer fundamento
de la doctrina Cristiana se encuentra en esta frase: "Dios se ha
manifestado a nosotros". Dios se ha
mostrado a Sus criaturas. Sin embargo, Él no ha revelado Su Ser más
intimo, ya que su esencial totalidad
no puede ser comprendida por las criaturas.
Dios verdaderamente ha mostrado sólo lo que los hombres pueden ver y
comprender de su Naturaleza y Voluntad Divina. La plenitud
y perfección de la Revelación de Dios se encuentra en su Hijo Jesucristo;
Él es el cumplimiento de la Revelación gradual y parcial de Dios en el
Antiguo Testamento. Jesús es el único verdaderamente "Bendito... que
viene en el Nombre del Señor". El primer
título que el pueblo da a Jesús es el de Rabí, que literalmente
significa “aquél que enseña”. En el Nuevo Testamento también se usa
la palabra Maestro, en el sentido de aquel que enseña. Los
seguidores de Jesús se llamaban discípulos, que literalmente
significa alumnos, aquellos que aprenden. Jesús vino
a los hombres como el Divino Maestro enviado por Dios. Él enseña la
Voluntad de Dios y hace conocer a Dios a los seres humanos. Revela
totalmente, tanto como a los seres humanos puedan llegar a comprender, los
misterios del Reino de Dios. La venida
de Jesús como Maestro, es un aspecto de Él como Cristo el Mesías. La
Palabra Cristo en griego es equivalente a la palabra Mesías
en hebreo, que significa el ungido de Dios. Pues fue predicho que
cuando llegara el Mesías, los seres humanos serian "enseñados por Dios".
(Is.54, 13; Jn.6, 45) Jesús llega
a los hombres como el Divino Maestro. En muchas diferentes ocasiones
afirmó que sus palabras eran las de Dios. Habló "como quien tiene
autoridad", y no como los doctores del pueblo judío. (Mt.7, 29) Acusó
a los que lo rechazaron a Él y a sus enseñanzas de que estaban rechazando
a Dios mismo. "El que cree en mi, no cree en mi, sino en el que
me envío. Y el que me ve, ve al que me envío. Yo, la Luz, he venido
al mundo a fin que quien crea en mí no permanezca en tinieblas...
porque no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió,
él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.
Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo
hablo como el Padre me lo ha dicho". (Jn.12, 44 al 50) Jesús
enseñó a los hombres no sólo con Sus palabras, sino también con Sus
acciones, y ciertamente por Su propia persona. Se refirió a Sí mismo como
la Verdad (Jn.14, 6) y como la Luz. (Jn.8, 12) Se mostró no sólo hablando
las palabras de Dios, sino siendo Él mismo Verbo (Palabra) Vivo de Dios
humanamente encarnado, el Logos Eterno y No Creado,
Quien se hizo hombre como Jesús de Nazaret, para que Dios fuera conocido
en el mundo. “En el principio existía el Verbo: Y el Verbo estaba con
Dios. Y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todo se
hizo por él y sin el no se hizo nada cuanto existe. En él estaba la vida y
la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las
tinieblas no la vencieron. Hubo un
hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio,
para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él
la luz, sino que debía dar testimonio de la luz. El Verbo era la luz
verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo
estaba, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo
recibieron. Pero a todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse
hijos de Dios, a los que creen en su nombre; el cual no nació de sangre,
ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y el
Verbo se hizo carne, y puso su morada en nosotros, y hemos contemplado su
gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de
verdad. Juan da
testimonio de Él y clama: "Este era del que yo dije: El que viene detrás
de mi se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo”. Pues de
su plenitud hemos recibido todos y gracia por gracia. Porque la Ley fue
dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por
Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: El Hijo Unico, que está en el
seno del Padre, él lo ha contado”. (Jn.1, 1 al 18) (La
lectura del Evangelio para la Divina Liturgia en la Fiesta de la
Resurrección en la Iglesia Ortodoxa.) Jesús, el
Divino Verbo de Dios en carne humana, viene a enseñar a los hombres con Su
presencia, Sus palabras y Sus acciones. Sus discípulos fueron enviados al
mundo para proclamarlo a Él y a su Evangelio, que literalmente significa
la "Buena Nueva" del Reino de Dios. A
quienes Jesús envía se los llama Apóstoles, que literalmente
quiere decir "aquellos que son enviados". Los apóstoles son inspirados
directamente por el Santo Espíritu de Dios, el Espíritu de la Verdad (Jn.15,
26), para "hacer discípulos de todas las naciones enseñándoles lo que
Cristo había mandado”. (Mt.28, 19) La Iglesia
primitiva "acudía asiduamente a la doctrina de los apóstoles". (Hech.2,
42) La palabra Doctrina en si simplemente quiere decir enseñanza o
instrucción. La doctrina de los apóstoles es la doctrina de Jesús y pasa a
ser la doctrina de la Iglesia Cristiana. Es recibida por los discípulos de
cada época y generación como la doctrina de Dios. Es proclamada en todo
tiempo y lugar como la doctrina de la Vida Eterna, mediante la cual todos
los seres humanos y el universo entero, son iluminados y salvados. Ahora,
debemos resaltar que, así como el hecho histórico de la Revelación de Dios
en la historia mediante el pueblo escogido de Israel, revelación que
culmina en la venida de Cristo como Mesías, es de primera importancia, es
también doctrina de la Iglesia Cristiana que toda verdadera búsqueda de
los seres humanos para encontrar la verdad se cumple en Cristo. Toda
búsqueda auténtica del significado de la vida encuentra su perfección en
el Evangelio Cristiano. Así, los Santos Padres de la Iglesia enseñaron que
los anhelos de las religiones paganas y la sabiduría de muchos filósofos
también pueden ser una preparación de los hombres para recibir la doctrina
de Jesús, y que son caminos válidos y verdaderos para llegar a la Única
Verdad de Dios. De esta
manera, los cristianos consideraron que ciertos filósofos griegos fueron
iluminados por Dios para servir la causa de la Verdad y conducir a los
seres humanos a la plenitud de la vida en Dios, ya que la Palabra y la
Sabiduría de Dios son reveladas a todos los seres humanos, y se encuentran
en todos aquellos quienes en la pureza de sus mentes y corazones, han
recibido la Divina Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.
Esta Luz Divina es la Palabra de Dios, Jesús de Nazaret en la encarnación,
la perfección y la plenitud de la Revelación de Dios al mundo. Es
importante enfatizar que la Revelación Divina en el Antiguo Testamento, en
la Iglesia del Nuevo Testamento, en las vidas de los santos, en la
Sabiduría de los Padres Santos, en la belleza de la creación, y más plena
y perfectamente en Jesucristo, el Hijo de Dios, es la Revelación de Dios
mismo. Dios ha hablado. Dios ha actuado. Dios se ha manifestado y sigue
manifestándose en la vida de Su
Pueblo. Si queremos
escuchar la voz de Dios y ver las acciones de la Revelación de Dios en el
mundo, debemos purificar nuestras mentes y corazones de todo lo que es
malo y falso. Debemos amar la Verdad, amarnos los unos a los otros, y amar
todo en la Creación de Dios. Según nuestra Fe Ortodoxa, la purificación de
la falsedad y del pecado es el camino al Conocimiento de Dios. Si nos
abrimos a la Divina Gracia y nos purificamos de todo mal, entonces con
seguridad podemos interpretar correctamente las Sagradas Escrituras y
llegar a una comunión viva con el Verdadero Dios Viviente, quien se ha
revelado y sigue revelándose a los que le aman. La vida
continua del Pueblo de Dios se llama la Santa Tradición. La Santa
Tradición del Antiguo Testamento se expresa en la Biblia, en la vida
continua del Pueblo de Israel hasta el nacimiento de Cristo. Esta
Tradición se cumple, se completa y se engrandece en la Época del Mesías y
en la Iglesia Cristiana. La
Tradición Neotestamentaria o Tradición Cristiana es también conocida como
la Tradición Apostólica o la Tradición de la Iglesia. La parte central
escrita de esta tradición se encuentra en los escritos
del Nuevo Testamento de la Biblia. Los
Evangelios y los otros escritos de la Iglesia Apostólica forman el corazón
de la Tradición Cristiana y son la principal fuente escrita e inspiración
de todo lo que se desarrolló en los siglos siguientes. Esta
Tradición Cristiana es entregada de pueblo a pueblo, en el espacio y el
tiempo. La palabra Tradición en sí significa exactamente esto: “lo que es
transmitido" o "entregado" de persona a persona. La Santa Tradición, por
lo tanto, es lo transmitido de persona a persona, y entregado dentro de la
Iglesia desde el tiempo de los apóstoles de Cristo, hasta el día de hoy. Aunque la
Santa Tradición contiene muchos documentos escritos, no se limita
solamente a lo escrito; no es únicamente un conjunto de textos. Es, al
contrario, toda la vida y experiencia de la Iglesia entera transferida de
lugar a lugar, de generación en generación. La Tradición es la Vida Misma
de la Iglesia, inspirada y guiada por el Espíritu Santo. No todo,
sin embargo, de lo que se encuentra en la Iglesia pertenece a su Santa
Tradición, pues no todo lo que está en la Iglesia es obra del Espíritu
Santo ni pertenece esencial y necesariamente al Reino de Dios. Algunas de
las cosas que encontramos en la Iglesia son solamente temporales y
transitorias, meras costumbres y tradiciones humanas que no poseen ningún
valor eterno. Tales cosas en si no son malas. Al contrario, pueden ser
positivas y muy útiles para la vida de la Iglesia siempre y cuando se las
acepten por lo que son, y no otra cosa. Por lo tanto, es importantísimo
dentro de la Iglesia distinguir las diferencias entre aquellas tradiciones
que son solamente terrenales y humanas, y la verdadera Santa Tradición que
pertenece al Reino de Dios, Celestial y Eterno. Es
importante también reconocer que existen en la Iglesia ciertas cosas que
no pertenecen a la Santa Tradición, y que tampoco se deben contar entre
sus tradiciones humanas positivas. Estas cosas son simple y sencillamente
malas, y son traídas a la Iglesia desde el mal del mundo. La Iglesia en su
forma humana, como una institución terrestre, no es inmune ni está
protegida de las faltas de sus miembros pecadores. Estos desvíos y errores
que entran en la vida de la Iglesia deben ser juzgados y condenados por la
Autentica y Verdadera Santa Tradición que nos viene de Dios. Entre los
elementos que constituyen la Santa Tradición de la Iglesia, la Biblia
tiene el primer lugar. Enseguida viene la vida litúrgica de la Iglesia y
su oración; después sus decisiones dogmáticas y los actos aprobados en los
concilios de la Iglesia; las escrituras de los Padres Santos de la
Iglesia; la Vida de los Santos; la ley canónica; y finalmente la tradición
iconográfica junto a otras formas inspiradas de
expresión artística creativa como la música
litúrgica y la arquitectura. Todos los
elementos de la Santa Tradición están orgánicamente unidos en la vida
real. Ninguno de ellos puede estar aparte del cuerpo entero. Ninguno puede
separarse o aislarse de los demás o de la totalidad
de la vida de la Iglesia. Todos estos elementos se vivifican al
participar de la vida real de la Iglesia en cada época y generación en
todo tiempo y en todo lugar. Mientras la Iglesia siga viviendo por la
inspiración del Espíritu Santo, la Santa Tradición de la Iglesia seguirá
creciendo y desarrollándose. Este proceso continuara hasta el
establecimiento del Reino de Dios en el fin de los siglos. "BIBLIA" El
documento escrito de la Revelación de Dios es la Biblia, palabra
que significa el libro o libros. La Biblia también es
llamada las Sagradas Escrituras. La palabra escritura
simplemente significa algún documento escrito. La Biblia
fue escrita durante el transcurso de miles de años por muchas diferentes
personas. Se divide en dos "testamentos" o “alianzas”. Estas palabras
significan "acuerdos" o tal vez podríamos decir “contratos”. Los dos
testamentos son el Antiguo y el Nuevo; cada uno tiene sus propios
escritos. Como libro, la Biblia contiene muchos diferentes tipos de
escrituras: ley, profecía, historia, poesía, narraciones, aforismos,
oraciones, cartas y visiones simbólicas. Los
escritos del Antiguo Testamento comienzan con los cinco libros de la Ley,
que se llaman el Pentateuco. (Pentateuco significa 5 libros.) También se
llaman la Torah, que significa la Ley. Algunas veces se refiere a estos
cinco libros como los Libros de Moisés, ya que se centran en el Éxodo y
las leyes mosaicos. En el
Antiguo Testamento también se encuentran libros acerca de la historia del
Pueblo de Israel, como por ejemplo I y II Reyes y I y II Samuel; los
libros Sapienciales o de Sabiduría, como los Salmos, Proverbios y Job; y
libros de profecías que llevan los nombres de los profetas del Antiguo
Testamento. Un profeta es alguien que profesa públicamente la
Palabra de Dios por inspiración divina directa. Generalmente muchas
personas piensan que un profeta es alguien que predice
el futuro, pero esto es solamente su
significado secundario. La Iglesia
Ortodoxa también cuenta entre los libros auténticos del Antiguo Testamento
los libros que se llaman Deuterocanónicos (otros cristianos colocan estos
libros en segundo lugar o los rechazan completamente por no considerarlos
inspirados). El corazón
del Nuevo Testamento está conformado por los cuatro Evangelios: el de
Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, quienes se llaman los
Evangelistas, que quiere decir los que escribieron los Evangelios. La
palabra Evangelio proviene del Griego, -Evangelion- y, como ya hemos
visto, significa "Buena Nueva”. El Nuevo
Testamento contiene también el Libro de los Hechos de los Apóstoles,
escrito por San Lucas. Además encontramos catorce Epístolas (que
simplemente significa "cartas") atribuidas al Apóstol San Pablo. No
obstante, es posible que algunas, como la Epístola a los Hebreos, no
fueran escritas directamente por él. También se encuentran en el Nuevo
Testamento tres epístolas escritas por el Apóstol Juan; dos por el
Apóstol Pedro; una atribuida al Apóstol Santiago y otra al Apóstol Tadeo
(Judas). Finalmente se encuentra el Libros de la Revelación, que también
se conoce como el Apocalipsis, atribuido a San Juan. Para el
Cristiano
Ortodoxo, la Biblia es la principal fuente escrita de
la Doctrina Divina, ya que Dios Mismo inspiró su escritura por su Santo
Espíritu. (Véase II Timoteo 3, 16 y II Pedro 1, 20.) Esta es la
doctrina de la inspiración de la Biblia; es decir, que hombres inspirados
por Dios escribieron las palabras que son verdaderamente sus propios
palabras humanas (¡toda palabra es humana!), pero que sin embargo se
puedan llamar, en su conjunto, la Palabra de Dios. Así la Biblia es
la Palabra de Dios en forma escrita pues contiene no solamente los
pensamientos y experiencias de los hombres, sino la Revelación de Dios
Mismo. El corazón
de la Biblia, Palabra de Dios escrita a la manera de los hombres, es la
persona del Verbo Viviente de Dios bajo el aspecto de hombre, Jesucristo.
Todas las partes de la Biblia se interpretan en la Iglesia Ortodoxa a la
luz de Cristo, pues todo lo que está en la Biblia conduce a Cristo y habla
acerca de Él. (Lucas 24, 44) Se simboliza esto en la Iglesia Ortodoxa por
el hecho de que es solamente el Libro de los Cuatro Evangelios el que se
encuentra entronizado en el Altar, y no la Biblia entera. Esto es así
porque todo lo que está en la Biblia se cumple en Cristo. "LA
LITURGIA" La palabra Iglesia literalmente significa una asamblea de
personas llamadas a reunirse para hacer alguna obra en común. Cuando los
miembros de la Iglesia se reúnen como Pueblo de Dios para adorar, esta
asamblea se llama la Liturgia de la Iglesia. La palabra Liturgia en sí
significa la obra o acción común de un grupo particular de personas para
el bien de todos. Entonces la Divina Liturgia de la Iglesia Cristiana
significa la obra común de Dios hecha por el Pueblo de Dios. La liturgia
del pueblo del Antiguo Testamento era el culto oficial en el templo de
Jerusalén de acuerdo a la Ley de Moisés, como también las fiestas y ayunos
anuales, y las oraciones y servicios privados efectuados por los
israelitas en sus casas o en las sinagogas. Por definición, las
Sinagogas son casas de reunión o de oración; no son templos, puesto
que según la Ley Mosaica había un solo templo en Jerusalén donde se
celebraba el culto sacerdotal. Los israelitas se reunían en las sinagogas
para oración, estudio de la Escritura, predicación y contemplación de la
obra de Dios. En la
Iglesia del Nuevo Testamento se centra la liturgia en la persona de
Cristo. Es principalmente una "cristianización" de la vida litúrgica del
Antiguo Testamento. La Iglesia Cristiana conserva la vida litúrgica del
Antiguo Testamento, pero en una nueva y eterna perspectiva. Así las
oraciones del Antiguo Testamento, las escrituras y los salmos, se leen y
se cantan a la luz de Cristo. El sacrificio del Cuerpo y Sangre de
Jesucristo reemplaza a los sacrificios del Antiguo Testamento en el
Templo. Y el Día del Señor, el Domingo, reemplaza el antiguo Sabat judío
que era celebrado el Sábado. Las fiestas
judías también reciben un nuevo significado en la Iglesia Cristiana. La
fiesta central de la Pascua, por ejemplo, es ahora la celebración de la
Muerte y Resurrección de Cristo; y la fiesta de Pentecostés se vuelve la
celebración de la venida del Espíritu Santo que cumple la Ley del Antiguo
Testamento. El año litúrgico cristiano también se forma según el prototipo
del Antiguo Testamento. A partir de
la base original de la liturgia del Antiguo Testamento, la Iglesia
desarrolló su propia vida sacramental, con el
Bautismo en el Nombre de la Santísima Trinidad, la Crismación, la Santa
Comunión, el Matrimonio, el Arrepentimiento (Penitencia), el Sacramento de
los Enfermos y el Orden Sagrado, tomando formas y significados
específicamente cristianos. Fueron desarrollados, además, una gran riqueza
de oraciones, himnos y bendiciones específicamente cristianas, junto a
fiestas y celebraciones cristianas conmemorando acontecimientos y santos
del Nuevo Testamento. La
experiencia viva de la vida litúrgica y sacramental cristiana es una
fuente principal de la doctrina cristiana. En la liturgia de la Iglesia,
la Biblia y la Santa Tradición recobran vida y son ofrecidas al Pueblo
Cristiano como experiencia a vivir. Así mediante la oración y el culto
sacramental, los seres humanos son "enseñados por Dios", como fue predicho
para la época mesiánica. (Juan 6, 45) Además de
la experiencia viva de la liturgia, los textos de los servicios y de los
sacramentos nos dan una fuente escrita de doctrina, pues aquel
que desea comprender las enseñanzas cristianas
las puede estudiar y contemplar allí. Según nuestra Iglesia Ortodoxa, los
textos litúrgicos y sacramentales - los himnos, bendiciones, oraciones,
símbolos y ritos - no contienen errores formales ni deformaciones de la fe
cristiana. Se puede confiar absolutamente en que revelan la verdadera
doctrina de la Iglesia Ortodoxa. Es posible que algo de la información
histórica que contienen las fiestas de la Iglesia no sea exacta, o que
sea meramente simbólica, pero no hay ninguna duda en la Iglesia de que el
significado doctrinal y espiritual de todas las fiestas es verdadero y
auténtico, y que otorga una experiencia y conocimiento real de Dios. "LOS
CONCILIOS" Mientras la Iglesia se desarrollaba a través de la historia, se
vio enfrentada por numerosas decisiones dificilísimas. Pero la Iglesia
siempre resolvió sus dificultades, y sus decisiones fueron basadas sobre
el consenso de opinión entre todos los creyentes inspirados por Dios,
dirigidos por sus respectivos líderes, primero los Apóstoles y luego sus
sucesores, los Obispos. El primer
concilio eclesiástico de la historia tuvo lugar en la Iglesia Apostólica
para fijar las condiciones bajo las cuales los gentiles, es decir,
convertidos que no eran de la fe judía, podrían entrar a la Iglesia.
(Véase Hechos 15) Desde aquel tiempo, durante toda la historia de la
Iglesia los concilios fueron convocados en todos lo niveles de la vida de
la Iglesia para tomar decisiones importantes. Se reunían los Obispos
regularmente con sus Sacerdotes (Presbíteros), y con los laicos.
Desde muy temprano en la historia de la Iglesia se estableció la práctica
de que los obispos en cada región se reunían regularmente en concilio. En varias
ocasiones durante la historia de la Iglesia fueron convocados concilios de
todos los obispos de la Iglesia. En la práctica no todos los Obispos
podían asistir a estos concilios y no todos los concilios fueron
automáticamente aprobados y aceptados por la Iglesia en su Santa
Tradición. Para la Iglesia Ortodoxa solamente siete Concilios (algunos de
los cuales que fueron bastantes reducidos en el número de obispos que
asistieron a ellos) han recibido la aprobación universal de la Iglesia
entera en todo tiempo y lugar. Llamamos estos concilios, los Siete
Concilios Ecuménicos. (Véase el diagrama.) Las
definiciones dogmáticas (dogma quiere decir “enseñanza oficial”)
y las decisiones canónicas de los Concilios Ecuménicos son consideradas
como inspiradas por Dios y expresan Su Voluntad para con los seres
humanos. Así, son fuentes esenciales de la doctrina Cristiana Ortodoxa. Aparte de
los Siete Concilios Ecuménicos, también hubo otros concilios locales cuyas
decisiones también han recibido la aprobación de todas las Iglesias
Ortodoxas del mundo y por lo tanto son consideradas como auténticas
expresiones de la fe y la vida ortodoxas. Las decisiones de estos
concilios son principalmente de carácter moral o institucional. Sin
embargo, también revelan la enseñanza de la Iglesia Ortodoxa.
CONCILIO |
AÑO |
FORMULACION |
Nicea I |
325 |
Formuló
la primera parte del Credo, definiendo la Divinidad del Hijo de Dios |
Constantinopla I |
381 |
Formuló
la segunda parte del Credo. Definiendo la Divinidad del Espíritu
Santo. |
Efeso |
431 |
Definió
a Cristo como el verbo Encarnado de Dios, y a María como Theotokos
(Madre de Dios) |
Calcedonia |
451 |
Definió
a Cristo como Dios Perfecto y Hombre Perfecto en Una sola y única
Persona. |
Constantinopla II |
553 |
Reafirmó la Doctrina de la Santísima Trinidad y de Cristo. |
Constantinopla III |
680 |
Afirmó
la Verdadera Humanidad de Jesús, insistiendo en la realidad de su
voluntad y acción humana. |
Nicea
II |
787 |
Afirmó
la legitimidad de los íconos como expresiones verdaderas de la Fe
Cristiana. |
"LOS
SANTOS PADRES" Existen en la Iglesia algunos santos que fueron teólogos y
maestros espirituales. Ellos defendieron y explicaron las doctrinas de la
Fe Cristiana. Estos santos se llaman los Santos Padres de la
Iglesia y sus enseñanzas se llaman las enseñanzas patrísticas. (La
palabra patrística viene de la palabra griega que quiere decir "padre".) Algunos de
los Santos Padres se llaman Apologetas, porque defendieron las
enseñanzas cristianas contra aquellas personas que desde fuera de la
Iglesia atacaban o ridiculizaban la Fe. Sus escritos se llaman
"apologías", que quiere decir "respuestas" o "defensas". Otros de
los santos padres defendieron la fe cristiana contra ciertos miembros de
la Iglesia que deformaban la verdad y vida del cristianismo, escogiendo
ciertas partes de la revelación y doctrina cristiana, y negando otros
aspectos. Aquellas personas que deformaron la fe cristiana y de esta forma
amenazaron destruir
la integridad de la Iglesia Cristiana se
llaman herejes, y sus doctrinas se llaman herejías. Por
definición herejía significa "selección", y un hereje es alguien
que elige lo que él desea según sus propias ideas y opiniones, eligiendo
ciertas partes de la Tradición Cristiana y rechazando otras. Por sus
acciones un hereje no sólo destruye la plenitud de la verdad cristiana
sino que también divide la vida de la Iglesia y provoca separaciones en la
comunidad.
Generalmente, la Tradición Ortodoxa considera que los que enseñan herejías
no solamente son equivocados o mal guiados o ignorantes. La Iglesia los
acusa de estar activamente conscientes de sus acciones, y por lo tanto, en
estado de pecado. No se considera como hereje, en el verdadero sentido de
la palabra, a la persona que es simplemente mal guiado o equivocado, o que
enseña lo que él cree ser la verdad sin que nadie se oponga a sus posibles
errores. Muchos de los Santos e incluso de los Padres Santos tienen
elementos en sus enseñanzas que cristianos de épocas más tardes han
considerado como erróneos o inexactos. Esto, por supuesto, no significa
que fueron herejes. No todos
los Santos Padres fueron defensores contra el error o herejía. Algunos
fueron ardientes predicadores, y fueron maestros importantes de la fe
cristiana, desarrollando y explicando su significado de una manera más
profunda y más completa. Otros fueron maestros de la vida espiritual,
dando instrucción a los fieles acerca del significado y método de la
comunión con Dios mediante la oración y la vida en Cristo. Aquellos otros
Padres que se concentraban en la lucha de la vida espiritual se llaman los
padres ascetas. El ascetismo se refiere al ejercicio y
preparación de los "atletas espirituales". Los padres que se concentraban
en cómo lograr la comunión espiritual con Dios se llaman los Padres
místicos. Se define el misticismo como la unión verdadera,
experiencial, con lo Divino. Todos los
Santos Padres, sean teólogos, pastores, ascetas o místicos, entregaron sus
enseñanzas a partir de la experiencia de su propia vivencia
en Cristo. Ellos defendieron, describieron y explicaron las
doctrinas teológicas y los caminos de la vida espiritual de su propio
conocimiento vivo de estas realidades. Unieron el brillo del intelecto con
la pureza del corazón y la vida excepcionalmente virtuosa. Por esto son
considerados Padres Santos de la Iglesia. Los
escritos de los Padres de la Iglesia no son infalibles, y aún más se ha
dicho que en las escrituras de algunos de los padres se puede encontrar
algunos aspectos que podrían ser cuestionables a la luz de la plenitud de
la Tradición de la Iglesia. Sin embargo, globalmente, los escritos de los
Padres, están asentados sobre los fundamentos bíblicos y litúrgicos de la
fe cristiana vivida, gozan de una gran autoridad dentro de la Iglesia
Ortodoxa y son fuentes fundamentales para la profundización de la doctrina
de la Iglesia. Los
escritos de algunos de los padres que han recibido la aprobación y
alabanza universal de la Iglesia durante los siglos son de particular
importancia. Entre ellos cuentan los de Ignacio de Antioquía, Ireneo de
Lyon, Atanasio de Alejandría, Basilio el Grande, Gregorio de Nisa,
Gregorio Nacianceno (llamado el Teólogo), Juan Crisóstomo, Cirilo de
Alejandría, Cirilo de Jerusalén, Máximo el Confesor, Juan de Damasco,
Focio de Constantinopla y Gregorio Palamás, así como los padres ascetas y
espirituales como San Antonio de Egipto, Macario de Egipto, Juan Clímaco,
Isaac de Siria, Efrem de Siria y Simeón el Nuevo Teólogo, entre otros.
A veces suele ser difícil para nosotros leer los escritos de
los Padres de la Iglesia ya que frecuentemente los problemas que trataron
eran muy complicados y su manera de escribir muy diferente al estilo
nuestro. Además, la mayoría de los escritos espirituales y ascetas
provienen de un ambiente monástico, debiendo ser transpuestas a nuestra
realidad para que sean comprensibles y útiles para nosotros que no somos
monjes o monjas. Sin embargo, es muy importante leer los escritos de los
Padres directamente. Se deben leer lentamente, poco a poco, con
pensamiento cuidadoso y mucha consideración, sin llegar a ninguna
conclusión rápida y caprichosa... de la misma manera en que se debe leer
la Biblia. Entre los Padres de la Iglesia, los escritos de San Juan
Crisóstomo son muy claros y directos, y muchas personas pueden leerlos,
recibiendo gran beneficio si se les da el esmero necesario. También existe
la Filocalia, una antología de escritos espirituales, que existen (por
lo menos una pequeña parte) traducidos al español, y que con la
consideración exigida puede ayudar al cristiano maduro que busca
discernimientos más profundos en la vida espiritual. "LOS
SANTOS" La doctrina de la Iglesia se encarna en la vida de los creyentes
verdaderos, los santos. Los Santos son aquellos que literalmente
comparten la Santidad de Dios. "Sed Santos, porque Yo, vuestro Dios, soy
Santo" (Levítico 11, 44; I Pedro 1, 16) Las vidas de los Santos atestiguan
la autenticidad y la verdad del Evangelio Cristiano, don verdadero de la
Santidad de Dios a los hombres. En la
Iglesia existen diferentes clases de Santos. Además de los Santos padres
quienes son glorificados específica y especialmente por sus enseñanzas,
hay otros tipos de santos según los aspectos particulares de su santidad. Así es que
se encuentran los apóstoles quienes son enviados para proclamar la
fe cristiana, los evangelistas quienes específicamente anuncian y
escriben los evangelios, y los profetas que son directamente
inspirados para hablar la Palabra de Dios a los hombres. Están los
confesores quienes han sufrido por la fe y los mártires quienes
mueren por la fe. Están las llamadas “personas santas”, santos que fueron
monjes o monjas; y los "justos", santos de entre los laicos. Además, los
libros litúrgicos tienen un titulo especial para los santos que eran del
clero y otro título especial para los que fueron monarcas o jefes de
estado. También hay una clasificación extraña que se denomina a los "locos
o insensatos por causa de Cristo". Estos son aquellos santos que
atestiguaron al Evangelio Cristiano del Reino de los Cielos mediante su
total despreocupación por aquellas cosas que generalmente las personas
consideran necesarias: ropa, comida, dinero, casa, seguridad, reputación
pública, etc. Reciben su nombre de la frase del Apóstol Pablo:
"Nosotros somos insensatos por Amor de Cristo" (I Cor. 4, 10; 3, 18) Existen
incontables volúmenes de escritos sobre las vidas de los santos en la
Tradición Ortodoxa. Estos se llaman “Hagiografías”. Su atenta lectura y
estudio puede dar muchos frutos espirituales para el descubrimiento del
significado de la fe y vida cristiana. En estas "vidas" se ve claramente
la visión cristiana de Dios, del ser humano y del mundo. Sin embargo, como
estos libros fueron escritos en épocas muy diferentes a la nuestra, es
necesario leerlos cuidadosamente y con mucha atención para poder
distinguir los puntos esenciales de los adornos artificiales y a veces
fantasiosos que frecuentemente fueron incluidos en ellos. En la Edad
Media, por ejemplo, era costumbre adaptar las vidas de los santos a obras
literarias de épocas anteriores e inclusive adornar las vidas de los
santos menos conocidos para que fueran más parecidas a santos anteriores
del mismo tipo. También era bastante común agregar muchos elementos,
particularmente acontecimientos sobrenaturales y milagrosos de lo más
extraordinario, para volver más creíble la genuina santidad del santo,
aumentar su verdadera bondad y espiritualidad, y para alentar a sus
oyentes o a los lectores para imitar sus virtudes. En muchos casos lo
milagroso era exagerado para enfatizar la rectitud ética y la pureza del
santo frente a sus detractores. Por lo
general, no es difícil distinguir en las vidas de los Santos entre los
elementos definitivamente verdaderos, y los detalles y adornos que fueron
agregados en el espíritu de piedad y entusiasmo en épocas posteriores. Se
debe hacer el esfuerzo necesario para discernir cuál es la verdad esencial
en las vidas de los santos. Sin embargo, el hecho de que elementos
naturales de la naturaleza milagrosa fueran agregados a las vidas de los
santos durante la Edad Media con el objetivo de educar, entretener e
incluso hasta divertir, no debe llevarnos a la conclusión que todo lo
milagroso que encontramos en las vidas de los santos es inventado por
algún motivo literario o moralizante. Por el contrario, se debe insistir
que una lectura atenta de las vidas de los santos casi siempre revelará lo
que es auténtico y verdadero en lo milagroso. Además, como ya hemos dicho,
y con razón, podemos también aprender casi tanto acerca del verdadero
significado del cristianismo de las leyendas de los santos producidas
dentro de la Tradición de la Iglesia como de las mismas vidas auténticas. "LOS
CANONES"Existen leyes canónicas de los Concilios ecuménicos, de los
concilios provinciales y locales, y de algunos padres de la Iglesia que
han sido aceptadas por toda la Iglesia Ortodoxa como normas para la
doctrina y práctica cristiana. Como palabra, canon literalmente
significa regla, norma o mandato de juicio. En este sentido los cánones no
son leyes absolutas en el sentido jurídico y no se las puede identificar
con el concepto de leyes como se entiende y funciona en la jurisprudencia
humana. En los
cánones de la Iglesia se distinguen primero entre los que son de una
naturaleza dogmática o doctrinal, y los que son de un carácter práctico,
ético o institucional. Luego, además, se hace la diferencia entre aquellos
que pueden ser alterados o cambiados, y los que no pueden ser alterados
por ningún motivo en ninguna circunstancia. Los cánones
dogmáticos son aquellas definiciones conciliares que hablan acerca de
algún artículo de la fe cristiana; como por ejemplo, la naturaleza y la
persona de Jesucristo. Aunque es posible explicar y desarrollar tales
cánones en nuevas y diferentes palabras, particularmente mientras la
Tradición de la Iglesia crece y se desarrolla en el tiempo, su significado
esencial permanece siempre eterno y sin variar. Algunos de
los cánones de carácter moral y ético también pertenecen a los que son
inalterables. Estos son los cánones morales cuyo significado es absoluto y
eterno, y cuya violación no podría ser justificada de ninguna manera.. Los
cánones que prohíben la venta de los sacramentos de la Iglesia
corresponden a esta clase. Pero
también existen cánones de naturaleza práctica que pueden ser cambiados y
que, de hecho, han sido cambiados durante la vida de la Iglesia. Un
ejemplo de este tipo es el canon que requiere que los sacerdotes de la
Iglesia no puedan ser ordenados antes de cumplir los treinta años de edad.
Se puede decir que aunque este tipo de canon permanece y ciertamente fija
un ideal que teóricamente todavía puede ser valioso, las necesidades de la
Iglesia han requerido que este canon a veces sea variado. Del mismo modo,
existen otros cánones que podrían ser modificados, pero que hasta ahora
permanecen sin variar, ya que la Iglesia ha mostrado el deseo de
mantenerlos. Un ejemplo de este tipo de canon es el que requiere que los
Obispos de la Iglesia sean elegidos del clero célibe o viudos. No siempre
es fácil de descubrir cuáles cánones expresan puntos esenciales de la vida
cristiana y cuáles no. A menudo hay períodos de controversia sobre ciertos
cánones en cuanto a su aplicabilidad en épocas y condiciones determinadas.
Sin embargo, estos factores no deben llevar a confusión a los miembros de
la Iglesia, ni a la tentación de, o bien hacer cumplir todos los cánones
ciegamente con igual rigor y dándoles igual valor, o bien de rechazar
todos los cánones como sin importancia real.
En primer
lugar, los cánones son " de la Iglesia" y por lo tanto, no se debe
considerarlos como "leyes absolutas" en el sentido
jurídico; en segundo lugar, ciertamente los cánones no son exhaustivos, y
no cubren todos los aspectos posibles de la fe y vida cristianas; en
tercer lugar, los cánones fueron enunciados en gran parte como respuesta a
algún problema particular tocante al dogma o a la moral, o bien a alguna
desviación surgida en la vida de la Iglesia, y que por lo tanto llevan las
marcas de alguna controversia específica que sobrevino en el curso de la
historia que ha acondicionado no solamente su formulación particular sino
incluso su propia existencia. Tomados
aisladamente, los cánones de la Iglesia pueden parecer falaces y
engañosos, de suerte que las personas superficiales pueden decir, “O bien
se los aplica a todos, o bien se los rechaza en bloc”. Sin embargo,
tomados en su conjunto, dentro de la plenitud de la vida Ortodoxa:
teológica, histórica, canónica y espiritual, estos cánones ciertamente
cumplen bien su rol y responden a las necesidades, y muestran ser una
rica fuente para el descubrimiento de la Verdad viva de Dios en la
Iglesia. Para apreciar verdaderamente los cánones de la Iglesia, los
factores principales son el conocimiento cristiano y la sabiduría
Cristiana, que nacen de un estudio serio y de la profundidad espiritual.
No existe otra "clave" en su uso; otra forma, según nuestra Fe Ortodoxa,
no seria ni ortodoxa ni cristiana. "EL ARTE
ECLESIASTICO" La Iglesia Ortodoxa posee una rica tradición de iconografía,
así como otras expresiones de arte sacro: música, arquitectura, escultura,
bordado, poesía, etc. Esta tradición artística está basada en la doctrina
cristiana ortodoxa de la creatividad humana, arraigada en el amor de Dios,
para con los seres humanos y toda la creación. Las
expresiones artísticas del ser humano y las bendiciones e inspiraciones
del Dios Vivo se funden en una creatividad artística santa que expresa
efectivamente las mas profundas verdades de la visión Cristiana de Dios,
del hombre y de la naturaleza. Esto es posible, porque el hombre es creado
a la imagen y semejanza de Dios, y porque Dios tanto amó al hombre y al
mundo, que los creó, los salvó y los glorificó mediante Su propia Venida
en Cristo y el Espíritu Santo. El ícono
es el mas alto logro artístico de la Ortodoxia. Es una proclamación del
Evangelio, una enseñanza doctrinal y una inspiración espiritual en colores
y formas. El ícono Ortodoxo tradicional no es una mera pintura religiosa.
No es una representación pictórica de algún santo o acontecimiento
cristiano a la manera de una fotocopia. Es, al contrario, la expresión de
la eterna y divina realidad, del significado y razón de ser de la persona
o acontecimiento representado en él. En la libertad bondadosa de la
inspiración divina, el ícono describe su tema como humano, pero a la vez
"lleno de Dios"; terrestre, pero también celestial; físico mas a la vez
espiritual, "llevando en sí la marca de la Cruz", pero, sin embargo,
siempre lleno de gracia, luz, paz y alegría. De esta manera el ícono
expresa un "realismo" mas profundo que aquella que podría mostrar una
simple reproducción de los rasgos físicos externos de la persona o
acontecimiento histórico. Así, en su propia y única manera, los varios
tipos de iconos Ortodoxos, mediante su forma, estilo y modo particular de
representación, como mediante sus contenidos y su uso dentro de la
Iglesia, son una fuente inagotable de la revelación de la Doctrina y Fe
Ortodoxa. Además del
ícono, se puede hablar de la expresión musical también como una fuente
para el descubrimiento de la concepción del mundo propia al Cristianismo
ortodoxo. En este caso, sin embargo, existe una dificultad más grande por
razón de la pérdida que se ha experimentado en años recientes del
significado litúrgico y teológico de la música en la Iglesia. Pero del
mismo modo que se está experimentando un redescubrimiento del significado
teológico del tradicional ícono Ortodoxo, también se redescubre el
tradicional significado doctrinal de la música Ortodoxa. El proceso en
este último caso, sin embargo, es mucho más lento y mucho más difícil, y
menos evidente para la gente común. La
tradicional arquitectura ortodoxa también expresa la doctrina de la
Iglesia, particularmente en cuanto a su énfasis sobre la presencia divina,
"Dios con nosotros", y una comunicación total del hombre y el mundo con
Dios en Cristo. El uso del techo, la cúpula, la forma de los edificios y
la distribución en ellos, la colocación de los íconos, el uso de
vestimentas, etc., todos expresan las enseñanzas de la Iglesia. La
tradicional arquitectura Ortodoxa, como las otras formas del de Arte
Ortodoxo, es una expresión de la doctrina Cristiana Ortodoxa de la
creación, la salvación y la vida eterna. Es un
ejercicio espiritual muy importante para nosotros cristianos estudiar los
santos iconos y los himnos de la liturgia de la Iglesia. Uno puede
aprender mucho acerca de Dios y sus acciones en medio de los hombres,
mediante la contemplación cuidadosa y devota de las expresiones artísticas
de la doctrina y vida de la Iglesia. (véase el texto, Vida Litúrgica y
Oración en la Iglesia Ortodoxa, del mismo autor.) CAPITULO 2
El
Credo de la Iglesia se llama el Credo Niceo-Constantinopolitano, pues fue
escrito formalmente durante el Primer Concilio Ecuménico en Nicea (en
al año 325) y durante el Segundo Concilio Ecuménico en la ciudad de
Constantinopla (año 381) La palabra
"Credo" viene del latín "credo" que quiere decir "yo creo". En la Iglesia
Ortodoxa nos referimos al Credo como el Símbolo de la Fe, que
literalmente significa la "reunión" y la "expresión" o la "confesión" de
la fe. En la
Iglesia primitiva existían muchas diversas formas de la confesión
cristiana de la fe, muchos "credos". Estos credos originalmente siempre
fueron usados en ocasión del
Bautismo. Antes de ser bautizada, cada persona debía proclamar su fe. El
mas primitivo credo cristiano probablemente fue la simple confesión de fe
afirmando que Jesús es el Cristo, es decir, el Mesías; y que Cristo es el
Señor. Confesando públicamente esta creencia de fe, la persona entonces
podía ser bautizada en Cristo, muriendo y resucitando con Él a la Nueva
Vida del Reino de Dios, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Con el
del pasar el tiempo, en diferentes lugares se desarrollaron diversos
credos, todos profesando exactamente la misma fe, pero empleando formas y
expresiones variadas con diferentes grados de detalle y énfasis. Estas
formas de credos cristianos se desarrollaron de manera más elaborada y
detallada en aquellos lugares donde habían surgido problemas acerca de la
fe y donde habían aparecido herejías. En el siglo
cuarto una gran controversia se desarrolló en el cristianismo acerca de la
naturaleza del Hijo de Dios, a quien también la Escritura se
refiere como el Verbo o Logos. Algunos decían que el Hijo de Dios era una
criatura hecha por Dios como todo lo creado. Otros insistían que el Hijo
de Dios es eterno, divino y no creado. Hubo muchos concilios que hicieron
numerosas afirmaciones acerca de la fe en la naturaleza del Hijo de Dios.
La controversia se extendió por todo el mundo cristiano.
Finalmente, fue la definición proclamada por el concilio convocada por el
Emperador Constantino en la ciudad de Nicea en el año 325, la que
finalmente fue aceptada por toda la Iglesia como su Símbolo de Fe. Ahora
consideramos este concilio como el Primer Concilio Ecuménico. Su
proclamación fue la siguiente: Creemos
en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra, y
de Todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor Jesucristo,
Hijo Unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Luz de
luz, verdadero Dios de Dios verdadero; engendrado, no creado;
consubstancial al Padre; por quién fueron hechas todas las cosas; quien
por nosotros los hombres y para nuestra salvación bajó de los cielos, se
encarnó del Espíritu Santo y Maria Virgen, y se hizo hombre. Fue
crucificado también para nosotros bajo el poder de Poncio Pilatos, padeció
y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras. Subió a
los cielos y está sentado a la diestra del padre; y vendrá de nuevo con
gloria a juzgar a los vivos y a los muertos. Y Su Reino no tendrá fin. Después
de la controversia acerca del Hijo de Dios, el Verbo de Dios, y
esencialmente unido con ella, surgió un conflicto sobre el Espíritu Santo.
La siguiente definición proclamada por el Concilio de Constantinopla en el
año 381 (que ahora se conoce como el Segundo Concilio Ecuménico), fue
agregada al texto de Nicea: Y
(creemos) en el Espíritu Santo, Señor y Vivificador, que procede del
Padre; que con el Padre y el Hijo es juntamente adorado y glorificado; que
habló por los profetas. Y en Una Iglesia Santa, Católica y Apostólica.
Confieso un solo bautismo para la remisión de los pecados. Espero la
resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero. Amén. Este
Símbolo de Fe completo fue finalmente adoptado en toda la Iglesia. Se
puso en la primera persona singular "Creo", y se usa para la confesión de
fe oficial y formal que una persona (o su padrino) hace en el momento de
su bautismo. También es la confesión de fe que hace el no-ortodoxo al
entrar oficialmente en la comunión a la Iglesia Ortodoxa. Del mismo modo
el Credo se ha hecho parte de la vida cotidiana de los Cristianos
Ortodoxos y un elemento esencial de la Divina Liturgia de la Iglesia
Ortodoxa en la cual cada persona formal y oficialmente acepta y renueva
sus promesas bautismales y confirma ser miembro de la Iglesia. Así, el
Símbolo de la Fe es la única parte de la Liturgia (repetida de otra
forma antes de la Santa Comunión) que está en primera persona
singular. Todos los otros himnos y oraciones de la Liturgia están en
plural, comenzando con "nosotros". Unicamente la Confesión de Fe
comienza con "yo". Esto, como ya veremos, es así porque la fe es
primeramente personal y solo después un acto comunitario. Ser
Cristiano Ortodoxo significa afirmar la Fe Cristiana Ortodoxa, no
solamente las palabras, sino también el significado esencial del Símbolo
de Fe Niceno-Constantinopolitano. Esto asimismo significa afirmar todo lo
que esta confesión implica, y todo lo que ha sido expresamente
desarrollado a partir de ella y fundado sobre ella en el curso de la
historia de la Iglesia Ortodoxa durante los siglos, hasta el día de hoy. Yo creo... "FE"La
Fe es el fundamento de la Vida Cristiana. Es la virtud fundamental de
Abraham, el antepasado de Israel y de la Iglesia Cristiana. "Abraham
creyó en el Señor, y le fue contado por justicia." (Génesis 15, 6) Jesús
comienza su ministerio con el mismo llamado a
tener fe. "Jesús vino a Galilea predicando el Evangelio del
Reino de Dios, diciendo: el tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios se
ha acercado; arrepentios, y creed en el Evangelio." (Marcos 1, 15) Durante
toda su vida, Jesús llamaba a las personas a tener fe; fe en Él mismo, fe
en Dios Su Padre, fe en el Evangelio, fe en el Reino de Dios. La condición
fundamental para la vida cristiana es la fe, pues junto con la fe, viene
la esperanza y el amor y cada buena obra y todo don beneficioso y todo
poder del Espíritu Santo. Esto es la doctrina de Cristo, de los Apóstoles
y de la Iglesia.
Categóricamente la fe se define en las Santas Escrituras como "la
certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve."(Hebreos
11, 1) Existen
básicamente dos aspectos de la fe; uno tal vez podría decir, dos
significados de la fe. El primero es fe "en" alguien o "en " algo; la fe
como reconocimiento de la realidad, de la veracidad, de la autenticidad de
estas personas o cosas y del valor que se les da. Por ejemplo, fe en Dios,
en Cristo, en la Santísima Trinidad, en la Iglesia. El segundo es la fe en
el sentido de confianza. En este sentido, por ejemplo, uno no meramente
cree en Dios, en su existencia, bondad y verdad; sino que, además, uno le
cree a Dios, confía en Su palabra, confía en Su presencia, se entrega con
seguridad y convicción a Sus promesas. El cristiano necesita ambos tipos
de fe. Uno debe creer en ciertas cosas con mente, corazón y alma; y luego
vivir por ellas en el transcurso de cada día
de la vida. A veces se
opone la fe con la razón, y la creencia con el conocimiento, como si
fueran opuestas. Según la Ortodoxia, fe y razón, creencia y conocimiento,
ciertamente son dos cosas diferentes pero que, sin embargo, son cosas
diferentes que siempre permanecen juntas, y que jamás pueden estar
opuestas o separadas. En primer
lugar, uno no puede creer en algo que no tiene o conoce de alguna forma.
Una persona no puede creer en algo acerca del cual no sabe absolutamente
nada. En segundo lugar, lo que uno cree y confía debe ser razonable. Si a
uno le piden creer en la divinidad de una vaca, o confiar en un ídolo de
madera, uno se negaría a hacerlo por el hecho de que no es razonable
hacerlo. Así, la fe debe tener sus razones válidas, se debe construir
sobre el conocimiento; jamás debe ser ciega. En tercer lugar, el mismo
conocimiento a menudo se apoya en la fe. Es imposible llegar al
conocimiento de algo mediante un escepticismo absoluto. Si algo se conoce,
es porque existe una cierta fe en las posibilidades del ser humano de
conocerlo, y una verdadera confianza en que los objetos del conocimiento
realmente "se están mostrando" y que la mente y los sentidos no están
actuando con engaño. También, con relación a casi toda palabra escrita,
especialmente aquellas que se relacionan a la historia, el lector está
llamado a hacer un acto de fe.
Debe creer que lo que está diciendo el autor es la verdad; y por lo tanto,
debe tener cierto conocimiento y ciertas razones por haberle dado su
confianza.
Frecuentemente es sólo cuando alguien entrega su confianza y cree algo,
que es capaz de "ir mas allá", por así decir, y finalmente lograr el
conocimiento y comprensión de cosas que nunca hubiera comprendido antes.
Es cierto que algunas cosas permanecen oscuras y carentes de sentido, a
menos que sean vistas a la luz de la fe, la cual entonces provee una
manera de explicar y comprender su existencia y significado. Así, por
ejemplo, el fenómeno de la muerte y el sufrimiento se entendería de forma
muy diferente por alguien que cree en Cristo a como la entendería alguien
que cree en otra religión o filosofía o que no cree en nada. La fe
siempre es personal. Cada persona debe creer por sí mismo. Nadie puede
creer por otro. Muchas personas pueden creer y confiar en las mismas cosas
porque comparten una unidad de conocimiento, razón, experiencia y
convicciones. Puede existir una comunidad de fe y una unidad de fe. Pero
esta comunidad y unidad necesariamente comienza con, y se basa en, la
confesión de fe personal e individual. Por esto el
Símbolo de Fe en la Iglesia Ortodoxa, no solamente en los bautismos y en
los ritos oficiales de entrada a la Iglesia, sino también en las oraciones
diarias y en la Divina Liturgia, siempre se mantiene en primera persona
singular. Si nosotros podemos orar, ofrecer, cantar, alabar, pedir,
bendecir, regocijar, y encomendarnos a nosotros mismo y los unos a los
otros a Dios en la Iglesia y en tanto que Iglesia, es únicamente porque
cada uno de nosotros individualmente podemos decir honesta y sinceramente,
con la convicción del corazón: "Señor, creo...", agregando, como
necesario, las palabras de ese padre
en el Evangelio, "Ven en ayuda de mi incredulidad." (Marcos
9, 24) Para que
nuestra fe realmente sea verdadera, la debemos expresar en nuestra vida
diaria. Debemos actuar según nuestra fe por la bondad y poder de Dios que
actúa en nuestras vidas. Esto no quiere decir que "tentamos" a Dios o
"probamos a Dios" haciendo cosas innecesarias y ridículas sólo para ver si
acaso Dios participa en nuestra tontería. Pero significa que si vivimos
por la fe en la búsqueda de nuestra rectitud, podremos mostrar con
nuestras propias vidas que Dios estará con nosotros, ayudándonos y
guiándonos en todo. Para que
nuestra fe crezca y se fortalezca, debemos ejercer nuestra fe. Cada
persona debe vivir según la medida de fe que tenga, no importa cuán
pequeña, débil e imperfecta sea. Al actuar según la fe que uno tenga, se
otorga confianza en Dios y en la certeza de Su Divina Presencia, y con la
ayuda de Dios muchas cosas que antes creíamos imposibles o que nunca jamás
imagináramos, se hacen posibles.
"DIOS"Un
solo Dios, Padre Todopoderoso... La fe
fundamental de la Iglesia Cristiana es en un solo Dios, Verdadero y
Viviente. "Oye
Israel: el Señor nuestro Dios, es el único Señor. Tu amaras al Señor Tu
Dios de todo corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas
palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a
tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el
camino, y al acostarte, y cuando te levantes".
(Deut. 6, 4 al 8) Cristo cita
estas palabras de la ley de Moisés como el primer y más grande
mandamiento. (Mc.12, 29) Ellas siguen al enunciado de los Diez
Mandamientos que comienzan así: "Yo
Soy el Señor Tu Dios; no tendrás otros dioses delante de mi".(Deut.5,
6-7) El Señor
único y Dios de Israel reveló al ser humano el misterio de Su Nombre. "Dijo
Moisés a Dios..."si ellos me preguntaren:
¿Cuál es su Nombre? qué les responderé?. Y respondió Dios a Moisés: Yo soy
el que Soy. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel. "Yo Soy" me envía a
vosotros. Además, dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: El
Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y
Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre;
por el se me invocará por todos
los siglos" (Éxodo 3, 13-15) El nombre
de Dios es Yahvé (Jehová) que significa: Yo Soy Quien Soy; o Yo Soy El que
Soy; o Yo Seré lo que Seré; o simplemente Yo Soy. Él es el Verdadero Dios,
El Dios Vivo, el Único Dios. Él es fiel y leal a Su Pueblo. Revela a ellos
su palabra Divina y Santa. Les da Su Divino y Santo Espíritu. Se llama
Adonay: el Señor; y su Santo nombre de Yahvé nunca es pronunciado por
las personas debido a su gran Santidad. Solamente el sumo sacerdote, y
sólo una vez al año, y únicamente en el santuario del Templo de Jerusalén,
se atrevía a pronunciar el divino nombre de Yahvé. En todas las otras
ocasiones, Yahvé es llamado como el Señor Todopoderoso, como el Dios
Altísimo, como el Señor Dios de Sabaot, el Dios de los Ejércitos
angélicos. Según la
Santa Escritura y la experiencia de los Santos del Antiguo y Nuevo
Testamento, Yahvé es absolutamente Santo. Literalmente esto quiere decir
que Él es totalmente diferente a cualquier otra persona o cosa que existe.
(La palabra Santo significa totalmente separado, diferente,
otro) Según la
Tradición Bíblica Ortodoxa, el solo hecho de decir que "Dios existe" se
debe calificar como la afirmación que Él es tan Único y tan Perfecto que
no se puede comparar Su Existencia a la de ningún otro ser. En este
sentido Dios está "mas allá de la existencia" o "más allá de ser".
Así habría gran renuencia, según la doctrina Ortodoxa, de decir
simplemente que Dios "es" o "existe" tal como todo lo otro "es" o
"existe", o decir que Dios es simplemente el "Ser Supremo" en la misma
cadena de existencia tal como todo lo demás en la creación. En este
mismo sentido la Doctrina Ortodoxa mantiene que la Unidad de Dios tampoco
es meramente equivalente al concepto matemático o filosófico de "uno"; ni
tampoco su vida, su bondad, su sabiduría y todos los poderes y virtudes
atribuidos a Él pueden ser equivalentes a cualquier idea, aun la idea mas
alta, que el hombre jamás pueda tener acerca de tal realidad. Sin
embargo, después de haber hablado acerca del peligro de una idea o un
concepto demasiado simplista o demasiado positivista acerca de Dios, la
Iglesia Ortodoxa, en base de la experiencia viva de Dios que han tenido
los Santos, afirma lo siguiente: ciertamente podemos decir que Dios existe
perfecta y absolutamente como Aquel que es vida, bondad, verdad, amor,
sabiduría, conocimiento, unidad, pureza, alegría y simplicidad perfectos y
absolutos; la perfección y super-perfección de todo cuanto el ser humano
conoce como santo, verdadero y bueno. Es este mismo Dios quien es
precisamente confesado en la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo como
"... Dios, inefable, inconcebible, invisible, incomprensible, siempre
existente y eternamente igual." Es este
Dios -El Yahvé de Israel- que Cristo proclama es Su Padre. El Dios
Todopoderoso es conocido como "Padre" mediante Su Hijo Jesucristo. Jesús
enseñó a los seres humanos a llamar al Todopoderoso, al Señor Dios de los
Ejércitos, por el nombre de Padre. Antes de Jesús, nadie se atrevía a
rezar a Dios con el nombre tan íntimo de Padre. Fue Jesucristo quien dijo,
"Orad entonces así: Padre nuestro que estas en los cielos...". Jesús ha
podido llamar a Dios Padre porque Él es el Hijo Unigénito de Dios.
Los Cristianos llaman a Dios Padre porque mediante Cristo reciben
el Espíritu Santo y llegan a ser hijos
de Dios ellos mismos. "Pero
cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de
mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la
ley a fin de que recibiésemos la adopción de hijo, y por cuanto sois
hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual
clama: Abba, Padre!. Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo,
también heredero de Dios por medio de Cristo". (Gálatas 4, 4 al 7; la
lectura de la Epístola para la Navidad de Cristo en la Iglesia Ortodoxa) Así
ningún ser humano es por naturaleza hijo de Dios y nadie puede llamar a
Dios Padre fácilmente. Lo podemos hacer únicamente por Cristo y el don del
Espíritu Santo. Y así proclamamos en la Divina Liturgia: Y haznos
dignos, oh Soberano Señor de que con confianza y sin condenación nos
atrevamos a llamarte a Ti, Dios Padre Celestial y a decirte: Padre
nuestro, que estás en los cielos... Al
contemplar la revelación de Dios Nuestro Padre en la vida de Su Pueblo en
el Antiguo Testamento y en la vida de la Iglesia en el Nuevo Testamento,
el ser humano puede comprender ciertos atributos y características de
Dios. Primero, claramente se ve que Dios es Amor, y que en todas sus
acciones en y hacia el mundo, Dios Padre expresa Su Naturaleza como Amor
mediante Cristo y el Espíritu Santo. "Amados,
amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es
nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios;
porque Dios es amor. En esto
se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió su Hijo
Unigénito al mundo, para que vivamos por El. En esto consiste el amor, no
en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y
envió a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Y
nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para nosotros.
Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios y Dios en el".
(I Juan 4, 7 al 16) "...El
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
que nos fue dado". (Romanos 5, 5) Siendo el
Dios que es Amor, Nuestro Padre en los cielos hace todo lo que pueda por
la vida y la salvación del ser humano y del mundo entero. Esto hace pues
es misericordioso y bondadoso,
de mucha paciencia y compasivo, y quiere perdonar y absolver los pecados
del ser humano para que pueda compartir la vida y el amor de Dios. Se
recuerdan estos atributos de Dios en el Salmo 103: "Bendice
alma mía al Señor, y no olvides ninguno de Sus Beneficios. Él es Quien
perdona todas tus iniquidades, Él que sana todas tus dolencias.
Misericordioso y compasivo es el Señor; lento para la ira, y grande en
misericordia". (Salmo 103)
Creador del
Cielo y de la Tierra... La Iglesia
Ortodoxa cree que Dios Padre es el "Creador del Cielo y de la
Tierra y de todas las cosas visible e invisibles". Crear
significa hacer algo de la nada; traer a la existencia algo que antes no
existía; o, nuevamente citando la Liturgia de San Juan Crisóstomo,
"traer desde la no-existencia a la existencia". La Doctrina
Ortodoxa de la Creación es que Dios ha traído todo y todos los que
existen desde la no-existencia a la existencia. La descripción de la
creación que encontramos en las Sagradas Escrituras se encuentra
primeramente en el capítulo 1 de Génesis. El fundamental punto doctrinal
acerca de la creación es que sólo Dios no fue creado y es eterno. Todo lo
que existe aparte de Dios fue creado por Él. Dios, sin embargo, no creó
todo individualmente y a la vez. Creó las primeras fundaciones de la
existencia, y luego durante mucho tiempo (tal vez millones de años -Véase
II Pedro 3, 8) esta primera fundación de la existencia, por el poder que
Dios la otorgó, dio a luz a las otras criaturas de Dios: "Produzca la
tierra hierba verde, hierba que da semilla... Produzcan las aguas seres
vivientes... Produzca la tierra seres vivientes según su género..."
(Génesis 1, 11, 20, 24) Así, aunque
Dios es sin duda el Creador de todo, El actúa gradualmente en el tiempo y
mediante lo que Él ha hecho previamente, a los que ha dado potenciales y
poderes de producir vida. Según la Fe
Ortodoxa, todo lo que Dios ha hecho es “muy bueno”: los cielos, la tierra,
las plantas, los animales, y finalmente el propio ser humano. (Génesis 1,
31) Dios esta complacido con la creación y ha hecho todo sólo para que
pueda participar en Su propia Existencia, Divina y No-Creada y que viva
por Su propio divino "Aliento de vida"(Génesis 1, 30; 2, 7) . "Por la
palabra del Señor fueron hechos los cielos y todo su ejercito por el
aliento (o espíritu) de Su boca. Él junta como dique
las aguas del mar; él pone en depósito los abismos. Tema al Señor
toda la tierra; teman delante de Él todos los habitantes del mundo. Porque
Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió." (Salmo 33, 6 al 9) En los
versos del Salmo que aquí citamos así como en el libro de Génesis vemos la
presencia y acción del Verbo (Palabra) de Dios y del Espíritu de Dios.
Dios el Padre crea todo lo que existe mediante Su Divino Verbo: "Dijo
Dios... y fue así" y por Su Divino Espíritu quien "se movía sobre la faz
de las aguas." (Génesis 1, 2) Aquí ya se vislumbra la Santísima Trinidad,
la que será plenamente revelada en el Nuevo Testamento cuando el Verbo se
encarne y cuando el Espíritu Santo descienda en persona sobre los
discípulos de Jesús en el día de Pentecostés. Debemos
especialmente señalar la bondad del mundo físico creado. En el
cristianismo Ortodoxo no existe el dualismo. No hay ninguna
enseñanza que diga que el "espíritu" es bueno y la "materia" mala, que el
"cielo" es bueno y la "tierra" mala. Dios ama con Su Amor Eterno a toda
Su Creación material y, como veremos, cuando la creación física es
desfigurada por el pecado, Él hace todo lo que está en Su Poder para
salvarla. Amando a
toda su creación, Dios Padre mora en el mundo que ha creado por su bondad
y amor a la humanidad. La Omnipresencia de Dios es uno de los
Atributos Divinos del Creador que se enfatiza particularmente en la
enseñanza Cristiana Ortodoxa. Este hecho se confirma directamente en la
Oración al Espíritu Santo que se reza al comienza de todo el culto
Ortodoxo: Oh Rey
Celestial, Paráclito, Espíritu de la Verdad, que estas en todas partes y
todo lo llenas, Tesoro de todo lo bueno y Dador de la Vida, ven y mora en
nosotros, purifícanos de toda mancha y salva nuestras almas, oh Bondadoso. El hecho
de que nosotros los Cristianos rezamos, "Padre Nuestro, que estas en los
cielos..." también afirma que Dios está presente en todo lugar, pues donde
quiera que vaya un hombre sobre la faz de la tierra, por los mares o en el
aire, los cielos lo rodean con la presencia de Dios. El Señor Jesucristo,
para que los hombres reconocieran que el Verdadero Dios, Su Padre, no está
atado a un lugar en particular u otro, como lo fueron los dioses paganos,
enseña el ser humano a rezar al Padre "en los cielos". Pues el Único Dios,
Verdadero y Vivo, está presente en todos, sobre todo, abarcando y
conteniendo todo con Su Providencia y Protección Celestial. El Dios que
está "Sobre todo" también está "por todos, y en todos" (Efesios 4, 5).
Mediante Su Verbo (Palabra) y Su Espíritu Santo, Dios "todo lo llena en
todo." (Efesios 1, 10. 23) Así, el
Apóstol San Pablo también proclamó a los atenienses, que si los hombres lo
reconocen o no, "en Él vivimos, y nos movemos, y somos," pues "Él no está
lejos de cada uno de nosotros". (Hechos 17, 27 al 28) Se
atestigua muy hermosamente la omnipresencia de Dios en Su Creación, y
nuestra propia presencia delante de Él, en el Salmo 139: A donde
me iré de tu Espíritu?. Y a donde huiré de tu presencia? Si subiere a los
cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí
Tú estas. Si
tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, Aun allí me
guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las
tinieblas me encubrieran; Aun la noche resplandecerá alrededor de mi. Aun
las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo
mismo te son las tinieblas que la luz.
Todas las cosas
visibles e invisibles. Además de
la creación física y visible, existe también un mundo invisible creado por
Dios. A veces la Biblia se refiere a él como "los cielos" y a veces como
aquello que está "arriba de los cielos". Sea lo que sea su descripción
simbólica en la Sagrada Escritura, el mundo invisible definitivamente no
forma parte del universo material, físico. No está situado en el espacio;
no tiene dimensiones físicas. Y entonces no puede ser localizado, y no
ocupa ningún "lugar" que pueda ser alcanzado después de un viaje entre
las galaxias del universo físicamente creado.
Sin
embargo, el hecho de que el mundo invisible y creado sea puramente
espiritual y no pueda ser encontrado en un mapa del mundo material creado,
no hace que sea menos real o que no exista verdaderamente. La creación
invisible existe como algo diferente, distinto al mundo creado visible y,
por supuesto, totalmente diferente a la existencia absolutamente super-divina
y no-creada del Dios no-creado. La realidad
creada invisible está constituida de los ejércitos de los poderes
incorpóreos, que generalmente se llaman (y mas bien incorrectamente)
los Ángeles. Los
ángeles (que literalmente significa "mensajeros"), son, estrictamente
hablando, solo una de las órdenes entre los poderes incorpóreos del
mundo invisible. Según las
Sagradas Escrituras y la Tradición Ortodoxa, existen nueve órdenes de los
poderes incorpóreos o Ejércitos (Sabaoth significa "ejércitos" o
"coros" u “órdenes” ). Existen ángeles, arcángeles,
principados, potestades, virtudes, dominios,
tronos, querubines y serafines. Estos dos últimos son
descriptos como ofreciendo gloria y adoración continua a Dios con la
incesante y eterna proclamación: Santo!, Santo!, Santo! (Isaias 6, 3;
Apocalipsis 4, 8). Los dominios, tronos, virtudes, potestades y
principados, no son muy conocidos de los hombres, mientras que los ángeles
y arcángeles se conocen como trabajadores activos, guerreros y mensajeros
del Señor en el mundo. Así, los ángeles y arcángeles luchan contra el mal
espiritual, y median entre Dios y el mundo. Aparecen a los hombres en
variadas formas en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento, tanto
como en la Vida de la Iglesia. Los ángeles son portadores del poder y la
presencia de Dios, y son mensajeros de Su palabra para la salvación del
mundo. Los ángeles que son mejor conocidos son Gabriel (cuyo nombre
significa "hombre de Dios"), que es el portador de la buena nueva del
Nacimiento de Cristo (Daniel 8, 16; 9, 12; Lucas 1, 19, 26), y Miguel (que
quiere decir "aquel que es semejante a Dios") cabeza de los ejércitos
espirituales de Dios (Daniel 11, 13; 12, 1; Judas 9; Apocalipsis 12, 7).
Generalmente las apariencias de los poderes incorpóreos se describen a
los hombres de una manera física ("de seis alas e innumerables ojos"; o en
la "forma de un hombre"). Sin embargo, se debe entender claramente que
estas son descripciones simbólicas solamente. Por naturaleza y definición
los ángeles no tienen cuerpos y no poseen propiedad material de ningún
tipo. Son seres estrictamente espirituales. Además de
los poderes espirituales creados que llevan a cabo la voluntad de Dios,
existen, según nuestra Fe Ortodoxa, los que se rebelan contra Él y obran
el mal. Estos son los demonios o diablos (que literalmente
significa "aquellos que destruyen"). Se los ve obrar en el Antiguo
Testamento y en el Nuevo, así como en las vidas de los Santos de la
Iglesia. Satanás
(cuyo nombre quiere decir enemigo o el adversario) es un
nombre para el diablo, el líder de los espíritus malignos. Es identificado
en el símbolo de la Serpiente de Génesis 3 y como el tentador de Job y de
Jesús (Job 1, 6; Marcos 1, 33). Es nombrado por Cristo como un engañador y
mentiroso, el "padre de las mentiras" (Juan 8, 44) y el "príncipe de este
mundo" (Juan 12, 31;14, 30; 16, 11). Él ha caído del cielo al igual
que sus ángeles malos que se erigieron contra Dios y Sus servidores(Lucas
10, 18; Isaías 14, 12). Es este mismo Satanás que entró en Judas para
efectuar la traición y la muerte de Cristo (Lucas 22,3). Los
Apóstoles de Cristo y los Santos de la Iglesia conocían por experiencia
propia a los poderes de Satanás contra el ser humano para su destrucción.
Del mismo modo, conocían bien la falta de poder de Satanás y su propia
destrucción final, cuando el ser humano está con Dios, lleno del Espíritu
Santo de Cristo. Según la Doctrina Ortodoxa, no existe ningún término
medio entre Dios y Satanás. Al fin de cuentas, y en cualquier momento, el
ser humano o está con Dios o está con el diablo, sirviendo o a uno o al
otro. La victoria
final pertenece a Dios y a los que están con Él. Satanás y sus ejércitos
son finalmente aniquilados. Si no reconocemos esto -y más aun- sin la
experiencia de esta realidad de la lucha espiritual cósmica (Dios y
Satanás, los ángeles buenos y los espíritus malignos), uno no puede
llamarse Cristiano Ortodoxo, en el verdadero sentido, que es consciente de
las más profundas realidades de la existencia y organizando su vida en
consecuencia. Una vez más, sin embargo, se debe afirmar claramente que el
diablo no es ningún "caballero vestido de traje rojo" ni tampoco ningún
otro tipo de engañador físicamente grotesco. Él es un espíritu sutil,
inteligente, que actúa principalmente por el engaño y la disimulación,
ganando su victoria más grande cuando el ser humano deja de creer en su
existencia y poder. Es así que el diablo ataca "de frente" solamente a los
que no puede engañar de otra forma: a Jesús y a los más grandes entre los
santos. En la mayor parte de su combate, él se conforma con permanecer
oculto y a actuar por caminos y métodos desviados. "Sed
sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente,
anda alrededor buscando a quien devorar"(1 Pedro 5, 8). "Vestíos
de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las
acechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne sino
contra los principados, contra potestades, contra los gobernadores de las
tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las
regiones celestes". (Efesios 6, 11 al 12). El ser
humano es la criatura especial de Dios,
es el único "creado a imagen y semejanza de Dios" (Génesis 1, 26). Él es
creado por Dios del polvo de la tierra al final del proceso de la creación
(al "Sexto día") y por un proyecto especial. Dios lo hizo para respirar
"el aliento de la vida" (Génesis 2, 7), con el fin de conocer a Dios, y
tener dominio sobre todo lo que Dios había creado. Por ser
humano es necesario entender los dos sexos: “varón y mujer los creó"
(Génesis 1, 27; 2, 21)- Para ser fecundos y multiplicarse (Génesis 1, 28).
Entonces, según la doctrina Ortodoxa la sexualidad pertenece a la creación
que dijo Dios que era "muy buena" (Génesis 1, 31), y en sí no es de
ninguna manera, ni pecaminosa ni perverso. La sexualidad pertenece a la
propia naturaleza de la humanidad creada expresamente por la voluntad de
Dios. Como imagen
de Dios, con señorío sobre la creación y co-creador junto al Creador No
Creado, el ser humano debe "reflejar" a Dios en la creación, hacer
presente Su presencia, Su voluntad, Sus poderes presentes en todo lugar
del universo; de transformar todo lo que existe en el paraíso de Dios. En
este sentido, el ser humano es creado definitivamente para un destino más
grande que el de los poderes incorpóreos del cielo, los ángeles. El
Cristianismo Ortodoxo afirma esta convicción, no solamente por el énfasis
que las Sagradas Escrituras ponen en el ser humano como criatura hecha a
imagen y semejanza de Dios para reinar sobre la creación (lo que no se
dice acerca de los ángeles), sino también porque San Pablo lo afirma
directamente cuando escribe acerca de Jesucristo, diciendo que es
verdaderamente el hombre perfecto y el Último Adán, (I Corintios 15, 45),
y que: "Dios le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre
todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los
que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda
lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios
Padre".(Filipenses 2, 9 al 11). Si creemos
en Jesús, se deduce entonces que el ser humano es creado para una vida muy
superior a la de cualquiera otra criatura, aun a la de los ángeles que
glorifican a Dios y sirven la causa de la Salvación del ser humano. Y es
precisamente esta convicción que se afirma cuando la Iglesia canta a
María, la Madre de Dios, como "más venerable que los querubines e
incomparablemente más gloriosa que los serafines". Pues lo que es
glorificado como ya realizado en María, la persona humana, es precisamente
lo que espera a todos los "hombres que oyen la palabra de Dios y la
guardan". (Lucas 11, 28) Así tomamos
conciencia de la gran dignidad del ser humano según la Fe Cristiana. Vemos
al ser humano como "la más importante" de las criaturas de Dios, la
criatura para quien "todas las cosas visibles e invisibles" han sido
creadas por Dios. Es nuestra
doctrina Ortodoxa, solo se
puede entender y apreciar lo que significa
ser un ser humano a la luz de la plena revelación de Jesucristo.
Siendo el Verbo Divino y el Hijo de Dios hecho hombre, Jesús revela la
verdadera dimensión de la humanidad.. Como Hombre Perfecto y el Último
Adán, "el hombre de los cielos", Jesús nos da la interpretación correcta
de la historia de la creación que encontramos en el libro del Génesis.
Porque como ha escrito el Apóstol San Pablo, Adán encuentra su significado
como la "figura del que había de venir", es decir, Jesucristo (Romanos 5,
14). "Está
escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán,
espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal;
luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el
segundo hombre, que es el Señor, es del cielo... y así como hemos traído
la imagen terrenal traeremos también la imagen del celestial". (I Cor. 15,
45 al 49). Según la
teología Cristiana Ortodoxa, llevar la imagen de Dios es ser como Cristo,
la Imagen No-Creada de Dios, y compartir de todos los atributos
espirituales de la divinidad. Es, en las palabras de los Santos Padres,
llegar a ser por la divina gracia todo lo que Dios Mismo es por
naturaleza. Si Dios es un Ser libre, espiritual, personal, así los seres
humanos, varón y mujer, han de ser lo mismo. Si Dios es tan poderoso y
creativo, con dominio sobre toda la creación, así también las criaturas
humanas, hechas a Su Imagen y Semejanza, han de ejercer dominio en el
mundo. Si Dios ejerce dominio y autoridad no por tiranía y opresión, sino
por amor, bondad y servicio, Sus criaturas entonces deben hacer lo mismo.
Si el Mismo Dios es amor, misericordia, compasión y providencia, así Sus
criaturas, creadas para ser como Él, deben ser lo mismo. Y finalmente, Si
Dios vive para siempre en la vida eterna, nunca muriendo, sino siempre
existiendo en belleza y felicidad perfectamente gozosas y armoniosas con
toda la creación, así también los seres humanos son creados para la vida
eterna en comunión gozosa y armoniosa con Dios y toda la creación. Según la
doctrina ortodoxa, la vida humana nunca termina su desarrollo y
crecimiento, pues es creada a la imagen y semejanza de Dios. El Ser y la
vida de Dios son inagotables y sin límites. Tal como el Arquetipo Divino
no tiene limites a su divinidad, así también la imagen humana no tiene
límites a su humanidad, a lo que puede llegar a ser por la gracia de Su
Creador. Por lo tanto, la naturaleza humana es creada por Dios para crecer
y desarrollarse mediante la participación en la naturaleza de Dios por
toda la eternidad. El ser humano es creado para llegar a ser cada vez más
semejante a Dios, aun en el Reino de Dios al fin de los siglos, cuando
Cristo venga de nuevo en gloria para resucitar a los muertos y otorgar la
vida a los que le aman. Así los
Santos Padres de la Fe Ortodoxa enseñaron que, sea lo sea el grado de
madurez y desarrollo que logre el ser humano, sea lo que sea su poder,
sabiduría, misericordia, conocimiento, amor, continuamente queda delante
de él una infinidad de plenitud de vida aún más grande en la Santísima
Trinidad, en la cual puede participar y vivir. El hecho de que la
naturaleza humana eternamente progresa en perfección dentro de la
naturaleza de Dios constituye el significado de la vida para el ser
humano, y permanece para siempre la fuente de su alegría y regocijo para
toda la eternidad. Ahora
debemos decir también que, según la doctrina Cristiana Ortodoxa, era la
expresa voluntad de Dios que los seres humanos fueran creados varón y
mujer, y esto es esencial para la propia vida humana como un reflejo de
Dios. Es decir, la sexualidad humana no sólo es un elemento necesario en
la existencia y vida humana creada a la imagen de Dios, sino que la vida,
la vida humana debe ser sexuada -masculino y femenino- si ha de ser lo que
Dios mismo ha creado. Hombre y
mujer, son creados por Dios para vivir juntos en una unión de existencia,
vida y amor. El ser humano ha de ser líder en toda actividad humana, el
que refleje a Cristo como el nuevo y perfecto Adán. La mujer ha de ser
"una ayuda" para el hombre, la "madre de todos los vivientes"(Génesis 2,
16;3, 20). Simbolizando en la relación de Maria y la Iglesia, la Nueva
Eva, y a Cristo, el Nuevo Adán, como la que inspira la vida del hombre,
completa su existencia y llena su vida, la mujer no es un instrumento del
hombre. Ella es una persona en su propio derecho, partícipe de la
naturaleza de Dios, y un complemento necesario para el hombre. No puede
haber ningún hombre sin mujer -ningún Adán sin Eva; tal como no puede
haber ninguna mujer sin hombre. Los dos existen juntos en perfecta
comunión y armonía para el cumplimiento de la naturaleza y vida humana. Las
diferencias entre el hombre y la mujer son reales e irreducibles. No se
limitan a diferencias físicas o biológicas. Son más bien diferentes
dentro de una y misma humanidad; tal como, podríamos decir, el Hijo y el
Espíritu Santo son diferentes personas dentro de una y la misma divinidad,
junto con Dios Padre. El hombre y la mujer deben estar en unión espiritual
tanto como en unión corporal. Deben expresar en conjunto, en una y misma
humanidad, todos los poderes y virtudes que pertenecen a la naturaleza
humana creada a imagen y según la semejanza de Dios. No existen ni
virtudes ni poderes que pertenecen al hombre, pero no a la mujer; ni
tampoco existen los que pertenezcan a la mujer pero no al hombre. Todos
están llamados a perfección espiritual en verdad y en amor, en todas las
virtudes divinas de Dios otorgadas a sus criaturas. Las
hostilidades y competencias entre el hombre y la mujer que existen en el
mundo de hoy no se deben a sus respectivos “modos personales” tal como
fueron creados por Dios. Se deben más bien al pecado. No debe existir la
tiranía de hombres sobre mujeres; ni opresión, ni servidumbre. Tal como no
debe existir ninguna lucha de la mujer para ser hombre, para tomar la
posición masculina en el orden de la creación. Sino debe haber una armonía
y unidad dentro de la comunidad de existencia con sus naturales
distinciones y orden creados. Vemos esta unidad de naturaleza con la
distinción en la existencia personal dentro de la Divinidad de la
Santísima Trinidad. Pues en la Divinidad de la Trinidad misma existe una
perfecta unidad de naturaleza y existencia, con reales distinciones entre
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en cuanto a que forma vive cada una
de las Personas Divinas y como expresa cada una de ellas la naturaleza
común de Dios. Existe un "orden" en la Trinidad. Existe inclusive
una jerarquía si consideramos la manera en que las Personas Divinas
se relacionan entre ellas mismas y con el hombre y el mundo. (Si embargo,
no debemos entender en la palabra "Jerarquía" una diferencia de naturaleza
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). Pues en la Trinidad Misma,
solo el Padre es la "Fuente de la Divinidad". El Hijo es la expresión del
Padre y está "sujeto" a Él. Y el Espíritu Santo, consubstancial y de total
igualdad con el Padre y el Hijo, es la "tercera" persona Quien cumple la
voluntad del Padre y del Hijo. Las tres personas divinas son perfectamente
iguales. Este es un dogma de la Iglesia. Pero no son lo mismo, y existe
una relación ordenada entre ellas en la cual hay "prioridades" de
existencia y acción ordenada entre ellas en la cual hay "prioridades" de
existencia y acción que no destruyen la perfección y la unidad perfecta de
la Divinidad, y que, mas aun, permiten que sea perfecta y divina. (Véase
el Capitulo III). La Vida Trinitaria de Dios es el Arquetipo y Modelo para
la existencia y acción del hombre y de la mujer dentro del orden de la
creación. La palabra
“pecado” significa que “ha errado el fin”.. Significa fallar en ser lo que
debemos ser y en hacer lo que debemos hacer. En el
origen el hombre fue concebido para ser la imagen creada de Dios, para
vivir en unión con la vida divina de Dios, y para reinar sobre toda la
creación. Que el ser humano haya fallado a su tarea es su pecado, a lo que
también se refiere como su “caída”. La "caída"
del ser humano significa que ha fallado en la vocación recibida de Dios.
Esto es el significado de Génesis 3. EL ser humano fue inducido por el
maligno (la serpiente) a creer que podría llegar a ser "igual a Dios" por
su propia voluntad y esfuerzo. En la
tradición Ortodoxa el comer del "árbol del conocimiento del bien y del
mal" generalmente se interpreta como la percepción misma del mal, por el
ser humano. Su experiencia concreta del mal como tal. A veces también se
interpreta este comer del árbol (como lo ha hecho San Gregorio el Teólogo)
como su intento de ir mas allá de lo que era posible; su intento de hacer
lo que aun no estaba en su poder realizar. Sean lo
que sean los detalles de la varias interpretaciones del relato del
Génesis, es la clara doctrina de la Ortodoxia que el ser humano ha fallado
en su vocación original. Desobedeció al mandamiento de Dios por orgullo,
envidia y la falta de humilde gratitud a Dios, cediendo a la tentación de
Satanás. Así el ser humano pecó. “Falló al fin” al cual había sido
llamado. Transgredió la Ley de Dios (Véase I Juan 3, 4). Y así llevó la
ruina a sí mismo y a la creación que le fue entregada para cuidar y
desarrollar. Por su pecado -y por sus pecados- se somete a sí mismo y toda
la creación con él, a la ley del mal y de la muerte. En la
Biblia y en la teología Ortodoxa, los siguientes elementos siempre van
juntos: el pecado, el mal, el diablo, el sufrimiento y la muerte. Nunca
está uno sin los otros, y todos son el resultado común de la rebelión del
ser humano contra Dios y su pérdida de comunión con Él. Este es el
significado principal de Génesis 3 y de los capítulos que siguen hasta la
llamada de Abrahám. El pecado engendra más pecado y mal aún más grande.
Trae desorden cósmico, la corrupción final y la muerte de todos y de todo.
El ser humano todavía permanece como la imagen creada por Dios -esto no
puede cambiar- pero él ha
manchado esa imagen y ha perdido la semejanza divina. Su humanidad está
desfigurada por el mal, pervertida y deformada hasta el punto que ya no
puede ser el reflejo puro de Dios como debía haber sido. El mundo también
permanece bueno, de cierto "muy bueno", pero comparte las tristes
consecuencias del pecado de su amo creado y sufre con él en la agonía
mortal y corrupción. Así, por la falta del ser humano, el mundo entero cae
bajo la ley de Satanás y " yace bajo el poder del Maligno". (I Juan
5, 19; véase también Romanos 5,12). El relato
de Génesis es una descripción divinamente inspirada en términos simbólicos
de las posibilidades primordiales y originales del ser humano, pero
también de su flaqueza. Este relato nos revela que el ser humano desvió el
poder que se le había dado de crecer y de desarrollarse eternamente en
Dios y se hizo un instrumento de multiplicación y de proliferación del
mal; y afirma que el ser humano ha transformado la creación en el
principado del Diablo, un cementerio en escala cósmica "gimiendo y
sufriendo dolores de parto" (romanos 8, 19 al 23) hasta que nuevamente
fuera salvado por Dios. Todos los hijos de Adán, es decir, todos los seres
humanos, comparten este trágico destino. Aún aquellos que nacen en este
mismo instante como imágenes de Dios a un mundo esencialmente bueno están
arrojados a un universo destinado a la muerte, gobernado por el diablo y
lleno del fruto maligno de generaciones de sus indignos siervos. El mensaje
fundamental es este: el hombre y el mundo necesitan ser salvados. Dios da
la promesa de la salvación desde el mismo principio, promesa que
históricamente comienza a ser cumplida en la persona de Abrahám, el padre
de Israel, el antepasado de Cristo. "El Señor
dijo a Abram (después llamado Abrahám): De ti haré una nación grande y te
bendeciré. Engrandeceré tu nombre y por ti serán bendecidas todas las
naciones de la tierra."(Génesis 12, 3; Génesis 22, 15). Abrahám
creyó al Señor; y de él vino el pueblo de Israel del cual, según la carne,
nació Jesucristo el Salvador y Señor de la Creación (Véase Lucas 1, 55;
73; Romanos 4; Gálatas 3). Toda la
historia del Antiguo Testamento encuentra su cumplimiento en Jesús. Todo
lo que sucedió a los hijos escogidos de Abrahám sucedió en vista de la
definitiva y final destrucción del pecado y de la muerte por Cristo. Los
pactos de Dios con Abrahám, Isaac y Jacob (el nombre de Jacob fue cambiado
posteriormente a "Israel", que significa "aquel que lucha con Dios"); las
doce tribus de Israel; la historia de José; la Pascua, el éxodo, y la
entrega de la Ley de Dios a Moisés; la llegada de Josué a la tierra
prometida; la fundación de Jerusalén y la construcción del Templo por
David y Salomón; los jueces, reyes, profetas y sacerdotes; absolutamente
todos los acontecimientos relatados en el Antiguo Testamento en relación
al Pueblo Escogido de Dios, encuentra su último motivo y su sentido en el
Nacimiento, Vida, Muerte, Resurrección, Ascensión y Glorificación del Hijo
Unigénito de Dios, Jesús el Mesías. Él es Aquel que es engendrado del
Padre para salvar a las personas de sus pecados, para abrir sus tumbas y
para otorgar la vida eterna a toda la creación.
Y en un solo Señor
Jesucristo. La
confesión fundamental de los cristianos acerca de Su Maestro es esta: “Jesucristo
es el Señor”. Esta comienza en el Evangelio cuando Jesús mismo
pregunta a sus discípulos quién creen ellos que es Él: "Y vosotros
¿quién decís que soy yo?" Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tu eres el
Cristo, el Hijo del Dios Viviente (Mateo 16, 16). Jesús es el
Cristo. Esto es el primer acto de fe que los seres humanos deben hacer
acerca de Él. Al nacer, el hijo de María recibe el nombre de Jesús,
que significa literalmente Salvador (en hebreo, Josué, que es además el
nombre del sucesor de Moisés quien cruzó el Río Jordán y llevó al pueblo
escogido a la tierra prometida). "Llamarás su nombre Jesús, porque Él
salvará a su pueblo de sus pecados". (Mateo 1, 21; Lucas 1, 31). Es este
Jesús, el Cristo, que significa el Ungido, el Mesías de Israel. Jesús es
el Mesías, el que fue prometido al mundo mediante Abrahám y su linaje. Pero ¿quién
es el Mesías?. Esta es la segunda pregunta, que Cristo hizo en los
Evangelios. Mas esta vez no preguntó a Sus Discípulos, sino a los que
trataban de tenderle una trampa a Él. "¿Quién es el Mesías?" les preguntó,
no porque podrían responder o porque realmente querían saber la respuesta,
sino para acallarlos y comenzar "la hora" para la cual había venido, la
hora de la Salvación del mundo: "Y
estando juntos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: "¿Que pensáis
del Cristo" De quién es hijo?. Le dijeron: de David. Y les dijo: ¿pues
cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi
Señor; Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado
de tus pies"?(Salmo 110). Pues si David le llama Señor, ¿Cómo es su Hijo?.
Y nadie le podía responder palabra; ni osó alguno desde aquel día
preguntarle mas".(Mateo 22, 41 al 46). Después de
la Resurrección de Jesús, inspirados por el mismo Espíritu Santo que había
inspirado a David, los Apóstoles y todos los miembros de la Iglesia
comprendieron el significado de esas palabras: Jesús es el Cristo. Y el
Cristo es el Señor. Este es el misterio de Jesucristo el Mesías, es decir,
que Él es el Único Señor, identificado con el Dios Yahvé del Antiguo
Testamento. Ya hemos
visto como Yahvé siempre fue llamado Adonaí, el Señor, por el pueblo de
Israel. En la Biblia griega nunca fue escrita la palabra Yahvé. Si no que
en su lugar, donde se escribía en hebreo la palabra Yahvé, y donde los
judíos decían Adonai, el Señor, la Biblia griega simplemente escribía
Kirios, el Señor. Así, el Hijo de David, que era otro nombre para el
Mesías, es llamado, Kirios, el Señor. Para los
Judíos, y por cierto para los primeros Cristianos, el término Señor
se usaba solamente para referirse a Dios: "Dios el Señor se ha manifestado
a nosotros" (Salmo 118). Este Señor y Dios es Yahvé; y es también Jesús el
Mesías. Pues aunque dice Jesús: "el Padre es mayor que yo" (Juan 14, 28),
también afirma: 'Yo y el Padre somos uno ".(Juan 10, 30) Creer en
"Un solo Señor Jesucristo" es la principal confesión de Fe por la cual los
primeros Cristianos estaban dispuestos a dar sus vidas. Pues es la
confesión que afirma la identidad de Jesús con el Dios Altísimo.
Hijo Unigénito de
Dios... Jesús es
uno con Dios como Su Hijo Unigénito. Esto es la proclamación con valor de
revelación formulada por los Santos Padres del Concilio de Nicea: ... y en
un Solo Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios, nacido del Padre, antes
de todos los siglos: Luz de Luz, Verdadero Dios de Dios Verdadero.
Engendrado, no creado. Consubstancial al Padre, por quién fueron hechas
todas las cosas... Estas
frases hablan acerca del Hijo de Dios, también llamado el Verbo
(Palabra) o Logos de Dios, antes de su nacimiento en cuerpo humano
de Maria Virgen en Belén. Hay un solo
Hijo Eterno de Dios. Es llamado Hijo Unigénito, que significa que fue el
Único que nació del Padre. El Hijo
de Dios es nacido del Padre "antes de todos los siglos"; es decir, antes
de la creación, antes del comienzo de los tiempos. El tiempo tiene su
comienzo en la creación. Dios existe antes del tiempo, en una existencia
eternamente sin tiempo, que no tiene ni principio ni fin. La palabra
Eternidad no quiere decir tiempo sin fin. Significa la condición de
estar en estado sin tiempo, sin pasado, sin futuro, solamente un presente
constante. Para Dios, todo es ahora. En el
"ahora" eterno de Dios, antes de la creación del mundo, el Hijo Unigénito
de Dios nació de Dios Padre en lo que sólo podemos llamar una generación
eterna, sin tiempo, siempre actual. Esto
significa que aunque el Hijo es "engendrado del Padre" y viene del Padre,
su generación es eterna. Así, nunca hubo un "tiempo" en que no existiera
el Hijo de Dios, contrariamente a lo que predicaba el hereje Arrio quien
enseñaba que sí hubo un tiempo en el cual el Hijo de Dios todavía no había
nacido. Esta falsa doctrina fue formalmente condenada por el Primer
Concilio Ecuménico. El Hijo
Unigénito de Dios, aunque nació del Padre y tiene Su origen en Él, siempre
existió, o mejor dicho, siempre existe: no creado, eterno y divino. Así,
dice el Evangelio de San Juan: "En el
principio existía el Verbo (Palabra, Logos); y el Verbo estaba con Dios. Y
el Verbo era Dios". (Juan 1, 1) Eternamente
nacido de Dios y siempre-existente con el Padre en la generación "sin
tiempo", el Hijo es verdaderamente "Luz de Luz, Verdadero Dios de Dios
Verdadero". Pues Dios es Luz, y lo que es nacido de Él debe ser Luz. Y
Dios siendo Verdadero Dios, entonces lo que nace de Él debe ser Verdadero
Dios. Sabemos,
según el orden de las cosas creadas, que cualquier ser que nace debe ser
esencialmente igual a lo que le dio nacimiento. Si uno viene del mismo ser
de otro, debe ser entonces de la misma naturaleza que él; es imposible que
sea esencialmente diferente. Así, los seres humanos dan nacimiento a otros
seres humanos, los pájaros a pájaros, los peces a peces, las flores a
flores. Si Dios
entonces, en la sobreabundante plenitud y perfección de Su Ser Divino, da
nacimiento a un Hijo, el Hijo debe ser igual al Padre en todo, excepto,
por supuesto, en el hecho de que es el Hijo, y no el Padre. Así, si el
Padre es Divino y eternamente perfecto, veraz, sabio, bueno, amante, y
todo lo que sabemos que Dios es: "Inefable, inconcebible, invisible,
siempre-existente y eternamente igual" (nuevamente citando el texto de la
liturgia), entonces el Hijo también debe ser todo esto. Pensar que lo que
nace de Dios debe ser menos que Dios, dice un Santo de la Iglesia, sería
deshonrar a Dios. El Hijo
es "engendrado, no-creado; consubstancial al Padre". Para expresar las
palabras "engendrado, no creado", también podemos decir "nacido,
no-creado". Todo lo que existe aparte de Dios es creado por Él: todas las
cosas visibles e invisibles. Pero el Hijo de Dios no es una criatura. No
fue creado o hecho por Él. El Hijo fue nacido, engendrado, generado del
mismo ser y naturaleza del Padre. Pertenece a
la misma naturaleza de Dios (a Dios en tanto que Dios) según la Divina
Revelación tal cual fue entendida en la tradición ortodoxa, que Dios es un
Padre Eterno por naturaleza, y que debe tener siempre a Su Hijo Eterno,
No-Creado junto a Él. Pertenece a la misma naturaleza de Dios el que deba
ser así, para que sea verdadera y perfectamente Divino. Pertenece a la
misma naturaleza de Dios que no esté eternamente solo en Su Divinidad,
sino que Su Mismo Ser, siendo Amor y Bondad, debe naturalmente
"sobreabundar" y "reproducirse" en la generación de un Hijo Divino: el
"Hijo de Su Amor", como lo ha llamado el Apóstol San Pablo. (Col.1, 13). Por lo
tanto, existe un gran abismo entre lo creado y lo no-creado; entre Dios y
todo lo que Dios ha hecho de la nada. El Hijo de Dios, nacido del Padre
antes de todos los siglos, no es creado. No fue hecho de la nada. Él ha
sido y Él es engendrado
eternamente del Ser Divino del Padre. No existe ningún abismo entre Dios y
el Hijo de Dios. Habiendo
sido engendrado y no creado, el Hijo de Dios es lo que Dios es. La
expresión consubstancial,
simplemente significa lo siguiente: lo que es Dios el Padre, lo es
también el Hijo. Decir que el Hijo es Consubstancial al Padre, es decir
que son de la misma esencia.
Ahora bien, la palabra esencia viene del latín esse, que
quiere decir ser. Hablar de la esencia de algo significa responder
a la pregunta: ¿Qué es?" Lo que el Padre es, el Hijo es. El Padre es
Divino, el Hijo es Divino. El Padre es Eterno, el Hijo es Eterno. El Padre
no fue creado; el Hijo tampoco lo fue. El Padre es Dios, y el Hijo es
Dios. Esto es lo que confesamos al decir "el Hijo Unigénito de Dios...
Consubstancial al Padre". Estando
siempre con el Padre, el Hijo es también una sola vida, una sola voluntad,
un solo poder y una sola acción con Él. Lo que sea el Padre, el Hijo
también lo es; y por lo tanto lo que hace el Padre, también lo hace el
Hijo. Fuera de su existencia divina, el acto propio de Dios es el acto
creador. El Padre es el Creador del Cielo y de la Tierra, de todas las
cosas visibles e invisibles. Y en el acto de la creación, como lo
confesamos en el Símbolo de la Fe, el Hijo es aquél por Quien fueron
hechas todas las cosas. El Hijo
obra en el acto creador como el que lleva a cabo la Voluntad del Padre. El
acto divino de la creación y, por otra parte, todo acto a favor del mundo
creado, se trate de la revelación, de la salvación o de la glorificación,
es querida por el Padre y cumplida por el Hijo (luego hablaremos del
Espíritu Santo) en una sola e idéntica acción divina. Así tenemos el
relato de la creación en el Génesis, en donde Dios crea mediante Su Verbo
(Palabra) Divino ("... y dijo Dios..."), y en el Evangelio de San Juan la
revelación precisa lo siguiente: " Este
(la Palabra - Hijo) era en el principio con Dios (el Padre); todas las
cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue
hecho".(Juan 1, 2 al 3).
Esta es también la doctrina exacta de San Pablo: "... Por
el fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay
en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean
principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él. Y
Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten".(Col.1,
16 al 17) Así, se
confiesa al Eterno Hijo de Dios como aquél "por Quien fueron hechas todas
las cosas". (Juan 1,2-3; Hebreos 1, 2; 2, 10; Romanos 11, 36).
El Símbolo de la Fe continua como sigue:
"Quien por nosotros los hombres y para nuestra
salvación, bajó de los cielos, se encarnó del Espíritu Santo y Maria
Virgen y se hizo hombre...". El Divino
Hijo de Dios nació en carne humana para la salvación del mundo. Esta es la
doctrina central de la Fe Cristiana Ortodoxa; toda la vida de los
cristianos está basada en este hecho. El Símbolo
de la Fe enfatiza el hecho de que es "por nosotros los hombres y para
nuestra salvación" que el Hijo de Dios ha venido. Esta es la más
asombrosa, la más increíble de las enseñanzas bíblicas, que "de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo Unigénito, para que todo aquel
que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna". (Juan 3, 16, citada
en la parte central de la oración eucarística durante cada Divina Liturgia
de San Juan Crisóstomo) Por su amor
perfecto, Dios “envió” a Su Hijo al mundo. En el mismo acto de la
creación, Dios “sabía” que para que el mundo exista, era necesaria la
Encarnación de Su Hijo en carne humana. La palabra Encarnación en
sí significa “asumir la carne”, "tomar carne" en todo el sentido de la
naturaleza humana, cuerpo y alma. "Y aquel
Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros; y vimos su gloria,
gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de Verdad....
Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia". (Juan 1,
14,16)
La
afirmación que el Hijo "bajó de los cielos y se encarnó" no quiere decir
que Él se encuentra en alguna parte "arriba" en los espacios
intersiderales y que luego descendió al planeta Tierra. Decir que Él "bajó
de los cielos" es la forma bíblica de decir que el Hijo de Dios vino de
una existencia totalmente diferente, la divina existencia de Dios, fuera
de los limites de todo espacio y de toda duración del universo físico,
creado. En general, debemos recordar nuevamente el carácter simbólico de
todas nuestras palabras y afirmaciones que utilizamos cuando hablamos
acerca de Dios. Tampoco se
debe interpretar la afirmación que el Hijo "bajó de los cielos" en el
sentido de que antes de la Encarnación el Hijo de Dios estuviera
totalmente ausente del mundo. El Hijo siempre estuvo en el mundo, pues el
"mundo fue creado por El" (Juan 1, 10). Él estuvo presente siempre en el
mundo pues Él personalmente es la vida y la luz del hombre. (I Juan 4) Creado "a
la imagen y semejanza de Dios", todo ser humano – simplemente por el
hecho de ser un ser humano - ya es reflejo del Hijo Divino, Quien es Él
Mismo la Imagen No-Creada de Dios (Colosenses 1, 15; Hebreos 1, 3). Así,
el Hijo, o Verbo (Palabra), o Imagen, o Resplandor de Dios, como se
refiere a Él en las Santas Escrituras, siempre estuvo
"en el mundo" por estar siempre presente en
cada una de sus "imágenes creadas", no solamente como su creador, sino
también siendo Él cuyo Ser todas las criaturas han de compartir y
reflejar. Así, en su Encarnación, el Hijo viene al mundo personalmente y
llega a ser Él mismo un ser humano. Incluso antes de la Encarnación,
estaba siempre presente en el mundo por la presencia y el poder de Sus
acciones creadoras en Sus criaturas, particularmente en el ser humano. Además de
esto, es también doctrina Ortodoxa que la manifestación de Dios a los
Santos del Antiguo Testamento, es decir, las teofanías (que significa
manifestaciones divinas), eran manifestaciones del Padre, por,
mediante y en su Hijo o Logos. Así, por ejemplo, las
manifestaciones a Moisés, Elías o Isaías son a través del Hijo de Dios,
Divino y no Creado. Es también
enseñanza Ortodoxa que la Palabra de Dios que fue recibido por los
profetas y santos del Antiguo Testamento, y las mismas palabras de la Ley
del Antiguo Testamento de Moisés, también son revelaciones de Dios por Su
Hijo, el Verbo Divino. (Referente a la Ley de Moisés, en hebreo se dice
las "Palabras", y no los "mandamientos" como se ha traducido al español).
Así, por ejemplo, tenemos el testimonio del Antiguo Testamento de la
revelación de la Palabra de Dios, como el del Profeta Isaías, en casi la
misma forma personal como se encuentra en el Evangelio cristiano: "Como
descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que
empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente
al sembrador y pan para comer; así será mi palabra, la que salga de mi
boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo
y haya cumplido aquello a que le envié". (Isaías 55, 10 al 11) Así, antes
de su Nacimiento personal de la Virgen María como el hombre-Jesús, el
Divino Hijo y Verbo de Dios ya estaba en el mundo por Su presencia y
acción en la creación, particularmente en el ser humano. Estaba presente y
activo; también en las teofanías a los Santos del Antiguo Testamento; y en
las palabras de la Ley y de los Profetas, tanto habladas como escritas.
... Se encarnó del
Espíritu Santo y María Virgen y se hizo hombre. El Divino
Hijo de Dios nació como hombre de la Virgen Maria por el poder del
Espíritu Santo. (Mateo 1; Lucas 1) La Iglesia enseña que el nacimiento
virginal es el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento (Isaías
7, 14), y que es también el cumplimiento de todas las aspiraciones de los
seres humanos para la salvación que se encuentran en todas las filosofías
y religiones en la historia humana. Solamente Dios puede salvar al mundo.
El hombre no puede hacerlo por si solo ya que es el propio hombre que
necesita ser salvado. Por lo tanto, según la doctrina ortodoxa, el
nacimiento virginal es necesario no por una idolatría falsa de la
virginidad como tal ni por un rechazo pecaminoso a la normal sexualidad
humana. Ni tampoco es necesaria para "dar mayor peso" a las enseñanzas
morales de Jesús, como algunos dicen. Se entiende el nacimiento virginal
como una necesidad porque Él que nace no puede ser un mero ser humano como
los demás que tiene necesidad de la salvación. El Salvador del mundo no
puede ser uno de la raza de Adán nacido según la carne como los demás.
Debe ser "no de este mundo" para poder salvar al mundo. Jesús nace
de la Virgen Maria porque Él es el Divino Hijo de Dios, el Salvador del
Mundo. Es la enseñanza formal de la Iglesia Ortodoxa que Jesús no es un
"mero hombre" como todos los demás. Por cierto, es un verdadero hombre, un
hombre íntegro y perfectamente completo, con un espíritu, un alma y un
cuerpo humano. Pero Él es el Hijo y el Verbo de Dios encarnado. Entonces,
la Iglesia formalmente confiesa que Maria con todo derecho debe ser
llamada Theotokos, que literalmente significa "la que da a luz a
Dios". Pues, como canta nuestra Iglesia en la Navidad, Aquel que nace de
Maria de toda la eternidad es Dios. "Hoy una
Virgen da a luz al Eterno, y la tierra ofrece una caverna al inaccesible.
Ángeles y pastores le glorifican. Y los magos siguen a una estrella. Hoy
ha nacido un niño, el Eterno Dios". (Kontakion de la Navidad) Jesús de
Nazaret es Dios, o, mejor dicho, es el Divino Hijo de Dios encarnado. Él
es un hombre verdadero en todos los aspectos. Nació. Se crió, obediente y
sujeto a sus padres. Creció en sabiduría y estatura. (Lucas 2, 51 al 52)
Tuvo una vida familiar "entre parientes y conocidos". (Lucas 2, 41 al 44)
Jesús no tuvo hermanos que nacieron de Maria, ya que nuestra doctrina
Ortodoxa la confiesa "siempre-Virgen". Cuando en la Sagrada Escritura se
refiere a los "hermanos" de Jesús (Juan 2, 12) entendemos que fueron
primos, o hijos de José. Como
hombre, Jesús experimentó todas las normales y naturales experiencias
humanas como el crecimiento y el desarrollo, la ignorancia y el
aprendizaje, el hambre, la sed, la fatiga, la tristeza, el dolor y la
desilusión. También conoció la tentación, el sufrimiento y la muerte.
Aceptó estas cosas "por nosotros los hombres y para nuestra salvación". "Así
que, por cuanto los hijos participaren de carne y sangre, él también
participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenia
el imperio de la muerte, esto es, el diablo, y librar a todos los que por
el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.
Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la
descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus
hermanos, (...) para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto el
mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son
tentados" (Hebreos 2, 14 al 18) Cristo
entró al mundo para llegar a ser semejante en todo a todos los hombres,
excepto en el pecado. "No hizo
pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no
respondía con maldición; quien cuando padecía no amenazaba, sino
encomendaba la causa al que juzga justamente (Dios el Padre)”. (I Pedro 2;
22 al 23; Hebreos 4, 15) Jesús fue
tentado, pero no cometió pecado. Fue perfecto en todo sentido,
absolutamente obediente a Dios Padre, pronunciando Sus palabras,
cumpliendo Sus obras y realizando Su voluntad. Como hombre,
Jesús cumplió su papel perfectamente, siendo el Hombre Perfecto, el nuevo
y postrer Adán. Él hizo todo lo que el ser humano no logra hacer, siendo
en toda cosa la más perfecta respuesta humana a lo que Dios espera de Su
creación. En este sentido, el Hijo de Dios hecho hombre “recapitula” la
existencia de Adán, es decir, de toda la raza humana, llevando al hombre y
su mundo a Dios Padre de nuevo, y haciendo posible una nueva vida, libre
del poder del pecado, del diablo y de la muerte. Como el
Salvador - Mesías, Cristo también cumplió todas las profecías y colmado
todas las expectativas del Antiguo Testamento, como un cumplimiento y
coronación de perfección final y absoluta a todo lo que había sido
esbozado en Israel para la salvación humana y del universo. Así entonces,
Cristo es el cumplimiento de la promesa hecha a Abraham, la culminación de
la Ley de Moisés, y la realización de las profecías. Él Mismo es el Ultimo
Profeta, el Rey y El Maestro, el Único y Supremo Sumo Sacerdote de la
Salvación, la Víctima Sacrificial sin mancha, la Nueva Pascua y el Dador
del Espíritu Santo a la creación entera. Es en
este título de Mesías - Rey de Israel y de Salvador del mundo que Cristo
afirmó Su identidad con Dios Padre y se llamó a sí mismo el Camino, la
Verdad y la Vida, la Resurrección y la Vida, la Luz del mundo, el Pan de
Vida, la Entrada al redil de ovejas, el Buen Pastor, el Hijo Celestial del
Hombre, el Hijo de Dios, y Dios en persona, el “Yo Soy” (Evangelio de San
Juan). En la
Iglesia Ortodoxa el hecho central de la fe cristiana, esto es que el Hijo
de Dios ha venido a la tierra como un hombre verdadero, nacido de Maria
Virgen para morir y resucitar de nuevo, para otorgar la vida al mundo, ha
sido expresado y defendido de muchas diferentes formas. La primera
predicación y defensa de la fe consistió en sostener que Jesús de Nazaret
es en Verdad el Mesías de Israel, y que el Mesías Mismo -El Cristo- es
realmente Señor y Dios encarnado. Los primeros cristianos, comenzando con
los Apóstoles, tenían que insistir en el hecho de que, además de ser el
Cristo y el Hijo de Dios, Jesús realmente ha vivido y ha muerto y ha
resucitado de entre los muertos en la carne, como un verdadero ser humano. "En esto
conoced el Espíritu de Dios. Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha
venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que
Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios" (I Juan 4, 2 al 3). "Porque
muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que
Jesucristo ha venido en carne..."(II Juan 7) En los
primeros años de la Fe Cristiana, los defensores de la fe, es decir, los
apologetas y los mártires, tenían como testimonio y tarea central la
defensa de la doctrina que Jesús, siendo el Hijo de Dios encarnado, ha
vivido en la tierra y ha muerto, ha sido resucitado por el Padre y ha sido
glorificado como el Único Rey y Señor y Dios del Mundo. Durantes
los siglos tercero y cuarto se intentó enseñar que aunque Jesús es el
Verbo Encarnado e Hijo de Dios, el Hijo y Verbo mismo no es total y
completamente divino, sino una criatura,
la más excelsa, pero una criatura hecha por Dios como toda la creación.
Esta fue la enseñanza de Arrio y sus seguidores. Contra esta enseñanza,
los Padres, como Atanasio de Alejandría, Basilio el Magno, su hermano,
Gregorio de Nisa, y Gregorio el Teólogo de Nacianzo - defendieron la
definición de la fe proclamada en los Concilios Ecuménicos Primero y
Segundo. Estos concilios sostenían que el Hijo y Verbo de Dios - encarnado
en forma humana como Jesús de Nazaret, el Mesías de Israel, el Cristo, no
es una criatura, sino es verdaderamente divino, con la misma divinidad que
Dios Padre y el Espíritu Santo. Esta fue la defensa de la doctrina de la
Santísima Trinidad (Véase Capitulo III) que conservó para la Iglesia de
todos los siglos la fe que Jesús es realmente el Divino Hijo de Dios,
consubstancial con el Padre y el Espíritu Santo, Uno de la Santísima
Trinidad. Al mismo
tiempo, en el Siglo Cuarto, también fue necesario que la Iglesia rechazara
la enseñanza de Apolinario, quien decía que aunque Jesús es el Verbo
Encarnado e Hijo de Dios, la encarnación consistía en lo siguiente: el
Verbo de Dios simplemente tomó un cuerpo humano, y no la plenitud de la
naturaleza humana. Esta fue la doctrina falsa que afirmaba que Jesús no
poseía una verdadera alma humana, ni una mente humana, ni un espíritu
humano, sino que el Divino Hijo de Dios, Quien eternamente existe con el
Padre y el Espíritu, solo habitó en un cuerpo humano, en carne humana,
como en un templo. Es por esta razón que cada "proclamación Doctrinal
Oficial" en la Iglesia Ortodoxa, incluyendo a todas las proclamaciones de
los Concilios Ecuménicos, siempre insisten en que el Hijo de Dios se hizo
hombre de Maria Virgen con un alma racional y cuerpo. En otras palabras,
que el Hijo de Dios realmente se hizo ser humano en todo el sentido de la
palabra y que Jesucristo era y es un Verdadero ser humano, siendo y
poseyendo todo lo que cada ser humano es. Simplemente es esta la enseñanza
de los Evangelios y de las Escrituras del Nuevo Testamento en general. "Así
que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también
participó de la misma naturaleza... siendo en todo semejante a sus
hermanos..." (Hebreos 2, 14 al 17) En el siglo
quinto se desarrolló una larga y difícil controversia sobre la verdadera
comprensión de la persona y naturaleza de Jesucristo. El Tercer Concilio
Ecuménico en la ciudad de Éfeso, en el año 431, siguiendo la enseñanza de
San Cirilo de Alejandría, se preocupó principalmente por defender el hecho
de que Aquel que nació de Maria Virgen era, sin duda, el Divino Hijo de
Dios en carne humana. Fue necesario defender este hecho muy
explícitamente, porque algunas personas en la Iglesia, siguiendo a
Nestorio, el Obispo de Constantinopla, comenzaron a enseñar que
no se debía llamar a la Virgen Maria Theotokos - un término que ya
estaba en uso en la Iglesia. Ellos decían que la Virgen dio a luz al
hombre Jesús en quien el Hijo de Dios se había encarnado, pero que no dio
a luz al Hijo de Dios. Desde este punto de vista se mantenía la idea
que existe una división entre el Hijo de Dios nacido en la eternidad de
Dios el Padre, y el Hijo del Hombre nacido de la Virgen en Belén; y que a
pesar de que ciertamente existe una "conexión" entre los dos, Maria
solamente dio a luz al hombre.. Como tal, se decía que Maria podría
recibir el nombre de Theotokos solo de una forma demasiado piadosa
y simbólica, pero que dogmáticamente era más correcta llamarla
Cristotokos (la que da a luz al Mesías o a Cristo) o Antropotokos
(la que da a luz solamente al Hombre Cristo) San Cirilo
de Alejandría y los padres del Concilio en Éfeso rechazaron la doctrina
Nestoriana y afirmaron que el nombre de la Virgen Maria Theotokos
es total y completamente correcto, y se debe mantener si hemos de confesar
la fe Cristiana rectamente y vivir la vida Cristiana como se debe. Se debe
defender el término Theotokos, pues no puede haber división de
ningún tipo entre el Eterno Hijo y Verbo de Dios, nacido del Padre antes
de todos los siglos, y Jesucristo, el Hijo de Maria. El Hijo de Maria es
el Eterno y Divino Hijo de Dios. Él -y nadie mas- se encarnó en cuerpo
humano de ella. Él -y nadie mas- se hizo hombre en el pesebre en Belén. No
puede haber ninguna "conexión" o conjunción entre el Hijo de Dios y el
Hijo de María, pues son Uno y el Mismo. El Hijo de Dios nació de Maria. El
Hijo de Dios es divino; Él es Dios. Por lo tanto, Maria dio a luz a Dios
en la carne, a Dios como un hombre. Por lo tanto, Maria verdaderamente es
Theotokos. El lema de combate de San Cirilo y el Concilio en Éfeso
fue esto: El Hijo de Dios y el Hijo del Hombre - ¡Un Hijo!
Durante el
Cuarto Concilio Ecuménico en Calcedonia en el año 451 esta enseñanza
acerca de Jesucristo, el Hijo Encarnado de Dios fue aún más elaborada y
explicada. Esto fue necesario, pues existía la tendencia de enfatizar la
naturaleza divina de Cristo a tal extremo que su verdadera naturaleza
humana fuera casi olvidada, e inclusive rechazada. En el Cuarto Concilio
se hizo la conocida formulación que dice que Jesucristo, el Encarnado Hijo
y Verbo de Dios es una persona (o Hipóstasis) con dos naturalezas integras
y completas: humana y divina. Inspirado particularmente por la carta de
San León, Obispo y Papa de Roma, el Cuarto Concilio insistió que Jesús es
exactamente lo que el Padre es con relación a Su Divinidad. Esto fue una
referencia directa al Credo Niceno-Constantinopolitano que afirma que el
Hijo de Dios es "consubstancial al Padre", que simplemente significa que
lo que es Dios el Padre, el Hijo también lo es: Luz de Luz, Verdadero Dios
de Dios Verdadero. Y, además, el Concilio también insistía en que en la
Encarnación el Hijo de Dios se hizo exactamente lo que todos los seres
humanos son, confesando que Jesucristo también es "consubstancial" con
todo ser humano con respecto a su humanidad. Se defendía, y aun se
defiende, esta doctrina como la misma enseñanza de la fe apostólica
escrita en los Evangelios y las otras escrituras del Nuevo testamento, por
ejemplo, las de San Pablo: "Siendo
en forma de Dios, (Jesús) no estimó el ser igual a Dios como cosa a que
aferrarse, sino que se despojó a si mismo, tomando forma de siervo, hecho
semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a
si mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz"
(Filipenses 2, 6 al 8) (Véase también Hebreos 1 al 2; Juan 1) Las
siguientes son las palabras criticas de la definición de la fe del
Concilio de Calcedonia: "Siguiendo a los Santos Padres enseñamos con
una sola voz que se debe confesar el Hijo de Dios y Nuestro Señor
Jesucristo como Una y la Misma Persona, y Él es Perfecto en Su Divinidad y
Perfecto en Su Humanidad, Verdadero Dios y Verdadero Hombre, de un alma
racional y cuerpo humano, consubstancial a nosotros en cuanto Su
Humanidad; hecho en todo semejante a nosotros, con la excepción del pecado
solamente; nacido de Su Padre antes de todos los siglos según Su
Divinidad; mas en estos últimos días, por nosotros los hombres y para
nuestra salvación, nacido (al mundo) de la Virgen Maria, Theotokos, según
su Humanidad. Este Único y mismo Jesucristo, el Hijo Unigénito (de Dios)
debe ser confesado de dos naturalezas, sin mezcla y sin alteración, sin
separación y sin división". (es decir, sin mezclar la Divinidad y la
Humanidad de manera que se pierda o se altere las características propias
de cada una; y tampoco sin separarlas de tal manera que se pueda pensar
que existen dos Hijos, y no Uno solo) "y sin que la distinción de las
naturalezas se pierda por tal unión, sino que la propiedad particular de
cada naturaleza se conserva y se une en Una Persona e Hipóstasis, sin
separarse o dividirse en dos personas, sino Uno y el Mismo Hijo y
Unigénito, Dios el Verbo, Nuestro Señor Jesucristo, como han hablado los
profetas de los días Antiguos acerca de Él (Emanuel de Isaías 7, 14) y
como Jesucristo nos ha enseñado, y como el Credo de los Padres nos ha
entregado". Un grupo de
cristianos no aceptó el Concilio de Calcedonia y se separó de aquellos que
lo aceptaron. Así lo hicieron porque consideraron que el Concilio había
resucitado la falsa doctrina de Nestorio por insistir en las "dos
naturalezas" después de la Encarnación, por muy expresa y firmemente que
se insistía en la unión de las dos naturalezas. Estos Cristianos fueron
llamados los “monofisistas” (del término que significa "una naturaleza"
después de la Encarnación), y hasta el día de hoy siguen separados de los
Ortodoxos Calcedónicos. Son los cristianos pertenecientes
a las Iglesias Copta, Etiope y Armenia. Esperamos que algún
día, por la gracia de Dios, este conflicto se vea resuelto,
y los que aceptan el Concilio de Calcedonia, esto es, los cristianos
Ortodoxos, tanto como los tradicionales Católicos Romanos y Protestantes,
llegarán a una unidad de la fe con los que rechazan a Calcedonia en cuanto
a su explicación de la unión de lo divino y lo humano en una persona en
Cristo Nuestro Señor. Sin embargo, sea lo que sea el futuro por la gracia
de Dios, se mantiene firme la enseñanza de la Iglesia Ortodoxa de que el
Concilio de Calcedonia rechaza estrictamente las doctrinas nestorianas y
está en completo acuerdo con las doctrinas de San Cirilo y el Tercer
Concilio Ecuménico en Éfeso. Del punto de vista Ortodoxo, la virtud del
Cuarto Concilio Ecuménico es que define muy claramente el hecho de que
cuando el Hijo de Dios nació de Maria Virgen, Theotokos, no dejó de ser
Dios, ni tampoco alteró su Divinidad, mientras se hizo hombre completo y
perfecto en Su Humanidad Encarnada. Pues la salvación misma requiere la
perfecta unión de la Divinidad y la Humanidad en la Persona (una Persona)
de Jesucristo; una unión en que Dios es Dios y que el
Hombre es Hombre, pero en que los dos se
hacen uno en unidad perfecta: sin fusión ni alteración, y sin división ni
separación.
En el siglo
sexto, el Emperador Bizantino Justiniano quería reafirmar el hecho de que
los seguidores de Calcedonia realmente creyeron en Jesucristo, como el
Encarnado Hijo y Verbo de Dios, Uno de la Santísima Trinidad. Quería hacer
esto principalmente para convencer a los que no aceptaron el Cuarto
Concilio que su definición no reintroducía el error de Nestorio. Para
lograr esto, el Emperador convocó el concilio, que ahora conocemos como el
Quinto Concilio Ecuménico, en Constantinopla en el año 553. El Concilio
clarificó más aún la posición ortodoxa referente a la persona y acción de
Cristo. Los siguientes son algunos de los textos claves de este Concilio: Si
alguien entiende la expresión "Una sola Persona de Nuestro Señor
Jesucristo" en este sentido, que es la unión de muchas hipóstasis (o
personas), y si entonces intenta introducir dos hipóstasis o dos personas
al Misterio de Cristo, y después de haber introducido las dos personas al
Misterio, habla de Una Persona solamente en el sentido de dignidad, honor
o adoración y calumniare al Concilio de Calcedonia, diciendo que este
(concilio) usó la expresión (una hipóstasis; una persona) en este sentido
impío... que sea anatema. Si
alguien no proclamara con verdadera aceptación a la Santísima, Gloriosa y
Siempre Virgen Maria, la Theotokos... creyendo que dió a luz solo a un
hombre simple y que el Verbo de Dios no fue encarnado de ella... y
calumniara el santo sínodo de Calcedonia como que se hubiera afirmado que
la Virgen es Theotokos en un sentido impío... que sea anatema. Si
alguien que usa la expresión "dos naturalezas no confiesa que Nuestro
Único Señor Jesucristo ha sido revelado en la divinidad y en la humanidad
para así designar por esa expresión una diferencia de las naturalezas
entre las cuales se efectúa una unión inefable sin confusión en la cual ni
la naturaleza del Verbo fue cambiada en la de la carne, ni la de la carne
fue cambiada en la del Verbo, pues cada una quedó lo que era por
naturaleza, la unión siendo hipostática (es decir, en una Persona); sino
entiende que la expresión crea una división o separación entre las
naturalezas, que sea anatema. Si
alguien no confiesa que Nuestro Señor Jesucristo quien fue crucificado en
la carne es Dios Verdadero y el Señor de la Gloria y Uno de la Santa
Trinidad, que sea anatema". Para
enfatizar mas el hecho de que el Concilio de Calcedonia era verdaderamente
Ortodoxo, el Emperador Justiniano escribió un himno que hasta el día de
hoy en la Iglesia Ortodoxa se canta en cada Divina Liturgia. Confiesa
nuestra fe que el Señor Jesucristo es Dios Perfecto y hombre Perfecto. Oh,
Verbo de Dios, Hijo Unigénito, que eres inmortal. Tu te dignaste para
nuestra salvación nacer de la Santa Madre de Dios y siempre Virgen María y
te hiciste hombre sin mutación, y fuiste crucificado también, oh Cristo
nuestro Dios, y has hecho perecer la muerte con tu muerte, quedando
siempre uno de la Santa Trinidad, glorificado con el Padre y el
Espíritu Santo, sálvanos. En el siglo
séptimo, la pregunta de cómo deberíamos entender, definir y confesar la
persona y acción de Jesucristo siguió causando divisiones entre los
creyentes. Algunos decían que después de que el Hijo de Dios se hizo
hombre, tenia una sola actividad y voluntad, la actividad y voluntad
teándrica del Verbo hecho carne. Estas personas, llamadas monotelitas,
insistieron que en la persona de Jesucristo, se fundían la actividad y
voluntad divina con la actividad y voluntad humana de tal forma que ya no
se podría distinguir entre ellas. El Sexto
Concilio Ecuménico se reunió en Constantinopla del 680 al 681. Siguiendo
las enseñanzas de San Máximo el Confesor (quien fue encarcelado y
torturado por sus doctrinas), se proclamó que tal como Cristo realmente es
totalmente divino y totalmente humano, la Perfecta Unión de la Divinidad y
la Humanidad en una Persona, así también debe tener una verdadera
actividad y voluntad humana tal como una verdadera actividad y voluntad
divina - según cada una de sus naturalezas, y que estas dos voluntades y
actividades, tal como las naturalezas mismas, no se confunden ni se
mezclan a tal punto que pierdan sus propias características y propiedades
naturales. Esta decisión se basó en el hecho de que como el Hijo de Dios
permaneció totalmente divino en la Encarnación, por consecuencia debe
tener siempre Su Propia actividad y voluntad divina; y ya que se hizo
totalmente humano en la Encarnación también debe tener una completa y
perfecta voluntad y actividad humana; y que la salvación requiere que la
distinción, pero no la división ni
separación de cada una de estas respectivas actividades y voluntades,
permanezcan en el Salvador encarnado. Lo siguiente es una parte de la
definición de fe del Sexto Concilio: "... en
Él existen dos voluntades naturales y dos operaciones naturales sin
división, sin fusión, sin alteración y sin separación según la enseñanza
de los santos padres. Y estas dos voluntades naturales no son contrarias
la una a la otra... sino Su Voluntad Humana sigue, sin resistir y sin
vacilar sino mas bien sujeta a Su Voluntad Divina y omnipotente... Pues tal
como su santísimo e inmaculado cuerpo no fué destruido pues fue deificado
y siguió en su propio estado y naturaleza, así también Su Voluntad humana,
aunque deificada, no fue suprimida, sino fue conservada... Glorificamos
dos operaciones naturales... en el mismo Señor Jesucristo Nuestro
Verdadero Dios, es decir, una operación (o acción) divina y una operación
(o acción) humana... Pues no admitimos una operación natural en Dios y en
la criatura... creyendo que Nuestro Señor Jesucristo es Uno de la
Santísima Trinidad, y según la encarnación Nuestro Dios Verdadero, decimos
que Sus Dos naturalezas brillaron en Su Hipóstasis (o Una Persona) en la
cual obró los milagros y soportó el sufrimiento. ...Por
lo tanto confesamos dos voluntades y dos operaciones concurriendo en Él
para la salvación de la raza humana". Durante los
siglos octavo y noveno el problema de la persona y naturaleza seguía en la
controversia sobre la veneración de los Santos Iconos en la Iglesia. En
esta época hubo muchas personas, incluyendo a varios emperadores y
gobernadores seglares, que decían que la veneración de los iconos era
indebida, pues consistía en el pecado de idolatría. Decían que como Dios
es invisible y ha dicho en la Ley del Antiguo Testamento que los hombres
no deben fabricar imagen ni escultura, es entonces equivocado representar
y honrar imágenes de Cristo y de los Santos. Los
defensores de la veneración de los santos iconos, guiados por San Juan
Damasceno y San Teodoro Studita,
proclamaron que el punto central del Cristianismo es que el "Verbo fue
hecho carne y habitó entre nosotros" y que "vimos su gloria".(Juan 1, 14).
Refiriéndose a las Sagradas Escrituras insistieron en que la fe en la
Encarnación del Hijo de Dios requiere la veneración de los iconos ya que
Jesucristo es un hombre verdadero con una verdadera alma y cuerpo humano,
y como tal puede ser representado. Argumentaron que los que estaban en
contra de los Santos Iconos reducían la Encarnación a una "fantasía" y
negaron la verdadera humanidad del Hijo de Dios en Su venida a los
hombres. Citaron las palabras del mismo Jesús en Su dialogo con Felipe: "Felipe
le dijo: Señor, muéstranos el Padre, nos basta. Jesús le dijo: Tanto
tiempo que hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe". El
que me ha visto a mi, ha visto al Padre: Como, pues, dices tu: Muéstranos
el Padre?".(Juan 14, 8 al 9) Los
defensores de la buena causa de la veneración de los iconos también se
refirieron a las escrituras apostólicas de San Juan y de San Pablo: "Lo que
era desde el principio, (...)
lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon
nuestras manos acerca del Verbo de Vida porque la vida fue manifestada, y
la hemos visto..." (I Juan 1, 1 al 2). "... el
dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no
les resplandezca la luz del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es
la imagen (en griego, eikon) de Dios"
(II Corintios 4, 4). "Es la
imagen (en griego, eikon) del Dios
invisible, el primogénito de toda creación. Porque en el fueron creadas
todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra...
todo fue creado por medio de él y para él... por cuanto agradó al Padre
que en él habitase toda la plenitud..." (Colosenses 1, 15 al 20). "Dios,
habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el
Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el
universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de
su substancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su
poder..." (Hebreos 1, 1 al 3) El Séptimo
Concilio Ecuménico en Nicea en el año 787 oficialmente declaró que se debe
proclamar la fe cristiana "en palabras e imágenes". Puesto en claro la
enseñanza que se podría representar a Cristo, la Virgen Maria y los Santos
en los santos iconos; que no debemos adorar a los iconos (ya que solamente
Dios es digno de la adoración), sino venerarlos y honrarlos. El Séptimo
Concilio Ecuménico también hizo la siguiente afirmación acerca de Cristo,
en referencia a la veneración de los santos iconos:
"Mantenemos sin alteración todas las tradiciones eclesiásticas que hemos
recibido, sea por escrito o verbalmente, una de las cuales es el hacer
representaciones pictóricas, agradable a la historia de la predicación del
Evangelio, una tradición útil de muchas formas, pero especialmente es
esto, para que la Encarnación del Verbo de Dios brille de verdad y no en
fantasía, pues estas (la realidad y la fantasía) tienen indicaciones
mutuas y sin duda tienen también significados mutuos". En épocas
posteriores las doctrinas de la real divinidad y la real humanidad de
Jesucristo fueron atestiguadas y defendidas por santos como San Simeón el
Nuevo Teólogo (1022) y Gregorio Palamás, el Arzobispo de Tesalónica
(1359) en sus enseñanzas acerca de la real santificación y deificación del
hombre mediante comunión viva con Dios por Jesucristo en el Espíritu
Santo, en la Iglesia. En y mediante Cristo, el Verbo Encarnado, los seres
humanos pueden ser llenados con el Espíritu de Dios y pueden estar en
comunión verdadera con Dios el Padre, participando en el ser no-creado, de
la vida y luz de la Santísima Trinidad. Si Jesucristo no fuera Dios
Verdadero y Hombre Verdadero esto seria imposible. Mas no es imposible. Es
la experiencia de la Salvación y Redención del hombre en la vida de la
Iglesia de Cristo.
... Y
fue crucificado también por nosotros bajo el poder de Poncio Pilatos,
padeció y fue sepultado...
Aunque
Jesús nunca pecó, y no habría debido sufrir y morir, voluntariamente tomó
sobre si los pecados del mundo y voluntariamente se entregó al sufrimiento
y a la muerte por causa de la Salvación. Esta fue su tarea como Mesías -
Salvador. "El
Espíritu del Señor está sobre mi, por cuanto me ha ungido el Señor a
anunciar la buena nueva a los pobres, me ha enviado, a vendar los
corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos
la libertad; (...)para consolar a todos los que lloran, para darles
diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto (...)”.
(Isaías 61, 1 al 3). Al mismo
tiempo, Jesús tuvo que hacer esto como el “Siervo- Sufriente del
Señor-Dios, Yahvéh".
"Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de
dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le
tuvimos en cuenta. Y con
todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que
soportaba. Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha
sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó
el castigo que nos trae la paz, y por su llaga hemos sido curados. Todos
nosotros como ovejas erramos, cada uno marcha por su camino, y el Señor
descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue
oprimido, y él se humillo, y no abrió la boca. Como un cordero al degüello
era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda,
tampoco él abrió la boca. Tras
arresto y juicio fue arrebatado... y se puso su sepultura entre los
malvados y con el hombre rico su tumba, por mas que no hizo atropello ni
hubo engaño en su boca. Mas
plugo al Señor quebrantarle con dolencias, si se da a sí mismo en
expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca al Señor
se cumplirá por su mano. Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su
conocimiento justificará mi siervo a muchos. Y las
culpas de ellos él soportará. Por eso
le daré su parte entre los grande y con poderosos repartirá despojos, ya
que indefenso se entregó a la muerte y con los transgresores fue contado,
cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los transgresores".
(Isaías 53). Estas
palabras del profeta Isaías escritas siglos antes del nacimiento de Jesús
cuentan la historia de su Misión Mesiánica. Esta misión comienza
realmente ante los ojos de todos en su bautismo por Juan en el Jordán. Al
permitir ser bautizado con los pecadores, aunque no tuvo pecado, Jesús
muestra que acepta su llamado de ser identificado con los pecadores: Él,
el "Bien-Amado" del Padre y "el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo". (Juan.1, 29; Mateo 3, 17). Jesús
comienza a enseñar, y en el mismo día y en el mismo momento en que sus
discípulos por primera vez lo reconocen y lo confiesan como el Mesías, el
"Cristo, el Hijo del Dios Vivo", Jesús de inmediato les cuenta que su
misión le lleva “a Jerusalén para padecer mucho... y ser muerto y
resucitar al tercer día". (Mateo 16, 16-23; Marcos 8, 29-33). Los
Apóstoles estaban muy perturbados por esto. Entonces Jesús les devela su
divinidad al ser transfigurado delante de ellos en su gloria divina en la
montaña, en presencia de Moisés y Elías. Les dice nuevamente: "El Hijo del
Hombre será entregado en manos de hombres y le mataran; mas al tercer día
resucitará". (Mateo 17, 1-23; Marcos 9, 1-9). :Los
poderes del mal se multiplicaron en contra de Cristo al final: "Se
levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra
el Señor y Su Cristo".(Salmo 2, 2). Buscaban causas y razones para
matarle. La razón formal fue blasfemia: "porque tu, siendo hombre te haces
Dios". (Juan 10, 31 al 38). Pero, sin embargo, las razones profundas eran
mas personales: Jesús decía la
verdad al pueblo y denunciaba su obstinación, su necedad, hipocresía y
estado de pecado. Por esta razón cada pecador, endurecido en sus pecados y
sin arrepentirse, desea y causa la crucifixión de Cristo. La muerte
de Jesús le llegó por manos de los líderes religiosos y políticos de su
época, con la aprobación de las multitudes: "cuando Caifás era el Sumo
Sacerdote", "Bajo el poder de Poncio Pilatos". Él fue crucificado para
nosotros... "padeció y fue sepultado" para estar con nosotros en nuestros
sufrimientos y en nuestra muerte que trajimos sobre nosotros mismos por
nuestros pecados: "Porque
la paga del pecado es la muerte. (Romanos 6, 23).
En este sentido el Apóstol Pablo escribe que Jesús fue
"hecho por nosotros maldición" (Gálatas 3, 13) y Él "que no
conoció pecado, por nosotros (Dios) lo hizo pecado, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en Él". (II Corintios 5, 21). Los
sufrimientos y muerte de Cristo en obediencia al Padre revelan en su
sobreabundancia el amor divino de Dios por su creación. Pues cuando todo
fue pecado, maldición y muerte, Cristo se hizo pecado, maldición y muerte
para nosotros aunque el mismo nunca había dejado de ser la virtud, la
bendición y la vida de Dios en persona. Es a esta profundidad, mas baja de
lo imaginable a que Cristo se humilló "por nosotros los hombres y para
nuestra salvación". Pues siendo Dios, se hizo hombre; y siendo hombre se
hizo esclavo; y siendo esclavo, es muerto, y no solamente muerto, sino
que murió en una cruz. De esta degradación profundísima de Dios brota la
exaltación eterna del hombre. Esta es la doctrina central de la Fe
Cristiana Ortodoxa, expresada una y otra vez de muchas diferentes formas
durante la historia de la Iglesia Ortodoxa. Esta es la doctrina del
“rescate”, pues somos creados para estar en “armonía” con Dios. Es la
Doctrina de la redención, pues hemos sido redimidos, es decir,
"comprados por precio", el gran precio de la Sangre de Dios. (Hechos 20,
28; I Corintios 6, 20). "Haya
pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual,
siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que
aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho
semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a
sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo
cual Dios también le exaltó hasta lo sumo y le dió un nombre que es sobre
tono nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los
que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda
lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre"
(Filipenses 2, 5 al 11). Al
contemplar la acción salvadora y redentora de Cristo, ha llegado a ser
tradicional enfatizar tres aspectos que en la realidad no están divididos,
y no pueden estarlo; pero que en teoría (es decir, en la visión del
ser y actividad de Cristo como el Salvador del Mundo) pueden ser
distinguidos. El primero de estos tres aspectos de la obra redentora de
Cristo es el hecho de que Jesús salva la humanidad dando la perfecta
imagen y ejemplo de la vida humana llena de la gracia y poder de Dios. Cristo es
el Verbo Encarnado de Dios. Él es el Maestro y Soberano enviado por Dios
al mundo. Él es la Encarnación de Dios Mismo en forma humana. Él es "la
Imagen del Dios Invisible". (Colosenses 1, 15). En él "habita
corporalmente toda la plenitud de la Divinidad" (Colosenses 2, 9). La
persona que ve a Jesús ve a Dios Padre. (Juan 14, 9) él es "el resplandor
de la gloria de Dios, y la imagen misma de Su Persona". (Hebreos 1, 3). Él
es "la luz del mundo", Quien "ilumina a todo hombre... viniendo al mundo).
(Juan 8, 12; 1, 9). Ser salvado por Jesucristo es primero ser iluminado
por Él; ver en Él a la Luz, y
ver todas las cosas a Su Luz. Es conocerlo como "La Verdad" (Juan
14, 6); y conocer la verdad en Él. "Y
conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres".(Juan 8, 31). Cuando uno
es salvado por Dios en Cristo, llega al conocimiento de la Verdad,
cumpliendo así lo que Dios desea para sus criaturas, pues "Dios Nuestro
Salvador... quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad". (I Timoteo 2, 4). Al salvar el Mundo de Dios,
Jesucristo ilumina las criaturas de Dios por el Espíritu Santo, el
Espíritu de Dios quien es el Espíritu de la Verdad quien procede del Padre
y es enviado al mundo mediante Cristo. "Si me
amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro
Consolador, para que esté con vosotros para siempre: El Espíritu de
Verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve, ni lo conoce;
pero vosotros lo conocéis, porque mora con vosotros y estará en vosotros".
(Juan 14, 15 al 17). "Pero
cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu
de Verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mi".
(Juan 15, 26). "Cuando
venga el Espíritu de Verdad, el os guiará a toda la Verdad..."
(Juan 16, 13). El primer
aspecto de la salvación en Cristo, por lo tanto, es ser iluminado por Él y
conocer la verdad acerca de Dios y el hombre por la guía del Espíritu
Santo, el Espíritu de Verdad, el cual Dios otorga mediante Él a los que
creen. Esto es atestiguado en las escrituras apostólicas de San Juan y San
Pablo: "Y
nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que
proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual
también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con
las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual... Porque
¿Quién conoció la mente del Señor?. ¿Quién le instruirá?. Mas nosotros
tenemos la mente de Cristo". (I Cor.2, 12 al
16). "(Dios)
hizo sobreabundancia para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el
cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo,
en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en
los cielos, como las que están en la tierra... A mi...
me fue dada esta gracia... de aclarar a todos cual sea la dispensación del
misterio escondido desde los siglos en Dios... para que la multiforme
sabiduría de Dios sea ahora dada conocer por medio de la Iglesia..."
(Efesios 1, 8 al 10; 3, 8 al 10). "Porque
quiero... que sean consolados sus corazones unidos en amor, hasta alcanzar
todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de
Dios el Padre en Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la
sabiduría y del conocimiento". (Colosenses 2, 1 al 3). "Pero
vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas. No os he
escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la conocéis, y porque
ninguna mentira procede de la verdad... . Pero la unción que vosotros
recibisteis de él, permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que
nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es
verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado permaneced en él... Y en
esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha
dado". (I Juan 2, 20 al 27; 3, 24). El primer
aspecto de la salvación del hombre por Dios en Cristo es, por lo tanto, la
capacidad y poder de ver, conocer, creer y amar la verdad de Dios en
Cristo, quien es la Verdad por el Espíritu de Verdad. Es el don del
conocimiento y de sabiduría, de iluminación y esclarecimiento. Es la
condición de ser "enseñado por Dios" como fue predicho por los profetas y
cumplido en Cristo. (Isaías 54, 13; Jeremías 31, 33 al 34; Juan 6, 45).
Así, en la Iglesia Ortodoxa, la entrada a la vida salvadora de la Iglesia
mediante el Bautismo y la Crismación se llama la "Santa Iluminación".
(Véase el Libro II sobre Vida Litúrgica y Oración en la Iglesia Ortodoxa) "Porque
Dios que mando que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que
resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de
la gloria de Dios en la Paz de Jesucristo".(II Corintios 4, 6). El segundo
aspecto del único e indivisible acto de Cristo de la salvación del hombre
y del mundo es el logro de la reconciliación del hombre con Dios Padre
mediante el perdón de los pecados. Esta es la redención y
propiciación en el sentido estricto, la liberación de los pecados, y
del castigo merecido debido a los pecados; el hombre llega a ser "uno" con
Dios.
"Porque
Cristo, cuando aun éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.
Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que
alguno osara morir por el bueno. Mas Dios
muestra su amor para con nosotros, en que siendo aun pecadores, Cristo
murió por nosotros. Pues mucho mas, estando ya justificados en su sangre,
por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos
reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho mas, estando
reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no
solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor Nuestro
Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación". (Romanos 5,
6 al 11). "De modo
que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron;
he aquí todas son echas nuevas. Y todo
esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y
nos dió el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo
reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus
pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación". (II
Corintios 5, 17 al 19). El perdón
de los pecados es una de las señales de la venida de Cristo, el Mesías,
como fue predicho en el Antiguo Testamento. "...
todos me conocerán, desde el mas pequeño de ellos hasta el mas grande.
dice el Señor; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré mas
de su pecado". (Jeremías 31, 34). Cristo es
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y el cordero que es
sacrificado para que mediante Él todos los pecados puedan ser perdonados.
Es también el Sumo Sacerdote, quien ofrece el sacrificio perfecto mediante
el cual el hombre es absuelto de sus iniquidades. Jesús ofrece, como sumo
sacerdote, el perfecto sacrificio de Su propia vida, Su mismo Cuerpo, como
Cordero de Dios, en el Madero de la Cruz. "Pues
para esto fuisteis llamados, porque también Cristo padeció por nosotros,
dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado,
ni se hallo engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con
maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que
juzga justamente; quién llevó el mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre
el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la
justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como
ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de
vuestras almas". (I Pedro 2, 21 al 25). Se describe
con gran detalle el ofrecimiento y sacrificio sumo sacerdotal del Hijo de
Dios a su Padre Eterno en la Carta a los Hebreos en las Escrituras del
Nuevo Testamento. "Y
Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas, con gran
clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de
su temor reverente. Y aunque
era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido
perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le
obedecen; y fue declarado por Dios Sumo Sacerdote según el orden de
Melquisedec". (Hebreos 5, 7 al 10). "Pero
estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros... por
su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo,
habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de
los machos cabrios, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos,
santifican para la purificación de la carne. ¿Cuanto
mas la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu Eterno se ofreció a
si mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas
para que sirváis al Dios Vivo? Así que,
por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para
la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los
llamados reciban la promesa de la herencia eterna". (Hebreos 9, 11 al 15). Según las
Escrituras, los pecados del hombre y del mundo entero son absueltos y
perdonados por el sacrificio de Cristo, por el ofrecimiento de Su Vida -
de Su Cuerpo y Su Sangre, que es la "Sangre de Dios" (Hechos
20, 28) - sobre el madero. Esto es la "redención", el "rescate",
la "expiación", la "propiciación", acerca de la cual se
habla en las escrituras que tenia que ser efectuada para que el hombre
pudiera ser "uno" con Dios. Cristo "pagó el precio" que fue necesario ser
pagado para que el mundo fuese perdonado y limpiado de toda iniquidad y
pecado. (I Corintios 6, 20; 7, 23). En la
historia de la doctrina Cristiana ha habido gran debate sobre a quién
Cristo "paga el precio" para el rescate del mundo y la salvación de la
humanidad. Algunos dicen que el "pago" fue al diablo. Este punto de vista
plantea que el diablo recibió ciertos "derechos" sobre el hombre y su
mando por razón del pecado del hombre. En su rebeldía contra Dios, el
hombre "se vendió al diablo", así permitió que Satanás fuera "el principe
de este mundo" (Juan 12, 31). Cristo llega para pagar la deuda al diablo y
liberar al hombre de su control, al sacrificarse El mismo en la Cruz. Otros dicen
que el "pago" de Cristo a favor del hombre se debía hacer a Dios Padre.
Este es el punto de vista que interpreta la muerte sacrificial de Cristo
en la cruz como el castigo adecuado que debía ser pagado para satisfacer
la justicia de Dios pues la justicia de Dios es divina. Así, el Hijo de
Dios debía nacer al mundo y recibir el castigo que el hombre tenia que
cumplir. Él debía morir, para que Dios recibiese el pago por las ofensas
del hombre en contra de Él. Cristo se puso en nuestro lugar y murió por
nuestros pecados, ofreciendo Su Sangre como el sacrificio expiatorio para
los pecados del mundo. Muriendo en el madero en el lugar de un hombre
pecador, Cristo cumple con el pago completo y total para los pecados del
hombre. La ira de Dios es borrada. El insulto del hombre es castigado. El
mundo se reconcilia con Su Creados. Comentando
sobre esta materia referente a quien "paga" Cristo "el precio" para la
salvación del hombre, San Gregorio el Teólogo en el siglo IV escribió lo
siguiente en su Segundo Sermón para la Pascua de la Resurrección: "Ahora
hemos de examinar otro hecho y dogma, olvidado por la mayoría, pero a mi
juicio que vale la pena investigar. A quién fue ofrecida aquella sangre
que fue derramada por nosotros, y por qué fue derramada: Hablo de la
Preciosísima Sangre de Nuestro Dios y Sumo sacerdote y su Sacrificio. Estamos
cautivos en esclavitud por el Mal, vendidos bajo el pecado, y recibimos
placer en cambio de la maldad. Ahora ya que un rescate pertenece solamente
a aquel que mantiene cautivo, pregunto ¿ a quién fue ofrecido este
rescate? Si fue
ofrecido al mal (al diablo): es como un ultraje. Si el ladrón recibe el
rescate, no solo de Dios, sino un rescate que consiste en Dios Mismo, y
tiene un pago tan brillante por su tiranía, entonces hubiera estado bien
que él nos dejara solos. Pero si
fue ofrecido a Dios Padre, pregunto primero, ¿cómo y porqué?. Pues no fue
por Él que fuimos oprimidos. Entonces,¿ en qué principio complació al
Padre la Sangre de Su Hijo Unigénito, el mismo Padre que ni siquiera quiso
recibir a Isaac, quien iba a ser sacrificado por su padre (Abrahám), sino
que cambió el sacrificio colocando un carnero en el lugar de la victima
humana? (Véase Génesis 22). Es
evidente que el Padre lo acepta a Él, pero sin embargo no se lo pidió ni
le obligó; pero por la Encarnación, y porque la Humanidad debía ser
santificada por la Humanidad de Dios, para que pudiera liberarnos Él
Mismo, y vencer al tirano (es decir, al diablo) y acercarnos a Él Mismo
por la mediación de su Hijo quien también arregló esto para la gloria del
Padre a quien es evidente que obedece en todo. En la
Teología Ortodoxa generalmente se puede decir que el lenguaje de "pago" y
"rescate" se entiende mejor como una forma simbólica y metafórica de decir
que Cristo ha hecho todo lo necesario para salvar y redimir la humanidad
sometida al diablo, al pecado y a la muerte, y bajo la ira de Dios, Él
"pagó el precio" al diablo cuyos derechos sobre el hombre fueron ganados
por el engaño y tiranía. No "pagó el precio" a Dios Padre en el
sentido de que Dios se alegra en Sus sufrimientos y recibió "Satisfacción"
de Sus Criaturas en Él. Mas bien, podríamos decir, "pagó el precio" a la
Realidad Misma, "pagó el precio" para crear las condiciones en y mediante
las cuales el hombre pueda recibir el perdón de los pecados y la vida
eterna, por morir y resucitar en Él a la nueva vida. (Véase Romanos 5 al
8; Gálatas 2 al 4). Por morir
en la cruz y resucitar de entre los muertos, Jesucristo limpió el mundo de
todo mal y pecado. Aniquiló al diablo "en su propio terreno" y en "sus
propios términos". La "paga del pecado es muerte" (Romanos 6, 23).
Entonces el Hijo de Dios se hizo hombre y sobre Sí mismo tomó los pecados
del mundo y sufrió una muerte voluntaria. Por su Muerte inmaculada e
inocente, ofrecida completamente por Su Propia Voluntad Libre ( y no por
ninguna necesidad, ni física, ni moral, ni jurídica) hizo que se
destruyera la muerte para que
fuera ella misma la fuente y el camino a la vida eterna. Esto es lo que la
Iglesia canta en la Fiesta de la Resurrección, la Nueva Pascua de Cristo,
el Nuevo Cordero Pascual, quien resucitó de entre los muertos: Cristo
resucitó de entre los muertos, pisoteando la muerte con su muerte. Y
otorgando la vida a los que yacían en los sepulcros. (Tropario de la
Pascua de la Resurrección). Y así reza
la Iglesia en la Divina Liturgia de San Basilio el Magno: "...
sino que siendo Dios Eterno, apareció en la tierra y vivió con los
hombres; se encarnó de la Santa Virgen, se rebajo tomando el aspecto de un
siervo, se hizo semejante al cuerpo de nuestra humildad para hacernos
semejantes a la Imagen de su gloria. Puesto que el pecado entró al hombre,
y por el pecado la muerte, Tu Unigénito Hijo existente en Tu seno, Dios y
Padre, se dignó nacer de una mujer, la Santísima Siempre Virgen María, y
sometiéndose a la Ley, condenó el pecado por medio de Su propia carne,
para que muriendo en Adán, se vuelva a la vida en Tu propio Cristo; y
después de haber vivido en este mundo, habiéndonos dado mandamientos
salvadores y apartado del engaño de los ídolos, nos trajo el conocimiento
de Ti, el verdadero Dios y padre, habiéndonos adquirido como gente
elegida, sacerdocio real, pueblo santo; y habiéndonos purificado con el
agua y santificado con el Espíritu Santo, se entregó a Si mismo en cambio
de la muerte, cuyos cautivos estábamos, vendidos por el pecado; y habiendo
descendido al infierno por la Cruz, para llenarlo todo de Si, venció los
sufrimientos mortales; y resucitó al tercer día, abriendo a toda carne el
camino de la resurrección de entre los muertos, porque no era posible que
la corrupción se apodere del propio Origen de la vida; se hizo el primero
de los que fallecieron y el primer surgido de entre los muertos, para que
El mismo sea todo, siendo el primero en todo...". El tercer y
ultimo aspecto de la acción salvadora y redentora de Cristo por lo tanto,
es el mas profundo y el mas comprensivo. Es la destrucción de la muerte
por la muerte de Cristo. Es la transformación de la muerte misma a un acto
de vida. Es la recreación del Seol (la condición espiritual de estar
muerto) en el paraíso de Dios. Así es que
entonces, en y mediante la muerte de Jesucristo, la muerte se
muera. En Él que es la Resurrección y la Vida, el hombre no puede morir,
sino vive para siempre con Dios... "De
cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envío,
y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida". (Juan 5, 24). "Yo soy
la resurrección y la vida; el que cree en mi, aunque esté muerto, vivirá.
Y todo aquel que vive y cree en mi, no morirá eternamente". (Juan 11, 25
al 26). "Cristo
es el que murió; mas aun, el que también resucitó, el que además está a la
diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quien nos
separará del amor de Cristo" Tribulación, o angustia, o persecución, o
hambre, o desnudez, o peligro o espada?. Como está escrito: por causa de
ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero.
Antes, en todas cosas somos mas que vencedores por medio de aquel que nos
amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles,
ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto
ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de
Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 8, 34 al 39). "Porque
en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros
estáis completos en él... . Fuisteis sepultados con él en el Bautismo, en
el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de
Dios que le levantó de los muertos. Ya vosotros, estando muertos en
pecado... os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados,
anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era
contraria, quintándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a
los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando
sobre ellos en la cruz... . Porque habéis muerto, y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios". (Colosenses 2, 9 en adelante). Esta es la
doctrina de las escrituras del Nuevo Testamento, repetida una y otra vez
de muchas diferentes formas en la Tradición de la Iglesia: en sus
Sacramentos, himnología, teología, iconografía. La victoria de Cristo
sobre la muerte es la liberación del hombre de sus pecados y la victoria
del hombre sobre la esclavitud al diablo porque en y mediante la muerte de
Cristo el hombre muere y nace de nuevo a la vida eterna. En su muerte ya
no cuentan los pecados. En su muerte el diablo ya no lo tiene mas en su
poder. En su muerte nace de nuevo a la nueva vida y se libera de todo lo
que es malo, falso, demoniaco y pecaminoso. En una palabra, es libre de
todo lo que es muerto por morir y resucitar en y con Jesús. "Pero
vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús,
coronado de Gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para
que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos... Así que,
por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, el también participó
de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenia el imperio
de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de
la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre". (Hebreos 2,
9 al 15). "Mas
ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron
es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un
hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos
mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Ya que el aguijón de la
muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracia sean dadas
a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo". (I
Cor.15, 20 al 22; 56 al 57). Los
defensores de la buena causa de la veneración de los iconos también se
refirieron a las escrituras apostólicas de San Juan y de San Pablo: "Lo que
era desde el principio, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos
contemplado, y palparon nuestras manos acerca del Verbo (Palabra) de vida
- porque la vida fue manifestada, y la hemos visto..." (I Juan 1, 1 al
12). "... el
dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no
les resplandezca la luz del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es
la imagen (en griego, eikon) de Dios". (II Corintios 4, 4). "Él es
la imagen (en griego, eikon) del Dios invisible, el primogénito de toda la
creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los
cielos y las que hay en la tierra.. todo fue creado por medio de él y para
él... por cuanto agradó al Padre que en el habitase toda plenitud...".
(Colosenses 1, 15 al 20). "Dios,
habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
Padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el
Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el
universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen de su
sustancia" (Hebreos 1, 1-3)
Y Resucitó al
tercer día, según las escrituras.
¡Cristo
resucitó de entre los muertos!. Esta es la proclamación principal de
la Fe Cristiana. Constituye el corazón mismo de la predicación, del culto
y de la vida espiritual de la Iglesia. "Y si
Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también
vuestra fe". (I Corintios 15, 14). En el
primer sermón que fue predicado en toda la historia de la Iglesia
Cristiana, el Apóstol Pedro comenzó su proclamación: "Varones
israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios
entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre
vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado
por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis
y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó,
sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese
retenido por ella". (Hechos 2, 22 al 24). Jesús tenia
el poder de entregar su vida, y de tomarla nuevamente: "Por eso
me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me
la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y
tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre".
(Juan 10, 17 al 18). Según la
doctrina Ortodoxa no existe ninguna competencia de "vidas" entre Dios y
Jesús, y ninguna competencia de "poderes". El poder de Dios y poder de
Jesús, la vida de Dios y la vida de Jesús, son uno y el mismo poder y
vida. Decir que Dios ha resucitado a Cristo, y que Cristo ha sido
resucitado por su propio poder, es esencialmente lo mismo. "Porque como el
Padre tiene vida en sí mismo", dice Cristo, "así también ha dado al Hijo
el tener vida en si mismo". (Juan 5, 26). "Yo y el Padre uno somos". (Juan
10, 30). El énfasis que encontramos en las Escrituras en que Dios ha
resucitado a Cristo, nos muestra una vez mas que Cristo ha entregado su
vida y la ha ofrecido plenamente, que Él la ha ofrecido por completo y sin
reserva a Dios - Quien entonces la devuelve en su resurrección de entre
los muertos. La Iglesia
Ortodoxa cree en la real muerte de Cristo y en su real resurrección.
Resurrección, sin embargo, no simplemente quiere decir la “resucitación”
corporal. Ni el Evangelio ni la Iglesia enseña que Jesús yacía muerto y
luego fue revivido biológicamente y entonces caminaba y se movía de la
misma forma en que lo hizo antes de ser muerto. Dicho de otra manera, el
Evangelio no dice que el Angel movió la piedra para dejar salir a Jesús.
El Angel corre la piedra para mostrar que Jesús ya no estaba ahí. (Marcos
16; Mateo 28). En su
Resurrección, Jesús está en una forma nueva y gloriosa. Aparece de repente
en diferentes lugares. Es difícil reconocerlo. (Lucas 24, 16; Juan 20,
14). Come y bebe para mostrar que no es un fantasma. (Lucas 24, 30, 39).
Se deja tocar. (Juan 20, 27; 21, 9). Y sin embargo aparece en medio de sus
discípulos, "estando las puertas cerradas", (Juan 20, 19,26). Después
"desaparece de su vista". (Lucas 24, 31). Ciertamente Cristo resucitó,
pero su humanidad resucitada desborda de vida y divinidad. Es la humanidad
en su nueva forma, la de la vida eterna del Reino de Dios. "Así
también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción,
resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria.
Se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal,
resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual. Así
también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el
postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino
lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra,
terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del Cielo.
Cual el
terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial; tales también
los celestiales. Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos
también la imagen del celestial.. Pero esto digo, hermanos: que la carne y
la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la
incorrupción". (I
Corintios 15, 42 al 50). La
resurrección de Cristo es el primer fruto de la resurrección de toda la
humanidad. Es el cumplimiento del Antiguo Testamento, "según las
Escrituras" donde está escrito: "Porque no dejarás mi alma en el Seol (es
decir, en el Reino de la Muerte), ni permitirás que tu santo vea
corrupción". (Salmo 16, 10; Hechos 2, 25 al 36). En Cristo se cumplen
todas las expectativas y esperanzas: "Oh muerte, donde está tu aguijón?..
Oh Seol, donde está tu victoria?" (Oseas 13, 14).
"Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará Dios el Señor toda
lágrima de todos los rostros;... Y se dirá en aquel día: he aquí este es
Nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará. Este es el Señor a Quien
hemos esperado, gozaremos y nos alegraremos en su salvación".
(Isaías 25,
8 al 9). "Venid y
volvamos al Señor; porque Él arrebató, y nos curará; hirió y nos venderá.
Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará y
viviremos delante de Él.". (Oseas 6, 1
al 2) "Así ha
dicho Dios el Señor: He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os
haré subir de vuestras sepulturas.. y sabréis que yo soy el Señor, cuando
abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío Y
pondré mi espíritu en vosotros, y viviréis". (Ezequiel
37, 12 al 14) Ayer fuí
crucificado junto a Él; hoy estoy glorificado con Él. Ayer morí junto a
Él; hoy estoy vivificado con Él. Ayer fuí sepultado junto a Él; hoy
resucito con Él.
Ofrezcamos a Él Quien sufrió y resucitó para nosotros... nosotros mismos,
la posesión mas preciosa a Dios y mas apta. Que
seamos semejantes a Cristo, ya que Cristo se hizo semejante a nosotros. Que
seamos divinos por Su Causa, ya que por nosotros se hizo Hombre. El
aceptó lo peor para así darnos lo mejor. Se hizo
pobre para que por su pobreza fuéramos ricos. Aceptó
la forma de siervo para que pudiéramos ganar nuestra libertad. Bajó
para que fuéramos levantados. Fue
tentado para que por medio de él pudiéramos conquistar. Fue deshonrado
para que nos pudiera glorificar. Murió
para que nos pudiera salvar. Ascendió
para que pudiéramos acercarnos a Él, nosotros que estábamos postrados por
la caída del pecado.
Entreguemos todo, ofrezcamos todo, a Él que se entregó a Sí Mismo, rescate
y reconciliación para nosotros.
Necesitábamos un Dios Encarnado, un Dios entregado a la Muerte, para que
viviéramos. Fuimos muertos juntamente con Él para que fuéramos limpiados.
Resucitamos con Él pues fuimos a la muerte con Él. Fuimos glorificados con
Él pues resucitamos con Él. Unas
pocas gotas de sangre recrean la creación entera San
Gregorio el Teólogo Sermón -
Pascua de Resurrección.
Y subió a los
cielos, y está sentado a la diestra del Padre
Después de
Su Resurrección de entre los muertos Jesús apareció a los hombres por un
período de cuarenta días después de que "fue recibido arriba en el
cielo, y se sentó a la diestra de Dios". (Lucas 24, 50 y Hechos 1, 9-11). La
Ascensión de Jesucristo es el acto final de su misión terrenal de
Salvación. El Hijo de Dios “baja de los cielos"
para hacer el trabajo que el Padre le encarga y habiendo logrado todo,
vuelve al Padre llevando en si la humanidad mortal y glorificada que Él ha
asumido. (Véase Juan 17). El
significado doctrinal de la Ascensión es la glorificación de la naturaleza
humana, la Alianza restaurada del hombre con Dios, su re-unión. Es
realmente, la penetración del hombre a las profundidades inagotables de la
divinidad. Ya hemos
visto que "los cielos" es la expresión simbólica en la Biblia para hablar
del no-creado, inmaterial "Reino divino de Dios", como un santo de la
Iglesia lo ha llamado. Decir que Jesús está "exaltado por la diestra de
Dios" como predicó San Pedro en su primer Sermón Cristiano (Hechos 2, 33)
significa exactamente esto: que el hombre ha sido restaurado a la Comunión
con Dios, a una unión que, según la doctrina ortodoxa, es mucho mayor y
más perfecta que la que había sido
otorgada al hombre en su creación original. (Véase Efesios 1 al 2). El hombre
fue creado con el potencial de “entrar en comunión con la naturaleza
divina", citando nuevamente al Apóstol Pedro. (II Pedro 1, 4). Es esta
participación en la divinidad, que se llama theosis (que
literalmente significa deificación o divinización) en la teología
Ortodoxa, que la ascensión de Cristo ha logrado para la humanidad. La
expresión simbólica "sentado a la diestra del Padre" significa exactamente
esto. No quiere decir que en algún lugar en el universo creado, el ser
corporal Jesús está sentado sobre un trono material. La Carta
(Epístola) a los Hebreos habla de la Ascensión de Cristo tomando el
símbolo del Templo de Jerusalén. Tal como los sumo sacerdotes de Israel
entraban al "Santo de los Santos" para ofrecer sacrificios a Dios
en nombre de ellos mismos y del pueblo, así también Cristo, el Único
Eterno y Perfecto Sumo sacerdote se ofrece Él mismo a Dios sobre la cruz
como el Único Sacrificio Perfecto y Eterno, no por Él, sino por toda la
humanidad pecadora. Como hombre, Cristo entra (una vez y para siempre) al
Único, Eterno y Perfecto Santo de los Santos: la misma "Presencia de
Dios en los Cielos". “Tenemos
un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de
Dios..." (Hebreos
4, 14). "Porque
tal sumo sacerdote nos convenía; santo, inocente, sin mancha, apartado de
los pecadores, y hecho mas sublime que los cielos; que no tiene necesidad
cada día como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios
por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo
una vez para siempre, ofreciéndose a si mismo. Ahora bien, el punto
principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el
cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos,
Ministro del Santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el
Señor, y no el hombre". (Hebreos
7, 26 al 27; 8, 1 al 2). "...
Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los
pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando
hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies". (Hebreos
10, 11 al 12) (Salmo 110, 1). Así se
entiende la Ascensión como la primera entrada del hombre a aquella
glorificación divina para la cual originalmente fue creado. Esta entrada
se hace posible por la exaltación del Hijo Divino quien se anonadó a Sí
mismo en cuerpo humano como un
perfecto ofrecimiento de sí a Dios.
Y vendrá de nuevo
para juzgar a los vivos y a los muertos "Este
mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le
habéis visto ir al cielo" (Hechos 1, 11). Estas
palabras de los ángeles fueron dirigidas a los Apóstoles en la Ascensión
del Señor. Cristo vendrá de nuevo en gloria, "sin relación con el
pecado, para salvar a los que le esperan". (Hebreos 9, 28). " Porque
el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de
Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.
Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos
arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el
aire, y así estaremos siempre con El Señor".
(I
Tesalonicenses 4, 16-17; lectura de la Epístola del Oficio Ortodoxo del
Funeral). La venida
del Señor al final de los siglos será el Día del Juicio, el Día
del Señor, predicho en el Antiguo Testamento y anunciado por Jesús
Mismo. (Daniel 7; Mateo 24). No fue predicho el momento exacto del final,
ni aun por Jesús, para que los hombres siempre estuvieran preparados en
vigilia constante y buenas obras. La misma
presencia de Cristo como la Verdad y la Luz es el juicio del mundo. En
este sentido todos los hombres y el mundo entero ya están juzgados, o,
mejor dicho, ya viven en la plena presencia de aquella realidad -Cristo y
Sus Obras- por las cuales serán juzgados sin apelación. Con Cristo ya
revelado, no puede haber ninguna excusa ni para la ignorancia ni para el
pecado. (Juan 9, 39). Ahora
debemos notar que en este juicio final habrá los que estarán ubicados "a
la izquierda" y que irán "al fuego eterno preparado para el diablo y sus
ángeles". (Mateo 25, 41; Apocalipsis 20). Que esto sea así, no es culpa de
Dios por ningún motivo. Es culpa solamente de los hombres, pues "según
oigo, así juzgo; y mi juicio es justo", dice el Señor. (Juan 5, 30). Dios no se
goza con "la muerte del impío". (Ezequiel
18, 23) El "quiere
que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad".
(I Timoteo 2, 4). Hace todo lo que de Él depende para que la salvación y
la vida eterna estén al alcance de todos. No hay nada mas que Dios pueda
hacer. Ahora todo depende del hombre. Si algunos hombres rechazan el don
de la vida en comunión con Dios, el Señor solo puede honrar este rechazo
el don de la vida en comunión con Dios, el Señor solo puede aceptar este
rechazo y respetar la libertad de Sus criaturas, libertad que Él Mismo les
ha otorgado y no se las quitará. Dios permite a los hombres vivir "con el
diablo y sus ángeles" si así lo desean. Aun en este sentido Dios es
cariñoso y justo. Pues si la presencia de Dios como el "fuego consumidor"
(Hebreos 12, 29) y la "luz inaccesible" (I Timoteo 6, 16) que alegra a los
que le aman, solo produce odio y desesperanza en los que no "aman Su
venida" (II Timoteo 4, 8), no hay absolutamente nada que Dios pueda hacer
excepto destruir completamente Sus criaturas endurecidas en el pecado, o
destruirse a Si Mismo. Pero Dios continuará existiendo y permitirá que Sus
criaturas existan. Mas no esconderá su rostro para siempre.
La doctrina
del infierno eterno, por lo tanto, no significa que Dios activamente
tortura a las personas por algunos medios perversos y odiosos. No
significa que Dios se alegra en el castigo y dolor de Su pueblo que El
ama. Ni tampoco quiere decir que Dios "se separa" de Su pueblo, causándole
así angustia en esta separación (pues ciertamente si las personas odiaran
a Dios, la separación sería bienvenida, y no aborrecida). Sino mas bien
significa que Dios permite que todas las personas, santos y pecadores por
igual, existan para siempre. Todos son resucitados de la muerte a la vida
eterna: "los que hicieron el bien, saldrán a resurrección de vida". (Juan
5, 29). En el Final, Dios será "todo en todos" (I Corintios 15, 28). Para
los que aman a Dios será un paraíso. Para los que le aborrezcan, la
resurrección de la muerte y la presencia de Dios será un infierno. Esta es
la enseñanza de los Padres de la Iglesia. "Ha
brotado una luz para los justos, y su compañera es alegría gozosa. Y la
luz de los justos es eterna... Que
evitemos solo a una luz - a aquella luz que es la del fuego doloroso. Pues
conozco un fuego purificador que Cristo vino para traer
sobre la tierra, y Él Mismo es llamado un fuego. Este Fuego quita
todo lo que es material y de maldad; y este fuego Él desea encender con
toda rapidez... Conozco
también un fuego que no es purificador, sino vengador... que Él vierte
sobre todos los pecadores... el cual está listo para enfrentar al diablo y
sus ángeles... el cual procede del Rostro del Señor y quemará a Sus
enemigos alrededor... el fuego inagotable que... es eterno para los malos.
Pues todos estos pertenecen al poder destructor, aunque algunos puedan
preferir aun en este aspecto tomar una visión mas misericordiosa de este
fuego, como es digno de aquel que castiga". San
Gregorio el Teólogo "... los
que se encuentran en la Gehenna serán castigados con el azote de amor.
¡Cuan cruel y amargo seria este tormento del amor!. Pues los que entienden
que han pecado contra el amor padecen sufrimientos mas grandes que los
producidos por las torturas mas terribles. La tristeza que posea al
corazón que ha pecado contra el amor es mas penetrante que cualquier otro
dolor. No es correcto decir que los pecadores que están en el infierno son
desprovistos del amor de Dios... Mas el amor actúa de dos diferentes
maneras, como sufrimientos para los condenados, y regocijo para los
benditos". San Isaac
de Siria. Así, el
juicio final del hombre y su destino eterno depende únicamente en que si
el hombre ama a Dios y su prójimo o no. Depende de si el hombre ama la luz
mas que la oscuridad - o ama la oscuridad mas que la luz. Depende,
podríamos decir, de si el hombre ama el Amor y la Luz Misma o no; si el
hombre ama la Vida o no - que es Dios Mismo; el Dios revelado en la
creación, en todas las cosas, en "los mas pequeños de los hermanos". Los
procedimientos del juicio final ya se conocen. Cristo Mismo las ha dado
con absoluta claridad. "Cuando
el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él,
entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de El
todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el
pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los
cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid,
benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la
fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed,
y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y
me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.
Entonces los justos les responderán diciendo: Señor, ¿cuando te vimos
hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?. Y ¿cuando
te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos?. O ¿cuando
te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?. Y respondiendo el Rey
les dirá: De acuerdo os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis
hermanos mas pequeños, a mi lo hicisteis. Entonces dirá también a los de
la izquierda: Apartaos de íi, malditos, al fuego eterno preparado para el
diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve
sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve
desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.
Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuando te vimos
hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te
servimos?. Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en
cuanto no lo hicisteis a uno de estos mas pequeños, tampoco a mí lo
hicisteis. E irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna". (Mateo 25,
31 al 46; Lectura del Evangelio para el Domingo del Juicio Final.) Es Cristo
quien juzgará, no Dios el Padre. Cristo ha recibido el poder del juicio
pues Él es "el Hijo del Hombre". (Juan 5, 27). Así
entonces, el hombre y el mundo no son juzgados por Dios "sentado en una
nube", por así decir, sino por Aquel que es verdaderamente hombre, Aquel
que ha sufrido cada tentación de este mundo y ha salido victorioso. El
mundo es juzgado por Aquel que tuvo hambre, que tuvo sed, que fue
extranjero, que estuvo desnudo, encarcelado, y herido, pero que, no
obstante, era la salvación de todos. Por la crucifixión, Cristo ha
adquirido la autoridad para juzgar pues solamente Él ha sido el siervo
perfectamente sumiso del Padre y
Quien conoce las profundidades de la tragedia humana por su propia
experiencia. "El cual
pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que,
perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira
y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que
obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que
hace lo malo... pero gloria, honra y paz a todo el que hace lo bueno...,
porque no hay acepción de personas para con Dios. Porque todos los que sin
ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han
pecado, por la ley serán juzgados; porque no son los oidores de la Ley los
justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados".
Romanos 2,
6 al 13
... Y su Reino no
tendrá fin
Jesús es el
Hijo Real de David, de Quien el ángel profetizó en
su nacimiento: "Este
será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el
trono de David Su Padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y
su reino no tendrá fin"(Lucas 1, 32 al 33) Mediante
sus sufrimientos como el Cristo, Jesús alcanzó eterna realeza y señorío
sobre toda la creación. Él es el "Rey de los reyes y Señor de señores",
compartiendo este título con Dios Padre Mismo. (Deuteronomio 10, 17;
Daniel 2, 47; Revelación 19, 16). Como hombre, Jesucristo es el Rey del
Reino de Dios. Cristo vino
con el único motivo de traer el Reino de Dios a los hombres. Sus primeras
palabras públicas retoman exactamente las de Su precursor, San Juan
Bautista: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado".
(Mateo 3, 2; 4, 17). Durante
toda Su vida Jesús habló del Reino. Es por ejemplo el tema del Sermón en
el Monte, y de muchas parábolas:
"Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de
los Cielos".
"Bienaventurados los que son perseguidos por practicar la justicia, porque
de ellos es el reino de los cielos". "Mas
buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os
serán añadidas". "No todo
el que me dice: Señor, señor, entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos"(Mateo
5 al 7). El grano de
mostaza, la levadura, la perla de gran precio, la moneda perdida, el
tesoro en el campo, la red del pescador, la fiesta de bodas, el banquete,
la casa del Padre, la viña... todos son signos del Reino que Cristo ha
venido a ofrecer. Y en la noche
de Su Ultima Cena con Sus Discípulos abiertamente les dice: "Pero
vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues,
os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y
bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en trono juzgando a las doce
tribus de Israel". (Lucas 22, 28 al 30;
Lectura para la Vigilia del Jueves Santo) El Reino de
Cristo "no es de este mundo" (Juan 18, 36). Esto lo dice Cristo a Poncio
Pilatos cuando, tratado en burla como rey, Él revela su verdadera realeza
divina en esta humillación. El Reino de Dios, que Cristo gobernará, vendrá
con poder al final de los siglos cuando el Señor llenará toda la creación
y será verdaderamente "todo y en todos". (Colosenses 3, 11). La Iglesia,
que en la Doctrina Ortodoxa comúnmente se llama el Reino de Dios en la
tierra, ya ha recibido de manera mística esta experiencia. En la Iglesia,
Cristo ya es reconocido, glorificado, servido como el Único Rey y Señor. Y
Su Espíritu Santo, a Quien los Santos de la Iglesia ya han identificado
con el Reino de Dios, ha sido otorgado en la Iglesia al mundo entero en
todo poder y toda misericordia. El Reino de
Dios, entonces, es una Realidad Divina. Es la realidad de la presencia de
Dios entre los hombres mediante Cristo y el Espíritu Santo. "El Reino de
Dios... es... justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo" (Romanos 14, 17). El Reino de
Dios como una realidad espiritual, divina, es otorgado a los hombres por
Cristo en la Iglesia. Es celebrado y participado en los misterios
sacramentales de la fe. Se lo atestigua en las escrituras, en los
concilios, en los cánones y en los santos. Será la universal, la
final realidad cósmica para la creación entera al final de los
siglos cuando Cristo llegue en gloria para llenar todas las cosas Consigo
Mismo por el Espíritu Santo, para que Dios sea "todo en todos". (I
Corintios 15, 26).
Y en el Espíritu
Santo, Señor y Vivificador, que procede del Padre, que con el Padre y el
Hijo es juntamente adorado y glorificado, que habló por los profetas. El Espíritu
Santo recibe el título de Señor al igual que Dios el Padre y
Cristo, Su Hijo. Es el Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo. El es
Eterno, No Creado, y Divino; existiendo desde siempre con el Padre y el
Hijo; perpetuamente adorado y glorificado con Ellos en la unidad de la
Santa Trinidad. Tal como el
Hijo, nunca hubo un momento cuando el Espíritu Santo no existía. El
Espíritu está antes de la creación. Él sale de Dios, como el Hijo, en una
procesión eterna, fuera del tiempo. "Procede del Padre", en la eternidad
de un movimiento divinamente instantáneo y perpetuo. (Juan 15, 26). La Doctrina
Ortodoxa confiesa que Dios el Padre es el origen y fuente eterna del
Espíritu, tal como es fuente del Hijo. Sin embargo, la Iglesia afirma
también que la manera de la revelación al Padre y de salida del Padre es
diferente entre el Hijo y el Espíritu: el Hijo es engendrado, es nacido
del Padre, y el Espíritu Santo procede del Padre. Muchos santos varones
inspirados por Dios y con una verdadera experiencia de Su Vida Trinitaria
han intentado explicar la distinción entre la “procesión” del Espíritu y
la “generación” del Hijo. Para nosotros es suficiente reconocer que la
diferencia entre las dos está en la distinción entre las personas divinas
del Hijo y del Espíritu y sus acciones en relación al Padre, así como en
su relación Uno al Otro, y con el Mundo. Es necesario además resaltar que
todas las palabras y conceptos acerca de Dios y la divinidad incluyendo a
los de "procesión" y "generación", solo tienen una importancia secundaria
ante la visión mística de la Realidad Divina que ellos expresan. Dios
puede ser mas o menos comprendido por el hombre puesto que Él ha deseado
revelarse a Sí mismo. Sin embargo, la esencia de Su Existencia Trina
permanece - y siempre permanecerá- esencialmente inconcebible a nuestras
mentes e inexpresable a nuestros labios humanos, creados. Esto no quiere
decir que hablar acerca de Dios no tenga sentido. Solo significa que las
palabras son inadecuadas para La Realidad que tratan de expresar. Acá
conviene señalar que las Iglesias romanas y protestantes divergen de la
Iglesia ortodoxa, en su exposición de la fe, agregando que el Espíritu
Santo procede del Padre "y del Hijo" (Filioque) -una adición
doctrinal que no es aceptable a la Ortodoxia ya que no se apoya en ninguna
base escrituraria y es incompatible con la visión ortodoxa de Dios.
Con la
afirmación de la divinidad del Espíritu Santo, y el deber de adorarlo y
glorificarlo con el Padre y el Hijo, la Iglesia Ortodoxa afirma que la
Realidad Divina, que se llama también la Deidad o la Divinidad en la
Tradición Ortodoxa, es la Santísima Trinidad. (Véase parte III de este
libro). El Espíritu
Santo es esencialmente Uno en Su existencia eterna con el Padre y el Hijo;
y así, en cada acción de Dios hacia el mundo, el Espíritu Santo
necesariamente participa. Así, en el relato de Génesis de la
Creación está escrito: "El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las
aguas". (Génesis 1, 2). Es este Mismo Espíritu Quien es el "aliento de
vida" para todas las cosas vivientes, particularmente para el hombre,
creado a la imagen y semejanza de Dios. (Génesis 1,26; 2, 7). En hebreo el
Espíritu es llamado el "viento" o el "soplo" de Yahvé. Es Él quien
vivifica a todo, el "dador de vida" Quien mantiene y sostiene el universo
en su existencia y su vida:
“Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y
vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la
tierra” (Salmo 104,29-30). “El
Espíritu de Dios me ha creado, y el soplo del Todopoderoso me animó”(Job
33,4) También es
el Espíritu Santo Quien inspira a los santos a hablar la palabra de Dios y
hacer Su Voluntad Divina. Él “unge” los profetas, sacerdotes y reyes del
Antiguo Testamento; y "en la plenitud de los tiempos" es este mismo
Espíritu quien "desciende y permanece" con Jesús de Nazaret, haciéndolo el
Mesías (Ungido) de Dios y lo manifiesta al mundo entero (Gálatas 4,4-7;
Juan 1,32-34). Así, en el Nuevo Testamento en el momento de la primera
“epifanía” (que literalmente significa manifestación) de Cristo como
el Mesías – y Su bautismo por Juan en el Jordán - se revela el
Espíritu Santo descendiendo y morando sobre Él "como una paloma" (Juan 1,
32; Lucas 3, 22. Véase también Mateo 3, 16 y Marcos 1, 9). Es importante
resaltar, aquí como en el relato de la venida del Espíritu Santo en el día
de Pentecostés, así como en otras partes de las Sagradas Escrituras, en
que las palabras "como" y "semejante a" se usan para evitar una
interpretación “física” incorrecta de los acontecimientos registrados
cuando la Biblia misma está hablando de una forma totalmente simbólica y
metafórica. Jesús
comienza su obra pública después de Su Bautismo, e inmediatamente cita a
la profecía de Isaías en referencia al Mesías y aplicándosela a Él Mismo:
"El Espíritu del Señor está sobre mí..." (Isaías 61, 1; Lucas 4, 18).
Cada día de Su vida, Jesús está "lleno del Espíritu Santo":
predicando, enseñando, sanando, echando afuera los demonios; Él lleva a
cabo todo signo y milagro por el poder del Espíritu Santo. (Lucas 4,
18-19). Está escrito que inclusive la ofrenda que hace de Sí a Dios en la
cruz, Él la hace "mediante el Espíritu Eterno" (Hebreos 9,14). Y es
mediante el mismo Espíritu Divino que Él mismo y todos los hombres junto a
Él son resucitados de entre los muertos. (Ezequiel 37, 1-4). En el día
de Pentecostés, el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos de Cristo
en la forma de "lenguas como de fuego" con un sonido "como un viento
recio" (Hechos 2,1-4). Notamos nuevamente el uso de la palabra "como". La
venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés es el cumplimiento
final de la misión terrenal mesiánica de Cristo, el comienzo de la Iglesia
Cristiana. Es el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento según
la cual en el tiempo del Rey-Mesías, Dios “derramará Su Espíritu sobre
toda carne" (Joel 2, 28; Jeremías 31 al 33; Isaías 11, 42, 44, 61). Es la
condición de la Alianza última y eterna de paz y de misericordia perfectas
(Ezequiel 34,15-16; Jeremías 31,31-33; Isaías 11,1-10; 42,1-9; 61,1-11).
La Iglesia
Cristiana vive por el Espíritu Santo. Solamente el Espíritu Santo es la
garantía del Reino de Dios sobre la tierra. Él es la única garantía que la
vida divina, la verdad y el amor de Dios permanezcan con los hombres.
Solamente el Espíritu Santo puede hacer que el hombre y el mundo cumplan
la misión por la cual fueron creados por Dios. Todas las acciones de Dios
hacia el hombre y el mundo -en la creación, la salvación y final
glorificación- son del Padre, mediante el Hijo (Verbo) en el Espíritu
Santo; y todas las capacidades del hombre para responder a Dios se hacen
en el mismo Espíritu, por el mismo Hijo y al mismo Padre. El Espíritu
Santo es el Espíritu de la Vida. "Y si el
Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el
que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros
cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros" ( Romanos 8, 11). El Espíritu
Santo es el Espíritu de la Verdad. "Pero
cuando venga el Espíritu de Verdad, él os guiará a toda la verdad; porque
no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os
hará saber las cosas que habrán de venir". (Juan 16,
13; véase también Juan 14, 24; Juan 15, 26). El Espíritu
Santo es el Espíritu de filiación
divina. "Porque
todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de
Dios. Pues no habéis recibido el Espíritu de esclavitud para estar otra
vez en temor, sino habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual
clamamos: Abba!, Padre!. El Espíritu mismo da testimonio de nuestro
espíritu, de que somos hijos de Dios". (Romanos 8,
14-16; También Gálatas 4, 6) El Espíritu
Santo es la presencia personal del nuevo y eterno pacto entre Dios y el
hombre, el sello y la garantía del Reino de Dios, el divino poder de Dios
que habita en el hombre. "...
vosotros sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta,
sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas
de carne del corazón... nuestra competencia proviene de Dios, el cual
asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra,
sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica". (II
Corintios 3, 2-6) "¿No
sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en
vosotros?... porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es". (I
Corintios 3, 16-17) "... por
medio de él (Cristo) los unos y los otros tenemos entrada por un mismo
Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino
conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados
sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal
piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien
coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien
vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el
Espíritu". (Efesios 2,
18-22; también I Pedro 2, 4-9) En el
Espíritu Santo los hombres tienen la posibilidad de recibir todo don de
Dios, de participar en Su vida y naturaleza divina, de hacer lo que Cristo
ha hecho practicando su "nuevo mandamiento" de amarnos los unos a los
otros como Él nos ha amado, "porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado". (Romanos 5,
5). "El
fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza;... los que son de Cristo han crucificado la carne
con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu el que siembra para
el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna". (Gálatas 5,
22-25; 6, 8)
La palabra
Iglesia designa a aquellos que son llamados a formar un pueblo
particular para hacer o lograr algo particular. La Iglesia Cristiana es la
asamblea de las personas escogidas por Dios, llamadas a guardar Su
palabra y hacer Su voluntad y Su trabajo en el mundo y en el Reino
Celestial. En la
Sagradas Escrituras la Iglesia es llamada Cuerpo de Cristo (Romanos 12; I
Corintios 10,12; Colosenses 1) y la Esposa de Cristo (Efesios 5,22-33;
Apocalipsis 21,2;22,17). También la Iglesia es comparada al Templo vivo de
Dios (Efesios 2; I Pedro 2), y además es llamada "columna y baluarte de la
Verdad". (I Timoteo 3, 15). La Iglesia
es Una, porque Dios es Uno, y porque también Cristo y el Espíritu Santo
son Uno. Solamente puede haber una Iglesia, y no muchas. Y esta única
Iglesia, ya que su unidad depende de Dios, de Cristo y del Espíritu, nunca
puede estar fragmentada. Así, según la doctrina Ortodoxa, la Iglesia es
indivisible; los hombres pueden estar dentro de la Iglesia o fuera de
ella, pero no pueden dividirla. Según la
enseñanza Ortodoxa, la unidad de la Iglesia es la libre unidad del hombre
libremente aceptada en la verdad y amor de Dios. No se logra o establece
tal unidad por ninguna autoridad humana ni poder jurídico, sino por Dios
solamente. En la medida en que los hombres están en la verdad y el amor de
Dios, son miembros de la Iglesia. Los
Cristianos Ortodoxos creen que en la Iglesia Ortodoxa histórica, existe la
plena posibilidad de participar totalmente en la Iglesia de Dios, y que
únicamente los pecados y falsas elecciones humanas (herejías) separan los
hombres de esta unidad. Los Ortodoxos sostienen que en los grupos
cristianos no ortodoxos existen ciertos obstáculos formales que varían en
los diferentes grupos, los cuales, si los hombres los aceptan y lo siguen,
niegan su unidad perfecta con Dios y así destruirán la genuina unidad de
la Iglesia (ejemplo: el papado de la Iglesia Romana). Dentro de
la Unidad de la Iglesia el hombre es lo que fue creado y puede crecer para
toda la eternidad en la vida divina, en comunión con Dios por Cristo en el
Espíritu Santo. Ni el tiempo ni el espacio tienen efecto sobre la Unidad
de la Iglesia y no se limita tampoco a los que viven sobre la faz de la
tierra. La unidad de la Iglesia es la unidad de la Santa Trinidad y de
todos los que viven con Dios: los Santos ángeles, los justos que han
muerto, y los que viven en la tierra según los mandamientos de Cristo y el
poder del Espíritu Santo. La Iglesia
es Santa, porque Dios es Santo, porque Cristo es Santo, y el Espíritu
Santo es Santo. La Santidad de la Iglesia proviene de Dios. Los miembros
de la Iglesia son santos en cuanto viven en comunión con Dios. En la
Iglesia terrenal, los seres humanos participan en la Santidad de Dios. El
pecado y error los separan de esta divina santidad tal como los separan de
la unidad divina. De esta manera, los miembros terrestres y las
instituciones de la Iglesia no se pueden identificar a la santidad de la
Iglesia. La fe y la vida de la Iglesia en la tierra se expresa en sus
enseñanzas, sus sacramentos, sus oficios, sus escrituras y sus santos que
guardan la esencial unidad de
la Iglesia, y que ciertamente se pueden afirmar como "santos" por la
presencia y acción de Dios que está en ellos. La Iglesia
también es “católica” por su relación a Dios, Cristo y el Espíritu Santo.
La palabra católica significa pleno, completo, íntegro; que nada le
falta. Solo Dios es realidad plena y total; es solamente en Dios que nada
falta. A veces la
catolicidad de la Iglesia se entiende en términos de la universalidad de
la Iglesia en el tiempo y espacio. Si bien es cierto que la Iglesia es
universal - para todos los hombres en todo tiempo y lugar- esta
universalidad no es el real significado de la palabra "católica" cuando se
usa para definir la Iglesia. Esta palabra señala (desde las primeras
décadas del siglo segundo) más una cualidad que una cantidad. Decir de la
Iglesia que es “católica” es definir cómo es, o sea, plena y
completa, abarcando todo, y sin que le falte nada. Aun antes
de que la Iglesia se expandiera por toda la tierra, ya se definía como
católica. La Iglesia de Jerusalén original, la de los Apóstoles, o bien
esas primitivas Iglesias de ciudades como
Antioquia, Efeso, Corinto, o Roma, eran
católicas. Estas Iglesias eran católicas -tal como es cada una de las
Iglesias Ortodoxas hoy- porque nada esencial les faltaba para ser la
verdadera Iglesia de Cristo. Dios mismo se revela plenamente y está
presente en cada Iglesia mediante Cristo y el Espíritu Santo, actuando en
la comunidad local de creyentes con sus enseñanzas apostólicas, sus
ministros (jerarquía) y sus sacramentos, no careciendo entonces de nada
para participar plenamente en el Reino de Dios. Entonces,
creer en la “catolicidad” de
la Iglesia es expresar la convicción de que
la plenitud de Dios está presente en la Iglesia y que no carece de nada de
la "vida abundante" que Cristo da al mundo en el Espíritu. (Juan 10, 10).
Es confesar exactamente que la Iglesia es ciertamente "la plenitud de
Aquel que todo lo llena en todo". (Efesios 1, 23; también Colosenses 2,
10). La palabra
apostólica describe lo que tiene una misión, lo que ha sido
"enviado" para cumplir una
tarea. Cristo y el
Espíritu Santo, ambos son “apostólicos”, pues ambos han sido enviados al
mundo por el Padre. No solamente se dice en numerosas ocasiones en las
Sagradas Escrituras que Cristo ha sido enviado por el Padre, y el Espíritu
Santo enviado por el Padre mediante Cristo, sino que además se ha dicho
explícitamente que Cristo es el "apóstol ...de nuestra confesión".
(Hebreos 3, 1). Como Cristo
fue enviado por el Padre, así también Cristo mismo eligió y envió Sus
Apóstoles. "Como me envió el Padre, así también yo os envío... Recibid el
Espíritu Santo. (Juan 20, 21-22), dice Cristo a Sus discípulos después de
Su Resurrección. Así los Apóstoles salen al mundo, siendo ellos la primera
fundación de la Iglesia Cristiana. En este
sentido, entonces, la Iglesia es llamada “apostólica”: primero porque está
fundada sobre Cristo y el Espíritu Santo enviados por Dios y sobre los
apóstoles enviados por Cristo, llenos del Espíritu Santo; y segundo,
porque la Iglesia, en sus miembros terrenales, es enviada por Dios para
dar testimonio de Su Reino, guardar Su palabra, hacer Su Voluntad y
cumplir Su obra en el mundo. Los
Cristianos Ortodoxos creen en la Iglesia porque
creen en Dios, Cristo y el Espíritu Santo.
La Fe en la Iglesia es parte de la afirmación del Credo de los creyentes
cristianos. La Iglesia misma es objeto de fe como la realidad divina del
Reino de Dios otorgada a los hombres por Cristo contra la cual "las
puertas del infierno no prevalecerán". (Mateo 16, 18). La Iglesia
y la fe en la Iglesia, es un elemento esencial de la doctrina y vida
Cristiana. No puede haber una perfecta y plena comunión con Dios, en medio
del mundo caído y pecaminoso, sin la Iglesia como una realidad divina,
mística, sacramental y espiritual. La Iglesia es el don de Dios al mundo.
Es el don de la salvación, del conocimiento e iluminación, del perdón de
los pecados, de la victoria sobre las tinieblas y la muerte. Es el don de
Comunión con Dios mediante Cristo y el Espíritu Santo. Este don es dado
totalmente, de Una vez para siempre, sin ninguna reserva de parte de Dios.
Permanece para siempre, hasta el fin de los siglos: invencible e
indestructible. Los hombres pueden pecar y luchar contra la Iglesia, los
creyentes pueden separarse de la Iglesia, pero la Iglesia misma, "columna
y baluarte de la verdad" (I Timoteo 3, 15) permanece para siempre. "...
(Dios) sometió todas las cosas bajo sus pies (de Cristo) y lo dio por
cabeza sobre todas las cosas a la Iglesia, la cual es su cuerpo, la
plenitud de Aquel que todo lo llena en todo". "por
medio de él... tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya
no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y
miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los
apóstoles y profetas siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo
mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser
un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente
edificados para morada de Dios en el Espíritu". "Cristo
amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla,
habiéndola purificado en el lavado del agua por la palabra, a fin de
presentársela a si mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni
arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha... Grade es
este Misterio.. de Cristo y de la Iglesia". Efesios 1,
22-23; 2, 18-22; 5, 25-32.
Reconozco un solo
bautismo para el perdón de los pecados. La forma de
entrar a la Iglesia Cristiana es por el Bautismo "en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo". (Mateo 28, 19, la lectura del Evangelio
para el Oficio del Bautismo en la Iglesia Ortodoxa). La Palabra
Bautismo quiere decir inmersión o sumersión en agua. Fue practicado
en el Antiguo Testamento e inclusive en algunas religiones paganas como
una señal de muerte y renacimiento. Así, Juan Bautista bautizaba como
signo de nueva vida y arrepentimiento que significa literalmente un
cambio de mente, y también como signo de deseos y acciones preparatorias
para la venida del Reino de Dios en Cristo. En la
Iglesia, el Bautismo significa muerte y renacimiento en Cristo. Es
la experiencia personal de la Pascua de Resurrección ofrecida a cada ser
humano, la real posibilidad de morir y "nacer de nuevo" (Juan 3, 3). "No
sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido
bautizados en Su Muerte?. Porque somos sepultados juntamente con El, para
muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos
por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.
porque si fuimos plantados juntamente con El en la semejanza de Su Muerte,
así también lo seremos en la de Su Resurrección". Romanos 6,
3-5; Lectura del Oficio de Bautismo en la Iglesia Ortodoxa. El bautismo
es la fundamental experiencia Cristiana, la condición primera para la vida
cristiana total. Todo lo que está en la Iglesia encuentra su origen y
contexto en el bautismo pues todo lo que está en la Iglesia origina y vive
por la Resurrección de Cristo. Así, después del Bautismo viene el "sello
del don del Espíritu Santo", el Misterio (Sacramento) de la Crismación que
es la experiencia personal de Pentecostés de cada hombre. Y la plenitud
y cumplimiento de estos fundamentales misterios cristianos
vienen en el Misterio de la Santa Comunión con Dios en la Divina Liturgia
de la Iglesia. Solamente
las personas que están comprometidas con Cristo en la Iglesia Ortodoxa
mediante el Bautismo y la Crismación pueden ofrecer y recibir la Santa
Eucaristía. La Santa Eucaristía es la Santa Comunión. Como tal, no es solo
un "medio de santificación" para creyentes individuales, o un medio por el
cual un individuo pueda lograr "comunión" con Dios según su propia
conciencia particular, creencias y prácticas. Es mas bien el acto
abarcante de la santa Comunión de muchas personas que poseen la misma fe,
la misma esperanza, el mismo bautismo. Es el acto corporativo de muchas
personas que tiene una mente, un corazón, una boca al servicio del único
Dios y Señor, en el único Cristo y el único Espíritu Santo. Participar
en la Santa Comunión en la Iglesia Ortodoxa es identificarse plenamente
con todos los miembros de la fe Ortodoxa, vivos y muertos; es
identificarse totalmente con todos los aspectos de la Iglesia Ortodoxa: Su
historia, concilios, cánones, dogmas, disciplinas. Es "aceptar sobre si"
la responsabilidad directa y concreta para todo lo relacionado con la
tradición Ortodoxa y profesar responsabilidad en la vida diaria de la
Iglesia Ortodoxa. Es decir delante de Dios y de los hombres que uno está
dispuesto a ser juzgado, en el tiempo y en la eternidad, por lo que
representa la Iglesia Ortodoxa en medio de la tierra. Entrando a
la Santa Comunión de la Iglesia Ortodoxa mediante el Bautismo y la
Crismación, uno entonces vive conforme a la vida de la Iglesia en toda
forma posible. Antes que nada uno es fiel a la doctrina y disciplina de la
Iglesia por fiel comunión con la jerarquía de la Iglesia, que son aquellos
miembros del Cuerpo, responsable sacramentalmente por las enseñanzas y
practicas de la Iglesia; también a las imágenes sacramentales de la
identidad y continuidad de la Iglesia en todo lugar y tiempo. Cuando uno
entra en la comunidad del matrimonio, la unión de un hombre y una mujer
para siempre según la enseñanza de Jesucristo, se santifica esta unión y
se hace eterna y divina en el Misterio Sacramental de la Iglesia. Cuando
uno esté enfermo y sufriendo, llama a "los presbíteros (sacerdotes) de la
Iglesia" para que "oren por él, ungiéndole con aceite" en el misterio
sacramental de la Santa Unción. (Santiago 5, 14) Cuando uno peca y se
separa de la vida de la Iglesia, vuelve a la Santa Comunión de la
comunidad divina mediante el Misterio Sacramental de la Confesión y
arrepentimiento. Y cuando uno se muere, vuelve al creador en medio de la
Iglesia, con las oraciones e intercesiones de los fieles hermanos y
hermanas en Cristo y el Espíritu. Así la vida entera de la persona se vive
dentro de y con la Iglesia como la nueva vida de plenitud en Dios Mismo,
la Iglesia que es la presencia Mística del Reino de Dios que no es de este
mundo. (Véase el Libro II, Vida Litúrgica y Oración en la Iglesia
Ortodoxa). La
confesión de "un solo bautismo para la remisión de los pecados", entonces,
es reconocer que por la resurrección de Cristo, la vida ofrecida a los
seres humanos en la Iglesia es una vida totalmente nueva.
"Si,
pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba,
no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida se manifieste,
entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria". Colosenses
3, 1-4 Así, en la
Iglesia, toda la vida comienza en el nuevo nacimiento del bautismo, la
"vida escondida con Cristo en Dios". En esta nueva vida están contenidos
todos los misterios de la fe cristiana. Fluye por las aguas del
bautismo todo lo que se encuentra en la Iglesia: la remisión de los
pecados y la vida eterna.
Espero la
resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero. La Iglesia
Ortodoxa no cree meramente en la inmortalidad del alma, en la bondad y
salvación final de una realidad únicamente espiritual. De acuerdo a las
sagradas escrituras, los Cristianos Ortodoxos creen en la bondad del
cuerpo humano y de toda la creación física y material. Así, en su fe en la
resurrección y vida eterna, la Iglesia Ortodoxa no está a la espera de
algún "otro mundo" en el que se encontraría la salvación, sino hacia este
mismo mundo en el que estamos y que Dios tanto amó, mundo que será
resucitado y glorificado por El, y lleno de Su Presencia Divina. Al final de
los siglos Dios se revelará y llenará toda la creación de Su presencia.
Para aquellos que le aman eso será el Paraíso. Para los que le odian, eso
será el Infierno. Y toda la creación física, junto con los justos, se
regocijará y se alegrará en Su venida. "Que el
desierto y la sequedad se alegren; regocíjese la estepa y florezca como
flor" Isaías 35,
1 "Pues he
aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán recordados los
primeros ni vendrán a la memoria. Antes habrá gozo y regocijo por siempre
jamás por lo que voy a crear. Pues he aquí que yo voy a crear a Jerusalén
"regocijo", y a su pueblo "alegría". Isaías 65,
17 al 18 Las
visiones de los profetas y las de los apóstoles cristianos acerca de las
cosas que han de venir son una y la misma: "Luego vi
un cielo nuevo y una tierra nueva porque el primer cielo y la primera
tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la ciudad Santa, la
nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como
una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el
trono: "Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre
ellos y ellos serán su pueblo y El, Dios -con- ellos, será su Dios. Y
enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto,
ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" Apocalipsis
21, 1 al 4 Cuando el
Reino de Dios llene toda la creación, todas las cosas serán renovadas.
Este mundo nuevamente será aquel paraíso
que había sido en su origen. Esta es la doctrina Ortodoxa en lo
que toca al destino final del hombre y su universo. A veces se
argumenta, sin embargo, que este mundo será totalmente destruido y que
Dios creará todo nuevo, "de la nada", por un nuevo acto de creación. Los
que mantienen esta opinión, citan a textos tales como el de la Segunda
Carta de San Pedro: "Pero el
día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos
pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechados, y
la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas". II Pedro 3,
10 Ya que la
Biblia nunca habla de una "segunda creación" y porque la misma testimonia
sin cesar y sin desdecirse que Dios ama al mundo que ha creado y hace todo
lo posible para salvarlo, nuestra Tradición Ortodoxa nunca interpreta
tales textos de la Escritura como enseñando la real destrucción de la
creación por Dios. Sino que entiende que tales textos hablan
metafóricamente de la gran catástrofe que la creación debe soportar,
incluyendo a los mismos justos, para que sea limpiada, purificada,
perfeccionada y salvada. Ella enseña además que existe un "fuego eterno"
para los impíos, un estado
eterno de su destrucción. Pero de ningún modo esta “prueba por el fuego”
que “consume a los impíos”, en la Tradición Ortodoxa se entiende en el
sentido de que la creación está predestinada a la destrucción total,
despreciada por el Dios de Amor quien la creó y llamó "muy buena",
(Génesis 1, 31; también I Corintios 3, 13-15; Hebreos 12, 25-29; Isaías
66; Apocalipsis 20 al 22). LA
SANTISIMA TRINIDAD
La doctrina
de la Santísima Trinidad no es simplemente un "artículo de fe" que los
hombres deben "crecer". No es simplemente un dogma que la Iglesia da a sus
fieles y que deben aceptar tal cual. Ni tampoco la doctrina de la
Santísima Trinidad es una elaboración de sabios y de académicos, el
resultado de especulaciones intelectuales y pensamientos filosóficos. La doctrina
de la Santísima Trinidad proviene de la experiencia profunda y personal
que el hombre puede tener de Dios. Proviene del verdadero conocimiento
vivido de aquellos que han llegado a conocer a Dios en la fe. Lo escrito
a continuación trata de mostrar lo esencial de los que Dios ha revelado de
Si Mismo a los Santos de la Iglesia. Una cosa es entender las palabras y
conceptos relativos a la Santa Trinidad; otra cosa es conocer la Realidad
Viviente de Dios que está detrás de estas palabras y conceptos. Debemos
trabajar y rezar para que podamos ir mas allá de cada palabra y concepto
acerca de Dios, y llegar a conocerlo por nosotros mismos en una unión
vivida con El: "El Padre mediante el Hijo en el Espíritu Santo". (Efesios
2:18-22). En el
Antiguo Testamento encontramos a Yahvé, el Único Señor y Dios, actuando en
el mundo mediante Su Verbo y Su Espíritu. En el Nuevo Testamento el "Verbo
se encarnó". (Juan 1:14). En Jesús de Nazareth, el Hijo-Unigénito de Dios
se hace hombre. Y el Espíritu Santo, Quien mora en Jesús haciéndolo el
Cristo, es derramado por Dios sobre toda carne. (Hechos 2:17). Es
imposible leer la Biblia o la historia de la Iglesia, sin impresionarse
por las numerosas referencias a Dios el Padre, el Hijo (Verbo) de Dios y
el Espíritu Santo. El relato del Nuevo Testamento y toda la vida de la
Iglesia Ortodoxa son incomprensibles y sin sentido sin la afirmación
constante de la existencia, de la interrelación, de la interacción, así
como la obra del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo hacia el hombre y el
mundo. La pregunta
principal a que debe responder la Iglesia referente a Dios es con respecto
a la relación entre el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. Según la Tradición Ortodoxa, existen varias doctrinas
erradas que se deben rechazar. Primera
doctrina errónea: es la que dice que solo el Padre es Dios y que el Hijo y
el Espíritu Santo son criaturas, hechas "de la nada" como los ángeles, los
hombres y el mundo. A esta doctrina la Iglesia responde que el Hijo y el
Espíritu Santo no son criaturas, sino que son increados y divinos con el
Padre, y que actúan con al Padre en la divina obra de crear todo lo que
existe. Otra
doctrina falsa: es la que afirma que Dios en Si es Un Dios que simplemente
aparece en diferentes formas al mundo: tan pronto como el Padre, luego
como el Hijo y en otra oportunidad como el Espíritu Santo. Nuevamente
responde la Iglesia que el Hijo y Verbo era "en el principio con Dios"
(Juan 1:1-2) tal como el Espíritu Santo, y que los Tres son eternamente
distintos. El Hijo es Dios eterno y el Espíritu es Dios eterno. El Hijo y
el Espíritu no son meramente aspectos de Dios, sin una vida o existencia
propias. Sería impensable, por ejemplo, sostener que cuando el Hijo se
hace hombre y ora a su Padre, y actúa en obediencia a El, que todo fuera
una ilusión sin nada de realidad, como una representación teatral divina
delante del mundo, desprovista de verdad y de fundamento. Tercera
doctrina errada: Dios es Uno, y el Hijo y el Espíritu son simplemente
nombres indicando las relaciones que Dios tiene consigo Mismo. Así, se
dice que el Pensamiento y la Palabra de Dios se llaman el Hijo, mientras
que la Vida y la Acción de Dios se llaman el Espíritu; pero de hecho según
esta doctrina, no hay el Hijo de Dios ni el Espíritu de Dios en tanto que
"realidades en si". Ambos serian simples metáforas para meros aspectos de
Dios. Nuevamente, sin embargo, en tal doctrina el Hijo y el Espíritu no
tienen existencia ni vida propia. No son reales, sino ilusiones.
Otra
doctrina falsa: es la que dice que el Padre es Un Dios; el Hijo es otro
Dios, y el Espíritu Santo otro Dios más. A esto la Iglesia afirma que no
pueden haber "tres dioses", ni ciertamente dioses que sean creados o
hechos. Tampoco pueden haber "tres dioses", de los cuales el Padre sería
el "mas grande" y los otros "inferiores". Pues sería una contradicción
afirmar la existencia de más de un solo Dios o de la existencia de "grados
en la divinidad", tampoco sería posible sostener esta teoría ni por la
divina revelación ni por un razonamiento lógico. Así,
entonces, la Iglesia enseña que existe Un Solo Dios, pero que hay Tres que
son Dios - el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo- unidos perfectamente y
nunca divididos; pero tampoco confundidos uno con el otro y sin distinción
propia. ¿Cómo entonces defiende la Iglesia su doctrina que Dios es Uno, y
sin embargo Tres?. En primer
lugar, es la enseñanza de la Iglesia y su más profunda experiencia que
Dios es uno pues no existe mas que un solo Padre. En la
Biblia la palabra "Dios" con muy pocas excepciones, se usa para nombrar al
Padre. Así, el Hijo es designado como el "Hijo de Dios" y el Espíritu como
el "Espíritu de Dios". El Hijo nace del Padre, y el Espíritu procede del
Padre - ambos en la misma acción eterna y sin tiempo del Ser del Padre. Según esto
entonces, el Hijo y el Espíritu son uno con Dios y de ninguna manera
separados de El. Así, la Unidad Divina es dada del Padre, con Su Hijo y
Su Espíritu, distintos de El, pero sin embargo perfectamente unidos en El. Lo que el
Padre es, así también el Hijo y el Espíritu. Esta es la enseñanza de la
Iglesia. El Hijo, nacido del padre, y el Espíritu, procediendo del Padre,
comparten la naturaleza divina de Dios, siendo "de una misma esencia" con
El (“consubstancial”). Así, tal
como el Padre es "inefable, inconcebible, invisible, incomprensible,
siempre existente, y eternamente el mismo" (la Divina Liturgia de San Juan
Crisóstomo), el Hijo y el Espíritu son exactamente iguales. Cada atributo
de la divinidad que pertenece a Dios el Padre: vida, amor, sabiduría,
verdad, bendición, gloria, santidad, poder, pureza, regocijo, alegría;
pertenecen igualmente al Hijo y al Espíritu Santo. El ser, naturaleza,
esencia, existencia y vida de Dios el Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
son absoluta e idénticamente uno y lo mismo. Ya que el
ser de la Santa Trinidad es uno, todo lo que quiere el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo también lo quieren. Lo que hace el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo también lo hacen. No existe ningún querer, no hay acción
del Padre que no sea a la vez el querer y acción del Hijo y del Espíritu
Santo. En su mismo
seno, en la eternidad, así como hacia el mundo, en la creación,
revelación, encarnación, redención, santificación y glorificación - la
voluntad y acción de la Trinidad son una: del Padre divino, mediante el
Hijo divino, en el Espíritu divino. Cada acción de Dios es la acción de
los Tres. Ninguna de las personas de la Trinidad actúa independientemente
de los otros o aisladamente de los otros. La acción de cada uno es la
acción de todos; la acción de todos es la acción de cada uno. Y la acción
divina es esencialmente una. Ya que cada
Persona de la Trinidad es una con las otras, cada una conoce la misma
Verdad y ejerce el mismo Amor. El conocimiento de cada una es el
conocimiento de todas; y el Amor de cada una es el Amor de todas. Si
consideramos a las tres en distinción, cada Persona de la Trinidad conoce
y ama a las otras con tal perfección absoluta, con tal conocimiento y tal
amor que no existe nada desconocido ni tampoco nada que no sea amado de
cada una en las otras. Así también, si el conocimiento de los hombres como
criaturas puede unir a los espíritus en completa unanimidad, y si el amor
de los hombres como criaturas puede reunir los seres distintos en un solo
corazón y un alma, y aun en una sola carne, cuan más perfecta y
absolutamente más unificadora debe ser la unión cuando los que se conocen
y los que se aman son eternos y divinos. En la
terminología ortodoxa, el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo se llaman las tres Personas Divinas. Aquí
“Persona” indica simplemente el sujeto de existencia y vida,
hipóstasis, en el lenguaje tradicional de la Iglesia. Así como la
existencia, la esencia o naturaleza de una realidad responde a la pregunta
"¿qué?", la persona de esta realidad responde a la pregunta
"¿cual?" o "¿quien?" Así, cuando preguntamos, "¿Que es Dios?", respondemos
que Dios es lo divino, perfecto, eterno, absoluto... y cuando preguntamos
"¿Quien es Dios?", respondemos que Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. Los santos
de la Iglesia han explicado esta tri-unidad (unidad triple) de Dios
ayudándose de un ejemplo tomado de la existencia terrenal. Vemos a tres
hombres. "¿Que son?", preguntamos.Y respondemos: "Son seres humanos". Cada
uno de ellos es un hombre, poseyendo la misma humanidad y la misma
naturaleza humana que se puede definir como: creada, temporal, física,
racional, etc. En “lo” que ellos son, los tres hombres son una sola y
misma cosa, seres humanos. Pero en “quienes” son, son tres, cada uno
siendo absolutamente único y distinto de los otros. Cada hombre, en su
propia y única forma, es un hombre diferente. Un hombre no es el otro,
aunque cada hombre sea también humano, con una y la misma naturaleza y
forma humana. Ahora
hablando de Dios, del mismo modo podemos preguntar: "¿Que es El?". Y en
respuesta decimos que es Dios, la perfección absoluta: "inefable,
inconcebible, invisible, incomprensible, siempre existiendo y eternamente
igual”. Entonces preguntamos, "¿Quien es El?", y respondemos que El es la
Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En “quien”
es Dios, existen tres Personas siendo cada una absolutamente única y
distinta. Cada una no es la otra, aunque cada una sea divina, de la misma
naturaleza y forma divina. Es por lo que, aún siendo uno en cuanto lo
que son, el Padre, Hijo y Espíritu Santo no dejan de ser tres cuando
se necesita responder a la pregunta “¿ quienes son?”. Y por razón
de que y quienes son (es decir, personas divinas, no
creadas), Ellas son indivisibles y perfectamente unidas en su existencia
sin tiempo, sin espacio, sin dimensión y sin forma, supra-substancial,
tanto como en su divina unidad: vida, conocimiento, amor, bondad, poder,
voluntad, acción, etc. Así, según
la Tradición Ortodoxa, es el misterio de Dios que sean Tres quienes son
divinos; Tres que viven y actúan según la única y misma divina perfección,
y no obstante cada uno según su personalidad distinta y su unicidad. Así
se dice que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son cada uno divinos con
la misma divinidad, pero cada uno de su propia forma divina. Y como la
divinidad increada tiene tres sujetos divinos; así cada acción divina
tiene tres divinos autores; hay tres aspectos divinos a cada acción de
Dios, pero esta acción permanece una. Por lo
tanto, descubrimos un Dios: el Padre Todopoderoso con su Único Hijo
(Imagen y Verbo del Padre) y Su Único Espíritu Santo. Existe Un Solo Dios
Viviente con Su Unica Perfecta Vida Divina, Quien es la persona del Hijo,
con Su Único Espíritu de Vida. Hay un solo Dios Verdadero, con Su Divina y
Unica Verdad, Quien es la persona del Hijo, con Su Único Espíritu de la
Verdad. Existe Un Solo Dios sabio y amante con Su Unica Sabiduría y Su
Único Amor, Quien es la persona del Hijo, con Su Único Espíritu de
Sabiduría y de Amor. Los ejemplos podrían seguir indefinidamente: el Padre
Divino personificando todos los aspectos de Su Divinidad en Su Divino
Hijo Único, Quien es animado en persona por Su Único Espíritu Divino.
Veremos las implicaciones vivas de la Trinidad cuando examinaremos la
actividad de Dios hacia el hombre y el mundo. Dios el
Padre creó el mundo mediante el Hijo (Verbo - Palabra) en el Espíritu
Santo. La Palabra de Dios está presente en todo lo que existe haciéndolo
existir mediante el poder del Espíritu. También la doctrina Ortodoxa
enseña que el universo mismo es una revelación de Dios en la Palabra y el
Espíritu. La Palabra está en todo lo que existe, siendo la causa de esta
existencia, y el Espíritu está en todo lo que existe como el poder y la
vida de esta existencia. Todo esto
es particularmente evidente en la criatura especial de Dios: el hombre. El
hombre es creado a la imagen de Dios, y así lleva dentro de si la
semejanza de Dios que es eterna y perfectamente expresada en el Divino
Hijo de Dios, la Imagen Absoluta y No-Creada del Padre. Así, el hombre es
"lógico"; es decir, participa en el Logos de Dios (el Hijo y Verbo) y
entonces es libre, consciente, amante, reflejando en el nivel de criatura
la naturaleza de Dios, la misma que el Hijo No-Creado lo hace al nivel de
la divinidad (ver 2Corintios 3,18). El hombre
también es "espiritual"; es el templo del Espíritu de Dios. El Soplo de
Vida de Dios es insuflado en el hombre de una forma especial. Así, entre
todas las criaturas, sólo el hombre tiene el poder de imitar a Dios y
participar en Su Vida. EL hombre tiene la aptitud y la capacidad de llegar
a ser Hijo de Dios, reflejando el Hijo Eterno, y reflejando la naturaleza
divina, porque es inspirado por el Espíritu Santo de una forma única. Por
esta razón un santo de la Iglesia ha dicho que para que el hombre sea
hombre, debe tener el Espíritu de Dios en él. Es solamente entonces que
puede cumplir su humanidad; únicamente entonces puede ser transformado en
un verdadero Hijo de Dios, semejante al Unigénito. Al nivel
más fundamental de la creación, por lo tanto, vemos las dimensiones
trinitarias del ser y de la acción de Dios: el Verbo y el Espíritu de Dios
entran en el hombre y en el mundo para permitirles existir y llegar a ser
lo que el Padre ha querido para su existencia. Con el
fracaso del hombre de realizarse en su unicidad creada, Dios emprende la
obra especial de la salvación. El Padre envía a su Hijo (Verbo-Palabra) y
Su Espíritu con una nueva misión. El Verbo y el Espíritu llegan a los
Santos del Antiguo Testamento para revelar el Padre y hacerlo conocer. El
Verbo (Palabra) "se encarna" en cierta forma, en la Ley (que en hebreo se
llama "las Palabras") que es inspirada por el Espíritu. El Espíritu
inspira a los profetas a proclamar la Palabra de Dios. Es así que la Ley y
los Profetas son revelaciones de Dios en Su Palabra y en Su Espíritu. Son
revelaciones parciales, "sombras" (como el Nuevo Testamento se refiere a
ellos), prefigurando la revelación total del "cumplimiento de los tiempos"
y preparando Su llegada (Gálatas 4,4). Cuando
llega el cumplimiento de los tiempos y el mundo está ya preparado, la
Palabra y el Espíritu llegan nuevamente, no más por su sola acción y
poder, sino que esta vez en sus propias personas, para habitar
personalmente en el mundo. El Verbo
(Palabra) se encarna. El Hijo Unigénito nace comola persona humana de
Jesús de Nazareth. Y el Espíritu Santo, que está en El y que es enviado
por El, permite a todos los hombres de llegar a ser también hijos del
Padre, en un desarrollo eterno hacia Su perfección, creciendo siempre para
alcanzar "al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de
Cristo". (Efesios 4:13). Así, en el
Nuevo Testamento tenemos la plena epifanía de Dios, la completa
manifestación de la Santísima Trinidad: el Padre mediante el Hijo en el
Espíritu Santo, para nosotros; y nosotros en el Espíritu mediante el Hijo
al Padre.
La vida de
la Iglesia es la vida de los hombres en la Santa Trinidad. En la Iglesia,
todos llegan a ser Uno en Cristo, todos se revisten de la humanidad
deificada del Hijo de Dios. "Todos los bautizados en Cristo os habéis
revestido de Cristo". (Gálatas 3:27). La unidad de la Iglesia es la unidad
de muchos en uno solo, el Único Cuerpo de Cristo, el único Templo Vivo de
Dios, el único pueblo y familia de Dios. Dentro del
cuerpo uno, hay muchos miembros individuales. Muchas "piedras vivas"
constituyen el templo vivo. Muchos hermanos y hermanas constituyen la
familia única de la cual Dios es El Padre. La única diversidad de cada
miembro del Cuerpo único de Cristo es garantizada por la presencia del
Espíritu Santo. Cada persona única es inspirada por el Espíritu Santo para
ser un verdadero ser humano, un verdadero Hijo de Dios según su propia y
distinta manera. Así, como el Cuerpo de la Iglesia es Uno en Cristo, el
Espíritu Santo único otorga a cada miembro la posibilidad de realizarse en
Dios y así de llegar a ser uno con los demás en llamar Dios "Padre".
(Véase I Corintios 12). La Iglesia,
entonces, como unidad perfecta de muchas personas en un organismo
plenamente unido, es el reflejo de la Trinidad misma. Pues, la Iglesia,
siendo constituida por muchas personas, únicas y diferentes, está llamada
a ser un espíritu, un corazón, una alma y un cuerpo en la Verdad y el Amor
Unicos de Dios. El llamado de la Iglesia de ser Una en todas las cosas es
el prototipo de la vocación de toda la humanidad que fue creada
originalmente por Dios como muchas personas en una naturaleza, destinadas
por Dios para un crecimiento mas y mas perfecto en la libre unidad de la
Verdad y el Amor, en la vida del Reino de Dios. Los
sacramentos de la Iglesia corresponden al carácter Trinitario de la vida
de Dios y el hombre. Cada persona es bautizada por el Espíritu
Santo en la humanidad única de Cristo. Siendo bautizada, a cada persona se
le otorga "el sello del don del Espíritu Santo" de Dios en la
crismación, para llegar a ser un "cristo", es decir, un hijo de Dios
ungido para vivir la vida de Cristo. En el
matrimonio la unión de dos en “una sola carne” hace que esta nueva
unión sea un reflejo de la unidad de la Trinidad y de la unión de Cristo y
la Iglesia. Pues la familia compuesta de muchas personas unidas en una
sola verdad y un solo amor es ciertamente la manifestación de la familia
del Reino de Dios, y de Dios mismo, la Santísima Trinidad. En la
penitencia, renovamos nuestra nueva vida como hijos del Padre mediante
la gracia de Cristo por el poder del Espíritu Santo, siendo perdonados y
reunidos en la unidad de Dios en el seno de Su Iglesia. En la
Santa Unción el Espíritu unge al que sufre para sufrir y morir en
Cristo, y así sea curado y acceda a la vida con el Padre para toda la
eternidad. El
Sacerdocio, el ministerio de la Iglesia, es simplemente la
manifestación concreta en la Iglesia de la presencia de Cristo por el
mismo Espíritu Santo Quien hace accesible a todos los hombres la acción
del Padre y el camino a la comunión eterna en El y con El. Finalmente,
el "misterio de los misterios", la Santa Eucaristía, es la experiencia
real de todo el pueblo cristiano conducido a la comunión con Dios el Padre
por el poder del Espíritu Santo mediante Cristo el Hijo, quien está
supresente en la Palabra del Evangelio y en la Cena Pascual de Su Cuerpo y
Sangre que se comen en memoria de El. El mismo movimiento de la Divina
Liturgia - hacia el Padre mediante Cristo la Palabra y el Cordero, en el
poder del Espíritu Santo - es el vivo símbolo sacramental de nuestro
movimiento eterno hacia Dios y en El, la Santísima Trinidad. Inclusive
la oración cristiana, alcanzada en la tercera persona de la Divinidad, es
la revelación de la Trinidad. Si los hombres, inspirados por el Espíritu
Santo, pueden llamar a Dios "Padre nuestro", es solamente porque el Hijo
les ha enseñado y capacitado para hacerlo. Así también, la verdadera
oración de los Cristianos no es el clamor de nuestras almas, desde su
aislamiento terrestre, a un Dios lejano. Es la oración en nosotros del
Divino Hijo de Dios dirigida a Su Padre, realizada en nosotros por el
Espíritu Santo. "Hemos
recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: Abba,
Padre!. El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de
que somos hijos de Dios... pues nosotros no sabemos como pedir para orar
como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros..." Romanos
8:15-16, 26 El nuevo
mandamiento de la vida cristiana es "sed perfectos como vuestro Padre
Celestial es perfecto". (Mateo 5:48). Es amar como Cristo mismo ha amado.
"Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os
he amado". (Juan 15:12). Los hombres no pueden vivir la vida cristiana
imitando la perfección de Dios sin la gracia del Espíritu Santo. Sin
embargo, con el poder de Dios, lo que es imposible para los hombres llega
a ser posible. "Porque todo es posible para Dios". (Marcos
10:27). La vida
Cristiana es la vida de Dios realizada en los hombres por el Espíritu de
Cristo. Los hombres pueden vivir como Cristo ha vivido, haciendo las cosas
que El hacia, llegando a ser hijos de Dios en El por el poder del Espíritu
Santo. Así, una vez mas, la vida Cristiana es una vida Trinitaria. Mediante el
Espíritu Santo otorgado por Dios mediante Cristo, los hombres pueden
compartir la vida, el amor, la verdad, la libertad, la bondad, la
santidad, la sabiduría y el conocimiento de Dios mismo. Es esta convicción
y esta experiencia que ha llevado a la Iglesia Ortodoxa ha afirmar que la
esencia del cristianismo es "la adquisición del Espíritu Santo" y la
"deificación" del hombre por la gracia de Dios, es lo que se llama "teosis". Los Santos
de la Iglesia son Unánimes en proclamar que la vida cristiana es la
participación auténtica y perfectamente realista en la vida de la
Santísima Trinidad. Es la vida de los hombres en camino de divinización.
En los aspectos aun más pequeños de la vida diaria los cristianos están
llamados a vivir la vida de Dios el Padre que les es comunicada por
Cristo, el Hijo de Dios, y que se vuelve posible por el Espíritu Santo que
vive y actúa en ellos.
Al fin de
los siglos, Cristo volverá en la gloria de Dios el Padre. El hará que sea
conocido el Padre en toda la creación. El Espíritu Santo todo lo llenará y
hará posible la unión de todo y de todos con Dios mediante Cristo para
toda la eternidad. Nuevamente tenemos la presencia y acción de la
Santísima Trinidad. Lo que
conocemos y experimentamos ahora en el mundo como miembros de la Iglesia
será manifestado con poder en la vida del Reino que ha de venir. La
esencia de la vida eterna es la vida de la Santísima Trinidad, la misma
vida eterna que ya nos ha sido otorgada en el misterio de la fe. "No vi
santuario alguno en ella; porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el
Cordero, es Su Santuario. Y la ciudad no necesita ni de sol ni de luna que
la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el
Cordero... El trono
de Dios y del Cordero (Cristo estará en la ciudad y los siervos de Dios
verán su rostro... Y el
Espíritu y la Novia (la Iglesia) dicen: "Ven". Apocalipsis
21:22-23; 22:17 En la vida
eterna del Reino de Dios, el Espíritu Santo llenará toda la creación: el
padre mediante el Hijo en el Espíritu Santo. Todo hombre iluminado por
Cristo en el Espíritu conocerá el Padre invisible. "Esta es la vida
eterna: que te reconozcan a ti, el Único Dios Verdadero, y al que tú has
enviado, Jesucristo" (Juan 17:3). Tal conocimiento es posible solamente
por la morada del Espíritu Santo, "la plenitud del Aquel que todo lo llena
en todo". (Efesios 1:23; 2:22). "Venid,
oh Pueblos!. Adoremos la Divinidad Tri-Personal, el Hijo en el Padre con
el Espíritu santo. Pues
antes de todos los siglos el Padre dio a luz al Hijo, co-eterno y
entronizado conjuntamente con El. Y el
Espíritu Santo estaba en el Padre, glorificado con el Hijo. Adorando Un
Poder, una Esencia, una Divinidad, clamemos: Oh Santo
Dios quien hizo todas las cosas por el Hijo mediante la cooperación del
Espíritu Santo!. Oh Santo
Poderoso mediante Quien conocemos el Padre y mediante quien llega el
Espíritu Santo al mundo!. Oh Santo
Inmortal, el Espíritu, el Consolador, Quien procede del Padre y permanece
en el Hijo!. Oh
Santísima Trinidad, Gloria a Tí!. Víspera del
Pentecostés
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