jueves, 10 de marzo de 2016

Guadalajara | Historia de Guadalajara y Almoguera en la Edad Media

Guadalajara | Historia de Guadalajara y Almoguera en la Edad Media






Guadalajara

El nombre de Arriaca identifica el
emplazamiento de la población ibérica con Guadalajara pues ambos nombres
vienen a significar lo mismo, toda vez que Arria en vasco quiere decir
piedra; el nominativo arábigo del que es simple corrupción el actual
significa río de las piedras y el arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada
denominaba a Guadalajara Fluvius lápidum en su crónica escrita en latín.
Arriaca procede del vasco según Menéndez
Pidal y Layna Serrano; del íbero-vasco, para Gómez Moreno y del íbero
como propone Criado de Val. Pero independientemente del idioma
prerromano del que proceda, todos los investigadores lo hacen derivar
del término Arria, que posee un significado relacionado con
<<piedra>>.
Arriaca estaba comprendida dentro de la Carpetania, en la provincia Tarraconense.
Pérez Villamil, según Pavón da como
segura la existencia en el suelo de Guadalajara de la antigua Arriaca,
estación intermedia entre Complutum y Segontia, dentro del Itinerario de
Antonino. Según plantea Layna Serrano (1993: 22):
<<Pero Arriaca ¿estuvo siempre
donde ahora la capital alcarreña? Entiendo que no: cerca de Marchamalo
en dirección a Usanos y a pocos kilómetros de Guadalajara existió un
pueblo desde luengos años desaparecido llamado San Martín del Campo,
donde al cavar hoyos para plantaciones de olivos han solido encontrarse
sepulturas ibéricas con las consabidas urnas u ollas cinerarias, como
aparecieron también algunas lápidas romanas e incluso hace poco ciertas
estatuas vendidas a charmarileros, indicio todo de existir una
agrupación urbana en tiempos remotos.
Las más recientes hipótesis, entre las
que se encuentran Blázquez y Sánchez Albornoz creen que Arriaca dista
según el Itinerario 22 millas romanas (32,50) de Complutum, distancia
que no coincide con la existente; por eso se sitúa Arriaca en el
triángulo: Usanos, Marchamalo y Fontanar. Incluso Abascal va más lejos
al dar el emplazamiento exacto de Arriaca, en el despoblado de Varrecas,
próximo al Burgo, al norte de la actual Guadalajara.
Para Pavón Maldonado si realmente existió
Arriaca en Guadalajara, su emplazamiento sería cerca del río, en la
estrecha franja de terreno comprendida entre el castillo o las
inmediaciones de la plaza del Palacio del Infantado y el puente,
teniendo como flancos los barrancos de San Antonio o de la Merced y del
Alamín. O estaría situada según él entre Marchamalo, Usanos,
Galápagos-Alcolea del Torote, donde se siguen apreciando vestigios
romanos cerámicos importantes.
Fita situa a Arriaca en el término
judicial de Marchamalo, en el despoblado de San Pedro o el Tesoro, donde
salieron inscripciones latinas y otros vestigios romanos.
Según Miguel Ángel Cuadrado Prieto, María
Luz Crespo Cano y Jesús Alberto Esteban el origen de la ciudad habrá de
buscarse en la construcción de una torre cuya función sería el control
de la población hispano-visigoda que permanecía en los restos de las
villas romanas de las márgenes del Henares, en el momento de la
conquista por las tropas de Tariq. Incluso podría deberse al control de
un posible vado en el río, en el lugar actualmente se levanta el puente
árabe, por donde cruzaría la vía romana, cuyo trazado aún no está
suficientemente aclarado.
Si existió una torre, hisn o bury,
destinada al control del territorio como primer asentamiento en el lugar
por el que hoy se extiende la ciudad, deberemos tener en cuenta que
estas construcciones llevan asociado un recinto amurallado para la
acampada de las tropas, el albacar, que servía también para el refugio
de la población rural circundante en caso de peligro. Este fue
posiblemente el origen de la ciudad: el asentamiento estable de la
población en el albacar, lo que luego se denominó barrio de la
Alcallería o Cacharrerías, y los comerciantes que debían proporcionar
suministros a la población civil y militar.
No conocemos la ubicación de esta primera
torre, pero podría estar dentro del espacio del actual Alcázar,
quedando englobada en su interior en la ampliación del recinto.
Considerando el origen del núcleo urbano
consecuencia del desarrollo de un primitivo enclave estrictamente
militar, cabe pensar que el albacar iría poblándose y se contruirían los
primeros edificios al amparo de la protección que proporcionaba la
cerca; se formaría así el núcleo originario, desde el cual se iniciaría
la expansión de la ciudad.
Desconocemos de qué modo se distribuían
los edificios en el primitivo asentamiento islámico enclaustrado en el
albacar que con el tiempo se convertiría en el arrabal de la Alcallería;
el recorrido rectilíneo de las calles que actualmente se observa es el
resultado de las reformas posteriores, condicionadas por la necesidad de
ampliar el acceso a la ciudad desde el puente, único camino desde
Madrid hasta la construcción de la Autovía Madrid-Barcelona. Por tanto
este trazado no tendría ninguna relación con la distribución de las
calles en las urbes musulmanas. Los recorridos zigzagueantes, los
adarves y el caserío apiñado dejando apenas callejones angostos son las
características de estas ciudades. Quizá slgún resto de esta concepción
urbanística se pueda seguir en las callejas estrechas del casco antiguo
de la ciudad.
No contamos con restos arqueológicos
estructurales pertenecientes a estos momentos en los que el antiguo
emplazamiento militar comienza a adquirir las funciones propias de un
núcleo urbano, con los que poder determinar su fisionomía y la
distribución de sus edificios públicos. No obstante el recorrido de sus
calles principales estaría condicionado por la función militar que
propició su creación.
Pocos autores conjeturan sobre la
disposición de este primer asentamiento; por ejemplo Pradillo descirbe
así este núcleo originario: <<Dentro de la muralla, que abría sus
puertas al exterior, una cerca del río y otra junto al Alcázar (…)
localizando en su centro la mezquita principal, luego iglesia de San
Julián, y el Alcázar, coronando el recinto con un amplio recinto
propio>>.
La disposición más lógica, atendiendo a
los ejemplos de otras ciudades islámicas, es agrupar los espacios
fundamentales de la ciudad, mezquita y zocos, alrededor del centro de
decisiones ya fuera el Alcázar o una torre o castillo de cierta
importancia, todo ello incluido en el recinto del antiguo albacar.
La medina en época califal se extendería
por la cresta de la calle Mayor, hasta la actual plaza del Jardinillo
aproximadamente. En torno al lugar ocupado hoy por la Plaza de los
Caídos y el Palacio del Infantado debió desarrollarse el núcleo
administrativo, religioso y comercial alrededor del cual debía moverse
toda la vida de la ciudad.
Es muy posible que en la primera supuesta
expansión hacia el sureste, el desarrollo no fuera tan importante como
para dispersar el espacio público de modo que quedaran alejados Alcázar y
mezquita. Es más fácil pensar que la primera mezquita de este núcleo se
instalara en el lugar donde hasta el siglo pasado se levantaba la
iglesia de Santiago. No hay restos arqueológicos que confirmen esta
afirmación, ya que no se han realizado excavaciones en esa plaza; sin
embargo, la importancia que llegó a tener esta espacio, ñas
edificaciones conocidas en el entorno y la iglesia misma, que llegó a
ser una de las más ricas de Guadalajara, permiten pensar que pudo ser
construida sobre el lugar que ocupó la mezquita mayor, consagrada al
culto cristiano bajo la advocación de Santiago.
Otro templo cuyo nombre puede ser
orientativo para conocer la distribución de la ciudad durante el
califato es la iglesia de San Miguel del Monte, de la que hoy sólo queda
la capilla antes anexa de Luis de Lucena. Es precisamente este
apelativo <<del Monte>> el que hace pensar que dicho templo
se encontraría extramuros, es decir en el monte o la ladera que bajaba
de la ciudad al barranco del Alamín y por tanto debería ser la iglesia
del arrabal mozárabe.
Se
señala como una ciudad meramente militar. Pavón Maldonado, basándose en
el “Muqtabas” de Ibn Hayyan, dice que, debido a las sucesivas
infiltraciones cristianas y continuas insurreciones de gobernadores y
visires, se intuye una Guadalajara yerma, despoblada e insegura. Sin
embargo, Emilio Cuenca Ruiz y Margarita Del Olmo Ruiz creen que esta
descripción no se ajusta, ni se acerca siquiera, a la realidad de una
ciudad como Wad-Al-Hayara. Desde sus comienzos, en ella se prodigan
afamados intelectuales que se suceden sin interrupción, lo que nos
indica unas condiciones de vida muy favorables a este proceso, que no
pueden ser la inseguridad y la miseria. De otra parte, la gran
producción cerámica que correspondería a los diversos alfares musulmanes
descubiertos en la ciudad confirman, a juicio de los arqueólogos Miguel
Ángel Cuadrado y María Luz Crespo: “Una actividad que se correspondía
con el papel que Guadalajara debió tener por su condición de ciudad
importante dentro de la Marca Media”.



Su
lugar geográfico privilegiado y la lejanía del poder central, ejercido
por el Califato de Córdoba, la eximió de corrientes fanáticas que,
procedentes del norte de África, predicaban el radicalismo y la
intolerancia. Los datos históricos y arqueológicos relativos a la ciudad
son muy escasos.
Para
fundar la ciudad de Wad-Al-Hayara los árabes eligieron un lugar junto a
la calzada romana protegido por defensas naturales: el río, al que
llamaron Wad-al-Hayara, protegía el frente Norte; el lado Este estaba
protegido por lo que hoy conocemos como Barranco del Alamín, que llega
hasta las inmediaciones del río; otro barranco, al que llamamos de San
Antonio, protegía el lado Oeste, desde la que fue Puerta de Santo
Domingo (hoy Plaza de Santo Domingo) hasta el río. Así, la ciudad estaba
bien comunicada; y bien abastecida de agua, al estar edificada junto al
río. Las grandes paredes de tierra sobre el río y cercanas a la ciudad,
que hoy conocemos como Terreras del Henares, proporcionaban el material
indispensable, abundante, cercano y de fácil extracción, para edificar
con tapial de tierra apisonada (técnica constructiva que dominaban los
árabes).
Durante
los siglos VIII al XI fue Wad-Al-Hayara cabeza del territorio más
oriental de la Marca Media de Al-Andalus, constituida por el Henares y
sus afluentes
1.
Guadalajara
administrativamente se inscribía en la cora de Ax-Xerrat, en la Marca
Media, a la cabeza de uno de los cinco distritos en que esta se
subdividía (junto con Toledo, Zorita, Medinaceli y Santaver -Santa
Bariyya-), y englobando un gran número de fortalezas y poblaciones
menores como pudieran ser Atienza, Sigüenza, Álcala y Madrid, todas
controladas por el clan de los Banu Salim. Wad-Al-Hayara alcanzó la
categoría de cabeza de uno de los dieciocho distritos o kuras que
marcaban la división territorial del califato cordobés, según el
escritor árabe Al-Muqaddasi, quien así lo refiere en su obra “Ahsan at
Taqasim fimarifat al- Aqalim”, escrita en el año 985.
Para
conocer Guadalajara y su tierra en la dominación árabe invocaremos a
al-Razi, historiador y geógrafo andalusí quien dice en su obra Crónica
del moro Rasis. Descripción geográfica de al-Andalus: “…del término de
Guadalajara, que llaman Guadal Hemar; en su término hay castillos y
villas de los cuales el uno es Mongerido -Madrid- y al otro llaman
Antixa -Atienza- que es el más fuerte castillo que existe en todo el
término y cuando los moros tuvieron a España desde este castillo
hicieron atalaya contra los cristianos que fuera de España cuando de
ellos hicieron miedo”.
Mapa de ciudades existentes en Al-Andalus
La frontera Media de Al-Andalus (según E. Manzano, 1991).
El
nombre de Wad-Al-Hayara es utilizado por Yehudah-ha Leví. En las
crónicas de Al-Razí, Leví Provenzal, Ibn Al-Jatib, y otras, se menciona a
la ciudad con los nombres de Wad- Al-Hiyara y bury Wadi-l-Hiyara. No
son pocas las interpretaciones que el nombre de Wad-Al-Hayara ha
sugerido: río de piedras, valle de las piedras, castillo del valle de
las piedras, valle de las peñas fortificadas, valle de los castillos.
Tarij
llegó con su ejército hasta Guadilhigiara, pasó este río y, siguiendo
por el monte, atravesó un valle, al que llamó Feg Taríq, de su propio
nombre. Según informan las fuentes escritas como Muqtabis V o al-Udri
los valles del Guadiana y del Tajo fue poblado ya desde fechas muy
tempranas por grupos beréberes, en general muy vinculados a zonas de
frontera.
Al Sharif Al-Edris, en su obra “Descripción de Al-Andalus”
nos ofrece la noticia de ser el fundador de Wad-Al-Hayara el caudillo
Abul Fergi, y fue por el nombre de Medina Fergi, según este cronista
árabe, con el que se la conoció durante mucho tiempo.
Tras
la conquista musulmana, desde Wad-Al-Hayara se va a dirigir la defensa
de la tierra alcarreña. Generales y arquitectos viajan desde esta
ciudad, donde tenían su residencia habitual, para elegir los lugares
estratégicos y construir fortalezas y torres vigías.
Llegan hasta Sigüenza, donde en el año 759 moría, víctima de una conspiración, el caudillo Samail.
La
población estaba compuesta por árabes, establecidos sobre todo en la
ciudad; por bereberes y por autóctonos, a los que hay que añadir los
esclavos importados. Los autóctonos eran evidentemente los que componían
la mayoría de la población, no distinguiéndose entre ellos los
visigodos o suevos, conquistadores del siglo V, de los ibero-romanos,
con los que aquéllos se habían fundido. Una gran parte se convirtió con
rapidez: son los que entonces serán conocidos como
<<muwallad>>, nacidos a menudo de matrimonios mixtos, y que
en el siglo X ya no se distinguían de los musulmanes de origen árabe
puro.
La
fe cristiana se fue relajando ante el esplendor material e intelectual
de la nueva y brillante civilización islámica. No faltaron, aunque al
parecer fueron escasas, conversiones de judíos al Islam.
En
el primer tercio del siglo IX se llamó Medina Al-Faray, nombre
utilizado a consecuencia del dominio que sobre la ciudad ejerció
Al-Faray, célebre personaje bereber la tribu de los Masmuda, hijo de
Maysara, gobernador de Jaén. La tribu de los Masmuda estaban
establecidos en la cuenca del río Guadiana, a la que se cree instalada
en Ocilis -Medinaceli-.
Vallvé indica que el nombre de Madinat al-Alfaray
o la <<Ciudad de la Bellavista>>, sería la titulación
oficial que adquirió la ciudad de Guadalajara después de la pacificación
de las ciudades rebeldes de Toledo (932) y Zaragoza (937) por Abd
al-Rahman III, cuyos ejércitos estuvieron acampados en Guadalajara
durante algún tiempo, en 934, de paso hacia la última.
Este <<bautismo>> oficial explicaría la repetición de las dos denominaciones, Wadi l-Hiyara y Madinat al-Faray,
que pueden encontrarse en algunos casos en las crónicas o descripciones
árabes. Es de suponer que en un principio un núcleo de escasa entidad
pero en expansión, como el asentamiento originario de Guadalajara, no
tuviera sino el nombre genérico del río o del territorio, esto es Wadi l-Hiyara, identificándose ambos al ir adquiriendo importancia respecto al resto de las poblaciones circundantes.
Intelectualmente,
fue favorecida por la llegada de alfaquíes y rabinos que huyendo del
poder ejercido por emires intransigentes se alejaron de la ciudad de
Córdoba para afincarse en ciudades del reino de Toledo.
Alonso Núñez de Castro, en su Historia Eclesiástica y Seglar de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Guadalaxara,
siguiendo antiguos cronicones narra las vicisitudes de algunos de los
trece obispos que guiaron a los cristianos de Guadalajara durante la
dominación árabe: “…cesaron los Obispos de Guadalaxara, hasta el año
ochocientos cincuenta y nueve, aunque no por esto faltó Cristiandad en
ella, ni el uso de los santos Sacramentos. En este año fue elegido
Venerio segundo Obispo, en la cautividad de los moros, de quien haze
mención san Eulogio, que le visitó en Guadalaxara, y fue su huesped
cinco dias: florecio Venerio el año ochocientos y cincuenta y nueve:
Geroncio fue Obispo deesta ciudad el año de mil y veinte, que fue el
duodecimo Prelado deella: el decimo tercio, y ultimo Obispo de
Guadalaxara, dice Julian Perez en sus Adversarios, que vivia el año de
mil y cincuénta, y porque repreeendía a los Moros sus vicios, y
depravadas costumbres, le desterraron, derribando la Iglesia Catedral…”
Los
cristianos sometidos eran respetados en sus usos, costumbres y
religión, poseyendo para el culto las iglesias de Santo Tomé y San
Miguel del Monte (desaparecida).
El
ábside de la iglesia de Santo Tomé (hoy Nuestra Señora de la Antigua),
único elemento original de lo que fue el primer edificio, corresponde a
un templo mozárabe, que José María Cuadrado y Vicente de la Fuente
sitúan a comienzos del siglo VIII concretamente en el 714, año admitido
también por Francisco Layna como fecha de su construcción.
Estos cristianos se arabizaron pronto lingüistica y culturalmente, o bien eran bilingües, biculturales.
En
el siglo X se expandiría la ciudad hacia el sur con la construcción de
un nuevo recinto murado, se ampliaría y fortificaría la alcazaba y se
erigiría una gran mezquita -aljama- en lugar preeminente. Los límites de
la muralla se alzaban desde la fortificación militar hasta las actuales
plazas del Jardinillo, San Esteban y la Cotilla. En las inmediaciones
de la Cotilla, se abriría una puerta de acceso a la nueva medina desde
el camino de Zaragoza, de aquí, subiendo por la actual calle de San
Esteban, hasta el Jardinillo donde se abriría otra puerta a la que
desembocaba el camino de Cuenca, para descender, por la calle de
Cervantes, hasta las proximidades de la alcazaba, abriéndose otra puerta
cerca de la actual de Alvar Fáñez, que abría el recinto hacia la
almuzara. Hemos de suponer que parte de aquella primitiva muralla
coincida con el muro de contención del jardín del Palacio del Infantado.
De
esta manera, el arrabal mozárabe, hasta entonces independiente,
quedaría absorvido por la nueva urbanización, sirviendo su estructura
nuclear para organizar el nuevo espacio con un despliege de calles
radiales que unen el centro con la periferia. Sistema urbano
complementado por dos vías principales, una que enlazaría el Alcázar con
la puerta de la Cotilla y, otra, a aquel con la de Cuenca.
Frente
a la alcazaba, a una distancia media entre esta y el antiguo arrabal
mozárabe, se construyó una aljama lo suficientemente amplia para poder
reunir a toda la población en la oración del viernes. En torno a esta
aljama, como era habitual, se construyeron edificios de uso público,
como mercados, tiendas, baños, escuelas y otros destinados a albergar
funciones administrativas. Como constancia de ello, podemos señalar la
presencia documentada de unos baños cerca de la Puerta de Alvar Fáñez
que, tras la Reconquista, fueron donados por Alfonso VIII a don
Cerebruno, arzobispo de Toledo. La puerta de Alvar Fáñez existía ya en
1174.
También
los Historiadores del siglo XVII, escriben con asombro dos fabulosas
edificaciones, el Peso de la Harina y la Artillería, obra de romanos,
levantadas entre el Alcázar y la parroquial de Santiago, sin duda
edificios públicos de la Guadalajara califal.
Esta
configuración de un nuevo centro dentro de un recinto amurrallado de
mayor superficie, provocó una redistribución espacial periférica que
tenía por eje aquella amplia medina de reciente construcción, además del
consiguiente desplazamiento de la minoría cristiana a otras zonas
marginales, y a abrir sus centros de culto a extramuros de la nueva
medina.
Así
bajo su órbita se desarrollaron varios arrabales, como el primitivo
recinto urbano, ya transmutado en el de la Alcallería; quizás el
independiente Castill de los Judíos; el amurallado de Budierca que irá
surgiendo a ambos lados del camino que llegaba hasta la puerta de la
Cotilla, en cuyas inmediaciones, y casi sobre un antiguo cementerio, se
levantará su propia mezquita -luego reedificada como Iglesia de Santa
María-, muy próxima al templo mozárabe de San Miguel; el del Alamín,
frente al de Budierca, al otro lado del barranco; y al occidente otro,
quizás de alfareros, en las inmediaciones de Santo Tomé. La Wad
al-Hayara califal alcanzaría entonces una extensión máxima próxima a las
40 hectáreas, superficie por tanto equiparable a otras medinas de
tamaño medio, con una población por encima de los 13000 habitantes.
El ceutí Al-Edrisi, gran geógrafo árabe, en su obra “Recreo de quien desea recorrer el mundo”
concluida en enero de 1154 dice de Guadalajara que “…era una bonita
población bien fortificada y abundante de producciones y recursos de
toda especie. Está rodeada de fuertes murallas y tiene aguas vivas. Al
Occidente de la villa corre un pequeño río que riega los jardines, los
huertos, los viñedos y los campos donde se cultiva mucho azafrán,
destinado a la exportación…”
Al-Hakam I (770-822) se vio obligado a
llevar a cabo una expedición para remediar el hostigamiento a que venía
siendo sometida Guadalajara, dejando en esta ciudad botín, fondos y
jornaleros para su reconstrucción.
El año 850 falleció Casim Ben Hilel el
Caisi, hombre muy docto, cadí de Wad-Al-Hayara, su patria. Este mismo
año la ciudad se beneficiaba de las disposiciones que Abderramán II
ordenaba desde Córdoba: para ocupar y mantener a los pobres, se
edificarán mezquitas y alcázares, fuentes y baños de mármol para
comodidad de los vecinos, y ordena se socorriera a los imposibilitados
hasta las aldeas más pequeñas y apartadas.
Sería entonces cuando en Wad-Al-Hayara se realizarían numerosas
edificaciones públicas, incluido el amurallado, que situaba dentro del
recinto la alcazaba y el caserío.


En este reinado de Abderramán II, y bajo
la dirección del famoso músico Ziriad, se impone una verdadera dictadura
de las costumbres. Según sus normas, el vestido había de ser blanco en
el verano; de seda vaporosa y de colores vivos en primavera, y de
pellizas enguatadas y abrigos de piel, en el invierno.
Guadalajara en el siglo X
En la luna de Safar del año 238 (852
d.C.) moría el rey Abderramán II, cuarto rey omeya en España,
sucediéndole su hijo Muhamad Abú Abdala, que hizo reanudar la guerra
santa para la propagación del Islam. Pasaron las fronteras, talaron
tierras y tomaron ganados y cautivos, aunque la fortuna no acompañó al
walí de Toledo, Lobia ben Muza, ni a su padre, Muza ben Zeyad, que
fueron vencidos en la frontera de Galicia, por lo que fueron depuestos.
Padre e hijo, en venganza al rey Muhamad, hicieron treguas con los
cristianos de Galicia y sublevaron las provincias de Toledo y Zaragoza.
Entre los sublevados se encontraba el walí de Wad-Al-Hayara.
 El primer alcalde del alcázar del que se
tiene noticia es Izraq ibn Muntil, en el siglo IX, quién sufrió un
asalto a la ciudad por Muza ibn Muza; una agresión derivada de las
hostilidades surgidas entre los Banu Salim y los Banu Qasi que se habían
confererado con el rey cristiano Alfonso III.
Fragmento de cerámica decorada con "mano de Fátima"
Fragmento de cerámica decorada con “mano
de Fátima”. Cerámica a torno. Técnica a la cuerda seca. Medieval
islámico, (s. IX-X). Alcázar Real, Guadalajara (Guadalajara). 25 de
marzo de 2010, Cristina Gonzalo Herreros. Museo Arqueológico de
Guadalajara.
Situación convulsiva que habría de variar
tras la ascensión al emirato de Abd al-Rahman III, quien protagonizó
una política centralista, de pacificación y control de todo el
Al-Andalus que quedo cristalizada en su proclamación como califa.
Durante estos años Guadalajara seguirá ocupando una
posición predominante en la estrategia militar de la Marca Media, que va
a provocar, a la postre, un crecimiento de su población y la
consecuente expansión territorial, configurándose como una medina de
cierta entidad.
Prueba de ello son las contínuas estancias de Abd
al-Rahman III en esta ciudad como centro de descanso y preparatorio de
sus operaciones militares. Así, durante la campaña de Muez (920), fue la
primera expedición que realizó el califa en persona contra los
cristianos de Castilla <<…tras la demora de los preparativos
oportunos, el sábado 13 de muharram (4-VI-920), y sentado sus reales en
Madinat al-Faray, llamada Guadalajara, de la que hizo cadí a Muhammad b.
Maysur, entrándose desde allí con los contingentes musulmanes en el
país de los enemigos infieles…>>. Desde Guadalajara partió para
atacar a los monarcas Ordoño II que se había aliado con Sancho Garcés I
de Pamplona para ayudarle a conquistar La Rioja (Nájera, Viguera y
Calahorra, en el año 920) pero serían derrotados por Abderrahmán III en
Valdejunquera o Muez también en el año 920.
El año 921 vuelve a Wad-Al-Hayara, al ser llamado por
su gobernador. En el año 929 nombra gobernador a Arzaq b. Maysaray; en
933, a Sa´id b. Warit, y en 935, a Utman b. Ubayelallah. También en los
años 938 y 941 cambia los gobernadores de Guadalajara.
Posteriormente, durante la campaña de Zaragoza,
permaneció en Guadalajara, asegurando su bienestar y tranquilizándola,
reparando las fortalezas, torres y atalayas con excelente construcción y
permitiendo almacenar abundantes provisiones y pertrechos. Se completó
así ese amplio plan de nuevas infraestructuras que abarcaba los
territorios de las marcas Superior y Media, durante los años 937-938.
También durante la campaña de Alhandega (entre Riaza y Atienza), tras su
fuerte derrota, el califa pudo escapar con un grupo de soldados y
regresó a Guadalajara para descansar antes de partir hacia Córdoba
durante la primera quincena del mes de agosto del año 939.
No cabe duda de que la consolidación del Califato
Cordobés -en los años del reinado de Al-Hakam II- como potencia
económica, política y cultural en el concierto del mundo mediterráneo,
va a suponer una regeneración interna de todo su territorio,
correspondiéndole un auge urbano hasta entonces desconocido. Es así que
durante todo el siglo X, la ciudad adquirirá una nueva dimensión, tanto
por la calidad de sus nuevas edificaciones, como por la expansión urbana
que llega a alcanzar. Incluso naturales de Wad al-Hayara destacan en
las esferas culturales del califato, es el caso de Wahad ben Massarra y
su nieto Abú Zacaría at-Teminí, pero sobre todo de Mohammad ben Yusuf
al-Warrak que formó parte de los intelectuales de la corte cordobesa de
Al-Hakam II. También los eruditos Ahmed ben Chalaf ben Muhamad ben
Fortun el Madyunni y Admed ben Muza ben Yanqi, que después de haber
estudiado en Wad-Al-Hayara con el famoso Wahib ben Masera pasaron a
oriente y estuvieron en Egipto y en La Meca, enviados por el rey
Al-Hakam II. Estos sabios, alcarreños, realizaron, junto con el
granadino Aben Isá el Gasani, una geografía y descripción de las
comarcas de Elbira, finalizando este importante trabajo en el año 974.
Al rey Al-Hakam II le sucedió su hijo Hixem, hombre
ambicioso que marcó una política de trágicas consecuencias,
consolidándose en su reinado las bases para la imparable desmenbración
del Califato.
El año 987 pasaba Muza por Wad-Al-Hayara camino de la
frontera castellana. Almanzor corrió la Marca Media y quemó y destruyó
Osma. Volviendo por Atienza, derrotó sus muros.
Ataifor. Arcilla blanco (melado en el exterior. Blanco, melado y manganeso en interior). Época Islámica 901=1000. Túnel de Aguas Vivas, Guadalajara (Guadalajara).
Ataifor. Arcilla blanco
(melado en el exterior. Blanco, melado y manganeso en el interior).
Época Islámica 901=1000. Túnel de Aguas Vivas, Guadalajara
(Guadalajara).
Tras la caída del
califato (1008), Guadalajara quedará dentro de la taifa toledana de los
Banu dil-Nun desde 1009, permaneciendo como cabeza de distrito hasta su
conquista por Alfonso VI en 1085.
El año 1013, el walí de
Wad-Al-Hayara se confederaba con los de Calatrava, Medinaceli y Zaragoza
a la llamada de Suleimán, que se veía desplazado en la corte del rey
Hixem por Wadha. Suleimán a cambio de su ayuda contra los que
tiranizaban a Córdoba y otras ciudades les ofrecía por juro de heredad
sus gobiernos y sus alcaldías.
En la corte de Hixem también se
encontraba una representación alcarreña. Allí se habían distinguido en
un certamen poético los ilustres de Wad-Al-Hayara: Ahmed ben Clalaf y
Ahmed ben Muza
Abdallah ben Omar ben Walid, de
Wad-Al-Hayara, se revela como un prestigioso pragmático y jurisconsulto.
Se le atribuyen obras sobre instituciones jurídicas, grámatica y un
tratado de bebidas. Murió en el año 1061 (451 de la hégira).
Jarra decorada con tres goterones simbolizando el nombre de Alá y cerámica a torno bañada en pintura roja.
Jarra decorada con tres goterones
simbolizando el nombre de Alá. Cerámica a torno, pintada de rojo. Época
Islámica (s. X-XI). Procedencia: Palacio de los Guzmán, Guadalajara
(Guadalajara).
Cerámica a torno bañada en pintura roja.
Época Islámica (s. XI). Procedencia: Túnel de Aguas Vivas, Guadalajara
(Guadalajara). 25 de marzo de 2010, Cristina Gonzalo Herreros. Museo
Arqueológico de Guadalajara.
Vajilla de servicio de mesa             Época emiral.                                                     Época califal.
Vajilla de servicio de mesa                   Época de taifas.
Vajilla de servicio de mesa.
Vajilla de almacenaje, transporte y conservación        Época emiral.                                                              Época califal.
               Época de taifas.
Vajilla de almacenaje, transporte y conservación.
Vajilla de cocina
Fase I: época emiral. Fase III: época califal. Vajilla de cocina
Vajilla de cocina
Época de taifas. Vajilla de cocina.
Torra, Mar et al.: “Excavaciones en Guadalajara: secuencia andalusí
desde época Taifa a Emiral y presentación de un singular conjunto
numismático”, Arqueología y Territorio medieval, 11.1, pgs. 79-113, 2004.


Francisco de Torres, alcaide y regidor
perpetuo de la ciudad y capitán de la Infantería de Su Majestad en su
obra Historia de la Muy Noble Ciudad de Guadalajara narra el modo en que
Minaya Alvar Fáñez -primo hermano y lugarteniente del Cid, y a la sazón
alcaide de Toledo en el año de la conquista de esta ciudad (1085)-
entró y puso sitio a Guadalajara. Torres dice que el Cid mandó a Alvar
que se dirigiera a Guadalajara, en efecto, menciona el Poema del Cid.
La ciudad de Guadalajara fue entregada a
las tropas de Alfonso VI en las últimas semanas de la primavera del año
1085 en virtud de lo acordado entre Al-Qadir, el último rey taifa
toledano, y el monarca castellano leonés en el pacto de rendición del
reino de Toledo. La entrega de las principales plazas fuertes del reino
se hizo sin luchas, mediante órdenes y por personas de la confianza de
Al-Qadir.
Los continuos ataques almorávides de las
primeras décadas del siglo XII retrasaron y condicionaron la acción
repobladora castellana, pues lo prioritario era de defensa militar del
nuevo territorio, que fue incorporado a la corona castellano leonesa
siguiendo el modelo tradicional de Comunidades de Villa y Tierra.
Alfonso VII para favorecer el desarrollo
de la ciudad y su tierra le concedió fuero a Guadalajara en 1133. Del
análisis de su texto se desprende que la medida buscaba atraer nuevos
pobladores a la comarca, asegurar casas y heredades a los que ya eran
pobladores, disposiciones referidas a la exención del pago de
determinados impuestos como el portazgo y el montazgo, fomento del
comercio y condiciones favorables para los mozárabes, mudéjares y
judíos. En este fuero Alfonso VII reconoció la inmunidad concedida a los
clérigos de Guadalajara por su abuelo Alfonso VI.
Estas medidas pronto dieron sus frutos y
Guadalajara se fue convirtiendo a lo largo de la segunda mitad del siglo
XII en una de las principales ciudades del reino. Su caserío aparece
organizado en casi una docena de barrios o “collaciones”: Santa María,
San Julián, Santiago, San Andrés, San Miguel, San Ginés, San Esteban,
San Nicolás, San Gil o Santo Tomé.
Guadalajara no se vió libre de los árabes
de las dinastías almorávide y almohade. Dice Ibn Idharí que Mazdali en
1113 corrió las tierras de Alcalá y Guadalajara devastando sus
alrededores y obteniendo de ella rico botín; y durante la ocupación
almohade, dice al-Qirtas, el emperador Ya´qub al-Mansur en su expedición
a al-Andalus del año 1196, después de recorrer sin éxito la zona de
Toledo, atacó Guadalajara, que encontró bien defendida.
El rey Fernando III tuvo que conceder un nuevo fuero en 1219, bastante más extenso que el primitivo.
En 1252, el infante don Felipe, hijo de
Fernando III -entonces señor de Guadalajara-, llegó a un acuerdo con su
hermano el infante don Sancho, arzobispo de Toledo, para que los pleitos
que tuvieran los vecinos de Guadalajara con los vasallos del
arzobispado de Toledo se celebrasen en Guadalajara según su fuero.
Alfonso X al comenzar su reinado le
concedió en 1253 el privilegio de celebrar una feria anual durante
quince días desde la Pascua de Quincuagésima. En 1260 el rey amplió el
privilegio de manera que se pudiera celebrar otra feria más, en este
caso con una duración de dieciséis días, ocho días antes y ocho después
de San Lucas, con lo que la villa pasaba a tener dos ferias, una en
primavera y otra en el otoño. Como quiera que el 25 de agosto de 1262,
el rey al otorgar su nuevo Fuero Real incluyó amplias exenciones
tributarias a los Caballeros.
Las restantes fuentes de la época
confirman que Guadalajara siguió obteniento una atención prioritaria
tanto de los sucesivos monarcas, como de las dos mujeres de la familia
real que recibieron el señorío de la ciudad durante algunos períodos de
estas décadas de finales del siglo XIII y principios del XIV.
Doña Berenguela fundó, posiblemente en
1284, el convento de Santa Clara. Comunidad que, tras tener su primer
asentamiento en una casa donada por dicha infanta en la cuesta de San
Miguel, terminó instalándose definitivamente entre 1300 y 1307 por
impulso de la infanta doña Isabel y su aya María Fernández Coronel, en
unas casas donadas por ambas en plena judería, en la manzana que hoy
ocupan la actual parroquia de Santiago y la sede central de Ibercaja.
La misma infanta impulsó también el
traslado del convento de monjas bernardas desde su emplazamiento
original al otro lado del Henares, tras un incendió en 1295, hasta su
asentamiento definitivo al otro lado del barranco del Alamín. Asociado
al desarrollo de este convento estuvo la construcción del llamado
“puente de las Infantas” que unía el nuevo recinto religioso con la
villa, cuya construcción fue promovida por doña Isabel y su hermana doña
Beatriz de quienes tomaría su nombre popular.
Torreón del Alamín y puente de las Infantas
Torreón del Alamín y puente de las Infantas (Guadalajara). 9 de abril de 2012, Cristina Gonzalo Herreros.





Torreón del Alamín, 1890, dibujo de Juan Diges AntónDibujo del torreón del Alamín, 1890, Juan Diges Antón.





Otros dos conventos más promovió aquella
infanta. En 1300 doña Isabel donó a los frailes de la Merced una casa y
una huerta que poseía cerca del río e inmediata a la ermita de San
Antolín, que sirvió de base para el desarrollo posterior del convento.
Como quiera que doña Isabel se ausentó de la ciudad en 1310 al casarse
con el Duque de Bretaña, Plácido Ballesteros San José asocia a la
fundación del convento de mercedarios a una noble de la ciudad, doña
Elvira Martínez, esposa de Fernán Rodríguez Pecha, camarero mayor del
rey Alfonso XI. También en las afueras del núcleo urbano se instaló el
convento de San Francisco, éste a partir de 1330.
Práctica frecuente de los monarcas a lo
largo de toda la plena Edad Media fue disponer de bienes de realengo
para pagar servicios a los miembros de la nobleza o al alto clero. En
bastantes ocasiones lo entregado eran aldeas enteras con sus
correspondientes términos, que eran separadas de la jurisdicción de
ciudades y villas, E, incluso, algunas veces los monarcas llegaron a
donar en señorío a villas importantes con todo su alfoz.
Ante esta tendencia, Guadalajara y otras
ciudades del reino, reaccionaron pidiendo al rey que parase en esa
política de apartar aldeas de sus jurisdicciones.
En el caso de Guadalajara tenemos dos
informaciones muy ilustrativas. En 1242 Fernando III otorga carta al
Concejo por la que se devuelven a la villa sus aldeas. En noviembre de
1250, el monarca convocó a Cortes a los procuradores de varias
localidades, entre ellas Guadalajara. En ellas los concejos pidieron al
rey el respeto de sus fueros y privilegios, tras lo que el rey dispuso
dejar la situación como estaba cuando murió su padre Alfonso VIII.
Aunque no se conocen nuevos
desmembramientos de su término en los años siguientes, Guadalajara debió
mostrar cierta preocupación inicial ante el hecho de que el nuevo rey,
Alfonso X, la entregara en su señorío a su hija la infanta doña
Berenguela. Ante la reacción del Concejo, el monarca se comprometió en
1277 que no daría la villa ni su tierra a ningún señor particular.
No existen fuentes documentales que nos
permitan saber con certeza el porcentaje de población musulmana que
decidió quedarse en Guadalajara y su territorio tras la conquista
cristiana en 1085.
Lo más probable es que ocurriera como en
Toledo capital, donde los especialistas están de acuerdo en que una
parte importante de sus habitantes abandonaron la ciudad y se retiraron a
los territorios gobernados por sus hermanos de religión; a pesar de que
en los acuerdos de capitulación se pactó que los musulmanes podrían
quedarse a salvo y libres, conservando sus casas y haciendas.
Por testimonios posteriores conservados
sobre la aljama mudéjar de Guadalajara, una de las más numerosas del
reino en el siglo XIII, se sabe que la ocupación de la mayoría de sus
miembros estaba relacionada con la agricultura y con diversas labores
artesanas como la albañilería, la carpintería y la alfarería. Incluso
algún documento se hace eco de sus actividades comerciales, como el
privilegio de Sancho IV fechado en 1293 en el que el monarca dispuso que
los judíos y “moros” de Guadalajara no pudiesen cobrar más del tres por
ciento de interés en los préstamos que realizasen.
Los historiadores locales primitivos
sitúan la ubicación de la aljama musulmana en el denominado “Almajil”,
situado en la actual calles Ingeniero Mariño, indicando que la mezquita
estuvo cerca de donde se edificó más tarde el Convento de Carmelitas de
San José. Más recientemente, el doctor Layna Serrano en su monumental
Historia de Guadalajara extendió el asentamiento a otras zonas
contiguas: el arrabal de la Alcallería Vieja o de San Julián, la
Alcallería Nueva o de La Merced y la Calderería, también próximas al
Alcázar Real.
Parece ser que la población mudéjar de
Guadalajara tuvo la misma evolución durante la baja Edad Media que la
del conjunto del reino de Castilla, de manera que desde la segunda mitad
del siglo XIV entró en una progresiva decadencia, disminuyendo
considerablemente su número. No obstante, a finales del siglo XV la
aljama de Guadalajara aún conservaba su importancia en el conjunto de
las morerías del reino.
Detalles de la decoración múdejar de la capilla de los Orozco de San Gil. Guadalajara.Hacia 1490.
Yeserías múdejares de la capilla de los Orozco de San Gil. Guadalajara.Yeserías múdejares de la capilla de los Orozco de San Gil. Guadalajara. 1 de agosto de 2009, Cristina Gonzalo Herreros.
La única referencia documental sobre los
judíos en Guadalajara nos liga ya con el comienzo del control
castellano. En 1095, con ocasión de la visita que realizó a Guadalajara,
don Yosef ibn Ferrusel, apodado como “Cidello”, consejero y médico del
monarca Alfonso VI, el alabado poeta Yehuda ha-Leví escribió una breve
composición lírica, ensalzando la majestad del citado judío durante su
estancia en Guadalajara. Esta afirmación del esplendor de la comunidad
judía de Guadalajara sólo diez años más tarde de su conquista, nos hace
suponer que la presencia e importancia de la población judía en la
ciudad se remonta bastante tiempo atrás.
La tradición local señala que los judíos
habitaban extramuros de la ciudad con anterioridad a la conquista
cristiana de Guadalajara. Concretamente al otro lado del barranco de San
Antonio, sobre el actual cementerio, en el paraje denominado “castil de
judíos”. De ser cierta esta creencia, esta judería primitiva fue
abandonada pronto tras la entrada de los cristianos en la ciudad, pues
los testimonios conservados del siglo XIII documentan a numerosas
familias viviendo en el entorno donde se construiría a finales de esa
centuria el convento de Santa Clara. Es decir, en el barrio delimitado
por las actuales calles Miguel Fluiters, Teniente Figueroa, Benito
Hernando e Ingeniero Mariño, de manera que la judería estuvo cerca de la
aljama musulmana. En esta zona, una de sus travesías aún conserva el
nombre de calles de la Sinagoga.
Luis González de Sepúlveda, juez
pesquisidor, realizaba un deslinde de los bienes públicos de Guadalajara
en 1461, determinando que los frailes de San Antolín devuelvan al
concejo un tramo de camino real que se habían apropiado “…enfrente del
Castil de judíos…”, que se había convertido ya en un descampado. De
acuerdo a esta descripción podemos afirmar que el primitivo
emplazamiento de la judería pudo ubicarse en un principio en el entorno
de la Puerta de Alvar Fáñez, según indicara ya don Francisco Layna.
De la obra de los profesores Cantera
Burgos y Carrete Parrondo sobre las juderías medievales de la provincia
de Guadalajara, así como de los padrones fiscales de la baja Edad Media
en los que se recogen los encabezamientos de las aljamas judías de todo
el reino, se desprende que la de Guadalajara fue una de las más
importantes de Castilla, llegando a contar con cuatro sinagogas: la
Mayor, la de los Matutes, la del Midras y la de los Toledanos.
Tanto Francisco Cantera Burgos y Carlos
Carrete Parrondo, como José Luis Lacave Riaño consideran que la
primitiva judería de Guadalajara se mantuvo en el emplazamiento del
“Castillo de los judíos” hasta 1412.
Se documentan que poseían inmuebles urbanos de valor considerable, también se recogen abundantes fincas agrícolas.
El nombre de sinagoga de los Toledanos
desvela la procedencia de muchos de los judíos que ocupaban esa zona del
barrio; la ubicamos gracias a un documento del 10 de junio de 1499. En
él, el monasterio de San Antolín, de la orden de Santa María de la
Merced, da a don Antonio de Mendoza, hijo del duque del Infantado, don
Hurtado de Mendoza, a cambio de los bienes, “…unas casas en la Iglesia
de San Andrés, que se llama la Piedad, e se solía llamar al tiempo de
los judíos estaban en la dicha ciudad e era entonces sinoga, la Sinoga
de los Toledanos…”
También hay que mencionar la gran
notoriedad conseguida por algunos de sus miembros en diversas facetas de
la cultura. Se ha destacar en primer lugar al filósofo Moseh ben Sem
Tob. Aunque no hay acuerdo entre los especialistas sobre su lugar de
nacimiento (León o Guadalajara, en 1240), de lo que no hay duda es que
fue vecino de Guadalajara durante largos años. De la importancia de la
vida intelectual del núcleo judío de Guadalajara da prueba el hecho de
que dicho personaje adquiriera, a lo largo de las décadas que vivió en
la ciudad, una profunda formación mística que le permitió escribir la
obra cumbre de la cabalística judía, el “Libro del Esplendor”.
Otros cabalistas guadalajareños de cierta
relevancia fueron Isaac ben Mosé ibn Sahula, quién en 1281 escribió la
obra titulada “Parábola del anciano”, conjunto de sermones morales y
místicos; y Yuçaf Çamanon, quien además de escritor, fue médico personal
de la infanta doña Isabel, señora de la ciudad. Médico famoso fue
también Çag Aboaçar que estuvo al servicio de Diego Hurtado de Mendoza,
primer duque del Infantado.
Entre todos ellos no podemos dejar de
realzar también a Moisés Arragel, autor de la Biblia de Alba, que
realizó entre 1422 y 1433 por encargo del maestre de la Orden de
Calatrava Luis de Guzmán.
Posiblemente debido al prestigio
alcanzado por sus miembros más destacados y a la influencia que pudieron
ejercer sobre los reyes y los miembros de la familia Mendoza que
controlaba la vida política de la ciudad, la aljama judía de Guadalajara
no tuvo que hacer frente a dificultades extremas en los momentos más
complicados que siguieron a los sucesivos estallidos del sentimiento
antisemita que se produjeron con cierta frecuencia en Castilla a lo
largo de la baja Edad Media. Pero, aunque no se conocen ningún asalto ni
persecución general, el Concejo hubo de cumplir las órdenes generales
sobre la obligación de que la población judía llevara marcas visibles de
su condición en su indumentaria y la prohibición de que vivieran fuera
de las juderías. Dichas disposiciones se fueron haciendo más frecuentes
según avanzaban las últimas décadas medievales.
Por último, indicar que el hecho de que
sean frecuentes los casos de judaizantes documentados en los expedientes
inquisitoriales referidos a vecinos de Guadalajara durante las primeras
décadas del siglo XVI parece indicar que el número de judíos que optó
por convertirse y permanecer en Guadalajara y su tierra después del
Decreto de expulsión de los Reyes Católicos en 1492 hubo de ser bastante
significativo.
En esta Guadalajara de la primera mitad
del siglo XIV, en la que se habían entroncado los Pecha y los Orozco, se
documenta también la llegada de los Mendoza. Gonzalo Yañez de Mendoza,
miembro de la pequeña nobleza alavesa, que ocupaba un puesto secundario
al servicio del rey como montero, se casó con Juana de Orozco, hermana
de Iñigo López de Orozco.
Su hijo, Pedro González de Mendoza, a
través de diversos sucesos vitales, buena parte de ellos fruto del puro
azar -bien de carácter familiar, bien de naturaleza bélica-, terminaría
convertido en el jefe de un clan familiar en el que confluirían las
posesiones más importantes de los poderosos Pecha y Orozco.
Casado en primeras nupcias con María
Fernández Pecha se haría con el control de casi todo el patrimonio de la
familia de su mujer. Pedro González de Mendoza tuvo muy fácil acaparar
toda la influencia de la familia y, en una práctica frecuente de la
sociedad feudal, pactar condiciones muy ventajosas en el reparto de las
herencias familiares con las hermanas de su mujer.
Muerta María Fernández Pecha sin haber
dejado descendencia que pudiera reclamar en el futuro derechos
exclusivos sobre los bienes procedentes de los Pecha, contrajo Pedro
González nuevo matrimonio con su prima Teresa López de Orozco,
incorporándose así como miembro activo al partido de Pedro I en el que
militaba su influyente tío y suegro a la vez, que era consejero y hombre
de confianza del monarca. Pero la situación dio un cambió radical a
partir de 1366 cuando el clan alcarreño se pasó al bando del hermanastro
del rey, Enrique de Trastámara. Hechos prisioneros ambos al año
siguiente en la batalla de Nájera, el rey no perdonó la traición de su
antiguo consejero y le dio muerte, mientras que Pedro González de
Mendoza gracias a la intervención del Príncipe de Gales quedó libre tras
el pago del correspondiente rescate.
Como quiera que en los meses siguientes
Pedro González continuó como miembro muy activo del bando trastamarista,
al finalizar la guerra el nuevo rey Enrique II, además de confirmarle
sus señoríos de Hita y Buitrajo, recompensó bien sus servicios
nombrándole ayo mayor del nuevo heredero al trono: el infante Juan.
Muertas por entonces también su suegra
María de Meneses y su segunda esposa Teresa López de Orozco, y dado que
dos de sus cuñadas y primas se habían establecido por sus respectivos
matrimonios fuera de Guadalajara, en el consiguiente reparto de bienes
familiares Pedro González de Mendoza terminó por hacerse con la mayor
parte de los bienes alcarreños de los Orozco.
Además su situación en la Corte se
afianzó aún más cuando su tercera esposa, Aldonza de Ayala, hija del
merino mayor Fernán Pérez de Ayala y hermana del futuro Canciller Pedro
López de Ayala, fue nombrada camarera de la reina Juana, mujer de
Enrique II.
Con todo ello, el primer Mendoza nacido
en Guadalajara entró a formar parte del círculo nobiliario más alto del
reino, incrementándose su protagonismo en la Corte al acceder al trono
el nuevo rey, Juan I, formando parte de su Consejo hasta su muerte
legendaria en la batalla de Aljubarrota en 1385.
A lo largo de las últimas décadas del
siglo XIV y las primeras del XV los pecheros, los no privilegiados,
fueron capaces de forzar su participación en el gobierno local
aprovechando los sucesivos ajustes que se produjeron en la vida pública
de la villa; como consecuencia de la alteración de la correlación de
fuerzas entre los distintos grupos sociales urbanos que trajo consigo el
asentamiento y afianzamiento de los Mendoza en la comarca.
Guadalajara en el siglo XV
El hijo del héroe de Aljubarrota, Diego
Hurtado de Mendoza, consiguió un incremento de las rentas concedidas a
la ciudad y su tierra, fue nombrado Almirante de Castilla. En su época
sitúa la tradición el momento en que el Concejo de Guadalajara perdió
totalmente su autonomía, al pasar a ser designados por él directamente
los distintos cargos concejiles, según los viejos cronistas a petición
de los propios vecinos.
Pero su temprana muerte en 1404 dejando a
un niño de corta edad como heredero del mayorazgo produjo ciertos
problemas en el liderazgo de la familia, agravados por las disputas por
la herencia entre los descendientes de sus dos matrimonios. Parece que
estas circunstancias fueron aprovechadas por los caballeros y escuderos
de Guadalajara para controlar en su provecho exclusivo el gobierno de la
villa, provocando el descontento de los pecheros.
El 28 de octubre de 1406 el Común, los
hombres pecheros, los “cuatros” y los sexmeros de Guadalajara y su
tierra, reunidos en la parroquia de San Gil, aprobaron un “Cuaderno de
condiciones” sobre diversas cuestiones referidas al gobierno de la
villa, exigiendo su cumplimiento a los caballeros y escuderos.
Lo primero que pidieron fue el reparto
entre ambos estados del nombramiento de los ocho regidores que formaban
el Concejo: seis serían designados por los nobles y dos por los
pecheros. Como quiera que además se recogía en el acuerdo que los
restantes oficiales del Ayuntamiento como los alcaldes, los jurados, los
andadores y los alcaldes de cañadas para ocupar sus cargos debían
realizar el juramento anual ante los regidores y los “Cuatros”
(representantes del Común que defendían el interés de los pecheros), el
control de todo el gobierno municipal quedaba prácticamente repartido a
partes iguales entre ambas partes. El mismo procedimiento fue
establecido para la fiscalización de la hacienda del municipio: los
regidores y los “cuatros” controlarían conjuntamente las cuestas de los
mayordomos del Concejo.
En 1427 se confirmó y amplió entre las
partes el acuerdo sobre el funcionamiento del Concejo. Además de aclarar
todas las dudas surgidas sobre el funcionamiento de la administración
municipal -reparto preciso de competencias entre los regidores, los
alcaldes y los jurados; que el Concejo se reuniera tres veces por
semana; y que sus cuentas se asentaran en el libro correspondiente- los
pecheros pidieron que se controlase bien quién era y quién no, en
verdad, “caballero de alarde”.
En Guadalajara existían antiguos
privilegios que eximían del pago de tributos a aquellos que tuviesen
caballo de guerra y armas. Eran los llamados caballeros de alarde,
llamados así porque debían confirmar su condición de tal acudiendo a las
exhibiciones anuales.
La medida, al parecer respaldada por los
Mendoza, al mismo tiempo que favorecía a las capas no privilegiadas de
la población, en tanto en cuanto aumentaba el número entre quienes se
repartían los impuestos a pagar, cortaba casi todas las posibilidades de
promoción a la pequeña nobleza, cerrando su acceso a la oligarquía
urbana.
Era ya la época de Iñigo López de
Mendoza, heredero del Almirante y futuro marqués de Santillana, quien,
una vez superadas las dificultades familiares iniciales y recuperaba la
posición destacada que su familia tenía entre la élite de la Corte, se
incorporó activamente a las luchas políticas que los distintos clanes
nobiliarios protagonizaron a lo largo de todo el reinado de Juan II.
En aquel contexto de guerra civil
latente, caracterizado por lo cambiante de las alianzas entre los
diferentes grupos nobiliarios respecto a la figura del valido real, el
condestable don Álvaro de Luna por una parte, y los parientes del rey
-los llamados Infantes de Aragón- del lado contrario, el Mendoza siempre
tuvo la ventaja de contar con una solidísima base en sus señoríos
alcarreños, lo que le permitió mantener una actitud política ambigua con
cambios de bando en función de sus intereses.
Así, tras militar inicialmente en el
bando de los infantes de Aragón, cuando se declaró la lucha abierta,
volvió a la obediencia del rey en 1429 del que consiguió tras el
enfrentamiento bélico en Araviana una importante merced: el 18 de agosto
de 1430 Juan II le asignó 300 vasallos en la tierra de Guadalajara y el
señorío sobre una larga lista de lugares. Aliado después con el conde
de Haro, enemigo de don Alvaro de Luna, logró escapar y refugiarse en su
villa de Hita cuando el favorito del rey consiguió en 1432 encarcelar a
gran parte de sus enemigos.
Pero la actitud de Íñigo López de Mendoza
siguió siendo cambiante, pues aunque en 1436 las fuentes nos lo
presentan como muy cercano a don Álvaro, en 1441 la Crónica recoge con
mucho detalle la maniobra del Condestable para dividir a sus enemigos,
entre los que nuevamente estaba el Mendoza, en la que Guadalajara jugó
un papel fundamental. El privado del rey convenció al monarca para que
donara la villa al príncipe heredero don Enrique, entonces también en el
bando de los infantes de Aragón. Como era de esperar, don Íñigo no sólo
utilizó la influencia que tenía en Guadalajara para no entregar la
plaza, sino que contestó apoderándose del castillo de Alcalá la Vieja,
que era del arzobispo de Toledo, hermano de don Álvaro. La Crónica del
reinado continúa refiriendo como tras la reconquista de dicha fortaleza
por los partidarios del Condestable, don Íñigo López de Mendoza sufrió
graves heridas en la batalla del río Torote, refugiándose con sus tropas
en Guadalajara, prueba palpable del control absoluto que tenía sobre
nuestra población.
Finalmente, el prócer alcarreño tras
dejarse querer por los dos bandos estuvo en el bando vencedor en la
definitiva batalla de Olmeda. El pago esta vez fue elevado: los títulos
de Conde del Real de Manzanares y del Marqués de Santillana. Este último
suponía además del acceso a la grandeza, la definitiva confirmación de
la posesión de aquellos valles cantábricos por los que los Mendoza
llevaban luchando y litigando varias décadas.
En el ámbito político gran parte del
reinado de Enrique IV fue una mera continuación de los conflictos entre
bandos nobiliarios enfrentados, en los que unos y otros cambiaban de
alianzas a conveniencia y la monarquía muchas veces era poco más que un
sujeto pasivo. Lo único que cambió con respecto al periodo anterior
fueron los protagonistas, entre ellos junto a los principales líderes
nobiliarios del momento como Juan Pacheco y Beltrán de la Cueva, varios
hijos del viejo marqués de Santillana.
Muerto el Marqués en 1458, los vaivenes
políticos volvieron a poner a Guadalajara en el centro de la intriga.
Dentro de los movimientos de uno y otro bando en la Corte, en la que
residían permanentemente dos de los nuevos Mendoza (Pedro González de
Mendoza, entonces ya obispo de Calahorra, y Lorenzo Suárez de Figueroa),
y sin que se pueda precisar con exactitud la causa concreta que motivó
la decisión del rey, Enrique IV decidió que había llegado el momento de
apoderarse de la población en la que el clan alcarreño tenía sus Casas
principales.
El suceso lo conocemos con exactitud por
el amplio eco que tuvo en las Crónicas del reinado. En otoño de 1459 el
rey mandó por sorpresa tropas al frente de uno de sus servidores el
comendador Juan Fernández Galindo con una carta para el alcaide del
alcázar de Guadalajara en la que le ordenaba que entregase la población.
Tras ser admitidas las tropas reales en
el alcázar, el cronista Alonso de Palencia da cuenta cómo los
partidarios del rey echaron mano de algunos caballeros vecinos de
Guadalajara para que les ayudasen a expulsar al segundo marqués de
Santillana, Diego Hurtado de Mendoza, de la población. Tras esta
maniobra el rey se acercó con más tropas sin que lo supiera el Marqués,
quien al descubrir la conjura no se atrevió a esperar y huyó de
Guadalajara, refugiándose en la cercana fortaleza de Hita.
Después de apoderarse de la población, el
monarca puso en marcha toda una serie de medidas destinadas tanto a
controlar militar y políticamente la villa y su alcázar como a afianzar
el papel de Guadalajara y potenciar su futuro en una comarca controlada
por los Mendoza.
Para lo primero Enrique IV se desplazó en
persona a la propia villa a los pocos meses y durante una larga
estancia en ella tomó varias disposiciones muy significativas.
El 13 de marzo de 1460 ordenó a Fernando
de Gaona, que seguía siendo alcaide de la fortaleza por el marqués de
Santillana al que como sabemos había traicionado, que entregara el
alcázar real a Rodrigo de Medina, vasallo del rey. El 24 del mismo mes
ordenó, a petición de los miembros del Concejo de Guadalajara a los que
la presencia real les infundió valor para denunciar abusos antiguos, que
se realizara información sobre la ocupación de tierras dentro de la
villa y su tierra que venían haciendo desde hacía tiempo algunos
caballeros y “personas poderosas”. Al día siguiente, nombró regidor por
el estado de los pecheros a uno de sus servidores, el boticario Fernando
López de Aguilar.
Con posterioridad, el 10 de septiembre,
estando en Segovia el rey culminó el control político del Concejo al
nombrar a su vasallo y maestresala Fernando de Rojas como asistente en
Guadalajara, con facultades propias de un corregidor, representante del
rey en todos los cabildos y ayuntamientos.
En los años siguientes la vigilancia del
monarca sobre Guadalajara continuó de forma directa a través de sus
colaboradores locales. El 31 de marzo de 1461 Enrique IV ordenó a Pedro y
Juan de Lasarte y a Fernando y Rodrigo de Gaona, cuatro de los
caballeros vecinos de la población que habían participado en la
expulsión del marqués de Santillana y los suyos, que comparecieran ante
él en la Corte ya que quería ser informado por ellos de algunas cosas
que cumplían a su servicio.
Junto al control político, el rey trató
de promover el desarrollo de su “nueva” villa con dos disposiciones de
un significado extraordinario.
El 24 de marzo de 1460, estando en la
población, Enrique IV dictó una provisión real por la que, atendiendo a
la despoblación que la comarca había sufrido por las pasadas guerras,
eximió del pago de tributos reales y concejiles durante 12 años a todos
aquellos que se trasladasen a vivir a Guadalajara, siempre que no fuesen
vecinos de Segovia y Madrid o sus tierras.
Al día siguiente, el 25 de marzo de 1460,
la posición de Guadalajara con respecto a todo su entorno fue afianzada
aún más al concederle el rey el título de ciudad con todas las honras,
mercedes, franquezas, libertades, preeminencias, dignidades,
prerrogativas, exenciones, inmunidades y privilegios que dicha
distinción conllevaba.
Estas medidas suponían convertir a la
nueva ciudad en un verdadero polo de atracción para todos los habitantes
de la amplia región alcarreña entonces controlada mayoritariamente por
los Mendoza a través de sus señoríos circundantes”.
Los Mendoza constituían por sí mismos un
poderoso y sólido bloque nobiliario formado por la suma de las Casas de
los diez hijos del primer marqués de Santillana reforzados con sus
respectivas alianzas matrimoniales, que con el paso del tiempo
terminarían ostentando varios de los títulos más significativos de la
nobleza castellana.
Además el liderazgo militar de esta nueva
generación del linaje, ejercido por el primogénito Diego Hurtado de
Mendoza, titular del mayorazgo, fue hábilmente complementado por la
capacidad politica del quinto de los hermanos, Pedro González de
Mendoza, quién al compás de una brillante carrera eclesiástica
alcanzaría el puesto más importante de la Corte tras los reyes. Por ello
no es de extrañar que a los pocos meses de su expulsión de Guadalajara,
ya hubiera nobles que aconsejaran al rey un pacto con los Mendoza. El
acuerdo fructificó a los dos años.
Pero esto era poco. De manera que, entre
las diversas medidas favorables a la familia que en los meses siguientes
fueron consiguiendo los Mendoza, el 15 de julio de 1464, Enrique IV
concedió al segundo marqués de Santillana el privilegio de ser él quien
nombrara las alcaldías, alguacilazgos y escribanías de padrones de la
ciudad de Guadalajara.
Desde esa fecha numerosos testimonios
demuestran que los hijos del primer marqués de Santillana terminaron por
ejercer un control absoluto sobre toda la vida pública de la ciudad.
El Concejo de Guadalajara en esos
momentos era tan consciente del poder de la familia Mendoza sobre la
ciudad, que los propios regidores acudieron en 1466 y 1468 al segundo
Marqués para solicitarle que fuera él el garante de las normas que
regulaban el funcionamiento político. En el primer caso le pidieron que
hiciera cumplir la costumbre que prohibía a los caballeros ocupar un
cargo de alcaldía, aguacilazgo y otros oficios hasta que no pasaran
cuatro años desde la última vez que lo hubiesen desempeñado; así como
que nadie pudiera tener ninguno de aquellos oficios si no hubiese hecho
el alarde el día de San Miguel según la costumbre antigua de la ciudad.
En 1468, a petición del Concejo, Diego
Hurtado de Mendoza, sus hermanos y sus hijos se comprometieron a impedir
que se acrecentaran los oficios de regidores y jurados de la ciudad.
Todo el reino tenía tan claro la
situación de Guadalajara en esos momentos; tanto que, al año siguiente
-el 5 de abril de 1469-, Enrique IV se comprometió por una real célula a
que sí en el término de sesenta y cinco días no donaba al segundo
marqués de Santillana las villas del Infantado podría éste tomar
posesión de la ciudad. El compromiso real fue tal que se llegó a
redactar sin fecha concreta, y tan sólo a falta de la validación final,
el documento de donación de Guadalajara a favor de Diego Hurtado de
Mendoza.
A la muerte de Enrique IV los Mendoza se
convirtieron en los principales aliados de los príncipes Isabel y
Fernando, siendo clave su intervención para que la guerra se deciera
definitivamente a favor de los Reyes Católicos, lo que supuso para la
familia no sólo la confirmación de su posición sino la concesión de
nuevas mercedes, entre las que destaca el título de duque del Infantado
para el mayorazgo y el capelo cardenalicio para don Pedro González de
Mendoza, ademas del cargo de Canciller mayor.



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