martes, 1 de marzo de 2016

Manuelblas.Madrid: noviembre 2012

Manuelblas.Madrid: noviembre 2012
















































viernes, 30 de noviembre de 2012






Restos arqueológicos de la guerra civil en la Ciudad Universitaria




Uno de los episodios más célebres
de la guerra (in)civil española fue el asalto directo de las tropas franquistas
a Madrid, por su parte occidental, protegida por el foso natural del rio Manzanares.
Este hecho ocurrió entre los días 15 y 22 de noviembre de 1936, cuando los
Regulares lograron poner pie en la Ciudad Universitaria y alcanzar la altura
del Hospital Clínico estableciendo una cuña que se mantuvo hasta el final de la
guerra, aun cuando el mando franquista desistiera, a partir de 22 de noviembre,
de tomar Madrid por las armas, dada la resistencia encontrada y el agotamiento
de sus propias fuerzas.






Hospital Clínico en 1937. Foto de Robert Cappa



Para conocer con detalle los
pormenores de esta batalla de la Ciudad Universitaria que duró dos años y medio
hay un ensayo “globalizador” de Fernando Calvo González- Regueral titulado  La
guerra civil en la Ciudad Universitaria
” de reciente publicación
[1]  (19,90€) que todavía no he podido consultar,
aunque si he tomado algunos datos de otro libro “La batalla de Madrid” escrito con agilidad periodística por Jorge
M. Reverte
[2]
y de un artículo del citado Fernando Calvo publicado en la Revista Madrid
Histórico, número 30 (noviembre-diciembre 2010)
[3].







Pero quizás las mejores
explicaciones “sobre el terreno” donde tuvieron lugar los hechos de armas, la
hayamos recibido los afortunados que finalmente pudimos asistir a la actividad
La guerra civil en la Universidad.
Arqueología en campus de Moncloa
” organizada por el Departamento de
Ciencias y Técnicas Historiográficas y de Arqueología de la Facultad de
Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid, dentro de la XII
Semana de la Ciencia.


El “responsable” de este
recorrido cultural por los restos arqueológicos que se conservan (mejor dijera,
se deterioran) de este frente de la Ciudad Universitaria, es un profesor joven
y entusiasta, Ángel Carlos Pérez Aguayo, quien, solventando errores
burocrático-administrativos que nos imposibilitaron de acudir en las fechas
señaladas en el programa, nos convoca, a título particular,  para iniciar el recorrido, en una agradable,
aunque un tanto fresca, mañana de otoño madrileño, mas de setenta años después
de que tuvieran lugar los trágicos acontecimientos que nos contaran nuestros
padres o abuelos y que hoy forman parte no se bien si de la memoria o de la
conciencia histórica de varias generaciones.
El punto de encuentro es la plaza
de la Moncloa. Allí se junta un grupo variopinto de edades y nacionalidades
(algunos japoneses) que se encamina presto a la primera parada propuesta por
nuestro guía: el parque del Oeste. Este parque, a las orillas del Manzanares,
enfrente de la Casa de Campo, era antes de la guerra (in)civil uno de los mas
hermosos de Madrid, muy frecuentado sobre todo en primavera y verano.  En los aciagos días que trascurren desde
el  15 de noviembre de 1936, fecha en que
se inicia el asalto de las tropas franquistas, en adelante, el Parque del Oeste
se convertirá en un frente de primera línea, donde las trincheras de los respectivos
contendientes, estaban situadas a escasos metros las unas de las otras. La
acometida de los nacionales, operando desde la Casa de Campo, cruzando el
Manzanares,  consiguió establecer una
“cuña inverosímil” en la Ciudad Universitaria que se mantuvo estable hasta el
final de la guerra y cuya punta de lanza era el Hospital Clínico. Pero como un
gráfico vale más que una explicación teórica, lo mejor será comprobar las
posiciones de los bandos enfrentados en el siguiente dibujo tomado de un
artículo escrito después de la contienda
[4].


Nuestro guía que ilustra la
visita con comentarios oportunos y puntuales, nos enseña los numerosos impactos
de bala y artillería que todavía pueden verse en la cara posterior y laterales
del monumento erigido en 1904 en homenaje al eminente cirujano, doctor Federico
Rubio y Galí, obra de Miguel Blay y Fábregas, que sirvió de parapeto defensivo.









Caminando a buen paso,  en dirección ascendente hacia lo que
pudiéramos llamar en lenguaje bélico “línea avanzada” nos topamos con unos
restos insospechados y para mí hasta ahora desconocidos. Son tres puestos de
observación y ametralladoras, que debieron estar unidos entre si por trincheras
y que se yerguen como testigos mudos del conflicto. Nuestro guía cree que
pudieron ser levantados a mediados de 1938 cuando el frente de la Universitaria
quedó estabilizado quedando convertido en una guerra de posiciones.   



Volvemos sobre nuestros pasos
hacia Moncloa para alcanzar los edificios próximos al  Hospital Clínico. Fue aquí donde tuvieron
lugar los combates más feroces entre los regulares y legionarios, de una parte
y los defensores republicanos, de otra. Los contendientes lucharon en el
interior del Hospital, planta por planta, habitación por habitación, con
granadas y bayonetas, abriéndose paso entre los muros a golpes de pico.     


Nos detenemos en el lugar donde
estuvo el Asilo de Santa Cristina que resultó totalmente arrasado y del que
solo se salvó “milagrosamente” una imagen en piedra de la Inmaculada
Concepción, de cierta antigüedad, conocida como la Virgen del Asedio y a la que
podemos ver sobre un pedestal y cobijada bajo un templete construido en 1954.
Parece que nunca le falta una ofrenda floral.









Ladera abajo, hacemos parada
junto al cráter de una mina, parcialmente colmatado, pero cuya circunferencia
todavía impresiona. He leído que una vez fijadas las posiciones de los
combatientes, bien taponada la cuña franquista, se desató una guerra de minas,
en la que destacaron los mineros republicanos, llamados “destripacerros”, que
excavaban largas galerías hasta llegar al punto elegido donde colocaban una
gran carga de dinamita que al explotar formaba el cráter. Por su parte, los franquistas
hacían lo propio con lo cual se desarrolló un nuevo tipo de guerra de minas y
contraminas.  









Descendemos hacia los edificios
de Medicina para comprobar que, sin pedir ninguna clase de permiso e
insensibles a la memoria histórica, las autoridades (in)competentes han
ordenado enfoscar algunos muros que contenían vestigios de la contienda, que al
parecer a casi nadie le interesan.









Si pueden verse, en cambio, al
menos hasta que cambien las rejas, los numerosos impactos de bala en ventanas y
paredes exteriores de la Facultad de Medicina, que evidencian la proximidad del
fuego enemigo.









También son evidentes los
impactos de balas y obuses en los agujerados pretiles situados delante de la
actual Facultad de Ciencias de la Información, ante la cual se ha erigido un
monolito conmemorativo de la presencia en este escenario de lucha de las
Brigadas Internacionales, pintarrajeado por mano sectaria poco respetuosa con la
historia.









Permítaseme, llegados a este
punto,  hacer una crítica a los
responsables de la conservación de los monumentos en la Ciudad Universitaria.
Da igual cual sea su significado, todos ellos se encuentran en un lamentable
estado de abandono y dejadez que dice muy poco a favor de esta Universidad
Complutense y no me digan que es por falta de fondos, pues la limpieza no puede
ser tan cara.   Véase por ejemplo, la estatua, obra de juan de
Ávalos, erigida en 1972 como homenaje de la Facultad  de Filosofía 
a don José Ortega y Gasset, ante la cual paso condolido pensando que
infortunados somos los paseantes al tener que presenciar este bochornoso espectáculo.









Nos queda todavía un largo trecho
hasta llegar a las trincheras republicanas de la Dehesa de la Villa. Las
trincheras comenzaron a ser habituales, una vez estabilizado el frente. Se
hicieron con troncos y cemento, protegidas de la lluvia y resguardadas por
sacos terreros. Algunas de ellas son todavía reconocibles y pueden ser
visitadas libremente. En las trincheras se agrupaban los combatientes en torno
a hogueras o infiernillos improvisados, cuidando de no asomar la cabeza pies
siempre había enfrente algún enemigo dispuesto a hacer puntería sobre el
incauto que la asomare.









Conviene señalar  que a finales de 2008  un grupo de arqueólogos y alumnos de la
Universidad Complutense realizó una serie de prospecciones y excavaciones
arqueológicas en estas trincheras, hallando algunos restos como casquillos de
balas, monedas, calzado, fragmentos de latas 
etc.  Un comentario cronológico de
estas excavaciones y hallazgos podéis verlo en h
ttp://guerraenlauniversidad.blogspot.com


Igualmente son interesantes las fotografías coetáneas de los hechos de las colecciones de Albert Louis
Deschamps, Archivo General de la Administración y Biblioteca Nacional  los podéis ver en
http://www.madrid36.es 




Quisiera despedir esta entrada
con una frase del presidente Azaña: “
La
guerra es siempre aborrecible y mas si es entre compatriotas, que es funesta,
incluso para quien la gana
”.




Espero que los españoles hayamos
aprendido la dura lección. 








 
Manuel Martínez Bargueño
Noviembre 2012 (última revisión febrero 2015)



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y quieres preguntar, comentar o aportar algo al respecto, puedes dejar un
comentario o escribir a mi dirección de correo
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Martínez (Manuel Martínez Bargueño)


Gracias. Manuelblas.  



NOTAS


[1]
Fernando Calvo Gonzalez-Regueral.  La guerra civil en la Ciudad Universitaria”.
Ediciones La Librería, 2012.



[2] Jorge M.
Reverte “La batalla de Madrid”.
Crítica. Barcelona 2004.

[3] Fernando
Calvo González-Regueral.  La pasarela de la muerte”. Una encrucijada
de balas sobre el rio Manzanares
”. Madrid Histórico, número 30
(noviembre-diciembre 2010), páginas 60 a 68. 


[4]
Carlos Muñoz de Laborde y Mariano Álvarez Iñiguez “De la pasarela de la muerte
al puente del Generalísimo”
(no tengo referencia del lugar de la publicación)

martes, 20 de noviembre de 2012






LA IMPRENTA MUNICIPAL




La calle Concepción Jerónima debe
su nombre al convento concepcionista fundado por Beatriz Galindo, la preceptora
de Isabel la Católica, a principios del siglo XVI. Según el cronista Pedro de
Répide en el número 7 de esta calle 
vivía en 1808 el corregidor Marquina, el amigo de Godoy  que mandó quitar las cruces que había en
muchos lugares públicos de la Villa y de cuya supresión se salvó únicamente la
de Puerta Cerrada. También hubo en esta calle el primer cinematógrafo
permanente que hubo en Madrid, llamado pomposamente Coliseo Imperial
[1],
lindo teatrito  en el luego actuaron
compañías de comedias.
 
Precisamente enfrente de donde
estuvo este teatrillo se encuentra hoy la Imprenta Municipal que es el edificio
que vamos a visitar respondiendo a la propuesta de visita ofertada por  el Departamento de Historia de la Facultad de
Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid  dentro de la Semana de la Ciencia, denominada
En letras de  molde: La imprenta y las formas de la
comunicación escrita en la Edad Moderna”
.


 


Antes de acudir a la visita, me
he entretenido en conocer los antecedentes de esta institución municipal
conocida desde hace muchos años de los amantes de los libros por la calidad de
sus trabajos de edición.




Antecedentes


Los orígenes de la Imprenta
Municipal se remontan a mayo de 1853 cuando la Junta Municipal de Beneficencia
creó la imprenta del Asilo de San Bernardino que dependía de la Beneficencia
municipal. Esta institución cumplía un doble objetivo, pues de un lado
procuraba la instrucción en un oficio de los niños abandonados y de  otra surtía de material impreso al
Ayuntamiento
[2]. La
actividad de estos talleres fue aumentando en paralelo al crecimiento de la
ciudad y de las necesidades municipales. En 1875 se aumento con una sección de
litografía para ejecutar todos los trabajos de este género necesarios para las
dependencias municipales y en 1876  ya
aparece al pie de sus impresos “Imprenta y Litografía Municipal”.




La Imprenta tuvo diversas sedes.
Primero en el mismo edificio del Asilo y luego en la calle de Noblejas hasta
fines de 1868 en que fue cerrada. Volvió a funcionar en 1869, otra vez en el
Asilo hasta principios de 1875, cuando el Alcalde Madrid, Conde de Toreno,
dispuso su instalación en la Casa de la Panadería en la Plaza Mayor. En 1913 se
muda a la Casa de Cisneros en la calle del Sacramento de donde saldrá en 1934
para instalarse en el actual edificio.




En 1986 se creó la Imprenta
Artesanal que asumió la salvaguarda del patrimonio histórico que atesoraba y
que ha dado lugar a la actual Imprenta Municipal. Artes del Libro
[3].




El edificio


Fue proyectado y construido entre
1931 y 1933 por Francisco Javier Ferrero Llusía (1891-1936), arquitecto de la
Oficina Técnica Municipal y Luis Bellido y González (1869-1955), autor del
diseño del Matadero de Madrid. En 1955 este edificio fue ampliado por Luis
Oñoro con un solar colindante. El inmueble es un buen ejemplo de arquitectura
racionalista de los que ya no anda muy sobrada la Villa. El interior, de tres
alturas,  presenta una estructura de
hormigón armado siendo estos espacios interiores  de una gran luminosidad muy necesaria para los
trabajos allí realizados gracias las ventanas y a un gran hueco central
rematado por un tragaluz.






La fachada está hecha en ladrillo visto con un
diferente tratamiento de los huecos de las ventanas según la altura. Presenta
una estética Art Decó, como se observa en el título de la fachada considerado
un homenaje al arte de la tipografía. Fue elaborado con letras de mortero de
cemento, de gran tamaño que sobresalen de la fachada a modo de tipos móviles.




El edificio fue rehabilitado en
2009 según un proyecto del arquitecto Carlos Posada para adecuarlo a su nueva
función cultural respetando su carácter histórico artístico.


Conocidos estos antecedentes
comenzamos  la 






Visita


Aunque convocados a las 17,30, la
visita comienza media hora mas tarde, a las 18,30. El personal del centro
invita al pequeño grupo a visitar la exposición permanente, instalada en la
segunda planta, mientras espera al profesor de la Facultad y departamento
convocante.




La exposición temporal se
denomina “Libros libres” y es una
idea de Grupo Cinco +, un grupo de artistas especializados en la
encuadernación. Los libros se exhiben de manera curiosa,  en mesas formadas por libros creo que
editados por la propia Imprenta, unidos por 
algún tipo de referente común. “Así
volúmenes de temática dadaísta se muestran unidos por tiras de velero, y el
jazz se recrea sobre cubos de madera esmaltada en negro y los primeros textos
de homenaje a Cela se esconden detrás de las tapias
[4]. 


Mas que la exposición temporal me
interesa el interior del edificio que, en efecto, es muy luminoso,  aunque ya esté 
apunto de caer la noche. Las tres plantas están unidas por una escalera
interior (supongo que también hay ascensores). En la planta baja, además de
la  exposición permanente que luego
veremos con detalle, están los talleres de impresión tipográfica visibles al público
a través de una cristalera y en la planta segunda los talleres profesionales de
encuadernación artística, restauración documental y encuadernación artesanal
que mantienen la tradición del centro. Me entretengo en hacer alguna foto con
el móvil. 




Llega el profesor, Federico
Palomo, quien da al grupo una pequeña charla introductoria sobre los orígenes
de la institución, el edificio y la significación de la letra impresa a través
de las épocas. Seguidamente pasamos a ver un video sobre la evolución histórica
del arte de la escritura desde los egipcios hasta la actualidad.


La tercera parte de la visita a
la exposición permanente “La impresión y
el libro. Una historia”
, es la más interesante y la más larga y es
explicada por una joven guía que nos atiende con profesionalidad y simpatía.




La exposición no esta organizada
en forma cronológica, sino temática, en torno a la excelente colección de
piezas históricas (máquinas) de la institución.
 
Comienza por la reproducción de
una prensa de imprimir del siglo XV (vigente hasta el siglo XIX), a base de
tipos móviles (plomo, en un 83%, antimonio y estaño) alojados en su caja
tipográfica (chibalete) con su rodillo y sus balas de tinta y cuyo
funcionamiento manual nos muestra amablemente la guía.


La siguiente máquina es una
prensa de hierro también manual, “plano contra plano”  Krause (hacia 1860), pieza cedida, leo, por la
Diputación Provincial de Segovia.




De esta época data también la
xilografía en le cual la talla se hace sobre una plancha de madera por medio de
un dibujo en relieve.




De la imprenta manual se pasa la
imprenta mecánica y las dificultades para contarlo se acrecientan para este
ignaro narrador. Las prensas son plano cilíndricas, de presión continua y se
entintan solas por medio de unos botones que regulan la tinta. Estas máquinas
se inventaron en 1814 para los periódicos ingleses y se atribuyen a Frederic
Koening. La que se nos muestra es una máquina tipográfica Planeta de 1913 que
todavía funciona lo que da cuenta de su robustez y de como las construían
antaño.


Otra máquina mas moderna, de
1958, es la original Heidelberg de prensa también plano cilíndrica. En total
hay mas de trence prensas tipográficas, algunas de ellas en perfecto estado de
funcionamiento. Es interesante la máquina fundidora de tipos Bauer, inventada por
David Bruce en 1838.




Se exhibe también una linotipia
que compone y funde a la vez. El inventor de la linotipia parece que fue un
relojero alemán, de nombre Ottman Merghentaler. Estas linotipias no permiten la
composición de cuerpos grandes, que deben seguir haciéndose manualmente. Las
linotipias las comercializaron dos empresas 
llamadas Linotype  e Intertype. La
que vemos es una Intertype de 1947 con la que se hacia el Boletín Oficial dela
Villa.


De 1940 es la máquina Minerva
para fotograbado con la que se hacían trabajos de pequeño formato como
folletos, carteles, invitaciones. Es tipo Boston, de palanca. Hay otras
máquinas pero renuncio a comentarlas pues es mejor verlas y que te las
expliquen.




Si que merece una mención el
tórculo de 1789, tipo de prensa utilizada para la impresión de grabados en
metal o calcografías. Posiblemente fuera fabricada por el mismo taller  que hizo la que se exhibe en la Calcografía
Nacional como utilizada por Goya para estampar sus aguafuertes.


Otras prensas litográficas como
la Brisset de 1865 permiten hacer litografías sobre piedras de las que hay una
interesante colección. Con estas maquinas se hizo cartelería, impresión de
deuda pública y otros encargos municipales




Pasamos a la encuadernación cuya
técnica explica nuestra amable guía a la vista de una prensa  de encuadernación de 1913. En la imprenta
municipal trabajaron grandes encuadernadores como Antonio Palomino y Emilio Brugalla
inmortalizados en un óleo de A. Navarte (1964).
 
De Palomino precisamente es parte
de la colección de hierros de dorar, que contiene ruedas, hierros de mano,
paletas y planchas grabadas manualmente y que se aplican a la decoración delas
encuadernaciones artísticas. De estas encuadernaciones (arte ligatoria) se
exhibe una colección de piezas realizadas muchas por los encuadernadores
artísticos de la Imprenta Municipal.


Terminamos la visita en la venta
de publicaciones. Allí ¡por 3 euros ejemplar! adquiero tres obras interesantes
editadas por la Imprenta Municipal: “La
casa de Cisneros
” (1915); “Tipos y
modas en 1801. La colección de trajes de Antonio Rodrigue
z” (1989) y una
joya “Madrid visto y sentido por Pedro de
Répide”
, edición de 1948 de la que me llevo el último ejemplar a la venta.
Hay otras cosas interesantes entre las que reconozco algunas que he comprado en
el Rastro a mayor precio.   


 


En resumen una visita interesante
que podéis realizar, si estáis interesados, de martes a viernes, a las 11 y a
las 18 horas y los festivos a las 12.




©Manuel Martínez Bargueño


Noviembre 2012


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manuelblas222@gmail.com con
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Martínez (Manuel Martínez Bargueño)


Gracias. Manuelblas.   
NOTAS



[1]
J. Martínez “Los primeros veinticinco
años de cine en Madrid, 1896-1925
” Filmoteca española. Instituto de la
Cinematografía y de las Artes Audiovisuales. Madrid, 1992.
 
[2]
Además de la economía que resulta en los
trabajos cumple esta dependencia un deber humanitario enseñando a  los asilados de San Bernardino que se la
confían los diversos oficios que constituyen la imprenta y la litografía y son
no pocos los marcadores, cajistas, encuadernadores y estampadores que han
salido a trabajar ene establecimientos particulares o, que siendo soldados, han
ingresado en las imprentas militares
” (Algunos
apuntes sobre la imprenta y litografía municipal. Abril de 1889
). 
 
[3] Imprenta
Municipal. Artes del Libro.  C/Concepción
Jerónima, 15 28012.Madrid. Teléfono 34 91 429 42 71 – Fax 34 91 429 00 09. E.mail
siartesanal@madrid.es  www.madrid.es/imprentamunicipal  www.esmadrid.com/museosdemadrid
 
[4] Arte hasta en los libros. El País, 18 de
noviembre de 2012.

jueves, 15 de noviembre de 2012






Siguiendo las huellas del INSTITUTO ESCUELA






El Instituto Escuela de Madrid era un centro pedagógico con mucho
prestigio.  Se había fundado como algo
con carácter experimental, para dar la primera y segunda enseñanza a niños y
muchachos de familias madrileñas, burguesas y con ciertas aspiraciones o
pretensiones intelectuales. Yo creo que fue un excelente sitio para educar a
los párvulos y para los niños que estudiaban el preparatorio de bachiller. Y
aunque como instituto de segunda enseñanza superaba  en mucho a todos los de su época, me parece
que con relación a ella  no estuvieron
sus creadores tan afortunados como en la primera enseñanza. Algunas enseñanzas
fallaban. Esto es casi inevitable
[1].


Los recuerdos de Don Julio Caro
Baroja sobre sus años de escuela me han llevado a apuntarme a la visita
programada con ocasión de la Semana de la Ciencia para conocer el “patrimonio
histórico del Instituto Escuela de Madrid” que se conserva en el IES Isabel la
Católica, cuyo edificio principal (calle Alfonso XII, 3) fue la antigua sede de
esta institución educativa.


Previamente a la visita y
siguiendo mi costumbre, he reunido algunos datos sobre el Instituto Escuela,
última cristalización de esa fuerza de irradiación cultural y educativa que fue
el krausismo y la Institución Libre de Enseñanza.  Mi guía en esta búsqueda de los orígenes y
significado del Instituto Escuela no puede ser otro que don José Castillejo
Duarte, figura señera del institucionismo en el siglo XX, secretario de la
Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (en adelante la
Junta) y autor, entre otras publicaciones suyas,  de un libro “Guerra de ideas en España”, aparecido en ingles en 1937 y editado
en español, mas tardíamente, en 1970
[2],
de donde he sacado los principales datos.  




El Instituto Escuela, (nos cuenta
Castillejo), era una escuela cuya organización fue confiada la Junta por el
ministro liberal Santiago Alba en 1918. Incluía clases de párvulos, estudios
preparatorios y secundarios hasta la edad de diecisiete anos y estaba pensada
al mismo tiempo como campo de experimentación y colegio de preparación para
maestros de escuela secundaria, toda una novedad en España. La Junta tenía la
facultad de elegir y despedir los maestros quienes tenían dedicación plena y a
quienes se les incitaba a que dedicaran una parte de su tiempo a la
investigación, poniendo a su disposición los laboratorios de la Junta y
pagándoles por ello un sueldo extra.


Desde el comienzo, el Instituto
Escuela admitió maestros estudiantes, hombres y mujeres que habían terminado
sus estudios universitarios o de magisterio, y les pagaba una pequeña
asignación. El plan era prepararlo durante dos o tres años en el Instituto
Escuela, alternando preparación en laboratorio, prácticas de enseñanza y
discusión sobre educación y luego mandarles a visitar escuelas extranjeras.




Las clases en el Instituto
Escuela se componían de no más de treinta alumnos. Era una escuela coeducativa
y el cuerpo docente incluía maestros de ambos sexos. El plan de estudios era el
mismo que en las demás escuelas oficiales, pero añadiendo el griego y una
cantidad y variedad considerable de trabajo manual (cartón, papel, madera,
tejido, cerámica, bordado, costura, pintura, modelado), así como una gran
cantidad de tiempo para juegos organizados. En los dos últimos cursos
(dieciséis y diecisiete años) se permitía que cada alumno eligiese libremente
sus materias, con la aprobación de los maestros.


Una medida revolucionaria que la
Junta introdujo en el Instituto Escuela fue la supresión de todos los exámenes,
lo que fue aceptado con entusiasmo por los alumnos y sus familias. Los alumnos
podían promocionar de un curso a otro incluso durante el curso si sus maestros
consideraban que estaba suficientemente por encima del nivel de sus compañeros.
El certificado final que otorgaba el Instituto Escuela era equivalente al
examen de ingreso en la Universidad.
 




Una de las claves el éxito
escolar estaba en la selección de los alumnos, lo que no impidió una tasa
elevada de fracaso escolar. El propio Castillejo reconoció que con el tiempo “la escuela dejó de ser un laboratorio de
experimentos educativos o un germen para 
el desarrollo de un nuevo sistema de educación secundaria  o un seminario para futuros maestros
”.




Visita




Conocidos estos antecedente y en
una tarde lluviosa de noviembre me encamino hacia el edificio histórico del IES
Isabel la Católica enclavado en un recinto cercano al Parque del Retiro, en
concreto en el llamado Cerrillo de San Blas. Después de una larga ascensión, me
encuentro ante la fachada del edificio principal y paso rápidamente al interior
para no mojarme.


Después de unos minutos de espera
el exiguo grupo de visitantes que ha desafiado a los rigores de la climatología
es recibido por dos profesoras, Encarnación Martínez Alfaro y Carmen Masip
Hidalgo, que,  jubiladas de sus respectivas
cátedras de Geografía e Historia y de Biología y Geología, siguen vinculadas al
centro como “responsables” del rescate de su patrimonio histórico-pedagógico.
Encarnación, en concreto es autora de un libro muy interesante “Un laboratorio pedagógico. El Instituto
Escuela. Sección Retiro
[3],
que no conozco pero cuya lectura me han recomendado otras personas.    




Encarnación nos resume, en primer
lugar la historia del edificio que fue una de las sedes del Instituto Escuela
hasta 1936 (la Sección Retiro) y desde 1939 Instituto Isabel la Católica. El
edificio donde nos hallamos es obra del arquitecto Javier Luque y López,
seguidor de los postulados de Antonio Flórez, renovador de la arquitectura
escolar a principios del siglo XX. La elección del sitio, al borde del parque
del Retiro no fue casual pues se buscaba exprofeso un lugar  lo mas cerca de la naturaleza posible y alejado
del tráfago urbano. El exterior, que no hemos podido apreciar debidamente por
ser ya de noche y estar lloviendo a cántaros, presenta un cierto aire
historicista con sus torreones a los lados y sus amplios aleros.
 
El interior es
de planta cuadrada y dos alturas, llamando la atención el amplio vestíbulo con
su escalera al fondo en forma de aspa. Parece que en este amplio espacio
multifuncional se celebraban conciertos, representaciones teatrales y sesiones
de cine. Un reloj suspendido del techo, parado, por cierto, marca el ritmo de
la actividad docente. Una de las características propias de este centro son sus
amplios ventanales de desarrollo vertical que permiten conseguir una excelente luminosidad
en el interior y una gran visibilidad al exterior, en consonancia con las
teorías higienistas de la época
[4].


El centro se inauguró en el curso
1928/29 como Sección de Secundaria del Instituto Escuela  y como tal funcionó hasta 1936. En 1939, tras
la guerra civil, volvió a abrir sus puertas con el nombre actual de Instituto
Isabel la Católica como centro femenino hasta 1984 y desde entonces mixto.




Atendidas estas explicaciones
pasamos a una sala biblioteca de la planta baja donde Encarnación nos muestra y
comenta libros, fotografías y documentos del patrimonio histórico educativo del
Instituto Escuela. Se conservan en el archivo –nos cuenta- unos 900 expedientes
de alumnos entre los curos 1918 y 1936. Los alumnos, tal como yo lo entiendo,
eran en buena parte “hijos de”, es decir vástagos de familias acomodadas o bien
establecidas, mencionando a los hijos o descendientes de Pittaluga, Blas
Cabrera, Luis Zulueta, Juan Negrín, Largo Caballero, Ignacio Bolívar y otros
varios mas. La ratio profesor/alumnos era de 18 a 25/1  lo que contrastaba con la de los demás
centros oficiales que estaba en 45/55 alumnos por clase. Algunos certificados
de estudios que nos muestra están firmadas por Castillejo y visadas por Ramón y
Cajal, que  era el presidente de la
Junta.




Son muy
interesantes los ejemplares de libros. Entre los fondos que se guardan figuran
1505 libros que conservan el sello del Instituto Escuela, además de otros 303
que, aun sin sello, pueden datarse del mismo período. Los más antiguos son del
siglo XIX y los más modernos de 1936. Para la enseñanza de la Literatura se
leían los “Clásicos Castellanos” y la
Junta y el Instituto editaron con esmero, pero sin lujos, una “Biblioteca Literaria del Estudiante
formada por treinta tomitos “de aquellas
obras mejores que el estudiante debe frecuentar en el comienzo de sus estudios
para adquirir los fundamentos de la cultura tradicional hispánica
[5].  Los libros de ciencias que nos muestran son
muy atractivos como la “Bird life  de Frank Chapman para conocer la vida de los
pájaros, así como los libros para el aprendizaje de idiomas tal como “La grenouille”, de J.Anglas. En el fondo
de libros hay también libros de consulta para los profesores y cuadernos de
alumnos (están digitalizados)


Hablando de profesores, el
Instituto Escuela contó con catedráticos de enseñanza secundaria de renombre entre
los que destacaron Miguel Catalán Sañudo (1894-1957), catedrático de Física y
Química, un gran investigador español (un cráter lunar lleva su nombre),
Federico Gómez Llueca, catedrático de Historia Natural, Samuel Gili Gaya,
catedrático de Lengua y Literatura españolas y Francisco Barnés Salinas (1877-1847),
catedrático de Geografía e Historia quien llegó a ser ministro de Instrucción
Pública durante la II República
[6].
Entre los profesores aspirantes hay dos nombres a destacar, los de Carlos Vidal
Bosch, de ciencias naturales (en la biblioteca se expone un maqueta del Tajo a
su paso por Toledo) y  Manuel de Terán,
renovador de la geografía española, aquien recuerda consimpatía caro Baroja en
su libro de memorias familiares.  Sobre
la enseñanza de la geografía hay libros muy interesantes como el de Vidal  de La Blache, “Paisajes físicos modificados por el hombre”, la “Geographie” de Albert Demangeon o “La geografía española  enseñada por los ojos”, con láminas en
color sobre razas humanas. También nos muestran un ejemplar del libro de
Stanley  En el África tenebrosa
[7],
de lectura presumiblemente muy excitante.




La enseñanza de la Historia del Arte
 parece que fue una novedad pedagógica
introducida por el Instituto Escuela. Los alumnos complementaban sus conocimientos
teóricos con visitas a los Museos y a las ciudades cercanas a Madrid, conforme
adelantaban en edad y estudios. Para los alumnos de cursos más avanzados se programaban
excursiones de quince días a Marruecos, Andalucía o a Aragón, por ejemplo. También
 existían intercambios escolares con alumnos
de otros países. Encarnación nos cuenta, si mal no lo entiendo, que en La Granja
(Segovia)  funcionaba una colonia
escolar  a la que venían estudiantes
extranjeros.  


También se prestaba atención a las
danzas y cantos populares (de hecho el himno 
del Instituto Escuela era “Los pastores”), al teatro, a la gimnasia, a la
fotografía y a otras enseñanzas prácticas. La tasa de abandono escolar, de un
50%, según nos cuenta la profesora merecería una mayor explicación.








Pasamos seguidamente a ver los
laboratorios que nos enseña la profesora Carmen Masip y que todavía están en
uso. La enseñanza de las Ciencias (Biología, Geología, Física y Química) contó
con modernos laboratorios, amplios y luminosos,  para la enseñanza práctica de las respectivas disciplinas.
Todos los laboratorios estaban dotados con mobiliario de madera y cada alumno
tenia su pupitre.  Cada estudiante disponía de un cajón y de un pequeño compartimento
lateral para guardar sus pertenencias. En el centro, unas estanterías permitían
colocar objetos y reactivos al alcance de la mano. En el laboratorio de Biología,
cada puesto contaba, además, con un grifo para la traída de aguas, un pequeño
desaguadero y una llegada de gas para alimentar los mecheros de mesa (conocidos
como mecheros o quemadores Munsen
)”.
 




En los laboratorios no se
conservan cosas maravillosas, pero si un buen numero de objetos y ejemplares
dispuestos para su observación en armarios o vitrinas. En Historia Natural sean
recuperado dos herbarios (de 1912 y 1934), modelos didácticos de zoología,
geología, anatomía humana y botánica; una colección de anatomía clástica del
Dr. Azoux; instrumentos y enseres como microscopios y las preparaciones histológicas
de alumnos y profesores, que “son una joya”, según nos dice la profesora que
nos las enseña. En el laboratorio de Geología, además de una colección de zoología,
con ejemplares naturalizados (que se han restaurado) también vemos una
colección interesante de maquetas y láminas murales.   


Después de la visita, interesante
y mostrada con mucha sabiduría y cariño por las dos profesoras citadas, la
verdad es que me quedo con ganas de saber mas cosas. Además del libro citado de
Encarnación, hay otro, muy reciente, cuyo título es “Aulas con memoria. Ciencia , educación y patrimonio de los Institutos
históricos de Madrid (1837-1936
) , de varios autores, editado en 2012 por
la Comunidad de Madrid, Doce Calles y CEIMES, un numero  de la revista Arbor del CSIC (mayo junio 2011)
 y el recurso accesible al portal de CEIMES
http://www.ceimes.es/museo_virtual/isabel_catolica
donde viene información de todo. En el Museo Virtual: el edificio, su historia,
los laboratorios, las láminas, los cuadernos y los trabajos de los alumnos. En
Protagonista: los alumnos, los profesores y en Mediateca): las bases de datos
del material de los laboratorios de Historia natural y las placas de linterna y
las láminas de Historia natural (patrimonio nacional) y en Aula actual las
actividades realizadas con los alumnos con el patrimonio y videos en que
alumnos de 1º de ESO enseñan el patrimonio del Instituto Escuela etc. La labor de
recuperación de nuestro patrimonio histórico pedagógico que viene realizando este
grupo de abnegados y entusiastas profesores a través de CEIMES (Ciencia y Educación
en los Institutos Madrileños de Educación Secundaria 1837-1936) es muy digna de
ser conocida y valorada por todos los que nos preocupamos de divulgar nuestro
pasado histórico y cultural.




Acabo ya. A lo largo de mi vida, he
conocido algunas personas, ya desaparecidas, que fueron alumnos/as del Instituto
Escuela. Todas ellas me parecieron personas cultas, laboriosas, tolerantes y de
conversación muy amena.  Es posible que
algún lector de esta entrada pueda aportar algunos recuerdos o testimonios de
sus padres o abuelos. Si es así, por favor, que no se los guarden, pues seguro
que aprenderemos todos mucho de estas vivencias.


©Manuel Martínez Bargueño





Noviembre 2012


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manuelblas222@gmail.com con
la seguridad de ser prontamente atendido.


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Gracias. Manuelblas.



NOTAS








[1] Julio
Caro Baroja. Los Baroja. Memorias
familiares
. Taurus, 1972, pág. 157.
 

[2] José
Castillejo “Guerra de ideas en España”. Biblioteca de la  Revista de Occidente 1976, págs. 105-109.
 

[3]
Encarnación Martínez Alfaro. “Un laboratorio
pedagógico de la Junta para la Ampliación de Estudios. El Instituto Escuela.
Sección Retiro
”. Madrid, Biblioteca Nueva, 2009.
 

[4] La
historia del edificio contada por Santiago Aragón y Encarnación Martínez Alfaro
se puede consultar en 
http://www.ceimes.es/museo_virtual/isabel­_catolica/edificio
 

[5]
Tengo en mi biblioteca, un ejemplar de
esta Biblioteca Literaria del Estudiante, dedicado a Galdós, segunda edición de
1935 (con ilustraciones de Fernando Muro).
 

[6] Sobre la
importante labor formativa que desarrolló Francisco Barnés en el Instituto Escuela,
véase el estudio de encarnación Martínez Alfaro “Francisco Barnés en la memoria de sus antiguos alumnos” en
http://www.educacion.gob.es
 

[7]
Enrique M. Stanley “En el África
tenebrosa”. Historia de la expedición emprendida en busca y auxilio de Emin,
gobernador de la provincia ecuatorial egipcia
”, traducido por José Coroleu.
Barcelona Ed. Espasa  y Compañía. 1891.









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