Motín de Esquilache
La movilización popular fue masiva (un documento contemporáneo cita
la cifra de treinta mil participantes -posiblemente una exageración para
una población de ciento cincuenta mil habitantes-), y llegó a
considerarse amenazada la seguridad del propio rey. No obstante, a pesar
de su espectacularidad y su extensión o coincidencia de revueltas por
causas semejantes en otros lugares de España, la más evidente
consecuencia política del motín se limitó a un cambio de gobierno que
incluía el destierro del marqués de Esquilache, el principal ministro del rey,6
al que los amotinados culpaban de la carestía del pan, y que se había
hecho extraordinariamente impopular como consecuencia de la prohibición
de algunas vestimentas tradicionales.7
Su condición de italiano contribuyó de forma importante a ese rechazo.
Las iniciales medidas de apaciguamiento y el especial cuidado que a
partir de entonces se puso en el abasto de Madrid fueron suficientes
para garantizar el orden social en los años siguientes.
Se han identificado diferentes intereses y grupos de poder
nobiliarios y eclesiásticos, tanto entre los acusados de instigar el
motín (que según las conclusiones de la Pesquisa Secreta llevada a cabo por las autoridades desde el mes de abril de 1766 estuvo planificado por los jesuitas y personalidades afines, como el marqués de la Ensenada -ensenadistas-)8 como entre los beneficiados por la nueva situación (denominados albistas por el Duque de Alba, aunque el personaje que alcanzó mayor poder fue el conde de Aranda -cabeza del partido aragonés-; junto con un equipo de burócratas ilustrados -Roda o Campomanes-). La historiografía actual lo interpreta como un movimiento popular
espontáneo, pero con una instrumentalización política evidente en medio
de una lucha por el poder entre dos facciones de la Corte, por lo que
se ha calificado de motín de Corte para indicar que no se reduce al modelo de motín de subsistencias.9
Índice
El bando de capas y sombreros
Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, ministro de absolutaconfianza del rey, al que venía sirviendo desde su anterior reinado en Nápoles
(1759), se había propuesto un programa de modernización de la villa de
Madrid (cuya suciedad, insalubridad e inseguridad eran consideradas
indignas de una Corte ilustrada) que incluía la limpieza, pavimentación y alumbrado público de las calles, la construcción de fosas sépticas (lo habitual hasta entonces era el agua va
-es decir, arrojar las aguas sucias desde las ventanas a los arroyos
que corrían por medio de las calles-) y la creación de paseos y
jardines. Entre tales medidas se incluyó la renovación de una
prohibición ya existente, pero cuya repetición era muestra de su
incumplimiento (Reales Órdenes y bandos publicados en los años 1716,
1719, 1723, 1729, 1737, 1740... y especialmente la Real Orden... que se
renovó en el año de 1745). Pretendía erradicar definitivamente de uso de la capa larga y el chambergo (sombrero de ala ancha, gacho, redondo, montera calada y otros modelos especificados) bajo el argumento de que el embozo permitía el anonimato y la facilidad de esconder armas, lo que fomentaba toda clase de delitos y desórdenes.
quiero y mando que toda la gente civil... y sus domésticos y criadosLa medida fue vista como la imposición de una moda de procedencia extranjera. Paradójicamente, la castiza vestimenta origen de la polémica había sido introducida apenas cien años antes por las tropas del general Schömberg y popularizada en Madrid por la guardia de la reina Mariana de Austria, regente en la minoría de edad de Carlos II.11
que no traigan librea de las que se usan, usen precisamente de capa
corta (que a lo menos les falta una cuarta para llegar al suelo) o de redingot o capingot y de peluquín o de pelo propio y sombrero de tres picos,
de forma que de ningún modo vayan embozados ni oculten el rostro; y por
lo que toca a los menestrales y todos los demás del pueblo (que no
puedan vestirse de militar), aunque usen de la capa, sea precisamente
con sombrero de tres picos o montera de las permitidas al pueblo ínfimo y
más pobre y mendigo, bajo de la pena por la primera vez de seis ducados
o doce días de cárcel, por la segunda doce ducados o veinticuatro días
de cárcel... aplicadas las penas pecuniarias por mitad a los pobres de
la cárcel y ministros que hicieren la aprehensión.
Bando de 10 de marzo de 1766.10
El hambre, la verdadera causa
El motín de Esquilache fue una revuelta de carácter social conreivindicaciones políticas y económicas expresadas de forma bastante
ingenua; pero en ningún caso se manifestó ningún sentimiento popular
contra el poder real o contra los privilegios de la nobleza española (ni
mucho menos del clero). Más allá de las ofendida dignidad nacional ante
el bando de capas y sombreros y la condición extranjera del ministro,
la causa material del descontento era la subida de los precios de los
alimentos de primera necesidad, que produjo una verdadera situación de hambre entre las capas populares, y que se atribuía a las medidas de reforma económica promovidas por Esquilache.
Un ingreso medio de cuatro o cinco reales diarios (34 o 42,5 cuartos a
8,5 cuartos por real) llegaba apenas para comprar entre dos y tres
libras de pan a ese precio máximo. Visto el proceso con mayor
perspectiva temporal, se ha calificado de hundimiento el descenso de los salarios reales en la segunda mitad del siglo XVIII;14
mientras que las periódicas crisis de subsistencias de carácter puntual
habían ocurrido con parecida gravedad, y aún duraban en la memoria
colectiva de los madrileños las terribles hambres de la crisis secular del XVII,
cuando el nivel de los once y doce cuartos por libra de pan también se
había alcanzado (el 25 de abril de 1677, cuando se produjeron protestas
contra Juan José de Austria, y el 28 de abril 1699, cuando se produjo el llamado Motín de los Gatos o de Oropesa).
Siguiendo las clásicas pautas de los motines de subsistencia del Antiguo Régimen,
la carestía del pan en todas esas crisis llegó a ser insoportable para
los más humildes en la época del año en que justamente el trigo es más
caro, antes de la cosecha y cuando se están agotando las reservas del
año anterior, provocando un máximo de conflictividad coincidiendo con
los meses de primavera (llamados tradicionalmente meses mayores
a esos efectos). En esta ocasión, no fueron únicamente las malas
cosechas las que estaban detrás de tal escalada de precios; sus efectos
se intensificaron por la aplicación del decreto de 1765 (de supresión de
la tasa de granos), que preveía la liberalización del comercio del trigo.15 Dada la inexistencia de un mercado interior
ágil ni de dimensiones nacionales (por razones tanto geográficas como
tecnológicas y de estructura económica y social), no se produjeron los
benéficos efectos que el programa reformador ilustrado preveía del libre
juego de la oferta y la demanda.
Los acaparadores de trigo (empezando por nobleza y clero, que perciben
la mayoría de sus rentas en especie) no tenían ningún incentivo para
vender barato, esperando a que el precio subiera al máximo.16
está extensamente tratado en la historiografía. Normalmente se utiliza
la expresión «causas lejanas» o precondiciones y «causas próximas» o
precipitantes (la pólvora y la chispa en una explosión).17
Actuaron como precondiciones (como pólvora) la depauperación de las
clases populares, pero sobre todo la percepción que tenían del abandono
por parte de las autoridades de la misión que se les atribuía:
garantizar el abasto barato de bienes de consumo (la denominada economía moral de la multitud18 ), en un contexto de transición no completada del feudalismo al capitalismo.
Como chispa actuó el bando de las capas, un precipitante más bien
espontáneo, aunque sin duda se vio favorecido por intrigas
socio-políticas de extraordinaria complejidad entre banderías
nobiliarias (albistas y ensenadistas), distintas partes del clero, en el contexto de la ampliación del regalismo, y redes clientelares de origen universitario (los jesuitas apoyados por los colegiales golillas, enfrentados con las demás órdenes religiosas y los manteístas; y divisiones semejantes entre las mitras episcopales, a su vez enfrentadas con las togas -letrados, tanto golillas como manteístas- y las corbatas -militares-).19 La xenofobia antiitaliana, como la antiflamenca de la Guerra de las Comunidades dos siglos antes, fue un elemento movilizador de primer orden.
Muy significativa es la comparación del motín de Esquilache como
movimiento social (tanto en la Corte como en su prolongación en las
alteraciones en provincias que tuvieron lugar en los meses siguientes),
con la contemporánea gestación de la Revolución francesa de 1789. Las turbas populares que asaltaron el Palacio de Versalles y que trajeron de vuelta a París a la familia real, rebautizados como el Panadero
y la Panadera, no eran muy distintos de las madrileñas de veintidós
años antes, pero la gestión política y social de los acontecimientos fue
abismalmente diferente. En Francia hubo un asalto al poder por parte de
una nueva élite dirigente con conciencia de clase: la burguesía definida como Tercer Estado por Sieyes. En España no la había. No fue el motín de Esquilache una vacuna contra la revolución, sino una muestra evidente del atraso relativo de España; pero las élites ilustradas lo vieron precisamente así: el conde de Floridablanca, ante las noticias que iban llegando de los desórdenes de 1789, hizo un curioso análisis: que quizá servirían para restablecer el buen orden y el crédito en Francia, como había ocurrido en España con el motín contra Esquilache.20
Ciertamente, el aprovechamiento de los desórdenes populares para
incrementar el poder de la monarquía tenía precedentes, tanto en la
monarquía francesa (la Fronda) como en la española (Alteraciones de Aragón), e incluso en el Gran Memorial del Conde Duque de Olivares a Felipe IV se planteó ese recurso como uno de los que se debían considerar.21
Buena muestra del concepto paternalista que el despotismo ilustrado tenía de su relación con el pueblo es la frase, atribuida al propio rey, y que glosa aquí José María Pemán:
El rey Carlos III se burlaba de buena fe de esta especie de
resistencia pasiva que advertía en el pueblo frente a sus mejoras, y
solía decir que sus súbditos españoles eran como los niños, "que lloran
cuando se les lava y se les peina"22
Véase también: Todo para el pueblo
El motín
vejatorios contra el italiano, cuya redacción culta no podía atribuirse
al vulgo iletrado. Esquilache, lejos de amedrentarse, ordenó a los
soldados que ayudaran a las autoridades municipales en el cumplimiento
de la orden, y las multas comienzan a producirse, con lo que el
descontento crece, sucediéndose pequeños conatos violentos. Los alguaciles
acortaban en plena calle las capas de los díscolos y a veces trataban
de cobrar las multas en su propio beneficio. Algunos enigmáticos
personajes estimulaban el descontento en ambientes marginales (uno era
conocido con el nombre de "tío Paco", que en Lavapiés -un barrio popular, del que salió la figura del manolo- pagaba a los chicos por gritar).23
El Rey Carlos, bonitatis,Pero no fue hasta las cuatro de la tarde del Domingo de Ramos (23 de marzo) cuando se desencadenó el motín. En la plazuela de Antón Martín, un embozado con capa larga y chambergo se acercó provocadoramente al cuartelillo allí existente, llamado de Inválidos (también era lugar de mercado y repeso,
el Gobernador,24 tontitis,
el Confesor,25 chilindritis,
pero el Ministro,26 agarrantis.27
Los Grandes serán gratis
cabrones28 sin ton ni son,
Madrid, Datán y Abirón,29
y si no hay quien nos socorra
también Sodoma y Gomorra,30
excepto la Inquisición.31
donde los alguaciles habitualmente vigilaban el cumplimiento del bando
de capas y sombreros, que preveía que unos sastres cortaran y cosieran
las ropas que lo contravinieran). Un sorprendido oficial le dio el alto;
tras un breve intercambio de recriminaciones, el embozado sacó de entre
sus ropas una espada y avisó, silbando, a un grupo más numeroso que
estaba prevenido, y al que se juntaron espontáneamente muchos
transeúntes. Los agentes del orden se vieron obligados a huir,
permitiendo al grupo de revoltosos asaltar el cuartelillo y apoderarse
de sables y fusiles. Comenzaron a marchar por la calle de Atocha, donde se les fueron sumando cada vez más personas, quizá unas dos mil. Sus gritos eran: ¡Viva el Rey! ¡Viva España! ¡Muera Esquilache! Llegados a la plazuela del Ángel,
los amotinados se encontraron con un enigmático personaje, dentro de
una berlina de dos mulas, que se detuvo ante ellos el tiempo suficiente
para animarles (les dijo: Vosotros seguid la liebre, que ella se cansará) y darles un escrito (redactado con anterioridad, el 12 de marzo) titulado Estatutos
del cuerpo erigido por el amor español en defensa de la patria para
quitar y sacudir la opresión de los que intentaban violar sus dominios,
que además de justificar la revuelta y señalar como objetivo a
Esquilache, contenía instrucciones que detallaban el modo en que habían
de comportarse los amotinados, incluso en el caso de ser apresados. El
tumulto continuó por la Plaza Mayor, donde se congregó una verdadera multitud. En la Puerta de Guadalajara detuvieron el carruaje del duque de Medinaceli, Caballerizo mayor, que acababa de dejar al rey en el cercano Palacio, tras volver precipitadamente de su cacería en la Casa de Campo
al tener noticia del alboroto. Al ser abordado, el duque se comprometió
a transmitir al rey su descontento y peticiones. Efectivamente, fue a
Palacio a informar, y al poco tiempo volvió acompañado del Duque de Arcos, confiando ambos en que su buena fama entre el pueblo les haría receptivos a sus razones y depondrían su actitud.32
el sombrero a todos los que lo llevaban de tres picos (o sea, deshacer
las puntadas que lo mantenían conforme al bando), fueron destrozando
cuantos faroles
encontraron a su paso (desde 1765 había 4000 en todo Madrid -su coste
de instalación había sido astronómico: 900.000 reales-, y se les
denominaba popularmente esquilaches, porque su existencia
provenía de una orden de Esquilache de obligado cumplimiento para los
vecinos, que eran quienes los debían mantener a su costa, lo que produjo
el encarecimiento del aceite y las velas de sebo, haciendo que los más
pobres vivieran a oscuras en sus casas mientras las calles estaban
iluminadas33 ). Al llegar a la casa de Esquilache (llamada de las siete chimeneas) la asaltaron, matando a cuchilladas a un servidor que trató de ofrecer resistencia. El ministro no estaba allí (había huido a San Fernando de Henares, mientras su mujer había salvado las joyas y se había refugiado en el lugar donde estudiaban sus hijas, el Colegio de las Niñas de Leganés); con lo que, tras vaciar la despensa, optaron por dirigirse a las casas de otros dos ministros italianos: Grimaldi y Sabatini. El día terminó con la quema de un retrato de Esquilache en la Plaza Mayor.
se encontraba en Palacio junto al rey, y una muchedumbre, en la que
había un significativo número de mujeres y niños, se fue congregando a
sus puertas, en el Arco de la Armería. A diferencia de la guardia española que no hizo el menor asomo de defenderse,34 la guardia valona, un cuerpo militar compuesto por extranjeros y muy mal visto por los madrileños,35
se mantuvo firme frente a la masa de manifestantes; terminando por
abrir fuego y matar a una mujer. Los amotinados, aún más enardecidos,
coreaban consignas contra Esquilache y contra los valones; en el
forcejeo cuerpo a cuerpo con los guardias valones aumentaron las bajas
entre los amotinados, pero éstos consiguieron atrapar y matar a diez de
los guardias, uno en ese mismo lugar y otros que fueron sorprendidos en
otros puntos de la ciudad; cuyos cadáveres mutilados fueron arrastrados
por las calles, quemando dos de ellos.36
La temeridad de los amotinados, y el hecho de que los heridos rehusaran
ser oídos en confesión, fueron interpretados posteriormente como una
prueba de que habían sido aleccionados por clérigos que les habían
convencido de la santidad de su causa, y de que no debían temer por la
salvación de sus almas. También parecían estar convencidos de que los
heridos o presos y sus familias serían apoyados económicamente.37
En ese momento, un fraile franciscano (el Padre Yecla o Padre Cuenca)
llegó a la zona pretendiendo calmar los ánimos; aunque lo que consiguió
fue actuar como mediador y recibir una lista de exigencias redactada
allí mismo por uno en traje de clérigo.38
Escoltado por las tropas, se abrió paso entre la multitud hasta
Palacio, donde fue recibido por el propio rey, que leyó él mismo el
documento:
- Que se destierre de los dominios españoles al marqués de Esquilache y a toda su familia.
- Que no haya sino ministros españoles en el Gobierno.
- Que se extinga la Guardia Valona.
- Que bajen los precios de los comestibles.
- Que sean suprimidas las Juntas de Abastos.
- Que se retiren inmediatamente todas las tropas a sus respectivos cuarteles.
- Que sea conservado el uso de la capa larga y el sombrero redondo.
- Que Su Majestad se digne salir a la vista de todos para que puedan
escuchar por boca suya la palabra de cumplir y satisfacer las
peticiones.39
parecía dispuesto a presentarse físicamente ante los amotinados,
creyendo que con su mera presencia les calmaría; pero antes de tomar
personalmente ningún tipo de decisión, convocó con urgencia una reunión
de consejeros en su misma antecámara. La mayor parte de los consejeros
militares (duque de Arcos, marqués de Priego -francés- y conde de Gazzola -italiano-) aconsejaron responder con máxima violencia para restablecer el orden, excepto el mariscal Francisco Rubio y el conde de Revillagigedo (que votaba el último por ser más anciano y reprochó que alguno de estos señores ha propugnado la fuerza porque no ha tenido el suelo español por cuna); los consejeros civiles (marqués de Casa-Sarria, conde de Oñate) eran claramente partidarios de que al pueblo se le de gusto en todo lo que pide, mayormente cuando todo lo que pide es justo,
y culpaban de todo a Esquilache. El rey aceptó el criterio de este
segundo grupo, y con mayor o menor convicción, salió acompañado del Padre Eleta (su confesor, también fraile gilito)40 y el Conde de Fernán Núñez a un balcón que daba a la plaza de la Armería. Allí, entre la multitud, un calesero llamado Bernardo "el Malagueño" resumió a gritos las reivindicaciones: fuera Esquilache, fuera guardias valones... y que baje el pan.
El rey asintió con gestos y pretendió retirarse, pero tuvo que volver a
salir ante la insistencia de los congregados, que sólo se dieron por
satisfechos cuando la guardia valona se replegó al interior de Palacio,
momento en que se lanzaron sombreros e incluso algunos disparos al aire.
Cuando la multitud se dispersó, la calma parecía reinar de nuevo en la
ciudad.41
del pueblo en el cumplimiento de la palabra real. Enseguida se divulga
la noticia de que Carlos III, que se había sentido muy afectado en su
dignidad y estaba fuertemente asustado, había partido hacia el Palacio de Aranjuez llevando consigo a toda su familia. El miedo de las élites al pueblo era una constante del Antiguo Régimen.42 El miedo popular a la ausencia de la figura del monarca también lo era, buen testimonio del paternalismo que legitimaba las relaciones sociales y políticas. Ambos miedos volverán a manifestarse de forma evidente en la jornada del 2 de mayo de 1808 que abría la Guerra de Independencia Española.
marcha pudiera significar que el monarca tuviera la intención de
doblegar a la ciudad utilizando al ejército. Aumentó la agitación en las
calles y se produjeron desórdenes y saqueos peores que los de la
jornada anterior. Fueron asaltados almacenes de comestibles, cárceles y
cuarteles. Diego de Rojas, obispo de Cartagena y presidente del Consejo de Castilla,
fue tomado prisionero en su propia casa y obligado a redactar una carta
destinada al rey en la que se detallaba el estado de cosas;43 o al menos eso es lo que él sostuvo, puesto que la Pesquisa posterior le atribuyó (junto a otros, también ex-colegiales en puestos clave, como el corregidor Alonso Pérez Delgado y el presidente de la Sala de Alcaldes Francisco Mata Linares) alguna responsabilidad en el propio motín, y fue apartado (como éstos) de sus cargos políticos.44 La carta también contó para su redacción con la colaboración de Luis Velázquez, marqués de Valdeflores, y fue enviada a Aranjuez mediante otro calesero llamado Diego de Avendaño que actuaba en condición de diputado del pueblo.45
Carlos III, consciente ahora de la torpeza que supuso su marcha de la ciudad, hizo redactar a Roda
una carta que el mismo Avendaño llevó al Consejo de Castilla, donde se
recibió el día 26 a mediodía. El grupo organizado que había mandado la
primera carta, ya había enviado otra, esta vez con el calesero Bernardo
el Malagueño (o Juan "el Malagueño"), que se cruzó con la traída por
Avendaño.46 La actividad escrita de este grupo incluyó textos para su difusión más amplia, como unas Ordenanzas
que se deben y han de observar indispensablemente y bajo de las penas
que es expresarán, por todos los sujetos de que se compone el cuerpo de
españoles de esta corte, que ansiosamente solicitan ver a su amado
Monarca y Señor Don Carlos Tercero (que Dios guarde), fechadas ese
mismo día de 25 de marzo de 1766 y que, por su forma elogiosa de
referirse al obispo Rojas, sirvieron posteriormente como pruebas de su
implicación en el motín.47
La carta del rey se hizo pregonar en las calles de Madrid. En ella,
explicando su ausencia por una indisposición, ratificaba su promesa de
respetar las peticiones populares (especialmente la bajada de cuatro
cuartos en todos los precios de alimentos, y más aún en el pan, que
pasaba a valer ocho cuartos la libra);48
pero advirtiendo que, al contrario de lo que indicaba una de las
peticiones, no se presentaría ante su pueblo hasta que los ánimos se
hubieran calmado. La reacción generalizada entre la multitud que
escuchaba el pregón fue volver a sus casas lanzando vivas al rey. Las
armas que habían sido capturadas por los amotinados fueron devueltas a
sus depósitos. No obstante, siguieron apareciendo pasquines.49
Ya falleció de repente
el gran monstruo Esquilache,
y aunque el entierro se le hace,
no está de cuerpo presente.
Mucho llora su gente,
Parayuelo50 e Ibarrola,51
Santa Gadea y Gazola,
no siendo cosa ynhumana [sic]
que quien mandó a la italiana
sea servido a la española.
Requiescat: Murió Squilace,En una fecha no determinada, pero contemporánea al motín, los ciegos pregonaron por las calles hojas impresas por el librero Bartolomé de Ulloa que reproducían los vaticinios de Diego de Torres Villarroel (cuya fama de Gran Piscator Salmantino provenía de haber pronosticado la muerte de Luis I), previamente publicados (en 1765) como almanaque para 1766. Allí se pronosticaba, para el mes de marzo, del 11 al 18: un juez se descuida en los procedimientos justos: levántase un motín en su pueblo, y del 27 al 31 de marzo: un poderoso de cierta corte vive en trabajos y persecuciones de los que se habría librado si hubiera sabido gobernar.
in pace ha quedado el Reino.
Amén dice toda España,
Jesús, y a qué lindo tiempo!
La indefinición de lo predicho se podía adaptar con facilidad a los
hechos sucedidos; y ante la credulidad de la gente las autoridades se
inquietaron. Se obtuvieron explicaciones y disculpas sumisas del propio
Torres, que incluyó en su siguiente publicación una advertencia contra
la manipulación de sus predicciones.52
La guardia valona fue retirada discretamente, y no volvió a
desplegarse en Madrid. Cuando en el mes de mayo un pequeño número de
guardias realizaron un movimiento de persecución de unos desertores, que
podía interpretarse como un intento de comprobar cómo eran recibidos
por los madrileños, volvieron a aparecer pasquines de protesta:53
Si volvieran los walones, no reinarán los Borbones
Consecuencias
Extensión del motín por España
Las noticias del motín de Madrid provocaron una oleada de emulación en otras ciudades, como Cuenca, Zaragoza, Barcelona, Sevilla, Cádiz, Lorca, Cartagena, Elche, La Coruña, Oviedo, Santander y poblaciones de Vizcaya y Guipúzcoa (donde se les dio la denominación local tradicional de machinadas); en las que, con muy distintas particularidades, por lo general se hacían peticiones de proteccionismo hacia el consumidor, el modelo clásico de motín de subsistencia. No había ninguna coordinación entre ellas, ni hubo ninguna continuidad. No se aprovechó tampoco, como durante la crisis de 1640, para movimientos políticos de más calado por parte de ninguna oposición organizada realmente peligrosa.54Cambios políticos
Muy a disgusto del monarca, Esquilache partió al destierro. El conde de Aranda,capitán general de Valencia, que con sus tropas desplazadas a Aranjuez
había tranquilizado al amedrentado monarca, se convirtió en el hombre
fuerte del nuevo gobierno, que posteriormente se identificaría con la
etiqueta de partido aragonés (personalidades próximas a Aranda, vinieran de Aragón o no, militares y manteístas -letrados plebeyos-) desplazando a los italianos y a los golillas (que se habían formado en los aristocráticos colegios mayores, mecanismo clásico de formación de las élites); no obstante, golillas
y ministros italianos, como el genovés Grimaldi, siguieron ostentando
cargos de la confianza real. Otras figuras emergentes fueron personajes
de la talla política de Pedro Rodríguez de Campomanes, y el conde de Floridablanca, que terminarían consiguiendo la caída de Aranda (desplazado a la embajada de París en 1773).55
Expulsión de los jesuitas
La atribución a posteriori de la culpa no tardó en sustanciarse en la Pesquisa Secretapromovida desde finales de abril por Aranda y Campomanes. Tenía todo el
sentido de la oportunidad de encontrar chivos expiatorios, lógicamente,
entre los enemigos del partido que ocupaba ahora la confianza del
soberano: el marqués de la Ensenada fue desterrado de la Corte; también fueron castigados Isidoro López (procurador general de la provincia de Castilla de la Compañía de Jesús) como inspirador del motín, y como sus cómplices, el abate Miguel Antonio de la Gándara, Lorenzo Hermoso de Mendoza y Luis Velázquez, marqués de Valdeflores.57
La Compañía de Jesús fue expulsada de todos los reinos de la Monarquía Hispánica al año siguiente, 1767. La expulsión de los jesuitas no fue exactamente un signo de anticlericalismo (aunque la masonería
se ha asociado con la figura de Aranda), pues la medida tuvo el acuerdo
de la mayor parte del clero, tanto secular como regular (sus
principales enemigos eran las otras órdenes religiosas).
Vuelta al paternalismo en los abastos
El abasto y el consumo alimentario en Madrid fueron, en lo sucesivo,vigilados especialmente a través de las instituciones tradicionales y
sin las veleidades liberalizadoras de los decretos de libre comercio,
respondiendo anticíclicamente a los periodos de escasez y carestía. En
el vértice del aparato institucional estaba el Consejo de Castilla y la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, mientras que la base descansaba en los alguaciles, la red de repesos y los minoristas (tablajeros, panaderos); entre vértice y base se encontraban agentes intermedios y verdaderos grupos de presión (Pósito, obligados, Cinco Gremios Mayores, Ayuntamiento de Madrid).58
La moda y el casticismo
Suavemente, y con el consenso de la atemorizada sociedad madrileña,las capas y chambergos desaparecieron, curiosamente, para pasar a
identificarse con la vestimenta del verdugo, a quien nadie quería recordar. El traje de las capas populares pasó a ser identificado con el de un personaje de sainete: el manolo, que los aristócratas imitaban por casticismo,
como las diversiones populares (flamenco y toros); una promiscuidad
estética que en otras cortes europeas hubiera sido inimaginable, y que,
de hecho, funcionó como factor de cohesión y freno a los cambios
sociales. En el siglo XIX se identificó como moda española la denominada
capa española.
Véase también: Pan y toros
Recreaciones en la ficción
- El espadachín : narración histórica del motín de Madrid en 1766, novela de Antonio Barreras, Madrid: Abienzo, 1880.59
- Un soñador para un pueblo, obra teatral de Antonio Buero Vallejo, 1958.
- Esquilache, película de Josefina Molina, 1989, basada en la obra de Buero Vallejo.
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- Jacinta Macías Delgado, El Motín de Esquilache a la luz de los documentos, Centro de Estudios Constitucionales, 1988, ISBN 8425907985
- Felipe Nieto y Gabino Mendoza, Los Borbones del siglo XVIII, vol 12 de Historia de España, Manuel Tuñón de Lara (ed.), 1979, Labor-Círculo de Amigos de la Historia, ISBN 8422502127
- Rafael Olaechea, Contribución al estudio del «Motín contra Esquilache» (1766), Tiempos modernos, nº 8, 2003, ISSN: 1139-6237
- Antonio Risco, Flujos y reflujos del «motín de Esquilache», Cuadernos de Historia Moderna y Contemporánea, vol. 5, Madrid, 1984
- Cayetano Rosell, Motín contra Esquilache, en Semanario Pintoresco Español, de Ramón de Mesonero Romanos, 1849, pg. 201 a 204
- Jean Sarrailh La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, Fondo de Cultura Económica, 1992, ISBN 8437500273
- Jacques Soubeyroux, Pauperismo y relaciones sociales en el Madrid del siglo XVIII, Estudios de historia social, nº 12-13 (dedicado a Pobreza y asistencia social en el XVIII español), 1980, ISSN 0210-1416
- José Antonio Vaca de Osma, Carlos III, Rialp, 1997, ISBN 8432131415
- Pierre Vilar, El motín de Esquilache y las crisis del antiguo régimen, en Revista de Occidente, nº 36, 1972
Notas
- El motin de Esquilache (1776) en Alma Mater hispalense.
- José Camón Aznar, Francisco Goya, Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja, ISBN 8450041651, vol. 1, pg. 43. Cita a Pierre Gassier
como el autor que identificó la escena con el motín de Esquilache. La
interpretación que hace de la escena Camón Aznar es discrepante con los
hechos: implica que el fraile no es un personaje real, sino la imagen de
un santo que se lleva en andas; y que es el personaje con lujosa casaca, subido a una silla el que arenga a la muchedumbre. - Herman Schwember se extraña de la
atribución a un Goya juvenil, cuando la factura parece más de un Goya
posterior (incluso cuarenta o cincuenta años posterior, de época
romántica). Aun así, no duda de ella, puesto que supone que el cuadro es
pendant con otro atribuido sin ninguna duda a Goya, y que se titula Carlos III firmando el decreto de expulsión de los jesuitas. Ambos tendrían unas dimensiones de 46x60 cm (Las expulsiones de los jesuitas, o, Los fracasos del éxito, J. C. Sáez Editor, 2005, ISBN 9567802998, pg. 93). Otros autores hacen una indicación diferente del cuadro que hace pareja con ese, indicando que se trataría de Cumplimiento de la expulsión.
De ninguno de esos dos se tiene más noticia que la referencia que hace
Iriarte (biógrafo de Goya) en 1867 a esos títulos y a su posesión por un
coleccionista. Los datos biográficos de Goya en el periodo 1767-1770
(previos a su estancia en Italia) son muy escasos (Resultados de la búsqueda de esos cuadros en Google books).
Enlaces externos
- Wikimedia Commons alberga contenido multimedia sobre el Motín de Esquilache.
motín, por de pronto, no parece tuvo otro efecto que hacer salir de
Madrid a este mismo Marqués italiano, causa supuesta de él; al
ilustrísimo Rojas, gobernador del Consejo; al Marqués de la Ensenada; a
otros amigos de los jesuítas
- Gallego, 2005, op. cit., donde se citan y comentan la mayor parte de los documentos esenciales del motín y la Pesquisa: Resumen de Maldades de Don Leopoldo de Gregorio, Capitulaciones de Madrid, Noticias extrajudiciales de Campomanes, etc.
- Por desgracia, se han perdido los
documentos de la investigación iniciada a finales de abril de 1766. La
base documental fue destruida -al parecer, por orden directa del rey- y
sólo quedan pocos testimonios fiables para reconstruir sus
planteamientos esenciales. Existe, sin embargo, un texto de atribución
dudosa, escrito por Roda o por Campomanes, que ilustra la convicción que
alentó en todo momento a los investigadores: El pueblo -la "gente baja y
soez", se lee en el texto- no había sido otra cosa que el instrumento
de "personas de otra clase más hábil". Había, pues, culpables. He aquí
el texto del documento: "Aunque el rey cree que ni la Nobleza, ni la
villa ni los Gremios y demás Cuerpos hayan cooperado ni concurrido al
tumulto, desearía no obstante que diesen algunas pruebas de esta verdad
para quitar todo escrúpulo que pueda inducir la sospecha de que la gente
baja y soez fuese sólo instrumento de que se valdrían personas de otra
clase más hábil y de alguna autoridad y poder que movía aquélla. El
orden se observó en el mayor desorden; la especie de disciplina y
obediencia en los respectivos movimientos para el alboroto y para la
respectiva quietud cuando les convenía; los centinelas que tenían y
avisos que se daban; la ocupación de las puertas de Madrid; el ningún
temor a la tropa ni a la Justicia; el arrojo con que se presentaron a
Palacio, a los Tribunales y Magistrados; la avilantez y seguridad con
que impidieron la salida de los primeros Personajes y de la conducción a
Aranjuez de los víveres y provisiones para S. M. y Real Familia y Casa;
la especie de virtud y honor que se propuso y observó la gente más vil,
infame y pobre de cometer robos, homicidios a paisanos, insultos a
mujeres, ni otro delito que el de su figurado intento, cuando se
hallaban con la mayor libertad, dueños despóticos de Madrid, sus calles,
casa y cuarteles, y apoderados de sus armas... no es fácil comprender
que lo practicasen sin ser gobernados con instrucción, regla y
disciplina que no se ve observar en las acciones militares por la tropa
más bien instruida y arreglada. Esto hace persuadir que hubo motores
principales, cabezas y auxiliares de este tumulto y querer disculpar con
pretextos de honor y fidelidad al rey, y tal vez con la justicia de sus
pretensiones, como no ha dejado de intentarse y escribirse, es el mayor
delito que pueda imaginarse. Y todo esto pone en la precisión al rey de
que se averifique y aclare, el origen causas y autores de tan execrable
delito." Finalmente, el Consejo Extraordinario puso al descubierto al
padre jesuita Isidoro López,
procurador general de la provincia de Castilla Según los
investigadores, el padre López había sido el inspirador del motín, sin
duda apoyado por Ensenada. En calidad de cómplices, fueron procesadas
tres personas más: cierto abate santanderino llamado Miguel Antonio de la Gándara y dos civiles, Lorenzo Hermoso de Mendoza y el marqués de Valdeflores,
este último por su activa labor como escritor y difusor de incendiarios
pasquines. Debe decirse que estos presuntos culpables se defendieron
muy hábilmente de las acusaciones, subrayando el carácter espontáneo del
motín en aquel clima de carestía, recordando, en fin, las torpes
provocaciones de Esquilache. Queda claro, según ha mostrado el profesor
Navarro Latorre, que los cuatro eran enemigos declarados del sector
regalista y partidarios del marqués de Ensenada, datos que nos ponen
ante la evidencia de que contra ese sector se maniobraba en las altas
esferas. Desde luego, el jesuita López tomó parte en el motín, pero
atribuirle una responsabilidad decisiva resulta problemático o
aventurado, a falta de pruebas concluyentes. Faltaban éstas, pero el
Consejo Extraordinario llegó a la conclusión de que los culpables
principales del motín habían sido los jesuitas, de la mano con elementos
vinculados al ya desterrado Ensenada. Evidentemente, Aranda y los suyos
pretendían acabar con éstos y con la Compañía de Jesús, por lo que las
conclusiones del Consejo deben considerarse políticamente intencionadas.
Es inevitable someterlas a un severo juicio crítico. Acabar con los
jesuitas significaba hacer triunfar la causa del regalismo y, cosa
importante, cambiar de manos las riendas de la educación, de las
universidades y colegios, donde los jesuitas habían logrado imponer un
férreo monopolio. La expulsión de los jesuitas de España y la universidad en Alma Mater hispalense. - ...puso en evidencia la confluencia de intereses entre el obispo Diego de Rojas y Contreras, presidente del Consejo de Castilla, Francisco Mata Linares, gobernador de la sala de alcaldes de Casa y Corte, y Alonso Pérez Delgado, corregidor
de Madrid. La investigación obligó a retirarse de sus puestos políticos
a los obispos de Cartagena Diego de Rojas y Contreras y al obispo de Cuenca Isidro de Carvajal y Lancaster, pero no se quiso ir más allí y se prefirió dirigir la inculpación contra los jesuitas, que fueron expulsados de España. Varios de estos personajes compartían la condición de antiguos alumnos del colegio viejo de San Bartolomé de Salamanca. Francisco Mata Linares: el motín de Esquilache.
De Teófanes Egido también es la interpretación del ritmo temporal del
Motín de Esquilache como un "motín en dos tiempos" (citado en Macías, op. cit., pg. 168. Otras referencias a las distintas interpretaciones del motín puede verse en Risco op. cit.
pg. 27) eran idénticos a los que cobraban en albañilería; y ofrece
ejemplos de otras remuneraciones mensuales, desde los 30 reales de una
criada a los 200 de un ayuda de cámara (op. cit.,
pg. 27), que tenían la ventaja de ser alimentados por sus amos,
mientras que los trabajadores de otros oficios tenían que asumir el
coste de la alimentación de su familia por sí mismos. También hay que
tener en cuenta los días que podían trabajar y cobrar realmente en cada
tipo de oficio, que para algunos podía ser poco más de doscientos al
año. Los salarios también variaban por regiones, aunque los de Valencia
para peones y oficiales de albañil se encontraba en ese rango: entre
tres y cinco reales. Jorge Antonio Catalá Sanz, Rentas y patrimonios de la nobleza valenciana en el siglo XVIII, Siglo XXI, 1995, ISBN 8432308692, pg. 265. Ambas ocupaciones (albañil y criado) eran de las más comunes entre las capas populares madrileñas.
resistencia de instituciones eclesiásticas (especialmente la diócesis
de Cuenca) a la política liberalizadora y a algunas otras iniciativas de
Esquilache, como importaciones de grano o la movilización de los
recursos de la arriería, se señala en La renovación emprendida por Esquilache, en Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, El apogeo del imperio: España y Nueva España en la era de Carlos III, 1759-1789, Crítica, 2005, ISBN 8484326020, pg. 61.
El tercer camino, aunque no con medioCitado en John Elliott y otros La rebelión de los catalanes: un estudio sobre la decadencia de España, Siglo XXI, 1986, ISBN 8432302694, pg. 179
tan justificado, pero el más eficaz, sería hallándose V.M. con esta
fuerza que dije, ir en persona como a visitar aquel reino donde se
hubiere de hacer el efecto, y hacer que se ocasione algún tumulto
popular grande y con este pretexto meter la gente, y en ocasión de
sosiego general y prevención de adelante, como por nueva conquista
asentar y disponer las leyes en conformidad con las de Castilla y de
esta misma manera irla ejecutando con los otros reinos.
Gran Memorial, 25 de diciembre de 1624
- Gallego, 2003, op. cit., parte IX (Esquilache y los jesuitas).
- El embajador Larrey, informando a
Bernstorff le decía asimismo que un mes antes del estallido del motín de
Madrid, «todo inducía a prever que algo funesto iba a sucederle al
marqués de Esquilache... Un gran número de pasquines y sátiras anónimas,
repartidos incluso en su propia casa, y que, por la forma de estar
escritos, ciertamente no procedían de la hez del pueblo, anunciaban una
gran fermentación». Olaechea, op. cit., pg. 43.
Así interpretada, la frase querría decir: "el rey es bondadoso, el
gobernador es tonto, el confesor tiene las mejores cartas, pero es
Esquilache el que se lleva el dinero".
por lo que su posición es incluso más agraviante que la de los
"cornudos consentidos", una figura de gran tradición literaria.
para librar a los madrileños del castigo que sufrieron los personajes y
ciudades bíblicos nombrados, es una sutil manera de asociar el tema con
el de los marranos o cristianos nuevos que judaizaban; es decir, invocar las virtudes de las que son portadores los españoles castizos, como cristianos viejos.
al cargar contra la multitud durante la boda de la infanta María Luisa,
ocasionando 24 muertos, y sin que se hiciera a nadie responsable (Carlos III y la policía. 1701-1788).
Esquilache, depuesto de todos sus empleos, saliera desterrado del país,
y en el ministerio de Hacienda fuera colocado un español; que se
redujera el precio de la libra del pan (de 14 a 8 cuartos), y que el
precio de «los comestibles más precisos para la vida humana» fuera dos
cuartos más barato»; que se aboliera inmediatamente la Junta de Abastos;
que los guardias walones se retiraran de Madrid, y que los ha bitantes
de la capital pudieran seguir llevando el antiguo traje español,
compuesto por la capa larga y el sombrero redondo o gacho.
habían tomado muy a mal su huida, en un momento en que ellos no
pensaban en otra cosa sino en manifestar su agradecimiento por las
gracias recibidas; que deseaban ardientemente verlo en Madrid esa misma
noche del 25 de marzo; que no podía negárseles tan justa petición, ya
que en caso contrario quemarían el Palacio real, se apoderarían del
tesoro y cometerían toda clase de excesos. Contenido de la carta, resumido en Olaechea, op. cit., pg. 39.
que la huida del monarca se debía «al influjo de los pícaros italianos
que rodeaban a S. M.»,... manifestaban a S. M. que «su intención no era
únicamente protestar contra los excesos y vejaciones que habían sufrido
por parte del marqués de Esquilache», sino... aclararle que, dada la
situación en que se encontraba todo, se había llegado... «a una
perdición del Reino; a una exterminación de vuestros dominios; a un
menoscabo de vuestro real erario; a una aniquilación de los pueblos, y a
un despotismo tiránico»... «Los españoles han visto y tolerado muchas
cosas, muchos despojos, reformas y establecimientos, sin que se
atendiera a los despojados. Hasta aquí han callado, pero ya no pueden
soportar más».
- Emilio Martínez Mata, La predicción de la muerte del rey Luis I en un almanaque de Diego de Torres Villarroel, en Bulletin Hispanique, 1990.
- Ángel Luis Alfaro, Fuentes para el estudio del consumo y del comercio alimentario en Madrid en el Antiguo Régimen, en Primeras jornadas sobre fuentes documentales para la historia de Madrid: 4,5 y 6 de febrero de 1988, Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, 1990, ISBN 84-451-0173-0.
- Equipo Madrid, op. cit.: el
acuerdo de 1771 había garantizado un mínimo de 250 000 fanegas. Los
panaderos compraban a los comerciantes y trajineros cuando ofrecían
mejores precios que el Pósito, recurriendo a éste cuando se elevaban
bruscamente o se restringía la oferta. El Pósito acumulaba una gran
cantidad de grano y el corregidor logra en 1775 que saquen una quinta
parte. El corregidor lo exponía claramente: «En las necesidades de trigo
los panaderos tienen por amigo al Pósito y en tales ocasiones no
reparan en su calidad ni en el precio; pero cuando abundan los arrieros
cargados con sus recuas de una en otra tahona brindando con el trigo es
cuando aborrecen el Pósito y su gobierno».
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