El gobierno del "rey-alcalde", como le apodaron los
madrileños, es crucial en la historia de la Universidad
de Sevilla. Bajo su mandato verá la luz el primer plan de
reforma moderna de esta universidad, suscrito por su Asistente
en Sevilla, Olavide,
y se separará del viejo Colegio-Universidad de Santa María
de Jesús, la fundación de Maese Rodrigo allá por
1505. Por esto merece la pena acercarnos a la biografía
de este monarca borbón, aunque existen monografías mucho más
extensas.
Sinopsis historicaHijo de Felipe V y de su segunda esposa,
Isabel de Farnesio, nació en Madrid el 20 de enero de 1716.
En 1731 fue nombrado duque de Parma y Toscana, y entre 1735 y 1759
fue rey de Nápoles. En 1759 sucedió a su hermanastro
Fernando VI en el trono español, cargo que ocupará
hasta su muerte.
A pesar de que todavía continuamos dentro del periodo de
monarquías absolutistas, el reinado de Carlos III es plenamente
reformista desde el punto de vista socio-político
y económico llegando incluso a provocar su enfrentamiento
con la aristocracia y el clero.
Entroncado este reinado en pleno desarrollo de la Ilustración
es uno de los más típicos exponentes de esta corriente
ideológica. Sus reformas fueron dirigidas hacia el reparto
de tierras comunales, división de latifundios, recortes
de privilegios de la Mesta, protección de la industria
privada, liberación del comercio y de las aduanas, etc.
Políticamente otorgó poder político a
la incipiente burguesía, favoreciendo sus intereses
con iniciativas legislativas como la creación de la Orden
de Carlos III, la apertura del comercio de Ultramar o la supresión
de los
"oficios viles". En 1767, 1770 y 1772, sendos decretos
reales afirmaban la progresiva idea de que el trabajo, el hecho
de trabajar, no implicaba la pérdida de la hidalguía,
decretos que atacaban directamente una tradicional y perniciosa
convicción española: "trabajar no es trato de
nobles". Fue en 1771, y asimilada a las órdenes
de Calatrava, Alcántara y Montesa, cuando se creaba la Orden
de Carlos III; condición para ingresar en ella no era la
posesión
de "sangre azul" sino la valía personal demostrada
en el trabajo. De allí en adelante, el trabajo, dignificado,
podía llevar a ostentar una distinción que en los
viejos tiempos había estado reservada a los nobles guerreros.
Interesado en promover la prosperidad
del país, su programa de reformas e iniciativas alcanzó
a las obras públicas, destacando la construcción
del pantano de Loja, el puerto de San Carlos de la Rápita
o la repoblación de Sierra Morena, creando municipios de
nueva construcción como La Carolina. En 1767 comenzó a
estudiarse la nueva ley agraria, el mismo año que daba comienzo
la colonización de Sierra Morena, todo un experimento de
reforma agraria.
En el ámbito cultural, Carlos III entendía que la
prosperidad nacional pasaba por el desarrollo cultural y educativo.
En este sentido, impulsó la investigación científica,
reformó la docencia y favoreció la difusión
de los conocimientos.
Muchas de estas medidas las llevó a cabo al comienzo de
su reinado con el Marqués de Esquilache al frente
de su gobierno y apoyado por grupos de ilustrados y de la burguesía;
de hecho fueron medidas muy efectivas pero produjeron el enfrentamiento
de la oligarquía aristocrática y el clero, que,
viendo amenazados sus intereses, provocaron un levantamiento
popular en 1766 que se conoce por el Motín
de Esquilache, ya que fue depuesto
este ministro italiano.
Esto obligó al monarca a suavizar las medidas sociales
adoptadas aunque no dejo de enfrentarse a los grupos reaccionarios
actuando contra ellos como demostró en la expulsión
de los jesuitas o limitando el poder de la Inquisición.
Pero las reformas continuaron. Como ha señalado José Luis
Comellas, si el primer periodo carolino se vio concentrado en
reformas económicas
e higiénicas, el segundo (que va aproximadamente de 1770
a 1782) se caracterizó por una preferente atención
por las reformas necesarias para la implantación de la libertad
de comercio. El tercer período, dentro de la clasificación
de Comellas, entre 1785 y 1789, se concentró en la reforma
agraria.
Económicamente hay que recordar a este monarca porque tendió
a unificar el sistema monetario creando el primer papel moneda
y la primera banca estatal (Banco de San Carlos 1782).
En cuanto a la política exterior, intentó mantener
el prestigio español y su presencia colonial, amenazada
por el expansionismo de Gran Bretaña y Francia, principalmente.
Para ello, reformó el ejército e incrementó el
poder naval español, hasta el punto de que pudo ser considerada
en su época como la más poderosa después de
la británica. Además, las Ordenanzas Reales que se
dictaron sobre el ejército demostraron su eficacia, hasta
el punto de que en parte aun se mantienen en vigor.
En política exterior fueron fundamentales
3 puntos u objetivos: Paz en el Mediterráneo para garantizar
el comercio español
en estas aguas, neutralizar a Gran Bretaña en las colonias
americanas y recuperar Menorca y Gibraltar de manos de los ingleses;
conseguiría recuperar la primera plaza pero no así
la segunda que sigue siendo colonia británica.
Moría en diciembre de 1788 sucediéndole
en el trono su
hijo Carlos IV.
La personalidad de Carlos III.Consta que a Carlos III le costó bastante abandonar sus
posesiones italianas. Allí habían nacido sus trece
hijos, allí había gozado de una apacible y feliz
vida hogareña con su esposa, la pacifista María Amalia
de Sajonia.
Por otra parte, en las Dos Sicilias había consumado una
obra satisfactoria, estabilizando la paz, reduciendo en buena medida
el anterior e hiriente feudalismo, renovando la administración
y democratizando la estructura social y política de las
tierras. Evidentemente, en España no le sería fácil
cerrar su trayectoria con un balance tan positivo. Pero no eludió sus
responsabilidades.
Debe decirse que, en último análisis, Carlos III
no era un hombre brillante o genial, pero sí un hombre de
notable estabilidad emocional, de una sólida confianza en
sí mismo, virtudes que daban firmeza a sus decisiones y
seguridad a sus colaboradores. Como bien dice Gonzalo Anés, "Carlos
III resulta un rey excepcional, por comparación". En
efecto, su inteligencia política y su voluntad reformista,
avaladas por su temple interior, le situaban muy por encima de
los anteriores Borbones hispanos.
Ahora bien, sería equivocado considerarle un político
genial, tan equivocado como considerarle "simple y piadoso",
según la equivocada caracterización del padre Eguia.
Indiscutiblemente era un hombre piadoso, pero no un hombre simple.
Se ha dicho que era muy trabajador, juicio resultante también
de una comparación. En realidad, dedicaba a sus tareas de
gobernante sólo algunas horas al día y, desde luego,
como ha señalado Domínguez Ortiz, no tantas como
a la caza, el deporte de su obsesiva predilección.
En el terreno de las relaciones humanas, se distinguía
por su trato directo y cordial. "Jamás olvidó que
era un hombre como los demás", ha escrito su biógrafo,
el conde de Fernán Núñez.
Se ha dicho que nada le ofendía más que la mentira,
razón por la que inspiraba confianza a sus colaboradores
e incluso a sus reales colegas.
Debe destacarse que era hombre de costumbres
rutinarias: "Nunca
alteró su distribución del tiempo ni el orden de
su frugal comida", ha escrito Domínguez Ortiz. Al parecer,
cualquier alteración de su rutina le producía horror.
En materia amorosa era hombre austero, fiel a su esposa, y llevó esa
conyugal fidelidad hasta el fin. Su única pasión
desmedida: la caza. Con agudeza, Domínguez Ortiz anota que
esta pasión contrapesaba la evidente ausencia de pasiones
amorosas, musicales, literarias o teatrales. En este sentido y,
dado que dedicaba a las tareas de gobierno muy poco tiempo, la
caza habría sido para él la única forma de
escapar al aburrimiento.
Aquí debemos subrayar el hecho de que Carlos III carecía
de tendencias filosóficas o literarias. Hijo de su siglo,
educado políticamente por el ilustrado Tanucci, Carlos III
confiaba en las bondades de la Razón, y esta confianza le
llevaba a oponerse a leyes y usos que le parecian irracionales
o contraproducentes. En su confianza en la Razón se basó su
empuje reformista. Pero queda claro que estaba lejos de ser "un
pensador". Como ha escrito Anes, "nunca
tuvo pretensiones de intelectual" y, en realidad, fue más lejos en la
práctica que en la teoría.
Ahora bien, queda claro
que su escaso empuje intelectual limitó aún más
los alcances de su política reformista. Queda claro que
su preocupación fundamental o su meta política, como
correspondía a su condición de monarca ilustrado,
era mejorar el nivel de vida de sus súbditos. Y queda claro
que, consecuentemente, sus pasos se orientaban en el sentido de
racionalizar la administración. Todo esto es indiscutible.
Ahora bien, es preciso señalar que su trabajo
reformista, sin el respaldo de un vigoroso empuje racionalista.
no podía ir, por principio, más allá de ciertos
limites. Porque, en efecto, el monarca ilustrado no podía
-y suponemos que ello jamás entró en sus cálculos-
liquidar decisivamente los privilegios de los beneficiarios de
la situación reinante. Porque la nobleza y la Iglesia respaldaban
su poder y, obviamente, no podría avanzar demasiado sin
tropezar con resistencias insuperables y sin socavar las bases
reales de su poder. Ha escrito Anés: "Carlos
III no pudo prescindir del apoyo de las fuerzas más tradicionales,
y su politica de reformas estuvo condicionada, en todo momento,
por el respeto y el temor inspirados por estas fuerzas." Consta,
por ejemplo, que Carlos III favoreció a quienes se opusieron
a la implantación del Santo Oficio en las Dos Sicilias;
pero es evidente que, ya en España, nunca actuó frontalmente
contra el poderoso tribunal. Carlos III y sus colaboradores inmediatos
reivindicaban para la Corona la totalidad del poder temporal, en
detrimento de los privilegios tradicionalmente usufructuados por
la Iglesia. Ahora bien, tales privilegios temporales no podrían
liquidarse verdaderamente sin un enfrentamiento más violento
que el ánimo de quienes pretendían su liquidación.
Por otra parte, no debe pensarse que Carlos III estuviese "fuera
de la Iglesia". En absoluto estaba fuera de ella. En realidad,
se encontraba bien afirmado en sus creencias religiosas, encarnando
la actitud cristiana más avanzada de su siglo, en el interior
de un movimiento espiritual que, para decirlo con palabras de Reglá, "tendía
a despojar a la religión de las estratificaciones que se
habían formado alrededor de ella, a ofrecer una creencia
tan liberal en su doctrina que nadie podría ya acusarla
de oscurantismo". En consecuencia, ni por sus íntimas
creencias religiosas ni por la fuerza política de la Iglesia,
podría llevar Carlos III demasiado lejos sus reformas religiosas.
El tribunal del Santo Oficio no gozaba, ciertamente, de sus simpatías,
pero tampoco se decidiría a liquidarlo.
Con la nobleza le ocurriría algo parecido. Tampoco podría
Carlos III racionalizar las estructuras sociales sin destruir privilegios
que serian defendidos por sus poderosos usufructuarios. "Todo
para el pueblo, pero sin el pueblo"... ésta era la máxima
de aquel Despotismo Ilustrado que, por principio, no podría
apoyarse en el pueblo mismo, sino en las clases privilegiadas de
siempre. "No era posible -ha escrito Anés- un enfrentamiento
en toda la regla, porque las capas sociales que apoyaban al rey
no tenían suficientemente delimitados sus objetivos y porque,
además, no está claro que el monarca hubiera dejado
de apoyar a la alta nobleza y a la Iglesia. Su propia legitimidad
obligaba a legitimar también todo aquello que, heredado
del pasado, suponía un conjunto de privilegios disfrutados
con el apoyo de los monarcas a quienes había sucedido." Así pues,
quedan claras, de antemano, las limitaciones de la política
reformista de Carlos III.
Madrid y la reforma carolina: "Mis vasallos son como niños..."El Despotismo Ilustrado practicado por Carlos III tenía sus bases
reales. Veamos una situación anecdótica que justificaba para el
Rey que no se contase con el pueblo para gobernar.
Cuando Carlos III llega a Madrid se encuentra una ciudad con un
aspecto miserable, vergonzoso, en lo tocante a la limpieza pública.
En 1760 contaba con algo menos de 150.000 habitantes, para los
que no contaba con agua suficiente y las calles no merecían
el nombre de tales. El invierno era, en este sentido, particularmente
dramático: el lodo confería a la ciudad un aspecto
deprimente. Fernán Núñez, el biógrafo
oficial del rey, no duda en calificar a la capital de auténtica "pocilga":
lodos, basuras y excrementos componían un cuadro indescriptible
y maloliente.
He aquí, descrito por Fernán Nuñez, el insólito
procedimiento de limpieza:
"La villa tenía una porción
de carros o cajones bajos, sin ruedas, que en lugar de ellas tenían
unos maderos redondos, tirados por una mula, que dirigía
el que iba de a pie, y así se iba arrastrando todo lo grueso
de la inmundicia. Este paseo, que generalmente se hacía
de noche, iba precedido por gentes con hachas, que marchaban delante,
a los lados y detrás
de los carros y enseguida de éstos venían muchos
hombres en una fila, con escobas, que iban barriendo lo que ellos
no podían arrastrar. Esta pestífera comitiva cuya
fetidez, como puede creerse, se anunciaba desde muy lejos, se dirigía
a a varias alcantarillas, sumideros grandes que había en
varios puntos de la villa, cuyas casas inmediatas estaban infectadas
de sus hálitos". Y comenta graciosamente:
"Si
Don Quijote se hubiera encontrado de noche este pestífero
y lúgubre acompañamiento, es probable creyese que
todas las parcas del abismo venían a caer sobre él,
y que hubiese ensuciado su lanza contra aquella inmunda comitiva
para deshacer un entuerto que seguramente ya había ocasionado
más de cuatro". Este curioso procedimiento de limpieza
había sido bautizado con el nombre de "la
marea".
Por otra parte, los cerdos paseaban libremente por la ciudad,
no había prácticamente iluminación nocturna
y toda clase de ladrones esperaban en las esquinas al ingenuo que
se aventurase a pasear más allá del atardecer. Con
todo esto, la necesidad de llevar a cabo una profunda reforma resultaba
imperiosa. Procedente de su apacible palacio napolitano, Carlos
III debió quedar estupefacto ante tan increíble estado
de cosas. Y pronto presentó Carlos III un proyecto de reforma
de la villa que fue aprobado por el Consejo. Básicamente
ordenaba limpiar las calles y empedrarlas; los caseros deberían "embaldosar
el frente y costados, colocar canales en toda la anchura del arroyo,
construir conductos para las aguas de la cocina y otras menores
de limpieza, con sumideros o pozos para las aguas mayores".
Las basuras serían recogidas y trasladadas fuera del casco
urbano. Quedaba prohibido la presencia de cerdos en las calles.
Se creaba una policía urbana para mantener el orden y sería
obligatorio que en las escaleras luciera un farol.
Lo chocante es que el pueblo madrileño acogió mal
estas medidas, como si le costase desprenderse de tanta suciedad.
Entonces comentó Carlos III:
"Mis vasallos
son como los niños:
lloran cuando se les lava..." Esquilache movilizó todas sus energías para que
se cumplieran las disposiciones. Sabatini se concentró en
proyectos de embellecimiento y hasta diseñó unos
carros de basuras que, con malicia, el pueblo bautizaría
con el nombre de "chocolateras de Sabatini".
El análisis de las motivaciones de la curiosa resistencia
del pueblo madrileño a estas mejoras merecería un
análisis en profundidad, que queda fuera de nuestro trabajo.
Sólo diremos que, inevitablemente, una resistencia tan incomprensible
sólo podía llevar a Carlos III a concluir que era
aquel un pueblo anclado en infantiles torpezas, con lo cual quedaba
bien justificado para él el principio de gobernar "para
el pueblo pero sin el pueblo": el pueblo daba tales muestras
de inmadurez que parecía imposible concebir otras formas
de gobierno, quedando demostrada la necesidad del Despotismo Ilustrado.
|
Para saber más... |
|
Blanco
Martinez, Rogelio; Muñoz Vitoria, Fernando (y otros):
"Historia de España", tomo VI, 'Los borbones
hasta 1845' /Club Internacional del Libro, Madrid 1990 |
Dominguez
Ortiz, A: "La sociedad española en el siglo XVIII", Instituto "Balmes" de
Sociología [..], Madrid, 1955
- "Hechos
y figuras del siglo XVIII español";
Ed. Siglo veintiuno, Madrid, 1980
- "Carlos III y la España de la Ilustración"; Ed. Alianza,
Madrid 1990 |
Anes Álvarez,
Gonzalo: "El Antiguo Régimen: los Borbones";
Ed. Alianza, Madrid, 1981
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario