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Estado general de las universidades españolas en el siglo
XVIII |
España inicia, desde finales del siglo XVI, un proceso de
decadencia que va acentuándose cada vez más,
y que culmina en el triste reinado del último austria. Es
una decadencia general que afecta a todas las instituciones del
país, desde las más a las menos altas, y de la que
las Universidades, que son una institución en tan íntima
relación con la sociedad, no podían constituir una
excepción, por lo que también se verán gravemente
afectadas, tal como escribió don Vicente de la Fuente:
"El gobierno andaba mal, el rey, frívolo y distraído,
con guerras extranjeras metidas ya dentro de casa, sin política,
sin administración; todo andaba desquiciado; y si todo iba
mal, ¿podían ir bien las Universidades, Colegios y
enseñanza? Quando caput dolet, caetera membra dolent" (1)
Las universidades, tras conocer su más alto esplendor en
el Siglo de Oro, empiezan a decaer, en un proceso que todavía,
en la primera mitad del siglo XVII, se mantiene a una cierta altura;
"pero en la segunda mitad de aquel siglo funesto y corrompido
no se halla ni literatura, ni historia, ni industria, ni arquitectura,
ni gobierno, ni política, ni derecho: se retrocede en España
hasta el siglo XII" (De la Fuente, op.cit).
Un ejemplo de como podían estar las pequeñas universidades
españolas es el estado que muestra la Universidad de Salamanca,
la más emblemática universidad española del
Antiguo Régimen. Nos las describía en 1755 Norberto
Caimo, viajero italiano por España, en su obra "Cartas
de un vate vago a un amigo italiano" (2),
publicada en 1764:
"El edificio de la Universidad no me pareció merecer
todos los elogios que varios escritores le han prodigado a manos
llenas [...], está apretado, sus pórticos son
toscos, las cátedras oscuras, y no se tiene más
que una cierta limpieza. La biblioteca es espaciosa y muy dotada
de esos libros que están llenos de misterior profundos
y tan ocultos que tan sólo a los doctores de Salamanca
pertenece el penetrarlos. Puede haber allí setenta profesores,
de ellos ocho regulares que trabajan por el amor de Dios; los
seculares tienen sueldos, los unos de mil ducados, los otros
de quinientos. Hay también lectores que llaman 'pretendientes
a cátedras'; éstos no tienen otra cosa que la
esperanza.
Esta Universidad ya no tiene hoy aquella gran reputación
en la que estaba en otro tiempo. Hubo un tiempo en que allí
se contaron hasta quince mil estudiantes; ahora no hay mil
y no sé cuantos tendrá dentro de algún
tiempo. La causa de esta deserción es que, poco a poco,
los españoles, volviendo de sus prejuicios, abjuran
los viejos sistemas, que se sostienen en ellos más
por compromiso que por cualquier otra razon; incluso hay allí
profesores que desaprueban altamente un método de enseñar
que no sirve más que para llenar de tinieblas la inteligencia
en lugar de aclararla.
He sido invitado una mañana a una ceremonia en la
que debían dar el birrete de doctor a un fraile cisterciense.
Comenzó por una larga procesión de frailes,
que vinieron a la Universidad en un tono magistral, al sonido
bastante desagradable de un tamboril de la figura de una marmita;
cuando hubieron entrado en una sala grande que parecía
un gran granero, el candidato debutó por un saludo
en verso, en el que daba con profusión incienso a toda
la asamblea, después de lo cual recitó una disertación
sobre Nabucodonosor, en la que se trataba de saber si realmente
se había convertido en bestia. Todo fue dicho en el
latín usado en Salamanca [...]
Que los españoles no se quejen, pues, tanto de los
extranjeros, y sobre todo de los franceses, si los maltratan
tanto con relación a sus estudios, puesto que lo hacen
con todo fundamento." |
Lejos ya la opinión de un Jerónimo Munzer, por ejemplo,
quien en su "Itinerario" de finales del XV mostraba su
admiración ante los preclaros estudios salmantinos, lo que
importa destacar de nuestro visitante italiano es que, no obstante
la indudable imprecisión en algunos de los datos que aporta
y pese a una innegable exacerbación y exageración
en el comentario, refleja una imagen no tan deformada de la realidad
de la docta institución en el siglo pretendidamente ilustrado.
Una imagen, además, que se va a difundir hasta la saciedad
y por doquier. Opiniones no muy distantes podemos encontrar en los
propios contemporáneos españoles.
El país, con todo, va adquiriendo también, a lo largo
del siglo, conciencia de la crisis y de la decadencia, y de esa
conciencia es reflejo la profusión de proyectos, arbitrios,
avisos al rey, memoriales, copias, sermones, chistes vulgares y
una literatura específica sobre este problema. La guerra
de Sucesión es la expresión culminante de esa crisis,
y el cambio de dinastía agudiza el examen detenido de la
situación, por diversos autores, afanosos de encontrar las
causas que han conducido a la nación a ese estado de postración.
Las causas que de ordinario denunciaron esos autores como razones
profundas de esta decadencia fueron varias y, en primer lugar, el
temor a la novedad. El padre Feijoo,
erudito benedictino, en un examen de los diferentes motivos por
los que él cree que los estudios de física, matemáticas
y ciencias naturales se encuentran casi abandonados, señala
una serie de causas, todas íntimamente ligadas entre sí,
porque la primera, "el corto alcance de los profesores"
es una causa directa de "la preocupacion que reina en España
contra toda novedad", puesto que ellos serían los
llamados, por el lugar que ocupan, a estudiar e introducir todo
progreso que se haga en las ciencias. Toda novedad era calificada
como sospechosa, especialmente en las cosas que podían tener
un mayor o mejor relación con la doctrina. Así que,
de entrada, cualquier novedad científica era calificada de
inútil, lo cual ahorraba incluso el trabajo de entrar a examinarla,
por lo que se habían formado una "diminuta o falsa
noción... de la filosofía moderna, junto con la bien
o mal fundada preocupación por Descartes". La raíz
de esa actitud reaccionaria frente a toda novedad o progreso está
en "un celo, pío sí, pero indiscreto y mal
fundado; un vano temor de que las doctrinas nuevas en materia de
Filosofía traigan algún perjuicio a la Religión".
(Feijoo, P: Cartas
Eruditas, tomo 2º carta XVI: "Causas del atraso que
se padece en España en orden a las ciencias naturales"):
"No es una sola, señor mío la causa de
los cortísimos progresos de los Españoles en
las Facultades expresadas, sino muchas; y tales, que aunque
cada una por sí sola haría poco daño,
el complejo de todas forman un obstáculo casi absolutamente
invencible.
La primera es el corto alcance de algunos de nuestros Profesores.
Hay una especie de ignorantes perdurables, precisados a saber
siempre poco, no por otra razón, sino porque piensan
que no hay más que saber que aquello poco que saben.[...]
La segunda causa es la preocupación, que reina en
España contra toda novedad. Dicen muchos, que basta
en las doctrinas el título de nuevas para reprobarlas,
porque las novedades en punto de doctrina son sospechosas,
esto es confundir a Poncio de Aguirre con Poncio Pilatos.
Las doctrinas nuevas en las Ciencias Sagradas son sospechosas,
y todos lo que con juicio han reprobado las novedades doctrinales,
de estas han hablado. Pero extender esta ojeriza a cuanto
parece nuevo en aquellas Facultades, que no salen del recinto
de la Naturaleza, es prestar, con un despropósito,
patrocinio a la obstinada ignorancia." (Fr.
Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, 1745)
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Los estudios que se cursaban en las Universidades durante la época
de la decadencia eran los de Teología y Cánones. Las
Facultades de Medicina llegaron a estar en la más completa
ruina; las ciencias, llamadas útiles por la Ilustración,
estaban en un total abandono y eran incluso menospreciadas; eran
rarísimas las personas que las cultivaban, y alguna de ellas
lo hacían fuera de la Universidad. De la Fuente nos habla
"del apego a todo lo que fuese abstruso más que
abstracto, oscuro, teórico y nada práctico ni experimental,
con odio sistemático a todo lo extranjero".
Sobre este abandono en que se encontraban estas ciencias en las
Universidades dejó una amplia exposición, en Su "Vida",
don Diego Torres de Villarroel, catedrático de Matemática
de la Universidad de Salamanca, cuyo relato -sin duda cargado de
tintas- sobre el estado de estas ciencias en Salamanca y los estudios
con los que logró su cátedra, y la manera en que se
desarrolló su oposición, no deja, sin embargo, de
reflejar una realidad:
"Dí en el estraño delirio de leer en las
facultades más desconocidas y olvidadas y arrastrado
de esta manía, buscaba en las librerías más
viejas de las comunidades a los autores rancios de la Filosofía,
la Mágica, la Trasmutatoria, la Separatoria y, finalmente,
paré en la Matemática, estudiando aquellos
libros que viven enteramente desconocidos o que están
por su extravagancia despreciados.
Sin director y sin
instrumento alguno de los indispensables en las ciencias
matemáticas,
lidiando sólo con las dificultades, me aprendí
algo de estas inútiles y graciosas disciplinas, las
lecciones y tareas a que me sujetó mi destino y mi
gusto, las tomé
al revés, porque leí la Astronomía y
Astrología
que son las últimas, primero, sin más razón
que haber sido los primeros librillos que encontré,
unos tratados de Astronomía escritos por Andrés
de Argolio y otros de Astrología impresos por David
Origano.
A estos cartapacios y a las conferencias y conversaciones
que tuve con don Manuel de Herrera, clérigo de
San Cayetano y sujeto docto y aficionado a estas artes,
debí las
escasas luces, que aún arden en mi rudo talento
y los relucientes antorchones que hoy me ilustran Maestro,
Doctor y Catedrático
en Salamanca cuando menos. A los seis meses de estudio, salí
haciendo almanaques y pronósticos"
Diego Torres Villarroel, "Vida y aventuras
del Dr. D., catedrático de Prima de Matemáticas
en la Universidad de Salamanca", Madrid 1792 |
No es que en España no se cultivaran las ciencias, sino
que se cultivaban fuera de la Universidad, en los Colegios militares
de Marina, Ingeniería y Artillería, y por algún
científico al margen de aquélla. El caso del padre
Tosca, y algún otro más, tantas veces aducidos, como
argumento del alto nivel en que se encontraban estas ciencias en
España por los polemistas defensores de los valores patrios,
es más bien una excepción que confirma la regla.
Otra causa general de decadencia era el abandono de la docencia,
motivado por su escasa dotación y la consideración
de ser la cátedra un puesto de paso a mejores cargos.
Grave causa era, también, la concesión de grados,
especialmente los de bachiller, que conferían las Universidades
menores sin las mínimas exigencias científicas.
Causa íntimamente unida al exceso de Universidades. Reflejo
de esta penosa situación es la representación que
la Universidad de Alcalá elevó al rey en 1734, a través
de su Facultad de Cánones. La exposición comenzaba
así:
"Señor, la Facultad de Sagrados Cánones
de la Universidad de Alcalá, estimulada de su obligación,
no puede contener ya su sufrimiento en vista de los perjuicios
que a la Universidad, al Estado y a la Iglesia se siguen de
la mala colación de los grados de bachiller licenciado,
que por abusos introducidos se hace con notoria injusticia
de los hijos de la Universidad. [...] Las incorporaciones
de los grados de las universidades menores son la causa de
las mil iniquidades e injusticias, que no puede disimular
la Facultad... y así se experimenta la monstruosidad
de que se cuenten entre los maestros los que aún no
han llegado a ser discípulos. Nadie quiere pasar por
la penosa carrera de los cursos para conseguir el grado de
bachiller, ni por la precisa tardanza de tiempo para hacerse
capaz del grado de licenciado, pudiendo por medio de un grado
comprado en las Universidades que se venden, lograr su incorporación
en la nuestra y usurpar los honores y premios que pertenecen
a los legítimamente graduados"
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Lo peor de todo es que esta compraventa de grados se realizaba
en la propia Alcalá con la venia y dirección del rector
del Colegio Mayor de San Ildefonso, contra el cual se dirigía
fundamentalmente la denuncia. Las universidades menores que aparecían
específicamente señaladas eran las de Almagro, Avila
y Sigüenza, pero en no mejor estado se encontraban las otras.
La exposición pedía al rey su intervención
para que no se admitiese a la incorporación grado alguno
cuyos estudios no se hubiesen seguido rigurosamente en virtud de
cursos y examen. Pérez Bayer (3) refiere
el mismo vicio en la Universidad de Salamanca, y De la Fuente cita
un caso de un estudiante de aquella universidad que fue ajusticiado
por el delito de traficar con grados.
Los profesores que daban sus clases, enzarzados en inútiles
disputas, impulsados por el espíritu de partido o escuela
que les dominaba, mantenían alejados del estudio a los estudiantes,
que no encontraban el menor estímulo para dedicarse al trabajo
y a la formación científica.
Finalmente, la perniciosa influencia
ejercida por los Colegios Mayores, sobre las universidades
de Alcalá, Salamanca y Valladolid, e, indirectamente sobre
las demás, contribuyó en sobremanera a su decadencia,
dado el poder alcanzado por esas instituciones. Ya desde comienzos
del siglo XVII, los Colegios tomaron conciencia de su fuerza, especialmente
los cuatro de Salamanca, los cuales se unieron y trataron de formar
cuerpo aparte de la Universidad, presumiendo que ellos constituían
por sí solos Universidad, en virtud de las Bulas pontificias
en que se les concedía el privilegio de conferir grados.
Se inició una lucha sorda entre Colegios y Universidad, con
incidentes graves, como el que ocurrió en 1621, con motivo
de las exequias por el rey Felipe III, en que el Colegio de San
Bartolomé atropelló al claustro en la iglesia de San
Ursula.
La universidad trataba de sujetar a los Colegios, oponiéndose
a sus exorbitantes pretensiones, especialmente a la concesión
de grados, que, junto a otros privilegios de que gozaban, llegaron
a representar una verdadera amenaza para ella; pero en los diferentes
pleitos que se entablaron, siempre salió perdiendo la universidad,
y a ello no fue ajena la poderosa influencia de los colegiales,
que fueron ocupando los principales puestos de la administración
del país. Esta situación, que se fue agudizando con
el paso del tiempo, motivó que uno de los objetivos de la
reforma hubiera de ser el arreglo radical de los Colegios y su subordinación
a la Universidad. Algunas medidas que antes intentaron tomarse resultaron
inútiles, por lo que Pérez Bayer y otros autores denunciaron
que la solución de este grave mal era condición ineludible
para la eficacia de toda reforma.
En fin, la actuación externa de los estudiantes sería
fiel reflejo del clima general de la Universidad. Es significativo
un acuerdo que tomó el claustro de Alcalá para reprimir
la indisciplina estudiantes: "atento a que vienen a esta
Universidad a matricularse muchos mozos mayores de veinte años,
sin ánimo de estudiar, y que no estudian palabras, ni tratan
más que de valentía, y de buscar inquietudes y caminos
por donde sustentarse y pervertir a la gente de poca edad...".
El motivo frecuente de las peleas y falta de disciplina era la división
de los estudiantes en naciones, que favorecía la formación
de banderías y las rivalidades entre los diversos grupos.
Las razones específicas del estado de decadencia en que
se encontraban los estudios afectaban las unas directamente a las
Universidades, mientras que las otras provenían de la situación
de los Colegios Mayores y repercutían indirectamente en la
Universidad.
Una queja sobre el estado de las universidadesResulta doloroso contemplar cómo, pese a todas las pequeñas
reformas que había sufrido el sistema universitario español
en el siglo XVIII, a fines de la centuria el panorama sigue siendo
desolador. Como ejemplo, Alvarez de Morales cita una carta que encontró
en un legajo del Archivo Histórico Nacional, dirigida por
un tal Tomás de Vega al conde de Floridablanca como primer
Secretario de Estado, denunciando los abusos existentes en las universidades
del Reino, cometidos tanto por alumnos como por catedráticos
y proponiendo ciertas reformas para corregirlos.
El año de la denuncia es significativo, 1790, y se puede
unir a la serie de documentos que muestran el fracaso de las reformas
llevadas a cabo en el reinado anterior, en las que el propio Floridablanca
intervino como fiscal del Consejo de Castilla.
El texto de la denuncia, que aunque se dirigía contra una
universidad concreta no se quiso especificar cuál era, quizá
por miedo del denunciante, es el siguiente:
"Excmo. Señor:
Habiendo tenido a un hermano muchos años estudiando
en una universidad cuyo nombre omito por su honor y el mío,
y queriéndole graduar por el tiempo y caudal, que me
ha consumido, le allo que ni puede servir a Dios por los malos
hábitos que ha adquirido, ni a el Rey, porque se halla
sin salud, ni a la Patria, porque no la arruine. Por lo que
me resuelto a hacer a V.C. como tan amante del bien de la
humanidad, y opuesto con la ociocidad, para que en lo sucesivo
no se pierdan otros.
Son las Universidades, Excelentísimo Señor,
el Emporio de las Ciencias, para cuyo fin nuestros inclitos
y piadosos Monarcas las fundaron, y mandaron se observase
en ellas la mayor moderación y compostura: no permitiendo
pissasen sus claustros facultativo alguno que no fuese vestido
de bayeta negra, i pelo cortado, como que en ellas se havían
de criar los hombres para exemplo, doctrina y direccion de
todo el Reyno.
Pero se ha apoderado tanto en ellas el luxo y ociosidad,
que el Padre que envía a un hijo a los Estudios pierde
a los demás, por los excesivos gastos que ocasiona
a su casa, vistiéndose profanamente de varios colores,
con cabellos largos, enrrizados y empolvados, como si hubieran
conseguido una gran renta por su carrera. De modo que cuando
vuelven a sus casas, ya les parecen mal sus padres y hermanos,
que estan criando a un hijo para el alivio de su vejez, y
socorro de sus hermanos, se hayen con él lleno de vicios
e inutilizado para ir para sus padres y para la sociedad.
Estos accidentes y mas que suceden a la juventud dependen
del poco celo que tienen los Rectores y Catedraticos de las
Universidades, aquellos por no vigilar la vida y costumbres
de sus individuos, y estos por el poco cuidado de que aprovechen
el tiempo sus discipulos, quienes no concurren a las aulas
la mitad del curso, y si lo hacen es solo materialmente para
conseguir las fes, satisfacer con ellas a sus padres y magistrados,
para que nos les incluyan en los sorteos de las quintas.
Todo este desorden se remedia, Excmo. Señor, si se
digna mandar con nervio que en lo sucesivo se establezca la
practica en todas las Universidades de tener dos examenes
todos los años: el primero en los dias de Carnestolendas,
y el segundo, los ocho días primeros de junio.
Los examinadores serán los Catedráticos respectivos
de cada Facultad, y los Decanos de ellas lo prediran. El Rector
se instruirá en cada una de todo lo que han estudiado
los muchachos desde el principio de curso hasta aquella época,
lo que igualmente hara en el ultimo examen, y el secretario
de la Universidad lo notará todo, para que conste,
como también las prevenciones que se hagan a los estudiantes,
a fin de que estudien y aprovechen el tiempo, y en el segundo
examen no habiéndolo hecho, se les notificará
no vuelvan a la Universidad bajo la pena de que se les mandara
recoger por vagos.
A los Catedráticos se les encargará escribir
a sus Padres para que les den otro ejercicio; y todo bajo
la conciencia y responsabilidad de cuanto gasten aquellos
por no desengañarlos o avisarlos dichos Catedráticos,
quienes tampoco tendrán mas dias festivos que los que
guardan los Consejos y demás Audiencias del Reino.
A los Rectores, Excmo. Señor, como a las justicias
ordinarias, les mandara recoger a todos aquellos que con el
titulo de estudiante viven sin ejercicio alguno, porque semejantes
hombres son los que pervierten y relajan a la mejor educada
juventud.
De este modo, Excmo. Serñor, solo practicaran las
ciencias aquellos que en la realidad han sido capaces para
comprenderlas, y separaran de los estudios a los que son de
limitados talentos, quien tal vez por las armas, agricultura
o manufacturas podran ser utilisimos a la Republica sin la
minoración de caudales que ocasionen inutilmente los
que siguen las universidades, no habiendolos Dios criado para
eso.
V.C. pesará con su acostumbrada prudencia estas reflexiones,
pues siguiendo con el metodo del dia, las universidades mas
serviran para ruina del Estado que para educar jovenes que
les ilustren.
Ntro. Señor guarde a V.C. como se lo
suplica su mas rendido y obdiente servidor q.s.m.b.
Fdo.: Thomas de Bega
Villanueva y Febrero, 29 de 1790" |
La denuncia, como es lógico, no tuvo la menor influencia,
pues pasada al fiscal del Consejo para que la informara, contestó
"que como no expresa cuál sea (la universidad denunciada),
dificultosamente podrá adoptarse el remedio oportuno, a menos
que se procediese a una inquisicion formal o instructiva de todas
las Escuelas públicas". Y añadía:
"no hay fundamento que persuada a tomar un conocimiento
semejante ni aun por via de informe circular, pues el caso particular
en que se funda la representación, aunque sea cierto, no
influye a abrazar la reforma proyectada, ni ésta alcanzaría
a precaver uno u otro ejemplar de igual naturaleza al que se cita.
En los modernos planes de estudio y órdenes posteriores sobre
mejorar la enseñanza está mandado con rigor el cargo
de los rectores y catedráticos de las universidades, mucho
más de lo que propone Vega para procuar eficazmente el aprovechamiento
de los jóvenes que cursan en las Escuelas."
En efecto, en los planes de las Universidades de Salamanca, Valladolid
y Alcalá, modelos de las demás, se ordenaba publicar
a comienzo de cada curso un edicto sobre trajes escolares, trato,
porte y conducta que deben observar los profesores. Se habían
establecido exámenes anuales para el pase de una a otra cátedra,
multas y otras penas para castigo de los inaplicados y se habían
hecho "estrechos encargos" a los rectores y catedráticos
de que avisaran a los padres y parientes de los estudiantes desaplicados
para que los recogieran del Estudio. Así que, la sala de
gobierno del Consejo, reunida para estudiar la exposición
de Vega sólo resolvió que se pidiera a los rectores
y claustros de todas las universidades un mayor cumplimiento de
la normativa vigente, sin mencionar la denuncia de Tomas Vega. De
esta manera se puso punto final a este incidente que refleja una
situación de la que el Consejo recibirá en estos años
continuas quejas, y sobre las cuales se seguirá pronunciando
inútilmente.
(1)"Cuando la cabeza duele, los demás miembros
duelen". Vicente de la Fuente, Historia de las Universidades,
Colegios y demás establecimientos de enseñanza en
España, Madrid, 1884-1889 [Volver
al punto de lectura](2) Véase "Viajeros extranjeros en Salamanca
(1300-1936)", J. Majada Neila y J. Martín Martín;
Salamanca, 1988. Ahí se reproducen los comentarios de otros
viajeros, coincidentes en las apreciaciones de Caimo. [Volver
al punto de lectura] |
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Para saber más... |
|
"La Ilustración y la reforma de la universidad en
la España del siglo XVIII; Antonio Alvarez de Morales;
Ed. Pegaso, Madrid 1985 (3ª edición) |
" Historia de las universidades hispánicas. Origen
y desarrollo desde su aparición a nuestros días",
Tomo V: periodo universitario de los primeros Borbones
C.Mª Ajo González de Rapariegos; Madrid 1966 (Imprenta
Tomas Sanchez) |
|
"Los comienzos de la crisis universitaria en España:
antología de textos del siglo XVIII"; introducción
y selección de textos, Francisco Aguilar Piñal.
Ed. Magisterio Español, Madrid 1967 |
|
Enlaces web externos |
|
Edición
digital de las Obras de Benito Jerónimo Feijoo, en
Proyecto Filosofía en español |
|
Jovellanos,
pedagogo de la Ilustración española, por Angeles
Galino (pdf) web Unesco |
|
Jovellanos
y la educación: John H. R. Polt, catedrático
de la Universidad de California, en la Biblioteca Virtual Miguel
de Cervantes |
|
|
Visión histórica general
de la Universidad de Sevilla | El
término "universitas": significado | 1ª
etapa: el Colegio | 2ª etapa:
la Universidad literaria | 3ª
etapa: la Universidad Hispalense
|
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