domingo, 24 de abril de 2016

(106) EL ESPÍRITU SANTO Y LA REVELACIÓN. Este estudio... - La Mujer Piadosa Que Se Disciplina

(106) EL ESPÍRITU SANTO Y LA REVELACIÓN. Este estudio... - La Mujer Piadosa Que Se DisciplinaIr a la sección de noticias
Facebook
Alberto
Inicio20+
1
Solicitudes de amistad
2
Mensajes
99+
Notificaciones
Configuración de la cuenta
Personas que quizá conozcas
Ver todas
Personas que quizá conozcas
David Montes
1 amigo en común
Eva Lopez
1 amigo en común
Luchador Argento
1 amigo en común
‎احمد الدليمي‎
1 amigo en común
Lunita Morena
Carmen Luna Molina
1 amigo en común
Español (España) · Català · English (US) · Português (Brasil) · Français (France) · Deutsch
Privacidad · Condiciones · Cookies · Publicidad · Gestión de anuncios
·
Más
Facebook © 2016

Últimas noticias
La Mujer Piadosa Que Se Disciplina ha compartido el álbum EL MATRIMONIO, HOGAR Y FAMILIA de El Hombre Piadoso Que Se Disciplina.
4 de julio de 2015 ·

EL ESPÍRITU SANTO Y LA REVELACIÓN.
Este estudio del Espíritu Santo tratamos de temas muy importantes. Hemos visto algunos de los misterio eternos de la divinidad, tales como la relación de providencia del Espíritu Santo respecto al Padre y al Hijo, el papel perfeccionador que el Espíritu Santo desempeño en la creación de este mundo, y los efectos transcendentales del Espíritu Santo por medio de la gracia común. En los estudios que siguen trataremos de otros temas importantes, tales como el papel del Espíritu Santo en la encarnación, en la regeneración, en la santificación, y en la iglesia.
En este estudio nos ocuparemos de aun otro gran ministerio del Espíritu Santo, su obra en la revelación. Por revelación entendemos el acto de Dios por medio del cual da a conocer al hombre ciertas cosas que estaban ocultas y se desconocían. Esto ocurre de dos formas: por medio de la naturaleza y por medio de la Biblia.
A. EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO.
La revelación divina es de suma importancia porque es la fuente de todo nuestro conocimiento. A lo largo de los siglos los hombres, cristianos y no cristianos por igual, se han interesado por el conocimiento. Desean saber la verdad acerca de si mismos, acerca de la naturaleza y acerca de dios. Tienen un ansia básica dentro de su naturaleza por conocer, y por conocer con certeza. Solamente por medio de la revelación alcanza el hombre verdadero entendimiento de las cosas. Por la revelación, Dios se manifiesta al hombre y también revela la verdadera naturaleza de los seres que pueblan el mundo, tanto la de los hombres como la de los objetos naturales.
El no cristiano niega, explicita o implícitamente, la revelación de Dios, y por ello busca la verdad sin éxito. Niega al Dios cristiano y con el lo niega, la única forma posible de conocer verdaderamente las cosas, mediante la revelación. Carece de certeza absoluta en su forma de conocimiento. Conjetura y dice ‘quizá’ y ‘creo’, pero nunca conoce con carácter definitivo. Pero cuando uno acude al Dios de la Biblia y a su revelación, adquiere el fundamento para el conocimiento verdadero. Porque Dios, por su revelación, dice muchas cosas al hombre. Dios dice algo acerca de lo que a Él le agrada y lo que le desagrada, acerca sus planes que previamente fueron decretados, acerca la norma de vida según la cual debe andar el hombre, acerca del camino de la salvación, acerca de la realidad y naturaleza de este mundo, acerca de ciertas leyes, y de lo que sucederá después de la muerte, sólo para nombrar algunas. El hombre puede conocer con certeza absoluta cosas que de otro modo no hubieran podido comprenderse nunca, cosas relacionadas con este mundo creado y con Dios. El hombre que conoce a través de la revelación de Dios posee un fundamento firme que es eternamente inalterable. Su saber no cambiará con el tiempo. Esto le da una satisfacción total. Posee algo que los filósofos, y todo hombre es filósofo en su corazón, han buscado desde los tiempos de Adán.
Esta revelación divina es doble. Es una revelación natural y sobre natural; o, todavía mejor, una revelación general y una especial. Esa primera revelación, la revelación general, se encuentra donde quiera que uno esté. Está en las flores del jardín, en la pantalla de la televisión, en la sala de estar, y en las gotas de la lluvia prendidas del cristal de la ventana, en las hojas de los árboles, en una brizna de hierba, en todo lo general creado etc. Todas las cosas las hizo Dios, y revelan en sí mismas algo de Dios, muestran algo de su gloria, poder, sabiduría, y divinidad. No es necesario ver a dios con los ojos físicos para conocerlo.
Es posible conocer algunas de las características de Dios observando la naturaleza. ‘Los cielos’, dice David, ‘cuentan la gloria de Dios’ (Sal. 19:1). Es casi como si el sol, la luna, y las estrellas pudieran hablar, ya que son claras las cosas de Dios que revelan, tales como su infinidad y omnipotencia. Cuando el hombre examina los rayos de la luna, o el resplandor del sol, o ve los millones de estrellas con sus distancias vastas e incompresibles, que se observaron por primera vez en la historia, gracias al telescopio gigantesco del palomar, entonces, sino está ciego, y si el Espíritu Santo abre sus ojos, ve la gloria de Dios, tanto el día como la noche revelan cosas acerca de Dios, y con tanta claridad, como si tuvieran labios y lenguas para hablar. Porque David dice también: ‘Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra sabiduría´ (Sal. 19: 2). Observando simplemente estas cosas, aprendemos acerca de Dios, como si la naturaleza nos hubiera hablado de Él. Pablo afirma lo mismo en Romanos 1: 20, donde dice que ciertas cosas invisibles de Dios, tales como su poder y divinidad, se pueden ver claramente al observar el mundo creado. Veamos un ejemplo, como a los seis anos de edad el niño perderá algún diente. Muy pronto comenzará a aparecer uno más grande, en concordancia con la mandíbula que se está desarrollando, y llenará el espacio que dejó el diente perdido. Cuando uno se da cuenta que fue Dios quién hizo que el diente del niño cayera en el momento oportuno, ni demasiado pronto, ni demasiado tarde, para luego brotar otro exactamente en el lugar adecuado, entonces se da cuenta que Dios es un Dios sabio. Dios le reveló esto por medio de un diente. Este es un ejemplo de revelación, y por él el hombre conoce algo acerca de Dios.
En esta revelación general el Espíritu Santo desempeña su papel, como ya hemos visto en el estudio a cerca del ‘El Espíritu y la creación´. Hay una segunda revelación también, llamada revelación especial, que es la Biblia, en que el Espíritu Santo desempeña un papel destacado. Es interesante advertir que incluso la primera revelación, la revelación general, no se puede captar bien sin conocer la revelación especial y sin el poder iluminador del Espíritu en al mente del hombre. Esto se debe a que el hombre es espiritualmente ciego debido a su propio pecado. Por ello el hombre no puede conocer ni una sola cosa tanto de la revelación general como de la especial sin el Espíritu Santo. El Espíritu realiza tres obras, y todas ellas son esenciales para un verdadero conocimiento del universo y del Creador. Muestra la verdad por medio de la revelación general, en la cual participa activamente. También proporciona la Biblia (revelación especial), que es necesaria para ver adecuadamente las verdades reveladas en al naturaleza, y la que también es necesaria para conocer cosas grandes no reveladas en la naturaleza, tales como el camino de salvación, la naturaleza de la iglesia, y la segunda venida de Cristo. Finalmente, actúa en la interioridad del hombre a fin de que pueda ver las verdades manifestadas en esas dos revelaciones.
Así pues, si el hombre verdaderamente desea la plena satisfacción del alma, si quiere obtener respuesta a las preguntas profundas que se suscitan en un momento u otro de su vida, sea cual fuere su grado de educación, puede conseguirlo. Pero tiene que conocer la obra del Espíritu Santo, no sólo en la revelación general, sino también en la revelación especial, y tiene que experimentar la actividad del Espíritu Santo para iluminar su mente, con lo que se desterrará su ceguera espiritual. El Espíritu Santo es la llave para todo verdadero conocimiento. Sin él no se puede conocer nada en su esencia, pero con Él el hombre puede adquirir un conocimiento del universo y de Dios, que es eternamente verídico.
Pasemos, pues, a estas dos obras del Espíritu Santo: la Biblia y su iluminación de la mente del cristiano. Como el tema es muy amplio, en este estudio siguiente trataremos sólo de la primera obra. En el estudio siguiente nos ocuparemos de la segunda, iluminación por medio del Espíritu Santo.
B. REVELACIÓN ESPECIAL
Hay una clase de revelación especial aparte de la biblia que Dios dio al hombre. Desde el paraíso hasta Patmos, desde Adán hasta Juan, Dios se reveló así mismo al hombre de una manera especial. Lo hizo en distintas formas.
Se presentó en lo que se llaman teofanías, apareciéndose en una forma visible, por ejemplo a Abraham, a Agar, y a Jacob. Se reveló en el fuego y en las nubes que protegiera y guiara a Israel en el desierto. También habló directamente a personas del Antiguo Testamento: a Adán, Noé, Abraham, Jacob, José, Moisés, Samuel, y otros. Habló con voz del cielo audible. Se apareció en sueños y en visiones. Habló por medio de los Urim y Tummim. Se comunicó directamente con los Profetas. Así pues, desde el paraíso hasta Patmos, Dios se presentó en formas especiales y directas, y se reveló a los hombres aparte de la Biblia.
Algunas de estas revelaciones son de suma importancia para nosotros. Por ejemplo, el mandamiento cultural a Adán, ‘Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread sobre ella’ (Gn. 1: 28) tiene implicaciones de largo alcance para nosotros. O pensemos en la gran voz de la primera profecía acerca de la salvación venidera, cuando Dios hablo a la serpiente en presencia de Adán y Eva, diciendo: ‘Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza y tú le herirás en el calcañar’ (Gn. 3: 15). O supongamos el significado del pacto monumental hecho con Abraham, cuando Dios dijo que sería Dios para él y para su descendencia después de él. Estas y otras revelaciones son asuntos de suma importancia para el cristiano. Suministran conocimiento glorioso y veras en cuanto a los planes de Dios para la eternidad y en cuanto a sus mandamientos para nosotros en campos tan importantes como la salvación y la cultura. Esto es lo que los hombres de todos los tiempos han buscado: certeza en relación al futuro, y certeza en cuanto a sus deberes actuales.
En lo que a nosotros respecta, sin embargo, hay una limitación básica en todas estas revelaciones especiales. Dios habló. Nadie podría dudarlo. Pero una vez entrado el pecado, ¿Podría el hombre recordar exactamente lo que Dios dijo en esas ocasiones?
Concedido, por ejemplo, que Dios se apareció y hablo por medio de revelación directa a ciertos personajes de los tiempos bíblicos, ¿Cuál sería la garantía de que esa revelación no se distorsionó, debido al pecado del hombre, al transmitir de boca en boca desde Adán hasta Set y a lo largo de centenares de generaciones hasta llegar a nosotros, miles de años después?
No vayamos tan lejos. Supongamos, por ejemplo, que estamos en lugar de Adán y Eva. Adán llegó hasta los novecientos treinta años de edad. Conjeturemos también que ochocientos años después de la caída habló con uno u otro acerca de lo que había sucedido y de lo que Dios le había dicho en el jardín. ¿Qué cree que podría suceder después de ochocientos años? No cabe duda de que habría conflicto y malos entendidos sobre lo que Dios había dicho exactamente.
Imaginemos también que estábamos con los Israelitas cuando Moisés les dio los Diez mandamientos, y que después de cuarenta años de errar por el desierto tratáremos de recordar con precisión lo que Moisés había dicho. Se podría plantear la pregunta: ¿Qué afirmó exactamente Moisés? ¿Dijo: recordad el día sábado? O ¿Recordad el día sábado para santificarlo?
Podríamos suponer por otro lado que hubiéramos estado en le lugar de Pedro en el monte de transfiguración con Santiago, Juan, Moisés y Elías; que hubiéramos visto a Cristo glorificado y que hubiéramos oído la voz del Padre desde el cielo. ¿Podríamos recordar, diez años más tarde, todos los detalles con precisión, y garantizar que el relato de los mismos pasaría con exactitud de generación en generación, por medio de la tradición oral?
Pedro no pudo. Estuvo con Cristo. Y sin embargo dice en segunda carta que hay ‘la palabra profética más segura’ (2ª Ped. 1: 19) Pedro estuvo en el monte. Vio a Cristo. Oyó la voz de Dios salir del cielo, y sin embargo dice que en la Biblia (Profecía) hay algo que es más cierto, más seguro, que oír la voz de Dios con los oídos propios y ver Jesús con los ojos propios. Se da a entender, desde luego, que algo visto con los ojos o algo oído con los oídos puede distorsionarse al cabo del tiempo. Pero hay una profecía que es más segura que la visión o audición propias, a saber la Biblia, la cual pasa a describir en los dos versículos siguientes. Debido a la inspiración del Espíritu Santo, está garantizada la exactitud de lo que se dice en ella respecto a sucesos a pesar de las fallas de la memoria y a pesar de los errores que naturalmente se desarrollan en cualquier relato de segunda o milésima mano.
Pedro se dio cuenta, pues, claramente que, por maravilloso que pudiera ser para una persona oír la voz de Dios, la certeza de ésta dura sólo para esa persona y por un tiempo limitado. Nosotros hoy día, cuando Dios ya no habla como lo hacía en otros tiempos, necesitamos el relato en blanco y negro, al que podamos recurrir una y a través para asegurarnos exactamente de lo que se dijo. Esto es lo que la Biblia nos proporciona. Nos de certeza absoluta. Se trata de la misma palabra de Dios, como si Cristo se fuera a aparecer hoy en la habitación para hablarle en forma visible, en una teofanía.
Sólo que la Biblia es mejor. Porque si Cristo le hablará una vez que él hubiera terminado de hablar su voz desaparecería. No podría Ud. Volver a ella para comprobar la precisión de su memoria. Quizás diría más tarde: ¿Fue acaso un sueño? ¿Habló Dios de verdad? ¿Y qué dijo exactamente, no en forma aproximadamente? Nunca podría comprobarlo. Nunca podría repetir ese momento bendito. Pero en la Biblia, la voz de Dios permanece grabada por siempre para que pueda volver a ella cuantas veces quiera, para comprobar con toda precisión lo que Él dijo. Así pues, si desea oír la voz de Dios, sus mismas palabras, y el mensaje auténtico que es suyo exclusivamente, si desea este milagro, entonces acude a la Biblia para escuchar la palabra de Dios. Porque la palabra de Dios es un milagro vivo; es Dios que habla constantemente al hombre, como si le estuviera conversando en forma visible en su propia habitación.
C. EL ESPÍRITU EN LA REVELACIÓN ESPECIAL
EL Espíritu Santo es el responsable de este milagro sorprendente. El es quien nos da la voz de Dios de forma que, en las lenguas originales, no tiene ni un solo error, grabado exactamente tal como Dios quiso. El Espíritu Santo también da al hombre la posibilidad de conocer asuntos eternos y temporales con certeza absoluto.
La misma Escritura da testimonio de que es el Espíritu Santo quien inspiró la Biblia. Pedro lo afirma con toda claridad cuando dice: ‘Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, siendo inspirados por el Espíritu Santo’ (2ª Ped. 1: 21). ‘Pablo dice que las cosas que dice las habla no con palabras enseñadas con sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu’ (1ª Cor. 2: 13).
En muchos lugares del Nuevo Testamento se menciona al Espíritu Santo como autor de una porción del Antiguo Testamento. En Mateo 22: 43, Jesús, al citar un Salmo, dijo que David, en el Espíritu, llamó al Mesías, (Cristo). Al escoger a un discípulo para que reemplazara a Judas, Pedro dijo: ‘varones hermanos, era necesario que se cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David a cerca de Judas, (Hech. 1: 16). Y el autor de Hebreos, al citar el Salmo 95, lo menciona sin referirse siquiera al Salmista, sino diciendo: ‘Como dice el Espíritu Santo’ (Heb. 3: 7), con lo que atribuye el Salmo al Espíritu Santo. Constantemente se alude al Espíritu Santo, y no al Padre ni al Hijo, como autor de la Biblia, si bien como vimos previamente, nunca se puede separar la obra de los tres, ya que la Trinidad es una unidad.
Ahora se suscita la pregunta: ¿Cómo inspiró el Espíritu Santo la Biblia? ¿Cómo logró que fuera la misma palabra de Dios, de forma que esté revestida de autoridad absoluta? La Biblia nos da indicios respecto a este proceso.
Ante todo, no se llevó a cabo por medio del proceso de la gracia común. No se llevó a cabo por la acción general del Espíritu Santo en las vidas de los no regenerados, lo que les proporcionan nuevas habilidades en la mente de tal manera que sus facultades naturales quedaran agudizadas hasta un grado elevadísimo, por lo que pudieron escribir obras que estuvieron al nivel de las llamadas obras ‘inspiradas´ de Dante, Milton, Shakespeare, Cervantes o Unamuno.la Biblia fue escrita por hombres regenerados, y el resultado final tiene categoría completamente diferente de todos los demás escritos. Tiene autoridad absoluta porque está divinamente inspirada, y por lo tanto es infalible.
Tampoco el Espíritu Santo dio lugar a la Biblia intensificando lo poderes regenerativos del hombre. Porque el hombre nunca llega a ser perfecto en esta vida, sino que es pecador hasta la muerte como se ve tan obviamente en David, Pedro, y Pablo. Ha habido muchos hombres santos, tales como Calvino y Lutero, que nunca fueron inspirados en este sentido. Los hombres son santos porque están unidos místicamente a Cristo Jesús, pero algunos santos son autores de la Escritura porque han sido especialmente llamados por Dios para esta misión particular.
Las pruebas tampoco señalan ningún método mecánico de dictado por parte del Espíritu Santo. El Espíritu no se apareció en una visión a unos cuantos individuos escogidos, ni les susurró al oído, de forma que estos escritores bíblicos no fueran sino secretarios que no usaran sus propias mentes, sus propios genios o propias personalidades al formular sus propios pensamientos y palabras, sino que movieran mecánicamente la pluma mientras que el Espíritu Santo les decía exactamente que tenían que escribir. Este punto de vista prescinde de lo que es obvio en la Escritura, las diferencias en los varios escritos que hacen que incluso el no experto diga: ‘Esto suena a Pablo’, o ¿No parece que esto sea David? Si es cierto que estas características personales diferentes se notan en los distintos libros de la Biblia, entonces el que sostiene la teoría del dictado debe suponer que el Espíritu Santo dictó a sus secretarios en una forma tal que creara la ilusión de que las palabras las formulaban autores humanos, cuando en realidad procedían del Espíritu Santo.
Ninguna de estas teorías es satisfactoria. Antes bien, el Espíritu Santo hizo que la Biblia fuera escrita en lo que se ha llamado manera orgánica. Fue elaborada en forma más natural, la forma en la que Dios suele actuar.
Hay un aspecto pasivo an la composición de la Biblia, y un aspecto activo. En cierto sentido los escritores fueron completamente pasivos. No cooperaron con Dios en el sentido de que ellos hicieron la mitad en tanto que Dios hacía la otra mitad, ni tampoco de manera que Dios los fuera guiando mientras ellos hacían la mayor parte del trabajo. Antes bien, fueron completamente pasivos en el sentido que Pedro indica cuando, al hablar acerca de la palabra profética más segura, dice: ‘Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo ‘inspirados’ por el Espíritu Santo’ (2ª Ped. 1: 21). El hombre no interpuso su voluntad, fue el Espíritu Santo quien la quiso. El hombre no tuvo absolutamente nada que aportar en la decisión de producir la Biblia. Dios lo decidió. En otras palabras, los autores humanos fueron los instrumentos por medio de los cuales Dios escribió. El Espíritu Santo impulsó en forma irresistible a los autores humanos para que escribieran precisamente lo que él deseaba que escribieran palabras de su propia elección. Además, la traducción más exacta de la palabra ‘inspirados’ sería: ‘llevados’. Indica la pasividad de los autores bíblicos. No fueron parcialmente activos, al mismo tiempo que eran guiados por el Espíritu Santo. Sino más bien, fueron ‘llevados’, lo que indica que no contribuyeron en nada al proceso de ser movidos, sino que fueron los objetos movidos o inspirados. La silla que es acarreada no ayuda en el traslado, tampoco quiere ser trasladada, ni contribuye en lo más mínimo al movimiento, sino que está inerte las manos del que la lleva. Así también los profetas, dice Pedro, fueron ‘llevados’ o inspirados por el Espíritu Santo para escribir lo que escribieron. Fueron pasivos.
Lo mismo indica la afirmación de Pablo en 2ª Timoteo 3: 16, cuando dice que ‘Toda la escritura es inspirada por Dios’. Este versículo quizá se traduciría mejor en esta forma: ‘Toda la Escritura es ‘espirada’ por Dios’. Es el aliento de Dios, es un producto completamente divino. Siendo esto así, la Biblia no es algo que los hombres resolvieron producir por su propia decisión, sino que la recibieron del Espíritu Santo. Es un producto divino, y los hombres fueron pasivos al producirla.
Si bien hay un aspecto pasivo en la composición de la Biblia, también hay un aspecto activo. Ahora debemos de insistir en éste si queremos describir adecuadamente el proceso de composición, y si queremos comprender en forma total de qué manera el Espíritu Santo inspiró la Escritura.
La composición de la Biblia se puede comparar en un sentido a la salvación del creyente. En un sentido se puede decir que la salvación es totalmente de Dios. Es algo que el hombre recibe. El hombre está pasivo, y Dios está activo al producirla en el hombre. Sin embargo, en otro sentido, el hombre está muy activo. Si bien toda su salvación incluye la fe, es un don que viene totalmente de Dios; y si bien ‘Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad’ (Fil. 2: 13), de forma que le hombre está completa y receptivamente pasivo; sin embargo la frase inmediatamente anterior presenta el aspecto activo de la salvación, el mandato de ‘ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor’ Dios no regenera a los hombres tratándolos como simples máquinas que no tienen, ni mente ni, voluntad. Cuando los regenera no suprime sus experiencias previas ni sus características personales de forma que pierdan todas estas cualidades especificas que hacen que el Señor ‘A’ sea tan diferente del Señor ‘B’. Los cristianos no son personajes uniformes y estereotipados, sin características propias. No son como soldaditos de plomo que hace una máquina, sin diferencias entre sí, todos pintados del mismo color, de la misma altura, con fácil al hombro, con el mismo gesto de caminar. No, Dios conserva todos los talentos distintivos del hombre, la individualidad, las características propias, y éstas forman parte de la vida del cristiano. El hombre recibe la salvación; está pasivo. Pero también está muy activo, creyendo en Cristo y viviendo la vida cristiana en una forma propia, según sus características distintivas.
En forma semejante fue la composición de la Biblia. Los autores estuvieron completamente pasivos. La Biblia es un producto divino. No procedió de la voluntad del hombre, sino que hombres de Dios hablaron inspirados ‘llevados’ por el Espíritu Santo. Sin embargo, Dios no destruyó la individualidad y talentos de los autores, haciendo que la Biblia resultará estereotipada, con un estilo único desde Génesis hasta Apocalipsis, el estilo del Espíritu Santo, con todas las diferencias humanas de los escritores suprimidas o escondidas. Antes bien. Dios permitió que las experiencias de los autores dirigieran el acto de escribir, que sus emociones diferentes afectaran su pensamiento, sus gustos individuales se expresaran en al Biblia. Dios permitió que el amor de David por la naturaleza brillará en sus Salmos, que le conocimiento que Pablo tenia de la literatura pagana se manifestara en sus cartas, que los conocimientos médico de Lucas caracterizaran su escritos, que la brusquedad de Marcos apareciera en su libro. En tanto que Pablo escribió en una lógica, Juan lo hizo en una forma más mística.
Los autores estuvieron ciento por ciento pasivos y también estuvieron ciento por ciento activos. No se les obligó a escribir mensajes contrarios a su voluntad, como tampoco el no creyente se ve obligado a creer en contra de su voluntad. Dios crea las circunstancias en una forma tal que cuando regenera el corazón del no creyente, hace naturalmente que él mismo desee apartarse de sus pecados y aceptar a Cristo como su Salvador. En una forma semejante, Dios tiene un mensaje, mensaje exacto, con palabras precisas, que quiere que escriba sin un solo error, en el punto de una ‘i’ o en el palito de una ‘t’ (Cristo dice: ‘ni una jota ni una tilde’). Para ello prepara a seres humanos para que lo hagan en una forma voluntaria y activa.
Siglos antes de que Moisés naciera, Dios moldeó a sus tatarabuelos para que hicieran llegar hasta Moisés las características adecuadas para que escribiera con una cierta perspectiva, con naturalidad, y no de una manera forzada. Fueron escogidos la madre y el padre adecuados para que le dieran cierta preparación que lo capacitaría para escribir con las emociones precisas que el Espíritu Santo deseaba. Le sobrevino persecución, de modo que, oculto y hallado en una costa, fuera adecuado en la cultura egipcia, porque el Espíritu Santo quería que aprendiera a leer y a escribir y que poseyera preparación legal, de modo que pudiera escribir el pentateuco. Luego Dios dirigió las circunstancias que rodearon la muerte de un egipcio, lo que obligo a Moisés a adentrarse en el desierto para estar solo durante años a fin de aprender humildad y devoción, de modo que pudiera escribir el Pentateuco también con ese espíritu.
Luego, cuando Dios hubo preparado todas las circunstancias en la forma adecuada, cuando Moisés y poseía las influencias hereditarias y las características apropiadas, cuando su vida ya había sido moldeada por las experiencias que el Espíritu deseaba, bajo la influencia del Espíritu, Moisés empezó a escribir exactamente lo que el Espíritu deseaba. Y no se llevó a cabo en una manera forzada de dictado mecánico, ni el Espíritu Santo le susurró al oído lo que tenía que escribir. Antes bien, influido por los muchos factores que intervinieron en su vida hasta lo más mínimos detalles, los que Dios había preparado con un propósito, Moisés escribió con naturalidad y se expresó a sí mismo como lo hubiera hecho en la vida normal. Así pues, utilizando su propia mente, sus propios recursos y características individuales, escribió las mismas palabras que el Espíritu Santo deseaba. Desde luego que, al escribir, Moisés también recibió del Espíritu Santo revelaciones directas acerca de cosas que no conocía, tales como la creación de universo o las profecías; y el Espíritu supervisó su acción de escribir de forma que no se filtran los errores que normal entran en los escritos de cualquier persona.
El producto final fue verdaderamente obra de Moisés Él lo realizó. Moisés no fue sólo un secretario o una pluma de los que el Espíritu Santo se sirvió para escribir, sino que Moisés contribuyó con su propio pensamiento y experiencias. Fueron ciento por ciento activos. Al mismo tiempo, sin embargo, como Dios había controlado todos lo factores que influyeron par Moisés escribiera, precisamente como lo hizo, lo que Moisés escribió fue también un producto divino; fue el aliento de Dios, ‘espirado’ por Dios. Fue un libro del Espíritu Santo en todas sus partes. En este sentido Moisés estuvo también ciento por ciento pasivo. El Pentateuco fue la palabra de Moisés ya la mismo tiempo la Palabra de Dios.
CONCLUSIÓN
El resultado de esta actividad y control del Espíritu Santo es un libro que, respecto a los otros libros, es lo que Jesús hombre es, respecto a los otros hombres. Así como la gente notó que Jesús hablaba no como otros hombres, no como los escribas, sino como quien tiene autoridad; así también nosotros notamos que la Biblia habla, no como otros libros, sino con autoridad de Dios. Así como Jesús fue alguien que poseyó no sólo la naturaleza humana sino también la divina, así la Biblia tiene no sólo naturaleza humana, en cuanto fue escrita por hombres, sino también naturaleza divina, en cuanto fue inspirada por Dios. Del mismo modo que Jesús es la Palabra de Dios, así también lo es la Biblia. Y del mismo modo que Jesús es Señor de Señores, Así también la Biblia es el libro de Libros.
La Biblia, pues, es la Palabra misma de Dios, y no simplemente un documento que contiene esa palabra. Es Dios que habla a los hombres todos los días. Es un milagro vivo del aliento de Dios. Y por esta razón, como lo mencionamos el comienzo de este estudio, el hombre puede poseer la certeza absoluta que los filósofos de todos los tiempos han buscado. Acudiendo a la Biblia se puede poseer conocimiento verdadero y cierto, que satisface, en forma profunda, esa ansia natural del hombre. Por consiguiente, alabemos también al Espíritu Santo, por esta tercera acción estupenda: no sólo por su acción en la creación, no solamente por sua actividad penetrante en el campo de la gracia común que hace que este mundo sea visible, sino también por hacer posible que podamos oír precisamente en este momento, y por todo lo que dure nuestra vida, la voz de Dios, que está contenida de modo permanente e infalible en la Biblia.
EL ESPÍRITU SANTO Y LA ILUMINACIÓN.
En el estudio anterior vimos que la revelación es la fuente de todo conocimiento. Dios ha dado al hombre dos clases de revelación: general y especial. La revelación general es la que se encuentra en todas partes del universo creado. La revelación especial es la Biblia. Estas dos revelaciones son la fuente de todo conocimiento. Si bien la revelación general es fuente de conocimiento, no se puede interpretar bien sin la Biblia. Explicamos el hecho de que la Biblia, por medio de la acción comprensiva del Espíritu Santo, es la voz constante de Dios y no contiene error. Si alguien quiere poseer conocimiento verdadero, debe acudir a estas dos revelaciones, y en ellas puede conseguir la certeza que busca.
Afirmamos, sin embargo, que no es suficiente que nuestro conocimiento posee una revelación externa y objetiva donde se encuentra infaliblemente escrita la verada. Esto bastó en una época cuando el pecado no había entrado en el mundo, cuando Adán y Eva todavía eran inocentes. Pero una vez que el pecado hubo entrado en el mundo, tanto la revelación general como la especial fueron suficientes para proporcionar el conocimiento verdadero. No es que estas dos revelaciones fueran insuficientes en sí mismas, ni fueran deficientes. Al contrario. En cuanto a la revelación general, el mundo creado revelaba claramente las cosas invisibles de Dios (Rom. 1:20). En cuanto a la revelación especial, el Espíritu Santo nos dio la Biblia que en las lenguas originales es infalible, tanto en las palabras mismas como en sus más pequeñas letras, ‘sus jotas y tildes’. Las revelaciones son perfectas, claras y sencillas. La deficiencia no está en ellas. Son perfectamente suficientes para darle al hombre conocimiento absoluto.
El problema está, sin embargo, en el hombre, y en este estudio veremos cómo el disfrute de la vista, o la iluminación de la mente para que el hombre pueda leer bien la Biblia, es también acción del Espíritu Santo. En primer lugar, debiéramos caer en cuenta que el hombre necesita iluminación espiritual. En segundo lugar, debiéramos advertir que el Espíritu Santo es el único que puede colmara esa necesidad.
A. LA CEGUERA DEL HOMBRE.
El Nuevo Testamento señala que el hombre natural es ciego, ciego como una piedra, de forma que no puede ver las verdades más claras ni siquiera si se las presenta un apóstol. Lucas refiere que Lidia, junto con otras mujeres que se encontraban a la orilla del río, oyeron predicar a Pablo, y que el Señor abrió el corazón de ella para que oyera las cosas que Pablo hablaba (Hech. 16: 14). La conclusión evidente es que, cuando empezó a escuchar, Lidia no entendía nada. En lo espiritual tenía embotado el corazón. Su comprensión estaba entenebrecido, para usar la descripción que Pablo hace de los Efesios gentiles (Ef. 4: 8). Podía entender el griego que se hablaba, pero no el significado verdadero de las palabras. Pero cuando el Señor abrió su corazón, estuvo en condiciones de entender lo que se le decía. Sin el Señor no tenía comprensión espiritual. Estaba ciega.
Pablo describe la ceguera del alma como un velo que hay en el corazón (2ª Cor. 3: 12-18). Al hablar de los Judíos inconversos, dice que la mente de ellos estaba ciega. Cuando se les leían los escritos de Moisés no los entendían. Esta falta de comprensión no era porque los escritos de Moisés sean difíciles, si no más bien porque no han sido regenerados; pues dice Pablo, ‘Cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará’ (v.16) y entenderán.
Quizá el pasaje de la Escritura que muestra en forma más clara la incapacidad del hombre natural para entender cosas espirituales es 1ª Cor. 1 y 2. Ahí Pablo dice que los réprobos cuando oyen el evangelio lo consideran sin sentido, ‘porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden’ (1ª Cor. 1: 18). El hombre natural no lo puede entender. Si pudiera, entonces habría muchos sabios, muchos nobles y poderosos que serían cristianos. Pero este es el caso. ´Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderoso, ni muchos nobles’ (1ª Cor. 1: 26). La razón de que las mentes brillantes no acepten el cristianismo es que todas las mentes ciegas, no importa cuál sea su cociente intelectual, a no ser que hayan sido regenerados. Pablo afirma en términos inequívocos ‘el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios’ (1ª Cor. 2: 14). No dice el hombre poco inteligente o sin educación o sin cultura, sino simplemente el hombre natural simplemente’. Las tiene por ‘locura’. Rechaza el relato de la creación como contrario a hechos científicos obvios. Toma la historia de Adán y Eva y en la serpiente como fantasía. Que el Nuevo Testamento diga que Jesús es Dios lo atribuye a autores ingenuos que vivieron mucho después y que, por tanto, no conocían muy bien los hechos. La expiación por situación la encuentran ridícula. La predestinación es evidentemente incompatible con la responsabilidad humana. Que un Dios omnipotente y al mismo tiempo santo predetermine el pecado lo consideran absurdo. En consecuencia, considerándose sabio, llega a ser necio (1ª Cor. 2: 14). Pablo vuelve a afirmar en forma enfática esta misma enseñanza cuando dice, ‘no las puede entender’. Le es imposible conocerlas. La razón es, prosigue Pablo, que las cosas de Dios se juzgan espiritualmente, es decir, sólo una persona que posee el Espíritu de Dios las puede entender. Y como el hombre natural no posee al Espíritu Santo, no las puede entender.
Si bien la Biblia nos dice que el hombre natural está completamente ciego, no se debe presumir que el regenerado tenga una visión perfecta. El Salmista dice ‘Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley’ (Sal. 119: 18) en el Antiguo Testamento hay cosas maravillosas. Son muy claras para cualquiera que pueda ver. Ahí están ante el Salmista. No pide algo más que la ley. Pero no puede ver lo que está ante él. Por ello pide que Dios abra sus ojos espirituales a fin de que pueda ver estas ‘maravillas’. En una palabra, David era parcialmente ciego, a pesar de estar regenerado.
El Nuevo Testamento también implica la ceguera parcial del cristiano. Lucas, al relatar los acontecimiento que precedieron a la ascensión, dice que cuando Jesús comunicó a sus discípulos profecías del Antiguo Testamento, ‘les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras’ (Luc. 24: 45). En otras palabras, antes de que Jesús abriera su mente, no podían entender las Escrituras, aunque quizá las habían leído un centenar de veces. Tenían la mente cerrada.
En Efesios 1: 17-18, Pablo pide que le Dios de nuestro Señor Jesucristo ‘os dé Espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cual es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santo’. Estas grandes bendiciones estaban delante de estos efesios regenerados y las estaban experimentando, y con todo no las conocían plenamente; no las podían ver. No era porque los Efesios no fueran inteligentes o educados; hay razones para creer que eran hombres muy entendidos. Tampoco era porque Pablo no les hubiera hablado de estas verdades: en Hechos 20, les había presentado todo el consejo de Dios, noche y día, con lágrimas, por tres años. Era porque todavía eran parcialmente ciegos. Aunque eran cristianos, por tanto nacidos de nuevo y trasladados del reino de oscuridad del reino de la luz, sin embargo, no se había despojado de toda su ceguera. Por ello Pablo pide que Dios le dé el Espíritu de sabiduría y revelación, que sus ojos reciban iluminación, afín de que vean las riquezas del evangelio de Cristo Jesús.
Así pues, la enseñanza inconfundible de la Escritura es que la sabiduría se encuentra en la doble revelación de Dios: el universo creado y la Biblia. Ambas son claras. Pero el pecado ha entenebrecido la mente del hombre. El hombre regenerado, en quien el Espíritu santo ha comenzado su acción santificadora, puede por lo menos vislumbrar estas verdades, pero poder ver estas verdades en la revelación de Dios, porque son absolutamente claras. Pero no puede. Llevemos a una persona al campo abierto en un día de verano, diáfano y sin nubes, en el momento en que el sol está en su meridiano, pidámosle que lo mire y preguntémosle qué ve. Si dice que no ve nada, entonces tengamos la seguridad de que está ciego, totalmente ciego, y que necesita ir al oculista. De la misma manera, presentemos a un hombre la diáfana Palabra de Dios, la cual testifica claramente acerca de la divinidad de Jesucristo, del pecado del hombre, y de que Cristo es el único camino de salvación, y luego preguntémosle si reconoce estas verdades. Si dice: ‘no veo que sean verdades; son fantasías, creaciones de la imaginación del hombre, tonterías que sólo cree un ignorante’, entonces sabremos que este hombre está ciego, completamente ciego. No puede ver nada. Debería poder ver, porque la Escritura no puede ser más clara: es tan brillante como el sol. Si no ve las verdades, entonces es que está espiritualmente ciego. Como dice la Escritura. El hombre natural no percibe las cosas de Dios. Tiene el corazón cubierto con un velo. Tiene los ojos cerrados.
B. LA ILUMINACIÓN DEL ESPÍRITU.
Para adquirir conocimiento verdadero no basta, pues, poseer la clara revelación de Dios; el hombre también debe poder ver. Y precisamente ahí es donde también entra el Espíritu Santo. Da al hombre no sólo un libro infalible, sino también ojos para que lo pueda leer.
Algunos de los pasajes ya mencionados muestran claramente que sólo Dios es quien puede abrir los ojos espirituales y no el hombre. El Salmista, al sentirse incapaz de abrir los ojos por sí mismo, le pide a Dios que lo haga suplicándole: ‘Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley’ (Sal. 119: 18). Trató de hacerlo por sí mismo. No pudo. Por ello pide a Dios, el único que puede, que abra sus ojos. Del mismo modo, Lucas dice fue el Señor quien abrió los ojos de los discípulos para que pudieran entender, y leemos que fue el Señor quien abrió el corazón de Lidia para que pudiera comprender.
En forma más específica, sin embargo, es la tercera Persona de la Trinidad, y no el Padre ni el Hijo, quien ilumina la mente del hombre. Así como es él quien da la comprensión y sabiduría naturales en primer lugar, así también es él quien restaura esta sabiduría después de que el hombre ha caído.
Esto está profusamente claro, especialmente en cuatro pasajes de la Escritura. En 1ª Corintios 2, Pablo afirma que no vino a Corinto ‘con excelencia de palabras o de sabiduría’ (1ª Cor. 2: 1) y prosigue, ‘ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios’ (1ª Cor. 2: 4-5). En otras palabras, Pablo, o ni ningún otro hombre, es capaz de comunicar fe no el conocimiento necesario para le fe por medio de la oratoria, la elocuencia, ni la lógica. Antes bien, esta fe proviene por la demostración y el poder del Espíritu Santo. Este es quien entra en el corazón en una forma indescriptible y misteriosa, el que convence a la persona en manera irresistible de la verdad del evangelio, y el que, por tanto, lo hace creer. De ahí que la fe de los corintios no se apoya en algo tan superficial como la sabiduría de los hombres, sino en el poder del Espíritu Santo.
Más adelante, en este mismo capítulo, pablo vuelve a insistir sobre el mismo punto al contrastar al hombre natural con el espiritual (1ª Cor. 2: 14-15). El hombre natural, como hemos visto, está ciego, y por consiguiente no puede percibir las cosas del Espíritu de Dios. ‘En cambio el espiritual juzga todas las cosas’ (1ª Cor. 2: 15). Cuando habla de la persona ‘espiritual’, Pablo quiere decir la persona en la que mora el Espíritu Santo. Sólo una persona así, como dice Pablo, puede juzgar y discernir todas las cosas. Por consiguiente, el Espíritu Santo es necesario para la iluminación de la mente.
En Efesios 1: 17, Pablo dice también, muy claramente, que es el Espíritu Santo el que ilumina la mente; porque pide, no que la inteligencia de los creyentes sea agudizada, no se trata de conocimiento nuevo, sino que pide, especialmente, el Espíritu de sabiduría y revelación para que ‘los ojos de su entendimiento’ sean iluminados a fin de que puedan conocer las cosas del Espíritu de Dios.
A los tesalonicenses les dice que el evangelio no les llegó sólo de palabra, ya fuesen escritas u orales, sino que fue acompañada del poder del Espíritu, de modo que fue recibido con gran gozo (1ª Tes. 1: 5-6).
Finalmente, Juan escribe que sus lectores ‘tienen la unción’, es decir, al Espíritu Santo en ellos. La consecuencia es, escribe, que ‘conoceréis todas las cosas’ (es decir las cosas básicas, espirituales, 1ª Jn. 2: 20) y que ‘la unción misma os enseña todas las cosas’ (1ª Jn. 2: 27).
En resumen, cuando el Espíritu Santo entra en la viada de la persona la ilumina, la da entendimiento, la enseña, abre sus ojos, quita el velo de su corazón, y sensibiliza su corazón a fin de que pueda conocer las cosas del Espíritu de Dios. Sin él, el hombre es ciego para ver las verdades dela revelación; pero cuando hay demostración del Espíritu y de poder el hombre conoce las cosas.
Debería observarse cuidadosamente que el Espíritu Santo no ilumina al hombre comunicándole una revelación secreta, conocimiento nuevo. No ha habido más revelaciones desde que la Biblia quedó completa; la revelación especial concluyó con el Nuevo Testamento. Además dar revelaciones nuevas sería tan inútil como tratar de que el ciego viera porque se colocan dos soles en el firmamento, en vez de uno. No, el Espíritu Santo no ilumina al hombre, dándole más conocimiento, sino actuando misteriosamente en su corazón, a fin de que pueda ver la revelación ya dada. El Salmista no necesitó otra ley, sino el que se le abriera los ojos para ver la ley que ya estaba ante él. Los Judíos inconversos no necesitaron revelaciones adicionales a las de Moisés, sino que se les quitara el velo del corazón. Los Efesios no necesitaron otro evangelio, sino que se disipara la oscuridad que les impedía ver el evangelio que Pablo ya les había predicado.
Y cuando Pablo escribe a los Tesalonicenses que ‘nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre’, no dice que les dio un mensaje nuevo, sino que el antiguo les llegó en forma nueva. De manera semejante, la razón de que los cristianos de Corinto pudieran entender el evangelio, en tanto que otros sabios no podían, no fue por una revelación nueva que les había sido dada, sino por la antigua que les había llegado con ‘demostración del Espíritu y poder’.
Esta iluminación se podría comparar a la apertura de ojos de Balaam cuando el ángel del Señor se le interpuso. El ángel estaba allí, y el asno lo podía ver pero Balaam no. A fin de que Balaam viera, Dios no tuvo que colocar otro ángel delante de él, sino simplemente abrir sus ojos para que pudiera ver al que ya estaba allí.
Esta iluminación también podría comparase al efecto de un telescopio. Sin él, el hombre no ve las estrellas que están en la lejanía. Lo que necesita es un ojo nuevo, un telescopio, afín de poder ver lo que está ante sus ojos. El telescopio no sitúa un objeto nuevo delante de la persona, sino que hace visible lo que ya está allí.
Así sucede con la iluminación por medio del Espíritu Santo. El Espíritu abre los ojos espirituales del hombre para que vea la revelación que ya está ante él. Mil revelaciones nuevas no ayudarían a que el hombre vea, si no puede ver ni una. La iluminación, pues, consiste, no en comunicar un conocimiento nuevo, sino en abrir los ojos del hombre para que vea lo está claramente delante de él.
CONCLUSIÓN
Estos hechos explican sucesos que de otro modo serían enigmáticos. A veces se piensa que si el cristiano es tan bueno, si ofrece los mayores beneficios para este mundo y el mundo venidero, si es tan lógico, si es la fuente de todo conocimiento verdadero, entonces ¿Por qué no cree más gente? ¿Por qué las iglesias en su mayoría, integradas por graduados de universidad y profesionales? ¿Por qué los más educados no llenan las iglesias?
La respuesta es, desde luego, que hacerse cristiano no depende de la sabiduría del hombre sino de la acción iluminadora del Espíritu Santo para que el que está espiritualmente ciego pueda ver.
Por esta misma razón, en ocasiones las personas con menos probabilidad acatan a Cristo. A veces miramos a una persona desde un punto de vista humano y pensamos: ‘Esta persona está perdida sin remedio. Está demasiado cerrada para llegar a ser cristiana. Nada le importa. Está demasiado empedernida en el pecado. Lanza juramentos terribles. Su vida es escandalosa’. Y sin embargo, para sorpresa nuestra, esa persona se vuelve receptiva al evangelio. Ese pecador endurecido que nunca derramó una lágrima en su vida, acude a Cristo con lágrimas en los ojos. No puede seguir haciendo más resistencia a la oferta de salvación como la margarita no puede resistir el ser aplastado bajo la pesuña del elefante. Esto ocurre así porque el llegara aser cristiano no depende del hombre, sino del Espíritu Santo. Nada tiene que ver el hecho que una persona sea un genio o un criminal empedernido. Su sabiduría no la salvará, ni su maldad lo condenará. Pero si el Espíritu Santo actúa dentro de su corazón, ese corazón se suaviza, se derrite, o como lo dice Ezequiel, el corazón de piedra se vuelve corazón de carne, toda resistencia desaparece y la persona acepta a Cristo. La salvación depende de Dios y no del hombre.
Por consiguiente, si queremos hacer discípulos para Cristo debemos pedir que el Espíritu Santo ilumine a la persona con la cual estamos trabajando. De otro modo nuestros esfuerzos de nada servirán. Podemos llevar al amigo no converso a escuchar al predicador más elocuente y popular, podemos argüir con él con la lógica más abrumadora y brillante (y el cristianismo posee una lógica sorprendente), podemos acercarnos a él en la forma más sutil, discreta y sabia, podemos hablarle hasta quedar sin aliento, pero de nada servirá si el Espíritu Santo no abre sus ojos y le quita el velo del corazón a fin de que pueda ver la verdad y crea. Así pues, para cumplir con la misión de hacer discípulos, el requisito primordial es orar para que el Espíritu Santo abarque el corazón del no creyente. Cuando eso sucede, incluso nuestra mayor necedad no puede impedirle que entienda. Quizá gran parte del desaliento que se experimenta en el evangelismo personal se debe al hecho de que, al ofrecer tratados y al dar testimonio, no hemos pedido la acción iluminadora del Espíritu Santo en la vida de aquel con quien tratamos.
Respecto a nuestra propia comprensión, también debemos pedir la iluminación del Espíritu Santo. Recordemos que los Efesios a quienes Pablo escribió ya eran cristiano. Eran aquellos a quienes Pablo escribió en ese primer capítulo tan maravilloso, mostrándoles que el fundamento de su fe estaba en el amor eterno y predestinador de Dios. Sin embargo pide en ese mismo capítulo que Dios les conceda el Espíritu de sabiduría y revelación a fin de que se iluminen los ojos de su comprensión y pueda conocer las glorias del evangelio de Cristo. Lo mismo nos sucede a nosotros; todavía hay tinieblas considerables en nuestros ojos (en algunos más que otros); aún no estamos libres de la ceguera; todavía no podemos ver tan bien como debiéramos. Por ello, como cristianos debemos orar constantemente a fin de que el Espíritu de sabiduría y revelación venga a iluminar nuestros ojos para poder ver más claramente las grandes verdades de la revelación.
Así pues, como conclusión de este estudio y del anterior, se puede afirmar que el cristianismo posee en secreto de todo conocimiento verdadero. Este secreto depende de la doble operación del Espíritu Santo. Depende de su acción en la Biblia, la voz eterna de Dios, que es la fuente de todo conocimiento, incluso de la interpretación correcta de la revelación natural; y depende de la iluminación de la mente por parte del Espíritu Santo. Sin alguien confía en estas operaciones del Espíritu, podrá alcanzar lo que los filósofos han buscado desde todos los tiempos: conocimiento verdadero. Y que dará satisfecho.
"FAMILIA (heb., mispahah, bayith, casa; gr. oika, patria, casa, clan). En un marco patriarcal el padre era la cabeza de la familia, con autoridad sobre su esposa, hijos, hijas solteras y a veces los hijos casados y sus familias, así como los primos y sus familias y posiblemente los abuelos y hasta los bisabuelos (Génesis 46:8-26). Los miembros adicionales de la casa incluidos en la designación de familia serían las concubinas, los sirvientes, los esclavos, las visitas y a veces los prisioneros de guerra. Se practicaba algo de poligamia y esto también hacía que la unidad familiar fuera más extensa. En un sentido más amplio, familia también podía significar clan, tribu o aldea, y las frases como la casa de David (Isaías 7:13) o la casa de Israel (Ezequiel 9:9; 18:30) muestran que en términos más amplios la casa podía comprender toda la nación. Algunas de las familias que volvieron del exilio en Babilonia comprendían varios cientos de miembros (Esdras 8:1-4). Un vínculo común de sangre unía a los miembros de la familia extendida o clan, quienes se llamaban hermanos (1 Samuel 20:29). Los miembros del clan aceptaban la responsabilidad comunal por asistir, proteger, compartir el trabajo, ser leales y cooperar para el bienestar general de la familia. Al ir enfocándose cada vez más la unidad familiar el sentido de responsabilidad comunal fue disminuyendo y los llamados de atención sobre las responsabilidades hacia las viudas y los huérfanos se volvieron más frecuentes (Isaías 1:17; Jeremías 7:6). Las disputas familiares disminuyeron ya que la venganza por el honor de los miembros de la familia extendida ya no era común, aunque a veces se practicaba y se esperaba (2 Samuel 3:27; 16:8; 2 Reyes 9:26; Nehemías 4:14). Las prácticas y los festivales religiosos frecuentemente estaban orientados hacia la familia, especialmente la Pascua, que era celebrada como una comida religiosa y ofrenda de acción de gracias familiar (Éxodo 12:3, 4, 46). En la época patriarcal, antes de que la adoración se centralizara en el templo y luego en la sinagoga, los padres ofrecían el sacrificio a Dios (Génesis 31:54). En el NT se hace poca referencia a la familia, salvo para reforzar el matrimonio monógamo y censurar el divorcio (Mateo 5:27-32; 19:3-12; Marcos 10:2-12; Lucas 16:18). Pablo refuerza los deberes de los miembros de la familia (Efesios 5:22—6:9; Colosenses 3:18-22). Reitera la responsabilidad económica recíproca de los miembros (1 Timoteo 5:4, 8) y la importancia de enseñar la religión en el hogar (Efesios 6:4). Pablo también insistió claramente en el papel subordinado de las mujeres en la familia (1 Corintios 11:3; Efesios 5:22-24, 33; Colosenses 3:18; cf. también 1 Pedro 3:1-7). En la iglesia primitiva —en la cual, al no haber templos, los cultos se realizaban en hogares privados— los convertidos frecuentemente eran familias enteras (2 Timoteo 1:5) o todos los miembros de la casa (Hechos 16:15, 31-34). El padre era responsable por el bienestar económico de aquellos sobre los cuales tenía autoridad. Podía venderse la familia entera por haberse endeudado y se esperaba que los tíos y los primos evitaran que la propiedad familiar pasara a manos ajenas (Levítico 25:25; Jeremías 32:6-15). Las enseñanzas de la historia, religión, leyes y costumbres hebreas pasaban de padre a hijo en el marco familiar (Éxodo 10:2; 12:26; Deuteronomio 4:9; 6:7) y se reforzaban con los numerosos ritos celebrados dentro de la casa, frecuentemente asociados con las comidas en familia. La lista de las posesiones del hombre incluía a su esposa, siervos, esclavos, bienes y animales (Éxodo 20:17; Deuteronomio 5:21). Hasta la frase “tomar una mujer” viene de una frase que significa convertirse en el amo de una esposa (Deuteronomio 24:1). Aunque la esposa se dirigía al esposo en términos subordinados, la posición de la esposa era más alta que la del resto de la casa. La responsabilidad principal de la madre era la de producir hijos, preferentemente varones. Un gran número de varones, que se convertían en trabajadores a una edad temprana, aseguraba la prosperidad económica y la seguridad futura de la familia. A lo largo de la vida la mujer estaba sujeta a la autoridad protectora de un pariente varón; como hija, la del padre y como esposa, la del marido. Si enviudaba, el pariente varón más cercano se convertía en su protector y (bajo las provisiones matrimoniales del levirato) en su redentor. La dote pagada por el novio al padre de su prometida, aunque no era un precio de compra directamente, tenía la intención de compensar al padre por la pérdida de los servicios de la hija (cf. Génesis 29:18, 27; Éxodo 22:16, 17; 1 Samuel 18:25; 2 Samuel 3:14). Después del matrimonio la novia normalmente iba a vivir con la familia del esposo. Así se convertía en parte de ese grupo familiar extendido y estaba sujeta a su autoridad. Aparte del deber primario de tener hijos (Génesis 1:28; 9:1), la responsabilidad principal de la esposa era la organización de la casa: alimento, ropa y animales domésticos. En muchas familias se buscaba su opinión para tomar decisiones y se respetaban sus ideas (Éxodo 20:12; Proverbios 19:26; 20:20; Eclesiastés 3:1-16). Para la época persa la posición de la esposa mostraba señales marcadas de mejoramiento. Tenía su propia posición en los juegos, los teatros y los festivales religiosos. Las mujeres a veces administraban propiedades y negocios (Proverbios 31:16, 18, 24; Hechos 16:14). La ley de la primogenitura proveía una porción doble de la herencia como el derecho de nacimiento del hijo mayor (Deuteronomio 21:17; Génesis 25:24, 26; 38:27-30; 43:33). Se podía perder el derecho a la primogenitura como resultado de una ofensa seria (35:22; 49:3, 4; 1 Crónicas 5:1), se la podía renunciar o vender voluntariamente como hizo Esaú con Jacob (Génesis 25:29-34). David le dio el reino a su hijo menor, Salomón (1 Reyes 2:15), a pesar de una ley que protegía al hijo mayor del favoritismo de un padre hacia un hermano menor (Deuteronomio 21:15-17). En una familia que no tenía varones, la hija podía heredar la propiedad (Números 27:8). Se pinta claramente la condición inferior de la hija en la sociedad patriarcal. Se la podía vender a la esclavitud o al concubinato para posiblemente ser vendida nuevamente (Éxodo 21:7-11). Hasta su misma vida estaba a disposición de su padre. Tanto hijos como hijas podían ser muertos por desobedecer a la cabeza de la familia. Abraham estaba dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac (Génesis 22:1-14). Judá ordenó quemar a Tamar por sospechar que ella, una viuda, había tenido relaciones sexuales con un hombre que no pertenecía a la familia de su esposo (Génesis 38:11-26), cuando normalmente se habría esperado que se casara con un pariente del esposo y de hecho estaba comprometida con su hermano. Con el advenimiento de la ley Mosaica, el padre ya no podía matar a sus hijos sin referir el caso a las autoridades. Es así que los ancianos atendían acusaciones de desobediencia, glotonería y borrachera, las cuales se podían castigar con la muerte por apedreamiento de ser hallados culpables los acusados (Deuteronomio 21:20, 21). Sin embargo, los hijos ya no podían ser considerados responsables por las ofensas de sus padres (24:16). Para la época del rey David, existía el derecho de la apelación final al monarca mismo (2 Samuel 14:4-11). Con frecuencia no se consultaba ni a los varones ni a las mujeres cuando se les escogían los compañeros de matrimonio. El matrimonio muchas veces era una alianza o un contrato entre familias y se consideraba que los deseos del individuo no eran dignos de consideración. Aunque se los amaba y valoraba, no se consentía a los hijos (Eclesiastés 30:9-12). Como responsable de la disciplina de la familia, el padre no perdonaba la vara (Proverbios 13:24; 22:15; 29:15-17). En la época post-exílica, la educación más formal del hijo varón se llevaba a cabo dentro del ámbito de la sinagoga, y justo antes de la época de Cristo se introdujo una forma de educación general en Palestina. En el AT la relación entre Dios e Israel se expresa en términos familiares tales como esposa (Jeremías 3:20; Oseas 2:19), hija (Oseas 31:22), hijos (Oseas 3:14) o desposorio (Oseas 2:2). El NT usa imágenes matrimoniales para describir la relación entre Cristo y la iglesia (2 Corintios 11:2; Efesios 5:25-33; Apocalipsis 19:7; 21:9) y se hace referencia a la iglesia como la casa o familia de Dios (Gálatas 6:10; Efesios 2:19; 3:15; 1 Pedro 4:17)."
"EL CONOCIMIENTO DE UNO MISMO Y EL CONOCIMIENTO DE DIOS Una palmada en las nalgas suele acompañar la llegada de un bebé a este mundo. La respuesta del niño es prorrumpir en una protesta estridente. ¿Por qué llora el bebé? ¿Es el llanto una respuesta al dolor? ¿O al miedo? ¿O acaso llora de rabia? Posiblemente el llanto sea provocado por todos estos factores. Nuestra entrada a este mundo está marcada por ruido y furia. Esta protesta inicial es considerada por algunos como la expresión no solo del significado del nacimiento sino del significado de la vida en su totalidad. Macbeth murmuraba: La vida no es más que una sombra que pasa, un histrión que se ensoberbece y se impacienta el tiempo que le toca estar en el tablado, y de quien luego nada se sabe: es un cuento que dice un idiota, lleno de miedo y de arrebato, pero falto de toda significación. No tener ningún significado es ser completamente insignificante. Ser insignificante es no tener ningún sentido. Y no tener ningún sentido es no tener ningún valor. El sentido de mi vida y el de la de todos está vinculado a las preguntas ¿Quiénes somos? y ¿Qué somos? Es una cuestión de identidad. Mi identidad está en última instancia vinculada a mi relación con Dios. No puedo entender quién o qué soy si no entiendo quién o qué es Dios. Existe una dependencia mutua entre nuestro conocimiento de nosotros mismos y nuestro conocimiento de Dios. Tan pronto como adquiero conocimiento de mí con yo, tomo conciencia de que no soy Dios; soy una criatura. Tengo una fecha de nacimiento, un instante en que mi vida comenzó sobre esta tierra. Mi punto de partida tallado en mi lápida no será la eternidad. No puedo saber cuál ha de ser la fecha final sobre mi lápida, pero la primera fecha fue 1939. Mi sentido de criatura hace que mi pensamiento se vuelque hacia el pasado, o "hacia arriba", a mi Creador. No puedo contemplar a Dios ni a ninguna otra cosa externa a mí mismo hasta no tomar conciencia de mí. Sin embargo, no puedo entender todo mi significado hasta que no me entienda en relación con Dios. En última instancia, entonces, la antropología, el estudio del hombre, es una subdivisión de la teología, el estudio de Dios. La crisis de la humanidad moderna la encontramos en la ruptura entre la antropología y la teología, entre el estudio de los seres humanos y el estudio de Dios. Cuando nuestra historia es narrada en forma aislada o divorciada de la historia de Dios, entonces sí se convierte en falta "de toda significación". Si nos consideramos sin referencia a Dios, nos convertimos en "una pasión inútil" como lo afirmó el filósofo Jean-Paul Sartre. ¿En qué consiste "una pasión inútil"? Una pasión es un sentimiento intenso. La vida humana está signada por sentimientos intensos. Entre ellos hay pasiones tales como el amor, el odio, el temor, la culpa, la ambición, la lujuria, la envidia, los celos, y muchísimos más. Como criaturas tenemos sentimientos muy profundos sobre nuestras vidas. La pregunta nos angustia: ¿Acaso todos estos sentimientos son inútiles? ¿Acaso todo nuestro esfuerzo y nuestro amor son un simple ejercicio en la futilidad, una excursión de vanidad? Está en juego el significado de nuestras vidas. Nos estamos jugando nuestra dignidad. Si se considera a los seres humanos aislados, no relacionados con Dios, entonces permanecen solos e insignificantes. Si no somos criaturas hechas por Dios y relacionadas con Dios, entonces somos un mero accidente cósmico. Nuestro origen es insignificante y nuestro destino es igualmente insignificante. Si surgimos del barro por accidente y hemos de desintegrarnos en el vacío o en el abismo de la nada, entonces estamos viviendo nuestras vidas entre los dos polos del más absoluto sin sentido. Somos ceros a la izquierda, desnudos de dignidad o de valor. El dotar temporalmente de dignidad a un ser humano que se encuentra entre los polos de un origen sin sentido y un destino sin sentido, es acceder meramente a los caprichos de un sentimiento. Nos ilusionamos con nuestro propio engaño. Nuestro origen y nuestro destino están unidos a Dios. El único significado final que podemos tener debe ser teológico. Esta misma pregunta que nos hacemos ya fue formulada por el salmista: El conocimiento de uno mismo Y el conocimiento de Dios. Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra (Salmo 8:3-5). Haber sido creados por Dios es estar relacionados con Dios. Esta relación ineludible nos brinda la seguridad de que no somos ruido o sentimientos inútiles. En la creación recibimos una corona de gloria. Una corona de gloria es una tiara de dignidad. Con Dios, tenemos dignidad; sin Dios, no somos nada. RESUMEN 1. No podemos conocer a Dios sin antes tomar conciencia de nosotros mismos. 2. No nos podemos conocer a nosotros mismos con precisión si no conocemos antes a Dios. Conocimiento de DIOS Conocimiento más elevado de uno mismo Conocimiento de uno mismo (conciencia de uno mismo) El conocimiento de uno mismo nos conduce al conocimiento de Dios, el cual a su vez nos brinda un entendimiento más elevado y más completo de nosotros mismos. 3. Los seres humanos en relación con Dios: Un origen con un propósito +Un destino con un propósito = Una vida con sentido. 4. Los seres humanos sin relación con Dios: Un origen sin sentido + Un destino sin sentido Una vida sin sentido. PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN Génesis 1:27, Hechos 17:22-31, Salmo 51 Romanos 1:18-23, Hechos 14:8-18. 2. HOMBRE CREADO A IMAGEN DE DIOS En el arte, el hacer imágenes es un ejercicio de belleza. La pintura, la escultura, y otras artes suelen ser imitativas. Mediante nuestra creación imitamos a los objetos de la vida real. El artista principal es Dios. Cuando Dios diseñó el universo, dejó su sello sobre él de manera tal que los cielos declaran su gloria y el firmamento nos muestra su obra. Cuando Dios hizo a las criaturas que habitan la tierra y el mar, creó una criatura singular, hecha a su propia imagen. Génesis 1:26-27 nos dice: Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, yen todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Como la Biblia dice que fuimos creados a la imagen y semejanza de Dios, algunos (en especial los católicos) han llegado a la conclusión de que existe una diferencia entre ser a imagen y ser a semejanza de Dios. Pero la estructura del lenguaje bíblico nos indica que la imagen y la semejanza se refieren a una misma cosa. Somos los iconos de Dios, criaturas hechas con la capacidad única de reflejar el carácter de Dios, como si fuésemos un espejo. El haber sido hechos a imagen de Dios suele entenderse como señalando el sentido de que somos como Dios. Aunque Él es el Creador y nosotros sus criaturas, y aunque Dios nos trasciende en esencia, en poder yen gloria, sin embargo en cierto sentido somos como Él. Hay algún tipo de analogía entre Dios y nosotros. Dios es un ser moral e inteligente. Nosotros también somos agentes morales equipados con una mente, un corazón y una voluntad. Estas facultades hacen posible que podamos reflejar la santidad de Dios, santidad que fue nuestra vocación original. La palabra hombre, cuando es utilizada en los pasajes de la Escritura como "creó Dios al hombre a su imagen" (Génesis 1:27), significa "la humanidad". Tanto el varón como la hembra de la especie humana han sido creados a imagen de Dios. Parte de esta imagen comprende el llamado de la humanidad a gobernar la tierra, a tener dominio sobre ella. Hemos sido llamados a cultivar, a llenar, y a guardar esta tierra como los regentes de Dios. Hemos sido llamados a reflejar el carácter del gobierno justo de Dios sobre el universo. Él nunca saquea o explota lo que domina, sino que reina con justicia y bondad. En ocasión de la caída de la humanidad, algo terrible ocurrió. La imagen de Dios perdió su lustre. Nuestra capacidad para reflejar su santidad se vio tan afectada que ahora este espejo está opaco. La caída, sin embargo, no destruyó nuestra humanidad. Aunque nuestra capacidad para reflejar la santidad de Dios se perdió en la caída, todavía somos humanos. Todavía tenemos una mente, un corazón y una voluntad. Todavía llevamos la marca de nuestro Creador sobre nosotros. Cristo es quien restaura la plenitud de la imagen de Dios en los seres humanos. Él es, como lo declara el autor de Hebreos, "el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia" (Hebreos 1:3). RESUMEN 1. Dios creó a los seres humanos -al varón ya la hembra- a su imagen y semejanza. 2. Existe cierta analogía entre Dios y los seres humanos que hace posible la comunicación entre ambos. 3. Los seres humanos, como Dios, son agentes morales con las facultades de pensamiento y voluntad. 4. Los seres humanos han sido llamado a ejercer el dominio sobre la tierra. 5. En la caída, la imagen de Dios en los seres humanos se opacó. 6. Cristo es la imagen perfecta de Dios. Él nos está restaurando a la plenitud de la imagen de Dios. PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN Génesis 9:6, Romanos 8:29, 1 Corintios 15:42-57, Colosenses 1:15."
"LA CONCIENCIA HUMANA Fue Jimmy Cricket quien dijo deja que tu conciencia sea siempre tu guía". Este es un buen consejo si nuestra conciencia ha sido instruida por la Palabra de Dios y dirigida por ella. Sin, embargo, si nuestra conciencia es ignorante de la Escritura e sido cauterizada o endurecida por repetidos pecados, la Teología de Jimmy Cricket puede ser desastrosa. La conciencia juega un papel importante en la vida cristiana. Resulta vital, sin embargo, que la comprendamos correctamente. La conciencia ha sido descrita como una voz interior de Dios que nuestra mente utiliza para acusarnos o excusarnos de los pecados. Incluye dos elementos básicos: (1) Una conciencia o realización interna del bien y del mal, y: (2) Una habilidad mental para aplicar leyes, normas, y preceptos a situaciones concretas. En Romanos 2:15, Pablo nos enseña que Dios ha escrito Sin ley sobre el corazón humano. La conciencia humana ha sido instruida por la revelación de la ley de Dios, que Él ha implantado en el corazón humano. Las personas tienen una responsabilidad moral de que su conciencia les dicte. Es pecado actuar en contra de conciencia de uno. En la Dieta de Lutero declaró: "Mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios porque hacer contra la conciencia no tranquiliza ni estaría bien" La respuesta de Lutero demuestra dos principios bíblicos importantes. En primer lugar, que la conciencia debe ser instruida o "hecha cautiva" por la Palabra de Dios. La conciencia puede ser mal enseñada o cauterizarse, o apagarse, por los pecados repetidos una vez tras otra. El pecado habitual o la aceptación de la sociedad del pecado nos pueden endurecer tanto que acallemos la voz de la conciencia y pequemos sin ningún remordimiento. Por otro lado, si nuestra conciencia nos convence de que algo es ilegal o pecaminoso, aunque en realidad no sea pecaminoso, igualmente estaría mal que lo hiciésemos. Hacer lo que consideramos mal, aunque no sea en realidad mal, es pecar. Pablo nos enseña que cualquier cosa que no provenga de fe, es pecado (Romanos 14:23). En dicha instancia, actuar en contra de la conciencia no nos tranquilizaría ni estaría bien. RESUMEN 1. La conciencia es una buena guía únicamente cuando ha sido instruida y dirigida por Dios. 2. La conciencia es una voz moral dentro nuestro que nos acusa o nos excusa de nuestras acciones. 3. Es un pecado actuar en contra de la conciencia. PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN Lucas 11:39-44, Romanos 2:12-16, Romanos 14:23, Tito 1:15"
"LOS SERES HUMANOS COMO CUERPO Y ALMA Tres veces a la semana me someto a la tortura de mi entrenador en el Gimnasio de Gold. Él es mi Faraón privado, mi Simón Legree. El ejercicio cardiovascular, la bomba de hierro, y las rutinas de contorsiones son parte de mi dieta. Todo esto a pesar del conocimiento de la Escritura que dice que el ejercicio corporal para poco es provechoso" (l Timoteo 4:8) Mientras me preocupo por mi cuerpo, por su peso, su apariencia y su salud, vienen a mi mente las palabras de Jesús: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno" (Mateo 10:28). Los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios, son criaturas hechas de un cuerpo material y de un alma no material. Esta alma también es llamada espíritu. Tanto el cuerpo como el alma fueron creados por Dios y constituyen dos aspectos distintos de nuestra personalidad. El punto de vista bíblico sobre los seres humanos difiere marcadamente del punto de vista de los antiguos griegos. Nuestro cuerpo y alma forman una dualidad, no un dualismo. En las teorías dualísticas, el cuerpo y el alma son vistos como dos sustancias incompatibles que coexisten en constante tensión. Son fundamentalmente incompatibles. El dualismo suele afirmar que hay algo inherentemente malvado o imperfecto en cualquier cosa física y, por lo tanto, considera que el cuerpo es un recipiente malvado para contener al alma pura. Para los griegos, la salvación significaba en última instancia ser redimidos del cuerpo, cuando el alma finalmente fuera liberada de la prisión de la carne. El punto de vista bíblico es que el cuerpo fue creado bueno y no hay ningún mal inherente a su sustancia física. Sin embargo, padece la corrupción moral de la misma manera que el alma. Los seres humanos son pecaminosos tanto en su cuerpo como en su alma. El cristianismo no enseña la redención independiente del cuerpo, sino la redención del cuerpo. Al ser una dualidad, los seres humanos son una entidad con dos partes distintas unidas por el acto creativo de Dios. No ninguna necesidad, ni filosófica ni exegética, para agregar otra tercer parte o sustancia (como un espíritu) para sortear la tensión dualística. La teología ortodoxa rechaza la visión tricotómica de los seres humanos, que concibe a los seres humanos como integrados por tres partes: el cuerpo, el alma y el espíritu. Aunque hay muchos teólogos que han argumentado a favor de la inmortalidad natural o esencial del alma humana, es importante recordar que el alma humana: (1) ha sido creada por Dios y no es inherentemente eterna; (2) aunque no está compuesta por materia y como tal sujeta a las fuerzas físicas, de todos modos es factible de ser destruida por Dios. El alma no puede existir en ningún momento separada del poder sustentador de Dios. "En él vivimos, y nos movemos, y somos" (Hechos 17:28). En el momento de la muerte, aunque el cuerpo muere, el alma del creyente y del no creyente continúan viviendo. Los creyentes aguardan la consumación de su redención con la resurrección y la glorificación de sus cuerpos, mientras que los impenitentes aguardan el juicio final de Dios. Como Dios preserva al alma de la muerte, los seres humanos tienen una continuidad de su existencia personal consciente más allá de la muerte. Toda la persona ha caído; tanto el cuerpo como el alma son los objetos de la gracia salvífica de Dios. RESUMEN 1. Los seres humanos tienen un cuerpo material y un alma inmaterial. 2. Los seres humanos son una unidad-en-la-dualidad. El cristianismo rechaza la noción griega de dualismo. Los seres humanos Unidad en la dualidad CUERPO y ALMA Los seres humanos como cuerpo y alma Concepto griego Dualismo unificado CUERPO-ALMA Tricotomía en la tensión entre el cuerpo y el alma aliviada por el espíritu. 3. El cuerpo humano forma parte de la buena creación de Dios. Aunque cayó, junto con el alma, ninguno de los dos son inherentemente malvados. 4. El alma humana no es naturalmente eterna. Debió ser creada y sustentada por Dios. PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN Génesis 1:1-2:25, Eclesiastés 12:7, Mateo 10:28, Romanos 8:18-23, 1 Corintios 15:35-55. 1 CORINTIOS 14: 33 B-36. En una enseñanza similar Pablo dice: Como Es Costumbre En Las Congregaciones De Los Creyentes, Guarden Las Mujeres Silencio En La Iglesia, Pues No Les Está Permitido Hablar. Que Estén Sumisas, Como Lo Establece La Ley. Si Quieren Saber Algo, Que Se Lo Pregunten En Casa A Sus Esposos; Porque No Está Bien Visto Que Una Mujer Hable En La Iglesia. ¿Acaso La Palabra De Dios Procedió De Ustedes? ¿O Son Ustedes Los Únicos Que La Han Recibido? (1ª Co 14: 33b-36). En esta sección Pablo no puede estar prohibiendo toda habla pública de parte de las mujeres en la iglesia, porque en 1ª Corintios 11: 5 claramente les permite orar y profetizar en la iglesia. Por consiguiente, es mejor entender este pasaje como refiriéndose al discurso que está en la categoría que se considera en el contexto inmediato, es decir, la evaluación hablada y juzgar las profecías en la congregación (ver v. 29: «En cuanto a los profetas, que hablen dos o tres, y que los demás examinen con cuidado lo dicho»). En tanto que Pablo permite que las mujeres hablen y profeticen en la reunión de la iglesia, no les permite hablar en voz alta y dar evaluación o análisis de las profecías que se han dado, porque esto sería una función de gobernar con respecto a toda la iglesia:? Esta comprensión del pasaje depende de nuestra noción del don de profecía en la edad del Nuevo Testamento, es decir, que la profecía no incluye enseñanza bíblica autoritativa, ni decir palabras de Dios que son iguales a las Escrituras, sino más bien informar algo que Dios espontáneamente trae a la mente: De esta manera, las enseñanzas de Pablo son muy consistentes en 1ª Corintios 14 Y 1ª Timoteo 2: en ambos casos se preocupa por preservar el liderazgo de los varones para enseñar y gobernar en la iglesia. NOTA: Una objeción evangélica reciente a esta conclusión sobre 1ª Co 13: 33-36 simplemente dice que estos versículos no fueron escritos por Pablo y no pertenecen en el texto de 1 Corintios, y por consiguiente no se los debe considerar como Escrituras autoritativas para nosotros hoy: ver Gordon Fee, The First Epistle to the Corinthians, pp. 699-708. El argumento básico de Fee es que es imposible reconciliar este pasaje con 1ª Co 11: 5, en donde Pablo claramente permite que las mujeres hablen en la iglesia. (También da mucho peso al hecho de que los vv. 34-35 están movidos a fin de 1ª Co 14 en algunos manuscritos antiguos). Pero Fee no da a consideración adecuada a la noción representada aquí, es decir, que Pablo simplemente está prohibiendo a las mujeres la tarea autoritativa de juzgar las profecías en la iglesia reunida. La posición de Fee es sorprendente a la luz del hecho de que ningún manuscrito antiguo de 1 Corintios omite estos versículos. (Los pocos manuscritos que ponen esta sección al fin del capítulo 14 son manuscritos mucho menos confiables que tienen también variaciones frecuentes en otras partes en 1ª Corintios). DE LAS MUJERES QUE HABLAN EN LA IGLESIA. 34 vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. 35 Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación. 36 ¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios, o sólo a vosotros ha llegado? 37 Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. 38 Más el que ignora, ignore. 39 Así que, hermanos, procurad profetizar, y no impidáis el hablar lenguas; 40 pero hágase todo decentemente y con orden. Cuando el apóstol exhorta a las mujeres cristianas a que busquen información sobre temas religiosos de sus esposos en casa, muestra que las familias de creyentes deben reunirse para fomentar el conocimiento espiritual. El Espíritu de Cristo nunca se contradice, y si sus revelaciones son contrarias a las del apóstol, no proceden del mismo Espíritu. La manera de mantener la paz, la verdad y el orden en la iglesia es procurar lo bueno para ella, soportar lo que no dañe su bienestar y conservar la buena conducta, el orden y la decencia."
+24
El Hombre Piadoso Que Se Disciplina ha añadido 27 fotos nuevas al álbum EL MATRIMONIO, HOGAR Y FAMILIA.
3 de julio de 2015 ·

EL MATRIMONIO
INTRODUCCIÓN
(1)
A. El matrimonio ha de ser entre un hombre y una mujer; no es lícito para ningún hombre tener más de una esposa, ni para ninguna mujer tener más de un marido: Gn. 2:24 con Mt. 19:5,6; 1 Ti. 3:2; Tit. 1:6.
(2)
A. El matrimonio fue instituido para la mutua ayuda de esposo y esposa: Gn. 2:18; Pr. 2:17; Mal. 2:14.
B. Para multiplicar el género humano por medio de una descendencia legítima: Gn. 1:28; Sal 127:3-5; 128:3,4.
C. Y para evitar la impureza: 1 Co. 7:2,9.
(3)
A. Pueden casarse lícitamente toda clase de personas capaces de dar su consentimiento en su sano juicio: 1 Co. 7:39; 2 Co. 6:14; He 13:4; 1 Ti. 4:3.
B. Sin embargo, es deber de los cristianos casarse en el Señor. Y, por lo tanto, los que profesan la verdadera fe no deben casarse con incrédulos o idólatras; ni deben los que son piadosos unirse en yugo desigual, casándose con los que viven una vida malvada o que sostengan herejías condenables: 1 Co. 7:39; 2 Co. 6:14.
(4)
A. El matrimonio no debe contraerse dentro de los grados de consanguinidad o afinidad prohibidos en la Palabra, ni pueden tales matrimonios incestuosos legalizarse jamás por ninguna ley humana, ni por el consentimiento de las partes, de tal manera que esas personas puedan vivir juntas como marido y mujer: Lv. 18:6-18; Am. 2:7; Mr. 6:18; 1 Co. 5:1.
MATRIMONIO. Formalizar y santificar la unión del hombre y la mujer para la procreación de hijos. El término más común en heb. Es laqah, tomar en matrimonio. Debe ser considerado junto con el verbo ba’al, ser dueño, gobernar, o poseer en matrimonio tanto como con el sustantivo ba’al, dueño, señor, esposo.
El padre estaba a cargo de encontrar una novia adecuada para su hijo. Los deseos o sentimientos de los jóvenes eran mayormente irrelevantes en la decisión. El matrimonio de Isaac fue arreglado entre el siervo de su padre y el hermano de su futura esposa. A ella le consultaron al final (Génesis 24:33-53, 57, 58), aunque a lo mejor sólo porque su padre ya había muerto. En raras ocasiones el consejo de los padres era ignorado, rehusado o no solicitado (Génesis 26:34, 35), y, en una ocasión muy rara, Mical, la hija de Saúl, expresó su amor por David (1 Samuel 18:30).
El casamiento con un extranjero era generalmente no aconsejado, aunque algunos hebreos tomaban esposas de entre las mujeres capturadas en guerra.
Los padres de Sansón le dieron permiso para casarse con una mujer filistea (Jueces 14:2, 3). Siempre se expresaba el temor de que el matrimonio con un no israelita debilitaría la fe del pacto debido a la presencia de ideas y prácticas relacionadas con otros dioses (1 Reyes 11:4).
Debido a que matrimonios entre parientes cercanos eran comunes, había límites de consanguinidad que los israelitas debían seguir (Levítico 18:6-18).
Antiguamente, un hombre podía casarse con su media hermana del lado de su padre (Génesis 20:12; 2 Samuel 13:13), aunque estaba prohibido en Levítico 20:17. Primos, como Isaac con Rebeca y también Jacob con Raquel y Lea, frecuentemente se casaban, aunque un matrimonio simultáneo con dos hermanas estaba específicamente prohibido (Levítico 18:18). La unión de tía y sobrino produjo a Moisés (Éxodo 6:20; Números 26:59), aunque un matrimonio entre tales parientes fue prohibido posteriormente por la ley de Moisés. Jacob, ya casado con las dos hermanas, Raquel y Lea, recibió las siervas de cada una como esposas (Génesis 30:3-9), mientras que su hermano Esaú tuvo tres esposas (Génesis 26:34; 28:9; 36:1-5). De Gedeón se dice que tuvo muchas mujeres (Jueces 8:30, 31) y Salomón tuvo 700 esposas y 300 concubinas (1 Reyes 11:1-3).
A pesar de estos ejemplos de poligamía, la forma de matrimonios más común y aceptable era la monogamia, la cual recibió la sanción de la ley de Moisés (Éxodo 20:17; 21:5; Deuteronomio 5:21, et al.). La enseñanza de Jesús sobre el matrimonio enfatizaba el hecho de que es un compromiso de por vida y, aunque reconocía que Moisés había reglamentado la práctica del divorcio que ya existía en sus tiempos ante vuestra dureza de corazón (Marcos 10:4, 5), él enseñó la monogamia hebrea tradicional y agregó que el matrimonio de una persona divorciada mientras que el cónyuge estuviera todavía vivo constituía adulterio (Marcos 10:11, 12).
El matrimonio levirático ayudó a mantener y a proteger el nombre de familia y la propiedad de la misma. Cuando un hombre moría sin dejar hijo, era la responsabilidad del pariente varón más cercano, generalmente el hermano, de casarse con la viuda. El primer varón que naciera de esta unión sería considerado hijo del muerto y le correspondería por ley su nombre y todos los derechos a su propiedad. Inclusive, si la viuda ya tenía hijos, todavía se esperaba que el pariente varón se casara con ella y la mantuviera.
Antes de casarse, una mujer era miembro de la familia de su padre y, como tal, estaba sujeta a su autoridad. Al casarse, su esposo se convertía en su protector y, cuando éste moría, por medio de su matrimonio levirático ella encontraba su nuevo redentor. Tal como muchas otras tradiciones hebreas, el matrimonio levirático era también conocido por los cananeos, las asirios y los heteos. El matrimonio levirático más conocido en el AT es el de Rut la moabita, quien se casó con Boaz después de que el pariente más cercano rehusó tomar la responsabilidad (Deuteronomio 25:5-10; Rut 4:1-12).
La práctica de desposarse (Deuteronomio 28:30; 2 Samuel 3:14) involucraba cierto estado legal que la hacía casi idéntica al matrimonio. La ley demandaba que un hombre que cometiera adulterio con una virgen desposada con otro debía ser apedreado por violar a la mujer de su prójimo (Deuteronomio 22:23, 24). Era normal que una pareja estuviera desposada por un año, y este año contaba como parte de la relación matrimonial permanente (Mateo 1:18; Lucas 1:27; 2:5). Durante el primer año de su matrimonio el novio estaba exento del servicio militar (Deuteronomio 24:5) para que el matrimonio fuera establecido sobre una base sólida. El padre de la novia se refería a su yerno como tal desde el momento que la pareja se desposaba (Génesis 19:14), una costumbre que fortalecía el concepto de la solidaridad de la familia. En el período antes del cristianismo, el divorcio era una opción siempre disponible al esposo y a veces también a la esposa.
Después del regreso de la cautividad, se demandó el divorcio al por mayor de todos los hebreos que se habían casado con mujeres extranjeras para evitar la influencia de la idolatría en el pueblo de Dios. Sin embargo, bajo circunstancias normales, en la tradición judía había una tendencia a disuadir a los israelitas de divorciarse. Siguiendo la costumbre egipcia, se exigía una multa pesada de dinero de divorcio como fuerza disuasiva. El estado de la esposa no era muy elevado, sin embargo; un certificado de divorcio podía tomar la forma de un rechazo muy simple del esposo con una expresión tal como: Ella ya no es mi mujer, ni yo soy su marido (Oseas 2:2). En el primer período cristiano, el divorcio podía ser considerado solamente cuando existía un matrimonio mixto entre un creyente y un pagano y, hasta en este caso, no se le permitía al creyente casarse de nuevo mientras que el cónyuge estuviera vivo. La iglesia primitiva fue criticada por ser demasiado indulgente cuando empezó a dejar que las viudas se casaran de nuevo.
MATRIMONIO LEVIRATICO: (lat. levir, un hermano del esposo). Una costumbre antigua, sancionada por la práctica (Génesis 38:8 ss.) y por la ley (Deuteronomio 25:5-10, que no contradice Levítico 18:16; 20:21, donde todos los participantes están vivos), de manera que el hermano o el varón familiar más cercano de un hombre que ha muerto debía casarse con la viuda y levantar descendencia en nombre de él. Rehusar esta obligación era causa de infamia pública (Génesis 38:8-10). El casamiento de Rut con Boaz reconoció esta ley (Rut 4:1-17). También se lo ve resaltado en el argumento de los saduceos en Mateo 22:23-33.
EL MATRIMONIO
La institución del matrimonio fue ordenada e instituida por Dios en la creación. Cristo la santificó con su presencia en las bodas de Canaán y por medio de las instrucciones dadas por los apóstoles en el Nuevo Testamento. La mayoría de las ceremonias de casamiento reflejan esto y reconocen el origen divino del matrimonio. Lo que se suele ignorar o pasar por alto en los contratos modernos es que el matrimonio ha sido regulado por los mandamientos de Dios. La ley de Dios circunscribe el significado y la legitimidad del matrimonio.
El matrimonio debe ser una relación exclusiva entre un hombre y una mujer en la que ambos se convierten en "una carne", siendo unidos física, emocional, intelectual y espiritualmente. La intención es que dure por toda la vida. La unión está asegurada por un voto sagrado y una alianza, y consumada con la unión física. La Escritura señala solo dos motivos por el cual esta unión puede ser disuelta -la infidelidad y el abandono.
La infidelidad está prohibida en la relación matrimonial. La institución del matrimonio fue creada por Dios para que los hombres y las mujeres pudiesen complementarse mutuamente y participar en su obra creativa de procreación. La unión física necesaria para la procreación tiene también un significado espiritual.
Está señalando e ilustrando la unión espiritual entre el esposo y su esposa. Pablo utiliza esta unión para simbolizar la unión entre Cristo y su iglesia de la misma manera que el Antiguo Testamento describía a la relación de la alianza entre Dios e Israel con la figura del matrimonio. La fidelidad, el cariño y el apoyo mutuo, deben estar en el fundamento del matrimonio. Los actos de infidelidad quiebran este pacto y, en consecuencia, le permiten a la parte lastimada la posibilidad de pedir el divorcio.
Además, Pablo en 1 Corintios 7:12-16 nos dice que si alguien de la pareja es abandonado o abandonada, él o ella no tienen la obligación de mantener la alianza matrimonial. El abandono, como la infidelidad, es una violación fundamental de la intención de Dios para el matrimonio.
El matrimonio es una ordenanza de la creación. No es necesario ser un cristiano para recibir la gracia común de esta institución. Mientras que todos los hombres y las mujeres pueden casarse, el cristiano debe casarse solamente "en el Señor". La Escritura es clara a este respecto y prohíbe que los cristianos se casen con los no cristianos.
En la institución del matrimonio, el marido debe ser "la cabeza" de la mujer. La mujer debe sujetarse a su marido como se sujeta al Señor. El marido debe amar a su mujer y entregarse a ella con sacrificio de la misma manera que Cristo amó a su esposa, la iglesia, y entregó su vida por ella.
RESUMEN
1. El matrimonio ha sido instituido por Dios y está regulado por Dios.
2. El matrimonio debe ser monogámico.
3. La unión física permitida y ordenada en el matrimonio refleja la unión espiritual entre el esposo y su esposa.
4. El estado matrimonial es utilizado en sentido figurado en la Escritura para ilustrar la relación entre Cristo y su iglesia.
5. El matrimonio, siendo una ordenanza de la creación, es posible para todos los seres humanos. La iglesia reconoce los matrimonios civiles. Los cristianos, sin embargo, deben casarse "en el Señor".
6. Dios ha ordenado la estructura de la unión matrimonial. Cada miembro de la pareja tiene mandatos específicos de Dios que debe obedecer.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Génesis 2:24, Mateo 19:1-9, 1 Corintios 7, Efesios 5:21-33, 1 Tesalonicenses 4:3-8, Hebreos 13:4.
EL DIVORCIO
La cuestión del divorcio se ha convertido en un tema urgente en una sociedad donde la incidencia de los divorcios ha alcanzado proporciones epidémicas. Debido a la proliferación radical de los divorcios y a los problemas legales y familiares que provoca, la ley se ha movido en la dirección de facilitar el proceso permitiendo el divorcio sin ninguna causal. Al convertirse el divorcio cada vez más fácil de obtener, el problema de su aceleración se exacerba.
La Biblia no es tan superficial al tratar el divorcio. La enseñanza de Jesús sobre el tema está planteada en el contexto de un debate del primer siglo entre las escuelas rabínicas. Los liberales y los conservadores mantenían un largo desacuerdo sobre las bases legítimas para el divorcio. Jesús fue confrontado con el siguiente planteo:
Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Él, respondiendo, le dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre (Mateo 19:3-6).
Observamos que cuando los fariseos le preguntaron a Jesús sobre la ley de divorcio liberal, Jesús inmediatamente los remitió a la Escritura y a la institución originaria de Dios para el matrimonio.
Subrayó que el matrimonio está intencionado para durar toda la vida. Resaltó la unión entre el hombre y la mujer en una sola carne, unión que no puede ser disuelta por decretos humanos.
Solo Dios está autorizado para determinar los fundamentos para disolver el matrimonio. El debate continuó: Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? Él les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera (Mateo 19:7-9).
Si analizamos en detalle la respuesta de Jesús, vemos que cuestionó la manera que los fariseos tenían de entender la ley del Antiguo Testamento. Moisés no había "ordenado" el divorcio sino que lo había permitido para casos especiales. (Moisés, por supuesto, era el vocero de Dios. Fue Dios quien permitió este desvío de su intención original por la presencia del pecado que violaba el matrimonio.) Jesús les recordó que hasta este permiso había sido dado solo por causa del pecado (la dureza de su corazón) y que por sí no anulaba la intención original del matrimonio.
Jesús luego dio su pronunciamiento sobre el tema –prohibiendo el divorcio excepto por causa de inmoralidad sexual. Sus palabras enigmáticas sobre un segundo matrimonio y el adulterio deben ser entendidas en relación con los divorcios inválidos e ilegítimos. Si se permite el divorcio en los casos que Dios no lo permite, entonces la pareja sigue casada a los ojos de Dios. Por lo tanto, un segundo matrimonio entre dos personas ilegítimamente divorciadas constituiría una relación de adulterio.
Más adelante, como lo expresamos en el capítulo anterior, Pablo extendió el permiso del divorcio para el caso del creyente que había sido abandonado por el no cristiano (l Corintios 7: 1015).
La Confesión de Westminster resume este tema. Expresa lo siguiente: En el caso del adulterio después del matrimonio, es legítimo que la parte inocente solicite el divorcio; y que después del divorcio pueda contraer nuevo matrimonio, como si la parte ofensora se hubiese muerto. Aunque la corrupción del hombre puede ser tal que proponga otros argumentos indebidos para romper los lazos que Dios ha unido en el matrimonio; sin embargo, nada excepto el adulterio, o el abandono voluntario que de ningún modo pueden ser remediados por la iglesia, o el magistrado civil, es motivo suficiente para disolver los lazos del matrimonio; por lo cual, deberá cumplirse con un procedimiento público y ordenado; y las personas involucradas no deberán ser dejadas libres a su voluntad, y su discreción, para su propio caso.
RESUMEN
1. La Biblia no suscribe el divorcio "sin ninguna causal".
2. Jesús repudió la posición liberal sostenida por los fariseos con respecto al divorcio.
3. Moisés permitió, pero no ordenó, el divorcio.
4. Jesús permitió el divorcio narra los casos de inmoralidad sexual.
5. Jesús enseñó que el matrimonio entre dos personas ilegítimamente divorciadas constituye adulterio.
6. Pablo agregó la deserción por parte del no creyente como otra causal para el divorcio.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Mateo 5:31-32, Mateo 19:3-9, Romanos 7:1-3, 1 Corintios 7:10-16.
MATRIMONIO DIVORCIO Y NUEVO MATRIMONIO INTRODUCCIÓN
Éste no es un estudio sobre el matrimonio en sentido primario, aunque he tenido que decir mu¬cho sobre el matrimonio (para más detalles ver mi libro Vida cristiana en el hogar. No hay manera de hablar sobre el divorcio y el nuevo casamiento sin discutir primero el matrimonio. No quiero decir que hayamos de tratar el matrimonio de modo exhaustivo, pero hay necesidad de conside¬rar los principios básicos. Sin esto como fondo, es difícil ver el punto de vista bíblico sobre el divor¬cio y el nuevo casamiento.
Los temas tratados en este estudio implican cuestiones de gran interés para la Iglesia. Si bien no todos los problemas pueden ser resueltos en estas páginas, espero que el lector estará de acuerdo en que se resuelven bastantes. Debido a que los asuntos del divorcio y el nuevo casamien¬to han sido evitados en el pasado reciente, hay poco material sustantivo a disposición. Los co¬mentaristas lo discuten brevemente, de paso, cuando tocan los pasajes pertinentes en la Biblia. De vez en cuando se oye algún sermón que toca algunas de las cuestiones fáciles. Pero, de modo fundamental, la dirección de la Iglesia ha ido a la deriva, y los miembros la han seguido.
Cuando hace veinticinco años empecé oficial¬mente mi ministerio como pastor de una iglesia en la sección occidental de Pennsylvania, los cris¬tianos apenas hablaban del divorcio y el nuevo casamiento. No es que estas cuestiones fueran tabú; es que no parecía que fuera necesario. Apar¬te del libro de John Murray, virtualmente nadie escribía sobre estas cuestiones. Hoy, naturalmen¬te, los estantes de las librerías cristianas están atiborrados de libros sobre el matrimonio y el di¬vorcio, aunque uno pierde las ganas de seguir le¬yendo la mayoría de ellos una vez ha dado una ojeada a varias páginas. Pero en aquellos tiempos las cosas eran así. ¿Por qué?
No veíamos la necesidad de discutir la familia por cierto número de razones. En primer lugar, estábamos liados en una lucha de vida o muerte con el modernismo o liberalismo, y estábamos perdiendo la mayoría de las batallas. Las institu¬ciones cristianas a docenas caían en mano moder¬nistas; los conservadores eran echados de sus igle¬sias, en tanto que las denominaciones, una tras otra, pasaban bajo el control de líderes no creyen-tes. La radio (la TV religiosa estaba sólo en su co¬mienzo) pertenecía a los modernistas. Los evolu¬cionistas iban a la cabeza. Los conservadores es¬taban sentados frente a sus iglesias, caídos y vendándose las heridas. La lucha era encarnizada por todas partes, y pocos los recursos o el personal. En realidad, en comparación con la abundancia de materiales de hoy, se publicaban muy pocos li¬bros de cristianos. Las grandes editoriales las di¬rigían los modernistas, y modernista era el perso¬nal. Los editores conservadores eran pocos y pe¬queños, y el mercado conservador era escaso. Los cristianos que creían en la Biblia eran una peque¬ña minoría.
Los conservadores estaban a la última pregun¬ta. Y en aquellos días, gran parte de ellos eran dispensacionalistas, del tipo de los que decían: «Pronto habrá llegado el fin. Ésta es la hora undé¬cima. Si podemos resistir por un año o dos, el Se¬ñor vendrá dentro de poco.» Esto significaba que se hacían muy pocos planes de largo alcance, y no había nadie a la ofensiva, activo, agresivo; había, pues, una preocupación mínima sobre las fami¬lias.
Unido a estas actitudes estaba el hecho de que no quedaban muchos recursos, tiempo o energía para producir. Lo que quedaba se utilizaba en la defensa. Algunas cosas tenían que ser sacrifica¬das. Por desgracia, lo que se procuraba cultivar eran cosas distintas de las que trata este estudio.
En tanto que esta explicación no excusa a la Iglesia, sí explica por qué toda una generación (la mía) creció con una instrucción muy escasa o nin¬guna sobre la vida cristiana (en general) y el ma¬trimonio y la familia (en particular). No nos que¬daba más recurso que avanzar dando tropiezos, no siempre por el camino recto, cuando teníamos que aprender lo que ahora podemos pasar a la próxima generación.
El ministro joven que empieza hoy vive en una era totalmente diferente. La situación ha cambia¬do radicalmente. La verdadera iglesia está ahora encima; son los modernistas que van de capa caí¬da. Los conservadores ahora tienen los recursos máximos y avanzan hacia adelante. Los semina¬rios están a rebosar de estudiantes, y hay libros sobre todas las fases de la vida. (En realidad, el problema hoy es abrirse paso entre la plétora de publicaciones para descubrir lo que vale la pena.)
Y, con todo incluso con este cambio, ha habido pocos libros sobre el divorcio y el nuevo casamiento, virtualmente ninguno bueno, aparte de los mencionados en -el prefacio. Hay libros anecdóticos, que nos cuentan las luchas y tribula¬ciones de los matrimonios naufragados, sermones que denuncian el divorcio, pero todavía hay pocas obras que consideren estas materias exegética y teológicamente. Los pastores, como resultado, es¬tán desorientados. Sus consejos de iglesia son confusos. Los seminarios, en gran parte, esquivan el tema, y el público cristiano está totalmente perplejo. Incluso muchas cuestiones sobre el ma¬trimonio quedan todavía por clarificar.
Añádanse a esta confusión todas las nociones eclécticas importadas de origen psicológico o psico-terapéutico pagano, y rocíense con algunas ideas populares junto con algunos conferencian¬tes bien intencionados (pero equivocados), y ten¬dremos todos los ingredientes necesarios para un brebaje más bien áspero al paladar. Hay más li¬bros que psicologizan las Escrituras cuando dis¬cuten el divorcio, que libros que hagan una exégesis seria en su intento de comprenderlo y expli¬carlo. Es evidente, pues, que la necesidad de estos materiales es grande.
Pero esto no es todo. Hubo un tiempo en que el pensamiento de la Iglesia (equivocadamente) creía que podía depender de la sociedad en gene¬ral para dar apoyo e instruir a los jóvenes sobre el matrimonio. Los educadores, los políticos, los líderes populares, y casi todo el mundo (incluidos los departamentos de policía), en aquel entonces adoptaban una posición clara y explícita en favor del matrimonio y contra el divorcio. El matrimo¬nio y la familia en nuestro país tenían asientos en primera fila, junto a la maternidad, la bandera norteamericana y la tarta de manzana. Así, toda una generación (o dos) creció sabiendo que estaba a favor del matrimonio, aunque no sabía por qué. Bíblicamente éramos analfabetos respecto a la fa¬milia, el matrimonio, el divorcio y el nuevo casa¬miento.
Hoy se ven muchas diferencias: la gente ya no piensa tanto que la bandera norteamericana, la maternidad y la tarta de manzana sean intangibles. Los jóvenes han visto quemar la bandera, los adherentes a la ERA y las lesbias han denunciado la maternidad, y espero que el FDA o el cirujano ge¬neral, uno de esos días, vaya a prohibir la tarta de manzana como «peligrosa para la salud». Los tiem¬pos han cambiado. La familia no ha quedado inmune; junto con otros valores axiomáticos, el suyo ha sido puesto en duda. En realidad, la fami¬lia está sometida a serios asaltos; ¡no es de extra¬ñar que haya tantos divorcios!
Los matrimonios de tipo abierto y otra docena de variedades son defendidos en las escuelas; los programas de TV han popularizado el divorcio y el nuevo casamiento, lo han hecho aceptable y aún lo glorifican; y a los jóvenes se les dice que el matrimonio es una invención humana y que aho¬ra ya no es necesario cuando hemos llegado a la «mayoría de edad». Se nos dice que ha dejado de ser útil y que en el mejor de los casos es inofen¬sivo, si bien innecesario, un vestigio o reliquia del pasado. Estamos ya más allá de la necesidad de un matrimonio para que controle la vida huma¬na. Si hoy es más conveniente no casarse, cuando ya no somos tan cándidos sobre los métodos anti-conceptivos, pues uno deja de casarse. Después de todo, el matrimonio tiene sus inconvenientes, ¿no? Y si el hombre lo inventó como una conveniencia, ahora que están a disposición la píldora y los abortos a petición legales, el hombre puede prescindir del matrimonio, pues ya no es necesa¬rio.
Bajo esta clase de ataque por parte de teólogos modernistas, los políticos, maestros, médicos y otros, la juventud cristiana está confusa. Han cre¬cido sin una instrucción bíblica sólida, positiva, sobre el matrimonio, tanto de sus padres como de la Iglesia, y ahora sucumben al bombardeo de estas ideas negativas sobre el matrimonio y la fa¬milia.
Esta nueva situación exige una nueva respues¬ta de la Iglesia y del hogar cristiano. Hemos de aprender a discutir los elementos básicos del ma¬trimonio y del divorcio. Ya no podemos seguir de¬pendiendo de instituciones sociales para que lo hagan por nosotros. (En realidad nunca han podi¬do. Siempre han apoyado el matrimonio por razo¬nes no bíblicas y, por tanto, han sembrado la se¬milla de su destrucción.) Si no lo hacemos noso-tros, podemos estar seguros de que el mundo les va a enseñar sus ideologías. Y ahora que el mun¬do ha salido de su escondrijo, abiertamente ex¬presa las ideas de la «nueva normalidad» que ya estaban presentes antes, pero debajo de la mesa. Es imposible, pues, que los cristianos se queden mano sobre mano en tanto que nuestra juventud va siendo corrompida.
En épocas anteriores, cuando teníamos enta¬blada la batalla con el modernismo, cuando los recursos eran tan limitados y cuando la sociedad abiertamente apoyaba algo similar a los ideales cristianos del matrimonio y el divorcio, podía ser fácil dejar dormir toda la cuestión. Además, como había tan poco divorcio, en general (y especial¬mente en la Iglesia), el divorcio representaba una tentación en la cual la Iglesia no se creía que iba a tropezar. El creyente cansado de luchar podía fácilmente razonar (con alguna justificación): «¿Por qué defenderse contra el perro si está dur¬miendo? ¿Quién lucha contra la familia, después de todo? ¿Por qué preocuparse de este tema?» Pero, aunque entonces no era del todo erróneo ha¬blar de esta forma, ¿quién puede dejar de ver que hoy es falso? La guerra que luchamos hoy es en un frente distinto: el frente pasa por el hogar.
En cierta forma, pues, estamos en mejores condiciones que nunca antes. Este ataque más abierto, menos sutil, sobre la familia, ha forzado a la Iglesia a volver a la Biblia y renovar el estudio del matrimonio y el divorcio, que había sido des¬cuidado durante tanto tiempo. Esto, desde el pun¬to de vista de su responsabilidad, es algo bueno (aunque las razones de la presión que se le hace son muy tristes).
A menos que nos lancemos ahora a mostrar lo que tenemos ya no podemos esperar más, todos los valores cristianos quedarán arrastrados. Y la próxima generación de cristianos va a crecer como los infieles, siguiendo sus sentimientos so¬bre estas materias, en vez de seguir sus responsa¬bilidades bíblicas.
Consideremos ahora un factor más. En aque¬llos días, yendo hacia atrás todo lo que puedo re¬cordar, muchas iglesias no trataban los asuntos del divorcio y el nuevo casamiento, porque (como apunté) esta cuestión no tenía importancia. El di¬vorcio era virtualmente desconocido entre cristia¬nos hasta hace unos veinticinco años. Por ello, la Iglesia podía cerrar los ojos sobre el tema. Era conveniente, porque el divorcio estaba embrolla¬do y los pasajes bíblicos no se mostraban fáciles de entender. Entonces, también, los nuevos con vertidos eran pocos, de modo que había menos personas ya divorciadas que entraban en la Igle¬sia, de las que entran hoy. Además, la sociedad (como hemos dicho) no veía con buenos ojos el di¬vorcio, y las leyes presentes hacían el divorcio di¬fícil, de modo que también había menos fuera de la Iglesia. Las iglesias conservadoras, respaldadas por esta postura ética de la sociedad, en general, tenían muy pocos casos que resolver. En general seguían una política de no intervención. Había al¬gunas excepciones, naturalmente. Pero, en con¬junto, las iglesias conservadoras se mantenían en una ignorancia feliz, por encima de estos asuntos sórdidos y mundanos, y no tenían por qué dedicar tiempo y sudor a estudiar y resolver los proble¬mas desconcertantes y desagradables relaciona¬dos con toda esta área. Pero hubo un rudo desper¬tar cuando las cosas dieron media vuelta; la nue¬va moralidad sacó ventaja y se proclamó victorio¬sa, y la Iglesia, pillada desprevenida, no supo qué decir.
La Iglesia pudo fácilmente mantener su acti¬tud de «yo soy más santo que tú» cuando había tan pocos casos con que enfrentarse (o sea, que podían ser esquivados). Estos casos solían darse en vidas que habían naufragado, después de todo. Y se pensaba: «¿No son estos casos sospechosos?»
Algunos divorciados consiguieron sobrevivir a este tratamiento por su cuenta. Otros se fueron, ¿quién sabe adonde? Muchos se eliminaron de la primera fila, nada de cargos, de enseñar, incluso de cantar en coros, porque eran «divorciados», y, así, pasaron a ser ciudadanos de segunda clase en el reino de Dios.
Y la mayoría de pastores nunca, en ningún caso y bajo ninguna circunstancia, volvía a casar a las personas divorciadas; ésta era la actitud ge¬neral. Los pastores defendían con éxito sus posi¬ciones atrincheradas en métodos y reglas, o sea, política operativa: «Me sabe mal, pero nosotros no casamos a las personas divorciadas.» No se ha¬cía pregunta alguna sobre el pasado; había ocu¬rrido un divorcio y ¡esto era bastante! Este tipo de actitud no ha desaparecido del todo. Hoy per¬siste todavía en algunos puntos, y ciertamente va siendo reforzada por medio de enseñanzas que circulan por todo el país.
De modo que todo esto hemos de tenerlo en cuenta como fondo para nuestra discusión. Es así que hemos llegado al punto en que estamos. Bien, y si es así, ¿dónde estamos?
Vivimos en una cultura ambiental en transi¬ción. Vivimos en unos días en que todos los valo¬res son discutidos (tanto dentro como fuera de la Iglesia). Han sido arrancados de raíz, echados al aire, y ahora empiezan a posarse como una ensa¬lada mezclada toda ella.
1. Los cristianos están confusos. No saben se¬guro lo que han de creer.
2. No saben lo que es tradición y lo que es bíblico.
3. Quieren rechazar las tradiciones de los hombres en favor de una posición más bíblica.
4. Pero no saben dónde hallar la ayuda que necesitan. Personalmente, esto me gusta a mí.
Hay oportunidades para pensar bíblica¬mente, de nuevo, sin los estorbos de prejuicios, que realmente no tienen base para que sean acep¬tados por personas que quieren pensar de modo bíblico. Es un momento magnífico en que minis¬trar la palabra. Con todo, tiene sus propias tenta¬ciones. El radicalismo de la clase que lo echa todo, lo bueno y lo malo prospera en períodos así. El miedo al radicalismo, por otra parte, aho¬ga los cambios buenos y el verdadero progreso en el pensamiento. Pero no hemos de permitir que los extremos impidan el progreso en entender y aplicar las Escrituras. La gran ventaja de un pe¬ríodo así es que los cristianos conservadores están dispuestos a prestar atención seria a los nuevos puntos de vista, con tal que sean realmente bíbli¬cos. Mi propósito en este libro es explorar las Es¬crituras y llegar a posiciones más concretas y más definidas de carácter bíblico. Quiero ser tan bíbli¬co como pueda. El lector puede decidir si lo he conseguido o no.
No hay otra posibilidad. La Iglesia está su¬friendo. Las personas divorciadas son una avalan¬cha en nuestras congregaciones. Los nuevos casa¬mientos tienen lugar por todas partes. ¿Es recto? ¿Es malo? ¿Sobre qué base se trata a las personas divorciadas? Estas preguntas y otras muchas simi¬lares no pueden ya ser descartadas, no se puede hacer a los mismos oídos sordos. Por el hecho de que creo tener algunas respuestas (aunque no todas), considero que no debo abstenerme en in¬tentar aclarar tantos problemas como pueda. El lector tiene en las manos el fruto de mis esfuer¬zos.
Dije antes que me gusta el hecho de que la Iglesia no puede ya evitar tratar esta área durante más tiempo. Esto es verdad; la frecuencia de las preguntas y la enormidad del problema presente ha llevado a innumerables peticiones de que se escriba un libro así.
Reconozco que este libro llega demasiado tar¬de para ayudar a muchos. Pero quizá podemos re¬cobrar algo y evitar más traspiés.
Reconozco, también, que hay muchas perso¬nas que preferirían barrer el problema dejando todo el polvo bajo la alfombra. Este hecho no va a detenernos. Ni debería frenarnos el peligro im¬plicado. Hablo de peligro a propósito. Hay algu¬nos quizá más de lo que parece para los cua¬les ésta es la más explosiva de todas las cuestio¬nes. La murmuración, el cisma, incluso el adulte¬rio (tal como ellos lo ven), todo les parece perdo-nable; pero ¿el divorcio? ¡Nunca! Es un asunto al¬tamente cargado de pasión para ellos, y pasan un mal rato incluso reconsiderando de nuevo lo que la Biblia tiene por decir sobre el divorcio y el nue¬vo casamiento debido a sus emociones exacerba¬das. Es por esto que hay algún peligro al escribir sobre el divorcio y el nuevo casamiento. Desearía que si el lector es uno de estos cuyos sentimientos sobre el tema son intensos, hiciera por lo menos tres cosas:
1. No me descartara sin más. Me escuchara y considerara seriamente lo que tengo que decir, aunque luego lo rechace.
2. Reconociera que mi deseo es honrar a Cristo siendo tan escritural como me sea posible.
3. Tratara de poner los prejuicios a un lado y doblegara sus emociones al leer.
Por amor de la Iglesia de Cristo tengo que es¬cribir, cueste lo que cueste.
Naturalmente, esto es sólo parte de la historia. Hay muchos un número creciente que no se contentan con esconder la cabeza bajo la arena. Quieren saber lo que enseña la Biblia sobre estos asuntos y cómo pueden poner en vigor esta ense¬ñanza al aconsejar a otros y en sus propias vidas. Es para éstos que he escrito especialmente este libro.
***
1. ALGUNAS CONSIDERACIONES BÁSICAS SOBRE EL MATRIMONIO
Hemos de empezar aquí. No te saltes esta par¬te primera. No hay manera de considerar el divorcio la disolución del matrimonio, o el nue¬vo casamiento después del divorcio, hasta que se han establecido algunos hechos esenciales bíbli¬cos sobre el matrimonio mismo. Con demasiada frecuencia, los que discuten sobre problemas rela¬cionados con el divorcio entienden mal (e inter¬pretan mal) los datos bíblicos precisamente por¬que no han dedicado el tiempo necesario a desa¬rrollar un punto de vista bíblico del matrimonio. El esmerarse en hacerlo es vital: los dos se sostie¬nen juntos o se caen juntos.
No voy a considerar el matrimonio en profun¬didad, sino sólo los aspectos del tema que son ab¬solutamente esenciales para conseguir una posi¬ción debidamente escritural sobre el divorcio y el nuevo casamiento. En este libro, pues, el énfasis será sobre estos dos puntos. El estudio del matri¬monio es la ruta al estudio del divorcio.
Como el divorcio es la disolución del matrimo¬nio («separar lo que Dios juntó»), es necesario que descubramos y comprendamos claramente qué es lo que el divorcio disuelve y por qué.
Algunos, por ejemplo, hablan como si el divor¬cio no disolviera necesariamente el matrimonio. Hablan como si las personas divorciadas estuvie¬ran «todavía casadas a la vista de Dios». ¿Es vá¬lido este concepto? El lenguaje no es bíblico; ¿lo es la idea? Si lo es, ¿por qué se opone Cristo a «se¬parar» lo que no se puede separar?
O, dicho de otro modo, ¿pone fin realmente el divorcio al matrimonio, no sólo legalmente, sino también delante del Señor? Sólo si es así puede ser considerada la advertencia de Cristo directa¬mente como una advertencia contra el cometer un acto que no deberíamos cometer.
La cuestión no es meramente académica; la resolución del problema tiene varias e importan¬tísimas implicaciones prácticas para la vida. Y no se pueden evitar en ningún modo de pensar cris¬tiano. Pero para resolver el problema contestando la pregunta, uno, primero, ha de saber qué es lo que establece un matrimonio. ¿Cómo se hace un matrimonio? ¿Cuál es su estado delante de Dios?
¿QUÉ ES EL MATRIMONIO?
En contra de gran parte del pensamiento y la enseñanza contemporánea, el matrimonio no es un arreglo de conveniencia humana. No fue dise¬ñado o planeado por el hombre, algo que ocurrió en el curso de la historia humana, como una for¬ma conveniente de separar nuestras responsabili¬dades respecto a los hijos, etc. En vez de ello, Dios nos dice que Él mismo estableció, instituyó y or¬denó el matrimonio al principio de la historia hu¬mana (Génesis 2, 3).
Dios diseñó el matrimonio como el elemento fundacional de toda la sociedad humana. Antes de que existieran la Iglesia, la escuela, los nego¬cios (hablando formalmente), Dios instituyó for¬malmente el matrimonio, al declarar: «Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y se harán una sola carne.» Es importante enseñar esto a los jóvenes.
Si el matrimonio fuera de origen humano, en¬tonces los seres humanos tendrían derecho a des¬cartarlo. Pero como fue Dios el que instituyó el matrimonio, sólo Él tiene derecho a eliminarlo. Él nos ha dicho que el matrimonio no dejará de ser hasta la vida venidera (Marcos 12:25; Lucas 17:26, 27). Y el matrimonio no puede ser regulado según el capricho humano. El matrimonio como institución (que incluye los matrimonios indivi-duales, naturalmente) está sujeto a las reglas esti¬puladas por Dios. Si Él no hubiera dicho nada más sobre el matrimonio después de establecerlo, nosotros mismos habríamos tenido que fijar sus reglas por nuestra cuenta. Pero Él no nos dejó a oscuras; Dios ha revelado su voluntad sobre el matrimonio en las páginas de la Biblia. Los indi¬viduos pueden casarse, divorciarse y volverse a casar sólo cuando puedan hacerlo sin pecar. Por tanto, hemos de estudiar los principios bíblicos para el matrimonio y respetarlos. Ni un individuo particular ni el Estado tienen autoridad para de¬cidir quién puede casarse (o divorciarse) y bajo qué condiciones. El Estado ha recibido como en¬comienda el guardar registros ordenados, etc., pero no el derecho (ni la competencia) de decidir las reglas del matrimonio y el divorcio; esto es prerrogativa de Dios. Él ha revelado su voluntad sobre estos asuntos en las Escrituras, que son ex¬plicadas y aplicadas por la Iglesia.
En segundo lugar, el matrimonio es una insti¬tución fundacional. Hemos visto que fue la prime¬ra en ser instituida formalmente como una esfera de la sociedad humana. La sociedad misma en todas sus formas depende del matrimonio. El ata¬que al matrimonio que contemplamos hoy es, en realidad, un ataque a la sociedad (y a Dios, que edificó la sociedad sobre el matrimonio). El ma¬trimonio es, además, el fundamento sobre el cual descansa la Iglesia, como sociedad especial de Dios. Esta comunidad pactada es debilitada cuan¬do la «casa» u «hogar» es debilitado. (El concepto de «casa» en las Escrituras es de la unidad más pequeña de la sociedad. Es un grupo de personas que viven bajo el mismo techo, bajo una cabeza humana, y es una unidad separada que toma de¬cisiones.) Esta «casa» (concepto equivalente al nuestro de «familia», pero más rico) es una uni¬dad con la cual Dios trata realmente como a uni¬dad. Por tanto, el ataque contra el matrimonio (alrededor del cual se forma «la casa») es un ata¬que a la sub-unidad básica de la Iglesia.
Por todas estas razones, un ataque a la familia no es una cosa baladí, ya que constituye un ata¬que al orden de Dios en el mundo y a su Iglesia.
En tercer lugar, un matrimonio no es lo que la teología católico-romana y muchos protestantes (equivocadamente) han pensado: una institución designada para la propagación de la raza huma¬na. Si bien Dios ha ordenado («Creced y multipli¬caos»), y sólo dentro del matrimonio la procrea¬ción no es el rasgo fundamental del matrimonio.
El defender, como hacen algunos, que el ma¬trimonio per se es biológicamente necesario para la procreación es una tontería y sólo da lugar a confusión. En particular, este modo de pensar confunde y mezcla el matrimonio con el aparea¬miento. La raza humana (como los ratones y las cabras) podría propagarse de modo adecuado, al margen del matrimonio, por medio del simple apareamiento. En algunos segmentos subliminales de la sociedad en que hay matrimonios muy débi¬les, si es que existen, el crecimiento por aparea¬miento es enorme, al margen, pues, del matrimo¬nio.
No, el matrimonio es algo más que el aparea¬miento. Si bien el matrimonio incluye el aparea¬miento, éste es sólo uno de sus deberes, y no hay que identificar a los dos. El reducir el matrimonio a un apareamiento legalizado, responsable, por tanto, es un error con serias consecuencias. La propagación de la raza es un propósito secunda¬rio del matrimonio, no el propósito principal. Los seres humanos serían, quizás, incluso más prolíficos si no existiera la institución matrimonial.
En cuarto lugar, es importante entender que el matrimonio no se ha de hacer equivalente a las relaciones sexuales. Una unión sexual no ha de ser igualada a la unión matrimonial (como creen algunos que estudian la Biblia de modo descuida¬do). El matrimonio es una unión que implica unión sexual como obligación central y placer (1.a Corintios 7:3-5), es verdad, pero la unión sexual no implica por necesidad matrimonio. El matri¬monio es diferente de la unión sexual; es mayor, e incluye la unión sexual (como también incluye la obligación de propagar la raza), pero las dos no son lo mismo.
Si el matrimonio y la unión sexual fueran la misma cosa, la Biblia no podría hablar de relacio¬nes sexuales ilícitas; en vez de ello (al referirse a la fornicación) hablaría de matrimonio informal. El adulterio no sería adulterio, sino bigamia (o poligamia) informal. Pero la Biblia habla de peca¬do sexual fuera del matrimonio y no de la menor base a la noción de que el adulterio sea bigamia. En toda la Biblia se habla del matrimonio en sí como algo distinto de la unión sexual (lícita o ilí¬cita). Las palabras «matrimonio» y «fornicación» (porneia, que significa cualquier pecado sexual, todo pecado sexual) no pueden ser identificadas.
Aunque puede ser fácil en lo abstracto el acep¬tar este hecho, que las relaciones sexuales no constituyen el matrimonio, cuando llegamos al asunto del divorcio, hallamos con frecuencia a muchos que hablan de modo distinto. Algunos dicen erróneamente que el adulterio disuelve el matrimonio porque hace un nuevo matrimonio.
Pero esto no es verdad tampoco, hablando bí¬blicamente. Algunos dicen: «Bueno, queda disuel¬to a la vista de Dios.» Pero este modo de hablar (y la idea subyacente en el mismo) tampoco tiene apoyo bíblico. La noción de que el matrimonio empieza en la luna de miel, cuando tienen lugar las primeras relaciones sexuales, y no cuando se toman los votos, es totalmente extraña a las Es¬crituras. En este supuesto el pastor diría una mentira cuando dice: «Declaro que sois marido y mujer.» Al contrario, el matrimonio queda consu¬mado cuando un hombre y una mujer hacen votos solemnes ante Dios y entran en una relación de pacto. El ministro que oficia en la boda está di¬ciendo la verdad.
El matrimonio autoriza las relaciones sexua¬les. La luna de miel es propia y santa (Hebreos 13:4) sólo porque la pareja ya está casada. Y el adulterio, más tarde, aunque ejerce una tremenda presión sobre el matrimonio, no lo disuelve. Las relaciones sexuales per se no hacen el matrimonio y no disuelven el matrimonio.
El divorcio, al seguir al adulterio como una de sus consecuencias, por tanto, no es meramente un reconocimiento externo y una formalización de una realidad interna, sino un nuevo paso más allá del adulterio, (y que no es necesario como resul¬tado del mismo). No es apropiado volver a casar a una pareja casada si un cónyuge concede perdón por el adulterio del otro y los dos deciden seguir viviendo juntos. Todavía siguen casados; el per¬dón solo basta.
Este punto que las relaciones sexuales no constituyen un matrimonio es absolutamente esencial para la comprensión apropiada del ma¬trimonio, el divorcio y el nuevo casamiento. El matrimonio es mayor y distinto que la relación sexual, aunque la incluye. No es ni constituido ni disuelto por las relaciones sexuales.
Si el matrimonio no ha de ser equiparado a la unión sexual o a la propagación de la raza, hemos de buscar la esencia del matrimonio en otro pun¬to. ¿Qué es el matrimonio?, preguntamos otra vez. La respuesta a esta pregunta tan importante la hallaremos y discutiremos en el capítulo próximo.
***
2. ¿EN QUE CONSISTE EL MATRIMONIO?
Hemos dado un vistazo preliminar al origen e importancia del matrimonio y a algunas ideas fal¬sas del matrimonio que había que aclarar. Hemos visto lo esencial que es el matrimonio a la socie¬dad en general y a la Iglesia en particular. Pero de nuevo ahora hemos de hacer la pregunta: ¿Qué es el matrimonio?
Nuestra respuesta a la pregunta establecerá un fundamento para la discusión del divorcio y el nuevo casamiento después del divorcio.
Ya es hora que los cristianos tengan una idea tan clara como el agua de lo que Dios ha dicho so¬bre este asunto. Ha habido mucha especulación, mucho filosofar y psicologizar en lugar de ello. No hay necesidad, no hay excusa; Dios ha habla¬do claramente. Su palabra es tan explícita que no hay lugar para más especulación y dudas.
La respuesta del mismo Dios a la pregunta se halla en Génesis 2:18: «No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.»
En otras palabras, la razón del matrimonio es el resolver el problema de la soledad.
El matrimonio fue establecido porque Adán estaba solo, y esto no era bueno. El compañeris¬mo, la compañía, pues, es la esencia del matrimo¬nio. Veremos que la Biblia habla de modo explíci¬to del matrimonio como el pacto de compañía.
EL MATRIMONIO Y LA VIDA A SOLAS O CELIBATO
La evaluación fundamental de la vida a solas es que «no es buena». Esto es lo que Él dice, y en esta palabra se halla la razón de la regla general, que «el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y se harán una sola carne» (Génesis 2:24).
El pecado, sin embargo, ha deformado la so¬ciedad y los seres humanos en cuanto a sus rela¬ciones con Dios y entre sí, hasta el punto que al¬gunos viven a solas, solteros, a pesar de esta regla y su provisión. Pero además, debido a la natura¬leza de crisis de la vida, de vez en cuando traída por el pecado y debido a las demandas urgentes de la Iglesia de Dios en todos los tiempos para es¬parcir las buenas nuevas y edificar a los cristia¬nos débiles en la fe, Dios ha llamado a algunos a ser excepciones de su propia regla, y ha provisto para su necesidad de compañía, dándoles el don especial de llevar una vida de soltería (ver Mateo 19:11, 12; 1.a Corintios 7:7).
Según Mateo 19:11, 12 y 1.a Corintios 7:7, hay personas a las cuales podríamos decir que Dios ha apartado para sí, para que lleven una vida de ce¬libato por causa de su reino. Jesús habla más ple¬namente de esto en Mateo 19:11, 12 que en cual¬quier otro lugar. Después de la discusión sobre el divorcio (vv. 3-9) en la cual Jesús dice que la fornicación (el pecado sexual) es la única base permisible para el divorcio entre los creyentes, los discípulos comentan: «Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse.» Pensaban es de suponer que si el matrimonio ha de ser permanente, así sería mejor no correr el riesgo de casarse con una persona desacertada. Pero como respuesta Jesús dice: «No todos son ca¬paces de comprender esta doctrina, sino aquellos a quienes ha sido dado» (v. 11). Queda claro por esta respuesta (así como por 1.a Corintios 7:7) que hay excepciones a la regla dada en Génesis 2:18, 24. Y como el don del celibato es un don de Dios, queda claro que Él ha hecho la excepción a su propia regla. Este don nunca se explica claramen¬te en detalle, pero, sin duda, en él hay la «capaci¬dad» de hallar una compañía de una clase dife¬rente (nunca podría ser de la misma clase) fuera del matrimonio, en la obra especial del reino, a la que algunos son llamados. Esto parece implicado en el versículo 12: «Hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que fueron hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron eunucos a sí mismos por causa del reino de los cielos.»
La última parte de este versículo indica que estas personas célibes han recibido el don o capa¬cidad de vivir vidas satisfactorias (no de soledad) como resultado (en una forma u otra) de una in¬mersión profunda en la obra del Señor en formas que no son posibles a las personas casadas (ver 1 .a Corintios 7:32-34).
Nótese la conclusión del versículo 12: «El que sea capaz de aceptar esto, que lo acepte.» No deja opciones abiertas; Dios no da dones inútiles. Los que tienen el don del matrimonio (1.a Corin¬tios 7:7) han de prepararse para el matrimonio y buscarlo. Los que tienen el don de seguir una vida de soltería, asimismo, se han de preparar para ella y seguirla. El primer grupo evita el matrimo¬nio a propósito; el segundo, peca si lo contrae. Cada persona ha de averiguar, y luego ejercer, los dones y capacidades que vienen con ellos. No debe de haber quejas sobre la sabiduría de Dios al dispensarnos sus dones: Él lo hace todo bien.
Antes de hacer otras preguntas o quejarse de que «Dios debe haberme pasado por alto», etc., uno ha de hacerse la pregunta básica: «¿Pertenez¬co a aquellos a quienes Dios ha señalado para la soltería?» Cuando uno puede contestar sincera¬mente esta pregunta de modo definitivo, no halla¬rá necesidad de hacer las demás preguntas (y, sin duda, no tendrá causas para quejarse).
La vida de soltería no es conforme a la regla establecida en Génesis 2:18; es excepcional. Pero precisamente porque constituye una excepción (que Dios mismo, por medio del don, ha hecho), debería ser especialmente reconocida en la Iglesia por lo que es. Los cristianos que son solteros no deberían ser mirados con desdén o descuidados por los casados (algo que ocurre con frecuencia). Más bien deberían ser honrados por los esfuerzos especiales que hacen en prosecución de tareas es¬peciales del reino, a las cuales Dios los ha llama¬do. Esto no quiere decir colocarles medallas, sino conferir honor a aquellos que se lo merecen. Des¬pués de todo, Pablo era uno de éstos; no le mira¬mos con desdén, ¿verdad?
Alguien puede preguntarse cómo pueden com¬paginarse 1.a Corintios 7:8, 26 con Génesis 2:18. En este último versículo Moisés escribe: «No es bueno estar solo»; en el anterior, Pablo dice que «es bueno» quedarse como Él. ¿No hay contradic¬ción entre los dos?
No. La regla general de Génesis 2:18 se aplica a la mayoría, y (en general) siempre ha sido ver¬dad. La excepción dada en 1a Corintios 7 (ade¬más de la que hemos estudiado en Mateo 19) se aplica a circunstancias extraordinarias («a causa del agobio inminente», 1.a Corintios 7:26). La re¬gla general es verdadera para la mayoría.
En muchos de las circunstancias. Pero puede ser puesta a un lado en tiempos de persecución. En un período de gran persecución, similar a la matanza de Nerón, que Pablo (un profeta) veía con antelación, este pasaje entra en vigor. Las dos cosas son «buenas» para personas diferentes en situaciones diferentes. (Naturalmente, ninguna excepción habría sido necesaria si Adán no hubiera pecado. La regla general fue enunciada antes de este pecado.)
Pero incluso en tiempos de persecución, las personas que tienen dificultad en «abstenerse» no pecan si siguen la regla general y se casan (o dan sus hijos en casamiento; ver 1.a Corintios 7:27-31). Las personas señaladas para proseguir una vida de soltería en Mateo 19 tienen que hacerlo, no de¬bido a una crisis inminente, sino debido a que hay tareas especiales que Dios les tiene prepara¬das. Aquellos que han sido señalados para seguir una vida de soltería (si les es posible) en 1 .a Corin¬tios 7 son aquellos que (en contraste), bajo otras condiciones, serían instados a casarse. En reali¬dad, incluso las personas casadas deben abstener¬se algo de lo que, por otra parte, son privilegios y actividades normales de la vida de matrimonio (1.a Corintios 7:29).
Me gustaMostrar más reacciones
ComentarCompartir
Comentarios
Alberto Sanchez Sanchez
Escribe un comentario...
Chat (109)

No hay comentarios:

Publicar un comentario