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Apuntes
de la
sobre los primeros pasos
Facultad de Medicina
Juan Antonio P ANIAGUA
En 1953, concluía felizmente el primer curso de la Escuela de Derecho del
Estudio General de Navarra y, bajo buenos auspicios, se iniciaba el segundo. Aque-
llo iba bien. Pero se advertía la necesidad de que, junto a esta Escuela, hubiera
pronto otros centros académicos, también para dar razón del título de «general» que
ostentaba el naciente Estudio. Para ello, lo más fácil parecía la puesta en marcha de
alguna de las secciones de una Facultad de Filosofía y Letras; lo que podía lograrse
—lo mismo que en la de Derecho— contando con profesores y alumnos, con aulas
y libros. Otra posibilidad, la de Medicina, presentaba mayor dificultad, pues reque-
riría, además de todo lo anterior, laboratorios y servicios clínicos.
En dicho año se cumplía el IV Centenario de Miguel Servet, y fui invitado a
conmemorarlo con una conferencia que pronunciaría en el salón del Consejo Foral
de Navarra. Aprovechando mi viaje a Pamplona, los Directores del Opus Dei que,
desde Madrid, impulsaban el desarrollo del Estudio General de Navarra, me pidie-
ron que tanteara sobre el terreno la posibilidad de iniciar allí las enseñanzas de Me-
dicina. Mi actitud inicial fue de completo escepticismo. Yo había cursado la carrera
de Medicina y algo sabía de su complejidad y del coste de los diversos instrumen-
tos que tal enseñanza requería. Pero volví de mi viaje con una opinión bastante fa-
vorable a semejante proyecto.
Me influyó en ese sentido la visita que hice a las amplias instalaciones del
Hospital de Navarra, acompañado por el Jefe de los Servicios de Laboratorio, José
María Martínez Peñuela. El me habló de la buena disposición de la Diputación Foral
para subvencionar cualquier gasto que redundara en la mejor asistencia sanitaria de
los navarros. Además de este gran Hospital, cuyas 700 camas se hallaban repartidas
en varios pabellones que cubrían una extensa superficie, contaba Pamplona con
otros centros públicos de apreciable solvencia; el Hospital Psiquiátrico, el Sanatorio
Antituberculoso y el Instituto de Sanidad. Todo ello parecía ofrecer amplia base para
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la enseñanza clínica. Y, por otra parte, la autonomía financiera propia del régimen
foral de Navarra, habría de hacer posible la instalación y el mantenimiento de los ne-
cesarios departamentos de investigación experimental. Ya se vería más adelante que
las cosas no iban a rodar tan fácilmente como entonces parecía; y que aquella aprecia-
ción mía pecaba, sin duda, de ingenuidad. Pero ése fue mi juicio en aquel momento.
No sé si este favorable informe mío fue tenido en cuenta. En el mejor de los
casos, sólo habría sido uno más de los que irían dibujando el cariz de ese proyecto.
Lo cuento aquí porque ésta fue mi única aportación al inicio de la Facultad de Me-
dicina y también a este relato, que va a ser no la evocación de un testigo, sino la re-
construcción elaborada por un historiador. Un historiador, ciertamente, próximo a
los hechos; pues ya, en 1959, me incorporé a la Escuela de Medicina, a la que me
siento aún vinculado pese a mi jubilación. Para este trabajo, no me ha faltado mate-
rial fidedigno, tanto en las fuentes documentales como en comunicaciones orales
recogidas de labios de quienes fueron actores del primer arranque de esta Facultad.
Una empresa audaz
Tanto de los recuerdos como de la investigación histórica se deduce algo que
me parece básico e indudable: que la Facultad de Medicina de Navarra, lo mismo
que la Universidad de la que forma parte, es fruto de la clarividencia humana y la
visión sobrenatural del fundador del Opus Dei, el Beato Josemaría Escrivá de Bala-
guer. Este es el hondo sentir que he podido palpar en el testimonio de cuantos aco-
gieron y materializaron el impulso que él dio a esta audaz empresa cultural y apos-
tólica.
La decisión de llevarla a cabo la cuenta, en sencillas palabras, el catedrático
de Derecho Civil y sacerdote, Amadeo de Fuenmayor, al referirse a una reunión en
la que él intervino. Esa reunión, que fue presidida por el propio Beato Josemaría,
tuvo lugar en Madrid, en el otoño de 1953. La narración de Amadeo de Fuenmayor
suena así: «Actuó como ponente en esa reunión Florentino Pérez Embid, que pre-
sentó un informe, y expuso la opinión, compartida por el resto de los asistentes, de
que el inicio de una Escuela de Medicina era prematuro. Mons. Escrivá de Balaguer
después de escuchar ese informe, no entró en el tema, sino que mientras se levanta-
ba, comentó: «¿Y si lo estudiarais un poco más?». La frase traslucía su evidente de-
seo de que se pusiera en marcha una Facultad de Medicina. Los asistentes a la reu-
nión acordamos pensar despacio el asunto y dejar pasar unos días antes de volver a
plantearlo. Transcurrido ese tiempo hablamos de nuevo con Mons. Escrivá y le in-
formamos que, reconsiderado el asunto, lo veíamos exigente pero posible».
Pocos meses después, Ismael Sánchez Bella, al que se había hecho llegar esa
decisión, comunicaba a los Diputados forales el proyecto en ciernes, que fue bien
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1. Ismael Sánchez Bella a Secretario General del Opus Dei, Pamplona, 16.IV.1954 (en Archivo Ge-
neral de la Prelatura, AGP), Sec. E, n. 670, Leg. 330, prov.).
2. Cfr. Juan JIMÉNEZ VARGAS, Notas complementarias a lo escrito por D. Eduardo Ortiz de Landá-
zuri (16 páginas), sin fecha (en Archivo Histórico de la Universidad de Navarra, AHUN).
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acogido. Así lo apunta Ismael en carta del 16 de abril de 1954: «Lo de Medicina en
vez de dificultar les ha animado, sobre todo cuando les he dicho que con esto se
pretende ir a la Universidad»1. La efectiva realización de la aventura propuesta se
produjo algo más cuando el Beato Josemaría se la encomendó a una persona idó-
nea, por su formación profesional, para llevarla a cabo: el profesor Juan Jiménez
Vargas, catedrático de Fisiología de la Facultad de Medicina de Barcelona. El mis-
mo ha dejado escrito en sus recuerdos cómo el Beato Josemaría lo llamó para que
se reuniera con él y con algunos otros miembros del Opus Dei en Molinoviejo, cer-
ca de Segovia, en el verano de 19542. Allí les habló de la inminente puesta en mar-
cha de la Facultad de Medicina del Estudio General de Navarra, donde habrían de
formarse buenos médicos, con categoría científica y sentido profesional. Los profe-
sores que formaran el Claustro —continuó comentando el Beato Josemaría—, ha-
brían de volcarse en la formación teórica, práctica y ética de los alumnos; pero, a la
par, habrían de entregarse a una honda labor de investigación científica, para que la
enseñanza, bien enraizada con la experimentación, tuviera una calidad auténtica-
mente universitaria.
Con estos criterios, plenamente aceptados y compartidos por él, Juan Jimé-
nez Vargas comenzó a pergeñar las líneas maestras que configurarían la nueva Es-
cuela de Medicina y a buscar y, en su caso, preparar un puñado de jóvenes profesio-
nales que podrían encajar en este diseño. De momento, no resultaba preciso su
traslado a Pamplona, pues aunque el primer curso de la carrera de Medicina comen-
zaría en octubre de 1954, ese curso tenía carácter preparatorio y estaba constituido
por materias pertenecientes más bien a las ciencias físico-químicas y biológicas que
a la Medicina propiamente dicha. Juan disponía en consecuencia de algún tiempo,
aunque no mucho, para organizar su traslado; sí era necesaria la venida, ya desde
ese mismo verano, de otros.
Ése fue el caso de Félix Álvarez de la Vega, catedrático de Farmacia Galéni-
ca en la Universidad de Santiago de Compostela. Se hallaba en aquel verano en el
University College de Londres, perfeccionando junto al profesor CP. Dend, su des-
cubridor, la técnica de la cromatografía en papel que permitía separar y valorar los
diversos componentes de los líquidos orgánicos —plasma, orina, etc.— con una faci-
lidad que hacía posible añadir este método a la serie de los análisis clínicos habitua-
les. Félix pidió la excedencia de su cátedra y llegó a Pamplona a primeros de octubre,
a tiempo para hacerse cargo de la lección inaugural del nuevo curso académico que,
naturalmente, versó sobre cromatografía. Y se puso a trabajar con esta técnica en el
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Instituto Provincial de Sanidad, ante la amable acogida de su director, José Viñes.
Mientras tanto, impartía las lecciones teóricas y prácticas de la asignatura de Quí-
mica general a los 25 alumnos que se había matriculado.
Para explicar Biología llegó Alvaro del Amo que se hallaba en Coimbra de-
dicado al estudio de los glucósidos de la escila marina. Contó al llegar a Pamplona
con las instalaciones de la prestigiosa Escuela de Peritos Agrícolas. Las restantes
materias de este curso preparatorio estuvieron a cargo de dos buenos profesores ya
residentes en Navarra: el matemático Javier Iraburu y el catedrático de Física del
Instituto Príncipe de Viana —en el que se harían las prácticas correspondientes—
Enrique Sanz Jarauta. Con todo ello, este curso —que tenía, como he dicho, carác-
ter técnicamente introductorio y académicamente selectivo— transcurrió con gran
altura y dignidad y sus alumnos, después de enfrentarse como libres con los tribu-
nales de Zaragoza, lo superaron en su gran mayoría.
El curso siguiente, la incipiente Escuela tenía que afrontar la docencia de los
contenidos ya específicos de la Medicina, comenzando por el conocimiento del cuer-
po humano en su estructura anatómica y en su dinamismo fisiológico. Fue entonces
cuando —previa excedencia de su cátedra en Barcelona— se instaló establemente en
Pamplona Juan Jiménez Vargas. Venía Juan dispuesto a hacer aquí—de acuerdo con
lo ya señalado en la reunión de Molinoviejo—, no una academia que transmitiera co-
nocimientos ya adquiridos sino un centro universitario cuya investigación los incre-
mentase. Lo hizo a primeros de octubre de 1955, acompañado por tres jóvenes cata-
lanes que con él habían trabajado en su Departamento de Fisiología: el químico
—licenciado en aquel mismo año— José María Macarulla, el cirujano Juan Voltas y
la licenciada en Medicina Dolores Jurado, que pronto sería la esposa de Juan Voltas.
Para hacerse cargo de la enseñanza de la Anatomía se trasladó a Pamplona el
ya doctor Luis María Gonzalo. Había hecho su tesis sobre la estructura de determi-
nados centros nerviosos en Granada, con el Prof. Escolar; y se hallaba a la sazón en
Giessen (Alemania) iniciando, junto al Prof. Emil Tonutti, el camino de neuro-en-
docrinología que tan brillantemente habría de recorrer a lo largo de toda su vida
científica. Trajo consigo material de precisión para el estudio y la demostración de
las estructuras microscópicas; sobre todo de sistemas ópticos de la mejor calidad
que luego aquí serían debidamente montados. Vino también un médico italiano con
buena formación en Bioquímica, Francesco Contadini. Y, para la Histología gene-
ral se contó con el saber del ya citado José María Martínez Peñuela y con las insta-
laciones adecuadas al examen de los tejidos orgánicos, integradas dentro del Servi-
cio de Laboratorio que él dirigía en el Hospital.
Además de las personas, la enseñanza requería locales; los cuales se estaban ya
preparando, aunque no era seguro que estuvieran listos al comenzar el curso. Du-
rante el primer año, en efecto, las clases se habían tenido en el edificio de la Cáma-
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3. Cfr. Escrito de Ismael Sánchez Bella a la Diputación Foral de Navarra, 18.XI.1954 (en AHUN).
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ra de Comptos, compartiéndolo con la Escuela de Derecho, pero esa situación no
podía prolongarse. Ya con fecha de 18 de noviembre de 1954, se había solicitado de
la Diputación Foral la habilitación con tal fin de un pequeño edificio, prácticamente
en desuso, que formaba parte del complejo de los pabellones del Hospital de Nava-
rra3. Constaba de una planta, a la sazón vacía, y de un sótano, parcialmente utilizado
como depósito de cadáveres y lugar para las autopsias forenses. Una vez obtenida la
autorización se procedió al acondicionamiento. En el espacio libre del sótano se dis-
puso una sala de disección, un taller para armar y reparar los aparatos adecuados a la
investigación fisiológica, y un criadero de pequeños animales —ratas y cobayas—
de experimentación. Toda la superficie de la planta superior se vio cubierta por los
espacios correspondientes a dos aulas para las clases teóricas, un amplio laboratorio
para el estudio y la demostración de los procesos vitales y algunos pequeños locales
para despachos y laboratorios de bioquímica y de cromatografía.
Desde el inicio del curso, en octubre de 1955, se trabajó entre aquellas hú-
medas paredes recién pintadas y sobre tablones apoyados en los pavimentos, fres-
cos aún. Pero hubo que retrasar la inauguración hasta finales de noviembre. Cuan-
do estuvieron concluidas las obras de adaptación se advirtió el intenso frío que
reinaba en aquellos locales de altos techos y carentes de calefacción. Fue en di-
ciembre cuando se procedió a abrir los muros para alojar los tubos de hierro y a ins-
talar los radiadores.
La inauguración de estos locales fue todo un acontecimiento. Asistieron las
autoridades forales, provinciales y locales, así como el Obispo de la diócesis, y gran
número de personalidades representativas de las diversas funciones judiciales, docen-
tes y administrativas de Navarra. El Nuncio Apostólico, venido a tal efecto, bendijo
las instalaciones y pronunció un discurso cuajado de alabanzas y de buenos augurios.
La prensa —y no sólo la local— se hizo eco del acontecimiento. Para muchos aque-
lla fue, de hecho, la primera noticia de que algo culturalmente valioso se estaba fra-
guando en Pamplona.
Han pasado cuarenta y cinco años desde entonces y, a la vista de los progre-
sos logrados en este tiempo, creo que puede leerse con una simpatía no exenta de
admiración por la confianza en la empresa que manifiestan los que lo redactaron, el
prospecto impreso entonces para la información general de futuros alumnos. En él,
en efecto, se magnifican un tanto las modestas realidades existentes y se pone el
acento en las grandes expectativas que se entreveían. Este es su texto:
«Escuela de Medicina
Instalada en el Hospital Civil de Navarra. Cuenta con un edificio especial
para la enseñanza con aulas y laboratorios adecuados.
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Las prácticas se realizan en el propio Hospital y en los demás centros sanita-
rios y benéficos dependientes de la Diputación Foral (Maternidad, Hospital Psiquiá-
trico "San Francisco Javier", Instituto de Higiene, etc.).
Se dedica una atención especialísima a esta enseñanza práctica, cosa posible
dado el número reducido de alumnos y las excelentes instalaciones con que se cuen-
ta. Así por ejemplo las prácticas de Anatomía se realizan con suficiente número de
cadáveres, lo que permitirá que los alumnos vean en la disección todo lo que se les
explica en la clase teórica. La Histología, en su parte práctica, se explicará con sufi-
ciente número de microscopios y de preparaciones para que puedan observar direc-
tamente cortes de todos los tejidos y realizar los propios alumnos las prácticas con
una eficacia formativa única. La Fisiología General, en su aspecto práctico se orien-
tará de tal modo que aprendan a realizar todas aquellas técnicas fundamentales de
análisis químico de aplicación corriente en la clínica y por tanto no se limitarán sólo
a demostraciones elementales de Bioquímica.
Los exámenes se realizarán en la Universidad de Zaragoza».
Todo lo proclamado en este prospecto era rigurosamente cierto, pues existía
ya todo lo que anunciaba. Y la pobreza de aquellos medios, no disminuía la capaci-
dad docente no sólo porque resultaba considerable por hallarse repartida entre po-
cos receptores, sino también por el partido que de ésos sacaba el esfuerzo de cada
uno de los profesores, imbuidos todos ellos de la ilusión.
La progresiva implantación de los estudios
Con el comienzo del segundo curso se entraba, como ya antes apunté, en los
estudios específicamente médicos. De hecho la actividad científica y didáctica tanto
del segundo curso de la carrera, como a continuación la del tercero, muy semejante
a él, se desarrolló holgadamente durante los años académicos 1955-56 y 1956-57.
Para el estudio práctico y directo de la Anatomía, en sus dos cursos, Luis María
Gonzalo había dispuesto los sistemas necesarios para realizar finos y precisos cor-
tes del encéfalo de la rata, que se traducirían, por una parte, en la realización de un
atlas del diencéfalo y, por otra, en la proyección directa de estas estructuras micros-
cópicas, por medio de un aparato aún novedoso en España que él mismo había traí-
do de Alemania.
En Fisiología —llamada «general» en segundo curso, y «especial» en el ter-
cero, a tenor de los planes oficiales—, Juan Jiménez Vargas, a la par que desarrolla-
ba los programas ya consagrados, aspiraba a diferenciar la Bioquímica, en la que él
advertía la neta peculiaridad que habría de hacerla autónoma. Así escribiría en sus
recuerdos de esta época: «Empezamos a programar la separación de la Bioquímica;
cosa que, entonces, aunque era necesaria, estaba muy mal vista por la mayoría de
los catedráticos de Fisiología de las Facultades de Medicina». De esta Bioquímica
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se hizo cargo José María Macarulla, mientras preparaba su tesis doctoral, la primera
elaborada en Pamplona, —ya que las de Juan Voltas y Dolores Jurado venían orien-
tadas desde Barcelona—, que leyó en Zaragoza, en 1956.
Ya entrado el curso, en febrero de 1956, comenzó a colaborar en el Departa-
mento de Fisiología la doctora Ángela Mouriz, que orientó su investigación hacia
el campo de la Farmacología Experimental, de cuya enseñanza habría de hacerse
cargo en el curso siguiente. También entonces se incorporaron al claustro académi-
co el joven anatomo-patólogo Gonzalo Herranz y el prestigioso psiquiatra, director
del Hospital Psiquiátrico de Pamplona, Federico Soto.
Al mismo tiempo, avanzaba la elaboración de varias tesis doctorales y los
profesores presentaban interesantes resultados de su tarea experimental, lo que hizo
pensar en la conveniencia de tener una revista propia que fuera cauce natural para
las correspondientes publicaciones. Son muchas las facturas que denotan la adqui-
sición de valiosos aparatos. Fue, a la vez, notable el ahorro que supuso la confec-
ción «casera» de mecanismos realizables con un poco de ingenio y otro poco de ha-
bilidad: había que ver en el sótano de la Escuela el abigarrado taller en el que, bajo
la dirección de Juan Jiménez Vargas, trabajaba el Sr. Labarquilla que había sido
maestro armero del Ejército y, pasado a la reserva, se ocupaba entregadamente a es-
tos menesteres.
Tuvo notable proyección en la ciudad la celebración de un curso de confe-
rencias públicas que se dieron en los meses de marzo y abril de 1956, en el recién
inaugurado salón de actos del Museo de Navarra. Estuvieron a cargo de los psiquia-
tras madrileños, Vallejo Nájera, López Ibor y Poveda, y del pamplonés Soto Yarri-
tu. Por las mismas fechas, visitaron la Escuela de Medicina y dictaron conferencias
sobre temas médicos varios eminentes internistas: Enríquez de Salamanca, de Ma-
drid, Conde Andreu, de Sevilla, y Pedro Pons, de Barcelona. Aunque por aquellas
fechas no se habían iniciado aún los cursos clínicos, ya en los periódicos locales
apareció el 1 de diciembre de 1956 un anuncio de la sesión clínica que tendría lugar
al día siguiente, sábado, en el local de la Escuela de Medicina, con la intervención
de los doctores Ipiens, Jefe del Servicio de Urología del Hospital de Navarra, y
Goñi, médico con notable clientela en Pamplona, junto a los profesores de la inci-
piente Escuela, doctores Álvarez de la Vega y Macarulla. Esta sesión a la que segui-
rían otras, fue buen ejemplo de colaboración de los diversos estamentos médicos.
Los prácticos locales quedaron muy impresionados ante el valor diagnóstico de las
técnicas cromatográficas que se les mostraron.
Una cuestión pendiente era la del reconocimiento oficial de los estudios he-
chos en la Escuela de Medicina. El primero de los centros universitarios del Estu-
dio General de Navarra, la Escuela de Derecho, había obtenido fácilmente su reco-
nocimiento oficial como adscrito a la Universidad de Zaragoza, en cuyo distrito se
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encontraba, desde el punto de vista académico, Pamplona. No ocurriría lo mismo con
nuestra Escuela de Medicina. Lo que se estaba realizando comenzaba a tener clara-
mente aires de universidad; y la idea de un centro universitario que no fuera estatal
se veía fuertemente repelido por los criterios vigentes en el Estado y en bastantes de
las Universidades que entonces había en España. Conscientes de esa actitud negati-
va, en los primeros años de la Escuela ni siquiera se intentó tal reconocimiento. Los
alumnos debían pues acudir a Zaragoza como «libres», y en consecuencia compa-
recían ante tribunales que, en unos casos, tenían en cuenta las calificaciones que les
comunicaban los profesores de Pamplona y, en otros, prescindían totalmente de ellas,
con lo que el alumno dependía tan sólo del examen realizado en Zaragoza. Es de apre-
ciar, sin embargo, que siempre se dieron por válidas las prácticas de las diversas asig-
naturas que habían sido realizadas en la Escuela de Medicina.
Sólo tres años después del comienzo de la actividad de la Escuela, con fecha
de 10 de abril de 1957, Ismael Sánchez Bella se dirigió al Ministro de Educación
Nacional solicitando «se digne conceder las adscripciones de las Escuelas de Medi-
cina e Historia del Estudio General de Navarra, a las Facultades de Medicina y Fi-
losofía y Letras de la Universidad de Zaragoza»4. La respuesta positiva no llegó
hasta 29 de julio de 1959, en forma de orden ministerial.
Si el paso del primero al segundo y al tercer año representaba un hito impor-
tante en la Escuela, pues se entraba en los temas propiamente médico, algo parecido
ocurría con el tránsito del tercero al cuarto, en el que los alumnos que, hasta enton-
ces, habían estudiado la constitución y el funcionamiento del hombre sano, se tenían
enfrentar con la problemática del hombre enfermo. Ya desde el verano de 1956 se
comenzaron a afrontar las exigencias que ese cuarto curso traía consigo. De enton-
ces es una nota, que no lleva firma, pero cuyo estilo es, inconfundiblemente el de
Juan Jiménez Vargas3. En ella se van valorando las necesidades de cada una de las
asignaturas de cuarto curso. Algunas —se dice— no presentan gran problema, pues
su metódica es semejante al de otras de cursos anteriores. Es el caso de la Farmaco-
logía, que en su aspecto químico podría ser desarrollada por el doctor Macarulla y en
lo relativo a las acciones biológicas de los fármacos sería tarea adecuada para la doc-
tora Mouriz, pudiendo hacerse las prácticas en los laboratorios ya existentes. Lo
mismo ocurre con la Anatomía Patológica, tan semejante en su técnica a la Histolo-
gía —aparte del problema de las autopsias— en la que la labor que venía haciendo
el Dr. Martínez Peñuela podría ser reforzada por la presencia del Dr. Herranz.
Pero queda —prosigue la nota— el problema de la Patología General, la asig-
natura más importante del curso, puerta de entrada al conocimiento de la enferme-
4. Escrito de Ismael Sánchez Bella al Ministro de Educación Nacional, 10.IV.1957 (en AHUN).
5. Plan para el 4o curso de Medicina del Estudio General de Navarra (para preparar el curso 1957-
1958), nota —sin firma— de 1956 (AHUN).
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6. Cfr. Libro de Actas de la Excma. Diputación Foral de Navarra, 1954.
7. Oficio de la Diputación Foral de Navarra a Rector del Estudio General de Navarra, 11 .XI.1955
(en AHUN).
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dad. Es ésta una materia característica de los planes de estudios españoles, de im-
portancia decisiva y cuyo perfil no se veía bien definido. El autor de esa nota con-
sidera que «la mitad del programa, por lo menos, es Fisiopatología»; por lo cual
bien puede ser responsable de su enseñanza un catedrático de Fisiología que, como
Juan Jiménez Vargas, haya explicado a lo largo de seis años varios cursos de docto-
rado de temas fisiopatológicos. «La otra mitad de la enseñanza —continúa— se ha
de dar siempre que se pueda a la cabecera del enfermo; esta enseñanza —añade el
documento— "se la pueden repartir unos cuantos clínicos", para lo que se sugieren
los nombres de tres Jefes de Departamento del Hospital y un distinguido práctico
de la ciudad».
Ciertamente no faltaban camas en los establecimientos sanitarios de Pamplo-
na, que, en principio, estaban abiertos a la docencia que se iba a iniciar. Ya en los
inicios de la proyectada Escuela de Medicina, la Diputación Foral de Navarra, por
acuerdo fechado el 3 de julio de 1954, había accedido a que las prácticas clínicas
pudieran ser realizadas en todos los centros asistenciales que de ella dependían6.
Pero, lógicamente, una disposición así había de chocar con la estructura de esos
centros y con los intereses de los que en ellos trabajaban. Por eso, pronto fueron de-
signados dos diputados forales, los Sres. Echandi y Adrián, para que oyeran a los
interesados y propusieran el modo de armonizar sus puntos de vista con los objeti-
vos de los promotores de la nueva Escuela. Fruto de esas conversaciones fue el
acuerdo adoptado por los diputados en su reunión del 5 de noviembre de 1955 que
decía así: «El apartado 3o del acuerdo de 3 de julio de 1954 (...) se aclara en el sen-
tido de que las clases prácticas de las Enseñanzas de la Carrera de Medicina, co-
rrespondientes a los alumnos de la Escuela de Medicina del Estudio General de Na-
varra, que se pretendan realizar en los Centros Benéfíco-Sanitarios, dependientes
de esta Diputación, han de quedar condicionadas a que su ejecución no altere el ré-
gimen normal y actual de los Centros expresados en los que la autoridad y respon-
sabilidad ha de recaer, en todo momento, en los Directores y Jefes de Servicios de
los mismos y de los que habrá de solicitarse la autorización oportuna, por parte del
profesorado de la Escuela de Medicina, para la realización de las clases prácticas
que se propongan, siendo de la incumbencia de los Directores y Jefes de Servicios
mencionados la determinación de los momentos y condiciones en que podrán de-
sarrollarse las expresadas labores prácticas»7.
Tal acuerdo, lógico pues así lo requería la organización hospitalaria vigente,
limitaba grandemente la labor de los docentes que no pertenecieran al escalafón de
estos Centros y hacía depender la enseñanza práctica de la disposición que tuviera
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cada Jefe de Servicio. En los primeros años, el problema podía relegarse en espera
de que fueran madurando las posibles soluciones. Pero empezó a ser acuciante du-
rante el año académico de 1956-57, es decir, con el comienzo del tercer curso en el
que cierto grado de enseñanza clínica se hace ineludible, y aún más a partir de 1957
y 1958, cuando comenzaron las Patologías médica y quirúrgica y las diversas espe-
cialidades que llenan los tres últimos cursos de la carrera.
Pero todo ello merece otro relato. Queda, pues, fuera del horizonte del pre-
sente trabajo, diversos acontecimientos importantes: la incorporación en 1958 de
Eduardo Ortiz de Landázuri, la construcción en 1961 de la Clínica Universitaria y
sus sucesivas ampliaciones, la publicación de la «Revista de Medicina», etc. Lo ya
contando puede ser suficiente para dar una idea del comienzo de esta importante
Facultad de la Universidad de Navarra y para poner de manifiesto lo que requirió su
implantación y, a la vez, el acierto del Beato Josemaría cuando quiso que se afron-
tara esta tarea desde el principio. El acicate que implicaba la instauración de una
Facultad como la de Medicina, ha contribuido en efecto grandemente a configurar
la fisonomía de la Universidad de Navarra.
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