sábado, 9 de abril de 2016

Emperador romano - Wikipedia, la enciclopedia libre

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Emperador romano




Áureo de César Augusto, primer emperador romano.
Emperador romano es el término utilizado por los historiadores para referirse a los gobernantes del Imperio romano tras el final de la República romana.


En la antigua Roma
no existía el título de «emperador romano», siendo este más bien una
abreviatura práctica para una complicada reunión de cargos y poderes. A
pesar de la popularidad actual del título, el primero en ostentarlo
realmente fue Miguel I Rangabé a principios del siglo IX, haciéndose llamar Basileus Rhomaion (‘emperador de los romanos’). Hay que tener en cuenta que en aquella época el significado de Basileus
había cambiado de ‘soberano’ a ‘emperador’. Tampoco existía ningún
título o rango análogo al título de emperador, sino que todos los
títulos asociados tradicionalmente al emperador tenían su origen en la
época republicana.


La discusión sobre los emperadores romanos está influenciada en gran
medida por el punto de vista editorial de los historiadores. Los mismos
romanos no compartían los modernos conceptos monárquicos
de «imperio» y «emperador». A lo largo de la historia, el Imperio
romano conservó todas las instituciones políticas y las tradiciones de
la República romana, incluyendo el Senado y las asambleas.


En general, no se puede describir a los emperadores como gobernantes de iure. Oficialmente, el cargo de emperador era considerado como el «primero entre iguales» (primus inter pares), y muchos de ellos no llegaron a ser gobernantes de facto, sino que frecuentemente fueron simples testaferros de poderosos burócratas, funcionarios, mujeres y generales.



Índice

El significado legal del título


Deificación de Julio César en un grabado de la Edad Media.
La elevación a la categoría de divinidad de los gobernantes romanos fue
uno más de los elementos que contribuyeron a la creación de la figura
imperial en un largo proceso no delimitado con claridad.
La autoridad legal del Emperador derivaba de una extraordinaria
concentración de poderes individuales y cargos preexistentes en la República, más que de un nuevo cargo político. Los emperadores continuaban siendo elegidos regularmente como cónsules y como censores, manteniendo la tradición republicana. El emperador ostentaba en realidad los cargos no imperiales de Princeps Senatus (líder del Senado) y Pontifex Maximus (máxima autoridad religiosa del Imperio). El último emperador en ostentar dicho cargo fue Graciano, que en 382 lo cedió a Siricio, convirtiéndose desde entonces el título en un honor añadido al cargo de obispo de Roma.


Sin embargo, estos cargos solo proporcionaban prestigio (dignitas) a la persona del Emperador. Los poderes de este derivaban de la auctoritas. En la figura imperial se reunían las figuras autoritarias del imperium maius (comandante en jefe militar) y de la tribunicia potestas
(máxima autoridad jurídica). Como resultado, el Emperador se encontraba
por encima de los gobernadores provinciales y de los magistrados
ordinarios. Tenía derecho a dictar penas de muerte, exigía obediencia de los ciudadanos comunes, disfrutaba de inviolabilidad personal (sacrosanctitas) y podía rescatar a cualquier plebeyo de las manos de los funcionarios, incluyendo de los tribunos de la plebe (ius intercessio).


El puesto de emperador no era una magistratura ni ningún otro cargo
del Estado (de hecho, carecía de un uniforme como se prescribía para los
magistrados, senadores y caballeros, si bien los últimos emperadores sí fueron distinguidos con la toga púrpura,
dando origen a la frase «vestir la púrpura» como sinónimo de la
asunción de la dignidad imperial). Tampoco existió un título regular
para el cargo hasta el siglo III d. C. Los títulos normalmente asociados a la dignidad imperial eran Emperador (Imperator, con el significado de supremo comandante militar), César (que originalmente tuvo el significado de cabeza designada, Nobilissimus Caesar) y Augusto (Augustus, con el significado de 'majestuoso' o 'venerable'). Tras el establecimiento de la tetrarquía por Diocleciano, la palabra «César» pasó a designar a los dos sub-emperadores menores, y «Augusto» a los dos emperadores mayores.


Los emperadores de las primeras dinastías eran considerados casi como la cabeza del Estado. Como princeps senatus, el emperador podía recibir a las embajadas extranjeras en Roma; sin embargo, Tiberio
consideraba que esto era una labor para los senadores sin necesidad de
su presencia. Por analogía, y en términos modernos, estos primeros
emperadores podrían ser considerados como jefes de Estado.


La palabra princeps, cuyo significado era 'primer ciudadano',
fue un término republicano usado para denominar a los ciudadanos que
lideraban el Estado. Era un título meramente honorífico que no implicaba
deberes ni poderes. Fue el preferido de César Augusto, puesto que su uso implicaba únicamente primacía, en oposición a imperator, que implicaba dominación. La posición real del emperador era en esencia la del Pontífice Máximo con poderes de Tribuno y sobre todos los demás ciudadanos. Se mantuvo la denominación de princeps para conservar la apariencia institucional republicana.


La palabra griega basileus
(comúnmente traducida como 'rey') modificó su significado,
convirtiéndose en sinónimo de emperador (y comenzó a ser más usada tras
el reinado del Emperador bizantino Heraclio). Los griegos carecían de la sensibilidad republicana de los romanos y consideraban al emperador como un monarca. En la época de Diocleciano y posteriormente, el título princeps cayó en desuso, siendo reemplazado por el de dominus ('señor'). Los últimos emperadores usaron la fórmula Imperator Caesar NN Pius Felix (Invictus) Augustus, donde NN era el nombre individual del emperador de turno, Pius Felix significaba 'piadoso y bendito', e Invictus tenía el sentido de 'nunca derrotado'. El uso de princeps y dominus simboliza en un sentido amplio la diferencia entre las dos etapas del gobierno imperial conocidas como Principado y Dominado.


El primer Emperador romano

En la discusión sobre quién fue el primer Emperador romano debe
tenerse en cuenta que, a fines del periodo republicano, no existía un
nuevo título que implicara un poder individual semejante al de un
monarca. Tomando como referencia la traducción al español de la palabra
latina Imperator, Julio César
habría sido emperador, como muchos otros generales romanos antes que
él. En lugar de ello, y tras el final de las guerras civiles durante las
que Julio César lideró su ejército para conseguir el poder, quedó claro
por una parte que no existía consenso sobre el retorno de la monarquía,
y por otro lado, que la presencia a un tiempo de tantos altos
gobernantes con iguales poderes otorgados por el Senado luchando entre ellos debía llegar a su fin.



Con objeto de alcanzar esa monarquía no declarada, Julio César, y unos años más tarde Octavio, de una forma más sutil y gradual, trabajaron para acumular los cargos y títulos de mayor importancia en la República,
haciendo que los poderes asociados a dichos cargos fueran permanentes y
evitando que nadie con idénticas aspiraciones pudiera acumular o
conservar poderes por sí mismos.


Julio César recorrió una parte considerable del camino en esta dirección, ostentando los cargos republicanos de cónsul (4 veces) y dictador (5 veces); consiguiendo ser nombrado «dictador vitalicio» (dictator perpetuus) en el 45 a. C. También había sido Pontífice Máximo durante varias décadas, y preparó su futura deificación (iniciando el llamado Culto Imperial).
Aunque fue el último dictador de la República, Julio César murió muchos
años antes del colapso final de las instituciones tradicionales
republicanas que dieron paso al sistema que los historiadores modernos
llamaron Principado.



En la época de su asesinato (44 a. C.) César ya era el hombre más poderoso de Roma, pero sin ser princeps,
condición que los historiadores modernos consideran determinante para
llamarle emperador. Por esta razón en la actualidad no es considerado
como tal. A pesar de ello, consiguió algo que solo un monarca hubiera
podido conseguir, si bien esto solo se haría evidente muchas décadas
después de su muerte: había convertido sus grandes poderes republicanos
en hereditarios a través de su testamento, en el que adoptaba a Octavio y
le designaba como su único heredero político. Sin embargo, no sería
hasta casi una década después de la muerte de César cuando Octavio
alcanzaría el poder supremo, tras la guerra civil posterior a la muerte
de César y el proceso gradual para neutralizar a sus compañeros en el triunvirato que culminó con la victoria sobre Marco Antonio y Cleopatra VII. De alguna forma, César construyó el armazón sobre el que se asentaría la condición futura del Emperador.


Sin embargo, no se puede marcar una línea a partir de la cual Octavio
se convirtiese en emperador. A lo largo de su vida política, Octavio,
también conocido como César Augusto,
recibió y adoptó varios títulos que diferenciaban su condición de la
del resto de los políticos, pero ninguna que claramente lo denominase
como tal. Fue proclamado Augusto, pero este es considerado un
sobrenombre o un adjetivo ("aumentador") más que un título. Con el
tiempo, este adjetivo se tornaría sustantivo. Recibió también el título
de pontifex maximus. Recibió del Senado la encomienda de la tribunicia potestas (el poder del tribunado), sin necesidad de ser uno de los tribunos; y también comenzó a usar Imperator,
como parte de su nombre. Sin embargo, a pesar de que Augusto recibió
diferentes títulos, no hubo cambios en la organización del Estado, la
cual permaneció idéntica a la del período de la res publica.


Algunos historiadores como Tácito
sugirieron que tras la muerte de Augusto habría sido posible el retorno
al sistema republicano sin necesidad de ningún cambio, en el caso de
que hubiera existido un deseo real de hacerlo (no permitiendo a Tiberio
la acumulación de los mismos poderes, cosa que este hizo con rapidez).
Incluso Tiberio siguió a grandes rasgos manteniendo inalterado el
sistema de gobierno republicano.


Los historiadores de los primeros siglos tuvieron más en cuenta la
continuidad: si existió una «monarquía sin reyes» hereditaria tras la
República, esta habría comenzado con Julio César. En este sentido, Suetonio escribió las Vidas de los Doce Césares, compilando los emperadores desde Julio César e incluyendo a la dinastía Flavia (tras la muerte de Nerón,
el nombre heredado ‘César’ se convirtió en un título). En libros de
historia más recientes, sin embargo, se apunta que inmediatamente
después del asesinato de Julio César, el Estado romano había vuelto en
todos los aspectos a la República, y que el Segundo Triunvirato
difícilmente podría ser considerado una monarquía. Estas tesis,
ampliamente seguidas, ven a Augusto como el primer emperador en un
sentido estricto, y se dice que se convirtió en tal cuando «restauró» el
poder al Senado y al pueblo, acto que en sí mismo fue una demostración
de su auctoritas, recibiendo el nombre de «Augusto» en el 27 a. C.


Títulos y atribuciones

Aunque estos son los cargos, títulos y atribuciones más comunes, se
debe tener en cuenta que no todos los emperadores romanos hicieron uso
de ellos, y que en caso de hacerlo, posiblemente no los usaban al mismo
tiempo. Los cargos de cónsul y censor, por ejemplo, no formaban parte
integral de la dignidad imperial, siendo ostentados por diferentes
personas además del emperador reinante.


  • Augustus (‘augusto’, ‘sagrado’ o ‘venerable’), un cognomen
    o apellido honorífico exclusivo del Emperador que portaron todos ellos a
    partir de Augusto, al que fue decretado por el Senado el 16 de enero de 27 a. C.
  • Autokratōr,
    título griego equivalente a ‘soberano’ con un significado semejante a
    ‘con plenos poderes’. Aparece solo en inscripciones y prosa en griego.
  • Basileus,
    título griego que significa ‘rey’; usado de forma popular en Oriente
    para referirse al emperador y que se convirtió en un título formal a
    partir del reinado de Heraclio. También usado exclusivamente en inscripciones y prosa griegas.
  • Caesar (‘césar’) o Nobilissimus Caesar (‘césar nobilísimo’), cognomen procedente de la familia de Julio César, usado posteriormente como nomen, bien para referirse al emperador (usado en segundo lugar, tras imperator), bien a los herederos (usado en último lugar tras su nombre ordinario).
  • Censor
    (‘censor’), cargo de la República ejercido por cinco años que ostentan
    dos individuos con las mismas atribuciones: velar por la moralidad
    pública y controlar los empadronamientos, incluidos los de los órdenes
    senatorial y ecuestre. Lo ejercieron muy pocos emperadores, como Claudio (47-48 d. C.), Vespasiano y Tito (73-74 d. C.).
  • Consul
    (‘cónsul’), la más alta de las magistraturas senatoriales de la
    República romana, de un año de vigencia (enero-diciembre), que ostentan
    al tiempo dos individuos con las mismas atribuciones. Son el poder
    ejecutivo del Senado. Los emperadores lo ejercían a voluntad, pero no
    siempre (Augusto lo fue 13 veces, Tiberio 2, Trajano 6, Adriano 3,
    etc.).
  • Dominus noster (‘nuestro señor’, ‘nuestro amo’), título honorífico que comienza a usarse a la vez o en vez de imperator caesar bajo el usurpador Magnencio (350-353 d. C.).
  • Imperator, magistrado portador de imperium,
    título obtenido tras la ascensión a la púrpura imperial o tras un
    importante triunfo militar. Este título, de origen republicano, se
    convirtió desde Augusto en el prenombre (praenomen) de la mayoría de los emperadores hasta mediados del siglo IV.
  • Imperator destinatus o imperator designatus (‘destinado para ser emperador’, ‘designado para ser emperador’), título para el heredero imperial usado por Septimio Severo para su hijo Caracalla.
  • Imperium maius,
    que indica que su poseedor ostenta el poder absoluto sobre todos los
    demás poderes, incluyendo la capacidad de sentenciar a muerte.
  • Invictus (‘invicto’, ‘no vencido’), título honorífico.
  • Pater patriae (‘padre de la patria’), título honorífico, decretado por primera vez para Augusto en 2 a. C.
  • Pius felix (‘piadoso y bendito’), título honorífico.
  • Pontifex maximus
    (‘sumo pontífice’), título de origen republicano que implicaba la mayor
    de las autoridades religiosas. Estaban a la cabeza de los sacra (ritos oficiales de Roma). Los emperadores cristianos a partir de Graciano dejaron de usar este título al ser cedido este a los papas de Roma.
  • Princeps (‘primer ciudadano’, ‘príncipe’), título honorífico que denota el estatus del emperador como primus inter pares.
  • Princeps iuventutis (‘príncipe de la juventud’), título honorífico destinado al heredero del Imperio.
  • Princeps senatus (‘príncipe del Senado’), cargo republicano con una vigencia de 5 años.
  • Tribunicia potestas (‘tribuno [potestad tribunicia]’), cargo senatorial de origen republicano (494 a. C.), que desde Augusto, en 23 a. C., es privativo del emperador. Mediante él obtenía poderes de tribuno, incluyendo la inviolavilidad (sacrosanctitas) y la capacidad de vetar las decisiones del Senado. Se renovaba anualmente (hasta Trajano en el dies imperii o de ascenso al trono, después cada 10 de diciembre) por lo que en las inscripciones imperiales es el marcador cronológico más fiable de la titulatura.
Además, en epigrafía son frecuentes las siguientes abreviaturas como propias de la dignidad imperial:


  • AVG. - Augustus (cognomen o tercer nombre, específico del emperador, desde Augusto)
  • CAES. - Caesar
  • CES. y CES. PERP. - Censor y Censor perpetuus
  • COS. - Consul (se añade un numeral cada vez que lo ejerce, excepto el I)
  • DIV. - Divus, Diva: desde Augusto, designa al emperador, emperatriz o miembro de la familia imperial que ha recibido la apotheosis o declaración de divinización. Normalmente le sigue el nombre más popular del personaje en cuestión (Divus Augustus, Divus Hadrianus), excepto César, que fue designado simplemente Divus.
  • GERM. - Germanicus(otros epítetos de victoria sobre pueblos determinados: Britannicus, Dacicus, Parthicus, Sarmaticus, Alamannicus, etc., a veces seguidos de Maximus).
  • IMP. - Imperator (como prenombre y como indicador de
    victorias militares, suyas o de sus generales, en este caso le siguen
    numerales, excepto el I)
  • MAX. - Maximus
  • NOB. - Nobilissimus
  • OPT. - Optimus, como cognombre, específico de Trajano.
  • P.P. o PAT.PATR. - Pater patriae
  • P.F. - Pius Felix
  • PONT.MAX. o P.M. - Pontifex Maximus
  • PRINC. IVV. - Princeps Iuventutis (aplicado a los césares o herederos)
  • TRIB.POT. o TR.P. - Tribunicia potestas (habitualmente en ablativo o genitivo, le sigue el numeral, excepto el I)

Los poderes del Emperador

Cuando Augusto estableció el Principado, cambió la autoridad suprema por una serie de poderes y cargos, lo que en sí mismo fue una demostración de autoridad. Como Princeps Senatus,
el Emperador declaraba el inicio y el fin de cada sesión del Senado,
imponía la agenda de este, la reglamentación a seguir por los senadores y
se reunía con los embajadores extranjeros en nombre del Senado.



Aspecto actual del Foro de Roma; durante siglos, el centro geográfico del poder político del Imperio.
Como Pontifex Maximus, el Emperador era la cabeza religiosa
del Imperio, correspondiéndole la presidencia de las ceremonias
religiosas, la consagración de los templos, el control del calendario romano (suprimiendo y añadiendo días cuando era necesario), el nombramiento de las vírgenes vestales y de los flamen (sacerdotes), el liderazgo del Collegium Pontificum (dirección colegiada de los asuntos religiosos) y la interpretación de los dogmas de la religión romana.


Aunque estos poderes otorgaban al emperador una gran dignidad e
influencia, en realidad no incluían por sí mismos ninguna autoridad
legal. En el año 23 a. C., Augusto daría poder legal a la figura del Emperador. En primer lugar, con la inclusión entre sus cargos de la tribunicia potestas, o poderes de tribuno,
sin necesidad de ostentar dicho cargo. Esto dio al Emperador
inviolabilidad y la capacidad de perdonar a cualquier civil por
cualquier tipo de acto criminal o de cualquier otro tipo. Con los
poderes del tribuno, el Emperador podía condenar también a muerte sin
juicio previo a cualquiera que interfiriera en el desempeño de sus
deberes. Este «tribunado imperial» le permitía también manejar al Senado
según sus deseos, proponer leyes, así como vetar sus decisiones y las
propuestas de cualquier magistrado, incluyendo al tribuno de la plebe. También mediante este poder el Emperador podía convocar a las asambleas romanas,
ejerciendo como presidente de las mismas y pudiendo proponer leyes en
estos foros. Sin embargo, todos estos poderes solo eran aplicables
dentro de la misma Roma, por lo que aún necesitaba otros poderes para poder vetar a los gobernadores y a los cónsules en las provincias del Imperio.


Para resolver este problema, Augusto trató de que se otorgara al Emperador el derecho a ostentar dos tipos diferentes de imperium: el primero como cónsul, lo que le daba el poder de la máxima magistratura dentro de Roma, y el segundo con el título de Imperium Maius, que le daba poderes fuera de Roma, o sea, como procónsul.
Los cónsules y el Emperador tenían por lo tanto una autoridad
semejante, pudiendo cada uno de ellos vetar las propuestas y actos de
los otros. Sin embargo, fuera de Roma, el Emperador superaba en poderes a
los cónsules, pudiendo vetarles sin que estos pudieran hacer otro tanto
con él. El imperium maius le daba al Emperador autoridad sobre
todos los gobernadores de las provincias romanas, convirtiéndole en la
máxima autoridad en los asuntos provinciales y dándole el mando supremo
de todas las legiones romanas. El Emperador, merced a este imperium,
podía nombrar a los gobernadores de las provincias imperiales sin
interferencia del Senado. La división de las provincias entre imperiales
y consulares data, según Dión Casio, del 27 a. C.


El culto imperial

Bajo la denominación de culto imperial se incluye el conjunto de
rituales realizados en honor del emperador romano y su familia (una vez
al año los habitantes debían quemar incienso ante su estatua, diciendo:
«César es señor»). Anteriormente Alejandro Magno había afirmado ser
descendiente de los dioses de Egipto, y decretó que debería de ser
adorado en las ciudades de Grecia.1


Aún en vida de Julio César, este consintió en la erección de una estatua a cuyo pie rezaba la inscripción Deo invicto (en español, «Al dios invencible») en el 44 a. C.
El mismo año se hizo nombrar dictador vitalicio. El Senado votó para
que se le construyera un templo y se instituyeran juegos en su honor.
Después de su muerte lo colocaron entre los demás dioses y le dedicaron
un santuario en el foro. El heredero de César, Augusto, hizo construir
un templo en Roma dedicado al «Divino Julio» (Divus Iulius). Como hijo adoptivo del deificado Julio, Augusto también recibió el título de Divi filius
(«Hijo de dios»). Se hizo llamar Augusto, fue honrado como divino y se
le puso su nombre a un mes del año (agosto) tal como había sucedido con
su padre (Julio). Aunque Augusto en vida no pidió ser adorado, después
de su muerte el Senado le elevó al rango de dios y lo declaró inmortal.


El objetivo principal de este culto era demostrar la superioridad del
gobernante (mediante su adscripción a una esfera divina), y la sumisión
de los habitantes a los dictados de aquel.


La adoración del emperador (que en realidad era política más que
personal) fue un elemento poderoso de unidad en el imperio, puesto que
era una especie de deber patriótico.2


Tácito describe en sus Anales
(IV, 37-38 y 55-56) que Augusto y Tiberio permitieron que se erigiera
un único templo en su honor durante sus vidas. Estos templos contenían,
no obstante, no solo las estatuas del emperador gobernante, que podía
ser venerado a la manera de un dios, sino que también se dedicaban al
pueblo de Roma (a la ciudad de Roma, en el caso de Augusto, y al Senado
en el de Tiberio). Ambos templos estaban situados en la parte asiática
del Imperio Romano. El templo de Augusto estaba situado en Pérgamo, mientras Tiberio no consintió ningún otro templo o estatua en su honor aparte de los existentes en Esmirna, ciudad elegida en el año 26
entre 11 candidatas para erigir estos templos. Tiberio aseguró ante el
Senado que prefería ser más recordado más por sus actos que por las
piedras. Sí permitió, en cambio, la construcción de un templo en honor
de su antecesor y padre adoptivo, el ya Divus Augustus, en Tarragona, en el año 15 d. C.


Los numerosos templos y estatuas dedicados a Calígula (por orden propia) fueron todos ellos destruidos de inmediato tras la violenta muerte de este emperador. Al parecer, Claudio
permitió la erección de un solo templo en su honor, continuando el
ejemplo de Augusto y Tiberio. En esta ocasión el templo se erigió en Britania, tras la conquista de este territorio por Claudio.


Generalmente, los emperadores romanos evitaron reclamar para sí
mismos el estatus de deidad en vida, a pesar de que algunos críticos
insistieron en que hubieran debido hacerlo, y que lo contrario podría
ser considerado un signo de debilidad. Otros romanos ridiculizaban la
idea de que los emperadores fueran considerados dioses vivientes, e
incluso veían con diversión la deificación de un emperador tras su
muerte. Sobre este particular, el único escrito satírico de Séneca, la Apocolocyntosis divi Claudii (Conversión del divino Claudio en calabaza),
muestra un amargo sarcasmo sobre la previsible deificación de Claudio,
la cual se efectuó, de acuerdo con la versión de Tácito, en los
funerales del emperador en el año 54 (Anales: XII, 69).


Frecuentemente, los emperadores fallecidos durante este período
fueron objeto de adoración, al menos, aquellos que no fueron tan
impopulares para sus súbditos. La mayor parte de los emperadores se
beneficiaron de la rápida deificación de sus predecesores: si dicho
predecesor era un familiar relativamente cercano (aunque solo fuera por
adopción), esto significaba que el nuevo Emperador contaba con un
estatus cercano a la deidad, siendo divi filius, sin necesidad de parecer demasiado presuntuoso al reclamar para sí mismo la condición divina. Una famosa cita atribuida a Vespasiano en su lecho de muerte dice que sus últimas palabras, proferidas en tono irónico, fueron: Vae... puto deus fio! («¡Ay de mí, creo que me estoy convirtiendo en dios!»), al sentir que la muerte le llegaba.


Para las mujeres de las dinastías imperiales la adquisición del título de Augusta,
otorgado solo de forma excepcional, significaba un paso esencial para
alcanzar el estatus de divinidad. Lo alcanzaron, entre otras, Livia (bajo Tiberio), Popea Sabina (bajo Nerón), Marciana, Matidia (ambas con Trajano), Plotina, Sabina (bajo Adriano), etc.


Para el culto específico de la domus augusta o familia imperial se creó el sacerdocio específico del flaminatus. Los flamines ejercían el de los varones y las flaminicae
(frecuentemente sus esposas) el de las mujeres. El culto se extendía
también a todos los ya fallecidos, caso en el que se mencionan como domus divina, divorum et divarum, etc. flamines y flaminicae
existían en el nivel municipal y en el provincial, siendo el flaminado
provincial masculino, que conllevaba también importantes gastos, una
palanca muy importante para el ascenso a otros órdenes sociales.


Los linajes imperiales

Emperadores romanos durante el Principado


Dinastía Julio-Claudia

La naturaleza del cargo imperial y el Principado
fueron establecidos por el heredero de Julio César, Octavio, declarado
en el testamento de César como hijo adoptivo de este. Octavio Augusto
nombró más tarde como heredero al hijo del primer matrimonio de su
esposa Livia con un joven de la distinguida familia Claudia, dando inicio a la dinastía Julia-Claudia, que terminaría tras la muerte de Nerón, tataranieto de Augusto por parte de su hija Julia y de Livia por parte del hijo de esta: Tiberio.


De este linaje fue también el emperador Calígula, sucesor de Tiberio, Claudio y Nerón, con cuya muerte finalizó la dinastía Julio-Claudia.


Dinastía Flavia

A lo largo del año 69, Nerón fue sucedido por una serie de usurpadores, dándose en llamar a este el año de los cuatro emperadores. El último de ellos, Vespasiano, estableció la dinastía Flavia, cuyo último Emperador, Domiciano, fue a su vez sucedido por Nerva. Nerva, anciano y no tuvo hijos, adoptó a Trajano, ajeno a su familia, y le nombró su heredero.


Dinastía Ulpio-Aelia o Dinastía Antonina


Cuando Trajano accedió al trono imperial, siguió el ejemplo de su predecesor, adoptando a Adriano
como heredero, lo que se convirtió en una práctica habitual en la
sucesión del Imperio durante el siguiente siglo, dando origen a la época
de «los cinco emperadores buenos», el periodo de mayor estabilidad y prosperidad de la historia del Imperio romano.
Para algunos historiadores esta fue la era dorada de Roma. Los
emperadores de esta dinastía fueron: Nerva, Trajano, Adriano, Antonino
Pío y Marco Aurelio, quien le cedió el trono a su hijo Cómodo, un
disoluto que rápidamente estropeó la obra de todo un siglo de buen
gobierno del imperio.


Dinastía de los Severos

El último de los «cinco emperadores buenos», Marco Aurelio, eligió por su parte a su hijo Cómodo
como sucesor en lugar de adoptar a su heredero. El consiguiente
desgobierno provocado por Cómodo condujo a su posterior asesinato, el 31 de diciembre de 192. Esto dio origen a un breve período de inestabilidad que terminó con el ascenso al poder imperial de Septimio Severo, quien estableció la dinastía de los Severos. Esta dinastía, a excepción del periodo 217-218, ostentó la púrpura hasta el año 235.


La crisis del siglo III


El ascenso al poder de Maximino el Tracio marcó el final de una era y el principio de otra. Fue uno de los últimos intentos del cada vez más impotente Senado
para influir en la sucesión. Además, fue la primera vez que un hombre
alcanzaba la púrpura basándose únicamente en su trayectoria militar.
Tanto Vespasiano como Septimio Severo provenían de familias nobles o de clase media, mientras Maximino el Tracio procedía de una familia plebeya.
Nunca durante su reinado visitó Roma, y dio origen a una serie de
«emperadores cuarteleros», provenientes todos ellos del Ejército. Entre 232 y 285, más de 12 emperadores accedieron a la púrpura, pero solo Valeriano y Caro llegaron a asegurarse la sucesión de sus hijos al trono, y ambas dinastías terminaron en solo dos generaciones.


Emperadores romanos durante el Dominado

El ascenso al trono imperial de Diocleciano el 20 de noviembre de 284, un comandante dálmata de la caballería de la guardia de Caro y Numeriano, de habla griega
y clase baja, significó el abandono del concepto tradicional romano de
«emperador». Este, que oficialmente se consideraba como el «primero
entre iguales», dejó de serlo con Diocleciano, que incorporó el despotismo
oriental en la dignidad imperial. Donde los anteriores emperadores
habían vestido la toga púrpura y habían sido tratados con deferencia,
Diocleciano vistió ropas y calzados enjoyados, y exigió de aquellos que
le servían arrodillarse y besar el borde de sus ropas (adoratio).


En muchos sentidos, Diocleciano fue el primero de los emperadores monárquicos, hecho que se simboliza en que la palabra dominus ('señor') reemplazó a princeps como término preferente para referirse al emperador. De una forma significativa, ni Diocleciano ni su coemperador Maximiano habitaron mucho tiempo en Roma después de 286, estableciendo sus capitales imperiales en Nicomedia y Mediolanum (la actual Milán), respectivamente.



Además, Diocleciano estableció la tetrarquía, un sistema que dividió al Imperio Romano en Occidente y Oriente, cada una de las cuales tenía un Augusto como gobernante supremo y un César como ayudante del primero. El sistema de la tetrarquía degeneró en una guerra civil. El vencedor de estas guerras fue Constantino I el Grande, quien restauró el sistema de Diocleciano de división del Imperio en Este y Oeste. Constantino mantuvo Oriente para sí mismo y refundó la ciudad de Constantinopla como su nueva capital.


La dinastía que estableció Constantino también se vio pronto acosada
por guerras civiles e intrigas cortesanas hasta que fue reemplazada de
forma breve por Joviano, general de Juliano el Apóstata y, de forma más permanente, por Valentiniano I y la dinastía que este fundó en 364.
A pesar de ser un soldado procedente de la clase media-baja,
Valentiniano no fue un «emperador cuartelero», sino que fue elevado a la
púrpura por un cónclave de generales veteranos y funcionarios civiles.


Emperadores durante la decadencia del Imperio

Teodosio I accedió al trono imperial en Oriente en el año 379, y se hizo con el control de Occidente en 394. Declaró ilegal el paganismo y convirtió al cristianismo en la religión oficial
del Imperio. Teodosio fue el último emperador que gobernó la totalidad
del Imperio Romano, ya que el reparto del mismo entre sus hijos Arcadio (Imperio Oriental) y Honorio (Imperio Occidental) tras su muerte en el año 395 representó la división definitiva del Imperio.


Emperadores tras la caída del Imperio romano de Occidente

La caída del Imperio romano de Occidente

Sobre el final del siglo III, en un proceso que duró varios años, el Imperio romano se dividió en Oriente y Occidente, cada una de las cuales tuvo sus propios emperadores. En el Oeste, parte del Imperio donde estaba incluida la vieja capital de Roma, la línea sucesoria imperial se interrumpió a finales del siglo V, comenzando el periodo conocido como la Edad Media.


El linaje imperial de Oriente


Coronación de Carlomagno (ilustración de Jean Fouquet para sus Grandes Chroniques de France. Segundo libro de Carlomagno) (1455–1460).

Francisco II, último de los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico.
La sucesión de emperadores romanos en el Este continuó hasta la caída de Constantinopla en 1453, siendo el último emperador Constantino XI Paleólogo.
Fueron estos emperadores los que normalizaron la dignidad imperial
hasta el concepto moderno del término «Emperador», incorporando el
título dentro de la organización del Estado, y adoptando el antes
mencionado título Basileus Rhomaion ('Emperador de los Romanos', en griego). Los emperadores de Oriente dejaron de usar el latín como idioma oficial tras el reinado de Heraclio. Los historiadores suelen referirse al Imperio romano de Oriente como Imperio bizantino, aunque «bizantino» es un término que los propios bizantinos nunca usaron para referirse a sí mismos.


Tras la caída del Imperio bizantino en 1453, los zares rusos reclamaron los títulos de emperador y autócrata, que usarían hasta el fin del Imperio ruso en 1918.


El último titular de la Corona del Imperio bizantino, Andrés Paleólogo, vendió su título imperial a Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla antes de su muerte en 1502.3
Sin embargo, no se tiene constancia de que ningún monarca español haya
usado los títulos imperiales bizantinos, que convierten al Rey de España
en legítimo Emperador de Roma.


El nuevo linaje occidental

El concepto de «Imperio romano» sería recuperado en Occidente tras la coronación del rey franco Carlomagno como «Emperador romano» por el Papa el día de Navidad del año 800. Carlomagno y sus descendientes francos son llamados frecuentemente Emperadores de Occidente, e incluso cuando la desintegración del Imperio carolingio era ya patente, el título se conservó para la línea primogénita de la familia. Tras la formación de los nuevos reinos de Francia y Germania, pasaría más de medio siglo para que Otón I se convirtiera en líder del nuevo Sacro Imperio Romano Germánico en 962, si bien su potestad se reducía, prácticamente, a la región oriental del Imperio carolingio.


Esta nueva línea sucesoria estuvo compuesta por regla general de emperadores de origen alemán más que romano, aunque mantuvieron el nombre de «romanos» como símbolo de legitimidad. Esto duró hasta 1806, cuando Francisco II disolvió el Imperio durante las Guerras Napoleónicas con la clara intención de impedir que Napoleón Bonaparte
se apropiara del título y la legitimidad histórica que este conllevaba.
Estos emperadores usaron una variedad de títulos, entre los cuales el
más frecuente sería Imperator Augustus, antes de terminar imponiéndose la denominación de Imperator Romanus Electus.
Los historiadores les asignan comúnmente el nombre de «Sacro Emperador
Romano» basándose en los usos históricos reales, y consideran al «Sacro Imperio Romano» como una institución separada y sin relación política con el antiguo Imperio romano.


Véase también

Referencias


  • Beurlier, De divinis honoribus quos acceperunt Alexander et successores ejus, p. 17.

    1. Norwich, John Julius, Byzantium — The Decline and Fall, p. 446.

    Bibliografía

    Enlaces externos


  • «Apoteosis», Enciclopedia católica.


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