viernes, 1 de abril de 2016

Tradiciones y Rituales - La Kehile

Tradiciones y Rituales - La Kehile








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"Israel es mi hijo, mi primogénito."Exodo 4:22

El
ciclo de vida judía se halla marcado por eventos cuya importancia
reside en su significado intrínsecamente vinculado a la tradición
religiosa y a la existencia comunitaria.

Los ritos de las
ceremonias realizadas para distinguir los episodios del ciclo de vida,
reflejan muchos de los aspectos centrales del judaísmo: la relación
pactada entre el pueblo de Israel y el Creador; las posiciones
comunitarias que la persona asume a lo largo de su vida, determinan su
responsabilidad individual y su identidad; la relación con generaciones
pasadas, futuras y con su comunidad; y, el poder de la liturgia y el
ritual para santificar los periodos de transición, de transformación.

Estas
ceremonias tienen como uno de sus objetivos primordiales el trasladar
un episodio de la esfera de lo individual al ámbito de lo colectivo,
donde adquiere mayor trascendencia y significado.

Bendiciones,
santificación del vino, purificación y transformación simbólicas a
través del agua (netilat yadaim, mikve, etc.), tzdaká y reconocimiento
público del nuevo estatus, son algunos de los elementos presentes en los
rituales que nos sirven de guía para obtener una perspectiva más
profunda de lo ordinario, santificándolo. Por ello, las ceremonias del
ciclo de vida nos ayudan a dar un sentido más trascendente a los cambios
naturales de la vida, nos permiten santificar y agradecer el inicio de
cada ciclo y su final.

Cada uno de estos eventos, nos permiten
alejar nuestra concentración de nosotros mismos y de nuestra familia,
para reconcentrarnos en nuestra conexión con D-os, con nuestro pueblo,
con su historia y tradiciones. Nos vinculan con las presencias
invisibles de quienes nos antecedieron e incluso de quienes nos
sucederán. Nos conectan con las creencias que consideramos perdurables y
profundas; fomentan nuestra identidad individual y familiar, pero sobre
todo nuestra pertenencia a un grupo: nos vinculan al pasado judío y nos
comprometen con el futuro, con la continuidad del pueblo de Israel.

"Quiero que mis hijos tengan todas las cosas que no yo no podía pagar. Después quiero mudarme con ellos."
Phyllis Diller

El comienzo de una vida judía.
La
importancia de la primera ceremonia religiosa en la vida de un judio,
no reside en que a través de ella se determine su cualidad como judío,
sino que celebra la trascendencia de su nacimiento para la continuidad
del pueblo de Israel. En las ceremonias del Brit Milá y el Zeved Habat,
los bebés reciben sus nombres, su historia: genealogía, raíces, bagaje, y
con ello, un propósito: ser un eslabón más en esa cadena generacional,
dar continuidad a su estirpe, a su pueblo. Las leyes ancestrales
dictaban la realización de sacrificios de agradecimiento tras el
nacimiento de un hijo, cualquiera que fuera su sexo, a los 40 días para
los niños, y a los 80 para las niñas; el Talmud registra la costumbre de
plantar un árbol de cedro tras el nacimiento de un varón y un ciprés si
era niña (Gittin 57a). El ritual central para dar la bienvenida a los
varones al pueblo judío y su pacto con D-os es el Brit Milá, ritual tan
antiguo como el judaísmo en sí mismo.


Una alianza ancestral.

«Esta
es mi alianza que habéis de guardar entre Yo y vosotros, también tu
posteridad: Todos vuestros varones serán circuncidados y eso será la
señal de la alianza entre yo y vosotros. A los ocho días será
circuncidado entre vosotros todo varón, de generación en generación. De
modo que mi alianza esté en vuestra carne como alianza eterna» (Génesis,
17:10-14).

Durante siglos, el pueblo judío ha cumplido este
precepto: la realización del Brit Milá, cuya primera palabra significa
pacto, alianza; la segunda, es circuncisión. Así, la ceremonia del Brit
identifica al niño judío como miembro de la alianza con D-os en virtud
de su nacimiento como judío dentro de un hogar del pueblo de Israel.
Resulta particularmente interesante que el ritual del Brit involucre
específicamente al órgano reproductor masculino, lo cual, por supuesto,
no es coincidencia.

Un midrash cuestiona cómo supo Abraham que
debía ser “removida” esa piel –y no otra–, pues el texto hebreo se
refiere a ella como orlatejem, del término orlá, que fue traducido como
“prepucio” debido al contexto del relato, sin embargo, la Torá emplea
esta misma palabra para referirse al corazón (Deuteronomio 10:16), los
oídos (Jeremías 6:10) y a los frutos de un árbol de tres años de edad
(Levítico 19:23); por ello, el significado más cercano para el término
orlá sería “cubierta”. De acuerdo con el midrash, Abraham supo cuál era
la orlá a ser circuncidada, en virtud de la promesa de la alianza con
sus futuras generaciones, fruto de su simiente. Para Maimónides, una de
las razones de que el signo de la alianza se realice en el órgano
reproductor masculino consiste en prevenir que quienes no creen en la
unicidad de D-os, declaren ser miembros del pacto por intereses
personales. La circuncisión, por elección a una edad adulta, puede ser
tan dolorosa y desagradable, que nadie la realizaría de no ser por un
sincero deseo de pertenecer a la fe judía.

De acuerdo con los
sabios, el Brit Milá es una señal tanto para D-os como para el
individuo, de la pertenencia de los miembros del pueblo judío al Pacto.
Técnicamente, no se requiere la ceremonia del Brit para hacer al niño
judío –sólo en caso de que la madre no lo sea–; al nacer en un hogar
judío, el niño, quiera o no, nace dentro de la Alianza con D-os, la cual
conlleva dolor y sacrificio, pero también honor y santidad. Este niño
se convertirá en adulto, en el tipo de persona que él decida, pero nunca
podrá ignorar su identidad judía, la cual, igual que sus rasgos
físicos, su fecha y lugar de nacimiento, será siempre uno de los hechos
de su vida, es parte de lo que es, lo cual quedó marcado en su cuerpo a
los ocho días de su nacimiento.

Existe un midrash donde se narra
que el gobernador romano en Eretz Israel, Turnus Rufus, preguntó a Rabi
Akiva por qué si a D-os no le agrada un hombre con prepucio, no lo creo
sin él desde el principio. Rabi Akiva le respondió que D-os creó el
mundo incompleto para que el ser humano pudiera ayudar a perfeccionarlo.
Los sabios afirman que la imperfección del mundo incluye a las
personas. Ser un socio “pactado” con D-os, significa que estamos
dispuestos a ayudar a su perfeccionamiento a través de nuestra propia
transformación: «La semilla de la mostaza debe ser endulzada, el
altramuz debe ser suavizado, el trigo debe ser molido, y el ser humano
debe ser perfeccionado» (Tanjuma, Breishit 7f, 10a).

El mundo no
es perfecto, es perfectible; no nacemos santos, pero podemos santificar
nuestro modo de vida. En Génesis se establece que Itzjak fue
circuncidado al octavo día de su nacimiento, por lo tanto, así debe ser
con todos los descendientes de Abraham –siempre y cuando el niño esté
sano– aún cuando ese día sea Shabat o coincida con Yom Kipur.

Los
sabios explican que tras siete días, el niño ha vivido a través del
acto de la creación del mundo en el cual participará. En el octavo día,
el niño, una vez con la señal de la Alianza, deja de ser una parte
pasiva de la naturaleza, convirtiéndose en un agente humano activamente
comprometido con el desarrollo de un universo guiado por los preceptos
divinos. Al octavo día de vida, el niño obtiene un nuevo estatus a
través del Pacto, se convierte en co-creador de D-os. La señal de la
Alianza marca su responsabilidad como socio de D-os para ayudar a la
transformación del mundo bello, pero imperfecto, que el Todopoderoso
creó en esos siete días. Este es un concepto muy significativo del
judaísmo: el mundo fue creado incompleto, requiere ser mejorado.
Igualmente, los padres del bebé, sus guardianes, deben nutrir esa vida
sagrada a fin de que su potencial pueda hacerse realidad, deben ayudarlo
a perfeccionarse.

El ritual de la circuncisión supone la
remoción de un apéndice del cuerpo cuyo único propósito es ese: su
remoción como símbolo de total obediencia a la voluntad de D-os, y la
transmisión de esta lealtad de generación en generación. Sin estar
motivado por las razones, el pueblo judío ha circuncidado a sus hijos
varones como el signo más distintivo de su lealtad al Creador y si bien
en la antigüedad la circuncisión era común entre diferentes pueblos, su
práctica dentro del judaísmo le confirió ese significado específico de
la Alianza entre el Todopoderoso y el pueblo de Israel. Significado tan
trascendental que a lo largo de los siglos, los judíos han sufrido
humillación y peligro para cumplir con el precepto. Celebrando el Pacto
De acuerdo con el Talmud, el ritual del Brit Milá consiste de tres
segmentos separados:

1. Milá, la remoción física del prepucio;
2. Periá, el desprendimiento y plegado de la membrana; y Metzizá, la
succión de la sangre de la herida. Este último paso no es asignado por
el Talmud como parte del rito en sí, sino como una medida higiénica.
Durante la ceremonia, algunas personas designadas por los padres del
bebé son honradas con el papel de presentar al niño. La kvaterin
–madrina– hace entrega del niño al kvater –padrino–, quien lo sitúa en
las rodillas del sandek, quien tiene la función de sostener al niño
mientras el mohel practica la circuncisión. Entre las bendiciones que se
pronuncian durante la ceremonia, el mohel recita una beraja afirmando
que este acto representa el cumplimiento de una mitzva: «Bendito eres
Tú, Señor, nuestro D-os, Rey del universo, que nos santificaste con Tus
preceptos y nos prescribiste cumplir con el precepto de la
circuncisión». El padre pronuncia otra bendición estableciendo que a
través de esta mitzvá el niño forma parte de la alianza entre D-os y el
pueblo judío: «Bendito eres Tú, Señor, nuestro D-os, Rey del universo,
que nos santificaste con Tus preceptos y nos prescribiste hacer entrar a
nuestros hijos en el Pacto de Abraham, nuestro patriarca», a lo que los
asistentes responden: «Al igual que ha ingresado en el Pacto de
Abraham, asimismo hazle llegar al estudio de la Torá, a la santidad del
matrimonio y a una vida de buenas acciones».

Como sea su nombre, así será.
La
ceremonia del Brit Milá es una ocasión de alegría en la que se festeja
la llegada de un nuevo integrante a la familia, pero sobre todo, celebra
la continuidad de la identidad judía transferida de padre a hijo, misma
que se hace patente en el nombre hebreo del niño. Muchos padres dan a
sus hijos un nombre “secular” para ser empleado en contextos no judíos y
un nombre hebreo o idish para efectos religiosos y comunitarios. Dentro
de la tradición se cree que el Meshiaj llamará a la resurrección con el
nombre hebreo. Tradicionalmente, el nombre que se da al niño es una
cuestión de gran importancia, pues existe la creencia en que este tendrá
una influencia considerable en el desarrollo de su carácter; como
señala la Torá: «kishmó, ken hú» –como su nombre, así es él– (Shmuel I,
25:25), indicando que el nombre de una persona puede definir su
personalidad. Se considera que la costumbre ashkenazí de dar al niño el
nombre de un familiar recientemente fallecido –en muchos casos, un
abuelo o bisabuelo–, está basada en honrar la memoria del fallecido y
que el niño llegue a emular en su vida las virtudes de esa persona.
Asimismo, la costumbre de nombrar al niño igual que alguno de sus
antepasados consanguíneos, lo identifica con la historia de su familia
y, por extensión, de su pueblo; enfatiza la pertenencia del recién
nacido a una larga cadena en la que, en ese momento, él se convierte en
el último eslabón. La ceremonia del Brit Milá y el otorgarle un nombre
al recién nacido simbolizan la transferencia de la identidad judía a
través del nacimiento, de padre a hijo, de generación en generación.

Pidyion Haben.
En
todas las culturas y en todos los tiempos, el varón primogénito siempre
ha tenido un significado especial. En el judaísmo se les otorga un
estatus particular, pues a través de ellos se asegura la simiente de la
familia y del pueblo judío. El entusiasmo y la alegría del nacimiento de
un primogénito se reflejan en la ceremonia especial del Pidyion Haben.

Antiguamente,
los primogénitos eran consagrados al servicio divino, por lo que la ley
establecía como derecho de nacimiento, que se les concediera una doble
porción de las posesiones paternas. Asimismo, tenían una obligación
religiosa particular: ayunar un día antes de Pesaj, en tanto, el
Todopoderoso los santificó cuando aún eran esclavos en Egipto para que
pudieran dedicar sus vidas al sacerdocio en el Tabernáculo y el Templo.
Durante la décima plaga, murieron los primogénitos egipcios, pero los
primogénitos del pueblo de Israel fueron salvos, por lo tanto,
consagrados a D-os, quien ordenó a los israelitas, una vez que se
encontraran en la tierra de Canán: «redimir a todo primogénito varón de
entre sus hijos» (Éxodo, 13:13). Tras el episodio del becerro de oro,
sólo la tribu de Levi probó ser digna del sacerdocio, por lo tanto y
desde entonces, aquel padre que no pertenece a la tribu de Levi o que no
tiene linaje sacerdotal (cohen), consagra a su primogénito (siempre y
cuando la madre tampoco proceda de los linajes mencionados) al servicio a
D-os. En Números 18:16, se establece que la redención debe realizarse a
los 31 días de nacido el primogénito por un precio de cinco shekalim.
Actualmente, el niño es redimido a un miembro del linaje de Aaron
haCohen a los 30 días de edad, con el pago del equivalente a la cantidad
mencionada –a través de monedas u objetos de valor–. A través del
tiempo y de acuerdo con las tradiciones propias de cada comunidad,
existen ciertas variaciones en la ceremonia. Los detalles relacionados
con este ritual se hallan establecidos en el tratado Bejorot de la
Mishná, así como en otras fuentes más tardías. Entre los aspectos
importantes establecidos por la halajá, se considera que para realizar
un Pidyion Haben, el primogénito debe haber “roto el útero” de la madre,
por lo cual si anteriormente sufrió un aborto –pues este hecho hubiera
abierto el útero antes del nacimiento–, o en el nacimiento del
primogénito le fue practicada una cesárea –en tanto el útero se rompe de
forma artificial– no se debe redimir al niño. Ahora bien, si la madre
tuvo cesáreas en otros nacimientos, pero da a luz a un bebé varón de
forma natural, éste debe ser redimido pues fue el primero en abrir
naturalmente el útero. En el caso del Pydion Haben, la ceremonia se
pospone si su fecha de realización coincide con Shabat o alguna
festividad. La ceremonia de redención del primogénito es una mitzvá
establecida en la halajá, su fundamento consiste en que al realizar el
acto simbólico específico de la redención, el hombre reconoce que todo
pertenece al Creador y que el hombre sólo posee aquello con que D-os
desea bendecirlo.

Celebrando a las niñas.


Muy
diferente a la ceremonia de los varones, es la tradición en el caso de
las niñas. Las ceremonias para las hijas son relativamente nuevas, se
llevan a cabo solo desde hace 30 años y no son practicadas por todas las
familias. El hecho de que no exista una ceremonia para niñas similar al
Brit Milá, se debe a que en diversas fuentes judías las mujeres son
descritas como integrantes “completas” de la Alianza: si nacen de madre
judía, nacen incluidas en el signo masculino del Pacto; algunas fuentes
señalan al ciclo menstrual como su propio signo. No obstante, el
nacimiento de niñas también se considera un evento digno de celebración,
cuyas manifestaciones han variado a través de los años y las
comunidades, dando lugar a tradiciones específicas. Las ceremonias de
las niñas se conocen con diversos nombres, simjat bat, brit bat y, el
más común para nosotros: zeved habat –regalo de una hija–, cuyo origen
hace referencia a la matriarca Lea, quien tras el nacimiento de Zebulun
afirmó: «Zevedani Elokim oti zeved tov» “Me ha hecho D-os un buen
regalo” (Génesis, 30:20); este nombre empleado para las ceremonias de
las niñas recién nacidas es de origen sefaradí. En la tradición
ashkenazí se llevaba a cabo una ceremonia denominada holerkreisch
–palabra de origen incierto–, en la cual niños de la familia y vecinos
rodeaban el moisés especialmente adornado, lo levantaban tres veces
preguntando en voz alta «¿cuál será tu nombre?». Después se recitaban
pasajes de la Torá y se anunciaba públicamente el nombre de la bebé,
ofreciendo pasteles y bebidas. Para mediados del siglo XVII esta
práctica comenzó a desaparecer, conservándose solamente en pequeños
shtetlaj y áreas rurales. A pesar de la desaparición del holerkreisch,
los judíos de ascendencia ashkenazí conservaron una tradición perdurable
hasta nuestros días, la cual consiste en que el padre asista a la
sinagoga al servicio de shajarit del Shabat inmediato al nacimiento de
la niña y reciba la aliya a la Torá. En el shul se pronuncia un
Mishebaraj, plegaria de recuperación y salud para la madre y la bebé; el
nombre de la niña se proclama públicamente, declamando las palabras Avi
habat, “padre de la hija”. En algunas congregaciones, siguiendo el rito
sefaradí, se interpretan canciones tradicionales para dar la bienvenida
a la bebé basadas en poemas sefaradim de los siglos XIV y XV, conocidos
como pizmonim. Igual que con los niños, hay familias que eligen dar a
la niña el nombre de alguna parienta a quien deseen honrar.

La alegría de cumplir con los preceptos.

La
celebración del Bar Mitzvá y la Bat Mitzvá no tienen fundamento en la
Torá, los términos que, simplemente, significan “hijo e hija de los
preceptos” respectivamente, marcan el momento en que se considera la
mayoría de edad para cumplir con las mitzvot. De acuerdo con las fuentes
judías, el niño(a) es un miembro completo de la comunidad judía, capaz
de participar en todos los aspectos de sus expresiones vitales y
religiosas, aun sin la celebración de una ceremonia específica que
determine su mayoría de edad; es decir, la niña o el niño tienen la
responsabilidad de cumplir con los preceptos se realice, o no, una
celebración formal. El único requisito necesario, es que se tengan 12
años si es mujer, y 13 si es hombre. Debido a que los sabios no
establecieron normas específicas para las ceremonias, excepto las
bendiciones del padre, existen diversas variaciones de forma en el
ritual. Los sabios coinciden en que la impor­tancia de este momento en
la vida del niño, reside en el nuevo estado de su desarrollo físico,
intelectual y moral; el niño ya no es sujeto de sus impulsos, sino que
comienza a desarrollar una conciencia. Por lo tanto, la celebración del
Bar Mitzvá o la Bat Mitzvá, reflejan sus nuevas capacidades y
responsabilidades.


Bar Mitzvá

La celebración
de la ceremonia de Bar Mitzvá es uno de los ritos más importantes en la
vida de los varones judíos, empero, y significativamente, no es un
precepto establecido en la Torá.

El desarrollo más bien tardío de
la ceremonia del Bar Mitzvá, probablemente deriva de los cambios en las
tradiciones relacionadas a las actividades rituales en que se permitía
participar al niño, pues si bien en la Torá los 20 años se consideraban
la mayoría de edad –cuando el joven ya podía participar en la guerra y
pagar impuestos–, en la época talmúdica la edad se estableció a los 13
años, pues de acuerdo con el Talmud, los niños tenían permitido ejecutar
actividades rituales, como colocarse los tefilin, si ya habían
desarrollado la experiencia necesaria para hacerlo bien y si eran
capaces de comprender el significado del ritual. Al respecto,
explícitamente se señala en el Talmud: «si un menor sabe cómo envolverse
en el talit, debe cumplir la obligación (…); si sabe cómo cuidar de los
tefilin, su padre debe conseguir unos para él» (Sucá 42a); «Todos
califican para estar entre los siete (que leen la Torá), incluso un
menor» (Meguilat 23a).

Como reconocimiento al cambio de jerarquía
religiosa del niño, el padre pronunciaba una bendición agradeciendo a
D-os el relevarlo de la responsabilidad de hacer cumplir los preceptos a
su hijo: «Rabi Eleazar ben Shimon dijo: “un hombre es responsable de su
hijo hasta la edad de 13 años; después de eso él debe decir: ‘Bendito
es Él quien me ha liberado de la responsabilidad de este niño’”»
(Génesis Raba 63:10). La mención sobre la braja evidencia que la
“mayoría” de edad para el cumplimiento de los preceptos era un momento
de transición cuya importancia merecía ser, si no celebrada, por lo
menos destacada de alguna forma, señalando también con ello la
transición de la responsabilidad de padre a hijo.

Cabe destacar
que debido a que esta bendición no está mencionada en el Talmud, sino en
el Midrash, históricamente han existido discusiones acerca de su
legitimidad halájica. No obstante, la distinción entre un menor y aquel
que había obtenido su mayoría de edad, solo residía en que este último
cumplía con los preceptos como una responsabilidad religiosa, mientras
que el primero lo hacía de manera optativa; no tenía implicaciones de
facto, pues la mayoría de edad no se distinguía con obligaciones
adicionales ni privilegios, por ello, llegar a ella no se destacaba a
través de ninguna ceremonia especial. Hasta finales de la Edad Media,
alcanzar la mayoría de edad no suponía una fecha especial, era un día
más en la vida de cualquier judío.

Parte del Minyan.

Precisamente,
de la Edad Media proviene el registro de una de las primeras ceremonias
para afirmar públicamente la edad del niño, pronunciando la braja antes
citada, llamada Baruj Sheptarani, de la cual no existen mayores
referencias si no hasta el siglo XIV, cuando Aaron ben Yaacov HaCohen de
Provenza escribió: «Está escrito en Génesis Rabá (…) que aquél cuyo
hijo alcanza la edad de 13 años debe decir la bendición (…). Hay quienes
la dicen la primera vez que el niño recibe su aliya para leer la Torá».
Entonces, se restringieron los derechos religiosos establecidos para un
menor en el Talmud: si no tenía la mayoría de edad no podía ser llamado
a la lectura de la Torá, ni usar talit o tefilin. Solo entonces,
adquirió sentido el celebrar sus primeras muestras públicas en el
cuidado de los preceptos.

Así, las primeras ceremonias formales
de Bar Mitzvá se remontan al siglo XIV, en cuyas fuentes se menciona que
se realizaban desde seis siglos atrás, de lo cual no se han encontrado
evidencias adicionales. Para el siglo XVI, entre los judíos de Alemania y
Polonia, la costumbre aceptada era que el niño no podía comenzar a usar
tefilin antes del día de su cumpleaños número 13, costumbre que se
modificó un siglo después al permitir que los niños comenzaran a usarlos
dos o tres meses antes de convertirse en bnei mitzvá, a fin de que para
el momento de su presentación pública ya estuvieran versados en la
práctica y las reglas de su colocación.

En esa misma época surgió
la tradición de que el ben mitzva subiera a la leer la Torá el Shabat
siguiente a su cumpleaños, o el mismo día si coincidía. Para el siglo
XVII, el comentador polaco y jurista Abraham Gumbiner, señaló: «Hoy día,
la costumbre es decir la bendición en el momento en que el joven reza o
lee en el primer Shabat (después de su 13º cumpleaños) para que sea del
conocimiento público que es un Bar Mitzvá». Entonces, los niños leían
la Torá y pronunciaban una drasha –discurso–, por lo general de
enseñanzas talmúdicas; por la tarde, se llevaba a cabo una seudat mitzvá
–banquete festivo–. En ese mismo siglo, los judíos de Worms,
implementaron la costumbre de vestir al joven con ropa nueva especial
para la ocasión. Asimismo, se adoptó la práctica de que el ben mitzvá
recitara el total de la perashá que le correspondía. Y si bien la
tradición de vestir especialmente al joven ha prevalecido, no ha sido
igual con la porción de lectura, la cual ha variado dependiendo las
regiones y las épocas. Actualmente, no existe uniformidad en la
ceremonia. Por lo regular, el niño es llamado a la lectura después de
“los siete” que leen la Torá en Shabat, para leer la última porción de
la parasha –dividida en siete partes–, llamada maftir y la haftará
(lectura de los profetas correspondiente a dicha parasha), o una
combinación de ambas. Así, dependiendo del rito, pueden leer una porción
de la parasha o la haftará, pronunciar las bendiciones que preceden y
siguen la lectura de esta última, dirigir alguna parte del servicio o
todo, y dar un dvar Torá es decir, ofrecer una interpretación de la
parasha. Asimismo, existen variaciones en la tradición del uso del
talit, pues en algunas comunidades el niño comienza a vestirlo el Shabat
de su Bar Mitzvá, mientras que en otras sólo lo hace hasta el día de su
boda.

Sin importar las variaciones, todas las ceremonias de Bar
Mitzvá suponen la preparación previa del niño y todas coinciden en
otorgar la mayor importancia a la colocación de los tefilin y la aliya a
la Torá, acciones con las cuales el ben mitzvá afirma individual y
públicamente su compromiso con sus tradiciones ancestrales y la
responsabilidad de dar continuidad a los preceptos entregados al pueblo
de Israel en el Monte Sinaí.

Celebrando También a las Niñas.

La
tradición de celebrar Bat Mitzvá es relativamente nueva, pues aunque
existen algunos registros más antiguos de ceremonias realizadas en
Italia, Francia y Polonia, la práctica común se estableció hasta 1922.

De
acuerdo con la halajá, la mayoría de las obligaciones religiosas de las
mujeres se hallan limitadas, específicamente, a preceptos no
relacionados con tiempo, es decir, que no deben ser realizados en un
momento particular. Las actividades religiosas femeninas ocurren
primordialmente en el ámbito de lo privado, en la realidad familiar, en
vez de en lo público-comunitario como en el caso de los hombres. Debido a
que las mujeres no requieren practicar preceptos de carácter público,
abierto y visible como los hombres, una ceremonia de Bat Mitzvá no tenía
mucho sentido.

A finales del siglo XIX, Joseph Jaim Eliyahu ben
Moshe de Bagdad, Ben Ish Jai, escribió: «y también la hija, en el día
que entra a la responsabilidad de los preceptos, aunque por lo regular
no se realice para ella una seudá, no obstante ese día será de alegría.
Ella usará ropas de Shabat y si se puede, ropa nueva y dirá la bendición
de Shejeyanu y estará preparada para entrar al yugo de los
mandamientos».

En algunas comunidades, se acostumbra que las
niñas tengan una lectura de la Torá, por lo que la ceremonia se realiza
en el servicio de shajarit en Shabat. En otras comunidades, se realizan
ceremonias u otros eventos festivos para marcar este día, pero fuera de
la sinagoga; e incluso hay quienes no lo festejan como una ocasión
religiosa particular.

En general, la preparación de las niñas
para la celebración de esta ocasión, involucra que aprendan las mitzvot
que deben cumplir como mujeres, así como bendiciones, rituales y tefilot
en hebreo. La preparación de las niñas consiste en que adquieran los
conocimientos para convertirse en mujeres respetuosas de su legado
judaico, pero sobre todo, para que en el futuro puedan ser esposas y
madres que construyan sólidos hogares judíos.

Tefilin.

Un
aspecto sumamente importante de convertirse en un ben mitzvá, es la
colocación de los tefilin, a partir de ella, el joven puede ser contado
como un miembro del minyan: un miembro completo de la comunidad. Desde
ese momento, en términos de su jerarquía dentro de los rituales, no hay
diferencia entre este joven de 13 años y los adultos; y si bien es
cierto que de acuerdo con la halajá a esta edad el niño no es visto aún
como responsable en otras áreas –como la vida comercial–, en el ámbito
ritual se le considera apto para llevar a cabo las prácticas judaicas en
su totalidad.

Durante la época talmúdica los tefilin se usaban
todo el día y no tenían una asociación especial con las plegarias. Se
cree que el abandono de esta costumbre se debió al hecho de que muchos
judíos no los vestían cuando no se sentían lo suficientemente puros para
usarlos, por lo que comenzaron a emplearse solo en el servicio
religioso de la mañana.
Los
tefilin, que deben ser completamente negros y formar cubos perfectos,
cuyo nombre es batim –casas–, contienen en su interior, escritos a mano
por un sofer –escriba–, cuatro pasajes de la Torá: Éxodo 13:1-10, Éxodo
13:11-16, Deuteronomio 6:4-9 y Deuteronomio 11:12-21. Muchos
comentaristas, entre ellos Shmuel ben Meir, el Rashbam, sostienen que el
simple significado de estos pasajes es que las palabras de la Torá
deben estar de manera constante en la mente y el espíritu, como en los
versículos: «Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello en tu
brazo» (Cantar de los Cantares 8:6) y «La piedad y la lealtad no te
abandonen; átalas a tu cuello, escríbelas en la tablilla de tu corazón»
(Proverbios 3:3).

En la tradición rabínica se emplea la expresión
tefilin shel yad, de la “mano”, para referirse a la filacteria del
brazo, la cual contiene las cuatro secciones en una sola pieza delgada
de pergamino. En el tefilin shel rosh, de la cabeza, la bait –casa–
posee cuatro compartimentos separados, uno para cada pasaje.

Una
interpretación refiere que los pasajes de la bait de la cabeza se hallan
separados y los de la mano juntos en solo pergamino, para simbolizar
que si bien pueden existir diferencias de opinión, la práctica del
judaísmo es uniforme.

Las tiras de piel negras se insertan en la
bait de la cabeza acomodadas de manera que formen un nudo con la figura
de la letra dalet, el cual se posiciona en la parte posterior del
cuello. La tira del brazo forma otro nudo, cuya figura corresponde a la
letra yud. La letra shin se halla grabada sobre la piel del tefilin de
la cabeza. Así, los tefilin contienen las letras shin, dalet y yud, que
forman la palabra Sha-dai, uno de los nombres Divinos. En algunos
tefilin se usa la letra mem en vez de la dalet, formando la palabra
Shmi, “Mi Nombre”.

Existen bendiciones especiales para la
colocación de las dos filacterias. La tradición rabínica señala que los
tefilin deben usarse en el brazo más débil, tal vez para simbolizar que
el lado más flaco de la naturaleza humana requiere ser fortalecido a
través de la observación de los preceptos; por ello, alguien zurdo los
usará en su brazo derecho. El nudo se aprieta y la tira de piel se
envuelve siete veces alrededor del brazo, enrollándose tres veces
alrededor del dedo medio mientras se recitan versículos del libro del
profeta Oshea (1:21-22).

El cubo del brazo debe colocarse
apuntando en dirección al corazón, así, con el otro en la cabeza,
simbolizan que en el servicio de D-os se debe usar la mente, el corazón y
las manos.

Los tefilin no se usan en Shabat ni en las fiestas
debido a que estos últimos son descritos como “signos”, igual que los
tefilin, por lo que cuando los otros “signos” se hallan presentes no hay
necesidad de vestir los tefilin.

La Torá menciona tres mitzvot
descritas con la palabra ot –signo–: Brit Milá, Shabat y Tefilin (el
arco iris también es señalado como ot, pero no existe una mitzvá
asociada a él).

Asimismo, la Torá refiere a los tefilin como
zikaron –recuerdo– (Éxodo 13:9) y como totafot (Éxodo 13:16,
Deuteronomio), palabra a la que generalmente se ha dado el significado
de “símbolo”. En dos versículos de Éxodo 13, se dice que los tefilin son
un recordatorio de la salida de Egipto; en los pasajes de Deuteronomio
(6:8, 11:18), parece referirse a ellos como recordatorio de la Ley de la
Torá. De esta forma, el pacto entre Israel y el Todopoderoso en el
Monte Sinaí tiene un signo que se usa diariamente en el brazo y la
cabeza para recordar a su portador todas sus obligaciones descritas en
el resto de la Torá. No obstante, a pesar de simbolizar un signo del
Pacto, no son llamados Ot Brit. Esto se debe a que el Pacto en el Sinaí
no representó una nueva relación entre D-os y el pueblo judío, sino otra
faceta en el desarrollo de la que ya existía. Esto es, tras la
revelación en el Monte Sinaí, la circuncisión se mantuvo como el signo
de identificación del lazo particular entre D-os y el pueblo judío. Sin
embargo, debido a que la naturaleza del lazo fue alterada con la entrega
de la Torá, se introdujo un nuevo signo para marcar la amplitud de lo
que esa Alianza significa e implica, y esto es lo que representa el
signo de los tefilin.

Por lo anterior, la colocación de los
tefilin es uno de los aspectos centrales del Bar Mitzvá, su centralidad
simbólica corresponde en gran medida a la idea de que cumplir con su
colocación representa para el individuo –mente, cuerpo, corazón– su
compromiso con sus tradiciones ancestrales. De este modo, integra a sí
mismo los textos centrales para su pueblo, en su cabeza y cerca de su
corazón: el niño ahora está atado a la comunidad, a sus creencias y
valores... a su pasado y a su futuro.

Matrimonio.

En
el judaísmo, desde el momento en que nacemos estamos destinados al
matrimonio: lejupá ulema’azim tovim –para la jupá y las buenas
acciones–, decimos cuando se nombra a un recién nacido. Por ello, el
matrimonio es un suceso de gran alegría que representa la concreción de
un objetivo y el recibimiento de una bendición Divina.

La unión
básica creada por D-os es hombre y mujer, una sola carne; en el
matrimonio, la pareja se completa y se complementa, vuelve a su estado
natural, a ese triángulo compuesto por dos seres humanos y su Creador,
el cual, naturalmente, se halla santificado por el Todopoderoso.


El
matrimonio no forma parte de un código legal, es la consolidación de un
amor que busca santidad, la perpetuación de sus raíces… trascendencia,
al mismo tiempo que constituye un elemento básico del orden social
natural. Así, la boda judía representa la entrada formal de los
contrayentes al mundo en comunidad, al ámbito de la preservación del
pueblo judío, cuyo futuro depende de cada unión matrimonial.

La
importancia del matrimonio judío reposa en cómo la pareja percibe su
vínculo, en el amor que se demuestra y en la forma en que los valores
judíos se expresan cotidianamente en el hogar, cuya construcción debe
cimentarse en el cuidado de su fe y sus raíces, de sus tradiciones y
costumbres, y de su pertenencia a una comunidad que forma parte del
pueblo judío: Harei at mekudeshet li(…) bedat Moshé veIsrael –Por este
medio eres santificada a mí(…) de acuerdo con la Ley de Moisés e
Israel–.

La boda constituye un jubiloso acontecimiento del ciclo
de vida judía, cuya celebración es motivo de inmensa alegría para
familiares, amigos, comunidad y para el pueblo de Israel en su
totalidad.

Rituales y costumbres.

Tnaim.

El
término tnaim, literalmente, significa “condiciones”, y se emplea para
definir la ceremonia de compromiso. Esta costumbre de origen ashkenazí,
consistía en la reunión de las familias de los contrayentes para firmar
el acuerdo referido a la dote y la fecha de la boda, y anunciar
públicamente el compromiso.

La ceremonia de Tnaim representa el
inicio formal de la temporada de la boda, a partir del cual ella es
considerada Hakalá –la novia– y él Hajatán –el novio–.

El
rompimiento de un plato de cerámica al final de la ceremonia, simboliza
que aun en medio de la alegría tenemos presente la destrucción del Beth
Hamikdash. Se acostumbra que las jóvenes solteras asistentes a la
ceremonia conserven un trozo del plato roto para que también ellas
celebren pronto su propia boda.

Tish.

La recepción
del novio es denominada en idish Tish, pues se lleva a cabo alrededor
de una mesa en la que toman lugar el padre del novio, el padre de la
novia, rabinos, e invitados masculinos.

El principal objetivo del
Tish, es la legitimación de la Ketubá –contrato matrimonial–, que es
cuidadosamente revisada por el rabino para constatar que todos los
detalles sean correctos.

Entonces, el novio acepta formalmente
todas las obligaciones a las cuales se compromete en la Ketubá. El
rabino le da una prenda pequeña, como un pañuelo, y el novio, ante dos
testigos, lo toma y lo levanta en señal de consentimiento.

Para
finalizar, este procedimiento, llamado kinyan, el rabino agrega al final
de la Ketubá la palabra aramea vekanina, y los testigos firman.

Oifruf.

La ceremonia de Oifruf consiste en que el novio “suba” a leer la Torá el Shabat anterior a su boda.
Este
es un suceso festivo en el que familiares y amigos felicitan al novio y
en ocasiones le arrojan dulces, simbolizando sus deseos de un futuro
dulce en pareja.

Mikve.

Tradicionalmente, la novia
realiza su primera visita a la Mikvé –baño ritual– un día antes de la
boda. Entrar a la Mikvé, simboliza un momento íntimo de transformación
que muchas novias comparten con familiares y amigas, por lo que es un
acontecimiento muy emotivo y alegre.

Estar preparada para entrar a
la Mikvé, no sólo implica estar completamente limpia físicamente, todo
el cuerpo, cabello, uñas, oídos, dientes, nada de maquillaje… sino
también, sentirse espiritualmente preparada para la inmersión. La novia
se sumerge en el agua de la Mikvé y pronuncia la brajá correspondiente.

Muchas
novias acostumbran rociar a sus familiares y amigas solteras con agua
de la Mikvé, para que también ellas pronto celebren su propia boda.

Badeken.

La
ceremonia del velo, conocida como badeken, es quizá una de las
costumbres más antiguas. En algunas comunidades se acostumbra que sea el
novio quien cubre el rostro de la novia, en otras que lo haga un
rabino.

El velo simboliza la modestia que debe adoptar la novia
al elevarse al estado de casada. Asimismo, también representa que el
interés del novio no se centra en la belleza física, sino en las
cualidades internas de la novia, en su espiritualidad.

La ceremonia del velo tiene como objetivo verificar que, efectivamente, la novia sea aquella con quien se comprometió el novio.

Jupá.

La
Jupá –dosel matrimonial–, bajo la cual se lleva a cabo la ceremonia de
matrimonio, generalmente está constituida por un techo cuadrado de tela y
cuatro palos como sostén. Simboliza el nuevo hogar donde el novio
llevará a la novia, por ello, el novio arriba a ella antes que la novia,
así como una vez que ambos se encuentran bajo la jupá, la novia a la
derecha del novio, junto con los padres de ambos, representa la
proclamación pública de que a partir de ese momento, están unidos como
marido y mujer.

El Talmud señala que la Jupá, igual que la tienda
Abraham Avinu, está abierta por sus cuatro lados para que el hogar
recién formado se halle siempre abierto a cualquier visitante que llegue
de cualquier dirección.

Erusín.

La ceremonia de
matrimonio incluye dos partes, la primera es denominada Erusin
–compromiso– que da inicio cuando los contrayentes se encuentran bajo la
Jupá. La ceremonia está conformada por dos brajot –bendiciones–
pronunciadas por el rabino oficiante: Boré pri haguefen –bendición del
vino–, y Baruj Atá Hashem, mekadesh amó Israel al yedei jupá vekidushin
–“Bendito eres Tú, Señor, que santificaste a Tu pueblo con la jupá y los
ritos sagrados del matrimonio”–.

Esta bendición, enuncia
claramente que el matrimonio no es un asunto privado, sino que es un
evento que involucra a toda la comunidad, pues a través de él es
santificado el pueblo de Israel, y se manifiesta su capacidad de
supervivencia.

Tras esta brajá, el novio bebe de la copa de vino,
luego la novia, simbolizando el compromiso de compartir sus vidas a
partir de ese momento.

Anillos.
Tras
la segunda bendición de Erusin, se lleva a cabo la ceremonia de los
anillos, el acto que formaliza el matrimonio. El novio coloca el anillo
en el dedo índice de la mano derecha de la novia y pronuncia: Harei at
mekudeshet li betavat zo kedat Moshe VeIsrael –“Por medio de este anillo
tú estás consagrada a mí de acuerdo con la Ley de Moisés e Israel”–.
Una vez más, se reafirma la trascendencia comunitaria del matrimonio,
tema central durante toda la ceremonia.

El anillo debe ser
sencillo, de preferencia un aro simple sin ningún grabado o inscripción,
pues la circunferencia y solidez del anillo simbolizan la
perdurabilidad de la unión matrimonial; sin embargo, el anillo debe
tener algún valor, pues representa un regalo valioso que el novio da a
la novia.

Ketuvá.

Después de la ceremonia del
anillo, se lee públicamente la Ketuvá –contrato matrimonial–, marcando
con ello la separación de los segmentos que conforman la ceremonia.

La
Ketuvá, escrita en arameo, contiene las obligaciones que el hombre se
compromete a cumplir: proteger, dar sustento, techo y vestido, así como
satisfacción sexual a su mujer.

El objetivo principal de la
Ketuvá es que el hombre no se divorcie contra la voluntad de la mujer,
por ello tras la lectura, el rabino oficiante entrega la Ketuvá a la
novia.

Nisuin.

La segunda de las dos partes de la
ceremonia de matrimonio es denominada Nisuin –matrimonio– y se realiza
después de la lectura de la Ketuvá.

Tras la lectura de las Shiva
Berajot –siete bendiciones– los novios de nuevo beben de la copa de
vino. Las bendiciones –exceptuando la última– enfatizan en el tema de la
creación. Rashi, explica que la segunda brajá es en honor de todos los
reunidos en la ceremonia; la tercera, es en honor a la creación de Adam;
las tres siguientes son específicamente para la pareja; y la última es
en honor de todo el pueblo judío.

Copa.

El último
elemento de la ceremonia, es el rompimiento de la copa.
Tradicionalmente se acostumbraba que el novio fuera quien rompía la
copa, pero hoy, existen bodas donde ambos contrayentes lo hacen.

Una
vez más el recuerdo de la destrucción de los Batei Hamikdash es
expresado en una ocasión de gran alegría, con el rompimiento de la copa.

Algunas
opiniones explican que la copa simboliza a la pareja, la cual al
romperse entra a un estado irreversible, es decir, representa la
esperanza en que la pareja no cambié ese estado de unión matrimonial.

Seudat Mitzvá-Banquete.

El
banquete festivo es una seudat mitzvá, es decir, una comida festiva que
es parte de la ceremonia matrimonial, por lo que participar en ella es
una mitzvá.

Ocasión sumamente festiva, provocar alegría y
regocijo a los novios es considerado un acto de jesed –bondad, amor
hacia los demás–; el Talmud señala que esta acción es como llevar una
ofrenda al Templo de Jerusalem.

En algunas bodas, tras el
banquete festivo se vuelven a recitar las Shiva Berajot, bendiciendo con
ello, una vez más, la creación Divina y por su puesto a la pareja que
ya constituye una familia más del pueblo de Israel.

Divorcio.
La ley judía exige un Guet –acta de divorcio– para dar por terminada la relación entre una pareja casada.

Aunque
las autoridades rabínicas aceptan que hay matrimonios que deben
terminar, enfatizan en la necesidad de realizar todos los esfuerzos
posibles en la búsqueda de reconciliación antes de llegar al divorcio,
pues como afirmaba Rabi Eleazar: “Aquel que se divorcia de su esposa,
hasta el mismo altar llora por él” (Gittin 90b).

El guet es el
acta de divorcio que el esposo concede a la esposa a fin de disolver el
matrimonio; no es solo el registro de la disolución del matrimonio, sino
la forma misma de dar por terminada la unión matrimonial.

Existen
numerosas normas relacionadas con el guet, como que debe estar escrito
para cada pareja en particular y con sus nombres perfectamente escritos.
El procedimiento universal consiste en que esté escrito en arameo
–igual que la ketuvá–.

Una vez que todo intento de reconciliación
ha fracasado y la pareja ha decidido divorciarse, deben establecer una
cita con el Bet Hadin, la corte rabínica, versada en las leyes de guitín
–divorcio judío–.

Para hacer efectivo el guet, debe estar
presente un sofer –escriba– y dos testigos. Una vez que el marido
entrega el guet a la mujer, el Bet Hadin realiza algunos cortes en el
documento para que este no pueda ser utilizado nuevamente. El documento
es archivado, entregando al hombre y a la mujer un certificado de
divorcio conocido como Ptor.

Muerte y Duelo.

El
judaísmo nos alienta tanto a reconocer nuestra mortalidad como la
santidad e importancia de la vida terrenal, de ahí que la muerte sea
vista como un suceso inevitable, pero también como una tragedia.


Muerte
y duelo son en el judaísmo dos temas de suma importancia rodeados de
rituales, tradiciones y costumbres muy significativas.

Existe una
serie de regulaciones referidas a los rituales del entierro y el duelo
cuyos orígenes se hallan en el folclor popular, pero en tanto se hallan
registradas en el Shuljan Aruj, se consideran leyes que son observadas
de manera escrupulosa.

Etapas de Duelo.

Miles de
años antes de que la psicología moderna descubriera la importancia del
duelo, los sabios del Talmud ya habían establecido una serie de etapas
para lidiar con la pérdida de un ser querido.

Existen algunas
etapas básicas del ciclo de duelo judío, cada una tiene un lapso
específico y un conjunto de prácticas que ayudan al deudo en el proceso
del duelo.

Cabe señalar que la definición temporal de estas
etapas puede o no coincidir con las emociones del doliente, pues la
experiencia del luto es individual y cada persona pasa por sus propios
procesos de manera diferente, tanto en forma como en tiempo.

De
acuerdo con la tradición judía los rituales del duelo deben observarse
cuando fallecen: padre, madre, hermanos, hijos y cónyuges. Se puede
elegir observar algunos de los rituales por otros parientes como
abuelos, tíos o sobrinos, pero estos no son obligatorios. Por ejemplo,
algunas familias acostumbran respetar la restricción de no rasurarse
durante la shive, en caso del fallecimiento de alguno de los abuelos.

Aninut.

La
etapa de aninut comienza en el momento del fallecimiento. Los sabios
instruyeron en “no consolar al doliente durante el tiempo en que el
fallecido yace (sin enterrar) ante él”. En este momento el dolor es
demasiado intenso para cualquier intento de consolación, por ello no se
considera apropiado tratar de confortar al onen –deudo en la etapa de
aninut–. La aninut es un momento para, simplemente, estar con los
dolientes; es un momento de silencio, no de palabras.

En la
tradición ashkenazí, es en esta etapa que se lleva a cabo la kriá, el
desgarramiento de la ropa de los deudos, como símbolo de profunda pena,
dolor e incluso, enojo.

La etapa de aninut representa la reacción
humana espontánea y natural ante la muerte. A pesar de que la halajá
expresa fe absoluta en la vida eterna, en la inmortalidad y en la
existencia continua trascendental para todo ser humano, también
comprende el miedo y la confusión cuando nos confrontamos con la muerte.
Por ello, tolera las dudas, el pensamiento tortuoso, iracundo e
irracional que surgen ante el fallecimiento de un ser amado, liberando
al deudo, momentáneamente, de la observancia de las mitzvot: “Aquel cuyo
pariente yace frente a él, está exento de la pronunciación del Shemá y
del rezo y de tefilín y de todos los preceptos de la Torá” (Berajot
17b). Lo anterior se explica en tanto nuestro compromiso con el
Todopoderoso está basado en la conciencia de la dignidad y santidad
humana. Cuando un ser querido fallece, el estado de perplejidad y
desesperación del individuo, lo lleva a cuestionar si, efectivamente,
existe esa cualidad y la capacidad de elección en el ser humano, lo cual
hace que el compromiso expire.

Pero además de lo anterior, la
etapa de aninut permite que los dolientes se concentren en el precepto
de kavod hamet –honrar al fallecido– a través de la realización de todos
los rituales para llevarlo dignamente a su última morada; razón por la
cual también se les exenta del cumplimiento de las mitzvot.

Esta primera etapa termina en el momento en que el feretro se halla totalmente cubierto de tierra y se pronuncia el Kadish.

Avelut.

La
halajá, que permite al doliente sumergirse en la desesperación durante
la etapa de aninut, mostrando así tolerancia hacia las reacciones
naturales del ser humano, tras el entierro solicita el paso a la etapa
de la avelut, la cual comienza con la pronunciación de Kadish.

Una vez que comienza la avelut, familiares y amigos pueden dar el pésame de manera formal a los deudos.

Al
entrar en la avelut, la halajá ordena al doliente asumir una tarea
heroica: comenzar a recoger los pedazos de su personalidad rota y
reestablecerse como ser humano, restaurando su dignidad. Con esto la
halajá enfatiza la idea de que la muerte no debe confundir al hombre,
quien no debe sumergirse en la oscuridad total ante ella, sino por el
contrario: la muerte le brinda la oportunidad de expresar grandeza y de
actuar heroicamente: construye aunque sabe que tal vez no vivirá para
disfrutar del magnífico edificio a cuya construcción está dedicado;
siembra aunque no espere comer del fruto; explora, desarrolla,
enriquece, no para sí mismo, sino para generaciones venideras. De esta
manera, la muerte enseña al hombre a trascender su ser físico individual
y a identificarse con la comunidad intemporal. La muerte, advierte la
halajá al doliente, enfatiza el rol del hombre como ser histórico y
sensibiliza su conciencia moral.

El punto en el cual la aninut se
transforma en avelut, la desesperación en tristeza racionalizada y la
autonegación en autoafirmación, se encuentra en la pronunciación del
Kadish ante la tumba.

¿Cuál es la relación entre la proclamación
de esta solemne expresión litúrgica de alabanza a D-os y el entierro? A
través del Kadish desafiamos a la muerte, aceptando la voluntad del
Todopoderoso.

Shive.

Una vez que los avelim
–dolientes en la etapa de avelut– salen del panteón, la etapa de avelut
prosigue con la shive que se prolonga hasta la mañana del séptimo día,
de ahí el término shive, de la palabra siete en hebreo: sheva. La
característica distintiva de la shive es que los dolientes interrumpen
las rutinas de la vida cotidiana para concentrarse exclusivamente en la
memoria del fallecido y recibir consuelo de la familia, amigos y
comunidad.

Tradicionalmente, la shive se lleva a cabo en el hogar
del fallecido o en casa del doliente principal. De ser posible, los
dolientes deben pasar los siete días, juntos en la casa de la shive,
durmiendo bajo el mismo techo.

Del mismo modo en que la shive
transforma la rutina de los deudos, también cambia el uso y la manera en
que se ve el espacio de la casa. Sentarse a nivel más bajo del
acostumbrado o en cojines sobre el piso, es un signo externo que denota
el abatimiento por el dolor intenso, así como representa humildad ante
los acontecimientos que nos rebasan (los visitantes se sientan en sillas
y sillones).

La práctica de cubrir los espejos, si bien
relacionada con antiguas creencias populares acerca de los espíritus, en
el judaísmo responde a desalentar la vanidad en estos días de duelo y
fomentar la reflexión interior. Cubrir los espejos es una impactante
señal visual de la perturbación en el ánimo y del dolor que imperan en
la casa. También hay quienes acostumbran cubrir pinturas y fotografías.

Cuando
es posible, las puertas se dejan abiertas para que los visitantes
entren sin necesidad de tocar, lo cual distrae a los avelim y podría
hacerlos actuar como anfitriones.

Algunos objetos comunes en la
shive, que no lo son en la vida cotidiana de la casa, incluyen una
veladora de recordación para los siete días, sidurim –libros de rezo–,
kipot y en ocasiones sillas adicionales para la realización de los
servicios religiosos.

La veladora es llamada ner daluk –luz
encendida– y como las velas en general, simboliza el destello divino que
habita en el cuerpo, como señala la Torá: “Lámpara de D-os, es el alma
del hombre” (Proverbios 20:27). La veladora se coloca en un lugar
prominente de la casa y se enciende sin pronunciar bendición.

Durante la shive, los dolientes se abstienen de:


Vestir zapatos de piel –un símbolo ancestral de lujo–. Vestir pantuflas
de tela, calcetines o estar descalzo es un símbolo de humildad ante una
pérdida.
• Rasurarse o cortar su cabello; tampoco deben bañarse por placer ni vestir ropa nueva.
• Sostener relaciones íntimas.
• Escuchar música o atender a cualquier forma de entretenimiento o distracción lúdica.
• Trabajar o manejar negocios.

Los
dolientes tampoco deben estudiar Torá, pues se considera una fuente de
gran deleite, como cita en sus páginas: “las leyes de D-os son rectas y
regocijan al corazón”. No obstante, los avelim pueden leer las leyes del
duelo y estudiar textos sobre conducta ética y otras secciones de la
Torá cuya naturaleza es seria y solemne.

La primera comida que
los deudos realizan en la casa de shive tras el entierro es conocida
como seudat havra’a o banquete de consolación, en la cual
tradicionalmente se les ofrece pan y huevos duros, cuya forma ovoide
simboliza el ciclo de la vida. En la tradición sefaradí se acostumbra
servir lentejas también debido a su forma circular.

Los siete
días de la shive, los dolientes reciben a familiares, amigos y miembros
de la comunidad que acuden a brindar sus condolencias, cumpliendo así
con la mitzvá de nijum avelim –consolar a los dolientes–, así como
participando del minian para llevar a cabo alguno o los tres servicios
religiosos del día a fin de que los avelim sean parte de los rezos en
comunidad y reciten Kadish. Si no es posible reunir un minian, los
dolientes deben asistir a un shul para cumplir con los servicios.

Consolar
a los deudos es una gran mitzva que, debido a su naturaleza, tiene sus
propias formalidades, como por ejemplo entrar a la casa en silencio,
hablar de la vida y acciones del fallecido o, simplemente, permanecer en
silencio si los dolientes no desean hablar y dar tzdaká en memoria de
quien murió.

Es importante señalar que toda demostración pública
de duelo se suspende durante Shabat o las festividades, aunque los días
se cuentan como parte de la shive. En estos casos, los dolientes pueden
asearse y cambiarse de ropa para asistir a los servicios religiosos en
el shul y pronunciar Kadish.

La shive finaliza en la mañana del
séptimo día, inmediatamente después del servicio religioso de shajarit.
Se acostumbra “levantar” a los dolientes, quienes se cambian la ropa
rasgada y dan una vuelta a la manzana, lo cual simboliza el retorno de
la familia a la vida social cotidiana tras el intenso periodo de duelo.

Shloishim.

Si
bien una vez finalizada la shive, los avelim retoman sus rutinas
cotidianas, algunas restricciones se mantienen durante un periodo de 30
días, contados a partir del día del entierro. Este periodo se conoce
como shloishim, del hebreo shloshim que significa treinta.

Durante
este periodo los dolientes no deben comprar o vestir ropa nueva;
cortarse el cabello, escuchar música ni participar en eventos festivos
como bodas (en caso de eventos familiares, se debe consultar a una
autoridad rabínica competente).
Aunque
todavía están de luto, durante los shloishim los deudos pueden comenzar
a reintegrarse gradualmente a la vida cotidiana. Terminar la shive y
regresar a la rutina de manera abrupta no sería sano para ellos, todavía
están en duelo y a pesar de que la intensidad del dolor ha disminuido,
aún pasarán por momentos de profunda tristeza y añoranza, por ello las
restricciones que se mantienen sirven para recordarles –y recordar a las
personas a su alrededor– que continuan viviendo un proceso que,
ciertamente, aún no termina.

Los shloishim terminan formalmente
tras el servicio religioso de shajarit del 30º día. A menos que se esté
en duelo por alguno de los padres, el periodo de duelo termina
formalmente este día, ya no se debe pronunciar Kadish y se pueden
retomar todas las actividades sin restricciones.

¿Por qué 30
días? El calendario judío está marcado por el ciclo lunar; del mismo
modo en que la luna crece y decrece a lo largo de un ciclo, el periodo
de duelo de 30 días es una oportunidad para completar un círculo
emocional. El proceso comienza con el funeral y los primeros días de la
shive, cuando no se puede ver ni un rayo de luz. Conforme pasa el
tiempo, la luz poco a poco regresa. Los 30 días representan un ciclo
fundamental: un tiempo para renovarse y aceptar una nueva realidad.

Por
supuesto, los deudos aún sienten el dolor de la pérdida, pero el
judaísmo reconoce, hasta cierto grado, que el paso del tiempo aminora y
cura el dolor. Ser capaz de regresar a la vida cotidiana libremente
ayuda a esta sanación. La shive fue el peor periodo, los shloishim son
muy difíciles, es una etapa dura, pero con el tiempo el doliente se
sentirá mejor.

Shaná.

Para los hijos que están en
duelo por sus padres, el periodo de shloishim se extiende a un año, en
el cual los deudos deben abstenerse de las acciones arriba mencionadas,
exceptuando el corte de cabello, que a partir de los treinta días, la
ley permite en caso de “reproche social”; ante una crítica por el
aspecto del cabello, el deudo puede llevar a cabo esta acción.

¿Por qué en caso del fallecimiento de los padres existe este periodo adicional de luto?
Psicológica
y espiritualmente, nuestra conexión con los padres es la relación
esencial que nos define como personas. Por ello, el fallecimiento de un
padre requiere de un periodo más largo de adaptación.

Los padres
también representan valores e ideales, son nuestros representantes de
D-os en este mundo y tratan de ofrecer a sus hijos, sus propias
herramientas para la vida. Este periodo extendido de duelo reconoce que
la pérdida de una relación de este tipo tiene ramificaciones
espirituales profundas.

Tras el periodo de shloishim la vida
lentamente regresa a su normalidad. Una vez que el año ha pasado, ya no
se considera al doliente como tal.
 






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