sábado, 9 de abril de 2016

Órdenes militares españolas - Wikipedia, la enciclopedia libre

Órdenes militares españolas - Wikipedia, la enciclopedia libre







Órdenes militares españolas




Cruces de las cuatro órdenes militares españolas.
Las Órdenes militares españolas son un conjunto de instituciones religioso-militares que surgieron en el contexto de la Reconquista, las más importantes surgidas en el siglo XII en las Coronas de León y de Castilla (Orden de Santiago, Orden de Alcántara y Orden de Calatrava) y en el siglo XIV en la Corona de Aragón (Orden de Montesa); precedidas por muchas otras que no han perdurado, como las Militia Christi aragonesas de Alfonso I el Batallador, la Cofradía de Belchite (fundada en 1122) o la orden de Monreal (creada en 1124), que tras ser reformadas por Alfonso VII de León tomaron el nombre de Cesaraugustana y en 1149, con Ramón Berenguer IV, se integran en la Orden del Temple. La portuguesa Orden de Avis respondía a idénticas circunstancias, en el restante reino cristiano peninsular.


Durante la Edad Media, al igual que en otros lugares de la cristiandad, en la península Ibérica aparecieron órdenes militares
autóctonas, que, si bien compartían muchas similitudes con otras
órdenes internacionales, también presentaban peculiaridades propias,
debido a las especiales circunstancias históricas peninsulares marcadas
por el enfrentamiento entre musulmanes y cristianos.


El nacimiento y expansión de estas órdenes autóctonas se produjo
fundamentalmente en la fase de la Reconquista en que se ocuparon los
territorios al sur del Ebro y del Tajo, por lo que su presencia en esas zonas de la Mancha, Extremadura y el Sistema Ibérico (Campo de Calatrava, Maestrazgo, etc.) vino a marcar la característica principal de la repoblación, en grandes extensiones en las que cada Orden, a través de sus encomiendas, ejercía un papel político y económico similar al del señorío feudal. La presencia de otras órdenes militares foráneas, como la del Temple o la de San Juan
fue simultánea, y en el caso de los caballeros templarios, su supresión
en el siglo XIV benefició significativamente a las españolas.


La implantación social de las órdenes militares entre las familias
nobles fue muy significativa, extendiéndose incluso a través de órdenes
femeninas vinculadas (Comendadoras de Santiago y otras similares).


Después del turbulento periodo de la crisis bajomedieval, en que el cargo de Gran Maestre de las órdenes era objeto de violentas disputas entre la aristocracia, la monarquía y los validos (infantes de Aragón, Álvaro de Luna, etc.); Fernando el Católico,
a finales del siglo XV consiguió neutralizarlas políticamente al
obtener la concesión papal de la unificación en su persona de ese cargo
para todas ellas, y su sucesión conjunta para sus herederos, los reyes
de la Monarquía Hispánica posterior, que las administraba a través del Consejo de Órdenes.


Perdida paulatinamente toda función militar a lo largo del Antiguo Régimen, la riqueza territorial de las órdenes militares fue objeto de desamortización
en el siglo XIX, quedando reducidas éstas a partir de entonces a la
función social de representar, como cargos honoríficos, un aspecto de la
condición nobiliaria.1



Índice

Nacimiento y evolución


Escenas de la Reconquista por las Órdenes Militares. Monasterio de Uclés, Cuenca
Aunque la aparición de las órdenes militares hispánicas puede
interpretarse como pura imitación de las internacionales surgidas a raíz
de las cruzadas,
tanto su nacimiento como su posterior evolución presentan rasgos
diferenciales, pues jugaron un papel de primer orden en la lucha de los
reinos cristianos contra los musulmanes, en la repoblación de extensos
territorios, especialmente entre el Tajo y el Guadalquivir,
y se convirtieron en una fuerza política y económica de primera
magnitud, teniendo además gran protagonismo en las luchas nobiliarias
habidas entre los siglos XIII a XV, cuando finalmente los Reyes Católicos lograron hacerse con su control.


Para los arabistas, el nacimiento de las órdenes militares españolas estuvo inspirado en los ribat
musulmanes, pero otros autores opinan que su aparición fue fruto de un
proceso de fusión de hermandades y milicias concejiles teñidas de
religiosidad que, mediante absorción y concentración, dieron lugar a las
grandes órdenes en un momento en que la lucha contra el poderío almohade requería de todos los esfuerzos posibles por parte del lado cristiano.


Tradicionalmente se admite que la primera en aparecer fue la de Orden de Calatrava, nacida en esa villa del reino castellano en 1158, seguida de la de Orden de Santiago, surgida en Cáceres, en el reino leonés, en 1170. Seis años después se creó la Orden de Alcántara, en principio denominada de San Julián del Pereiro. La última en aparecer fue la Orden de Montesa que lo hizo más tardíamente, durante el siglo XIV, en la Corona de Aragón debido a la disolución de la Orden del Temple.


Organización jerárquica

A imitación de las órdenes internacionales, las españolas adoptaron su organización. El maestre
fue la máxima autoridad de la orden, con un poder casi absoluto, tanto
en lo militar, como en lo político o en lo religioso. Era elegido por el
consejo, compuesto por trece frailes, de donde les viene a sus
componentes el nombre de «Treces». El cargo de maestre es vitalicio y a
su muerte los Trece, convocados por el prior mayor de la orden,
eligen al nuevo. Cabe la destitución del maestre por incapacidad o por
conducta perniciosa para la orden. Para llevarla a cabo se necesita el
acuerdo de sus órganos superiores: consejo de los trece, «prior mayor» y
«convento mayor».


El capítulo general es una especie de asamblea representativa
que controla toda la orden. Lo forman los trece, los priores de todos
los conventos y todos los comendadores.
Se debe reunir anualmente un día determinado en el convento mayor,
aunque en la práctica estas reuniones se celebraron donde y cuando el
maestre quiso.


En cada reino existió un «comendador mayor», con sede en una localidad o fortaleza. Los priores de cada convento eran elegidos por los canónigos, pues hay que tener en cuenta que dentro de las órdenes existían freyles milites (caballeros) y freyles clérigos, monjes profesos que instruían y administraban los sacramentos.


Organización territorial


Territorios de las órdenes militares de los reinos ibéricos hacia finales del siglo XV:      Orden de Montesa      Orden de Santiago      Orden de Calatrava      Orden de San Juan (Castilla)      Orden de Alcántara      Orden de Christo      Orden de Santiago de la Espada      Orden de Avis      Orden de San Juan (Portugal) Solid black.png Residencia del Gran Maestre
Dado su doble carácter de instituciones militares y religiosas, en lo
territorial las órdenes desarrollan una doble organización separada
para cada una de estas esferas, aunque a veces no totalmente desligadas.


En lo político-militar se dividían en «encomiendas mayores»,
existiendo una encomienda mayor por cada reino peninsular en el que
estuviera presente la orden en cuestión. Al frente de ellas estaba el
comendador mayor. Le seguían las encomiendas,
que eran un conjunto de bienes, no siempre territoriales ni agrupados,
pero que generalmente constituían demarcaciones territoriales. Las
encomiendas eran administradas por un comendador. Las fortalezas, que
por cualquier tipo de causa no estaban bajo el mando del comendador,
tenían a su frente un alcaide nombrado por aquél.


En lo religioso se organizaban por conventos, existiendo un convento mayor, que constituía la sede de la orden. En el caso de la orden de Santiago estuvo radicado en Uclés, tras las desavenencias de la orden con el monarcas leonés Fernando II. La orden de Alcántara lo tuvo en la villa cacereña que le dio nombre.


Los conventos no eran sólo lugares donde vivían los monjes profesos,
sino que constituían prioratos, demarcaciones territoriales religiosas
donde los respectivos priores con el tiempo tuvieron las mismas
atribuciones que los obispados, resultando que las órdenes militares se sustrajeron al poder episcopal en extensos territorios.


El ejército

El mando del ejército lo ejercían las más altas dignidades de cada
orden. En la cúspide se hallaba el maestre, seguido de los comendadores
mayores. La figura del alférez
fue destacada en un principio, pero en la Baja Edad Media había
desaparecido. El mando de las fortalezas estaba en manos del comendador o
de un alcaide nombrado por él.


El reclutamiento se solía hacer por encomiendas, contribuyendo
presumiblemente cada una de ellas con un número de lanzas u hombres
relacionado con el valor económico de la demarcación.


Hay que destacar la sorprendente belicosidad de las órdenes y su
rigurosa promesa de combatir al infiel, lo que en muchos casos se
manifestó en la continuación de auténticas «guerras privadas» contra los
musulmanes cuando, por diversas causas, los reyes cristianos
abandonaron la lucha, debido a la firma de treguas o bien por dirigir
sus acciones bélicas en otros sentidos, como cuando Fernando III,
coronado rey de León, abandonó los intereses de este reino para
dedicarse a la conquista de Andalucía en beneficio de la Corona de Castilla.


Repoblación y política social

Con ser importante el papel militar jugado por las órdenes militares,
no lo fue menos su papel repoblador, económico y social. Porque no
bastaba con arrebatar territorios al enemigo si éstos no se poblaban
suficientemente como para ocuparlos y explotarlos, facilitando así su
defensa.


Las órdenes recibieron grandes extensiones de terreno, cuya
repoblación les reportó gran poder político y económico. Para atraer
pobladores a las tierras adquiridas, utilizaron métodos similares a los
usados por otras instituciones. Uno de ellos consistía en otorgar fueros
a las villas de su jurisdicción que las hicieran atractivas a gentes
del norte. En general se copiaron los modelos de fueros más generosos, como el de Cáceres o el de Sepúlveda. Un ejemplo de esta generosidad fue el de las exenciones fiscales por nupcialidad, tomadas del fuero de Usagre.


Por otra parte, unas tierras improductivas resultaban inútiles, por
lo que se preocuparon de su desarrollo económico. En este sentido, y
además de las ventajas dadas a los nuevos pobladores, como las
donaciones de baldíos, se consiguieron ferias
para sus villas o se realizaron importantes obras de infraestructura en
la red de comunicaciones. Las ferias tenían la ventaja de estar libres
de impuestos, lo que fomentaba el comercio, que también era impulsado
por la mejora de comunicaciones (puentes, caminos, etc.).


Relaciones con otras instituciones

Las relaciones de las órdenes militares hispánicas con otros poderes e
instituciones fueron diversas. En general gozaron del apoyo papal, pues
constituían una base sólida para la reconquista y dependían
directamente de su autoridad. Los papas
otorgaron atribuciones episcopales a los priores de las órdenes en su
pugna con los obispos, lo que les dio una gran independencia.


En cuanto a la relación con los reyes, siguió varias etapas. Al
principio los monarcas impulsaron las Órdenes porque llegaron a
considerarlas el «florón más preciado» de sus coronas. Conscientes de
sus enormes posibilidades en la tarea reconquistadora, y repobladora
después, los reyes las fomentaron e introdujeron en sus respectivos
reinos. Como ocurrió con Alfonso I el Batallador, cuando en 1122 fundó
la hermandad de Belchite, o con Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León,
quienes ofrecieron posesiones a las órdenes de Santiago y Calatrava,
respectivamente, para atraérselas a sus reinos. Aunque las donaciones
reales en su mayor parte estuvieron constituidas por territorios, para
hacerlas eficaces en la lucha contra los musulmanes, también recibieron
de los monarcas otro tipo de donaciones de carácter no estrictamente
militar o político, tales como las motivadas por razones de caridad,
merced, hospitalidad o amistad. A menudo el favor de los reyes también
se manifestó en los numerosos pleitos que se plantearon con otros
poderes, en los que generalmente los monarcas fallaron a favor de las
órdenes. Los privilegios tributarios o de otro tipo fueron igualmente
frecuentes, lo que a veces ocasionó la irritación de los concejos de realengo, cuyos vecinos tributaban en mayor medida.


A cambio del favor real, las órdenes llevaban a cabo las misiones que
tenían encomendadas y eran leales a los monarcas, en cuyo bando se
situaron desde que a finales del siglo XIII las disputas nobiliarias se
hicieron tan frecuentes. A partir de entonces, los reyes tomaron
consciencia del enorme poder de las órdenes y del peligro que podía
suponer el tenerlas en contra, de ahí que con Alfonso XI
comenzase una pugna por conseguir su control, a través de la
designación del maestre. Esta pugna continuó a lo largo de toda la Baja
Edad Media hasta la consecución absoluta de los propósitos regios por
parte de los Reyes Católicos,
quienes lograron ostentar el maestrazgo de todas ellas a perpetuidad.
Con sus descendientes este maestrazgo se convirtió en hereditario.


Más problemática resultó la relación con los concejos de realengo
(los municipios en territorio regio), sobre todo con aquellos dotados de
extensos dominios de difícil control y ocupación. A menudo sufrieron la
depredación de zonas despobladas por parte de las órdenes, hasta que
los reyes pusieron fin a las usurpaciones, aunque a partir del siglo XIV
estos concejos sufrieron la misma depredación por parte de señores
laicos. También hubo pleitos con los colindantes, a veces prolongados e
incluso tan vehementes que llegaron a producir enfrentamientos físicos.


Igualmente diversa resultó la relación con el resto del clero. El
concurso de éste fue fundamental para la configuración de las órdenes,
como ocurrió con el apoyo del arzobispo de Santiago de Compostela
respecto de la orden santiaguista o con el obispo de Salamanca respecto
de la de Alcántara. Pero más adelante hubo de todo, desde piadosas
donaciones a pleitos y refriegas interminables, e incluso algún hecho de
armas, como el ataque a los obispos de Cuenca y Sigüenza por parte del
comendador santiaguista de Uclés. Y es que las tensiones con los obispos
fueron frecuentes en la lucha por la jurisdicción eclesiástica, a la
que se sustrajeron los priores, quienes recibieron finalmente el apoyo
papal.


La hermandad y coordinación fueron las actitudes dominantes en las
relaciones entre órdenes. Calatrava y Alcántara estaban unidas por
relaciones de filiación, sin que ello supusiera falta de autonomía de
Alcántara. Hubo pactos entre órdenes de ayuda mutua y reparto de lo
conquistado. Incluso acuerdos, como el tripartito de amistad, defensa
mutua, coordinación y centralización firmado en 1313 por la de Santiago, Calatrava y Alcántara.


Disolución

Las Órdenes militares quedaron disueltas el 29 de abril de 1931 por mandato del gobierno republicano. Durante la Guerra Civil Española fueron asesinados muchos de sus caballeros, pereciendo diecinueve de la Orden militar de Santiago, quince de la Orden militar de Calatrava, cinco de la Orden militar de Alcántara y cuatro de la Orden militar de Montesa.[cita requerida]


El balance de caballeros de 1931 a 1935 es el siguiente:


En 1985 tan sólo vivían 19 caballeros de los que profesaron antes de 1931.


Finalizada la guerra civil española se iniciaron conversaciones con el dictador Francisco Franco, invitando al obispo-prior Emeterio Echeverría Barrena, no obtuvieron resultado alguno, por lo que durante estos años subsitieron marginalmente, hasta que el 2 de abril de 1980 fueron inscritas por separado en el registro de asociaciones del Gobierno Civil de la provincia de Madrid. El 26 de mayo
de ese mismo año se inscriben como federación. La Orden de Santiago,
junto con las de Calatrava, Alcántara y Montesa, fueron reinstauradas
como asociaciones civiles en el reinado de Juan Carlos I con el carácter
de organización nobiliaria honorífica y religiosa y como tal permanecen
en la actualidad.


El 9 de abril de 1981, y tras cincuenta años de larga vacante, el rey de España, Juan Carlos I, nombra a su padre Juan de Borbón presidente del Real Consejo de las Órdenes Militares. Desde el 28 de abril de 2014 ostenta esta presidencia S.A.R. Don Pedro de Borbón, Duque de Noto.


Referencias


  1. Miguel Artola, Enciclopedia de Historia de España, Alianza Editorial, tomo 5 pg. 892

Enlaces externos

No hay comentarios:

Publicar un comentario